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Miniserie Bianca 194 Su jefe necesita una esposa... ¡y ella es la candidata perfecta! La atracción de la recepcionista Cleo por el multimillonario Ari Stefanos es un secreto ferozmente guardado. ¡Hasta que los dos sucumben a una noche de pasión irrefrenable! Aun así, ella sabe que es un amor imposible. Si el pasado le ha enseñado algo, es que no se puede obligar a alguien a que te ame por la fuerza. Después de descubrir a la familia oculta de su padre, Ari encontró consuelo en los brazos de la dulce Cleo... Ahora, para adoptar a su sobrina huérfana, necesitará casarse. Y la cariñosa Cleo cumple todos los requisitos para convertirse en su futura esposa. Pero lo que es conveniente para uno nunca satisface a todos, y mucho menos si existe pasión por ambas partes.
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Seitenzahl: 207
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Lynne Graham
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa perfecta, n.º 194 - diciembre 2022
Título original: Promoted to the Greek’s Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-222-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
OLVÍDATE DE ellos –le había aconsejado el abogado de la familia–. En caso de que surja un problema en el futuro, se han tomado medidas. Tu herencia está protegida. No hay razón para que te preocupes por este asunto.
Incluso aquel día, en la recién inaugurada sede londinense de Stefanos Enterprises, una prueba irrefutable de su éxito profesional que debería tenerle de buen humor, Aristaeus Stefanos no podía quitarse de la cabeza esa conversación que lo había cambiado todo.
Solo había pasado un mes desde la muerte de su padre, Christophe Stefanos, un famoso magnate y filántropo que se había ganado la admiración de medio mundo. Ari, que era un hijo cariñoso, había quedado destrozado por su repentina muerte, y en todos los años que lo había conocido nunca había dudado de su nobleza.
En retrospectiva, esa confianza total le parecía ahora ridículamente ingenua para un hombre de veintiocho años. Después de todo, la muerte había expuesto cruelmente el secreto más oscuro de su padre y había destrozado la fe de Ari en él. Ari se había visto obligado a reconocer los defectos de su padre y a tomar una decisión de la que algún día podría arrepentirse, aun aceptando que no podía vivircon ninguna otra opción. Bajo esa máscara que transmitía entereza, todavía bullían sentimientos encontrados. La vergüenza y la incredulidad seguían siendo los más importantes cada vez que reflexionaba sobre las decisiones de su padre.
Sin embargo, la vida era demasiado corta para sufrir por algo que no podía cambiarse, reflexionó Ari con tristeza. Por eso, en lugar de aprovechar las numerosas invitaciones sociales que le habían llegado desde su regreso del funeral de su padre en Grecia, había decidido hacer algo que nunca había hecho: conocer a algunos de sus empleados. No era muy del estilo de Ari confraternizar con los trabajadores. Como multimillonario naviero y promotor turístico, contrataba a profesionales para controlar a su personal y mantenía las distancias. Sin embargo, su necesidad de distracción había vencido, y ¿qué podía ser más divertido que participar en un retiro de empresa que se iba a organizar en los bosques de Norfolk?
La nueva sede de Stefanos Enterprises reunía a personal de varios lugares, y su director de Recursos Humanos había sugerido el retiro como medio para derribar barreras y mejorar la comunicación. Ari no estaba seguro de creer en la utilidad de los retiros de empresa. Entendía el concepto y los beneficios potenciales, pero también sospechaba que muchos de sus ejecutivos lo verían como un descanso intrascendente.
Con una mueca de disgusto, Ari salió de su despacho justo cuando unas risas estridentes se oyeron en recepción. Su mirada fulminante se dirigió en esa dirección, y se enfadó mucho al ver a un guardia de seguridad coqueteando con la recepcionista, una mujer que lo irritaba en exceso. ¿Cómo se llamaba? Cleo, recordó, un nombre que le parecía inapropiado para alguien con un mechón de rizos rubios y con los ojos azules. Cleo era el diminutivo de Cleopatra, y según tenía entendido Ari, la amante de Marco Antonio era alta y morena, no bajita y con las curvas de una Venus de bolsillo, tan hortera como una cortina de flores de los ochenta.
