Esperanzas ocultas - A primera vista - El dilema del millonario - Heidi Rice - E-Book

Esperanzas ocultas - A primera vista - El dilema del millonario E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Esperanzas ocultas Heidi Rice Mac Brody se negaba a que Juno Delamare lo juzgara por rechazar la invitación de boda de su hermano, de modo que acudió a la boda para evitar sus críticas… y para quitarle el vestido de dama de honor. Cuando su apasionada noche llegó a oídos de la prensa, Mac se la llevó a su casa de Los Ángeles, donde mantuvieron una breve pero ardiente aventura. A primera vista Elizabeth Bevarly Nunca antes el multimillonario Marcus Fallon se había sentido hechizado. Pero cuando sus ojos se posaron en Della Hannan, una misteriosa y bella mujer, supo que tenía que ser suya. Una sola noche no era suficiente para Marcus. Después de decirle a Della que quería más, ella le explicó que no tenía planes de quedarse. El célebre soltero se encontró con que la única mujer a la que quería no tenía intención de dejarse atrapar en sus brazos. El dilema del millonario Barbara Dunlop La familia y el poder lo eran todo para Lucas Demarco y la custodia compartida de su pequeña sobrina no era suficiente. Aquella situación tenía que terminar lo antes posible, sobre todo porque Devin Hartley, la tía de la niña, odiaba a los Demarco con todas sus fuerzas. Devin creía que Lucas solo quería salir victorioso de los juegos de poder del clan Demarco, pero se equivocaba. Él deseaba lo mejor para su sobrina Amelia y tenía que convencer a Devin; una tarea que no resultaría fácil.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 403 - diciembre 2018

© 2009 Heidi Rice

Esperanzas ocultas

Título original: Public Affair, Secretly Expecting

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2011 Elizabeth Bevarly

A primera vista

Título original: Caught in the Billionaire’s Embrace

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

© 2011 Barbara Dunlop

El dilema del millonario

Título original: Billionaire Baby Dilemma

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-749-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Esperanzas ocultas

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Epílogo

A primera vista

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

El dilema del millonario

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

En el abarrotado aeropuerto de Heathrow, Juno Delamare intentaba controlar los nervios mientras buscaba en la pantalla el vuelo 155 procedente de Los Ángeles. Pero al comprobar que ya había aterrizado, su corazón se volvió loco.

«Por favor, chica, cálmate».

Juno metió las manos en los bolsillos de sus nuevos vaqueros, que ya tenían un siete en la rodilla, y respiró profundamente. Debía calmarse, se dijo. Tenía que llevar a cabo una misión muy importante y no había tiempo para un ataque al corazón.

Cuando la estrella de Hollywood Mac Brody apareciese en el vestíbulo de llegadas tenía que estar lista y en control de sus facultades para entregarle la invitación a la boda de Daisy Dean, su mejor amiga, y asegurarse de que acudiría.

Daisy iba a casarse con el millonario constructor Connor Brody en dos semanas y ella había decidido reunir a los dos hermanos, que llevaban años sin verse. De modo que su misión era que Mac Brody acudiese a la boda, quisiera él o no.

Cómo iba a hacerlo no tenía ni idea, pero estaba dispuesta a intentarlo. Daisy la había ayudado a poner su vida en orden seis años antes, cuando pensó que ya nada ni nadie le importarían nunca más, y estaba en deuda con ella.

Desgraciadamente, no había pensado en la logística y en aquel momento, a punto de verlo aparecer por la puerta de llegadas en la imponente terminal de Heathrow, la logística empezaba a atragantársele.

¿Y si fracasaba? ¿Y si Mac Brody viajaba con un ejército de guardaespaldas y no podía acercarse a él? ¿Y si se negaba a aceptar la invitación? Y luego estaba el golpe de gracia: ¿cuándo fue la última vez que se acercó a un extraño para intentar convencerlo de algo? Su capacidad de persuasión no era precisamente legendaria con los hombres.

No le iba lo de la seducción, no era lo bastante guapa ni tenía vestuario para ello. Y eso significaba que tendría que apelar a la generosa naturaleza de Mac Brody, suponiendo que la tuviera.

No lo conocía y nunca había visto una película suya, pero estaba en casa de Daisy dos semanas antes, cuando llegó la carta… y eso le había dicho todo lo que necesitaba saber sobre la personalidad de Mac Brody, superestrella de Hollywood y chico malo irlandés.

Era muy guapo, sí… si a una le gustaban los hombres altos, morenos y de aspecto peligroso. Pero bajo toda esa virilidad había un tipo arrogante, superficial y egocéntrico.

Juno se enfadó al recordar el tono grosero de la carta.

Daisy estaba tan emocionada, tan segura de que serían buenas noticias, pero dentro del sobre estaba la invitación de boda que le habían enviado, con una nota de su representante diciendo que el señor Cormac Brody no acudiría a la boda de su hermano Connor y pidiéndoles, además, que no volvieran a ponerse en contacto con él.

La nota había hecho llorar a Daisy y su amiga no lloraba nunca. Connor le había pasado un brazo por los hombros, diciendo que no se disgustara, que Mac tenía derecho a tomar sus propias decisiones y no podían presionarlo. Pero Juno había visto la pena que intentaba disimular.

¿Qué derecho tenía Cormac Brody a hacerle daño a su hermano? ¡Y ni siquiera había tenido valor para escribir la nota él mismo!

Juno se abrió paso entre la gente y apoyó los brazos en la barrera. Ignorando los locos latidos de su corazón, estudió a los pasajeros que iban saliendo. Tendría que disimular su hostilidad hacia Brody si quería convencerlo para que fuese a la boda, pero pasara lo que pasara no iba a darle la satisfacción de mostrarse nerviosa sólo porque fuera una estrella de Hollywood. Y tampoco iba a suplicarle.

Se fijó entonces en un tipo muy alto. En contraste con el resto de los viajeros, de aspecto elegante, la ropa de aquel hombre era informal hasta el punto de ser cutre: vaqueros gastados bajos de cintura, una viejísima y descolorida camiseta de los Dodgers que dejaba al descubierto sus bíceps y una gorra que prácticamente ocultaba su rostro.

Juno pudo ver también la sombra de barba y el oscuro pelo ondulado que le llegaba casi hasta los hombros…

¿Podría ser Brody? Si era él, no era lo que había esperado en absoluto. Con la cabeza baja, aquel hombre parecía querer pasar desapercibido.

Y estaba funcionando porque nadie se había dado cuenta de quién era.

Juno se abrió paso entre la gente, su corazón latiendo como loco.

 

 

Con la mirada en el suelo, Mac Brody intentaba olvidarse del ruido de la terminal mientras giraba los hombros para controlar la tensión y la fatiga del viaje.

Nunca le habían gustado los aeropuertos y Heathrow tenía malos recuerdos para él. La última vez que estuvo allí, tres años antes, los paparazzi le habían tendido una emboscada. Había pasado menos de una semana desde su ruptura con la top model Regina St. Clair y dos días desde que Gina vendió la historia a la prensa, contando que era adicto a la cocaína y que se acostaba con una mujer diferente cada noche.

Las fantasías de Gina podrían haber tenido gracia, pero mucha gente la había creído y desde entonces lo perseguía esa reputación de «chico malo», algo que lo sacaba de quicio porque no era verdad.

Gina se había vengado de él contando esas mentiras porque se sentía traicionada y Mac había aprendido la lección. A partir de entonces, cada vez que salía con una chica dejaba bien claro desde el principio que no quería una relación seria.

