Escuchando al corazón - Jules Bennett - E-Book
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Escuchando al corazón E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Ya no era dueña de sus sentimientos. Royal, Texas, era el lugar ideal para que Ryan Grant, una estrella de los rodeos, cambiase de vida y le demostrase a Piper Kindred que era la mujer de sus sueños. Cuando esta corrió a cuidarlo después de que él sufriese un accidente de coche, Ryan se dio cuenta de que seducir a su mejor amiga iba a ser mucho más fácil de lo que había pensado. Sin embargo, Piper sabía que era probable que Ryan quisiera volver a los rodeos, y que corría el riesgo de que le rompiese el corazón. No podía permitirse enamorarse de un vaquero…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Escuchando al corazón, n.º 117 - mayo 2015

Título original: To Tame a Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6378-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Prólogo

Veinte años antes

Piper Kindred estaba harta de que la despreciasen chicas que pensaban que solo merecía la pena hablar del color de su brillo de labios y de dónde se compraban la ropa. Y también estaba harta de que los chicos, que no sabían cómo tratarla y por eso no le hacían caso, le faltasen al respeto.

No encajaba en ninguna parte y por eso odiaba el colegio. Había cambiado de centro y todavía no tenía amigos, y si el resto del tercer curso iba a seguir siendo así, prefería estar en casa montando a caballo o aprendiendo a atrapar becerros con una cuerda.

Llevaba dos días soportando burlas en los recreos y aquel no iba a ser distinto.

–Mira qué cinturón lleva.

–¿Y cómo se puede llamar Piper? ¿Qué nombre es ese?

–¿Has visto su pelo? Parece un payaso.

Piper puso los ojos en blanco. Aquellas chicas estaban consiguiendo ponerla nerviosa, pero no iba a permitir que lo supiesen.

No era la primera vez que se metían con su pelo y su ropa. Le gustaban la franela y las botas, al fin y al cabo, era hija de Walker Kindred. ¿Es que nadie sabía que era toda una leyenda? Qué tontos. Ni siquiera sabían que su padre era famoso.

¿Y por qué no se olvidaban de su pelo? Aunque fuese naranja y rizado, no tenían por qué reírse de él. A ella le gustaba ser diferente a todas las demás.

–No les hagas caso.

Piper, que estaba en la zona de juegos, se giró y vio a un chico que le sacaba por lo menos una cabeza. Tenía el pelo moreno y despeinado y los ojos azules más brillantes que había visto nunca. E iba vestido con una camisa de franela. Era evidente que eran los dos únicos niños que merecían la pena del colegio.

–No les hago caso –le respondió ella, levantando la barbilla de manera desafiante–. Ni me importan esos niños asquerosos, ni este tonto colegio.

Él se echó a reír.

–Soy Ryan Grant. He pensado que a lo mejor estabas cansada de jugar sola y querías un amigo.

–Pues no. Esos perdedores no tienen ni idea de lo increíble que es mi cinturón –dijo Piper–. Me lo regaló mi padre después de ganar el título de la PRCA el año pasado.

El chico retrocedió y arqueó las cejas.

–¿Tu padre ha ganado el título de la PRCA?

–Sí.

Él sacudió la cabeza.

–No hace falta que mientas para hacer amigos.

Piper puso los brazos en jarras y fulminó con la mirada a aquel niño tan pesado.

–No tengo que mentir porque mi padre es el mejor del mundo. No hay un potro salvaje que no pueda montar.

O tal vez sí, pero su padre seguía siendo el mejor.

–¿Cómo se llama tu padre? –le preguntó Ryan con escepticismo.

–Walker Kindred.

Ryan se echó a reír.

–Es mentira.

–Me da igual lo que pienses. Yo me llamo Piper Kindred y Walker es mi padre. Y estoy segura de que tú no sabes nada de rodeos. Es probable que ni siquiera sepas lo que quiere decir PRCA.

–Asociación de Vaqueros de Rodeo Profesional –contestó él rápidamente–. Y conozco a Walker Kindred.

–Entonces, ¿por qué dices que estoy mintiendo?

–Porque… eres una chica. Y nunca he conocido a ninguna chica que sepa de rodeos.

Ella se preguntó por qué los niños eran tan tontos.

Suspiró y deseó que se terminase el recreo para poder volver a clase y concentrarse en su trabajo, y para que el día se terminase cuanto antes.