Era justo decir que Ari no tenía ningún interés por Cleo, una empleada temporal que ya en su primer día había metido la pata al dejar que la ex acosadora de Ari, Galina Ivanova, entrara en su despacho sin dar explicaciones. Por supuesto, Cleo se había disculpado.¡Pero de qué manera! Mientras que Ari nunca utilizaba dos palabras si una era suficiente, Cleo era una charlatana sin remedio y era capaz de utilizar cincuenta palabras para lo que se podría decir con dos. Lo había hecho durante cinco minutos, mirándole suplicante con esos enormes ojos azules que la hacían parecer más un querubín que una mujer adulta. Tras haber sido informado por Recursos Humanos de que no podía despedirla sin más, aceptó a regañadientes la disculpa, pero su presencia cerca le molestaba.
–¡Que tenga una buena tarde, señor Stefanos! –dijo Cleo alegremente, sin tener la prudencia de pasar desapercibida después de haber sido sorprendida en el acto de distraer al guardia de seguridad de su trabajo.
Ari se esforzó por no responder algo burlón y se regañó a sí mismo por dejar que lo alterara tanto. A Ari le gustaba absolutamente todo en su vida metódica. Desde que era niño había colocado las cosas en pequeños grupos ordenados. Entonces encontraba seguridad en poner y restaurar el orden. El periodo de aprendizaje de su infancia fue inolvidable, aunque prefirió no pensar en ello. Su armario estaba clasificado por colores, sus estanterías ordenadas alfabéticamente, su escritorio inmaculado. En su mundo no había desorden y todo tenía su lugar. Cuando algo no estaba donde debía estar, Ari se ponía nervioso, y por esa razón la recepcionista lo irritaba tanto, razonó exasperado.
Cleo no encajaba en Stefanos Enterprises. Le faltaban estilo y sofisticación. Era demasiado visible, demasiado charlatana y demasiado simpática. Sonreía demasiado. Si pasabas cinco minutos en una parada de taxi con ella, te contaría toda la historia de su vida sin el más mínimo escrúpulo. Ese tipo de incontinencia verbal le daba escalofríos. Apartándola de su mente, se recordó a sí mismo que tenía un helicóptero con destino a Norfolk esperándole…
Cleo subió al minibús con su bolsa de viaje. Muchos de los empleados viajaban al retiro en coche, pero ella no había hecho ningún amigo íntimo en Stefanos Enterprises y no le habían ofrecido llevarla. La gente rara vez se esforzaba por conocer a los empleados temporales, y ella estaba acostumbrada a ser un poco invisible en el trabajo cuando los demás estaban socializando. Aun así, le encantó que la incluyeran en el retiro, lo que probablemente se debía a que iba a trabajar en Stefanos Enterprises durante otros ocho meses.
Reprimió una mueca, pensando en el incidente de su primer día que, según sospechaba, había arruinado cualquier esperanza de conseguir un puesto permanente en Stefanos Enterprises. Una envidiable y elegante belleza morena, vestida de punta en blanco, se había acercado a la recepción para anunciar que iba a comer con el señor Stefanos y que pasaría directamente a su despacho. Cleo ni siquiera había pensado en interrogar a la mujer. Se limitó a suponer que era una visitante habitual, posiblemente incluso un miembro de la familia. No le habían enseñado la lista de visitantes prohibidos antes de empezar su turno. No le habían dicho que las amantes del jefe nunca tenían acceso a él durante las horas de trabajo, ni por teléfono ni en persona. Y nadie se había estremecido más que ella cuando vio a la furiosa mujer expulsada de las instalaciones por dos guardias de seguridad y uno de los asistentes personales fue corriendo a preguntarle en qué demonios estaba pensando cuando había permitido que aquella «loca» entrara en el despacho del señor Stefanos. Una ex, acosadora para más inri, que se negaba a aceptar un no por respuesta y seguía apareciendo con la esperanza de que él cambiara de opinión. Cleo pensó que debería haber sido advertida desde el momento en que se hizo cargo de recepción de que la aventurera y cambiante vida amorosa de su jefe podría hacer que ese tipo de visitas llegaran a la oficina.
Cleo reprimió esos pensamientos que no llevaban a ningún lugar.