Mac miró el vestíbulo de llegadas y al ver que no había fotógrafos dejó escapar un suspiro de alivio. Podía soportar a los paparazzi cuando no tenía más remedio, pero después de un vuelo de once horas estaba agotado. Afortunadamente para él, había aprendido a mezclarse con la gente sin llamar la atención y no solían reconocerlo a menos que él quisiera ser reconocido.

Pero cuando se dirigía a la puerta de la terminal, una chica salió de detrás de una columna y se interpuso en su camino.

–¿Es usted Cormac Brody? –le preguntó.

–Baje la voz –dijo él, mirando alrededor.

–Siento molestarlo, pero tengo que hablar con usted. Es muy importante.

–Muy importante, ¿eh?

Había oído eso muchas veces, pero cuando estaba a punto de decirle que no tenía tiempo la miró a los ojos y, por alguna razón, no le salió la negativa.

Fuese quien fuese aquella chica, era una monada.

Los vaqueros y la camisa deberían darle aspecto de chicazo, pero le quedaban muy bien, acentuando una cintura estrecha y unos pechos pequeños pero altos.

Y luego estaba el impacto de esa carita ovalada y esos ojos…

Ni verdes ni azules sino algo entre medias, transparentes y enormes, fueron lo que más llamó su atención. Y si añadía la melenita rubia oscura, la piel limpia y la estructura ósea perfecta, debía admitir que el efecto era fabuloso.

Mac se preguntó si sería una fan. Esperaba que no.

–¿Qué es tan importante? No tengo mucho tiempo, cariño.

Ella lo fulminó con esos ojazos que no eran verdes ni azules y Mac tuvo que disimular una sonrisa.

–No se ponga condescendiente, señor Brody.

–Le agradecería mucho que no dijese mi nombre en voz alta. No quiero que nadie se fije en mí.

Guapa o no, aquella chica empezaba a ser una molestia.

Mac miró alrededor para comprobar que nadie se fijaba en ellos y se encontró con la persona a la que menos querría ver: Pete Danners, su mayor enemigo, el paparazzi que lo había perseguido como un rottweiler tres años antes.

–Maldita sea –Mac tiró al suelo su bolsa de viaje y la tomó por los hombros para esconderse detrás de una columna.

–¿Se puede saber qué…?

–No se mueva –la interrumpió él–. Si ese hombre me ve, este viaje será una catástrofe.

 

 

Juno se quedó tan sorprendida que casi se olvidó de respirar.

¿Qué estaba pasando?

Un segundo antes estaba mirando los ojos azules de Cormac Brody y pensando que era mucho más guapo en persona que en las fotografías y, de repente, él la empujaba contra una columna. Estaban tan apretados el uno contra el otro que podía sentir la hebilla de su cinturón clavada en su estómago.

–¿Qué está haciendo?

No había estado tan cerca de un hombre en seis años y debería ponerse a gritar. Pero, además de la sorpresa, sentía un calor poco familiar, un cosquilleo extraño.

–Se ha ido, gracias a Dios –dijo él entonces–. Te debo una, guapa.

–No puedo respirar…

Mac se quitó la gorra y clavó en ella sus ojazos azules.

–¿Qué te pasa? –le preguntó, tuteándola por primera vez.

«Tú me pasas», pensó Juno, pero no podía decirlo en voz alta.

–Relájate, cariño –dijo él, poniendo una mano en su cuello. Juno intentó decir algo, lo que fuera, pero sólo le salió un gemido–. ¿Qué tal si probamos con esto?

Entonces, de repente, inclinó la cabeza para besarla. Y en cuanto esos labios rozaron los suyos, el pulso de Juno se volvió loco.

Debería empujarlo, pero sin darse cuenta abrió lo labios y él aprovechó para deslizar la lengua en el interior de su boca. Y esa invasión desató un río de lava entre sus piernas, un cosquilleo que no había sentido nunca.

Sus lenguas se batían en duelo, tentativamente al principio, mientras él metía una bajo la camiseta para acariciar sus costillas… pero cuando se apretó más contra ella y sintió el duro miembro masculino rozando su vientre, Juno se apartó, asustada.

–Vaya, esto ha sido una sorpresa –murmuro él, con una sonrisa en los labios–. Pero será mejor que paremos antes de que se nos escape de las manos.

Juno lo miró, atónita.

¿Qué había hecho? Después de seis años de soltería, había besado a un completo extraño en el aeropuerto de Heathrow. Un extraño que ni siquiera le gustaba.

–¿Podría apartar la mano? –le espetó, avergonzada al notar que seguía acariciándola.

–¿Qué tal si buscamos algún sitio para seguir con esto en privado?

Juno se arregló la camisa con manos temblorosas, notando que le ardían las mejillas. ¿Pensaba que era una prostituta o algo así?

–¿Pasa algo? –le preguntó él, mirándola con cara de sorpresa.

«Pues claro que pasa algo, una ninfómana acababa de apoderarse de mi cuerpo».

–No, no pasa nada.

–¿Seguro? Actúas de una forma un poco extraña.

«No te lo puedes ni imaginar».

–Tengo que irme.

Y era cierto. Tenía que alejarse de esos ojos azules y de ese rostro tan atractivo antes de que volviese la ninfómana.

Pero él la tomó por la muñeca.

–Espera un momento.

–No, de verdad tengo que irme.

–No se besa a un hombre de ese modo para luego dejarlo plantado. Además, ¿no tenías algo importantísimo que decirme?

La invitación de boda.

¿Cómo podía haber olvidado la boda de Daisy?

–Suelte mi mano –le dijo–. Tengo algo para usted.

–Sí, eso ya lo sé –bromeó él.

Juno notó que sus mejillas ardían aún más. Maldito fuera. ¿Por qué la afectaba de ese modo?

–Es una invitación para la boda de su hermano. Se celebrará en Niza y…

La sonrisa de Mac Brody desapareció.

–¿De qué estás hablando?

–Es de mi amiga Daisy, la prometida de su hermano –insistió Juno, ofreciéndole el sobre.

Le pareció ver un brillo extraño en sus ojos, pero desapareció enseguida, de modo que no podía estar segura.

–Yo no tengo ningún hermano –dijo él, arrugando el sobre.

–Pues claro que lo tiene –replicó Juno, preguntándose qué demonios habría ocurrido entre Connor y él.

Se había prometido a sí misma que no suplicaría, pero después de lo que había pasado suplicarle ya no le parecía tan horrible.

–Por favor, tiene que ir a la boda. Es muy importante.

–Para mí no lo es, así que puedes decirle a tu amiga que no estoy interesado.

–¿Cómo puede ser tan… indiferente?

–¿Y por qué es asunto tuyo?

–Ya le he dicho que Daisy es mi amiga, mi mejor amiga.

–Ah, claro. ¿Y el beso fue idea tuya o de tu amiga?

–¡Usted sabe perfectamente que el beso ha sido cosa suya!

–¿Ah, sí?

–¿Sabe una cosa, señor Brody? Que sea rico y famoso no le da derecho a tratar a su familla como si fueran basura. Daisy y Connor son dos personas maravillosas y se merecen a alguien mejor que usted. Francamente, no sé por qué quieren que vaya a la boda.

De repente, Mac Brody soltó una carcajada.

–Y si te parezco tan horrible, ¿por qué me has besado?

Si no dejaba de hablar del maldito beso le daría una bofetada.

–Entonces no le conocía. Ahora lo conozco.

–Ah, pero aún no has visto lo mejor.

Juno volvió a ponerse colorada pero irguió los hombros, negándose a reconocer aquel extraño cosquilleo en el vientre.

–Me parece que sobrevalora sus encantos, señor Brody.

Él rió de nuevo.

–Pero nunca estarás segura del todo, ¿verdad?