–Da igual –comentó–. Si vas a ser igual de estúpido que el resto, no me importa lo que pienses.

Él se cruzó de brazos y sonrió.

–De acuerdo, tú me has hecho una pregunta, ahora te voy a hacer yo otra a ti, a ver si eres capaz de responderla.

Piper no podía más, así que cerró el puño y le golpeó la nariz. Ryan aterrizó en el suelo y ella le dijo:

–No tengo tiempo para imbéciles que piensan que soy una mentirosa. He crecido en los circuitos de rodeo, Walker es mi padre y, si quieres decir alguna otra estupidez, te daré otro puñetazo.

Ryan sacudió la cabeza y se puso en pie. Sorprendentemente, estaba sonriendo.

–Das buenos puñetazos… para ser una chica.

Piper lo fulminó con la mirada, a pesar de que, al parecer, acababan de hacerle un cumplido.

–¿Quieres que quedemos después de clase? –le preguntó Ryan, llevándose la mano a la nariz para ver si estaba sangrando.

Piper supuso que se acababa de forjar un vínculo entre ambos, así que asintió.

–De acuerdo, pero no pienses que por ser una chica no sé nada de rodeos.

Ryan se echó a reír.

–No te preocupes, pelirroja.

Ella suspiró, oyó el timbre y fue hacia clase.

Si lo peor que le decía Ryan era pelirroja, tal vez se convirtiese en su único amigo.

Capítulo Uno

Piper Kindred miró con incredulidad el coche deportivo de color negro. Se le encogió el corazón y sintió náuseas. No era posible.

Cielo santo. No podía ser una casualidad. El coche estaba destrozado y había cristales en la carretera, alrededor del BMW, que estaba del revés y que había chocado contra un camión.

Como paramédico, Piper había visto muchos accidentes y horribles escenas, pero nunca había sentido tanto miedo como al ver aquel coche… Era el coche de su mejor amigo, Ryan Grant.

La ambulancia acababa de detenerse cuando ella se bajó con su maletín en la mano y echó a correr. Era noviembre y el sol le calentó la espalda mientras se acercaba al lugar del accidente.

El médico que había en ella estaba deseando atender a las víctimas, la mujer que era tenía miedo de lo que iba a encontrarse.

Una vez más cerca, clavó la vista en el interior del vehículo y se sintió aliviada al verlo vacío. Ryan no se había quedado atrapado en él, pero ¿cuál sería el alcance de sus heridas?

Oyó las sirenas de las ambulancias, la policía y los bomberos a su alrededor y buscó a Ryan con la mirada, esperando verlo sentado en la parte trasera de una ambulancia con una placa de hielo en la cabeza, pero su deber era asistir a quien la necesitase… no buscar a las personas que eran más importantes para ella.

Se aproximó al camión, alrededor del cual había más policías, y vio a un grupo de hispanos desaliñados, con cortes y hematomas, y no pudo evitar preguntarse qué estaban haciendo allí.

No obstante, se acercó al grupo de mujeres y hombres. Algunos estaban llorando, otros tenían la cabeza agachada y gritaban palabras que ella no pudo entender, aunque era evidente que estaban asustados y enfadados.

Piper pasó junto a dos policías uniformados y oyó las palabras «ilegal» y «FBI». Y supo que aquello era algo más que un desafortunado accidente.

Un segundo después oyó a otro policía preguntarse cómo era posible que hubiese tantos polizones en aquel camión, pero Piper se dijo que su trabajo era solo atender a los heridos.

–¿Dónde puedo ayudar? –le preguntó a otro paramédico que le estaba examinando la pierna a un hombre.

–El conductor del camión estaba muy afectado –respondió él–. Está sentado en la parte trasera de un coche patrulla. No tiene heridas visibles, pero sí las pupilas dilatadas y ha dicho que le dolía la espalda. Al parecer, no tenía ni idea de que llevaba en el camión a inmigrantes ilegales.

Piper asintió, agarró su maletín con fuerza y fue hacia el coche patrulla que había más cerca del camión.

–Juro que no sabía lo que llevaba en el camión. Por favor, tiene que creerme –le rogaba el camionero a un agente–. Iba conduciendo y ese coche ha aparecido de repente, no le he visto.

A juzgar por sus palabras, el hombre era completamente inocente. En cualquier caso, lo único que Piper tenía que hacer era ver si había que mandarlo al hospital, o si podía seguir allí, siendo interrogado.

