ÉTICA A NICÓMACO - Aristóteles - E-Book

ÉTICA A NICÓMACO E-Book

Aristoteles

0,0
2,14 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aristóteles (384 a.C.- 322 a.C.) fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios. Aristóteles expuso en su obra Ética a Nicómaco sus reflexiones éticas más relevantes. La obra está dividida en 10 libros, cada uno trata un tema diferente. En ellos expone sus reflexiones sobre el bien, la felicidad, la virtud, la templanza o las virtudes intelectuales, entre otros temas.  Ética a Nicómaco es uno de los tratados más importantes que se conservan de la filosofía occidental.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 555

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Aristóteles

ÉTICA A NICÓMACO

1a edição

Isbn: 9786558942139

Prefacio

Prezado Leitor

Aristóteles (384 a.C.- 322 a.C.) fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

Aristóteles expuso en su obra Ética a Nicómaco o Ética nicomáquea sus reflexiones éticas más relevantes. La obra está dividida en 10 libros, cada uno trata un tema diferente. En ellos expone sus reflexiones sobre el bien, la felicidad, la virtud, la templanza o las virtudes intelectuales, entre otros temas.

Ética a Nicómaco es uno de los tratados más importantes que se conservan de la filosofía occidental.

Una excelente lectura

LeBooks Editora

Sumario

PRESENTACIÓN

LIBRO PRIMERO

LIBRO SEGUNDO

LIBRO TERCERO

LIBRO CUARTO

LIBRO QUINTO

LIBRO SEXTO

LIBRO SÉPTIMO

LIBRO OCTAVO

LIBRO NOVENO

LIBRO DÉCIMO

PRESENTACIÓN

Sobre el autor y su obra

Platón y Aristóteles en la La escuela de Atenas, por Rafael Sanzio (1509)

Aristóteles (Estagira, 384 a. C.- Calcis, 322 a. C.) fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

Fue discípulo de Platón y de otros pensadores, como Eudoxo de Cnido, durante los veinte años que estuvo en la Academia de Atenas. Poco después de la muerte de Platón, Aristóteles abandonó Atenas para ser el maestro de Alejandro Magno en el Reino de Macedonia durante casi 5 años. En la última etapa de su vida, fundó el Liceo en Atenas, donde enseñó hasta un año antes de su muerte.

Aristóteles escribió cerca de 200 obras, de las cuales solo se han conservado (ninguna de ellas destinada a la publicación) en el Corpus Aristotelicum sobre una enorme variedad de temas, entre ellos: lógica, metafísica, filosofía de la ciencia, ética, filosofía política, estética, retórica, física, astronomía y biología. Aristóteles transformó muchas, si no todas, las áreas del conocimiento que abordó. Es reconocido como el padre fundador de la lógica y de la biología, pues si bien existen reflexiones y escritos previos sobre ambas materias, es en el trabajo de Aristóteles donde se encuentran las primeras investigaciones sistemáticas al respecto. Aristóteles también ha sido llamado el padre de la ciencia política, zoología, embriología, ley natural, método científico, retórica, psicología, realismo, crítica, individualismo, teleología y de la meteorología.

Contrario al platonismo, Aristóteles desarrolló una filosofía en donde la experiencia es la fuente del conocimiento. Según su teoría hilemórfica, cada entidad sensible es una sustancia compuesta de materia, aquello que constituye las cosas; y forma, lo que organiza la materia, siendo esta última su esencia. Toda sustancia tiende hacia una causa final dirigida por su naturaleza (teleologismo). Según el filósofo, el ser humano es un animal racional constituido por un cuerpo y alma, cuyo fin último es la actividad intelectual mediante el ejercicio de la razón, virtud (areté) propia del alma, llegando así al bienestar (eudaemonia). Las virtudes éticas, las cuales se forman mediante el hábito, son el término medio entre dos excesos o vicios. Los humanos viven por naturaleza en comunidad, formando así Estados (polis) con el fin de preservar la felicidad de sus ciudadanos. También defendió el valor de la retórica, el arte poético y la superioridad del varón griego.

Entre muchas otras contribuciones, Aristóteles formuló la teoría de la generación espontánea, el principio de no contradicción y las nociones de categoría, sustancia, motor inmóvil, acto y potencia. Algunas de sus ideas, que fueron novedosas para la filosofía de su tiempo, hoy forman parte del sentido común de muchas personas. Influyó en el pensamiento islámico durante la Edad Media, así como en la escolástica cristiana. Su ética, aunque siempre influyente, ganó un renovado interés con el advenimiento moderno de la ética de la virtud.

Primeros años

Aristóteles nació en 384 a. C. o 383 a. C., durante el primer año de la olimpiada XCIX, en la ciudad de Estagira, la actual Stavros (razón por la cual se lo apodó el Estagirita), no lejos del actual Monte Athos, en la península Calcídica, entonces perteneciente al Reino de Macedonia (actual región de Macedonia de Grecia). Su padre, Nicómaco, pertenecía a la corporación de los asclepiadeos, es decir, que profesaba la medicina, y fue médico del rey Amintas III de Macedonia, hecho que explica su relación con la corte real de Macedonia, que tendría una importante influencia en su vida; y su madre, Festis, era oriunda de Calcis y también estaba vinculada a los asclepiadeos.

En la época del rey Arquelao I de Macedonia, al ser su padre médico del rey Amintas III de Macedonia, ambos residieron en Pella, y Aristóteles no pudo permanecer mucho tiempo en aquel lugar, ya que sus padres murieron cuando él era aún muy joven, y se trasladó probablemente a Atarneo. En 367 a. C., cuando Aristóteles tenía 17 años, falleció su padre, y se hizo cargo de él su tutor Proxeno de Atarneo, que lo envió a Atenas, por entonces un importante centro intelectual del mundo griego, para que estudiase en la Academia de Platón. Allí permaneció por veinte años.

Periodo en la Academia

Bajorrelieve de Platón enseñando a Aristóteles, por Luca della Robbia (c. 1439).

Para completar la educación de Aristóteles, Proxeno lo envió a Atenas para inscribirle a la Academia, habiéndose extendido ya su fama y la de Platón por el mundo griego.

Aristóteles conoció a Platón cuando tenía 17 años de edad, y permaneció en la Academia desde 367 o 366 a. C. hasta 347 o 346 a. C., justo con el momento en el que coincide el segundo viaje que realiza Platón a Sicilia. Debido a que Aristóteles acudió a la Academia durante su periodo de máximo esplendor, pudo desarrollarse de forma adecuada. Eudoxo ejerció la primera influencia decisiva sobre Aristóteles, ya que pudo ejercer su influencia en la exigencia «salvar los fenómenos», lo que es lo mismo, «hallar un principio que explicase los hechos conservando intacto su modo genuino de presentarse». El propio Platón le llamaba «el lector» debido a su afán de formarse mediante escritos en lugar de hacerlo de forma oral (como se hacía en la Academia).

Debido a que las ideas filosóficas de Eudoxo diferían de la filosofía platónica y concluían en aporías, Aristóteles hizo caso omiso de las mismas, pero sí se relacionó con Espeusipo, Filipo de Opunte, Erasto y Corisco. Tanto Espeusipo como Filipo de Opunte fueron escolarcas de la Academia, Heraclides Póntico la rigió cuando Platón hizo su tercer viaje a Sicilia, Filipo publicó la obra Leyes, y Erasto y Corisco asociaron sus nombres con Aristóteles. Durante este periodo de juventud escribió varios diálogos y el Protréptico, una exhortación a la filosofía muy popular dirigida al público general. Ninguna de estas obras se ha podido conservar.