Juno no dignificó la pregunta con una respuesta. Qué pedazo de arrogante, imbécil, creído…

Iba echando humo mientras salía de la terminal, su corazón latiendo al ritmo de sus zancadas. No estaba equivocada sobre Mac Brody, aquel hombre no merecía una familia tan maravillosa como la de Daisy, Connor y su precioso hijo, Ronan. Afortunadamente, no iría a la boda. Qué alivio no tener que volver a ver a aquel tipo insoportable en toda su vida.

 

 

Mac dejó de sonreír mientras veía a la chica salir del aeropuerto… o más bien, mientras admiraba la curva de su trasero.

No debería haberle tomado el pelo, pero le había parecido irresistible. Como lo había sido el deseo de besarla. Aunque aún no sabía muy bien por qué.

Al ver una chispa de deseo en sus ojos, el instinto se había apoderado de él. Y cuando empezó a besarla, su inocente respuesta le había parecido embriagadora.

Pero la espontaneidad era una cosa, la temeridad otra muy diferente.

Mac miró alrededor. Afortunadamente, no parecía haber paparazzi por ninguna parte. Si Danners lo hubiera visto besando a aquella chica, podría haberle hecho una docena de fotos y él no se habría dado ni cuenta.

Suspirando, tomó la bolsa del suelo y se dirigió a la puerta. Sólo entonces se dio cuenta de que seguía teniendo la invitación de boda en la mano y se acercó a una papelera. Como le había dicho a la chica, ya no tenía hermano, no necesitaba a su familia y no tenía intención de acudir a boda alguna. Lo último que necesitaba era revivir cosas que llevaba tanto tiempo intentando olvidar.

Pero cuando iba a tirarla a la papelera, se llevó el sobre a la cara y respiró el aroma de la chica en el papel… y sintió algo, una emoción que llevaba mucho tiempo sin sentir.

La deseaba. Después de aquel beso, era evidente. No era tan sofisticada o tan complaciente como las chicas con las que solía salir en Hollywood, pero lo había cautivado. Y a él no se le cautivaba fácilmente.

Mac miró el sobre. Tal vez que fuese diferente era la razón por la que lo atraía tanto. Su ropa de chico, su piel suave y su respuesta airada representaban lo único que no había tenido en mucho tiempo: un reto.

Y ni siquiera sabía su nombre.

Murmurando una palabrota, Mac guardó el sobre en el bolsillo del pantalón.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Mientras volvía a casa en el metro, Juno iba recordando, en detalle, su desastroso encuentro con Mac Brody.

Y cuando salió de la estación Ladbroke Grove veinte minutos después para dirigirse a Portobello, por fin tuvo que admitir la verdad: Mac Brody era un imbécil arrogante que hacía que Casanova pareciese un monje, pero él no era el único culpable. También ella había tenido algo que ver en aquella debacle.

A las dos y cuarto de un jueves, Portobello parecía un pueblo fantasma, las casetas cerradas deprimiéndola aún más. Un par de desconcertados turistas, que evidentemente, no habían leído bien la guía de Londres, daban vueltas por allí, pero la calle del famoso mercadillo estaba desierta.

Juno llegó a la tienda de Daisy, Funky Fashionista, de la que ella era gerente, y miró el escaparate que había estado colocando durante cuatro horas el día anterior, orgullosa de sí misma… y de repente sitió remordimientos de conciencia.

¿Cómo podía haber sido tan irresponsable?

Nerviosa, se pasó una mano por la cara, donde la barba de Mac Brody las había rozado. Sabía muy bien por qué: en cuanto la besó, su sentido común se había ido por la ventana.

Besarlo había sido como entrar en un rayo de sol. ¿Pero por qué su cuerpo lo había elegido a él, precisamente a él, entre todos los demás hombres? Era increíble.

Olvídate del estúpido beso, se dijo a sí misma.

No era importante, no iba a dejar que lo fuera. El atractivo Mac Brody volvería loca a cualquier mujer a doscientos metros de distancia y ella había estado mucho más cerca. Al fin y al cabo, era una estrella de cine, se dijo a sí misma. Su reacción había sido un… accidente. Un accidente de proporciones nucleares, sí, pero un accidente. No significaba nada porque no tenía intención de encontrarse con Brody de nuevo.

Juno suspiró cuando llegó al edificio de la señora Valdermeyer, que parecía el pariente pobre del precioso edificio georgiano en el que vivían Daisy y Connor.

En aquel momento, lo único que deseaba era esconderse en su habitación y pasar el resto del día revisando los libros de la tienda y convenciéndose a sí misma de que no había pasado nada.

Pero no podía hacerlo porque seis años antes había prometido que siempre se enfrentaría de cara con las situaciones. Aquella mañana había metido la pata y había decepcionado a dos personas a las que quería mucho.

Fueran cuales fueran las circunstancias, tenía que contarle la verdad a Daisy y pedirle disculpas.

 

 

 

–Me alegro mucho de que hayas venido –Daisy la tomó del brazo mientras la llevaba por el pasillo–. La tela del vestido de novia ha llegado por fin de Nueva Delhi. Es maravillosa, ven a verla.

–Genial –murmuró Juno, intentando mostrar entusiasmo mientras entraba en la soleada cocina–. ¿Dónde está Ronan?

–Durmiendo la siesta –Daisy suspiró mientras llenaba de agua la tetera–. ¿Quieres creer que nos ha despertado a las cuatro de la mañana? En fin, vamos a dejar a mi pequeño monstruo, tenemos que hablar de tu vestido de dama de honor –dijo luego, poniendo la tetera al fuego–. No pienso dejar que vayas a mi boda en vaqueros… ¿pero qué te ha pasado en la cara? ¿Es una erupción?

Juno se llevó una mano a la mejilla.

–Pues… no lo sé.

–Espera, voy a buscar una crema de aloe vera, es buenísima para las erupciones cutáneas.

–No, no hace falta, no me duele –dijo Juno, tragando saliva–. Verás, Daisy, tengo que hablar contigo. He hecho algo muy irresponsable y…

–¿Tú, irresponsable? –la interrumpió su amiga–. No me lo creo. Eres la persona más juiciosa que conozco.

Sí, bueno, hasta ese día…

–He visto a Mac Brody en el aeropuerto –empezó a decir Juno– e intenté darle la invitación.

–¿Has visto a Mac, el hermano de Connor?

–Fue una idea absurda intentar convencerlo para que fuese a la boda, pero yo sabía que os haría mucha ilusión y…

–Espera un momento –volvió a interrumpirla Daisy–. ¿Estás diciendo que has ido al aeropuerto de Heathrow esta mañana para buscar a Mac Brody?

–Sí.

Su amiga soltó una carcajada.

–Pero eso es fantástico. Cuéntame todos los detalles, por insignificantes que te parezcan. ¿De verdad es tan guapo como en las películas?

Juno se puso colorada.

–La verdad es que no he visto ninguna de sus películas, pero es tan guapo como en las revistas. Y tú no deberías decir esas cosas ahora que prácticamente eres una mujer casada.

¿Ninguna mujer era inmune a los encantos de Mac Brody?, se preguntó, irritada.

–Puede que esté prácticamente casada, pero no estoy ciega –replico Daisy–. Además, es lógico que lo encuentre guapo porque Connor y él se parecen muchísimo.

Juno asintió con la cabeza. El rostro de Mac Brody estaba grabado en su memoria para siempre.

Los dos hermanos se parecían mucho, era cierto. Las facciones de Mac Brody eran menos duras que las de Connor y el color de sus ojos más puro, más azul, pero los dos eran altos, morenos y de clara ascendencia celta. Los altos pómulos, las bien definidas cejas, el físico atlético y ese aire de peligro… ¿cómo no se había dado cuenta hasta que Daisy lo mencionó?

