Escritos espirituales y morales - Henry David Thoreau - E-Book

Escritos espirituales y morales E-Book

Henry David Thoreau

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La presente edición es el primer recorrido completo por la dimensión espiritual del «filósofo salvaje» que rechazó el saber museístico y la mera acumulación de conocimientos que no pasan por una conciencia de la incertidumbre y por la implicación práctica y emocional del yo en el mundo. A través de textos tomados de sus obras, de sus diarios y de su correspondencia, este libro ofrece una visión panorámica que introduce al lector en los temas fundamentales del pensamiento de Thoreau: la Naturaleza, Dios, el autoconocimiento, la pobreza y la sencillez, la soledad y la amistad, la ciencia y la fe, la muerte. Un pensamiento que no ha perdido vigencia.

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Escritos espirituales y morales

Escritos espirituales y morales

Henry David Thoreau

Edición de Diego Clares

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Religión

 

 

© Editorial Trotta, S.A., 2024

http://www.trotta.es

© Diego Clares Costa, edición, traducción e introducción, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-1364-238-3 (edición digital e-pub)

ÍNDICE

Ediciones citadas de Henry D. Thoreau

Introducción: Diego Clares

Un filósofo salvaje

La religiosidad de Thoreau

La presente edición

Bibliografía

ESCRITOS ESPIRITUALES Y MORALES

1. Mitos y leyendas

Influencias

Oriente y Occidente

Fábulas

2. La experiencia espiritual

Autoconocimiento

Naturaleza

Dios

3. Leyes superiores

Vivir deliberadamente

Soledad

Pobreza y sencillez

Conciencia

Compañía y amistad

Ciencia y fe

Muerte

4. Correspondencia

EDICIONES CITADAS DE HENRY D. THOREAU*

Bosques de Maine

The Maine Woods, Princeton University Press, Princeton, 2004.

Cape Cod

Cape Cod, Princeton University Press, Princeton, 2004.

Cartas

The Correspondence of Henry David Thoreau, ed. de Walter Harding y Carl Bode, New York University Press, Nueva York, 1958.

 

Letters to a Spiritual Seeker, ed. de Bradley P. Dean, W. W. Norton, Nueva York, 2004.

Desobediencia civil

«Resistance to Civil Government», en The Higher Law, Princeton University Press, Princeton, 2004, pp. 63-90.

Diarios

The Writings of Henry David Thoreau: Journal, 14 vols., Houghton Mifflin & Co., Boston/Nueva York, 1906.

Diarios (Pr)

Journal, vols. I-II, Princeton University Press, Princeton, 1981, 1985.

El posadero

«The Landlord», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. IV, Houghton Mifflin & Co., Boston/Nueva York, 1906, pp. 153-162.

Historia natural

«Natural History of Massachusetts», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 3-28.

Manzanas silvestres

«Wild Apples», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 261-289.

Noche y luz de luna

«Night and Moonlight», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. IV, Houghton Mifflin & Co., 1906, pp. 323-333.

Pasear

«Walking», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 185-222.

Paseo a Wachusett

«A Walk to Wachusett», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 29-46.

Sucesión de los árboles

«An Address on the Succession of Forest Trees», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 165-183.

Tintes otoñales

«Autumnal Tints», en Excursions, ed. de Joseph J. Moldenhauer, Princeton University Press, Princeton, 2007, pp. 223-259.

Una semana

A Week on the Concord and Merrimack Rivers, Princeton University Press, Princeton, 2004.

Vida sin principio

«Life without Principle», en The Higher Law, Princeton University Press, Princeton, 2004, pp. 155-179.

Walden

Walden, Princeton University Press, Princeton, 2016.

 

* Se indica en cada caso el título, traducido y abreviado, por el que se cita la edición correspondiente. En las referencias en el texto, el título va seguido de página.

INTRODUCCIÓN

Diego Clares

«No conozco un hecho más estimulante que la incuestionable habilidad del hombre para elevar su vida mediante un empeño consciente».

(Walden, 90)

Henry David Thoreau ha sido considerado, no sin razón, un autor cambiante y contradictorio, de ideas casi caóticas y anárquicas. Richard Bridgman intentó dar buena cuenta de ello en su Dark Thoreau, analizando sus ideas flexibles, sus usos paradójicos de algunos conceptos, los recovecos de sus doctrinas menos claras e incluso sus recursos literarios más grotescos. No es algo que, sin embargo, escapara a la atención de sus contemporáneos en la Nueva Inglaterra del siglo XIX. Su mentor Ralph Waldo Emerson le llegó a echar en cara su estilo contradictorio como un error, que, no obstante, Thoreau pudo emplear para enriquecer profundamente sus escritos y dotarlos de una mayor variedad de sentidos y matices. Aunque este carácter no siempre ha sido trasladado en toda su amplitud fuera de las fronteras estadounidenses. La gran mayoría de los estudios sobre su literatura y su pensamiento no han tenido gran alcance fuera de su país natal, y los matices y conflictos planteados en sus obras son poco conocidos para el público extranjero en general, entre el que se encuentran los lectores españoles.