Prefería concentrarse en cosas positivas. Una noche fuera del pequeño y estrecho estudio que compartía sería bien recibida. Aunque estaba agradecida por haber encontrado un alojamiento en la ciudad que podía compartir, a menudo anhelaba la paz y la tranquilidad de su propio espacio, pero con el coste de los alquileres en Londres y su poder adquisitivo tan exiguo, ese era un lujo con el que solo podía soñar. En cualquier caso, se recordaba a sí misma, tenía la suerte de que su casera, Ella, pasaba un par de noches a la semana en casa de su novio, dejando a Cleo en posesión exclusiva del espacio del dormitorio del entrepiso y de la pequeña sala de estar que tenían que compartir. Los padres de Ella habían comprado la propiedad para su hija y no era lo suficientemente grande para dos personas. Sin embargo, Ella era una estudiante que luchaba por salir adelante y necesitaba el alquiler de Cleo.
El retiro se celebraba en un hotel rural con encanto, situado en plena naturaleza y rodeado de bosques y extensos campos. El autobús llegó con retraso, después de que un accidente provocara una larga y lenta cola de tráfico. Mientras esperaban sus tarjetas de acceso en la recepción, y mientras varios se quejaban de que su llegada tardía les impedía participar en las charlas de equipo, Lily, una de las empleadas, se volvió a Cleo para decirle:
–¡Vaya! Parece ser que compartimos habitación.
Cleo forzó una sonrisa, al ver que su compañera no estaba más entusiasmada que ella con el acuerdo. Nada más llegar a la cómoda habitación del hotel, Lily se excusó para reunirse con sus amigas.
–Estaremos en el bar después de la cena… Eres bienvenida si quieres unirte a nosotras –le dijo con una agradable sonrisa–. Cuantos más seamos, mejor.
Y alguien extraño era más fácil de llevar en un grupo grande, reflexionó Cleo con pesar. Se alegraba de la invitación, pero le preocupaba que no fuera realmente bienvenida y que solo se lo dijera por cortesía.
–Voy a bajar para ver a qué me puedo apuntar. Se supone que las clases de yoga son muy buenas –le informó Lily al salir por la puerta–. Y tienen una a primera hora.
A Cleo no le gustaba el yoga. Después de haberlo intentado en una clase, decidió que no era lo suficientemente flexible.
Tras refrescarse, bajó a explorar las otras opciones que se le ofrecían. Respirando hondo y armándose de valor, se apuntó al día siguiente al paintball y al paddle surf. Aunque no era ni remotamente atlética, consideraba necesario salir de su zona de confort cuando se presentaba la oportunidad, y Dios sabía, se dijo con pesar, que era poco probable que volviera a tener la oportunidad de probar esas actividades de forma gratuita. Como mínimo, debería ser divertido.
Cuando algo la intimidaba, Cleo se lanzaba de cabeza. El hecho de haber crecido con una madre soltera siempre preocupada y esperando un desastre le había enseñado a no tener miedo. Lisa Brown siempre había tenido una visión pesimista, mientras que Cleo prefería ver el lado bueno de las cosas.
Al cambiarse para la cena, sacó un vestido cómodo y elástico y unos tacones. Los colores brillantes del estampado de palmeras le hicieron sonreír, transportándola a su infancia con una madre que habitualmente vestía de negro, creyendo que los colores eran menos elegantes. De mucho le había servido a su pobre madre aquel vestuario oscuro, reflexionó Cleo con ironía. El hombre al que amaba, el padre de Cleo, no había correspondido a Lisa Brown y tampoco había querido tener un hijo con ella. El embarazo de Lisa había acabado con su relación clandestina.
Cleo bajó a cenar, echó un vistazo al comedor y solo vio un puñado de caras vagamente familiares. Quería localizar a Ari Stefanos, que supuestamente se había unido a su equipo para el retiro. Eso le había sorprendido, ya que Ari no era el más accesible de los jefes y, fiel a su estilo, Lily había mencionado que no se alojaba en el hotel, sino en una propiedad de lujo separada en el bosque, bien alejada del bullicio. Cleo buscaba a Ari simplemente porque siempre era un placer deleitarse con él. Aquellos pómulos, aquel pelo negro rebelde, aquella mirada penetrante y oscura como la noche bajo las cejas de ébano, por no mencionar su exuberante boca que desearía besar.