Tal vez porque cuando miraba a Connor su corazón no se aceleraba como le había pasado con su hermano.

–Da igual el aspecto que tenga, la cuestión es que se niega a ir a la boda. Incluso me dijo que él no tenía ningún hermano. Pero entonces perdí la paciencia con él… y quería pedirte disculpas porque ahora no hay ninguna posibilidad de que vaya a tu boda.

–¿Por qué tienes que pedirme disculpas? Ya sabíamos que no iba a ir. En realidad, yo había sido muy optimista al escribirle esa carta. Connor era igual de cabezota cuando lo conocí, pero sabiendo lo que les pasó cuando eran niños, no es ninguna sorpresa que Mac reniegue de su familia –Daisy dejó escapar un largo suspiro.

¿Qué le había ocurrido a la familia de Mac Brody?

Juno estuvo a punto de preguntarlo, pero se contuvo. Tal vez había algo más de lo que ella había pensado. Pero Mac Brody tenía razón sobre una cosa, no era asunto suyo y ya se había metido en suficientes problemas.

–Imagino que Mac necesita una familia tanto como Connor –siguió Daisy–. Pero probablemente aún no se ha dado cuenta. Bueno, cuéntame, ¿qué te ha parecido?

–¿Qué más da eso?

Tal vez Mac Brody no era un imbécil como había pensado, tal vez tenía razones para tratar a Connor de esa manera. Pero daba igual lo que pensara de él porque no pensaba volver a verlo.

–La revista Blush lo nombró el hombre más sexy del planeta y, según dicen, ahora mismo no tiene novia –siguió Daisy–. Imagino que es un hombre al que ni siquiera tú eres inmune.

Juno vio la trampa entonces. Desde que se enamoró de Connor, su amiga había intentado, a veces sutilmente a veces no tanto, convencerla para que volviera a salir con alguien. Y había invitado a Mac Brody a la boda para que lo conociese…

–¡Ha ocurrido algo! –exclamó Daisy entonces–. Lo sé, lo veo en tu cara.

–No ha pasado nada…

–¡Le has dado un beso!

Juno la miró, perpleja. ¿Su amiga era vidente?

–Eso que tienes en la cara no es una erupción, es el roce de una barba… Mac debe de haber venido directamente de Los Ángeles, así que imagino que no tuvo tiempo de afeitarse –siguió Daisy, con aterradora puntería.

Ah, de modo que no sólo era capaz de leer sus pensamientos, también era Sherlock Holmes.

–Fue un error, no sé cómo ha pasado –empezó a decir Juno–. Tenía que esconderse de un fotógrafo y entonces…

¿Entonces qué? ¿El beso había frito todas sus neuronas?

–No tuvo la menor importancia.

–Mentira –dijo Daisy–. Es el primer hombre al que besas desde Tony. Y eso significa que hay algo.

Juno hizo una mueca al escuchar el nombre de Tony.

–Esto no tiene nada que ver con Tony. Me olvidé de él hace años.

–Sí, ya lo sé, pero llevas seis años haciendo penitencia por eso.

–No sé de qué estás hablando.

–Sí lo sabes –su amiga dejó escapar un suspiro–. ¿Cuándo fue la última vez que te pusiste un vestido?

–No me gustan los vestidos, no me quedan bien.

–Por favor… ¿cuándo fue la última vez que te pintaste los labios? ¿O que saliste de Londres? ¿O que tonteaste con un chico? ¿Por qué te da vergüenza haber besado a Mac Brody? Es el sueño de todas las mujeres… –Daisy inclinó a un lado la cabeza, como aguzando el oído–. Ah, Ronan se ha despertado. Pero no te vayas, en cuanto le dé el pecho seguiremos hablando de tu vestido de dama de honor. Y cuando por fin conozca a Mac Brody voy a darle un abrazo por hacer que mi mejor amiga se sienta como una mujer otra vez.

Juno soltó un bufido mientras Daisy salía de la cocina para atender a su hijo.

Por si el beso de Brody no fuera suficiente, las palabras de su amiga la hacían sentir como si tuviera un problema psicológico.

Suspirando, enterró la cara entre las manos y cerró los ojos mientras escuchaba a Ronan llorando por el monitor. Juno imaginó a su amiga sentada en la mecedora blanca mientras le daba el pecho y, de repente, sintió que se le encogía el corazón.

¿Qué le pasaba? ¿De dónde había salido ese ridículo anhelo, esa sensación de vacío?

¿Y si Daisy tenía razón? Había sobrevivido a lo que pasó seis años antes, ¿pero cómo podía decir que lo había superado si estaba escondiéndose desde entonces?

Por eso besar a Mac Brody había sido tan espectacular. Después de seis años fingiendo que no sentía el menor interés por el sexo opuesto, con un solo beso había recordado lo que se estaba perdiendo. Y, al mismo tiempo, la había enfrentado con su propia vida. No sólo juiciosa, cauta y ordenada, sino terriblemente vacía y aburrida.

Juno miró los restos del desayuno que Connor y Daisy habían compartido en la mesa del patio, a la sombra de un sauce. Y, de nuevo, volvió a sentir una punzada de envidia.

Se había quedado a un lado durante el último año, viendo cómo Daisy encontraba al amor de su vida y tal vez era hora de dar un paso adelante y admitir que sobrevivir ya no era suficiente, que vestir como un chico y convertirse en monja había dejado de ser útil. ¿Tan terrible sería admitir que quería algo más?

Oyó entonces a Daisy cantándole una nana a su hijo y sintió un escalofrío de emoción.

Podía seguir siendo práctica y sensata, ¿pero por qué no iba a dejar que Daisy diseñara su vestido de dama de honor? Hasta entonces se había resistido porque temía que le hiciera algo exageradamente femenino… claro que dado la propensión de Daisy a los vestidos exagerados y su ilusión porque volviera a salir con algún chico, su precaución estaba perfectamente justificada.

Pero ya no había justificación posible. Tenía que dejar de ser una cobarde y empezar a vivir otra vez.

Y si podía besar a una estrella de Hollywood en el aeropuerto de Heathrow y vivir para contarlo, también podía dejar que su mejor amiga le diseñase un vestido. Especialmente si le dejaba claro que quería uno sencillo y discreto.

En serio, ¿qué podía pasar?

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

–Daisy, no sé qué decir –Juno se miraba al espejo, atónita, el vestido de satén en color bronce acariciando unas curvas que no creía poseer hasta cinco segundos antes–. Es casi como ir desnuda. No puedo entrar en la iglesia llevando esto… al sacerdote le daría un infarto.

Daisy soltó una carcajada.

–Al sacerdote no le dará un infarto, no te preocupes –replicó, inclinando a un lado la cabeza para observar su creación–. Pero puede que intente tontear contigo. Al fin y al cabo, es francés.

–¡Tengo escote! –exclamó Juno–. ¿Quién lo hubiera imaginado?

–Ya te dije que la ropa interior para profesionales del sexo servía de mucho –comentó Daisy, tan tranquila–. Estás sensacional, pero la cuestión es: ¿cómo te sientes tú? ¿Te gusta?

Juno se dio una vueltecita frente al espejo para mirar el escote de la espalda. No se había puesto algo tan bonito en toda su vida… o tan revelador.

La media melena rizada, el brillo en los labios y el rímel en las pestañas hacían que sus facciones, que a ella siempre le habían parecido normales, pareciesen exóticas. Y su figura, normalmente oculta por varias capas de ropa, parecía esbelta con el vestido de satén en color bronce.