Aristóteles participó probablemente en los Misterios eleusinos, escribiendo sobre ellos: "La experiencia es aprender"

Formación de su filosofía

Tras la muerte de Platón en 347 a. C., Aristóteles dejó Atenas. La historia tradicional registra que Aristóteles partió por su decepción a que la dirección de la Academia pasara al sobrino de Platón, Espeusipo, aunque esto es improbable, pues un macedonio no podía heredar bienes atenienses. Es posible que temiera los sentimientos contra los macedonios en Atenas en ese momento y se fue antes de la muerte de Platón.

Aristóteles se trasladó a Atarneo y a Aso, en Asia Menor, donde vivió aproximadamente tres años bajo la protección de su amigo y antiguo compañero de la Academia, Hermias, quien era gobernador de la ciudad. Cuando Hermias fue asesinado, Aristóteles se mudó a la ciudad de Mitilene, en la isla de Lesbos, donde permaneció dos años.1617. Allí continuó con sus investigaciones junto a Teofrasto, nativo de Lesbos, enfocándose en zoología y biología marina. Además, se casó con Pitias de Aso, la sobrina de Hermias, con quien tuvo una hija del mismo nombre.

Alejandro Magno y el Liceo

Alejandro Magno y Aristóteles. El filósofo fue su formador intelectual y le inculcó sus conocimientos en la etapa adolescente por más de dos años. Se considera que esas enseñanzas fueron elementos decisivos para los objetivos que se propuso Alejandro. Su sobrino, Calístenes, quien fue su biógrafo, lo acompañó en la campaña contra Persia. Las cartas entre Alejandro y Aristóteles quedaron registradas en el libro de Pseudo Calístenes, Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia.

En 343 a. C., el rey Filipo II de Macedonia convocó a Aristóteles para que fuera tutor de su hijo de 13 años, que más tarde sería conocido como Alejandro Magno, en la localidad de Mieza. Aristóteles viajó entonces a Pella, por entonces la capital del imperio macedonio, y enseñó a Alejandro durante dos años, al menos, hasta que inició su carrera militar. Durante el tiempo de Aristóteles en la corte macedonia, dio lecciones también a otros dos reyes futuros: Ptolomeo y Casandro.

En 335 a. C., Aristóteles regresó a Atenas y fundó su propia escuela, el Liceo (llamado así por estar situado dentro de un recinto dedicado al dios Apolo Licio).

A diferencia de la Academia, el Liceo no era una escuela privada y muchas de las clases eran públicas y gratuitas. A lo largo de su vida, Aristóteles reunió una vasta biblioteca y una cantidad de seguidores e investigadores, conocidos como los peripatéticos 'itinerantes', llamados así por la costumbre que tenían de discutir caminando). La mayoría de los trabajos de Aristóteles que se conservan son de este período. Escribió muchos diálogos, de los cuales solo han sobrevivido fragmentos. Los trabajos que han sobrevivido están en forma de tratado y no estaban destinados, en su mayor parte, a una publicación.

Durante este período, murió su esposa, Pitias, y Aristóteles empezó una nueva relación con Herpilis, se cree que, como él, nativa de Estagira. Aunque algunos suponen que no era más que su esclava, otros deducen de las últimas voluntades de Aristóteles que era una mujer libre y probablemente su esposa en el momento de su muerte. En cualquier caso, tuvieron descendencia juntos, incluyendo un hijo, Nicómaco, que nombra como padre a Aristóteles y a quien dedicó su Ética a Nicómaco.

Aunque poco se sabe de su aspecto físico, Aristóteles fue descrito como calvo, de piernas cortas, ojos pequeños, balbuciente, elegante al vestir y sobre la base sus propias opiniones, su falta de hábitos ascéticos. Era un hombre práctico y un observador cuidadoso. De mente alta y buen corazón, dedicado a sus seres queridos y justo con sus rivales. Diógenes Laercio declaró que tenía inclinación a la burla y cita algunas expresiones que testimonian su fácil ingenio.

Muerte

Cuando Alejandro murió en 323 a. C., es probable que Atenas se volviera un lugar incómodo para los macedonios, especialmente para quienes tenían las conexiones de Aristóteles. Según se cuenta, declaró que "no veía razón para dejar que Atenas pecara dos veces contra la filosofía" (clara alusión a la condena de Sócrates). Aristóteles dejó Atenas y se estableció a Calcis, en la isla de Eubea, donde murió extrañamente al año siguiente a la edad de 61 o 62 años, en 322 a. C., por una enfermedad de los órganos digestivos. Su testamento fue conservado por Diógenes Laercio.

En mayo de 2016, durante el congreso internacional "Aristóteles, 2.400 años" celebrado en la Universidad de Salónica, Konstantinos Sismanidis, director de las excavaciones en la ciudad de Estagira, dio a conocer las conclusiones de su equipo de arqueólogos sobre un edificio descubierto en 1996 y ahora reestudiado a la luz de dos manuscritos que hacen alusión al traslado posterior de las cenizas del filósofo, en una urna de bronce, a su ciudad natal. Según ellos, el edificio, hallado en el interior de una fortaleza bizantina posterior, "no puede ser otra cosa que el mausoleo de Aristóteles", aunque aclararon que "no tenemos pruebas, pero sí indicios muy fuertes que rozan la certeza".

Pensamiento

El pensamiento de Aristóteles abarca prácticamente todas las facetas de la investigación intelectual. Aristóteles hizo filosofía en sentido amplio, que también describiría como "ciencia". El uso del término ciencia tiene un significado diferente al que cubre el término "método científico". Distingue tres tipos de filosofías, ciencias o saberes: saber práctico, que incluye la ética y la política; saber productivo, significa el estudio de las artes, incluida la poética; y saber teórico, puramente contemplativo al no intervenir en el objeto de estudio, que abarca la física, las matemáticas y la metafísica. La lógica y la retórica no constituyen para Aristóteles saberes sustantivos.

De la Ética a Nicómaco

Aristóteles expuso en su obra Ética a Nicómaco o Ética nicomáquea sus reflexiones éticas más relevantes. Esta obra es uno de los tratados más importantes que se conservan de la filosofía occidental. Consta de 10 libros, en los cuales el filósofo reflexiona, entre otras cosas, sobre la felicidad y cómo es posible llegar a ella.

Según Aristóteles, ¿qué hace feliz al hombre? ¿Cómo puede el individuo alcanzar una vida plena?

Conozcamos las ideas fundamentales de la ética aristotélica.

La obra está dividida en 10 libros, cada uno trata un tema diferente. En ellos expone sus reflexiones sobre el bien, la felicidad, la virtud, la templanza o las virtudes intelectuales, entre otros temas.

Libro I: El bien y la felicidad

En este libro, el filósofo atiende a cuál es el fin de las acciones humana. Asimismo, indaga en la naturaleza de la felicidad y diferencia entre las virtudes éticas y las dianoéticas.

Libro II: Teoría de la virtud

Este volumen trata de forma más extendida la teoría de las virtudes y la naturaleza de las mismas. Asimismo, Aristóteles compara la virtud con otros tipos de saber.

Libro III: El valor y la templanza

Este libro consta de tres partes. En la primera, Aristóteles analiza los actos voluntarios e involuntarios del hombre.