–Disculpe, agente, ¿puedo examinarlo? –preguntó ella–. Tengo entendido que le dolía la espalda.

El agente asintió, pero no se alejó mucho. Piper estaba acostumbrada a trabajar codo a codo con la policía y esta siempre le había permitido hacer su trabajo.

Se inclinó hacia delante y vio a un hombre de mediana edad, de vientre prominente, vestido con unos vaqueros desgastados, con bigote y barba y los dedos manchados de nicotina.

–Señor, me llamo Piper y soy paramédico. Me han dicho que le duele la espalda. ¿Puede ponerse de pie?

Él asintió y salió del coche haciendo un gesto de dolor y tocándose la espalda. Piper no supo si el dolor era real o si el hombre solo quería dar pena al agente de policía, pero, una vez más, no estaba allí para juzgar nada de eso.

–Venga por aquí y le instalaremos en una ambulancia. Tal vez quiera ir a un hospital de todos modos, para asegurarse de que todo está bien; por ahora, voy a tomar sus constantes vitales.

–Gracias, señora.

Piper guio al hombre hasta la ambulancia más cercana mientras buscaba a Ryan con la mirada. Se preguntó si ya se lo habrían llevado al hospital y si estaría herido de gravedad. La incertidumbre la estaba matando.

Le reconfortó saber que no habían enviado un helicóptero medicalizado, lo que significaba que ningún herido estaba demasiado grave.

Piper estaba ayudando al camionero a entrar en una ambulancia vacía cuando llegó otra. Junto con el personal que había en ella, volvió hacia el grupo de heridos para ayudar.

Y se quedó de piedra al ver entre ellos un rostro y unos ojos conocidos.

¿Cómo era posible…?

–¿Alex? –dijo en un susurro, para sí misma.

Echó a correr y se detuvo junto a Alex Santiago. Dejó caer el maletín a sus pies y contuvo el aliento.

¿De verdad tenía ante sí al hombre que había desaparecido varios meses antes sin dejar ningún rastro? ¿De verdad era él?

El hombre la miró, utilizando la mano para protegerse los ojos del sol.

Era él. Llevaba el pelo sucio y despeinado, y tenía barba, lo que quería decir que llevaba tiempo sin afeitarse, pero seguía siendo Alex… El hombre que había desaparecido de Royal, Texas, hacía meses.

El hombre que todo el mundo pensaba que se había visto envuelto en un juego sucio, que tal vez había sido traicionado por su mejor amigo. Allí estaba, vivo.

–Alex, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde has estado? –le preguntó, viendo que tenía un bulto a un lado de la cabeza.

–Te confundes –le dijo él, tocándose el bulto y haciendo una mueca de dolor–. Yo no me llamo Alex.

Ella le puso una mano en la cabeza y lo miró a los ojos. Conocía bien a su amigo, aunque hiciese meses que no lo veía.

Lo miró mejor. Por supuesto que era Alex. Aunque tal vez se hubiese dado un golpe en la cabeza y no se acordase de quién era. En cualquier caso, lo importante era que estaba vivo.

–Te llamas Alex Santiago –le aseguró ella mirándolo a los ojos y esperando a que él la reconociese.

Él arqueó las cejas y negó lentamente con la cabeza.

–Nunca he oído ese nombre.

–Entonces, ¿cómo te llaman? –le preguntó, cada vez más preocupada.

Alex la miró a los ojos, separó los labios, los volvió a apretar y suspiró.

–No… me acuerdo. No tiene sentido. ¿Cómo es posible que no sepa cómo me llamo?

–Te has dado un golpe en la cabeza –le recordó ella, viendo que se agarraba una mano con la otra–. Y tal vez te hayas roto la muñeca.

Él bajó la vista y se limitó a asentir.

–Te llevaré a una ambulancia, a ver qué dicen los médicos cuando llegues al hospital –le dijo en tono amable–. Estoy segura de que pronto recordarás que eres Alex Santiago. Yo soy Piper Kindred y éramos amigos. ¿Puedes decirme al menos qué hacías en ese camión?

Piper tomó su maletín, ayudó a levantarse a Alex y le puso un brazo alrededor de la cintura para ayudarlo a andar.

–Despacio –añadió–. No hay prisa. Vamos a esa ambulancia. ¿Puedes andar?

–Sí, estoy bien.

