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El príncipe necesitaba una esposa urgentemente El país del príncipe Luc D'Urbino estaba inmerso en el caos y sólo una boda real podía resolver sus problemas. Años atrás, Carrie Broadbent había compartido una noche de pasión con Luc, pero después él la había rechazado. Por eso se quedó tan sorprendida cuando regresó para pedirle que se casara con él... naturalmente su orgullo le dijo que debía negarse. Pero entonces él amenazó con sacar a la luz un secreto familiar que podía arruinar su reputación. Carrie tenía que aceptar aquella proposición... y quedarse a su lado para siempre. Sería su reina y su amante.
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Seitenzahl: 155
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Penny Jordan. Todos los derechos reservados.
ESPERANZA DE UN FUTURO, Nº 1508 - marzo 2013
Título original: The Blackmail Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2711-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Entonces, ¿te das cuenta ahora de que estaba en lo cierto cuando te advertí que nunca serías nada más que una diversión pasajera para mi ahijado?
La Condesa se encogió de hombros de forma elegante y pomposa.
–¿Cómo iba a ser de otra manera? Luc es un príncipe de sangre y destino noble. Por supuesto que también es un hombre y tú eres una chica muy guapa y... disponible –añadió con frialdad y volviendo a encogerse de hombros de forma exagerada.
La cara de Carrie ardía de humillación y angustia.
–Quizá te haya estado persiguiendo, pero nunca se casaría contigo. ¿Cómo iba a suceder algo así? No eres nada. ¡No eres nadie! La hija de un mero empleado, eso es todo. Una chica tonta e inmoral. Todo el principado sabe que te has lanzado sobre Luc metiéndote en su cama. Cuando Luc se case, lo hará con alguien que tenga un entorno y un estatus apropiado. La mejor candidata para convertirse en su esposa es, por supuesto, mi propia nieta, una joven que está siendo educada y preparada con ese fin.
Carrie estaba mirando a aquella mujer asombrada e incrédula. Por supuesto que estaba al corriente del antagonismo que sentía la Condesa hacia la relación que tenía con Luc, pero nunca se hubiera imaginado que aquella anciana estuviese planeando casar a Luc con su jovencísima nieta.
–Pero si Maria solamente tiene diez años y Luc tiene casi veinticinco.
La Condesa volvió a mirar a Carrie con frialdad.
–La edad no tiene nada que ver con esto, además, ¿qué importancia tienen quince años? Mi difunto marido era veinte años mayor que yo. Bueno, de todas maneras hoy te he hecho llamar siguiendo las indicaciones de Luc. El deseo de Luc es que abandones S’Antoine inmediatamente, además, no quiere tener ningún contacto contigo en el futuro.
–¡No! –protestó Carrie–. No, no me lo creo.
Una fina ceja se curvó engreída.
–¿Por qué? ¿Porque Luc te metió en su cama? No eres tan inocente, Catherine. Ya sabes cómo funciona el mundo y, después de todo, solamente has venido a S’Antoine a pasar tus vacaciones, con tu padre y tu hermano.
–Pero, Luc... –Carrie se detuvo de forma abrupta.
Luc no le había hecho ninguna declaración de amor ni le había prometido nada, ella lo sabía, pero Carrie había creído que habían compartido los mismos sentimientos y que solamente era cuestión de tiempo que le dijera que la amaba tanto como ella lo amaba a él.
La noche anterior, cuando él le había informado que se iría en viaje de negocios, ella nunca se hubiera imaginado que todo aquello pasaría. Y cuando él insistió en que ella regresara a su cama, en vez de quedarse juntos como siempre, pensó que era porque él quería proteger su reputación como mujer. Pero ahora, sus maravillosos y románticos sueños se habían estrellado contra la fría realidad que le contaba la madrina de Luc.
¿Cómo iba Luc a amarla cuando había dado instrucciones a su madrina para que la tratara de forma ignominiosa y la echara de allí?
Carrie admitió que hasta aquel verano sus sentimientos hacia Luc habían sido algo ambiguos. Él era siete años mayor que ella, siempre se había tomado sus responsabilidades y deberes muy en serio y, a veces, se había comportado de forma ligeramente distante haciéndola sentir pequeña y poco importante. Ella sabía que era cuestión de meses que la presente regencia, que se había instaurado para gobernar el principado hasta que Luc cumpliera los veinticinco años de edad, terminaría y Luc se convertiría en el principal gobernante.
–Luc, ¿qué? –la desafió la Condesa fríamente–. Es obvio que ha perdido interés, después de haber satisfecho su curiosidad sexual sobre ti. Mi ahijado es un hombre de orgullo y de principios que sabe dónde residen sus deberes. Simplemente fuiste una diversión momentánea que ahora quiere olvidar. Estoy segura de que te das cuenta de todo esto, sobre todo después de escuchar lo que él me ha mandado decirte.