En la segunda parte, el filósofo analiza la virtud de fortaleza, la cual afirma estar en el medio, entre el temor y la confianza.

Finalmente, en la tercera parte, habla sobre la templanza, una virtud que se encuentra entre el placer y el dolor.

Libro IV: Las diferentes virtudes

Aquí Aristóteles analiza virtudes diferentes a la templanza y la fortaleza. Entre ellas, se encuentran la generosidad, la magnificencia, la magnanimidad o la ecuanimidad.

Libro V: La justicia

En este libro Aristóteles se refiere a una de las grandes virtudes, la justicia. Aquí diferencia entre los tipos de justicia. Por un lado, la justicia universal y, por otro lado, la justicia particular. Para Aristóteles la justicia es la mayor virtud.

Libro VI: Las virtudes intelectuales

Aquí indaga sobre las virtudes intelectuales y la naturaleza de las mismas. Supone uno de los libros más importantes para la comprensión de la ética aristotélica. Se refiere en él a virtudes como el arte, la ciencia, la sabiduría, el entendimiento y la prudencia.

Libro VII: La intemperancia y el placer

En este libro el filósofo se refiere a la continencia e incontinencia.

Libro VIII: La amistad

Supone un estudio exhaustivo sobre la amistad y los diferentes tipos de la misma, también sobre la relación entre la amistad y la política.

Libro IX: La amistad (continuación)

En este volumen el filósofo continúa reflexionando sobre la amistad. Esta vez hace hincapié en sus características y la reciprocidad de la misma. Asimismo, expone las diferencias entre amistad y la bondad. También, se refiere a la relación entre amistad y felicidad.

Libro X: El placer y la verdadera felicidad

Es la última parte de la obra Ética nicomáquea. En ella, Aristóteles retoma el tema de la felicidad y el placer. Aquí, expone lo que significa, a su juicio, la verdadera felicidad.

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO 1

Cualquier arte y cualquier doctrina, y asimismo toda acción y elección, parece que a algún bien es enderezada. Por tanto, discretamente definieron el bien los que dijeron ser aquello a lo cual todas las cosas se enderezan. Pero parece que hay en los fines alguna diferencia, porque uno de ellos son acciones y otros, fuera de las acciones, son algunas obras; y donde los fines son algunas cosas fuera de las acciones, allí mejores son las obras que las mismas acciones.

Pero como sean muchas las acciones y las artes y las ciencias, de necesidad han de ser los fines también muchos. Porque el fin de la medicina es la salud, el del arte de fabricar naves la nave, el del arte militar la victoria, el de la disciplina familiar la hacienda.

En todas cuantas hay de esta suerte, que debajo de una virtud se comprenden, como debajo del arte del caballerizo el arte del frenero, y todas las demás que tratan los aparejos del caballo; y la misma arte de caballerizo, con todos los hechos de la guerra, debajo del arte de emperador o capitán, y de la misma manera otras debajo de otras; en todas, los fines de las más principales, y que contienen a las otras, más perfectos y más dignos son de desear que no los de las que están debajo de ellas, pues éstos por respecto de aquéllos se pretenden, y cuanto a esto no importa nada que los fines sean acciones, o alguna otra cosa fuera dellas, como en las ciencias que están dichas.

Presupuesta esta verdad en el capítulo pasado, que todas las acciones se encaminan a algún bien, en el capítulo II disputa cuál es el bien humano, donde los hombres deben enderezar como a un blanco sus acciones para no errarlas, y cómo éste es la felicidad.

Demuestra asimismo cómo el considerar este fin pertenece a la disciplina y ciencia de la república, como a la que más principal es de todas, pues ésta contiene debajo de sí todas las demás y es la señora de mandar cuáles ha de haber y cuáles se han de despedir del gobierno y trato de los hombres.

CAPÍTULO 2

Pero si el fin de los hechos es aquel que por sí mismo es deseado, y todas las demás cosas por razón de aquél, y si no todas las cosas por razón de otras se desean (porque de esta manera no temía fin nuestro deseo, y así sería vano y miserable), cosa clara es que este fin será el mismo bien y lo más perfecto, cuyo conocimiento podrá ser que importe mucho para la vida, pues teniendo, a manera de ballesteros, puesto blanco, alcanzaremos mejor lo que conviene. Y si esto así es, habremos de probar, como por cifra, entender esto qué cosa es, y a qué ciencia o facultad toca tratar dello.

Parece, pues, que toca a la más propia y principal de todas, cual parece ser la disciplina de república, pues ésta ordena qué ciencias conviene que haya en las ciudades, y cuáles, y hasta dónde conviene que las aprendan cada uno.

Vemos asimismo que las más honrosas de todas las facultades debajo de ésta se contienen, como el arte militar, la ciencia que pertenece al regimiento de la familia, y la retórica. Y pues ésta de todas las demás activas ciencias usan y se sirve, y les pone regla para lo que deben hacer y de qué se han de guardar, síguese que el fin de ésta comprenderá debajo de sí los fines de las otras, y así será éste el bien humano.

Porque, aunque lo que es bien para un particular es asimismo bien para una república, mayor, con todo, y más perfecto parece ser para procurarlo y conservarlo el bien de una república.

Porque bien es de amar el bien de uno, pero más ilustre y más divina cosa es hacer bien a una nación y a muchos pueblos. Esta doctrina, pues, que es ciencia de república, propone tratar de todas estas cosas.

En el capítulo III nos desengaña que en esta materia no se han de buscar demostraciones ni razones infalibles como en las artes que llaman matemáticas, porque esta materia moral no es capaz dellas pues consiste en diversidad de pareceres y opiniones, sino que se han de satisfacer con razones probables los lectores. Avísanos asimismo cómo esta doctrina requiere ánimos libres de pasión y sosegados, ajenos de toda codicia y aptos para deliberaciones, cuales suelen ser los de los que han llegado a la madura edad.

Y así los mozos en edad o costumbres no son convenientes lectores ni oyentes para esta doctrina, porque se dejan mucho regir por sus propios afectos, y no tienen, por su poca edad, experiencia de las obras humanas.

CAPÍTULO 3

Pero harto suficientemente se tratará de esta materia, si conforme a la sujeta materia se declara. Porque la claridad no se ha de buscar de una misma suerte en todas las razones, así como ni en todas las obras que se hacen. Porque las cosas honestas y justas de que trata la disciplina de república tienen tanta diversidad y oscuridad, que parece que son por sola ley y no por naturaleza, y el mismo mal tienen en sí las cosas buenas, pues acontece muchos por causa dellas ser perjudicados.

Pues se ha visto perderse muchos por el dinero y riquezas, y otros por su valentía. Habémonos. pues, de contentar con tratar de estas cosas y de otras semejantes, de tal suerte, que sumariamente y casi como por cifra, demostremos la verdad; y pues tratamos de cosas y entendemos en cosas que por la mayor parte son así, hadémonos de contentar con colegir de allí cosas semejantes; y de esta misma manera conviene que recibamos cada una de las cosas que en esta materia se trataren.

