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Eugenia Grandet (Eugénie Grandet) es una novela de Honoré de Balzac publicada en 1833.Félix Grandet, tonelero retirado y otro alcalde de Saumur que ha prosperado valiéndose de un sentido para los negocios acompañado de una enorme avaricia y aprovechándose de la inestabilidad de la época que le ha tocado vivir en sus años de trabajo, además de haber recibido herencia de madre, suegro y suegra en el mismo año, hace creer a su mujer, a su hija Eugénie y a la sirviente Nanon que no son una familia de posición desahogada, y viven todos en una casa cochambrosa cuya reforma evita él; mientras, se dedica a acrecentar su fortuna...
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Honoré de Balzac
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EUGENIA GRANDET
Primera parte
Segunda parte
En ciertas ciudades de provincia se encuentran casas cuya vista inspira una melancolía igual a la que producen los claustros más sombríos, las landas más desoladas o las ruinas más tristes. Y es que tal vez en eses casas se unen el silencio de los claustros, la aridez de las landas y la osamenta de las ruinas. La vida y el movimiento permanecen en ellas en un estado tal de tranquilidad que se las creería inhabitadas si no fuese porque, de pronto se da con la mirada inexpresiva, fría, de una persona inmóvil cuyo rostro poco menos que monástico se alza sobre el alféizar de la ventana, al ruido de un paso desconocido. Estos signos de melancolía concurren en la fisonomía de una mansión situada en Saumur, al extremo de la calle empinada que conduce al castillo, por la parte alta de la ciudad. Dicha calle, actualmente poco frecuentada, calurosa en verano, fría en invierno, a trechos oscura, llama la atención por la sonoridad de su tosco empedrado de guijarros, siempre limpio y seco; por su trazado tortuoso y por la paz de sus casas que forman parte del casco antiguo de la población y dominan las murallas.
Algunos edificios, a pesar de sus tres siglos de existencia, se aguantan aún sólidamente y contribuyen, con su aspecto vario y pintoresco, a granjear a esta parte de Saumur el interés de los anticuarios y de los artistas. No se puede pasar por delante de aquellas casas sin admirar las enormes vigas que aparecen talladas en formas caprichosas y que adornan la planta baja de la mayoría de ellas con una especie de bajo relieve. Aquí unos travesaños aparecen cubiertos de pizarra y dibujan líneas azules sobre las delgadas paredes de una vivienda cubierta por un tejado que ha cedido al peso de los años, cuyas alfajías podridas se han torcido bajo la acción alternada del sol y de la lluvia. Allá aparecen unos bastidores de ventana gastados, ennegrecidos, cuyas delicadas esculturas, apenas visibles, se nos antojan demasiado ligeras para el tiesto de arcilla parda de que surgen los claveles y los rosales de una infeliz obrera. Acullá descubrimos unas puertas adornadas con enormes clavos en que el genio de nuestros antepasados ha trazado ciertos jeroglíficos caseros cuyo significado no se descubrirá jamás. Ora fue un protestante que le confió su fe, ora un partidario de la Lija que maldijo el nombre de Enrique IV. Algún burgués se ha entretenido en grabar sobre el clavo las insignias de su la gloria de su mandato edilicio olvidado para siempre.
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