–Tu padre me ha dicho –siguió diciendo la anciana– que te han ofrecido una plaza en su vieja universidad. Tendrás muchas cosas que preparar en Inglaterra para empezar tu nueva carrera universitaria. Te hemos reservado un asiento en el vuelo de mañana por la mañana, Niza-Heathrow. Mi chófer te llevará hasta el aeropuerto. ¡Ah!, casi se me olvidaba, Luc me ha pedido que te dé esto –apuntó mientras le daba a Carrie un cheque–. Él entiende que la universidad puede ser muy cara y desea que te diga que no quería que pensases que no había apreciado tus...
La cara de Carrie estaba ardiendo de furia mientras explotaba enfadada.
–Puedes decirle a Luc que se puede quedar con su dinero porque yo no lo quiero. ¿Por qué iba a hacerlo? Todo lo que él es un... un... un patético personaje salido de una mala opereta. Una pantomima que piensa que es especial porque se viste de uniforme y se llama a sí mismo «príncipe». La única razón por la que aún tiene este trozo de tierra es porque nadie más lo quiere –concluyó Carrie de forma temeraria.
–¿Cómo te atreves a decir eso? –la Condesa había perdido la compostura y estaba furiosa–. La línea sucesoria de mi ahijado se remonta a más de quinientos años, desde el primer príncipe de S’Antoine que recibió estas tierras como regalo del Papa. Su familia, desde entonces, la ha estado cuidando como una herencia sagrada contra todo tipo de adversidades. El abuelo de Luc permitió a las tropas aliadas desembarcar en nuestras playas y por eso le pegaron un tiro y perdió la vida. S’Antoine no es un principado de juguete, cosa que ha demostrado la familia de Luc en más de una ocasión. Con tus ignorantes palabras manifiestas lo poco que te mereces compartir su vida.
Aunque a Carrie no le gustaba la Condesa, se sintió un tanto avergonzada. Era verdad que la familia de Luc poseía una tradición y una historia propia por haber apoyado las causas que ellos habían considerado beneficiosas para la humanidad, pero en aquel momento no estaba de humor para admitirlo. De hecho, odiaba a Luc más de lo que odiaba a su manipuladora madrina. Ignorando el cheque, Carrie se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta justo en el momento en que sus emociones pudieron con ella.
No voy a decir que seáis felices porque sé que lo vais a ser. ¡Estoy muy contenta por vosotros dos!
Carrie abrazó a su recién casado hermano y a su paralizada mujer.
–Carrie, hay algo que Maria quiere que hagas por ella –le comentó Harry apresuradamente.
Carrie miró con intriga a la atractiva mujer morena que su hermano tenía entre los brazos.
–¿Podrías ir a S’Antoine para decirles que ahora Harry y yo somos marido y mujer, por favor?
–¿Quieres que ellos lo sepan? –preguntó Carrie con cautela.
A ella le había sorprendido increíblemente cuando, tan solo hacía unos días, su querido hermano había anunciado que se casaría con Maria. Después de todo, todo el mundo había pensado siempre que Maria se casaría con Luc, incluyendo al propio Luc. Pero cuando Carrie había hablado con ella sobre el tema, Maria le había contestado que era su abuela la que había decidido que se casarse con Luc, pero que ella no tenía ninguna intención de protagonizar un matrimonio cínico y por conveniencia, sobre todo desde que se había enamorado profundamente de Harry.
–Por supuesto que quiero que lo sepan. No tengo nada que ocultar –le contestó Maria moviendo la cabeza de forma orgullosa–. Nada ni nadie nos separará nunca –añadió mirando enamorada a Harry.
Carrie estaba feliz por ellos, no había ninguna duda sobre el amor que se profesaba el uno al otro. Harry tenía el aspecto de un caballero que, orgulloso, acababa de salvar a su dama de las fauces de un dragón. Lo último que ella quería hacer era ir a S’Antoine, pero Harry la estaba mirando con un cara que la conmovió.
–Sé que Luc y tú no os lleváis muy bien –le susurró Maria de forma confidencial–, pero no tienes por qué tener miedo a verlo. Luc... Su Majestad no estará, siempre está en Bruselas en reuniones importantes. Cuando regrese, esperará encontrarme allí y siento que debo darle una explicación.
Carrie se llenó de ira ante aquella asunción de que sentiría miedo a enfrentarse con Luc.
–Maria, tú no debes nada a ese sexista que es un príncipe de juguete. Nada de nada.
Maria la interrumpió, mientras a Carrie se le llenaban los ojos de lágrimas.