Porque de ingenio bien instruido es, en cada materia, hasta tanto inquirir la verdad y certidumbre de las cosas, cuanto la naturaleza de la cosa lo sufre y lo permite. Porque casi un mismo error es admitir al matemático con dar razones probables, y pedirle al retórico que haga demostraciones. Y cada uno, de aquello que entiende juzga bien, y es buen juez en cosas tales y, en fin, en cada cosa el que está bien instruido, y generalmente el que en toda cosa está ejercitado. Por esta causa el hombre mozo no es oyente acomodado para la disciplina de república, porque no está experimentado en las obras de la vida, de quien han de tratar y en quien se han de emplear las razones de esta ciencia.

A más de esto, como se deja mucho regir por las pasiones de su ánimo, es vano e inútil su oír, pues el fin de esta ciencia no es oír, sino obrar. Ni hay diferencia si el hombre es mozo en la edad, o si lo es en las costumbres, porque no está la falta en el tiempo, sino en el vivir a su apetito y querer salir con su intención en toda cosa. Porque a los tales seles inútil cita ciencia, así como a los que en su vivir no guardan templanza. Pero para los que conforme a razón hacen y ejecutan sus deseos, muy importante cosa les es entender esta materia. Pues cuanto a los oyentes, y al modo que se ha de tener en el demostrar, y qué es lo que proponemos de tratar, basta lo que se ha dicho.

En el capítulo IV, vuelve a su propósito, que es a buscar el fin de las obras de la vida, y muestra cómo en cuanto al nombre de todos convenimos, pues todos decimos ser el fin universal de nuestra humana vida la felicidad, pero en cuanto a la cosa discrepamos mucho. Porque en qué consiste, esta felicidad, no todos concordamos, y así recita varias opiniones acerca de en qué consiste la verdadera felicidad; después propone el modo que ha de tener en proceder, que es de las cosas más entendidas y experimentadas por nosotros, a las cosas más escuras y menos entendidas, porque ésta es la mejor manera de proceder para que el oyente más fácilmente perciba la doctrina.

CAPÍTULO 4

Digamos, pues, resumiendo, pues toda noticia y toda elección a bien alguno se dirige, qué es aquello a lo cual se endereza la ciencia de república y cuál es el último bien de todos nuestros hechos. En cuanto al nombre, cierto casi todos lo confiesan, porque así el vulgo, como los más principales, dicen ser la felicidad el sumo bien, y el vivir bien y el obrar bien juzgan ser lo mismo que el vivir prósperamente; pero en cuanto al entender qué cosa es la felicidad, hay diversos pareceres, y el vulgo y los sabios no lo determinan de una misma manera.

Porque el vulgo juzga consistir la felicidad en alguna de estas cosas manifiestas y palpables, como en el regalo, o en las riquezas, o en la honra, y otros en otras cosas. Y aun muchas veces a un mismo hombre le parece que consiste en varias cosas, como al enfermo en la salud, al pobre en las riquezas; y los que su propia ignorancia conocen, a los que alguna cosa grande dicen y que excede la capacidad dellos, tienen en gran precio.

A otros algunos les ha parecido que fuera de estos muchos bienes hay algún bien que es bueno por sí mismo, por cuya causa los demás bienes son buenos. Relatar, pues, todas las opiniones es trabajo inútil por ventura, y basta proponer las más ilustres, y las que parece que en alguna manera consisten en razón.

Pero habernos de entender que difieren mucho las razones que proceden de los principios, de las que van a parar a los principios. Y así Platón, con razón, dudaba y inquiría esto, si es el camino de la doctrina desde los principios, o si ha de ir a parar a los principios; así como en la corrida, dónde el puesto al paradero, o al contrario.

Porque se ha de comenzar de las cosas más claras y entendidas, y éstas son de dos maneras: porque unas nos son más claras a nosotros, y otras, ellas en sí mismas, son más claras.

Habremos, pues, por ventura, de comenzar por las cosas más entendidas y claras a nosotros.

Por tanto, conviene que el que conveniente oyente ha de ser en la materia de cosas buenas y justas, y, en fin, en la disciplina de república, en cuanto a sus costumbres sea bien acostumbrado. Porque el principio es el ser, lo cual, si bastantemente se muestra, no hay necesidad de demostrar el por qué es; y el que de esta suerte está dispuesto, o tiene, o recibe fácilmente los principios; y el que ninguna de estas cosas tiene, oiga lo que Hesíodo dice en estos versos:

Aquel que en toda cosa está instruido,

varón será perfecto y acabado;

siempre aconsejará lo más valido.

Bueno también será el que, no enseñado,

en el tratar sus cosas se rigiere

por parecer del docto y buen letrado.

Mas el que ni el desvío lo entendiere,

ni tomare del docto el buen consejo,

turbado torna el seso y mientras fuere,

será inútil en todo, mozo y viejo.

En el capítulo V refuta las opiniones de los que ponen la felicidad en el regalo mostrando ser esta opinión más de gente servil y afeminada que de generosos corazones. ítem de los que piensan que consiste en ser muy honrados y tenidos en estima. Porque ponen el fin de su felicidad fuera de sí mismos y de su potestad, pues la honra más está en mano del que la hace que del que la recibe.

Asimismo, la de los que pretenden que consiste en la virtud, porque con la virtud se compadece sufrir trabajos y fatigas, lo cual es ajeno de la felicidad. Al fin reprende a los que ponen la felicidad en las riquezas, pues la felicidad por sí misma es de desear, y las riquezas por causa de otro siempre se desean.

CAPÍTULO 5

Pero nosotros volvamos al propósito. Porque el bien y la felicidad paréceme que con razón la juzgan, según el modo de vivir de cada uno. Porque el vulgo y gente común por la suma felicidad tienen el regalo, y por esto aman la vida de regalo y pasatiempo. Porque tres son las vidas más insignes: la ya dicha, y la civil, y la tercera la contemplativa. El vulgo, pues, a manera de gente servil, parece que del todo eligen vida más de bestias que de hombres, y parece que tienen alguna excusa, pues muchos de los que están puestos en dignidad, viven vida cual la de Sardanápalo.

Pero los ilustres y para el tratar las cosas aptas, la honra tienen por su felicidad; porque éste casi es el fin de la vida del gobierno de república. Pero parece que este fin más sumario es que no aquel que inquirimos, porque más parece que está en mano de los que hacen la honra, que no en la del que la recibe, y el sumo bien paréceme que ha de ser propio y que no pueda así quitarse fácilmente. A más de esto, que parece que procuran la honra para persuadir que son gente virtuosa, y así procuran de ser honrados de varones prudentes, y de quien los conoce, y por cosas de virtud.

Conforme, pues, al parecer de éstos, se colige ser la virtud más digna de ser tenida en precio que la honra, por donde alguno por ventura juzgará ser ésta con razón el fin de la vida civil. Pero parece que la virtud es más imperfecta que la felicidad, porque parece que puede acontecer que el que tiene virtud duerma o que esté ajeno de las obras de la vida, y allende de esto, que se vea en trabajos y muy grandes desventuras, y al que de esta suerte viviere, ninguno lo terna, creo, por bienaventurado, sino el que esté arrimado a su opinión. Pero de esta materia basta; pues en las Circulares Cuestiones bastante ya tratamos dello. La tercera vida es la contemplativa, la cual consideraremos en lo que trataremos adelante.

Porque el que se da a adquirir dineros, es persona perjudicial; y es cosa clara que el dinero no es aquel sumo bien que aquí buscamos, porque es cosa útil y que por respecto de otra se desea. Por tanto, quien quiera con más razón juzgará por fin cualquiera de las cosas arriba ya propuestas, pues por sí mismas se aman y desean. Pero parece que ni aquéllas son el sumo bien, aunque en favor dellas muchas razones se han propuesto. Pero esta materia quede ya a una parte.

