Escritos políticos - Thomas Jefferson - E-Book

Escritos políticos E-Book

Thomas Jefferson

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Beschreibung

Este libro recoge una selección de escritos y cartas de Thomas Jefferson que cubre más de cincuenta años de vida activa, hasta su muerte en 1826. En este período ocupó un sitio central en la política de la nueva república: representante de su estado (Virginia) en la convención de 1776, cuando redactó la Declaración de Independencia, gobernador de Virginia y coordinador de la comisión de reforma legal de dicho estado, embajador en París, ministro y vicepresidente de los primeros gobiernos, y a partir de 1800, tercer presidente de Estados Unidos. Los escritos que son parte de dicha actividad política que resultó decisiva en la configuración de Estados Unidos (la Declaración de Independencia; la separación de Iglesia y Estado; la oposición a Hamilton y los federalistas con la defensa de la autonomía de los estados) constituyen hitos centrales en su trayectoria. Junto con Franklin, Washington y Hamilton, Jefferson es una de las figuras de referencia en el establecimiento de la versión estadounidense de la cultura política de la modernidad.

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Seitenzahl: 1256

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Thomas Jefferson

Escritos políticos

Declaración de Independencia, Autobiografía, Epistolario…

Edición y estudio preliminar de

JAIME DE SALAS

Traducción de

ANTONIO ESCOHOTADO y MANUEL SÁENZ DE HEREDIA

Contenido

Estudio preliminar

1. La configuración de la nueva república (1774-1784)

A) Declaración de independencia

B) Proyecto de ley sobre la libertad religiosa

C) Otros proyectos de ley

D) Notas sobre Virginia

2. Interludio (1784-1789): embajador en París

3. Ideología y política (1789-1800)

4. El ejercicio del poder y sus limitaciones (1801-1809)

A) La compra de Luisiana y el nacionalismo de Jefferson

B) La presidencia de Jefferson y el surgimiento del tribunal supremo como instancia independiente

Bibliografía

ESCRITOS POLÍTICOS

Autobiografía

Declaración de los representantes de los Estados Unidos de América [Declaración de Independencia]

Las anotaciones

Diario de viaje

Notas de un viaje de París a las regiones meridionales de Francia y las septentrionales de Italia en el año 1787

Notas de viaje para Mr. Rutledge y Mr. Shippen, 3 de junio de 1788

Un ensayo tendente a facilitar la enseñanza del anglosajón y los dialectos modernos de la lengua inglesa, para uso de la Universidad de Virginia

Bosquejos biográficos de hombres famosos

Notas sobre Virginia

Escritos oficiales

Visión sucinta de los derechos de la América Británica, 1774

Proyecto de ley sobre libertad religiosa, 1779

Informe del Gobierno para el territorio occidental, 22 de marzo de 1784

Opinión sobre la cuestión de si el Presidente debería vetar el proyecto de ley declarando que la sede del Gobierno se trasladará al Potomac en el año 1790, 15 de julio de 1790

Documento sobre los derechos a navegar por el Misisipi, 18 de marzo de 1972

Opinión sobre la cuestión de si los Estados Unidos tienen derecho a renunciar a sus tratados con Francia, o a suspenderlos hasta que se establezca el Gobierno de ese país, 28 de abril de 1793

Informe sobre los privilegios y restricciones del comercio de los Estados Unidos en países extranjeros, 16 de diciembre de 1793

Borrador de las Resoluciones de Kentucky, 1798

Alocución inaugural a los ciudadanos, 4 de marzo de 1801

Primer mensaje anual al congreso, 8 de diciembre de 1801

[Réplica a los] sres. Nehemiah dodge, Ephraim Robbins y Stephen S. Nelson, Comité de la Asociación Bautista de Danbury, en el Estado de Connecticut, Washington, 1 de enero de 1802

[Alocución a los indios], Washington, 7 de enero de 1802

Segundo mensaje anual, 15 de diciembre de 1802

Tercer mensaje anual, 17 de diciembre de 1802

Cuarto mensaje anual, 8 de noviembre de 1804

Segundo discurso inaugural, 4 de marzo de 1805

A la asamblea general de Carolina del Norte. Washington, 10 de enero de 1808

A la sociedad de Tammany, u Orden de Columbia, n.° 1, de la ciudad de Nueva York. Washington, 29 de febrero de 1808

Octavo mensaje anual, 8 de noviembre de 1808

Epistolario

Cartas

a John Harvie. Shadwell, 14 de enero de 1760

a John Page. Fairfield, 23 de diciembre de 1762

a John Page. Williamsburg, 7 de octubre de 1763

a Robert Skipwith. Monticello, 3 de agosto de 1771

al Dr. William Small. 7 de mayo de 1775

al Sr. John Randolph. Filadelfia, 29 de noviembre de 1775

a Francis Eppes. Filadelfia, 15 de julio de 1776

a John Fabroni. Williamsburg, 8 de junio de 1778

al coronel James Monroe. Monticello, 20 de mayo de 1782

a François Jean, Caballero de Chastellux. Ampthill, 26 de noviembre de 1782

a Martha Jefferson. Annapolis, 22 de diciembre de 1783

al coronel Monroe. París, 17 de junio de 1785

al Dr. Price. París, 7 de agosto de 1785

al Conde de Vergennes. París, 15 de agosto de 1785

a la Sra. Trist. París, 18 de agosto de 1785

a Peter Carr. París, 19 de agosto de 1785

a John Jay (Confidencial). París, 23 de agosto de 1785

a James Madison. París, 20 de septiembre de 1785

al Sr. Bellini. París, 30 de septiembre de 1785

a Hogendorp. París, 13 de octubre de 1785

a J. Banister, Jr. París, 15 de octubre de 1785

al reverendo James Madison. Fontainebleau, 28 de octubre de 1785

al Sr. A. Stuart. París, 25 de enero de 1786

al Sr. Wythe. París, 13 de agosto de 1786

a la Sra. Cosway. París, 13 de octubre de 1786

a James Madison. París, 16 de diciembre de 1786

a Monsieur De Crèvecoeur. París, 15 de enero de 1787

al coronel Edward Carrington. París, 16 de enero de 1787

a James Madison. París, 30 de enero de 1787

a Martha Jefferson. Aix-en-Provence, 28 de marzo de 1787

a Martha Jefferson. Tolón, 7 de abril de 1787

a T. M. Randolph, Jr. Aix-en-Provence, 6 de julio de 1787

a Edward Carrington. París, 4 de agosto de 1787

a Peter Carr. París, 10 de agosto de 1787

a John Adams. París, 13 de noviembre de 1787

al coronel Smith. París, 13 de octubre de 1787

a James Madison. París, 20 de diciembre de 1787

al coronel Carrington. París, 27 de mayo de 1788

a E. Rutledge. París, 18 de julio de 1788

al Sr. Cutting. París, 24 de julio de 1788

a James Madison. París, 31 de julio de 1788

a James Madison. París, 18 de noviembre de 1788

al Dr. Price. París, 8 de enero de 1789

a Francis Hopkinson. París, 13 de marzo de 1789

a James Madison. París, 15 de marzo de 1789

al coronel Humphreys. París, 18 de marzo de 1789

al Dr. Willard. París, 24 de marzo de 1789

a Monsieur de St. Étienne. París, 3 de junio de 1789

a John Jay. París, 24 de junio de 1789

a John Jay. París, 29 de junio de 1789

a Thomas Paine. París, 11 de julio de 1789

a John Jay. París, 19 de julio de 1789

a James Madison. París, 6 de septiembre de 1789

a María Jefferson. Nueva York, 11 de abril de 1790

a Thomas Mann Randolph. Nueva York, 30 de mayo de 1790

a John Garland Jefferson. Nueva York, 11 de junio de 1790

al Conde de Moustier. Filadelfia, 3 de diciembre de 1790

a Martha Jefferson Randolph. Filadelfia, 23 de diciembre de 1790

al Mayor L’enfant. Filadelfia, 10 de abril de 1791

a Thomas Mann Randolph. Bennington, en Vermont, 5 de junio de 1791

a T. M. Randolph. Filadelfia, 3 de julio de 1791

a John Adams. Filadelfia, 17 de julio de 1791

a William Short. Filadelfia, 28 de julio de 1791

a Martha Jefferson Randolph. Filadelfia, 15 de enero de 1792

al Presidente de los Estados Unidos [George Washington]. Filadelfia, 23 de mayo de 1792