Ella sabía que no estaba bien, así que siguió ayudándolo hasta llegar a la ambulancia.

–Túmbate en esa camilla –le indicó–. ¿Sabes dónde estás?

Él la miró, pero no respondió.

–¿Nos vamos? –le preguntó otro paramédico después de unos segundos.

Ella pensó que no iba a ir a ninguna parte hasta que no supiese qué había sido de Ryan.

–Lleváoslo. Ha perdido la memoria y no se acuerda de su nombre, pero decid en el hospital que es Alex Santiago y que llevaba varios meses desaparecido. Yo informaré a la policía.

Luego volvió a mirar a Alex y sonrió.

–Ya estás en buenas manos, Alex. Sé que te sientes confundido, pero iré a verte al hospital lo antes posible.

Él se tumbó en la camilla sin dejar de sujetarse la mano. Piper cerró las puertas y dio un golpe en la chapa para que el conductor supiese que podía arrancar.

Como ya había suficiente personal en el lugar del accidente, ella decidió que podía dedicarse a buscar a Ryan.

Después de unos desesperantes minutos, por fin lo vio sentado en la cuneta, al otro lado del camión. Notó que le temblaban las rodillas del alivio al verlo de una pieza. Estaba bastante lejos de su coche, así que supuso que la policía le había dicho que se quedase allí.

No obstante, supo que una cosa era su aspecto exterior, y otra cómo se encontrase de verdad, ya que en ocasiones había graves lesiones internas.

Piper pensó que tenía que examinarlo y también que contarle el sorprendente descubrimiento que acababa de realizar.

Alex Santiago estaba vivo. Su amigo, que había estado desaparecido durante varios meses, estaba vivo e iba de camino al hospital de Royal, con una muñeca rota y sin memoria, pero vivo.

Se preguntó cómo habría ido a parar a la parte trasera de un camión lleno de inmigrantes ilegales. En cualquier caso, estaba segura de que, en esos momentos, Alex debía de estar asustado y confundido.

Se acercó más a Ryan y se dio cuenta de que se estaba tocando un costado. Un agente le estaba tomando declaración y asentía mientras Ryan hablaba. Piper siguió andando, pero se quedó a unos pasos de distancia y esperó a que terminasen.

Se dio cuenta de que Ryan tenía un cardenal sobre la ceja derecha y vio que estaba todavía más despeinado de lo habitual y sintió ganas de abrazarlo con fuerza, aunque supo que su amigo se reiría de ella si se ponía sentimental en esos momentos.

Lo había visto competir en los rodeos muchas veces. Lo había visto caer al suelo y darse golpes, pero nunca había sentido tanto miedo como al ver su coche destrozado.

El policía se apartó y Piper se acercó con piernas temblorosas.

Ryan la miró a los ojos y sonrió de medio lado.

–Hola, pelirroja.

Tenía una sonrisa capaz de derretir a cualquier mujer, pero Ryan era su amigo, así que Piper nunca se había derretido por él, aunque no estuviese ciega y supiese que era el mejor vaquero y el más sexy del mundo.

Tenía el pelo moreno y solía llevar un sombrero de vaquero negro, y los ojos muy azules. Sí, era un vaquero muy guapo.

–Tienen que examinarte –le informó ella, recorriéndolo con la mirada–. Y no voy a aceptar un «no» por respuesta.

–Solo estoy un poco dolorido –respondió él, tomando una de las temblorosas manos de Piper y apretándosela–. Te veo tensa. Estoy bien, Piper.

–Van a tener que examinarte y, además, vas a querer ir al hospital cuando te diga a quién acabo de ver.

Ryan se encogió de hombros y se volvió a tocar el costado dolorido.

–¿A quién?

Piper clavó la vista en sus costillas.

–Si no te has roto las costillas, estarán agrietadas, así que vas a ir derecho a hacerte una radiografía, grandullón.

–¿A quién has visto? –insistió él.

Piper se puso seria, se acercó más y respondió:

–A Alex.

–¿A Alex? –repitió Ryan, asombrado–. ¿Alex Santiago?

Ella asintió.

–Iba en la parte trasera del camión.

–Piper… –empezó él, como si pensase que era ella la que se había dado un golpe en la cabeza–. ¿Alex iba en el camión?

Ella se limitó a asentir, se cruzó de brazos y lo retó en silencio a que le llevase la contraria.

–¿Y cómo demonios ha ido a parar allí?