Lo que en el capítulo VI trata, más es cuestión curiosa y metafísica, que activa ni moral [cuestión activa se llama la que trata de lo que se debe o no debe hacer, porque consiste en actos exteriores, y por esto se llama activa, como si es bien casarse o edificar], y para aquel tiempo en que aquellas opiniones había, por ventura necesaria, pero para el de agora del todo inútil.

Y así el lector pasará por ella ligeramente, y si del todo no la entendiere, ninguna cosa pierde por ello de la materia que se trata. Disputa, pues, si hay una Idea o especie o retrato común de todos los bienes en las cosas.

Para entender esto así palpablemente, se presupone, que por no haber cierto número en las cosas singulares, y porque de día en día se van mudando y sucediendo otras en lugar dellas, como en el río una agua sucede a otra, y así el río perpetuamente se conserva, nuestro entendimiento, como aquel que tiene la fuerza del conocimiento limitada, no puede tener dellas certidumbre, que esto a solo Dios, que es el hacedor de ellas, pertenece; y así considéralas en una común consideración, en cuanto son de naturaleza semejante; y a las que ve que tienen tanta semejanza en su ser, que en cuanto a él no hay ninguna diferencia entre ellas, hácelas de una misma especie o muestra; pero a las que ve que en algo se parecen y en algo difieren, como el hombre y el caballo, hácelas de un mismo género y de diversa especie, y cuanto mayor es la semejanza, tanto más cercano tienen el género común, y cuanto mayor la diferencia, más apartado; como agora digamos que entre el hombre y el caballo mayor semejanza de naturaleza hay, que no entre el hombre y el ciprés, y mayor entre el hombre y el ciprés, que entre el hombre y los metales, pues el hombre y el caballo se parecen en el sentido, de que el ciprés carece, y el hombre y el ciprés en el vivir, nacer y morir, lo que no tienen los metales.

Y así más cercano parentesco o género o linaje habrá entre el ser del hombre y del caballo, que no entre ellos y el ciprés; y más entre ellos y el ciprés, que entre ellos y los metales, y esto es lo que llaman categoría o predicamento de las cosas.

Pero si ve que no convienen en nada, hácelos de género diverso, como el hombre y la blancura, entre cuyo ser no hay ninguna semejanza. Y de las cosas debajo de estas comunes consideraciones entendidas, tiene ciencianuestro entendimiento; que de las cosas así por menudo tomadas (como arriba dijimos), no puede tener noticia cierta ni segura, por ser ellas tantas y tan sujetas a mudanza.

Esta filosofía los que no entendieron cayeron en uno de dos errores, porque unos dijeron que no se podía tener cienciani certidumbre de las cosas, como fueron los filósofos escépticos, cuyos capitanes fueron Pirrón y Herilo, y los nuevos Académicos dieron también en este error; otros, como Parménides y Zenón, por no negar las ciencias, dijeron que las muestras o especies de las cosas realmente estaban apartadas de las cosas singulares, por cuya participación se hacen las cosas singulares, como con un sello se sellan muchas ceras, y que éstas ni nacían ni morían, sino que estaban perpetuamente, y que dellas se tenía ciencia.

Pero esta opinión o error ya está por muchos refutado, y también nosotros, en los comentarios que tenernos sobre la Lógica de Aristóteles, lo refutamos largamente. Viniendo, pues, agora al propósito de las palabras de Aristóteles: presupuesto que hubiese ideas o especies de cada cosa, como decía Parménides, prueba que no puede haber una común idea de todos los bienes, pues no tienen todos una común naturaleza, ni todos se llaman bienes por una misma razón, lo cual había de ser así en las cosas que tuviesen una común idea.

Y también que donde una cosa se dice primeramente de otra y después por aquélla se atribuye a otra, no pueden las dos tener una común natura. Como los pies se dicen primero en el animal, y después por semejanza se dicen en la mesa y en la cama; los pies de la mesa y de la cama no toman una común idea con los del animal; y lo mismo acontece en los bienes, que unos se dicen bienes por respectos de otros, y así no pueden tener una común idea.

Pero ya, en fin, dije al principio, que esta disputa era fuera del propósito, y que no se debe tener con ella mucha cuenta.

CAPÍTULO 6

Mejor será, por ventura, en general, considerarlo y dudar cómo se dice esto. Aunque esta, cuestión será dificultosa, por ser amigos nuestros los que ponen las Ideas. Aunque parece que, por conservación de la verdad, es más conveniente y cumple refutar las cosas propias, especialmente a los que son filósofos; porque siendo ambas cosas amadas, como a más divina cosa es bien hacer más honra a la verdad.

Pues los que esta opinión introdujeron, no ponían Ideas en las cosas en que dijeron haber primero y postrero, y por esto de los números no hicieron Ideas; lo bueno, pues, dícese en la sustancia y ser de la cosa, y en la calidad, y en la comparación o correlación. Y, pues, lo que por sí mismo es y sustancia, naturalmente es primero que lo que con otro se confiere, porque esto parece adición y accidente de la cosa.

De suerte que éstos no tornan una común Idea. A más de esto, pues, lo bueno de tantas maneras se dice como hay géneros de cosas (pues se dice en la sustancia como Dios y el entendimiento, y en la cualidad como las virtudes, y en la cantidad como la medianía, y en los que se confieren como lo útil, y en el tiempo como la ocasión, y en el lugar como el cenador, y otros semejantes), cosa clara es que no toman una cosa común, y universalmente una; porque no se diría de todas las categorías, sino de una sola.

Asimismo, que pues los que debajo de una misma Idea se comprehenden, todos pertenecen a una misma ciencia, una misma cienciatrataría de todas las cosas buenas. Pero vemos que hay muchas aun de aquellos bienes que pertenecen a una misma categoría, como de la ocasión, la cual en la guerra la considera el arte militar, en la enfermedad la medicina. Y de la medianía en el manjar, trata la medicina, y en los ejercicios, la gimnástica.

Pero dudaría alguno, por ventura, qué quieren decir, cuando dicen «ello por sí mismo», si es que en el mismo hombre y en el hombre hay una misma definición, que es la del hombre, porque en cuanto al ser del hombre, no difieren en nada.

Porque si esto es así, ni un bien diferiría de otro en cuanto bien, ni aun por ser bien perpetuo será por eso más bien, pues lo blanco de largo tiempo no es por eso más blanco, que lo blanco de un día. Más probablemente parece que hablan los pitagóricos del bien, los cuales ponen el uno en la conjugación que hacen de los bienes, a los cuales parece que quiere seguir Espeusippo.

Pero, en fin, tratar de esto toca a otra materia. Pero en lo que está dicho parece que se ofrece una duda, por razón que no de todos los bienes tratan las propuestas razones, sino que los bienes que por si mismos se pretenden y codician, por sí mismos hacen una especie, y los que a éstos los acarrean o conservan, o prohíben los contrarios, por razón de éstos se dicen bienes en otra manera. Por donde parece cosa manifiesta, que los bienes se dirán en dos maneras: unos por sí mismos, y otros por razón de aquéllos.