Su obra más conocida, Walden, ha sido objeto de tantas interpretaciones diferentes que resulta casi imposible presentar en una sola idea todo lo que la obra transmite. Es, como tantos otros escritos de Thoreau, una reflexión sobre el conjunto de la existencia humana, sus condiciones, sus anhelos, sus valores, sus creencias, etc. Esto no será, ni mucho menos, ajeno a la presente edición, en la que nos proponemos abordar la espiritualidad thoreauviana también en su diversidad y sus contradicciones. Pues Thoreau fue un hombre religioso y espiritual, de fe, pero también crítico con las creencias cotidianas. La complejidad y variedad de sus pensamientos se reflejan en sus múltiples referentes religiosos, su faceta de creador de mitos y fábulas, y su tendencia a reflexionar profundamente sobre el sentido moral de nuestra existencia en el mundo más allá de las convenciones sociales.

Como bien apuntó Lewis Mumford, la labor intelectual de Thoreau estaba dirigida a reflexionar sobre «lo que de verdad es la vida humana en su esencia»1. Así, las obras de nuestro autor constan de una gran profundidad y variedad de capas, tantas como permiten las dimensiones de nuestra vida; lo que, en definitiva, conduce necesariamente a antinomias y paradojas propias del choque entre lo externo y lo interno, lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo imaginado, lo científico y lo espiritual, lo natural y lo social. Thoreau no temía abordar estos conflictos y, por ello, su obra está cargada de matices y controversias.

Pero, más allá de estas concepciones, que han tenido una difusión limitada, Thoreau ha sido más popularizado por su política y, a veces, por sus nociones morales (ni siquiera propiamente por su ética, en cuanto sistema crítico y fundamental de sus valores morales). Hay, de hecho, pocos estudios que profundicen en la ética thoreauviana fuera de las fronteras de Estados Unidos2. En España la lectura de Thoreau ha pasado por un filtro especialmente político durante muchos años; si bien su recepción en nuestro país tiene una larga trayectoria, de más de un siglo. Ya en 1905, Miguel de Unamuno mencionaba en la revista Nuevo Mundo a «Enrique David Thoreau». En 1907 se publicó en Madrid la primera traducción de un capítulo de Walden, «Soledad», en la revista Renacimiento. Unamuno poseía un ejemplar de la edición original, en el que había tomado notas destacando algunos temas que eran especialmente de su interés, como la naturaleza, la soledad o la religión3. Pero en los años posteriores no se prestó demasiada atención al autor, que tendría que esperar hasta el final del franquismo para conocer una reviviscencia entre el público español.

Las primeras ediciones, tal vez animadas por el cambio de régimen, se centraron en sus ensayos más políticos, en particular Desobediencia civil, publicado en 1975 como un escrito anarquista4. En 1976 se publicó en Barcelona la primera traducción completa de Walden en España (ya existían traducciones al castellano en Latinoamérica). Pero, ciertamente, la variedad de sus escritos no aumentó especialmente en las siguientes décadas, en las que hubo un gran número de ediciones que incluían Desobediencia civil junto a otros ensayos éticos y políticos. Esto ha contribuido a que, durante muchos años, la imagen más popular de Thoreau en España estuviera asociada a la desobediencia política, dejando de lado otros grandes temas de su filosofía. Solo recientemente se han promovido más traducciones y estudios sobre el Thoreau amante de la naturaleza, sus facetas más científicas, y también análisis más especializados sobre su filosofía5.

UN FILÓSOFO SALVAJE

Thoreau nació en Concord, Massachusetts, el 12 de julio de 1817. Su padre, John Thoreau, provenía de una familia francesa hugonote que se había exiliado tras la revocación del Edicto de Nantes (que concedía libertad religiosa a los protestantes). Su madre, Cynthia Dunbar, se había criado en una familia dividida por la Guerra de Independencia estadounidense. John tenía un gran espíritu emprendedor y viajaba a menudo en busca de negocios y oportunidades. Su negocio más rentable acabó siendo la explotación de una mina de grafito, a partir de la cual creó una fábrica de lápices. Cynthia había crecido trabajando en la taberna de su madre y convirtió su casa en un hospedaje, donde residió, entre otros, Phineas Allen, profesor de la Academia de Concord.

El autor de Walden era el tercero de cuatro hermanos (Hellen, John, Henry y Sophia) y el único que pudo permitirse una formación universitaria. Durante su infancia, tuvo mucho contacto con los entornos naturales. El pueblecito de Concord, casi una aldea, era especialmente campestre y estaba rodeado de bosques y huertos. Aunque los Thoreau se mudaron varias veces, se instalaron allí definitivamente en 1826. El pequeño Henry paseaba por los bosques de Walden junto a su abuela y exploraba los campos con su hermano John. La naturaleza exuberante circundaba la sociedad, desde los lagos y bosques cercanos hasta los huertos abandonados que recuperaban un aspecto silvestre, e incluso el mismo río que atravesaba el pueblo y crecía inundando los prados. Durante su juventud, ni siquiera habían llegado aún el ferrocarril ni el telégrafo, que supondrían dos grandes símbolos de progreso.

Se formó estudiando a los clásicos, aprendió desde pequeño latín y griego, pero también algo de francés, alemán y español. Igualmente, en las clases impartidas por Phineas Allen estaban presentes las ciencias naturales. El primer texto cuya autoría se atribuye a Thoreau, cercano a 1827 o 1829, es precisamente un pequeño ensayo sobre las estaciones, en el que las describe en tiempo presente, incidiendo continuamente en un «ahora» que recuerda al concepto de carpe diem.