La primera vez que Cleo conoció a su jefe fue el mismo día en que intentó disculparse por la mujer a la que había permitido entrar en su despacho sin haber preguntado antes. Aquella fue la primera vez que lo vio, y la fascinación absoluta la había hipnotizado porque había algo en la disposición precisa de sus rasgos perfectos que le había hecho mirar como una colegiala embelesada. Su lengua se había tropezado con las palabras, su boca se había secado y su cerebro se había cerrado en ese mismo momento. Ari Stefanos desprendía un atractivo irresistible con cada aliento que lanzaba.
Era la adicción secreta de Cleo. Era una diversión inofensiva. Todas las mujeres de la oficina le echaban más de una mirada a Ari Stefanos: era asombrosamente guapo y tremendamente sexy. Hacía sombra a los hombres normales. Pero todo quedaba en fantasías porque su jefe detestaba las aventuras amorosas en la oficina. En cualquier caso, Cleo sabía que no tenía el aspecto necesario para atraer a un hombre así.
Cleo nunca había estado enamorada y tampoco tenía deseos de enamorarse. Su madre había amado a su padre y eso había arruinado los mejores años de su vida. No, Cleo solo se permitía enamorarse de un hombre cuando estaba claro que leinteresaba lo suficiente como para comprometerse. En eso se había equivocado su madre, en confiar en las promesas hechas en el calor del momento, en suponer que había sentimientos profundos cuando no era así. Cleo no pensaba cometer el mismo error. Y a corto plazo, admirar a Ari Stefanos desde una distancia segura era una fuente de diversión, perfectamente prudente y privada.
Sin saber que cualquiera se entretenía con solo mirarlo, Ari dirigió un debate sobre la visión de la empresa para el futuro antes de encaminarse al bar, decidido a tomar una copa y ser sociable antes de retirarse a su propiedad.
Por alguna inexplicable razón, su atención se posó inmediatamente en Cleo y se quedó fijada en ella. Estaba sentada con un grupo, participando en una animada discusión, y su mechón de rizos dorados brillaba en la luz tenue cuando movía la cabeza. Se levantó para dirigirse a la barra y casi se estremeció al ver el vívido estampado de hojas de palmera gigantes que lucía. Una gran mariposa azul se extendía por su curvilíneo trasero y, al igual que la hoja que cubría sus pechos, el llamativo diseño acentuaba de algún modo la exuberante plenitud de sus gloriosas curvas. En ese instante comprendió perfectamente por qué ella atraía continuamente su atención. Podía medir apenas más de un metro y medio, pero tenía una figura soberbia. También tenía buenas piernas, notó distraídamente, observándola en la barra, captando su risa gorjeante y el brillo de su sonrisa cuando el camarero se apresuró a servirla.
–Es muy bonita y muy joven –comentó Mel, su asistente personal, mientras miraba en la misma dirección.
Ari apartó la mirada de Cleo, algo ruborizado, y se movió con inquietud.
–Habla demasiado.
–Sí, pero es muy buena en la recepción –dijo Mel–. Es amigable, servicial, acogedora. En mi opinión, mucho mejor que esa barbie que está de baja por maternidad.
Ari apretó sus dientes blancos.
–Es un poco hortera.
Mel frunció el ceño y le lanzó una mirada de sorpresa.
–Entonces, que alguien le dé un consejo con los colores para que parezca más… profesional.
Cansado de la conversación, Ari se tomó el whisky que le habían traído sin saborear el vino.
–Me voy a dormir. Ha sido un día muy largo.
Cleo no pasó toda la tarde con Lily y sus amigos, solo una hora para ser amable. Se fue a la cama sofocando un bostezo, preguntándose por dónde habría desaparecido Ari Stefanos, porque no lo había visto marcharse.