al Presidente de los Estados Unidos. Monticello, 9 de septiembre de 1792

a William Short. Filadelfia, 3 de enero de 1793

a James Madison. Filadelfia, 9 de junio de 1793

al Presidente de los Estados Unidos. Filadelfia, 31 de julio de 1793

a John Adams. Monticello, 25 de abril de 1794

a Tench Coxe. Monticello, 1 de mayo de 1794

a James Madison. Monticello, 28 de diciembre de 1794

a Monsieur D’invernois. Monticello, 6 de febrero de 1795

a Mann Page. Monticello, 30 de agosto de 1795

a George Wythe. Monticello, 16 de enero de 1795

a Phillip Mazzei. Monticello, 24 de abril de 1796

a James Madison. Monticello, 1 de enero de 1797

a Elbridge Gerry. Filadelfia, 13 de mayo de 1797

a Elbridge Gerry. Filadelfia, 26 de enero de 1799

a Edmund Pendleton. Filadelfia, 29 de enero de 1799

a Edmund Randolph. Monticello, 18 de agosto de 1799

al Dr. Joseph Priestley. Monticello, 18 de enero de 1800

al Dr. Joseph Priestley. Monticello, 27 de enero de 1800

al Dr. William Bache. Filadelfia, 2 de febrero de 1800

a Samuel Adams. Filadelfia, 26 de febrero de 1800

al Dr. Benjamín Rush. Monticello, 23 de septiembre de 1800

a T. M. Randolph. Washington, 19 de febrero de 1801

a John Dickinson. Washington, 6 de marzo de 1801

al Dr. Joseph Priestley. Washington, 21 de marzo de 1801

a Robert R. Livingston. Monticello, 9 de septiembre de 1801

al Dr. Benjamin Rush. Washington, 21 de abril de 1803

al general Horatio Gates. Washington, 11 de julio de 1803

a Wilson C. Nicholas. Monticello, 7 de septiembre de 1803

a Jean-Baptiste Say. Washington, 1 de febrero de 1804

al juez John Tyler. Washington, 28 de junio de 1804

a Los Jefes De La Nación Cherokee. Washington, 10 de enero de 1806

a John Norvell. Washington, 11 de junio de 1807

al gobernador James Sullivan. Washington, 19 de junio de 1807.

a Monsieur Du Pont De Nemours. Washington, 14 de julio de 1807

al Príncipe Regente De Portugal. Washington, 5 de mayo de 1808

a Thomas Jefferson Randolph. Washington, 24 de octubre de 1808

a Thomas Leiper. Washington, 21 de enero de 1809

a M. Henri Grégoire, Obispo Y Senador En París. Washington, 25 de febrero de 1809

a Monsieur Du Pont de Nemours. Washington, 2 de marzo de 1809

a Los Habitantes Del Condado De Albemarle, En Virginia. Monticello, 3 de abril de 1809

a John Wyche. Monticello, 19 de mayo de 1809

al Dr. B. S. Barton. Monticello, 21 de septiembre de 1809

al Reverendo Samuel Knox. Monticello, 12 de febrero de 1810

al general Thaddeus Kosciusko. Monticello, 26 de febrero de 1810

al gobernador John Langdon. Monticello, 5 de marzo de 1810

al gobernador John Tyler. Monticello, 26 de mayo de 1810

al coronel William Duane. Monticello, 12 de agosto de 1810

a J. B. Colvin. Monticello, 20 de septiembre de 1810

al Dr. Benjamin Rush. Monticello, 16 de enero de 1811

al coronel William Duane. Monticello, 28 de marzo de 1811

al Dr. Benjamin Rush. Poplar Forest, 17 de agosto de 1811

a John Adams. Monticello, 21 de enero de 1812

a James Maury. Monticello, 25 de abril de 1812

a John Melish. Monticello, 13 de enero de 1813

al coronel William Duane. Monticello, 22 de enero de 1813

a John Adams. Monticello, 27 de mayo de 1813

a John Adams. Monticello, 27 de junio de 1813

a Isaac McPerson. Monticello, 13 de agosto de 1813

a John Adams. Monticello, 13 de octubre de 1813

a John Adams. Monticello, 28 de octubre de 1813

a Thomas Law, esq. Poplar Forest, 13 de junio de 1814

a John Adams. Monticello, 5 de julio de 1814

a Edward Coles. Monticello, 25 de agosto de 1814

a Peter Carr. Monticello, 7 de septiembre de 1814

al Dr. Thomas Cooper. Monticello, 10 de septiembre de 1814

a Samuel H. Smith, esq. Monticello, 21 de septiembre de 1814

a William Short, esq. Monticello, 28 de noviembre de 1814

al Marqués de Lafayette. Monticello, 14 de febrero de 1815

a James Maury. Monticello, 15 de junio de 1815

a Albert Gallatin. Monticello, 16 de octubre de 1815

al coronel Charles Yancey. Monticello, 6 de enero de 1816

a Charles Thomson. Monticello, 9 de enero de 1816

a Joseph C. Cabell. Monticello, 2 de febrero de 1816

a Mr. Joseph Milligan. Monticello, 6 de abril de 1816

a John Adams. Monticello, 8 de abril de 1816

a John Taylor. Monticello, 28 de mayo de 1816

a Samuel Kercheval. Monticello, 12 de julio de 1816

a John Adams. Monticello, 1 de agosto de 1816

a Charles Thomson. Monticello, 29 de enero de 1817

al Barón Alexander Von Humboldt. Monticello, 13 de junio de 1817

a Monsieur Barbé De Marbois. Monticello, 14 de junio de 1817

a Nathaniel Burwell, esq. Monticello, 14 de marzo de 1818

a John Adams. Monticello, 13 de noviembre de 1818

al Dr. Vine Utley. Monticello, 21 de marzo de 1819

a Mr. Laporte. Monticello, 4 de junio de 1819

a William Short. Monticello, 31 de octubre de 1819

al Dr. Thomas Cooper. Monticello, 13 de marzo de 1820

a John Holmes. Monticello, 22 de abril de 1820

a William Short. Monticello, 4 de agosto de 1820

a John Adams. Monticello, 15 de agosto de 1820

a John Adams. Monticello, 12 de septiembre de 1821

a James Smith. Monticello, 8 de diciembre de 1822

a Robert Walsh. Monticello, 5 de abril de 1823

a John Adams. Monticello, 11 de abril de 1823

al general Samuel Smith. Monticello, 3 de mayo de 1823

a James Monroe, Presidente de los Estados Unidos. Monticello, 24 de octubre de 1823

a Monsieur A. Coray. Monticello, 31 de octubre de 1823

al Marqués De Lafayette. Monticello, 4 de noviembre de 1823

a Jared Sparks. 4 de febrero de 1824

a Mr. David Harding, Presidente de la Sociedad Jeffersoniana para el Debate de Hingham. Monticello, 20 de abril de 1824