En 1833, ingresó en la Universidad de Harvard gracias a los ahorros de su familia, que ya veía en él un gran interés por el conocimiento y una capacidad que destacaba entre sus semejantes. Allí profundizó especialmente en el estudio de autores clásicos y de filosofía moral, como lo muestran sus escritos académicos de la época, pero también tuvo una estrecha relación con el profesor y pastor unitario Orestes Brownson. Brownson, como otros intelectuales del momento, intentaba elaborar una propuesta filosófica a la par que religiosa. Defendía una concepción natural de la religión, fundamentada en la naturaleza humana y no en instituciones eclesiásticas ni en textos sagrados. La capacidad espiritual humana no residía, según Brownson, en el mero conocimiento de lo divino ni en la creencia en algo superior, sino en el conjunto de nuestra relación con la existencia, tanto en lo mental como en lo sensible. Puso un énfasis especial en la unión de materialismo e idealismo, y defendió la síntesis de las filosofías de Kant y Locke. Thoreau no solo estudió con él alemán y filosofía (especialmente metafísica), sino que estuvo bajo su tutela durante unas prácticas docentes en Canton, residiendo con su familia, lo que le supuso también un alivio económico.

Con esta influencia filosófica y religiosa, no es de extrañar que Henry Thoreau sintiera gran interés por otro de sus coetáneos: Ralph Waldo Emerson. Este se había mudado a Concord cuando Thoreau estaba en la Universidad de Harvard, y en ese pueblecito conoció a la familia del estudiante. Había sido pastor unitario y había obtenido prestigio por sus sermones y conferencias, pero se separó del cristianismo unitario para desarrollar un pensamiento propio y, como él mismo afirmaba, adaptado a la Nueva Inglaterra del siglo XIX. Expuso los fundamentos del trascendentalismo en un ensayo de 1836 titulado Naturaleza, que Thoreau leyó un año después en la biblioteca de Harvard. Ese año, Emerson intervino para conseguir que la universidad le entregara un premio honorífico a su joven amigo. Sus conversaciones resultaban intelectualmente estimulantes y fructíferas para ambos: para el pupilo, por las grandes ideas que se presentaban ante él; para el mentor, por el ingenio y la capacidad de respuesta de su joven amigo.

No obstante, la tutela de Brownson y Emerson fue solamente una base sobre la que construyó su propia concepción del mundo. Thoreau fue un pensador autónomo, que incluso llegaba a exasperar a Emerson por su estilo e ideas, por mucha amistad que tuvieran. No se conformaba con nada y tendía a discutir cualquier pensamiento. Como ejemplo de ello, su discurso de graduación fue especialmente rebelde y escandaloso, en un estilo irreverente y dado a la oposición, muy característico de sus obras posteriores. En él, expresaba que la defensa de la libertad, como producto de las revoluciones y la independencia de los pueblos (entre ellos, el norteamericano), se había tornado en una búsqueda incesante de la riqueza y en la esclavitud ante la avaricia. Por el contrario, afirmaba, debía invertirse este orden: trabajar un solo día y descansar los otros seis, para dedicarlos a desarrollarnos mejor como humanos.

Ante la sociedad protestante norteamericana, que valoraba el esfuerzo y el trabajo hasta el punto de considerar que el tiempo valía oro (según la máxima de Benjamin Franklin), la crítica de Thoreau era escandalosa o una completa locura. Todo el trascendentalismo era visto, de hecho, como sinónimo de una ocupación inútil propia de un loco; de un lunático, como diríamos en castellano (Thoreau bromea al respecto empleando moonshine, en un sentido semejante, en su texto Noche y luz de luna).

Lejos del ideal del sabio abstraído y encerrado en su biblioteca, Thoreau acostumbraba a salir a pasear por los bosques y reflexionar al aire libre, y se intentó ganar la vida con sus conocimientos. Primero, trabajando como profesor (para lo cual contaba con la recomendación de Orestes Brownson). Sus intentos por dedicarse a la enseñanza se frustraron doblemente: en primer lugar, por un sistema educativo que promovía los castigos físicos y que no aceptó; en segundo lugar, cuando pudo hacerse cargo de la Academia de Concord, por la muerte de su hermano John, con quien impartía clases, en 1842. Tras algunas experiencias más como profesor particular, acabó ganándose la vida como agrimensor, trabajo que mantuvo hasta el final de su vida junto al de escritor y conferenciante.

La filosofía de Thoreau se caracterizó por la centralidad de los elementos naturales, por su preocupación por el entorno y por su profunda reflexión sobre nuestra relación con el mundo. Entre sus primeras obras publicadas encontramos relatos de sus paseos, comentarios sobre historia natural y reflexiones sobre la intervención humana en la naturaleza; pero también traducciones de clásicos, selecciones de autores orientales y poemas sobre temas diversos. En estos escritos, Thoreau va perfeccionando su estilo y encontrando una forma propia de narrar y proponer sus ideas. Dos textos muy representativos de ello son Historia Natural de Massachusetts y Un paseo a Wachusett, publicados, respectivamente, en 1842 y 1843. El primero es, de hecho, una reseña sobre diversos estudios botánicos y zoológicos, pero que añade múltiples reflexiones trascendentalistas. El último es un relato de su excursión, junto a su amigo Richard Fuller, hasta el monte Wachusett, del que posteriormente extraería algunas ideas para su primer libro: Una semana en los ríos Concord y Merrimack.