Por la mañana, bajó a desayunar sola porque Lily se había ido a la clase de yoga. Vestida con una camiseta de manga larga y unos pantalones cargo, comió y luego siguió las señales hasta la zona arbolada y vallada donde se desarrollaba la operación de paintball. Se sintió un poco avergonzada al ver que solo otra mujer había elegido la actividad y que se trataba de una exsoldado atlética, a la que Cleo había conocido la noche anterior en el bar, y que estaba corriendo y saltando emocionada. Cleo se puso la máscara, el casco y el chaleco de protección y agarró el arma después de que le hicieran una demostración de tiro, y luego trató de adoptar la pose adecuada como si ella también estuviera efervescente de energía reprimida. Ari Stefanos apareció con un pequeño grupo de hombres. Su pelo negro estaba despeinado y necesitaba un corte. Cleo se apoyó en la pared para observarlo mejor antes de que desapareciera en la caseta del equipo. Se preguntaba qué tenían sus rasgos que la hacían fijarse continuamente en él. ¿Los ojos oscuros y profundos, la mandíbula dura y la tenue sombra de barba? ¿La fina nariz aristocrática? ¿Esa hermosa boca a la que nunca había visto sonreír? Con la reciente muerte de su padre, supuso que no tenía mucho por lo que sonreír. Era muy alto, espectacularmente bien construido, todo músculo magro desde sus anchos y fuertes hombros, su vientre plano y su estrecha cintura hasta sus largas y poderosas piernas. El grupo se dividió en dos equipos y comenzó el juego. Cuando menos se lo esperaba, Cleo cayó en una emboscada detrás de un árbol. Tres de su propio equipo, tipos jóvenes y bulliciosos, la acorralaron y la rociaron literalmente con bolas de pintura, riéndose a carcajadas mientras lo hacían. Cuando las bolas golpearon y salpicaron sobre ella, se asustó por la fuerza de cada golpe y por lo mucho que dolía.
–¡Ya vale! –gritó al sentir las punzadas de dolor y la presión que seguramente la magullarían, pero ellos seguían riendo histéricamente mientras salían corriendo de nuevo.
Cuando se fueron, Cleo permaneció furiosa. Los miembros de su propio equipo la habían atacado, presumiblemente porque era una empleada temporal, un objetivo más seguro para gastar una broma que un miembro permanente del personal. Y estaba herida, le dolía todo el cuerpo por la agresión mientras empezaba a levantarse torpemente, con lágrimas de rabia que la cegaban.
–¡Estás fuera! ¡Vete a la zona muerta! –ordenó una voz cortante.
–¡No estoy fuera! Mi propio equipo me ha emboscado.
–¿Tienes testigos? Si no, estás fuera –insistió la voz sin compasión.
–Voy a vengarme –replicó Cleo con furia, recordando que haber dado la espalda a los comportamientos desagradables que había sufrido en la escuela no le había servido de nada. Cuando alguien se proponía herirla deliberadamente, ella había aprendido a luchar siempre en defensa propia. No valía la pena dejar que la gente la pisoteara. Si permitía ese trato, era más probable que se repitiera.
–Eso va contra las reglas. Y esa actitud tampoco es propia del espíritu del juego –le informó su indeseado compañero con un elevado tono de superioridad.
–¡Anda, cállate! –exclamó Cleo con brusquedad–. Si ellos pueden ignorar las reglas y atacarme, yo también puedo hacerlo.
Ante la mirada incrédula de Ari, Cleo se subió al árbol como una guerrera ninja en miniatura. Estaba claro que aquella joven no sabía quién estaba tras la máscara que le servía de protección.
–Ni siquiera me verán aquí arriba. Voy a atraparlos –dijo susurrando.
–¿Has escuchado algo de lo que he dicho? –preguntó Ari con sorna–. ¿Has leído las reglas? No puedes subir a los árboles ni atacar desde arriba. Una vez que te golpean, estás fuera y debes abandonar el campo inmediatamente.
–De mucho me sirvió leer las reglas cuando nadie más las cumple –respondió Cleo–. Vete y déjame en paz. Llamarás la atención sobre mí y me vas a estropear el plan.
–Bájate y me encargaré de que salgas del campo sana y salva –dijo Ari con impaciencia.
–¡Como si necesitara tu ayuda! –se quejó Cleo–. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que te ocupes de tus propios asuntos? –Se acercó a una rama más alta y robusta y agarró el arma con torpeza por debajo de un brazo–. Estoy a punto de darles una lección a esos tipos.