al Comandante John Cartwright. Monticello, 5 de junio de 1824

a Henry Lee. Monticello, 10 de agosto de 1824

a John Adams. Monticello, 8 de enero de 1825

a Thomas Jefferson Smith. Monticello, 21 de febrero de 1825

a Henry Lee. Monticello, 8 de mayo de 1825

a Ellen W. Coolidge. Monticello, 21 de agosto de 1825

a [¿George Washington Lewis?]. Monticello, 25 de octubre de 1825

a James Madison. Monticello, 17 de febrero de 1826

a James Heaton. 20 de mayo de 1826

a Roger C. Weightman. Monticello, 24 de junio de 1826

Índice de interlocutores de Jefferson

Créditos

ESTUDIO PRELIMINAR

Thomas Jefferson y la cultura política moderna1

Por Jaime de Salas

Desde un punto de vista académico, un estudio preliminar puede tener utilidad al acercar la figura de un autor al lector. Al redactar éste, tengo conciencia de estar presentando y glosando una de las figuras que mejor hablan por sí solas al lector de hoy. Se sitúa al principio nuestro período de política moderna y expresa con envidiable precisión creencias que nos corresponden como ciudadanos de un Estado moderno. Estamos ante un gran comunicador que acierta no sólo en la expresión literaria de sus ideas, sino en presentar creencias y aspiraciones que son inherentes a nuestra condición de hombres modernos.

Thomas Jefferson nació en 1743 en Virginia. Hijo de un terrateniente de Virginia, al cumplir los veintiún años heredó varias propiedades, a las que se añadirían otras de su mujer, convirtiéndose en un propietario importante. Estudio leyes y practicó como abogado, pero de 1769 a 1776 perteneció a la cámara de burgueses del estado de Virginia hasta que ésta se cerró por orden del gobernador británico. Su primer trabajo de importancia fue Visión sucinta de los derechos de la América británica, de 1774. Representó su estado en los dos Congresos Continentales que organizan la resistencia a la Corona británica, redactando en 1776 el borrador de la Declaración de independencia. En 1779 es elegido gobernador de Virginia, donde trabaja de una manera muy destacada en la reforma de la legislación del estado. En 1782 enviudó y en 1784 comenzó su estancia en Europa, sobre todo en Francia, donde fue nombrado embajador de su país ante la corte francesa. Ratificada la constitución en 1789, vuelve y es nombrado secretario de Estado en el primer gobierno de Washington. En 1794 se retira a Monticello, su finca en Virginia. En 1796 vuelve a la política como vicepresidente del segundo presidente de Estados Unidos, John Adams. Encabeza lo que será el partido republicano, que resistirá a los federalistas y acabará ganando las elecciones presidenciales, dando su discurso inaugural en 1801. Es reelegido presidente en 1805, y en 1808 se retira definitivamente. Murió en 1826. Su vida sigue el decurso de la nueva república, en la que tuvo una intervención central.

Si nos aproximamos a la figura de Thomas Jefferson, en su conjunto hay que partir de que ante todo fue un político moderno por antonomasia, es decir, ilustrado, parlamentario y demócrata. No debe uno limitarse a su pensamiento, que se encuentra ya definido en sus rasgos principales en el momento de la redacción de la Declaración de independencia. Nos encontramos más bien ante el desarrollo de una vida en la que el político se va produciendo de manera distinta ante una coyuntura cambiante. A lo largo de su trayectoria, su instalación en el poder efectivo le va transformando: una es la situación de quien buscó definir la nueva realidad institucional que emerge de la guerra contra la Corona británica; otra, la del político que, de hecho, encabeza el partido de la oposición para ganar la campaña electoral de 1800, y, finalmente, una tercera, la de quien ejerce el poder supremo como tercer presidente de la nueva república. Debemos tener en cuenta que esta trayectoria refleja algo distinto de una mera contribución a la historia de las ideas políticas. Es una aportación personal al contexto cultural propio de unas prácticas políticas nuevas. Su mayor logro no es su incidencia en la historia de la filosofía política, sino el hecho de que una acción política con una dimensión ideológica clara contribuye a una realidad nueva.

En su día hubo una cátedra en la licenciatura de Ciencias Políticas titulada «Historia de las ideas y formas políticas». De lo que se trataba no era de las ideas políticas sin más, sino de la interacción de ideas y formas efectivas de organización política. La trayectoria de Thomas Jefferson es importante porque es representativa de un caso en que la influencia entre ideas y formas es más inmediata y más clara: Estados Unidos debe mucho de su realidad institucional a quienes, como generación y partiendo de ideas ilustradas, le dieron la constitución que, con enmiendas, todavía está vigente, y empezaron a hacer política efectiva a partir de ella. Jefferson, junto con Madison, Washington y Hamilton, ocupa un lugar destacado en este momento tan decisivo. Fue una de las primeras veces en que se creó una sociedad política moderna con su constitución, partidos y elecciones.

Se pueden distinguir tres fases de su trayectoria en que la relación del pensador ilustrado con la práctica política varía:

— La primera época se caracteriza sobre todo por: Visión sucinta de los derechos de la América británica; la Declaración de independencia; el trabajo legislativo que lleva a cabo en Virginia, que incluye los proyectos de ley: Proyecto de ley para la mayor difusión del conocimiento, Proyecto de ley sobre la libertad religiosa y los proyectos que establecen la anulación de encomiendas y mayorazgos. Finalmente, hay que incluir en este período el estudio Notas sobra Virginia. Lo característico es justamente la continuidad entre un ideario ilustrado y una acción política fundamentalmente legislativa, propia de una realidad como la de Estados Unidos, que se encontraba en su momento de constitución. En general es el período más importante de su producción desde el punto de vista específico de la historia de las ideas. El ideario ilustrado, que nunca abandonó, se formula de una manera más contundente en el período constituyente justamente porque se trataba de construir un nuevo edificio.

Entre este tiempo de actividad política directa y el segundo, se abre un período de cinco años, cuando viaja a Europa y sobre todo ocupa la embajada estadounidense en París. Fue un período muy importante de su formación al permitirle conocer el viejo continente de primera mano, establecer contactos con intelectuales franceses y asistir a la toma de la Bastilla y el comienzo de la Revolución francesa, pero, al estar distante de las instancias de toma de posición en Estados Unidos, no se da la misma proyección que caracteriza las otras épocas.

— La segunda época cubre el período de su incorporación al gobierno bajo la presidencia de Washington hasta su elección como tercer presidente de Estados Unidos (1790 a 1801). Mientras que los redactores de la constitución entendían que el nuevo orden consistiría en el gobierno de los mejores, la sociedad estadounidense en estos años descubre la realidad de la lucha política de una democracia que requiere bandos que reflejen las distintas opciones políticas que se abren a una sociedad. Frente a las previsiones de los padres constituyentes, aparecen partidos de los que uno, el republicano, es el que abandera el propio Jefferson. Las diferencias políticas apuntan a visiones de la realidad social e intereses con cierta independencia del valor de las personas, el criterio que se pensó originariamente que seguiría el electorado estadounidense al votar. Hay verdaderas alternativas de poder y el mundo político estadounidense se presenta como dividido entre los partidarios de un país fundamentalmente agrario y orientado hacia la expansión en el oeste, y los de una sociedad cuya riqueza proviene del comercio y que se orienta hacia el Atlántico. La Revolución francesa tiende a aumentar esta división del país con sus seguidores y sus detractores. La acción de Jefferson en este período fue aglutinar en torno a su figura una de las corrientes que eventualmente predominará en la política estadounidense.