El proyecto de Una semana cambió mucho desde su origen en 1839 hasta su publicación en 1849. Originalmente, la intención de Thoreau parecía ser escribir un ensayo breve, pero abandonó la idea en 1842, tras la muerte de su hermano, con quien había realizado el viaje en canoa por estos ríos. Retomó el proyecto, esta vez como libro, dos años después, poco antes de mudarse a una cabaña que él mismo construyó junto a la laguna de Walden, a pocos kilómetros del pueblo de Concord. Allí trabajó en el borrador de Una semana. A diferencia de textos anteriores, este contenía una intrincada variedad de descripciones y reflexiones sobre la naturaleza, la vida y la virtud; presentaba un estilo ensayístico en el que tenían cabida la crónica de su viaje, las apreciaciones científicas, los relatos históricos, las creencias religiosas, las referencias sociopolíticas y los juicios morales. Organizados según los días de la semana, cada capítulo ofrece una pluralidad compleja de elementos. La forma en que Thoreau los enlaza a lo largo de un discurso coherente y relacionado con el motivo inicial del escrito, que en este caso es la excursión junto a su hermano, es definitoria de su etapa más madura, aproximadamente desde la década de 1850. Aun así, todavía en este libro se pueden observar partes menos integradas, incluso ensayos completos previamente escritos por el autor e insertados entre el relato de su viaje.

Mientras tanto, Thoreau todavía estaba redactando y revisando el que sería su libro más conocido: Walden (subtitulado por sus editores La vida en los bosques, expresión que él mismo había valorado como posible título, pero que finalmente rechazó), publicado en 1854. Esta obra está centrada en los dos años y dos meses que pasó en los bosques junto a la laguna de Walden, entre 1845 y 1847. Ese retiro fue fructífero no solo para sus escritos, sino también para cambiar sus hábitos y llegar a constituirse como el filósofo y el naturalista que sus vecinos conocieron. En este entorno natural tenía, no obstante, un contacto muy frecuente con la sociedad. El mismo Thoreau escribió en Walden que nunca tuvo tantas visitas como cuando vivía en los bosques. Hasta allí paseaban familiares y amigos, y a veces se encontraba, al llegar a su cabaña, que habían dejado alguna marca o unas ramitas dobladas sobre su mesa.

No obstante, Walden no es solamente un relato de su estancia en los bosques, sino toda una reflexión ética acerca de cómo habitamos y conocemos el mundo. Thoreau transita, a través de sus capítulos, desde la experiencia solitaria hasta el contacto con el entorno y el diálogo con sus semejantes, desde la percepción sutil de los sonidos del bosque hasta el estudio detallado de la profundidad de los lagos y el comportamiento de los animales, desde atender a las mínimas necesidades vitales hasta reflexionar sobre los valores superiores y las leyes divinas. Con todo ello, conforma un texto de múltiples capas del que sus comentadores han trazado muy dispares interpretaciones: tanto una búsqueda espiritual e introspectiva como una propuesta humanista y filantrópica, tanto un elogio de la Naturaleza6 como el relato de un héroe homérico, tanto una defensa de virtudes ideales como una reformulación del espíritu emprendedor estadounidense7. Y, no obstante, por muy dispares que lleguen a ser estas interpretaciones, todas tienen una parte de razón. Walden contiene todos esos elementos, propone todos esos objetivos, y va más allá de ellos. Es un proyecto vital, filosófico y social que invita al lector a mirar más allá de su superficie: como dice Thoreau, a «colocar nuestros pies más abajo atravesando el barro y el fango de la opinión, y el prejuicio, y la tradición, y la desilusión, y la apariencia» (Walden, 97). Nos invita a leer y releer, a trazar múltiples relaciones e interpretaciones, aunque, se lamenta Thoreau, «en esta parte del mundo se considera motivo de queja que los escritos de un hombre admitan más de una interpretación» (Walden, 325).

Pero Walden tiene una carga filosófica que recae, más allá de en qué dirección se interprete, sobre un concepto particular: la sencillez. La sencillez es el gran legado de Thoreau a través de Walden, el concepto que distingue su propuesta de la del resto de trascendentalistas. Thoreau no busca lo ideal, lo perfecto ni lo verdadero sobre todas las cosas; por el contrario, busca lo sencillo, pues en lo sencillo se revela auténticamente lo necesario y verdadero del mundo, sin adornos ni florituras, sin prejuicios ni ambiciones. Para nuestro autor, la sencillez es autoevidente e incontestable.

La sencillez no es mera facilidad, diría Thoreau. Lo fácil para nosotros es lo más accesible y lo más cómodo, pero, no obstante, tenemos muchos lujos, tradiciones y comodidades innecesarios, que complican nuestra vida y nos sumergen en ese fango de opiniones y convenciones sociales que Thoreau quería superar. Por el contrario, la sencillez radica en lo más natural, en lo que responde a necesidades básicas de la forma más inmediata posible, y en los actos que nos permiten desarrollar más plenamente nuestras capacidades. Este desarrollo basado en las capacidades naturales y no en las ambiciones culturales es lo que Thoreau denominará «silvestre» o «salvaje» (wild); un concepto por el que se le ha llegado a considerar una especie de «Diógenes americano»8, un cínico, en el sentido filosófico del término, que busca prescindir de cualquier comodidad civilizada. Si bien Thoreau no fue tan radical en su desprendimiento de lo innecesario como Diógenes de Sínope, su concepción de la sencillez sigue un camino muy semejante, que ensalza la vida misma en todas sus facetas y que elude todo aquello que la enturbie. Lo silvestre para Thoreau representa, en los humanos, esa búsqueda de un comportamiento más vital y menos convencional, que a su vez sirva de sustento para una vida intelectual y espiritual más profunda.