Ari nunca había tenido un empleado que simplemente ignorara sus órdenes. Sin duda, las protecciones del paintball eran un magnífico disfraz. Ari era muy estricto con las normas y, aunque comprendía su ardiente deseo de venganza, no podía permitirlo. Estirándose, rodeó su pequeña cintura con las manos y, desde ese ángulo, no pudo evitar notar que, en los pantalones ajustados, su trasero sobresalía como un melocotón especialmente maduro y delicioso. Desconcertado por la excitación instantánea contra su cremallera, la bajó del árbol y la llevó cuidadosamente al nivel del suelo. Por supuesto, él sabía quién era. Cleo era única entre el personal de la planta superior. Era demasiado pequeña para que la confundieran con otra persona.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó con incredulidad.
Cuando ella se tambaleó, él se agachó para sostenerla y el leve aroma a fresas emanó del cabello dorado que salía de su casco: estaba demasiado cerca. Ari dio un paso atrás al tiempo que la hacía girar para mirarlo. El azul aciano de sus ojos era inconfundible. Se tensó mientras se censuraba a sí mismo por su reacción física manifiesta.
–Te voy a sacar de aquí –le dijo Ari secamente–. Antes de que pierda los nervios contigo.
–Solo porque tienes una visión diferente de cómo jugar…
–Romper las reglas podría hacer que el juego terminara para todos –le advirtió Ari secamente–. Hay que respetar la seguridad ante todo. Por favor…
Y fue su acento, que hacía más ásperos los sonidos de las vocales, lo que hizo que ella le echara una larga mirada con el ceño fruncido. De un solo golpe, se sobrepuso a su rabia lo suficiente como para reconocer la ropa que llevaba y los ojos dorados y oscuros que brillaban como una lluvia de chispas tras la máscara. ¡Oh, Dios mío! Estaba discutiendo con el jefe, el gran defensor de las reglas.
–Lo siento mucho, señor Stefanos –dijo–. No me di cuenta de que era usted.
–Tal vez debería haber llevado una etiqueta de advertencia –replicó Ari mientras mantenía una mano controladora en su hombro y la dirigía hacia la valla y la zona marcada para los perdedores salpicados de pintura.
Al ser la primera en llegar al rincón de los perdedores, Cleo apretó los dientes para responder con sarcasmo y frunció los labios, diciendo con rigidez:
–Gracias. Volveré al hotel para cambiarme.
Ari se inclinó hacia ella.
–Te prometo… que llenaré a esos matones de pintura –murmuró con fiereza.
–No se esfuerce por mí, señor Stefanos –comentó Cleo mientras se alejaba–. Es solo un juego…
Ari respiró súbitamente, incrédulo ante su despreocupado descaro, y permaneció varios segundos tenso, observando cómo desaparecía de su vista, desafiante en cada línea de su cuerpo torneado y sexy. El movimiento natural de sus caderas le robó toda la atención. Apretó los dientes y se apartó, furioso por el hecho de que ella le provocara una respuesta sexual visceral. Era una empleada. Esa reacción era inaceptable.
Todavía furiosa, Cleo regresó al hotel y se metió directamente en la ducha, sintiéndose triste hasta que hubo eliminado la última gota de pintura de su cuerpo. Unos tenues círculos rosados de moretones marcaban sus brazos, su cuello, sus piernas y su estómago. La culpa era suya por no llevar ropa más gruesa y por no aprovechar el material de protección adicional que se ofrecía en la caseta del equipo por temor a verse mal. Ahora estaba rememorando con horror su desafortunado encuentro con Ari Stefanos. No debería haber discutido con nadie en el juego, teniendo en cuenta que era la que menos tiempo llevaba en la empresa. No podía permitirse el lujo de ofender tontamente a alguien de mayor rango que ella. ¿Y qué había hecho? Atraer equivocadamente la atención de su jefe otra vez. Hizo una mueca de dolor mientras se ponía el bañador y se vestía de nuevo. Irónicamente, ya no estaba de humor para el paddle surf tras la calamitosa experiencia con el paintball. ¡Pero Ari Stefanos era realmente exasperante! Tan mandón, tan seguro de sí mismo y tan audaz, convencido de que solo su manera era la correcta y, aunque Cleo nunca se había considerado una transgresora, sus críticas la habían enloquecido sobremanera.