— Finalmente, el tercer período es el de sus dos presidencias (1801-1809). Consigue el mayor éxito político, la aniquilación del partido de la oposición como una fuerza electoral. Resultó un presidente que actuó atendiendo a los intereses de la nación, dejando parcialmente de lado la ideología y ateniéndose en conjunto a lo que indicaba la constitución. El resultado es un gobierno que consagra el principio de modestia en lo que respecta al poder ejecutivo, limitando la deuda pública pero acertando al promover decisivamente la expansión de la nación con la incorporación del territorio de Luisiana, que prácticamente duplica la extensión de la república. El ideario afirmado desde la oposición se lleva a cabo en el gobierno de una forma bastante coherente, pero, al mismo tiempo, en el conjunto su gestión es acorde con el nacionalismo, que también defendía el partido federalista desde el principio de la vida de la sociedad estadounidense bajo la constitución.

Jefferson vivió casi veinte años más y su producción, fundamentalmente epistolar, es congruente con la posición que había mantenido toda su vida. Hace algunas aportaciones interesantes; por ejemplo, la misma autobiografía que se incluye en este volumen y la colección de recuerdos, sus ideas para lograr representatividad del sistema republicano o sus trabajos a favor del sistema educativo de Virginia, que culminaron en la puesta en marcha de la Universidad de Virginia, en Charlottesville, en 1819. Pero lo decisivo de su producción se encuentra en las realizaciones de los años de ejercicio del poder.

Para medir la importancia de esta trayectoria hay que valorar lo que significó la revolución de Estados Unidos y la primera constitución escrita de la modernidad. Efectivamente, Jefferson contribuyo a una tarea que antes que individual fue colectiva, la de instaurar un nuevo orden político2, incluso una nueva cultura política, por mucho que tuviera claros antecedentes en el parlamento inglés. Su importancia se mide por el hecho de que contribuye a hacer eficaz un ideario ilustrado, de forma que se unen en él la visión progresista con la acción eficaz. En la medida en que esta acción no sólo se concreta en acciones, sino que se comunica consiguiendo entendimiento entre los electores, Jefferson se convierte en el prototipo del político moderno. El mismo hecho de la publicidad ante la opinión pública es decisivo. Pero además esta publicidad presenta —incluso es parte de— un ideario ilustrado que determina que esta comunicación sea persuasiva. Antes de Jefferson figuran en los manuales de historia reyes, validos, generales, revolucionarios convertidos en dictadores, primeros ministros ingleses, incluso su precursor como primer presidente de Estados Unidos, George Washington. Todos ellos ejercieron el poder con éxito. Pero el éxito de nuestro autor fue propio del momento y lugar, marcando un nuevo listón en una política dirigida hacia la opinión pública y animada por propósitos ilustrados que hoy siguen teniendo vigencia. Finalmente fue elegido tercer presidente de Estados Unidos, que ya de por sí es la consagración de un político, pero destaca por haber expresado desde el principio de su trayectoria los ideales de la ilustración que habían de configurar la nueva república de Estados Unidos.

Para entender su enorme importancia podemos decir que él, con su generación, protagonizó la política de la nueva república en su momento constituyente: como escritor de panfletos, autor de la Declaración de independencia, redactor de leyes, gobernador de Virginia, embajador de su país en París, ministro de Estado bajo el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, vicepresidente bajo el segundo, John Adams, hasta convertirse él en el tercer presidente de la nueva república, estuvo en el centro de la vida política. La combinación que encarnó fue única: un político de primera línea ejercitando el poder en un momento constituyente y, a la vez, proyectándose en la opinión con escritos que en muchas ocasiones dan sentido a la configuración institucional de la nueva república incluso hasta nuestros días.

Pero al mismo tiempo, si tuvo el mérito de atenerse en todo momento a sus principios, se debe añadir que éstos aparecen frecuentemente, a un espectador alejado del momento, mediatizados por la pasión y la parcialidad de quien lucha por tener la opinión pública de su lado. Esta lucha también está inevitablemente presente en una democracia moderna y determina que la trama resultante sea un producto híbrido de oportunidad y de lealtad, del interés y del principio. Jefferson tiende, como todo político progresista, al exceso ideológico, pero a la vez siente la necesidad de ajustar esa propensión de acuerdo con las necesidades de la coyuntura.

Así, suya es la tesis de que un derramamiento de sangre riega el árbol de la libertad3 y su partidismo a favor de la Revolución francesa desconoció voluntariamente los excesos de ésta4. Su partido logró organizar una maquinaria electoral, asociaciones, incluso órganos de opinión que vertebraron un nuevo espacio para la vida política. Mas esto se consiguió desde una ideología que muchas veces voluntariamente no tuvo en cuenta algunas dimensiones de la realidad social. Por ello, su mayor mérito para su país fue el de mantener una actividad acorde con el patriotismo y que respetaba la constitución. Frente a los totalitarismos que empañan la modernidad y las ideologías de las que derivan, los posibles excesos de Jefferson no afectan la obra de una figura que fundamentalmente practicó el juego democrático hasta el punto de que su mismo éxito fue una forma de legitimar aquél5. Veremos que, si bien su triunfo sobre los federalistas fue completo, conserva de éstos no sólo el nacionalismo, sino el respeto por el tercer poder, el poder judicial, y, aunque a regañadientes, el acatamiento del tribunal supremo que a lo largo de los últimos doscientos cincuenta años ha sido un factor fundamental en el desarrollo institucional de Estados Unidos.

Por otro lado, la aplicación de un ideario ilustrado pudo llevarle a mantener posiciones distintas a lo largo de los años según fuera cambiando la coyuntura política. Veremos que, siendo presidente, se esforzará por afirmar el ejecutivo hasta llevar a cabo medidas que en otros períodos desde su oposición difícilmente hubiera aceptado. La misma complejidad de la política hace que haya que sopesar distintos principios a la hora de realizar decisiones.

Para valorar mejor la importancia de esta obra, es necesario remitirse al sentido de la modernidad en política. En la medida en que se está inmerso dentro de un proceso histórico, los personajes son personajes de transición. El caso de Jefferson no es una excepción. Pero se distingue por representar la llegada a un nuevo nivel en la modernización de la política, y este nivel se caracteriza por el hecho de que la evolución de Estados Unidos constituyó un proceso constituyente, pactado con los distintos estados, que da paso a una constitución que la sociedad estadounidense sigue hasta hoy. La obra de Jefferson, más que contribuir a ese proceso, debe entenderse como parte integral y representativa de él.

La realidad política de la modernidad se caracteriza por dos procesos paralelos: el progresivo aumento de poder del Estado de forma que éste puede y debe realizar cada vez más prestaciones. Sólo a partir de las grandes revoluciones del siglo XVIII, la noción de ingeniería social se vuelve factible. Aparece así la posibilidad de una política interior de redistribución y seguridad social que hubiera sido inconcebible en el contexto de una sociedad tradicional.

Paralelamente a esto se da un segundo proceso, que se puede denominar de progresiva emancipación del individuo. Esta emancipación no se puede entender sólo como la adquisición de derechos políticos, sino como la creación de un tipo de personalidad que debe gestionar su propia vida en un entorno no estamental. La sociedad moderna da posibilidades y, a la vez, exige del individuo una competencia social para la administración de las mismas. Ello determina que, en lugar de encontrarse enmarcado en un contexto social preexistente con deberes y derechos delimitados, el hombre moderno se encuentra con la doble necesidad de utilizar su poder como principio de su propia trayectoria social y, a la vez, encontrar para su acción los valores y fines que puedan justificar su propia existencia. El nacionalismo y la lealtad a colectivos «imaginarios» constituyen una opción real en este contexto, que puede, en mayor o menor medida, compensar el acendrado individualismo que la emancipación, la liberación del peso de la convención y las posibilidades de la modernidad ocasionan.