Dividiendo, pues, los bienes que son por sí buenos de los útiles, consideremos si se dicen conforme a una común Idea. Pero ¿cuáles dirá uno que son bienes por sí mismos, sino aquellos que, aunque solos estuviesen, los procuraríamos haber, como la discreción, la vista, y algunos contentamientos y honras? Porque estas cosas, aunque por respecto de otras las buscamos, con todo alguno las contaría entre los bienes que por sí mismos son de desear, o dirá que no hay otro bien sino la Idea, de manera que quedará inútil esta especie. Y, pues, si éstos son bienes por sí mismos, de necesidad la definición del bien ha de parecerse una misma en todos ellos, de la misma manera que en la nieve y en el albayalde se muestra una definición misma de blancura. Pues la honra, y la discreción, y el regalo, en cuanto son bienes, tienen definiciones diferentes.

De manera que lo bueno no es una cosa común según una misma Idea. Pues ¿de qué manera se dicen bienes? Porque no parece que se digan como las cosas que acaso tuvieron un mismo nombre, sino que se llamen así, por ventura, por causa que, o proceden de una misma cosa, o van a parar a una misma cosa, o por mejor decir, que se digan así por analogía o proporción.

Porque como sea la vista en el cuerpo, así sea el entendimiento en el alma, y en otra cosa otra. Pero esta disputa, por ventura, será mejor dejarla por agora, porque tratar della de propósito y asimismo de la Idea, a otra filosofía y no a ésta pertenece. Porque si el bien que a muchos comúnmente se atribuye, una cosa es en sí y está apartado por sí mismo, cosa clara es que ni el hombre lo podrá hacer, ni poseer, y aquí buscamos el bien que pueda ser capaz de lo uno y de lo otro.

Por ventura, le parecerá a alguno ser más conveniente entender el mismo bien conferiéndolo con los bienes que se hacen y poseen. Porque teniéndolo a éste como por muestra, mejor entenderemos las cosas que a nosotros fueren buenas, y, entendiéndolas, las alcanzaremos. Tiene, pues, esta disputa alguna probabilidad, aunque parece que difiere de las ciencias.

Porque, aunque todas ellas a bien alguno se refieren, y suplir procuran lo que falta, con todo se les pasa por alto la noticia del, lo cual no es conforme a razón que todos los artífices ignoren un tan gran socorro y no procuren de entenderlo. Porque dirá alguno ¿qué le aprovechará al tejedor o al albañil para su arte el entender el mismo sumo bien, o cómo será mejor médico o capitán el que la misma Idea ha considerado? Porque ni aun la salud en común no parece que considera el médico, sino la salud del hombre, o por mejor decir la de este particular hombre, pues en particular cura a cada uno. Pero, en fin, cuanto a la presente materia, basta lo tratado.

Concluida ya la disputa, si hay una común Idea de todos los bienes, la cual, como el mismo Aristóteles lo dice, es ajena de la moral filosofía, y por esto se ha de tener con ella poca cuenta, vuelve agora a su propósito y prueba cómo la felicidad no puede consistir en cosa alguna de las que por causa de otras se desean, porque las tales no son del todo repletas, y la felicidad parece, conforme a razón, que ha de ser tal, que no le falte nada.

CAPÍTULO 7

Volvamos, pues, otra vez a este bien que inquirimos qué cosa es: porque en diferentes hechos y diferentes artes parece ser diverso, pues es uno en la medicina y otro en el arte militar, y en las demás artes de la misma suerte, ¿cuál será, pues, el bien de cada una, sino aquel por cuya causa se trata todo lo demás? Lo cual en la medicina es la salud, en el arte militar la victoria, en el edificar la casa, y en otras cosas, otro, y, en fin, en cualquier elección el fin; pues todos, por causa de éste, hacen todo lo demás.

De manera que si algo hay que sea fin de todo lo que se hace, esto mismo será el bien de todos nuestros hechos, y si muchas cosas lo son, estas mismas lo serán. Pero pasando adelante, nuestra disputa ha vuelto a lo mismo; pero habernos de procurar de más manifiestamente declararlo.

Pues por cuanto los fines, según parece, son diversos, y de éstos los unos por causa de los otros deseamos, como la hacienda, las flautas y, finalmente, todos los instrumentos, claramente se ve que no todas las cosas son perfectas; pero el sumo bien cosa perfecta parece que ha de ser; de suerte que si alguna cosa hay que ella sola sea perfecta, ésta será sin duda lo que buscamos, y si muchas, la que más perfecta de ellas.

Más perfecto decimos ser aquello que por su propio respecto es procurado, que no aquello que por causa de otro, y aquello que nunca por respecto de otro se procura, más perfecto que aquello que por sí mismo y por respecto de otro se procura, y hablando en suma, aquello es perfecto que siempre por su propio respecto es escogido y nunca por razón y causa de otra cosa. Tal cosa como ésta señaladamente parece que haya de ser la felicidad, porque ésta siempre por su propio respecto la escogemos, y por respecto de otra cosa nunca.

Pero la honra, y el pasatiempo, y el entendimiento, y todos géneros de virtudes, escogérnoslos cierto por su propio respecto, porque aunque de allí ninguna cosa nos hubiese de redundar, los escogeríamos por cierto, pero también los escogemos por causa de la felicidad, teniendo por cierto que con el favor y ayuda de éstos habernos de vivir dichosamente. Pero la felicidad nadie por causa de estas cosas la elige, ni, generalmente hablando, por razón de otra cosa alguna. Pero parece que lo mismo procede de la suficiencia, porque el bien perfecto parece que es bastante. Llamamos bastante, no lo que basta para uno que vive vida solitaria, pero también para los padres, hijos y mujer, y generalmente para sus amigos y vecinos de su pueblo, pues el hombre, naturalmente, es amigo de vivir en comunidad.

Pero ha de poner en esto tasa, porque si lo queremos extender hasta los padres y abuelos, y hasta los amigos de los amigos, será nunca llegar al cabo dello. Pero de esto trataremos adelante. Aquello, pues, decimos ser bastante, que sólo ello hace la vida digna de escoger, y de ninguna cosa falta, cual nos parece ser la felicidad. Demás de esto, la vida que más de escoger ha de ser, no ha de poder ser contada, porque si contar se puede, claro está que con el menor de los bienes será más de desear, porque, lo que se le añade, aumento de bienes es, y de los bienes el mayor siempre es más de desear.

Cosa perfecta pues, y por sí misma bastante, parece ser la felicidad, pues es el fin de todos nuestros hechos; pero por ventura parece cosa clara y sin disputa decir que lo mejor es la felicidad, y se desea que con más claridad se diga qué cosa es, lo cual por ventura se hará si presuponemos primero cuál es el propio oficio y obra del hombre. Porque así como el tañedor de flautas, y el entallador, y cualquier otro artífice, y generalmente todos aquellos que en alguna obra y hecho se ejercitan, su felicidad y bien parece que en la obra lo tienen puesto y asentado, de la misma manera parece que habernos de juzgar del hombre, si alguna obra hay que propia sea del hombre.

Pues, ¿será verdad que el albañil y el zapatero tengan sus propias obras y oficios, y que el hombre no lo tenga, sino que haya nacido como cosa ociosa y por demás? No es así, por cierto, sino que así como el ojo, y la mano, y el pie, y generalmente cada una de las partes del cuerpo parece que tiene algún oficio, así al hombre, fuera de estas cosas, algún oficio y obra le habernos de asignar. ¿Cuál será, pues, ésta? Porque el vivir, común lo tiene con las plantas, y aquí no buscamos sino el propio. Habérnoslo, pues, de quitar de la vida del mantenimiento y del aumento. Síguese tras de ésta la vida del sentido; pero también ésta parece que le es común con el caballo y con el buey y con cualquiera manera otra de animales. Resta, pues, la vida activa del que tiene uso de razón, la cual tiene dos partes: la una que se rige por razón, y la otra que tiene y entiende la razón.