Daisy había hecho que se sintiera sexy por primera vez en su vida, ¿pero tendría valor para ponerse ese vestido? Cuando decidió sacar a pasear su feminidad no había pensado mostrarse tan liberada.

–Me siento como una persona diferente.

–¿Diferente para bien o para mal?

–Me da miedo, pero la verdad es que me encanta –le confesó Juno por fin.

Daisy sonrió.

–Me alegro mucho. Y es lógico que te dé un poco de miedo, vas a hacer que la gente se caiga de espaldas. Pero recuerda: no puedes robarme toda la atención. Y no debes llorar o se te correrá el rímel y parecerás un mapache.

Juno soltó una carcajada.

–No lloraré, no te preocupes.

Nunca se había sentido más joven y más alegre.

 

 

Juno apretaba el ramo de flores mientras intentaba concentrarse en las palabras del sacerdote. Los ramos de lirios blancos perfumaban el aire de la iglesia mientras Daisy y Connor pronunciaban sus votos matrimoniales con voz clara y el elaborado corpiño del vestido de novia brillaba bajo el sol que entraba por las vidrieras, dándole aspecto de princesa de cuento.

Juno pasó la mano por la falda de su vestido y sonrió, contenta. Había dejado de creer en finales felices mucho tiempo atrás, pero estar allí, viendo a su mejor amiga dar el sí quiero, hacía que todo pareciese posible.

Daisy se había esforzado mucho para que su relación con Connor funcionase y había encontrado al hombre de sus sueños. Pero, en su opinión, los hombres como Connor eran muy raros y debía recordar eso para no emocionarse demasiado.

Juno arrugó el ceño cuando la voz del sacerdote fue ahogada por un coro de toses, carraspeos y susurros. De repente, sintió que se le ponía la piel de gallina y tuvo la sensación de que alguien la miraba. Y cuando se arriesgó a mirar por encima de su hombro… su corazón se detuvo durante una décima de segundo.

Era él.

No, no podía ser, era imposible.

Parpadeó furiosamente, convencida de estar viendo visiones. Pero no era así. El hombre que había sido la estrella de demasiados sueños durante las dos últimas semanas acababa de entrar en la iglesia y estaba mirándola directamente.

–Connor, es Mac. Ha venido –oyó que decía Daisy. El sacerdote carraspeó, molesto por la interrupción–. Excusez-moi, monsieur –se disculpó ella atropelladamente–. Un momento, por favor, ha llegado una persona muy importante –dijo luego, apretando la mano de Connor–. Ven, tenemos que darle la bienvenida.

Juno se quedó donde estaba, viendo cómo Daisy se levantaba el vestido de novia para bajar los escalones del altar y abrazar a Mac Brody. Le pareció que él se ponía un poco tenso y, cuando por fin Daisy lo soltó, los dos hermanos se dieron la mano. No podía oír lo que decían, pero no se le escapó la postura rígida de Brody.

Mordiéndose los labios, Juno vio que se acercaba a su banco. Pero no iba a dejar que la intimidase, pensó. Ella no era la cría ingenua e inexperta a la que había besado en el aeropuerto. Ahora era más fuerte, más sofisticada. O, al menos, lo parecía.

–No te vas a creer quién ha venido. Juno, me parece que ya conoces al hermano de Connor, Mac.

Se había cortado el pelo y el nuevo estilo, junto con un buen afeitado y el elegante traje gris, deberían darle un aspecto menos peligroso. Pero no era así.

–Hola otra vez, señor Brody –lo saludó, a pesar de que las mariposas seguían dando vueltas en su estómago.

–Juno, ¿verdad? El nombre de una diosa –dijo él, clavando en ella sus penetrantes ojos azules–. Te pega mucho.

El sacerdote volvió a toser y Juno lo miró, sorprendida porque había olvidado que estaban en medio de una ceremonia.

Se concentró en los novios, intentando olvidar al hombre que se había colocado a su lado. Sin embargo, le llegaba el aroma de su colonia…

¿Y qué estaba haciendo allí? ¿No era el mismo hombre que se había negado a acudir a la boda del hermano que decía no tener?

Después de unos minutos que le parecieron siglos, el sacerdote pronunció la frase: «Yo os declaro marido y mujer» y Connor tomó a su esposa por la cintura para darle un beso de cine.

–Eso parece divertido –el provocativo susurro en su oído le produjo un escalofrío–. ¿Qué tal si probamos tú y yo?

Juno se irguió todo lo que pudo. Ah, qué típico. Mientras Daisy había encontrado al hombre de sus sueños, ella era tentada por el mismo demonio.

–No, gracias –respondió–. Una vez es más que suficiente para mí.

Pero entonces, sin que pudiese evitarlo, sus ojos se clavaron en los labios de Mac Brody.

–Una vez no es suficiente, Juno –murmuró él, su nombre sonando como una caricia–, especialmente para ti y para mí.

Ella le dio la espalda, conteniendo el deseo de darle un golpe en la cabeza con el ramo. Parecía haber ido a la boda sólo para tomarle el pelo.

Connor soltó a su esposa entonces y Daisy la abrazó.

–Soy tan feliz que creo que voy a explotar –le dijo al oído.

–Te has casado con el mejor hombre del mundo. Y creo que casi te merece.

Connor apretó la mano de su hermano.

–Me alegro de que hayas venido, Mac. Ha pasado mucho tiempo –le dijo, su voz llena de emoción–. Demasiado tiempo.

–Sí –dijo Mac, después de aclararse la garganta.

–¿Vas a venir al banquete? Daisy y yo queremos que conozcas a Ronan, nuestro hijo. Después de todo, eres su tío.

–Sí –asintió Mac. La respuesta sonaba apática.

Y Juno reconocía ese tono porque era el mismo que había usado en el aeropuerto, cuando le dijo que no tenía ningún hermano.

–No sabes lo que esto significa para nosotros, Mac –intervino Daisy–. Lo único que importa ahora mismo es que estás aquí… y espero que hayas venido con apetito porque tenemos suficiente cocina francesa como para dar de comer a un regimiento.

–Imagino que comeré algo –asintió él.

–Connor y yo tenemos que saludar al resto de los invitados, así que te dejo en manos de Juno, que es mi mejor amiga. Ella te presentará a todo el mundo.

«No, de eso nada».

Juno la miró, horrorizada. Pero no era capaz de encontrar una excusa.

–No tengas miedo, no te va a morder –le dijo Daisy al oído–. O al menos, ahora mismo no.

Después de eso, Daisy y Connor salieron de la iglesia como marido y mujer, seguidos del resto de los invitados.

Juno no sabía qué hacer con las manos. Le encantaba el vestido que Daisy había hecho para ella, pero bajo la mirada de Mac Brody se sentía desnuda.

–El château donde se celebra el banquete está a diez minutos de aquí –le dijo, después de aclararse la garganta–. Allí te presentaré a todo el mundo.

–No hace falta que me presentes a nadie. Y no sé cómo llegar al château, así que deberías ir conmigo. No querrás que me pierda, ¿verdad?

«No tendré esa suerte».

–No, por favor –respondió Juno, sin embargo.

Mac rió, tomándola del brazo.

–Muy bien, cariño.

Ella se concentró en respirar y en no tropezar con los zapatos de tacón.

–No he comido nada en todo el día y estoy muerto de hambre –dijo Mac.

Y ella no pudo controlar un escalofrío. ¿Por qué tenía la impresión de que no era sólo el banquete de Daisy y Connor lo que aquel hombre quería devorar?