El papel del individuo se puede apreciar de la siguiente manera. En la Edad Moderna la vida social se densifica. No se trata sólo de que se cuente con más cultura, sino que el papel preponderante de la convención, como una herencia cerrada del pasado destinada a repetirse en el presente, es sustituida por un uso distinto del lenguaje, en el que, aunque convencional en su origen, permite en mucho mayor medida al individuo pensar, tomar decisiones y, en definitiva, actuar en situaciones nuevas, creando para sí su propio mundo. Ya no se trata de aplicar el lenguaje a las contingencias, sino de reconocerse uno a sí mismo como agente que se proyecta en la situación siguiendo sus posibilidades. El individuo tiene que progresivamente hacerse cargo de sí, en cierta medida elegirse. La cultura del entorno se flexiona en las perspectivas individuales antes que repetirse de generación a generación y de individuo a individuo. Correlativamente, el hombre moderno tiene que contar con el mundo imaginario de lo que todavía no es, es decir, el futuro, que individual y colectivamente depende de él. Para ello, se puede guiar por lo que denomino ideología. No nos encontramos en un eterno presente, sino en la trama de una historia que se presenta siempre por hacer. La cultura tiene que utilizarse para hacer frente a las contingencias que van surgiendo. Hay que resolver nuevos problemas o mejorar las soluciones encontradas previamente.

El ideario político ilustrado es consustancial a este proceso. La comunicación, que es propia de la vida social, ahora tiene que permitir que los individuos se reconozcan entre sí mismos como agentes y entiendan que colectivamente tienen que resolver unos problemas comunes. Antes que actuar de acuerdo con convenciones o apoyarse en la voluntad preestablecida de quien manda, hay que resolver problemas que se plantean a la opinión explícitamente. Puede haber dudas académicas sobre la libertad que pongan en tela de juicio la realidad del libre albedrío. Pero hay un hecho previo y de gran importancia social, que es el que nosotros contamos con esa misma libertad, anterior a cualquier reflexión filosófica que emprendamos para encontrar su justificación. Forma parte del acervo de nuestros hábitos como ciudadano, consumidor o persona adscrita a una carrera profesional. Y encuentra confirmación permanente en la realidad de nuestras transacciones con el mundo.

Este proceso se extiende a lo largo de varios siglos de la Edad Moderna y de manera progresiva va afectando a diversos estratos de la población. En Europa se da con procesos creativos como la secularización del pensamiento o la asunción de la legitimidad social de la Corona por el Estado liberal. En estos casos la modernización adquiere un cariz dialéctico por reformular a nivel colectivo el pasado en un contexto nuevo. En el caso de Estados Unidos, la realización de un proyecto ilustrado no encuentra tantas resistencias culturales. Por ello, en poco tiempo y con relativa claridad se logra una cultura política a la altura de la constitución, es decir, se logra una política moderna que representa la figura de Jefferson.

¿Qué es lo que se instaura? Un orden político y la cultura que la corresponde, inspirados en unas creencias ilustradas.

Podemos resumir la posición política de Jefferson como la puesta en práctica de un ideario ilustrado:

1. Confianza en el individuo en tanto que ser racional y autónomo y, por tanto, capaz de decidir su propio destino. Como corolarios de esta confianza figuran la libertad de pensamiento y la relevancia de la deliberación pública.

2. La no aceptación como válidas de las diferencias del Antiguo Régimen de tres estados, con la implícita superioridad de la aristocracia y el clero sobre el pueblo llano. Igualdad, por tanto, de todos ante la ley.

3. La soberanía reside en el pueblo, que es la última instancia de legitimidad. Los representantes elegidos deben proponer sus programas y dar cuentas de su gestión.

4. Las leyes son el resultado de la deliberación y acuerdo libre de los individuos y deben respetarse hasta que no se estatuyan otras.

5. Pero las leyes deben estar supeditadas a la voluntad política. Ésta puede cambiar en cualquier momento de acuerdo con las necesidades de las circunstancias.

6. Ni el Estado ni las leyes constituyen fines en sí. Debe mantenerse sólo en la medida en que sea necesario. El momento fundamental es el constituyente. Por ello mismo hay que sospechar de la autoridad y buscar aliviar en todo lo posible la carga fiscal.

7. El pleno desarrollo del hombre se consigue por una educación adecuada.

8. El conocimiento científico da pie a la técnica que permite utilizar la naturaleza en beneficio del hombre.

A ello hay que añadir la importancia de la opinión pública en una sociedad moderna que ya había percibido Hume y que pesa de manera decisiva en la época de Jefferson. Se trata del medio en el que la política en última instancia transcurre. Para caracterizarla, en primer lugar hay que partir de la idea de que la sociedad se autodetermina. Apoyándose en una constitución, los representantes del pueblo dictan sus leyes de acuerdo con las necesidades del momento. Lo importante es que estos representantes aúnen la atención por las posibilidades y necesidades de la coyuntura con una conciencia de aquellos valores que la sociedad debe consagrar.

La atención a la opinión pública es fundamental. De hecho, en la medida en que los políticos proponen, son a la vez educadores e incluso seductores. Influyen y a la vez acatan la opinión de los electores, pero el hecho es que se añade una nueva dimensión a la política. Una cosa es la política entendida como el ejercicio del poder público, que siempre ha existido de una u otra forma, y otra es una política que depende de una opinión pública configurada para responder a las circunstancias. Independientemente de las necesidades de la gestión, se entiende que la política trata de cuestiones de interés común que deben solucionarse públicamente. Ciertamente son los representantes quienes toman las decisiones, pero hay una opinión pública que debe tenerse en cuenta. En toda sociedad aquélla ha pesado pero generalmente se ha limitado a ser una instancia que sólo se hace notar en situaciones muy concretas, cuando el poder del gobernante traspasa una determinada línea o, por el contrario, cuando de una forma palmaria beneficia a la comunidad con la justicia o la victoria militar. En cambio, una política moderna se caracteriza sobre todo por depender de la opinión pública en las elecciones, en las que los políticos dan cuenta y proponen a sus electores, y por ello es objeto de la atención constante por parte de los políticos. La opinión pública se está formando permanentemente como el trasfondo de las decisiones de aquéllos. El ideario ilustrado de Jefferson no sólo tiene una determinada plausibilidad en sí mismo, sino que apunta a esta opinión pública, que se encuentra en constante proceso de formación.

Jefferson no sólo acata estos puntos del ideario ilustrado, sino que los invoca y expresa de una forma precisa. Son creencias en el sentido orteguiano del término, es decir, tesis que enmarcan e incluso fundan nuestro comportamiento sin que se dé un proceso previo de cuestionamiento y validación. Estas creencias presiden su práctica política dentro de las exigencias concretas de cada caso, si bien, como hemos de ver a continuación, su comportamiento no se reduce a una aplicación pura de estos principios, sino que más bien constituye un esfuerzo por remitirse a este ideario a la vez de tener en cuenta la circunstacia. Incluso se dan casos en que se aparta momentáneamente de aquél. El ideario ilustrado se encarna en la acción dándole un valor axiológico. Por ello no se le puede ver al político ilustrado, a Jefferson, como un político aventurero o un honrado administrador de lo que había previamente. Como progresista, entiende que la realidad tiene que seguir la idea, aunque al mismo tiempo su genio político consistió en la capacidad de percatarse de las posibilidades e incluso las exigencias de la realidad. Más que un practicante de la política, se parece más a Julio César, al que Ortega concede un determinado nivel intelectual, extraordinario entre los políticos de profesión6.