Aunque en Walden el concepto de lo silvestre no está muy presente, e incluso a veces adopta sentidos más comunes, puede deberse a que Thoreau no comenzó a plantearse con más detalle este concepto hasta después de 1850, cuando ya había escrito casi todo Walden. Sin embargo, se convirtió en una idea central de sus obras posteriores, hasta dar título a una de sus conferencias más populares: Pasear, o lo salvaje. Él mismo aclara, en una carta a su amigo Harrison Blake, que esta conferencia estaba dividida en dos partes, y que había ido modificándola desde su primera ponencia, en 1851, con el título Lo salvaje (The wild). De estas conferencias proviene uno de sus últimos ensayos, Pasear, enviado a sus editores en 1862, poco antes de morir, y publicado póstumamente.

Lo salvaje constituye una diferencia sustancial entre el trascendentalismo propuesto por Emerson y el desarrollado por Thoreau. A través de este concepto, Thoreau propuso un estudio de lo natural que profundizaba en el desarrollo particular de la vida, mientras que la naturaleza emersoniana se presentaba como una herramienta para obtener solamente un conocimiento de las leyes superiores e ideales. Esta diferencia llegó a manifestarse en el modo en que ambos autores concebían el conocimiento. Para Emerson, saber era acceder a lo permanente de las cosas, a su ley universal más allá de sus trasformaciones, incluso en contradicción con ellas; Emerson buscaba, como indica Laura Walls, el prototipo de las cosas, un conocimiento puro y digno de un museo, que residía en la idea. Por el contrario, Thoreau rechazaba el saber museístico, incluso llegó a escribir en sus diarios que odiaba los museos y que eran «las catacumbas de la naturaleza» (Diarios I, 464); aborrecía la acumulación enciclopédica del saber y prefería tener conciencia de la incertidumbre, afrontar el conocimiento junto con la ignorancia y la implicación vital del yo en el mundo.

Al igual que el resto de trascendentalistas, Thoreau buscaba esa relación original con el universo de la que hablaba Emerson, entre cuyas influencias se encontraba el concepto alemán de Bildung, contrapuesto a la Kultur o tradición cultural. La Bildung es una cultura autoformada: una autocultura, siguiendo la terminología de Emerson. Pero mientras que Emerson vinculaba tal autocultura con un modelo de conocimiento idealista, Thoreau adoptaba una vía más empírica que ponía en duda el aislamiento del sujeto kantiano y promovía una mayor vinculación práctica y emocional en nuestro conocimiento de la realidad, de forma semejante a autores como Kierkegaard. La Bildung, en este sentido, no consiste meramente en un desarrollo racional del individuo, sino en el desarrollo integral de sus capacidades vitales a través de su conciencia de la realidad.

Lo salvaje thoreauviano está dirigido a este desarrollo de la Bildung frente a la tradición de creencias, saberes y valores. Así, Thoreau opone el mundo salvaje al mundo doméstico. El mundo doméstico está repleto de costumbres, tradiciones y representaciones de los ideales; el mundo salvaje, por el contrario, se caracteriza por la cohabitación misma, cruda y desprovista de moralismos, en la que conocer la vida no es una mera contemplación académica, sino que exige hacerse responsable, desarrollar una cultura propia del individuo que la posee.

Thoreau fue también un ciudadano comprometido, que no predicaba desde el aislamiento social, sino desde la responsabilidad con sus vecinos. Si bien se apresuraba a rechazar toda responsabilidad innecesaria, mínimamente cordial; en sus labores como escritor y conferenciante procuraba aportar una crítica constructiva para la civilización, atendiendo a lo personal y lo social, así como a lo natural y lo convenido, como dimensiones en continuo diálogo. Su división de lo salvaje y lo doméstico tiene como objetivo la reflexión sobre estas conexiones. En algunos textos, como Pasear, centró la atención en lo salvaje; en otros, como Desobediencia civil o La esclavitud en Massachusetts, lo hizo en lo doméstico; pero en ambos casos hay una perspectiva crítica que vincula ambos elementos y los concibe en continua relación. Cuando alaba la Naturaleza, también alaba lo naturalmente humano, lo intrínseco a nuestra existencia en el mundo, frente a aquella segunda naturaleza que hemos creado para suplirla. Los relatos de sus excursiones no solo salen del ámbito de lo civilizado, sino que regresan a él con un informe de todo lo valioso que se encuentra más allá de sí misma. Todo Walden es un proyecto semejante, en el que el propio Thoreau advirtió que pretendía actuar como un gallo, cantando por la mañana para despertar a sus vecinos (Walden, 84).

Esta perspectiva comprometida con la vida natural y social dominó el conjunto de su pensamiento, incluso en sus últimos escritos, mucho más dirigidos al estudio científico de la naturaleza. Este interés no surgió de la noche a la mañana. Walden ya tenía una importante influencia del Cosmos de Alexander von Humboldt e incluía algunas referencias a los estudios de Charles Darwin. Cuando llegó a sus manos el Origen de las especies, Thoreau defendió la evolución frente a sus detractores, entre los que se encontraba Louis Agassiz, profesor de Harvard con quien había colaborado identificando y estudiando diversas especies animales. En una conferencia ante la Sociedad Agrícola del condado de Middlesex, en 1860, se mostró crítico contra la creencia de la generación espontánea, y expuso sus propios estudios acerca de cómo se dispersaban las semillas y por qué brotaban ciertos árboles cuando se talaban otros de distinta especie. Esta investigación, además, venía a cubrir uno de los frentes abiertos por la teoría de la evolución: cómo se distribuyen las especies por diversos territorios.