 

 

En medio de un bosque de robles que parecían dorados a la luz del atardecer, apareció el castillo francés, con sus torres engalanadas. Cuando el poderoso deportivo llegó a la entrada, desde la que se veía a los elegantes invitados servidos por un ejército de camareros, Juno pensó, y no por primera vez, en príncipes, en princesas y en cuentos de hadas. Daisy y Connor habían convertido su boda en algo mágico…

Pero ya estaba bien de pensar tonterías, se dijo. No era apropiado en aquellas circunstancias.

Luego miró al hombre que tenía a su lado. En los veinte minutos que habían tardado en llegar, Mac Brody había ido sorprendentemente callado. Probablemente porque se había visto rodeado de gente en cuanto Daisy y Connor desaparecieron en el coche de los novios.

Sabía que era famoso, pero no sabía que lo fuese tanto. En realidad, rara vez iba al cine porque no tenía mucho tiempo libre y tampoco solía leer las revistas de cotilleos.

Pero lo que más la sorprendió fue su reacción. Mac se había mostrado paciente, simpático y hasta cariñoso con la gente que le pedía autógrafos. Y eso hizo que se preguntara qué había sido del hombre burlón y engreído al que había conocido en el aeropuerto.

Parecía haberse relajado cuando subieron al Porsche alquilado, pero en cuanto el château apareció en la distancia vio que apretaba el volante con fuerza, como preparándose para lo que lo esperaba.

¿Por qué habría decidido ir a la boda después de todo si sabía que iba a pasarlo mal?

–¿Crees que podrás caminar sobre la gravilla con esos zapatos? –le preguntó Mac.

Seguramente estaba acostumbrado a mujeres que podían correr una maratón en tacones, pero el comentario sonaba más divertido que desdeñoso.

–Creo que podré. Y si no, me quitaré los zapatos. Pero no puedes decírselo a Daisy.

–¿Por qué no?

–Porque los diseñó ella misma, igual que el vestido. Si me quito los zapatos, me acusará de haber arruinado el conjunto.

Mac la miró de arriba abajo y su pulso se aceleró de nuevo.

–Pues Daisy tiene mucho talento. Estás preciosa.

El brillo de sus ojos azules hizo que Juno se quedase sin respiración.

«Muy bien, guapa. Ahora vuelves a sentir como si estuvieras desnuda».

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

¿Dónde demonios se había metido?

Mac la buscó en el salón de baile por enésima vez antes de mirar su reloj, impaciente. Juno había desaparecido tres horas antes, en cuanto llegaron al château, y aunque la había buscado por todas partes, no había vuelto a verla.

Todo el mundo parecía estar pasándolo de maravilla; todo el mundo menos él. No había estado tan tenso desde su primer estreno en Broadway.

¿Cómo una pareja podía tener tantos amigos?, se preguntó mirando alrededor. Y todos ellos se habían acercado para saludarlo… todos salvo la mujer a la que había ido a ver.

«Tranquilízate».

Mac se apoyó en la pared, suspirando. Al menos se había librado del grupo de adolescentes que llevaban una hora persiguiéndolo.

Mientras observaba a los invitados en la pista de baile y esperaba en vano ver a la chica de los rizos rubios, volvió a hacerse la pregunta que llevaba haciéndose toda la tarde.

¿Por qué había ido a la boda?

El día anterior había estado en la fiesta de fin de rodaje de su última película, en Londres, y su co-protagonista, Imelda Jackson, le había hecho una oferta que no debería haber rechazado. Pero le había dicho que no.

Y no había la menor duda: la culpable era la invisible señorita Juno.

Parecía haberlo hechizado, llevándolo allí contra su voluntad con su canto de sirena. Desde que la besó en el aeropuerto de Heathrow no había podido apartarla de su mente. Y cuando despertó por la mañana, después de un erótico sueño en el que ella era la estrella principal, se dio cuenta de que era hora de entrar en acción.

Él no era un obseso del sexo y nunca dejaba que las mujeres invadieran sus sueños, de modo que, después de una ducha fría, había cancelado su vuelo de vuelta a Los Ángeles y había reservado un vuelo a Niza.

Pero cuando llegó a la capilla se dio cuenta de que había cometido un error. Ver a su hermano de nuevo había sido como recibir un puñetazo en el plexo solar y, por si eso no fuera suficiente, allí estaba Juno, su esbelta figura envuelta en un vestido que parecía acariciar sus curvas como la mano de un amante.

Una mirada a esos preciosos ojos suyos que no eran ni verdes ni azules y supo que lidiar con Connor no iba a ser el mayor de sus problemas.

El problema era que Juno había desaparecido.

Después de varias horas charlando con gente a la que no conocía, de dar vueltas por el château como un tonto buscando a alguien que había desaparecido y evitando a su hermano y a su flamante esposa, Mac empezaba a enfadarse con ella y consigo mismo.

Debería marcharse, pero no era capaz de hacerlo. No podía alejarse de Juno sin hablar con ella al menos. No sabía qué le había hecho dos semanas antes en el aeropuerto, pero tenía que resolverlo esa misma noche porque no iba a pasar un minuto más pensando en ella… especialmente después de haberla visto con ese vestido.

Después de dejar su copa en la bandeja de un camarero que pasaba por su lado, de nuevo miró alrededor. Siendo la dama de honor no podía haberse marchado, de modo que estaba evitándolo. Y ésa era una experiencia nueva para él.

Una cosa era segura: cuando le pusiera las manos encima no la dejaría escapar.

Mac vio algo dorado por el rabillo del ojo y cuando giró la cabeza se encontró con unos rizos rubios…

Allí estaba.

Sin fijarse en la gente que lo seguía con la mirada, Mac se dirigió hacia su presa.

 

 

–Juno, menos mal que te encuentro –Daisy apartó un mechón de pelo de su cara, riendo–. ¿Dónde está Mac? Connor teme que se haya ido sin decir adiós.

–¿Por qué iba a hacer eso? –preguntó ella, intentando disimular.

Le había dado esquinazo horas antes y no estaba muy orgullosa de sí misma. Pero cuando la miró de esa forma, como si pudiera ver debajo del vestido, le había entrado pánico.

No había estado evitándolo… bueno, no del todo.

El plan había sido cambiarse de zapatos y buscarlo después. Al fin y al cabo, Daisy le había pedido que lo atendiese y, además, seguramente había imaginado esa mirada. Pero cuando volvió de su habitación, Mac estaba rodeado por un grupo de adolescentes y después de eso lo había visto hablando con Joannie, una amiga de Daisy que pertenecía a una de las familias más adineradas de Londres. De modo que se había quedado charlando con la señora Valdermeyer y con un artista de Nueva York, Monroe Latimer, sobre arte moderno.

Mac nunca estaba solo, de modo que no tenía por qué sentirse culpable.

–Yo creo que el pobre no estaba preparado para esto –siguió Daisy–. Además, es evidente que ha venido sólo para volver a verte a ti.

–¿A mí? ¿Por qué dices eso?

–Por favor… te ha echado una mirada que podría haber iluminado la mitad de Londres.

–¿De verdad? –murmuró Juno.

Y luego se dio cuenta de que parecía una tonta. ¿Qué le pasaba? Ella no quería que Mac Brody la mirase de ninguna manera.

–Pues claro que sí. Y eso significa lo que yo sospechaba: que no me has contado todo lo que pasó en el aeropuerto.

–No seas boba. No pasó nada.

No debería haberle contado lo del beso. Su romántica amiga estaba imaginando cosas que no eran y empezaba a contagiarla.

–Puede que te engañes a ti misma sobre ese beso, pero el asunto es que está aquí ahora y parece muy interesado. ¿Por qué te escondes de él?