Estas creencias se aplican en la vida política de la nueva república de una forma más depurada en Estados Unidos que en Europa. Sin embargo, no dejó de haber antecedentes y un entorno cultural que gravaba, sobre todo, el proceso de constitución de la república estadounidense. La experiencia política bajo la Corona británica tuvo para su formación una dimensión importante. Como virginiano puede contar con una práctica de autogobierno en cuestiones locales bajo sucesivos gobernadores de la Corona británica, que le preparó a él y a su estado para una política democrática a nivel federal. Hay que añadir que el nacionalismo, la conciencia de nación, fue fundamental en la práctica política de Jefferson por mucho que se identificara en varios momentos de su carrera con su estado natal, Virginia. A Tocqueville le impresionó el hecho de que Estados Unidos se encontraba lejos de Europa y, por tanto, no expuesta a invasiones, como los países de la Europa continental lo estaban. Sin embargo, esta perspectiva puede perder de vista hasta qué punto el nacimiento de la nueva república fue un acto que dependía de un contexto internacional: la declaración de Independencia fue redactada para dar a conocer internacionalmente la posición de los colonos y recabar para ellos el apoyo que tanto la Corona francesa como la española acabarán aportando, además del crédito en Ámsterdam necesario para financiar la guerra. Posteriormente, los intereses comerciales conducirán a los federalistas a buscar un tratado comercial con Inglaterra, mientras que el resentimiento por el hecho claro del dominio inglés de los mares provocará, por parte de Jefferson y los republicanos, el embargo comercial y posteriormente, ya retirado Jefferson, en 1812 una nueva guerra con Inglaterra. Jefferson, como tendremos ocasión de ver, defendía un modelo de sociedad distinta de la inglesa, una sociedad de granjeros y no de comerciantes, y para ello la expansión hacia el oeste constituía un hito importante, hasta tal punto que la compra de Luisiana, que dobló prácticamente la extensión de Estados Unidos, fue uno de los logros de su presidencia. Y ello fue el resultado de una negociación con Francia7.

Como se ha observado muchas veces, el ideario democrático de Jefferson no se extiende ni a las mujeres ni a los negros, donde su posición fue al principio claramente partidaria de la superación de la esclavitud pero con el tiempo se sumió en una actitud aquiescente de la situación del momento. Incluso en lo que respecta a los indios no hay propiamente respeto, sino una clara conciencia de representar un estadio superior de civilización.

Con todo hay que reconocer que, en conjunto, su aportación a la implantación del ideario ilustrado en Estados Unidos fue grande, tanto en su primera época como, en realidad, en las siguientes.

Pasemos a comentar con mayor detalle los tres períodos antes enumerados.

1. LA CONFIGURACIÓN DE LA NUEVA REPÚBLICA (1774-1784)

En un momento constituyente en que la realidad social de Estados Unidos no había encontrado su forma definitiva, es la expresión más pura de la voluntad de reforma y la confianza básica en la naturaleza humana que ha caracterizado la concepción ilustrada de la realidad.

Podemos distinguir dentro de este período varios escritos:

A) Declaración de independencia.

B) Proyecto de ley sobre la libertad religiosa.

C) Otros proyectos de ley: Proyecto de ley para la mayor difusión del conocimiento, y los proyectos que establecen la anulación de encomiendas y mayorazgos.

D) Notas sobre el estado de Virginia, para la expresión del ideario de Jefferson con respecto a la virtud de la agricultura, la creencia en Dios y la esclavitud.

A) DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA

Mientras que Visión sucinta de los derechos de la América británica era un documento que, dos años antes, había buscado el reconocimiento por parte de la Corona británica de los derechos de las colonias, la Declaración de independencia constituye un paso irrevocable por el que los colonos se presentan en abierta y completa rebeldía. Los delegados del segundo congreso continental firmaron este documento, que buscaba el reconocimiento de los insurgentes por parte de los países neutrales. El panfleto de 1774 había pedido la intercesión del rey cerca de sus ministros para que atendiesen a las peticiones de los colonos; ahora ya no se ponía por escrito el desacuerdo entre las partes, sino se afirmaba la escisión definitiva entre el rey y los colonos insurgentes. Es un documento político firmado por todos los representantes de los trece estados insurrectos8. Jefferson, además, da a la declaración una forma razonada, casi forense, que determina que se constituya en un alegato donde la conclusión se encuentra avalada por los argumentos presentados. No es el punto de partida para una negociación, sino más bien el paso definitivo que se toma cuando se comprende que las hostilidades no admiten ya negociación de ninguna clase. Pero, sobre todo, es un documento fundacional firmado por todos los asistentes a la convención continental y, como tal, símbolo de la unidad que se plasma en un documento específico. Hay que tener en cuenta que entre los firmantes había representantes de muchas confesiones, incluida la católica9, ya que en este documento la apelación a la divinidad es lo suficientemente imprecisa para que todos se puedan identificar con ella. La acción política que representa la rebelión contra la Corona se emprende desde la convicción de que los derechos naturales han sido establecidos por Dios, y el hombre debe actuar en conformidad con ellos. De hecho, Jefferson mantuvo la misma concepción de Dios providente a lo largo de su carrera10.

Sin embargo, es característica de la vida de Estados Unidos que este documento, y sobre todo el celebre segundo párrafo, ha sido un texto donde sucesivas generaciones de estadounidenses se han mirado y reconocido.

Entendemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales; que su creador les ha provisto de derechos inalienables, que entre éstos se encuentran el derecho a la vida; a la libertad y a la felicidad; que para lograr estos derechos se han instituido gobiernos entre los hombres que derivan el poder que les corresponde del consentimiento de los gobernados.

No creo que se dé en ninguna otra sociedad una atención tan grande a un texto político que refleja no siempre lo que la sociedad estadounidense de hecho ha sido, pero sí lo que quiere ser y lo que espera de su proceso político. Al mismo tiempo, lo importante no es tanto lo que demuestra el texto, sino el asentimiento que logra al expresar una pretensión irrenunciable del hombre moderno. Tal es el genio de Jefferson.

En principio, recuerda a Locke en la medida en que entiende que la legitimidad de los gobiernos se encuentra condicionada por asegurar que los derechos naturales de los hombres se cumplan11. Sin embargo, la exégesis académica ha relativizado la impronta del autor de El segundo tratado de gobierno. Garry Wills ha atribuido un peso a los autores escoceses de la segunda mitad del siglo XVIII que han defendido una visión más abierta al prójimo de los derechos mencionados, rectificando la visión más egoísta que se desprende de Locke12. Es una discusión que sigue abierta y que la posición del propio Jefferson en otros textos tampoco ayuda a dirimir concluyentemente.

En realidad, el sentido del texto está suficientemente definido para lograr el asentimiento del lector no versado en historia de la filosofía política, pero su misma ambigüedad resulta una ventaja en la medida en que permite la aceptación del mismo por varias razones. Yarborough menciona tres «pasiones» que podrían encontrarse satisfechas:

el deseo egoísta de una vida confortable y segura, un orgullo legítimo y democrático ante la capacidad del ser humano de autogobernarse moral y políticamente y la pasión social —no egoísta— a favor de la benevolencia13.

Se podrían añadir otras: el orgullo de que en muchos sentidos el país ha respondido a estas exigencias en su desarrollo institucional, y la esperanza de que lo siga haciendo en el futuro.

Lo importante es la oportunidad de un texto que puede orientar al individuo en aquello que la política tiene que conseguir. El propio Jefferson, comentando al final de su vida la Declaración de independencia, mantiene lo siguiente:

No se trata de encontrar nuevos principios, o nuevos argumentos, recién descubiertos, ni de decir simplemente cosas que no se hubieran dicho antes, sino de exponer ante la humanidad el sentido común de la cuestión en términos llanos y firmes que lograran su asentimiento y justificaran la posición de independencia que nos vimos obligados a adoptar. Sin pretensión de originalidad en sus principios ni en sus sentimientos, mas no copiada de ningún escrito previo en particular, su intención era expresar la opinión americana y dar a esa expresión el tono y el espíritu que la ocasión exigía. Toda su autoridad emana por consiguiente de la armonización de las opiniones de su tiempo, expresadas en conversaciones, en cartas, en ensayos impresos o en libros elementales de derecho público, como Aristóteles, Cicerón, Locke, Sydney, etc.14

Es un texto que busca ante todo el consenso y el asentimiento de aquellos a quienes se dirige. Nos encontramos ante la expresión de creencias participadas. Los miembros del segundo congreso continental lo aceptaron como representando la posición de todos y cada uno. Podemos lamentar su falta de ambición teórica, pero debemos sobre todo pensar que en el orden práctico la Declaración de independencia constituye una subida de nivel participativa y democrática acorde con la trayectoria constituyente del congreso continental.