–Tiene que enterarse, Carrie. Sé que no te gusta, pero Luc nunca se ha portado mal conmigo y... no solamente es eso –Maria alzó la barbilla con orgullo–, quiero que todo el mundo en casa sepa, especialmente mi abuela, lo mucho que amo a Harry y lo orgullosa que estoy de ser su esposa. Carrie, por favor –suplicó Maria–, no le puedo pedir a nadie más que lo haga. No confío en nadie más. No hay nadie más que entienda cómo son las cosas en S’Antoine... con Luc. Si solamente fueses y hablases con mi abuela. Entonces, ella podría decírselo a Luc.
La sola mención de la abuela de Maria fue suficiente para despertar los pensamientos más innobles en la cabeza de Carrie.
Ya no era la inocente chica de dieciocho años de entonces. En aquel momento era una mujer madura, segura de sí misma y con éxito. Una prestigiosa economista que trabajaba como autónoma para un periódico financiero.
–Por favor, Carrie –le suplicó Harry mientras ella sentía que su resistencia se estaba debilitando.
Dentro de Carrie había una parte que experimentaba un sentimiento de triunfo en ser ella la elegida para comunicar aquellas noticias a la Condesa. Su querida nieta echaba por tierra los planes de la anciana de convertirse en la abuela de la mujer del príncipe.
Después de una primavera lluviosa y fría en Inglaterra, Carrie se sintió aliviada al encontrarse con una temperatura muy agradable mientras bajaba las escalerillas del avión en el aeropuerto de Niza.
Nunca le había gustado el tiempo de su Inglaterra natal, en cambio adoraba el sol y el buen tiempo que siempre había disfrutado con su padre durante sus vacaciones en S’Antoine.
En aquellos momentos, su padre vivía en Australia con su segunda mujer que, como él, era viuda cuando se conocieron.
La madre de Carrie había muerto en un accidente de coche cuando Carrie tenía siete años y Harry solamente dos.
Aunque Niza era el aeropuerto más cercano, S’Antoine estaba situado entre Francia e Italia. Sus gentes estaban influenciadas por las costumbres de ambos países. Hablaban italiano aunque utilizaban muchas palabras francesas.
El principado estaba orgulloso de su pequeño puerto de mar, de su capital y del impresionante castillo en el que residía Luc.
La única manera de llegar hasta allí era por carretera o con un helicóptero.
–¿Adónde dices que vas? –había preguntado incrédula su agente y mejor amiga Fliss Barnes cuando Carrie le había contado sus planes–. Vas a tener que hacer un artículo, Carrie –había insistido–. He oído que allí viven muchos famosos debido a las ventajas fiscales que allí se disfrutan. Parece ser que uno no se puede comprar un pequeño apartamento por menos de un millón de libras.
La persona que le estaba alquilando el coche no dejaba de mirarla fijamente. Llevaba unos apretados vaqueros que resaltaban sus piernas, largas y bien formadas, una camiseta blanca que cubría la redondez de sus pechos y unas gafas de sol que ocultaban la intensidad de aquellos ojos verde jade.
Eran las diez en punto de la mañana. Tenía tiempo suficiente para llegar hasta S’Antoine y volver hasta el hotel que había reservado cerca del aeropuerto.
Una oleada de tristeza la invadió mientras intentaba apartar los tristes recuerdos que aquella parte del mundo le producía. La inocente chica de dieciocho años, enamorada desesperadamente de Luc, había crecido mucho.
A diferencia de Mónaco, S’Antoine no era una atracción turística. Los olivos crecían a ambos lados de la carretera y en la distancia se podía ver el brillo turquesa del mar. Carrie bajó la ventanilla mientras se acercaba a la frontera. Una brisa suave y fresca, con la fragancia del sur, le acarició la cara.
Un guardia se acercó a su coche cuando ella se detuvo. Le dio su pasaporte y esperó unos minutos a que el agente lo inspeccionara antes de que la dejara continuar.
Según avanzaba por la carretera, seguía disfrutando del paisaje. Mucho antes de que aquella tierra hubiera sido regalada a los antepasados de Luc, había pertenecido a unos monjes. El monasterio en los Alpes en el que habían vivido se había convertido en una exclusiva estación de esquí, de la que Luc era el dueño.
Los habitantes de aquel principado habían conseguido ser lo más económicamente independientes posible. Había sido el abuelo de Luc el que había fomentado que aquello fuera posible. Cada acre de tierra era usada de forma productiva.
Su corazón dio un salto cuando vio aparecer la ciudad, con todo su esplendor, ante ella. Aquel conjunto estaba dominado por el impresionante castillo que descansaba sobre un rocoso montículo, flanqueado por el mar a un lado y por las montañas al otro. Disfrutaba de una posición estratégica privilegiada. Carrie recordó lo impresionada que se quedó cuando tenía doce años y Luc le enseñó las mazmorras del castillo.