El interés de Thoreau por los estudios ecológicos derivó en su último gran proyecto, finalmente inacabado: La dispersión de las semillas. Su interés por estudiar la sucesión de las estaciones y el desarrollo de los frutos silvestres, a lo que se dedicó especialmente a partir de 1858, encontró un mayor aliciente en las semillas y las formas en que la propia Naturaleza las dispersa. Pero su enfermedad, en 1861, le obligó a abandonarlo. Thoreau falleció el 6 de mayo de 1862, debido tal vez a la tuberculosis9, cuando apenas había comenzado este proyecto. Este y otros proyectos más centrados en las ciencias naturales, como los Frutos silvestres, quedaron prácticamente en el olvido durante mucho tiempo, hasta la edición de Bradley Dean más de un siglo después, en la década de 1990.

Estos últimos escritos habían sido ampliamente olvidados, si no directamente despreciados, en especial por su viraje científico y más explícitamente empírico, y solo muy recientemente ha surgido cierto interés por las ideas desarrolladas en ellos y por cómo suponen, en algunos casos, una reinterpretación de las obras más clásicas de Thoreau. En otras ocasiones, esta información solo ha reforzado ideas ya presentes entre algunos especialistas. Antes de que se dieran a conocer sus últimos escritos y sus comentarios sobre el Origen de las especies, se especulaba con la posibilidad de esta relación y cómo Thoreau se había anticipado a movimientos como el ecologismo y el conservacionismo medioambiental10. Desde la publicación de estudios que confirmaban que Thoreau conocía la teoría de la evolución de Darwin han aparecido más análisis sobre su compromiso y su aportación a esta11.

Además, sus últimos trabajos han suscitado interpretaciones controvertidas acerca de una cosmovisión aparentemente ecocéntrica que, si bien puede hallarse en algunas partes de Walden, ha sido y sigue siendo puesta en duda por parte de algunos especialistas. Cafaro ha destacado la paradoja de que, pese a hablar tanto de sí mismo en sus obras, Thoreau centrara tanto su atención en los entornos (lo cual se refleja también en los títulos de sus obras). «En una ética de las virtudes medioambientales, la excelencia humana y la excelencia de la naturaleza están necesariamente enroscadas»12, advierte Cafaro. La cuestión ha llevado a la publicación de un volumen recopilatorio con una gran variedad de aproximaciones al problema del entorno en el pensamiento de Thoreau, editado por Richard Schneider bajo el título Thoreau’s Sense of Place. Este ecocentrismo, además, podría estar entremezclado con cierto biocentrismo, ya que el filósofo de Concord no atiende simplemente al lugar, sino al entorno entendido como un entramado silvestre de relaciones vitales en el que incluso lo inerte manifiesta formas y leyes comparables a lo viviente, produciendo revelaciones que no parecerían propias de una existencia ajena a un orden vivo y palpitante. Autores como Philip Cafaro, David Robinson, Laura Walls y Branka Arsić han incidido, en diversos grados, sobre la relevancia de la vida para Thoreau y la interpretación vitalista de sus obras.

LA RELIGIOSIDAD DE THOREAU

Difícilmente se puede enmarcar a Henry Thoreau dentro de una doctrina religiosa específica. Su comprensión de la espiritualidad13 es tan profunda y personal como variadas son sus influencias. Sus referencias a dioses y mitos, a fábulas y leyendas sobre el origen del mundo, o a elementos particulares de la naturaleza, beben de fuentes muy diversas: desde el cristianismo, pasando por las mitologías griega y nórdica, hasta el hinduismo y el budismo. El origen hugonote de su familia, el exilio a raíz de la intolerancia religiosa y los múltiples cultos que empezaban a encontrar su lugar en América tampoco deben obviarse, ya que eran el campo de cultivo en el que Thoreau asimiló todas estas influencias. Tenía un gran interés por las leyendas y los rituales locales, las supersticiones y, en general, las formas espirituales en las que los humanos nos relacionamos con la naturaleza. Thoreau incluso creaba sus propias fábulas, usando símbolos de diversas religiones, para ilustrar sus ideas en sus escritos.

Una de las mayores dificultades para interpretar la espiritualidad de Thoreau reside en que el autor nunca escribió una obra específicamente dedicada a esta cuestión. En algunos escritos encontramos reflexiones más profundas al respecto, como en Una semana en los ríos Concord y Merrimack, donde Thoreau plantea contrastes entre diversas religiones. En algunos casos, estas reflexiones tienden más hacia el debate sobre el culto y sobre qué dogmas se adecúan a la experiencia espiritual. Por ello venera las mitologías que nos aproximan a la realidad humana, falible y llena de vicios, como los relatos de los dioses griegos. «En mi Panteón, todavía reina Pan con su prístina gloria», escribió Thoreau (Una semana, 65).

Branka Arsić ha vinculado esta última afirmación con el posible panteísmo de Thoreau14; no solo por la referencia a Pan, sino porque este dios se relaciona directamente con el vitalismo de nuestro autor. Su apego a lo vital se refleja, entre otros momentos, en su veneración a Pan y en su afirmación de que visita más su templo que el de cualquier otro dios. El panteísmo, más que una concepción de la divinidad como un todo natural, puede entenderse, en el pensamiento de Thoreau, como una veneración religiosa a la vida, a la misma existencia material del mundo y sus leyes naturales15. Esa Naturaleza no es simplemente el todo (pan) del panteísmo thoreauviano, sino el todo vital representado por Pan, dios de la fertilidad y de los rebaños, habitante de los bosques. Para Thoreau, no parece haber una separación explícita entre la materia y la divinidad; ambas pertenecen a una Naturaleza cuyas partes no pueden ser aisladas. En palabras de Arsić: «Al estilo de las filosofías medievales de la univocidad y del panteísmo de Spinoza, en Thoreau la tierra y Dios también se dicen en uno y el mismo sentido para referirse a lo material y encarnado, y para afirmar una creación inmanentemente material»16.