Jefferson mantuvo la creencia en las ideas que el documento sontiene hasta el final de su trayectoria. En su última carta, puede producirse con el mismo espíritu con que había redactado el documento inicialmente: Jefferson se excusa por no estar presente en las celebraciones del cincuentenario del documento.

Ojalá sea para el mundo lo que creo que habrá de ser (en algunas partes antes, en otras más tarde, pero finalmente en todas), una señal para que los hombres rompan las cadenas con que la ignorancia y la superstición monacal les habían inducido a aherrojarse y asuman las bendiciones y la seguridad del autogobierno. El sistema que hemos instituido restaura el libre derecho al uso ilimitado de la razón y de la libertad del hombre. Todos los ojos están abiertos, o se están abriendo, a los derechos del hombre15.

B) PROYECTO DE LEY SOBRE LA LIBERTAD RELIGIOSA

Pertenece a la etapa en que Jefferson fue gobernador de Virginia. Este proyecto de ley, propuesta y rechazada a nivel estatal en 177916 y aprobada en 1787, marcó el camino por donde posteriormente derivó la constitución de Estados Unidos con la primera enmienda, y en última instancia y sobre todo a partir de los años cuarenta del siglo pasado, el conjunto de la sociedad estadounidense. En este tema, la idea de que la libertad religiosa y el no establecimiento de una religión como la oficial eran factibles. El caso de la vecina Pensilvania lo mostraba. No propusieron legislación sin tener en cuenta las posibilidades de la realidad social.

Aparte de la importancia histórica del texto, Jefferson muestra una vez más su capacidad de síntesis en la presentación de sus argumentos:

[...] ningún hombre será compelido a frecuentar o mantener cualquier culto religioso, lugar o ministerio, ni será forzado, restringido, molestado, o gravado en su cuerpo o en sus bienes, ni sufrirá de otro modo, por sus opiniones o creencia religiosa; sino que todos los hombres serán libres de profesar y mantener por argumentación sus opiniones en materias de religión, y que esto para nada disminuirá, aumentará o afectará sus capacidades civiles17.

Jefferson recurre a varios caminos de argumentación en los considerandos que componen el cuerpo del texto. Siguiendo el comentario de Wills, se puede distinguir entre los deberes y derechos de la conciencia, el bien de las iglesias, y el interés público18. Desde los tres puntos de vista se debe mantener la libertad religiosa:

En lo que respecta a la libertad de conciencia, se entiende que la elección de religión es solidaria con la tesis de que el mundo ha sido creado por un Dios racional y bueno, pues ha sido dispuesto para obtener tal reconocimiento. Correlativamente a este hecho, el hombre recibe esta libertad para afirmar su naturaleza en la búsqueda del principio supremo. Dios sería el garante de la confianza ilustrada en la razón, y la imposición de una religión desconoce tanto la dignidad del hombre como el designio del creador. Positivamente se aprecia que la dignidad del hombre exige que cada cual pueda en su fuero interno llegar a sus propias conclusiones. La fuerza de la posición de Jefferson se deriva sobre todo de la contundencia de sus creencias en la ilustración.

En lo que respecta al bien de las iglesias, nuestro autor condena la utilización interesada de las instituciones para mantener una jerarquía social, cuando de lo que se trata es de la realización del hombre como ser racional. Se encuentra en este contexto el observador ilustrado de las prácticas religiosas que derivan frecuentemente en la superstición, sobre todo, o el entusiasmo. Por el contrario, los individuos deben pagar los servicios del pastor en que decidan confiar y éste, por su parte, distinguirse con su ejemplo. De no hacerlo así, se estaría utilizando la religión o aceptando que otros la utilicen con fines espurios. En todo ello habría desconocimiento de un derecho natural del hombre.

En último lugar, haciendo referencia al interés público: negativamente es un derecho que se puede conceder, pues las autoridades tienen medios para reprimir cualquier desorden o crimen que se pudiera derivar de ello. Positivamente, defiende la posibilidad de lograr acuerdos consensuados independientemente de la creencia religiosa de los ciudadanos. El Estado puede no tener en cuenta esas creencias. En definitiva, cada individuo, por el mero hecho de ser racional, tiene derecho a intervenir en el Estado y ello es conveniente para el bien común.

Cuando redactó la propuesta de ley que venimos comentando, su posición era mucho más radical. Lo atestigua el escepticismo que pone de manifiesto Notas sobre Virginia, obra redacta pocos años después.

No parece suficientemente erradicado el error de que las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, están sujetos a la coacción de las leyes. El caso es que los gobernantes no tienen autoridad sobre esos derechos naturales, salvo que se la hayamos cedido. Los derechos de la conciencia nunca se los cedimos, nunca podríamos. [...] Los poderes legítimos del gobierno sólo se extienden a los actos que lesionan otros. Pero no me hace daño que mi vecino diga que hay veinte dioses o ningún Dios. Ni me saca dinero del bolsillo ni me rompe la pierna [...]. La razón y el libre examen son los únicos Agentes eficaces contra el error19.

Es importante añadir que su posición, sobre todo en lo que respecta a tesis estrictamente teológicas, evoluciona sin llegar a contradecir lo que acabamos de exponer, principalmente en el período de su presidencia de Estados Unidos. En lo que respecta a la noción de Dios, niega la Trinidad, de forma que el Dios creador y ordenador del Universo no se puede identificar con la figura histórica de Jesús. Pero valora la figura de éste como reformador moral. Sería incluso superior a Sócrates20. Su predicación le llevó a la cruz, pero en realidad ha sido traicionado por los clérigos de distintos momentos que han actuado en su nombre sin atender a sus verdaderas enseñanzas.

Le coloco [a Jesús] entre los más grandes reformadores de la moral y azote de los clérigos de todos los tiempos. No descansaron hasta haberle silenciado con la muerte. Sus enseñanzas prevalecieron sobre el judaísmo a la larga. Pero los clérigos han logrado reconstruir el edificio que destruyó tan lucrativo, tan aplaudido, y tan imponente como el anterior para hacer instrumentos de riqueza, poder y preeminencia en su propio beneficio.

Ante este escenario Jefferson decía que sólo le quedaba llorar ante la locura de los hombres21. Llegó a redactar dos antologías del Nuevo Testamento, donde ponía en valor el ejemplo moral de la figura de Cristo.

Sin embargo, en lo que respecta a la religión como culto organizado, se guiaba sobre todo por el respeto que le infundía la personalidad de sus representantes. Jefferson anticipaba con razón que el desestablecimiento haría más fuerte la vida religiosa de la sociedad estadounidense, pero, aun no siendo así, entendió que se evitaría la degradación que la colusión entre Iglesia y Estado comportaría22. No es contrario a la existencia de las iglesias y apoya a varias de distintas denominaciones, pero piensa que el mismo pluralismo es beneficioso. De esta forma, en el discurso inaugural de su presidencia mantiene que los ciudadanos pueden dirigirse al futuro, entre otras cosas,

iluminados por una religión benigna, profesada y practicada, desde luego, en formas diversas pero que incluyen todas honestidad, veracidad, templanza, gratitud y amor al hombre; reconociendo una omnipotente Providencia, que en todos sus dones prueba gozar con la felicidad del hombre aquí y su mayor felicidad después [...]23.