–No me estoy escondiendo –se defendió Juno.

–¿Y si no te estás escondiendo por qué no vas a charlar un rato con él? Si supieras lo que Joannie Marceau dice de Mac, sabrías que tienes competencia.

¿Cuánto champán había tomado Daisy?, se preguntó ella.

–No pienso ir a hablar con él. No está interesado, así que ir a buscarlo sería…

¿Qué sería exactamente?

¿Loco, aterrador, emocionante, electrizante?

Juno arrugó el ceño. ¿Cuántas copas de champán había tomado ella?

–A veces uno tiene que hacer las cosas sin pensarlo tanto –siguió Daisy–. Pero te garantizo una cosa: si Mac es igual que Connor en la cama, no lo lamentarás.

Juno sintió que su cara estaba a punto de explotar.

–Baja la voz, hay niños presentes –la regañó su marido, que acababa de acercarse con Ronan en brazos.

Daisy soltó una carcajada.

–Hola, cariño. No sabía que estuvieras escuchando.

–Y es demasiado tarde para retirarlo –Connor sonrió, tomándola por la cintura con el brazo libre–. Has prometido amarme, honrarme y cuidar de mí durante el resto de tu vida, ángel mío. Lo tengo por escrito.

Juno carraspeó, sintiéndose incómoda. Connor y Daisy tonteaban delante de ella todo el tiempo y no le había molestado nunca. Además, aquél era el día de su boda.

–No mires, pero viene hacia aquí –murmuró Daisy.

Juno sabía a quién se refería porque podía sentir el calor de la mirada de Mac Brody en la nuca.

Se quedó sin aliento cuando giró la cabeza y vio que se acercaba. Metro ochenta y ocho de hombre, sus ojos azules clavados en ella con la intensidad de un misil teledirigido. Y su pulso se aceleró en segundos. No sólo parecía peligroso, parecía salvaje y la hacía sentir como un conejo cegado por los faros de un coche.

¿Por qué la miraba así? ¿Y por qué sentía ella como si estuviera a punto de arder por combustión espontánea?

–Hola.

–Te presento a tu sobrino, Ronan –dijo Connor, acariciando el pelito del niño, dormido sobre su hombro–. Ronan Cormac Brody.

–Ronan, ¿eh? –murmuró Mac por fin–. Es un niño muy guapo.

–Sí, es verdad –asintió su hermano.

La resignación que había en su tono entristeció a Juno. ¿Por qué se mostraba Mac tan reservado? ¿No se daba cuenta de que le habían puesto su nombre?

–Y está agotado, deberíamos llevarlo a la cama. Pero nos alegramos mucho de que hayas venido, Mac. Nos habría gustado estar más tiempo contigo, pero entendemos que no te encuentres cómodo.

Juno esperó que Mac lo negase. ¿Habría estado evitando a Daisy y Connor toda la noche? ¿Por qué?

Pero Mac no lo negó. De hecho, no ofreció explicación alguna.

Daisy apretó su mano, tan conciliadora como siempre.

–Puedes ir a visitarnos a Londres cuando quieras.

–Gracias. Ha sido un placer conocerte… y al niño.

Estaba claro que no pensaba aceptar la invitación.

Después de despedirse, Juno vio que la pareja se alejaba, Connor pasándole un brazo por la cintura a su flamante esposa mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro. Los pobres se habían llevado una desilusión, pero intentaban disimular.

Entristecida por sus amigos, reunió valor para mirar a Mac Brody y preguntarle lo que había querido preguntar desde que lo vio en la iglesia.

–¿Por qué has venido a la boda? Es evidente que no te hacía ninguna ilusión.

–¿Tú crees?

Juno abrió la boca para preguntarle qué demonios le pasaba, pero antes de que pudiese decir nada Mac la tomó del brazo y empezó a tirar de ella, abriéndose paso entre los invitados.

–¿Se puede saber qué haces?

La gente los miraba, gente a la que ella conocía. Y si no paraba, se rompería un tobillo intentando seguir sus pasos. Enfadada, Juno se esforzó en soltarse pero él la apretó más y no dejó de caminar hasta que salieron a uno de los balcones.

Y cuando por fin la miró a los ojos, Juno tuvo la impresión de que estaba mirando a un tigre.

–¿Te has vuelto loco? –exclamó.

–Llevo tres horas buscándote. ¿Se puede saber dónde te has metido?

Juno se quedó tan sorprendida por la acusación que no sabía qué decir. No podía sentirse halagada, eso sería absurdo. La emoción que sentía tenía que ser otra cosa.

–¿Y por qué tengo que estar pendiente de ti? –consiguió decir por fin.

–Se supone que deberías hacerlo, Daisy te lo ha pedido. No deberías esconderte como si fueras una niña pequeña.

–Has estado ocupado todo el tiempo, no creo que me hayas echado de menos.

–Entonces estabas escondiéndote. ¿Por qué?

–No me estaba escondiendo –replicó ella.

–¿A qué estás jugando? Primero me besas y luego sales corriendo.

–Yo no…

–Deja de hacerte la dura, Juno. No hace falta –murmuró Mac, sus labios a un centímetro de los suyos–. Créeme, ya tienes toda mi atención.

Ella puso las manos sobre su torso, temblando. Pero Mac la envolvió en sus brazos, el calor de su cuerpo quemándola a través de la tela del vestido.

–Yo no quiero tu atención –le dijo. Pero sus palabras sonaban poco convincentes, su pulso latiendo como las alas de un pájaro atrapado.

–¿Ah, no? ¿Por qué no me lo demuestras entonces?

Cuando empezó a besarla, Juno se agarró a su camisa para apartarlo… pero sus labios se abrieron como por voluntad propia y, sin querer, se rindió a las posesivas caricias de su lengua.

–Devuélveme el beso –susurró él.

Sin pensar, Juno le echó los brazos al cuello, rindiéndose por completo, el deseo recorriendo su sangre como un río de champán. Sus lenguas se encontraron en una frenética danza y experimentó una sensación de poder desconocida al sentirlo temblar.

Mac se apartó, con la respiración entrecortada.

–No más juegos, he venido sólo por ti –murmuró–. Mi hotel está cerca de aquí. Si nos damos prisa, llegaremos en diez minutos.

Juno intentó entender lo que le estaba pasando. Mac parecía haber encendido una llama en su interior, una llama que estaba a punto de convertirse en un incendio. Quería que siguiera besándola, tocándola. Estaba cansada de tener miedo, cansada de negarse a sí misma el contacto con un hombre. Nunca lo había deseado antes de ese modo, ni siquiera con Tony, pero lo deseaba con Mac. Aquél era el momento que había esperado; el momento en el que superaría del todo lo que ocurrió seis años antes. Tenía que aprovechar la oportunidad o lo lamentaría durante el resto de su vida.

De modo que dijo lo único que parecía importante:

–No llevo preservativos.

–Ah, me encantan las mujeres prácticas –bromeó él–. No te preocupes, yo sí vengo preparado, pero los tengo en el hotel –dijo luego, pasando un dedo por el pulso que latía en su cuello–. ¿Estás segura de esto, Juno?

Que le preguntase cuando era obvio que estaba segura le dio valor para dar el último paso.

–Sí –afirmó.

–Menos mal –Mac dejó escapar un suspiro de alivio mientras tomaba su mano para entrar de nuevo en el salón–. Vámonos de aquí. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Llegaron al hotel en ocho minutos, con Mac conduciendo el Porsche como un maníaco y Juno temblando en el asiento del pasajero. El olor de la cara piel de los asientos y el del hombre que estaba a su lado parecían envolverla en un capullo que la apartaba del mundo real.