Este panteísmo, apunta Alan Hodder, junto a las referencias a cultos paganos y la importante influencia de las religiones orientales, hicieron que Thoreau fuera visto por muchos como un blasfemo. No obstante, no renunció a formas de religiosidad cristiana, que aparecen en sus textos, ni a la idea de un Dios expresado en singular, como entidad superior. Esto plantea algunas dudas sobre la interpretación panteísta y parece aproximar a Thoreau hacia la concepción de una deidad externa a la Naturaleza divina. Pero, como ya hemos indicado, Thoreau no pretende realizar una defensa coherente y explícita de ninguna doctrina religiosa; a veces habla de Dios y de Cristo, y otras veces de la Naturaleza como una madre.

Algunos trascendentalistas, como el mismo Emerson, estaban directamente relacionados con el cristianismo unitario, que se fundamentaba en el rechazo del milagro, la predestinación y, especialmente, la Trinidad de Dios. Pero Emerson, al proponer el trascendentalismo, había puesto en cuestión algunos preceptos fundamentales para los unitarios, especialmente su negación de la predestinación. Pretendía defender la posibilidad de conocer las leyes que rigen el mundo, los modelos creados por Dios, con la libertad del intelecto humano, mediante lo cual pretendía conciliar la determinación y el libre albedrío.

Pero el discurso de Thoreau nunca se dirigió tan directamente hacia un culto particular. Aunque se refería al culto en sus obras, no lo hacía como un feligrés ni como un creyente, sino como un filósofo que examina críticamente las instituciones eclesiásticas y los dogmas. En sus diarios escribió: «No tengo simpatía por la intolerancia y la ignorancia que hacen distinciones transitorias y parciales y pueriles entre la fe o la forma de fe de un hombre y la de otro, como cristianos y paganos» (Diarios II, 4). Rechazó ser considerado miembro de cualquier Iglesia o culto particular, y en concreto exigió a la First Parish Church, de Concord, que eliminara su nombre de sus registros, negándose igualmente a financiarla y reivindicando que la Iglesia financiara, en su lugar, a los educadores17.

Aunque afirmar una doctrina religiosa en Thoreau es dudoso, hay algunas características distintivas de su religiosidad. Entendió el culto como un acto íntimo, inspirador e irrepetible, que no sigue unos pasos o rituales fijos, sino que se rige por el criterio del éxtasis, y en general de la pasión, que ha de experimentarse profundamente, sin temor. En ocasiones, esta relación entre la euforia y el lamento en sus obras resulta realmente paradójica18; pero Thoreau afrontaba estos devenires pasionales con cierto epicureísmo, intentando extraer y disfrutar lo mejor de cada experiencia, y evitando las preocupaciones innecesarias, pues consideró que toda sensación íntima aparece como una revelación.

Thoreau pensó la espiritualidad como un fenómeno a la vez personal y compartido por la comunidad, pero no dictado dogmáticamente por un predicador. Pues, si bien alabó la labor de los grandes predicadores (aquellos que saben conectar con la necesidad espiritual de la humanidad), también atacó a quienes idealizan tales discursos más allá de la vivencia religiosa y a quienes se limitan a reutilizar discursos dogmáticos que, aunque provengan de predicadores y mesías, ya están vacíos de sentido y solo viven en la tradición. Fue un ferviente crítico de la superstición y de la banalización de la fe; y, si bien se nutrió de muchas tradiciones religiosas, lo hizo desde una perspectiva reflexiva que lleva esas creencias más allá de sí mismas, poniéndolas en relación y analizando qué aportan al individuo. En Una semana observamos particularmente una de las comparaciones más explícitas y definitorias de su pensamiento sobre las religiones: el contraste entre las religiones monoteístas occidentales y las religiones orientales. Aquí, Thoreau analizó con detenimiento la aportación del hinduismo y el budismo para repensar los dogmas cristianos. Leyó concienzudamente las Leyes de Manu, los Vedas, el Purana, el Mahabharata y los Sutras de Buda, entre otros19. Encontró en ellos una sabiduría antigua que consideraba conectada con los grandes fundamentos de las religiones occidentales, pero con un desarrollo mucho más místico e inspirador para su actividad filosófica y poética. Halló también una concepción de la moral mucho más rica y variada que la proveniente de la tradición cristiana. Thoreau alabó el detalle con el que las Leyes de Manu establecen normas para realizar los actos más cotidianos, incluso los que por pudor no se mencionaban en la Nueva Inglaterra de la época.

También fue gran conocedor de la cultura y la religión de los nativos americanos, cuya sabiduría consideraba un saber práctico y vital de la naturaleza, en conexión con las fuerzas cósmicas, con los animales y los vegetales. Uno de los grandes proyectos inacabados, cuyos extensos manuscritos aún no han sido publicados íntegramente (sus Cuadernos indios), versaba precisamente sobre estas culturas.