En este sentido, prefigura lo que se ha dado en llamar religión civil, que es característica de la sociedad estadounidense.

Uno de los puntos más notables es que las iglesias deberían ser sociedades de adhesión voluntaria. Como hombre ilustrado, busca para la sociedad un ámbito común y consensuado que es alcanzable desde distintas religiones e incluso desde posiciones laicas. La abstracción de la actuación política de los fundamentos religiosos es relativa, pero en último caso importante, porque ambos ámbitos tienen su valor propio. De esta forma se da pie a una sociabilidad independiente de la adhesión a una cultura religiosa. La misma naturaleza, tal y como ha sido creada por Dios, es suficiente:

Al ser la práctica de la moralidad necesaria para el bien de la sociedad, nuestro creador ha tenido cuidado de imprimir sus preceptos de forma indeleble en nuestros corazones de forma que las sutilezas de la mente no las pueden borrar24.

En este punto, Jefferson se opone a cualquier visión teocéntrica y, como corresponde a un ideario ilustrado, afirma la completa suficiencia de la naturaleza.

C) OTROS PROYECTOS DE LEY

Los textos incluidos en éste y el anterior apartado fueron redactados en el período en que Jefferson como gobernador de Virgina interviene en la reforma jurídica de dicho estado. Constituyen una buena expresión de lo que un ilustrado pretende con la política. El Proyecto de ley sobre la libertad religiosa hace cuerpo con las propuestas 20 y 22, que suprimían los mayorazgos y los fideicomisos25. Acompañaban una propuesta de enseñanza laica, como la Pars destruens, que debía de dar paso a una Pars construens. La idea original de Jefferson sería sustituir la obra pedagógica de la Iglesia con un sistema de enseñanza que asumiría directamente el Estado26. Ello se añadiría a otras medidas, como la ampliación del número de electores mediante la distribución de tierras, la abolición de la esclavitud, y el mismo desestablecimiento de la iglesia anglicana27. Es especialmente importante en este contexto el Proyecto de ley para la difusión del conocimiento, el número 79, que se redactó al mismo tiempo que el Proyecto de ley sobre la libertad religiosa28. Fundamentalmente busca Jefferson planear una educación primaria y secundaria —dedicará otro proyecto para la reforma de su College of William and Mary— para lograr la formación de los mejores ciudadanos para la política, como expone en el preámbulo de dicha ley. El desarrollo con la descripción de las escuelas y de su currículum es muy detallado. En conjunto Jefferson consta como partidario de la planificación e intervención estatal en la educación. Este proyecto no se llevó a cabo, mientras que los proyectos que establecen la anulación de fideicomisos y mayorazgos fueron decisivos para que no se perpetuara una aristocracia terrateniente en todo el país. Pues fueron imitados en otros estados con el paso del tiempo.

D) NOTAS SOBRE VIRGINIA

Las notas fueron elaboradas por Jefferson en 1781 a petición de un diplomático frances, el Marqués de Barbé-Marbois29, que se dirigió a personas de varios estados para conocer mejor sus recursos. Se trata de un documento donde Jefferson contesta a veintitrés cuestiones con mucho detalle. Era una investigación que se ajustaba a la vertiente naturalista de Jefferson y que también cuenta con la ayuda de informantes sobre varios extremos: «descripción de las minas y demás riquezas subterráneas; sus árboles, plantas y frutos»; «número de habitantes»; «número y condición de la milicia y tropas regulares, y su paga». Todo entraba dentro de una concepción ilustrada del saber.

Al mismo tiempo es el texto más largo de los escritos por Jefferson y constituye una fuente sobre sus posiciones en torno a distintas cuestiones. Ya hemos mencionado su posición sobre la religión. Además se desarrollan dos puntos importantes: su posición con respecto a la esclavitud y su valoración positiva de la vida de agricultor.

En lo que respecta a la esclavitud, Jefferson era propietario de esclavos. Heredó treinta, y de la herencia de su suegro le llegaron ciento treinta y cinco más. Es probable que, viudo, tuviera una relación con una de ellos, Sally Hemmings, de la que tuvo un hijo30. Los comentarios de las Notas sobre Virginia son categóricamente contrarios a la institución.

Pues si un esclavo puede tener un país en este mundo, será cualquiera en vez de aquél donde nació para vivir y trabajar para otro, donde hubo de encadenar las facultades de su naturaleza, esforzarse hasta donde podía por borrar la raza humana [...], ¿pueden considerarse aseguradas las libertades de una nación cuando suprimimos su única base firme, que es un convencimiento de ser esas libertades el don de Dios?, ¿que no deben violarse sino provocando su ira? Tiemblo ciertamente por mi país cuando pienso que Dios es justo, que su justicia no puede quedar adormecida para siempre [...]31.

Sin embargo, comprendía que la economía de Virginia dependía de la esclavitud, y en conjunto su posición fue la de quien entiende que era un mal por el momento necesario.

En lo que respecta a la vida rural, el elogio que hace de ella en las Notas sobre Virginia es, en parte, la explicación de su posición política posterior en el momento de su enfrentamiento con los federalistas. Jefferson entiende que la nueva república es fundamentalmente una sociedad que debe vivir de la agricultura y no del comercio, pues ésta es la que permite la mayor perfección al hombre.

Los que trabajan la tierra son el pueblo elegido de Dios, si alguna vez hubiese elegido a un pueblo, depositando en su pecho la virtud sustancial y genuina. Son el foco donde se mantiene vivo ese fuego sagrado, que en otro caso podría escapar la superficie de la tierra. La corrupción moral del conjunto de los cultivadores es un fenómeno del que no existe ejemplo en ninguna era o nación. Pero esta corrupción es el signo de quienes no miran hacia el cielo y se apoyan en su propio suelo e industria —como hace el campesino— sino que depende para la subsistencia de los accidentes y capricho de los clientes. La dependencia engendra servilismo y venalidad, ahoga el germen de la virtud y prepara instrumentos adecuados a los designios de la ambición. [...] Es mejor transportar provisiones y materiales a nuestros trabajadores que llevar a éstos a las provisiones y materiales, y con ellos a sus costumbres y principios. La pérdida que acarrea el transporte de mercancías a través del Atlántico se compensará con la felicidad y la permanencia del gobierno. El populacho de las grandes ciudades añade al apoyo del gobierno puro lo que las llagas a la fuerza del cuerpo humano. Son las maneras y espíritu de un pueblo lo que preserva una república. Su degeneración es un cáncer que pronto consume hasta el final sus leyes y su constitución32.

2. INTERLUDIO (1784-1789): EMBAJADOR EN PARÍS

El período parisino fue para Jefferson muy importante. Tuvo la oportunidad de viajar, además de encontrarse como embajador en una de las ciudades más importantes culturalmente del momento. Pero, a efectos de este relato, lo decisivo son las reacciones que muestra ante los acontecimientos políticos en su país.

Desde luego, como consta en su Autobiografía, se encuentra opuesto a los Artículos de la Confederación vigentes desde la revolución y, por tanto, conforme a una reforma constitucional. Veía problemas en la financiación del gasto público.

El defecto fundamental de la Confederación era que el Congreso no estaba autorizado para actuar inmediatamente sobre el pueblo y mediante sus propios funcionarios. Su poder era solamente requisitorial, y dichas requisiciones se dirigían a los diversos legislativos (de los estados) para ser llevadas a cabo sin otra coerción que el principio moral del deber. De hecho esto permitía la negativa de cada legislativo a cualquier medida propuesta por el Congreso33.

Además temía que dieran lugar a enfrentamientos entre estados que le recordaban a la situación de la Grecia clásica34. Asimismo pesa en él la dificultad de llevar a cabo una política exterior en el marco de una república confederada35.