Siendo, pues, ésta en dos partes dividida, habernos de presuponer que es aquella que consiste en el obrar, porque ésta más propiamente parece que se dice. Pues si la obra o oficio del hombre es el usar del alma conforme a razón, o a lo menos no sin ella, y si la misma obra y oficio decimos en general que es de tal, que del perfecto en aquello, como el oficio del tañedor de citara entendemos del bueno y perfecto tañedor, y generalmente es esto en todos, añadiendo el aumento de la virtud a la obra (porque el oficio del tañedor de cítara es tañerla y el del buen tañedor tañerla bien), y si de esta misma manera presuponemos que el propio oficio del hombre es vivir alguna manera de vida, y que ésta es el ejercicio y obras del alma hechas conforme a razón, el oficio del buen varón será, por cierto, hacer estas cosas bien y honestamente.

Vemos, pues, que cada cosa conforme a su propia virtud alcanza su remate y perfección, lo cual si asi es, el bien del hombre consiste, por cierto, en ejercitar el alma en hechos de virtud, y si hay muchos géneros de virtud, en el mejor y más perfecto, y esto hasta el fin de la vida.

Porque una golondrina no hace verano, ni un dia sólo, y de la misma manera un solo día ni un poquillo de tiempo no hace dichosos a los hombres ni les da verdadera prosperidad. Hase, pues, de describir o difinir el bien conforme a ésta.

Porque conviene, por ventura, al principio darlo así a entender, como por cifras o figuras, y después tratar dello más al largo. Pero parecerá que quien quiera será bastante para sacar a luz y disponer las cosas que bien estuvieren definidas, y que el tiempo es el inventor y valedor en estas cosas, de donde han nacido las perdiciones en las artes, porque quien quiera es bastante para añadir en las cosas lo que falta.

Abémonos sí, pues, de acordar de lo que se dijo en lo pasado, y que la claridad no se ha de pedir de una misma manera en todas las cosas, sino en cada una según lo sufre la materia que se trata, y no más de cuanto baste para lo que propiamente a la tal ciencia pertenece.

Porque de diferente manera considera el ángulo recto el arquitecto que el geómetra, porque aquél considéralo en cuanto es útil para la obra que edifica.

pero estotro considera qué es y qué tal es, porque no pretende más de inquirir en esto la verdad; y de la misma manera se ha de hacer en las demás, de manera que no sea mis lo que fuera del propósito se trate, que lo que a la materia que se trata pertenece.

Ni aun la causa por que se ha de pedir en todas las cosas de una misma suerte, porque en algunas cosas basta que claramente se demuestre ser así, como en los principios el primer fundamento es ser así aquello verdad. Y los principios unos se prueban por inducción y otros por el sentido, y otros por alguna costumbre, y otros de otras maneras diferentes.

Y hase de procurar que los principios se declaren lo más llanamente que ser pueda, y hacer que se definan bien, porque importan mucho para entender lo que se sigue, pues parece que el principio es más de la mitad del todo, y que mediante él se entienden muchas cosas de las que se disputan.

En el capítulo VIII hace distinción entre los bienes de alma y los del cuerpo y los exteriores, que llamamos bienes de fortuna, para ver en cuáles de estos consiste la felicidad. Relata asimismo las opiniones de los antiguos acerca de la felicidad, y muestra en qué concordaron y en qué fueron diferentes.

CAPÍTULO 8

Habernos, pues, de tratar de la felicidad, no sólo por conclusiones ni por proposiciones de quien consta el argumento, pero aun por las cosas que della hablamos dichas. Porque con la verdad todas las cosas que son cuadran, y la verdad presto descompadra con la mentira. Habiendo, pues, tres diferencias de bienes, unos que se dicen externos, otros que consisten en el alma, y otros en el cuerpo, los bienes del alma más propiamente y con más razón se llaman bienes, y los hechos y ejercicios espirituales, en el alma los ponemos.

De manera que conforme a esta opinión, que es antigua y aprobada por todos los filósofos, bien y rectamente se dirá que el fin del hombre son ciertos hechos y ejercicios, porque de esta manera consiste en los bienes del alma y no en los de de fuera.

Conforma con nuestra razón esto: que el dichoso se entiende que ha de vivir bien y obrar bien, porque en esto casi está propuesto un bien vivir y un bien obrar. Viese asimismo a la clara que todas las cosas que de la felicidad se disputan consisten en lo que está dicho.

Porque a unos les parece que la suma felicidad es la virtud, a otros que la prudencia, a otros que cierta sabiduría, a otros todas estas cosas o alguna dellas con el contento, o no sin él; otros comprehenden también juntamente los bienes de fortuna.

De estas dos cosas, la postrera afirma el vulgo y la gente de menos nombre, y la primera los pocos y más esclarecidos en doctrina.

Pero ningunos de estos es conforme a razón creer que del todo yerran, sino en algo, y aciertan casi en todo lo demás.

Pues con los que dicen que el sumo bien es toda virtud o alguna dellas, concuerda la razón, porque el ejercicio que conforme a virtud se hace, propio es de la virtud. Pero hay, por ventura, muy grande diferencia de poner el sumo bien en la posesión y hábito, a ponerlo en el uso y ejercicio; porque bien puede acaecer que el hábito no se ejercite en cosa alguna buena, aunque en el alma tenga hecho asiento, como en el que duerme o de cualquier otra manera está ocioso.

Pero el ejercicio no es posible, porque en el efecto y buen efecto consiste en necesidad. Y así como en las fiestas del Olimpo no los más hermosos ni los más valientes ganan la corona, sino los que pelean (pues algunos de estos vencen), de esta misma manera aquellos que se ejercitan bien, alcanzan las cosas buenas y honestas de la vida. Y la vida de estos tales es ella por sí misma muy suave, porque la suavidad uno de los bienes es del alma, y a cada uno le es suave aquello a que es aficionado, como al aficionado a caballos el caballo, al que es amigo de veer las cosas que son de veer, y de la misma manera al que es aficionado a la justicia le son apacibles las cosas justas, y generalmente todas las obras de virtud al que es a ella aficionado.

Las cosas. Pues, que de veras son suaves, no agradan al vulgo, porque, naturalmente, no son tales; pero a los que son aficionados a lo bueno, es apacible lo que naturalmente lo es, cuales son los hechos virtuosos. De manera que a éstos les son apacibles, y por sí mismos lo son, ni la vida dellos tiene necesidad de que se le añada contento como cosa pegadiza, sino que ella misma en sí misma se lo tiene.

Porque conforme a lo que está dicho, tampoco será hombre de bien el que con los buenos hechos no se huelga, pues que tampoco llamará ninguno justo al que el hacer justicia no le da contento, ni menos libre al que en los libres hechos no halla gusto, y lo mismo es en todas las demás virtudes.