Thoreau veneraba la figura de Cristo, pero no tanto los cultos cristianos de su época. A propósito de estos, realizó diversas críticas, a menudo centradas en su carácter doméstico, en el pudor, en la superstición o en el alejamiento de la Naturaleza. En contraste, Oriente (y también, en general, el paganismo) se le presentaba como un regreso al orden de la Naturaleza, entendida en su sentido más espiritual como la esencia misma de todo lo existente, su ley interna, el sentido y razón de su devenir. Frente a las convenciones sociales y las costumbres individuales, centradas en dar a la vida propósitos más superficiales, influidos a menudo por la codicia, la mera cordialidad o los prejuicios, Thoreau concebía la Naturaleza como un devenir inocente20, puro a la vez que brutal y desinhibido, cuya necesidad no se permite maldad alguna, y en cuyo seno acoge con equidad extremos como el nacimiento y la muerte, el placer y el dolor.

No obstante, sus ideas sobre la Naturaleza variaron a lo largo del tiempo; su madurez como escritor y como filósofo le condujo a aceptar una variedad más amplia de sentidos en su experiencia de lo natural. La Naturaleza se presenta en muchas ocasiones, sobre todo en Walden y Los bosques de Maine, como un cosmos en sentido clásico. El mismo Thoreau tenía en mente la definición griega del κοσμος como «Belleza, u Orden» (Pasear, 217). Esta concepción obedecía a varias influencias, siendo la más notable la de su mentor, Emerson, quien ya había definido el cosmos como belleza en su ensayo Naturaleza. Sin embargo, Emerson no había hablado tanto del orden. Esta centralidad de la estética es relevante para comprender la diferencia entre la Naturaleza concebida por Emerson y por Thoreau. Si bien ambos se deleitaron en la belleza natural, Thoreau quiso profundizar más en los recovecos de la existencia y del orden de la vida. Para ambos, la belleza provenía de una armonía en el mundo, dirigida por leyes que somos capaces de conocer mediante los sentidos y la inspiración; pero, mientras que su mentor buscaba en la inspiración una verdad absoluta y externa al mismo devenir natural (que llegó a considerar contradictorio y falso), Thoreau ansiaba una reconciliación auténtica entre lo material y lo ideal, una visión que no despreciara ninguna de las dos facetas de la experiencia humana.

Como resultado de este choque, ambos autores concibieron el todo natural de formas ligeramente opuestas. Emerson, a través de un holismo racional, fundamentado en la creencia sobre un orden inteligible de la existencia, acerca del cual no tenemos sino ligeras iluminaciones provocadas por nuestras percepciones comunes; Thoreau, a través de un holismo empírico, fundamentado en la confianza hacia las mismas formas de vida sobre las cuales tenemos experiencia, hacia su eternidad y su trascendencia21. Para Emerson, en consecuencia, la belleza era una manifestación de un orden superior que no vemos, una armonía ideal que debemos buscar más allá de la experiencia; pero Thoreau entendía, por el contrario, que la naturaleza que observamos tiene un orden compartido con lo ideal y no es solamente bella, sino que posee, en sí misma, orden o armonía.

Mentor y pupilo desarrollaron esta concepción a partir de otra influencia de gran relevancia para ambos: Johann Wolfgang von Goethe. En uno de sus primeros ensayos, Historia natural de Massachusetts, Thoreau defendió la idea de una armonía o melodía eterna que se observa en cada uno de los seres naturales, tomando como ejemplo el parecido entre las hojas vegetales y las placas de hielo. Esta comparación guarda una singular semejanza con la concepción de la hoja vegetal como modelo o arquetipo de la vida expuesto por Goethe en el relato de su viaje a Italia (que Thoreau había leído en 1837)22. La referencia a la hoja se repite en Walden, en el capítulo «Primavera», donde Thoreau desarrolló más detenidamente su concepción aludiendo a los múltiples sentidos de las ideas de hoja (leave) y lóbulo en relación con las formas naturales. Este capítulo, a diferencia de gran parte de Walden, resulta especialmente grotesco. Thoreau detalló la descomposición de los elementos naturales, desde la arena y los vegetales hasta los animales muertos, declarando la inocencia y pureza de estos acontecimientos, y su valor para la vida. La naturaleza grotesca se presenta, así, como una parte necesaria de la Naturaleza entendida como orden o cosmos, que no puede suprimirse de la ley universal ni sustituirse por una idealización de la vida. La eternidad, para Thoreau, no es una permanencia inmutable, sino el ciclo de la existencia en constante devenir; y Dios, en este sentido, no es más que la fuerza ordenadora de los ciclos y las estaciones, que solo podemos conocer estudiando con fidelidad su creación.

En un segundo sentido, muy ligado a este interés por los detalles incluso grotescos del devenir natural, Thoreau concibió la Naturaleza como un objeto de estudio científico. En Walden, este sentido se encontraba entremezclado con el anterior, pero después de esta publicación cambió ligeramente su modo de entender las ciencias naturales. Durante la década de 1850 se dedicó a varios proyectos que intentaban continuar lo que había conseguido en los bosques, ocupando la mayor parte de su tiempo con paseos nocturnos y desarrollando una obra que nunca pudo terminar, Luz de luna (Moonlight)23. Durante esta época de sus escritos, la noche aparece como el entorno adecuado para la inspiración y la poesía, para pensar la Naturaleza y conectar con lo divino que esconde. Thoreau intentó continuar este proyecto en varias ocasiones, pero acabó abandonándolo definitivamente en 1860 (fecha de los últimos manuscritos relacionados con este proyecto). Por esas fechas, ya estaba inmerso en estudios mucho más científicos de la naturaleza que, a diferencia de lo que se observa en Walden (y en los manuscritos de Luz de luna