Intentaba concentrarse en el aspecto físico, en los latidos de su corazón, en el olor del campo, que entraba por las ventanillas abiertas del Porsche. No podía permitirse pensar en las consecuencias, en ser juiciosa y práctica. Esa noche no.

Pero mientras iban hacia la entrada del hotel, Juno recordó aquel verano, seis años antes. ¿Y si no estaba a la altura?

Cuando entraron en la suite, intentó recordar que ya no era una cría. Había crecido, había sobrevivido a la peor parte y por eso iba a dar el siguiente paso. Aquella noche con Mac no tenía nada que ver con el amor o con los sueños, sino con el placer físico, nada más.

Tony le había robado algo seis años antes e iba a recuperarlo. Eso era lo único que importaba.

Mac no le pidió permiso, sencillamente tiró de su mano para llevarla al dormitorio. No había dicho una palabra durante el camino y tampoco ella.

Su pulso se aceleró al ver que se quitaba la chaqueta para tirarla sobre un sillón. Cuando encendió la luz, Juno parpadeó, nerviosa. Le parecía impresionantemente masculino y fuera de lugar en aquella habitación llena de muebles antiguos.

–¿Qué ocurre? –le preguntó Mac.

–Nada –murmuró ella, sintiéndose como una tonta.

¿Y si lo hacía mal? ¿Y si cometía algún error? En las cómodas sombras del jardín, con Mac haciéndole perder la cabeza, todo le había parecido muy sencillo. Pero allí, en la habitación del hotel, con la luz encendida, ya nada le parecía sencillo.

Ella no sabía mucho sobre el sexo. No había hecho el amor en seis años y lo poco que recordaba de la última vez no la preparaba para acostarse con un hombre como Mac Brody. Un hombre que seguramente se había acostado con tantas mujeres que ni siquiera podía recordarlas a todas.

Mac puso una mano en su hombro y Juno se sobresaltó.

–Tranquila, relájate. Vamos a pasarlo bien, te lo prometo. No voy a lanzarme sobre ti como un tigre.

Juno no podía hablar, los rápidos latidos de su corazón ahogándola. Casi preferiría que lo hiciera, que se lanzara sobre ella como un tigre. Entonces podrían terminar rápidamente, antes de que perdiese el valor.

Se sentaron sobre la cama y Mac apartó su pelo para besarla en el cuello. Y, de nuevo, algo se encendió dentro de ella.

«Piensa en el momento, Juno, piensa en el momento».

Con manos temblorosas, acarició los pectorales y los abdominales marcados por encima de la camisa… pero cuando él bajó los tirantes de su vestido para dejar al descubierto el sujetador de encaje, Juno se quedó inmóvil.

No podía hacerlo.

Mac se llevó su mano a los labios para depositar un beso.

–Bueno, por el momento es suficiente –dijo con voz ronca–. Pareces muerta de miedo. ¿Qué te pasa?

Ella tragó saliva. ¿No se daba cuenta? ¿No veía que aquello no era lo suyo?

–¿Podemos apagar la luz? –susurró.

No quería que la viese desnuda. Sus pechos eran pequeños, sus caderas delgadas como las de un chico…

Mac tomó su cara entre las manos, mirándola con una ternura que no había esperado.

–No, no podemos. No he esperado dos largas semanas para hacerte el amor en la oscuridad.

Juno abrió la boca para protestar, pero él puso un dedo sobre sus labios.

–Vamos a llegar a un acuerdo, ¿te parece?

–¿Qué… acuerdo?

–¿Por qué no marcas tú el ritmo?

–¿No te importa? –susurró ella, patéticamente agradecida por el inesperado respiro.

–¿Por qué iba a importarme? –Mac sonrió, una sonrisa llena de promesas–. Tú vas a hacer todo el trabajo.

Juno intentó sonreír. Tal vez aquella noche no terminaría siendo un desastre total.

Le temblaban las manos mientras desabrochaba los botones de su camisa, pero con cada centímetro de piel morena cubierta de suave vello oscuro que iba descubriendo recuperaba un poco más el valor. Y, lentamente, el deseo volvió a la vida.

Olía de maravilla, a gel, a colonia masculina, a hombre. Lo oyó gemir cuando pasó los dedos por sus pectorales, pero la exploración se detuvo en la hebilla del cinturón. No podía apartar la mirada del bulto marcado bajo los pantalones, que se había vuelto más prominente.

Pensaba que podía hacerlo, ¿pero de verdad estaba lista para controlar aquello?

–Juno, ¿es tu primera vez?

Ella levantó la mirada, con las mejillas ardiendo.

–No, claro que no. Tengo veintidós años –respondió, intentando parecer indignada.

–Pero tienes poca experiencia, ¿verdad?

Nerviosa, Juno decidió que lo mejor sería marcharse cuanto antes, pero cuando intentó levantarse él la tomó por la cintura.

–¿Qué ocurre? ¿Dónde vas?

–Tienes razón, no tengo mucha experiencia. De hecho, apenas tengo experiencia –le confesó. ¿Para qué iba a mentir? Podría haber madurado emocionalmente desde aquella horrible noche seis años atrás, pero eso no era suficiente para tratar con un hombre como Mac Brody–. Y como tú te has acostado con tantas mujeres, te vas a llevar una desilusión.

¿Por qué había pensado que aquello podría funcionar? Ponerse un vestido bonito y un poco de maquillaje no la convertía en una diosa del sexo.

Mac levantó su barbilla con un dedo para que lo mirase a los ojos.

–Cariño, no debes preocuparte por eso. Si estuviera más excitado, tendrían que llevarme al hospital. Y esto no es una prueba –siguió, deslizando un dedo por el escote del vestido–. No voy a darte nota después. Pero si tienes miedo, ¿por qué no dejas que yo marque el ritmo un rato?

De repente, Juno no podía respirar. El sonido de su voz, el roce de su dedo… no podía concentrase.

–No soy tan promiscuo como tú crees –dijo Mac, mientras desabrochaba el vestido–, pero parece que tengo un poco más de experiencia.

El sonido de la cremallera le pareció ensordecedor en el silencio de la habitación.

Juno tembló mientras bajaba el corpiño, dejándola desnuda de cintura para arriba salvo por el sujetador, que parecía apretar sus pulmones como un corsé.

–Túmbate, deja que yo haga el trabajo. Lo único que tienes que hacer es decirme lo que te gusta.

–Pero es que no sé lo que me gusta –le confesó ella.

¿Por qué había dicho eso? Mac iba a pensar que era tonta.

Sonriendo, él puso la palma de la mano sobre su estómago.

–Entonces tendremos que descubrirlo.

Juno asintió, sin saber qué decir.

–Buena chica –Mac la besó mientras, casi sin que se diera cuenta, le quitaba el sujetador.

Pero al notar que estaba semidesnuda, se asustó.

–No, por favor…

Intentó cubrirse, pero él se lo impidió, sujetando sus manos con suavidad. Juno cerró los ojos, temblando de vergüenza al sentir la mirada de Mac clavada en sus pechos. Nunca le había molestado que fueran pequeños. Hasta aquel momento.

–¿Por qué quieres esconderlos?

–Porque son un poco pequeños.

–¿Ah, sí?

Mac apartó sus brazos y se inclinó para capturar un pezón con los labios, tirando de él, chupándolo… y Juno, sin darse cuenta, se arqueó hacia él.

–Son tan sensibles… responden enseguida –susurró Mac–. ¿No sabes lo preciosos que son?

–¿De verdad?

–Cariño, vamos a desnudarte –dijo él, riendo–. No sabía cuántas cosas tenías que aprender.