Llegó a la ciudad y se acordó que Maria le había dicho que encontraría a su abuela en sus apartamentos dentro del castillo, por eso aparcó el coche en la plaza y se dispuso a acercarse dando un paseo.
Allá arriba, en lo que se había convertido en su despacho, Luc D’Urbino, Su Alteza Real, Príncipe de S’Antoine, frunció el ceño. Acababa de regresar de Bruselas, donde había estado implicado en complicadas negociaciones para mantener las ventajas fiscales de su principado.
Siguió con el ceño fruncido mientras su primo, el Primer Ministro, le hablaba con suavidad.
–La gente quiere verte casado, Luc. El hecho de que todavía no tengas un hijo, un heredero, les hace sentir inseguros. Además, una boda distraería la atención de los problemas que nos están surgiendo por querer mantener nuestras exenciones fiscales.
Luc dejó escapar un suspiro mientras le escuchaba, interiormente estaba completamente de acuerdo con su primo.
–Ya he dejado muy claro que no tengo la intención de permitir ninguna actividad ilegal a aquellos que quieran beneficiase de nuestras leyes fiscales –dijo Luc mientras se acercaba a la ventana y miraba hacia abajo.
Había una mujer de pie, de espaldas a él. El sol se reflejaba en su pelo rubio y sedoso. De pronto, Luc se puso tenso, hubo algo en aquella figura que instantáneamente reconoció.
–Lo siento, Giovanni, pero tendremos que discutir esto más tarde.
Su primo lo miró confundido, pero no le quedó más remedio que abandonar aquella habitación.
Carrie no necesitaba preguntar la dirección de las habitaciones privadas de la Condesa, ella sabía exactamente dónde estaban, como también sabía perfectamente cómo evitar las formalidades con los impresionantes y uniformados centinelas que hacían guardia a la entrada del castillo.
Mientras entraba por una pequeña puerta lateral, un montón de recuerdos se amontonaron en su cabeza, el olor a palacio, aquel mobiliario precioso, obras de arte e, incluso, el olor de Luc antes y después de haberle hecho el amor, una mezcla de peligrosa de testosterona masculina...
Enfadada, Carrie cerró los ojos, intentando bloquear sus inesperados recuerdos.
–Entonces, ¡eres tú! ¡Lo sabía!
–¡Luc!
Atónita, Carrie retrocedió un paso, apoyando la espalda en la pared.
¿Qué estaba haciendo él allí? Maria había insistido en que estaría en Bruselas y ella misma había insistido en que no tendría miedo si lo viese.
–Bueno, una visita de lo más inesperada.
Luc estaba vestido formalmente con un traje de lino beige. Su pelo negro estaba peinado de forma inmaculada y su piel bronceada tenía el mismo color miel de siempre. ¿Seguiría teniendo aquellos rizos de pelo suave en el pecho? ¿Seguiría teniendo el mismo aspecto de dios griego cuando se quedaba desnudo?
Alzando la barbilla y obligándose a mantener la compostura, puesto que ya no era ninguna adolescente, Carrie habló todo lo serenamente que pudo.
–Vengo a ver a la Condesa.
Luc frunció el ceño.
–¿Mi madrina? No está aquí, está visitando a su nieto en Florencia, ¿para qué quieres verla? Según tengo entendido no sois muy buenas amigas –dijo Luc con sarcasmo.
Él sabía aquello y aun así había permitido que la anciana la humillara. Carrie estaba furiosa.
–Tengo un mensaje para ella, de parte de Maria –dijo Carrie mientras el corazón se le paraba al ver la forma en la que Luc la estaba mirando.
Tenía los ojos entrecerrados y más oscuros que nunca.
–¿Qué mensaje? Dámelo a mí.
Era tan arrogante. Ella no lo iba a tolerar. Tomó aire profundamente para refrenar su ira.
–Con el mayor de los placeres –empezó a decir ella–. Maria quiere que sepas que se ha casado con Harry, mi hermano –añadió sonriendo–. Ella lo quiere a él y él la quiere a ella y...
Luc, ¡suéltame! –le ordenó Carrie sin aliento. Su cara estaba roja de ira.
La había tomado del brazo y prácticamente la había arrastrado hasta un salón cercano.
Ella sabía que era uno de los salones que formaban parte de las habitaciones privadas de Luc. No había cambiado nada desde la última vez que ella había estado allí. Seguían los mismos materiales adamascados y sedosos y el mismo marco de plata con la fotografía de los padres de Luc presidiendo la sala.