Y si esto es así, por sí mismos serán aplacibles los hechos virtuosos, y asimismo los buenos y honestos, y cada uno dellos muy de veras, si bien juzga dellos el hombre virtuoso, y pues juzga bien, según habernos dicho, síguese que la felicidad es la cosa mejor y la más hermosa y la más suave, ni están estas tres cosas apartadas como parece que las aparta el epigrama que en Délos está escrito:

De todo es lo muy justo más honesto,

lo más útil, tener salud entera,

lo más gustoso es el haber manera

como goces lo que amas, y de presto.

Porque todas estas cosas concurren en los muy buenos ejercicios, y decimos que o éstos, o el mejor de todos ellos, es la felicidad. Aunque con todo eso parece que tiene necesidad de los bienes exteriores, como ya dijimos. Porque es imposible, a lo menos no fácil, que haga cosas bien hechas el que es falto de riquezas, porque ha de hacer muchas cosas con favor, o de amigos, o de dineros, o de civil poder, como con instrumentos, y los que de algo carecen, como de nobleza, de linaje, de hijos, de hermosura, parece que manchan la felicidad.

Porque no se puede llamar del todo dichoso el que en el rostro es del todo feo, ni el que es de vil y bajo linaje, ni el que está sólo y sin hijos, y aun, por ventura, menos el que los tiene malos y perversos, o el que teniendo buenos

amigos se le mueren. Parece, pues, según habernos dicho, que tiene necesidad de prosperidad y fortuna semejante. De aquí sucede que tinos dicen que la felicidad es lo mismo que la buenaventura, y otros que lo mismo que la virtud.

Levantado a resolución en el capítulo pasado, Aristóteles, cómo la prosperidad consiste principalmente en el vivir conforme a razón y virtud, aunque para mejor hacerlo esto se requiere también la prosperidad en las cosas humanas, disputa agora cómo se alcanza la prosperidad, si por ciencia, o por costumbre, o por voluntad de Dios, y concluye, que, pues, en la prosperidad tantas cosas contienen, dellas vienen por fortuna, co-mo la hermosura, dellas por divina disposición, como las inclinaciones, y dellas por hábito y costumbres de los hombres, como las virtudes.

CAPÍTULO 9

De donde se duda si la prosperidad es cosa que se alcance por doctrina, o por costumbre y uso, o por algún otro ejercicio, o por algún divino hado, o por fortuna. Y si algún otro don de parte de Dios a los hombres les proviene, es conforme a razón creer que la felicidad es don de Dios, y tanto más de veras, cuanto ella es el mejor de los dones que darse pueden a los hombres.

Pero esto a otra disputa por ventura más propiamente pertenece. Pero está claro que aunque no sea don de Dios, sino que o por alguna virtud y por alguna ciencia, o por algún ejercicio se alcance, es una cosa de las más divinas. Porque el premio y fin de la virtud está claro que ha de ser lo mejor de todo, y una cosa divina y bienaventurada. Es asimismo común a muchos, pues la pueden alcanzar todos cuantos en los ejercicios de la virtud no se mostraren flojos ni cobardes, con deuda de alguna doctrina y diligencia.

Y si mejor es de esta manera alcanzar la felicidad que no por la fortuna, es conforme a razón ser así como decimos, pues aun las cosas naturales es posible ser de esta manera muy perfectas, y también por algún arte y por todo género de causas, y señaladamente por la mejor dellas. Y atribuir la cosa mejor y más perfecta a la fortuna, es falta de consideración y muy gran yerro.

A más de que la razón nos lo muestra claramente esto que inquirimos. Porque ya está dicho qué tal es el ejercicio del al-ma conforme a la virtud.

Pues de los demás bienes, unos de necesidad han de acompañarlo, y otros como instrumentos le han de dar favor y ayuda.

Todo esto es conforme a lo que está dicho al principio. Porque el fin de la disciplina de la república dijimos ser el mejor, y ésta pone mucha diligencia en que los ciudadanos sean tales y tan buenos, que se ejerciten en todos hechos de virtud. Con razón, pues, no llamamos dichoso ni al buey, ni al caballo, ni a otro animal ninguno, pues ninguno dellos puede emplearse en semejantes ejercicios.

Y por la misma razón ni un muchacho tampoco es dichoso, porque por la edad no es aún apto para emplearse en obras semejantes, y si algunos se dicen, es por la esperanza que se tiene dellos, porque, como ya está dicho, requiérese perfecta virtud y perfecta vida. Porque suceden mudanzas y diversas fortunas en la vida, y acontece que el que muy a su placer esta, venga a la vejez a caer en muy grandes infortunios, como de Príamo cuentan los poetas. Y al que en semejantes desgracias cae y miserablemente fenece, ninguno lo tiene por dichoso.

En el décimo capítulo, tomando ocasión de un dicho que Solón Ateniense dijo a Creso, Rey de Lidia, que ninguno se había de decir dichoso mientras viviese, por las mudanzas que suceden tan varias en la vida, disputa cuándo se ha de llamar un hombre dichoso. Demuestra que si la felicidad depende de las cosas de fortuna, ni aun después de muerto no se puede decir uno dichoso, por las varias fortunas que a las prendas que acá deja: hijos, mujer, padres, hermanos, amigos, les pueden suceder, y que por esto es mejor colocar la felicidad en el uso de la recta razón, donde pueda poco o nada la fortuna.

CAPÍTULO 10

Por ventura, pues, es verdad, que ni aun a otro hombre ninguno no lo hemos de llamar dichoso mientras viva, sino que conviene, conforme al dicho de Solón, mirar el fin. Y si así lo hemos de afirmar, será dichoso el hombre después que fuere muerto.

Lo cual es cosa muy fuera de razón, especialmente poniendo nosotros la felicidad en el uso y ejercicio. Y si al muerto no llamamos dichoso, tampoco quiso decir esto Solón, sino que entonces habernos de tener a un hombre por dichoso seguramente, cuando de males y desventuras estuviere libre.

Pero esto también tiene alguna duda, porque el muerto también parece que tiene sus males y sus bienes como el vivo, que no siente cómo son honras y afrentas, prosperidades y adversidades de hijos o de nietos, y esto parece que causa alguna duda. Porque bien puede acaecer que uno viva hasta la vejez prósperamente y que acabe el curso de su vida conforme a razón y con todo esto haya muchas mudanzas en sus descendientes, y que unos dellos sean buenos y alcancen la vida cual ellos la merecen, y otros al contrario. Cosa es, pues, cierta, que es posible que ellos caminen en la vida muy fuera del camino de sus padres.

Cosa, pues, cierto sería muy fuera de razón, que el muerto mudase juntamente de fortuna, y que unas veces fuese dichoso y otras desdichado; pero también es cosa fuera de razón decir que ninguna cosa de las de los hijos por algún tiempo no toque a los padres. Pero volvamos a la primera duda nuestra, porque por ventura della se entenderá lo que agora disputábamos.

Pues si conviene considerar el fin y entonces tener a uno por dichoso, no como a hombre que lo sea entonces, sino como a quien lo ha sido primero, ¿cómo no, será esto disparate, que cuando uno es dichoso no se diga con verdad que lo es siéndolo, por no querer llamar dichosos a los que viven, por las mudanzas de las cosas y por entender que la felicidad es una cosa firme y que no se puede fácilmente trastrocar, y que las cosas de fortuna se mudan a la redonda en los mismos muchas veces?; porque cosa cierta es que, si seguimos las cosas de fortuna, a un mismo unas veces le diremos dichoso y otras desdichado, y esto muchas veces, haciendo al dichoso de seguir las cosas de fortuna.