Piper señaló con la cabeza hacia otra ambulancia y ayudó a Ryan a llegar a ella.

–No se acuerda.

Sin dejar de tocarse el costado, Ryan subió a la parte trasera del vehículo.

–¿No se acuerda de cómo ha ido a parar al camión?

–No se acuerda de nada –respondió ella en un susurro–. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. No me ha reconocido.

–No me digas –comentó Ryan–. ¿Tiene amnesia?

Piper se encogió de hombros.

–Sinceramente, no lo sé. Tenía un buen golpe en la cabeza, pero podría deberse al accidente. Va de camino al hospital. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo, por diversas razones.

–Yo estoy bien, pero voy a hacerte caso solo porque quiero ver a Alex con mis propios ojos.

Piper lo miró fijamente como si pudiese ver más allá de la superficie y hacer un diagnóstico oficial.

–¿Estás bien? –le preguntó él–. Estás un poco pálida.

Piper lo miró a los ojos y sonrió.

–Estoy bien. Y, si los médicos te dan el alta hoy mismo, te voy a dar una patada en el trasero por haberme dado semejante susto.

Ryan le dedicó una de sus características y amplias sonrisas.

–Esa es mi Piper. Venga, vamos al hospital.

–Una cosa, Ryan –añadió ella, sujetándolo del brazo antes de que subiese a la parte trasera de la ambulancia–. ¿Y Cara? Alguien tiene que llamarla.

Piper no podía ni imaginarse cómo iba a reaccionar la prometida de Alex, Cara Windsor, cuando se enterase de que estaba vivo. Ella misma estaba sorprendida y emocionada, pero también preocupada por el alcance de su pérdida de memoria.

–Antes, vamos a ver qué dicen los médicos –sugirió Ryan–. No podemos permitir que Cara llegue al hospital corriendo, histérica. Antes tenemos que prepararla y necesitamos información concreta.

Piper asintió.

–Estoy de acuerdo. Vamos al hospital. Y mientras a ti te examinan, yo me informaré acerca del estado de Alex.

–Pelirroja…

Ella levantó una mano.

–Todavía tengo el corazón acelerado después de no saber si estabas bien o no, así que eso me da derecho a hacer caso omiso de todo lo que me digas. Entra en la ambulancia y vámonos.

Capítulo Dos

–No tengo nada roto.

Piper, que había traspasado las cortinas que separaban aquel pequeño cubículo del resto de la sala de urgencias, se cruzó de brazos y sonrió a Ryan.

–¿No hay nada más que me quieras contar? –le preguntó.

Ryan se encogió de hombros.

–Lo cierto es que no.

Ella entrecerró los ojos y avanzó hacia él.

–¿No me vas a decir nada de las costillas agrietadas ni de las contusiones?

Bingo.

–Estoy bien –le aseguró Ryan–. No tengo nada que no se pueda solucionar con alguna medicina y una buena copa de whisky de mi abuelo. Él siempre decía que el whisky lo curaba todo.

Piper puso los brazos en jarras y el uniforme se le ciñó al pecho. Ryan pensó que se ponía muy guapa cuando se enfadaba.

–Has sufrido una conmoción, no puedes beber.

–Desde luego, los del personal médico siempre le quitáis toda la gracia a la recuperación.

Ella puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa.

–De verdad, he estado peor después de caerme de un caballo.

–Esta noche te vas a quedar en mi casa –le dijo Piper, apoyando el dedo índice en su pecho–. Y no me lo discutas.

Ryan no iba a rechazar la invitación. Piper no solo era su mejor amiga, sino también una amiga con la que siempre había querido tener algo más. Tal vez hubiese sufrido una conmoción, pero no estaba muerto.

Nunca había intentado ir más lejos con ella por varios motivos, los principales, que viajaba mucho y que ella no parecía sentir ese tipo de interés por él.

Además, el padre de Piper había sido una estrella de los rodeos y ella había jurado en más de una ocasión que jamás se enamoraría de un vaquero.

No obstante, en esos momentos se hallaba en casa y estaba dispuesto a comprobar si podía haber algo más allá de su amistad.

–Está bien, permitiré que me mimes, pero solo si me haces esa sopa de pollo que tanto me gusta.

–No te aproveches, Ryan –respondió ella, suspirando.

Él se echó a reír y alargó una mano hacia ella. Piper se acercó, le dio la suya, y Ryan se estremeció.