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Experto en seducción Max era el número uno: en los negocios y en el amor. Antes de que el escándalo salpicara a la estrella de su serie de televisión, el millonario Maximilian Hart apartó a la bella e inocente Chloe de los periodistas sensacionalistas. ¿Y qué mejor escondite que su mansión? Pero el plan del apuesto magnate no se limitaba a proteger su inversión… ¡la quería en su cama! Él la había apartado del peligro, pero Chloe se vio sumida en otro aún mayor: Max era el mejor, tanto en los negocios como en la seducción. Un corazón humillado Un fuego que nunca se apagó... Solo con ver al atractivo James Crawford, Harriet Wilde sintió que prendía en ella un fuego que ardió hasta que su padre la obligó a romper la relación. Aubrey Wilde no iba a permitir que su hija se marchara con un hombre al que él consideraba demasiado poco para ella. Diez años después, James se había convertido en el presidente de un imperio multimillonario y regresó para vengarse de la mujer que le había hecho sentir que no era lo suficientemente bueno para ella. Haría que Harriet experimentara cada gramo de la humillación que él había sufrido en el pasado. Sin embargo, lo único que James consiguió fue avivar las llamas de un fuego que había creído apagado… Deshonra siciliana Ella guardaba un impactante secreto... A Louise Anderson le latía con fuerza el corazón al aproximarse al imponente castello. Solo el duque de Falconari podía cumplir el último deseo de sus abuelos, pero se trataba del mismo hombre que le había dicho arrivederci sin mirar atrás después de una noche de pasión desatada. Caesar no podía creer que la mujer que había estado a punto de arruinar su reputación todavía le encendiera la sangre. Al descubrir que su apasionado encuentro había tenido consecuencias, accedió a cumplir con la petición de Louise… a cambio de otra petición por su parte: ponerle en el dedo un anillo de boda.
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Seitenzahl: 593
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 503 - julio 2025
© 2009 Emma Darcy
Experto en seducción
Título original: The Master Player
© 2012 Catherine George
Un corazón humillado
Título original: A Wicked Persuasion
© 2012 Penny Jordan
Deshonra siciliana
Título original: A Secret Disgrace
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 979-13-7000-830-7
Créditos
Experto en seducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Un corazón humillado
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Deshonra siciliana
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Promoción
MAXIMILIAN Hart la observó. La fiesta de presentación de la nueva serie televisiva estaba abarrotada de celebridades, con multitud de mujeres más hermosas que la que él contemplaba, pero ella las eclipsaba a todas. Destilaba una sencillez que atraía tanto a hombres como a mujeres. Era la vecina que a todos gustaba y en la que todos confiaban, pensó, y su suave feminidad hacía que todos los hombres quisieran acostarse con ella.
Su aspecto no resultaba duro ni intimidante. De pelo rubio, llevaba una melena corta, suelta y natural. Cuando sonreía le salían hoyuelos en las mejillas. El rostro era dulce y el cuerpo tenía suaves curvas que no resultaban amenazadoras para otras mujeres, pero sí muy atractivas para los hombres.
Los ojos eran la clave de su atractivo. Azules y brillantes, sugerían su capacidad de escucha y empatía. No había protección frente a ellos: mostraban cada emoción, transmitían una vulnerabilidad que despertaba el instinto protector de cualquier hombre, además de otros más básicos.
La generosa boca resultaba casi tan expresiva como los ojos. Aquella mujer tenía el don de hacer creer que realmente sentía lo que estaba interpretando, no que era una actriz representando un papel. Era un don que podía convertirla en una gran estrella, más allá de la serie de televisión que él había comprado y reescrito para hacer lucir su talento.
Extrañamente, no parecía que a ella le importara ese objetivo. Los que sí lo perseguían eran su dominante madre y su ambicioso marido, que le escribía los guiones. Ella cumplía la voluntad de ambos sin quejarse, aunque a veces Max la sorprendía con la mirada perdida, cuando creía que nadie la miraba, cuando no tenía que comportarse según los deseos de otros… cuando no estaba «en escena».
Aquella noche sí que lo estaba, y todos se le acercaban, fascinados, para recibir su atención aunque fuera un momento. Sin embargo, los más cercanos a ella no estaban a su lado, comprobó Max. No le extrañaba. Ni a la madre ni al marido les gustaba quedar en segundo plano, algo que sucedía en cuanto aparecían junto a ella en público.
Paseó la mirada por la habitación y no le sorprendió ver a la madre parloteando con un grupo de ejecutivos televisivos, aumentando su red de contactos. No le gustaba hacer negocios con ella, pero era inevitable dado que se había autoproclamado agente de su hija. Sus reuniones siempre eran cortas, y él rechazaba fríamente cualquier intento de relación más personal.
Prepotente, con un ego descomunal, Stephanie Rollins era la peor madre de artista posible. Llamaba la atención a gritos con su cabello teñido de vívido color zanahoria, y el corte masculino acentuaba su actitud de «soy tan buena como cualquier hombre y mejor que muchos». Aunque no había nada masculino en su cuerpo, que vestía con una agresiva carga sexual: pronunciado escote, faldas ajustadas, altísimos tacones.
Todo lo usaba como un arma en su constante lucha por salirse con la suya. No había nada de ella que le gustara. Incluso el nombre que había escogido para su hija, Chloe, resultaba calculadamente artístico. Chloe Rollins. Era un nombre armónico, pero a Max le resultaba demasiado afectado para la Chloe que él veía. Algo sencillo le iría mejor: Mary.
Mary Hart.
Sonrió de medio lado al añadir su apellido. Él no tenía interés en casarse. Satisfacía sus urgencias sexuales con la amante de turno, y su mayordomo y su cocinera se ocupaban del resto de funciones que haría una esposa. Además, Chloe estaba casada, y a él no le gustaba meterse en terreno de otros, ni siquiera para una aventura: controlaba su vida privada tanto como sus negocios.
¿Cómo estaría sacando provecho de aquella fiesta el marido de Chloe?, se preguntó. Paseó la vista en busca de aquel atractivo embaucador. Tony Lipton era un tipo con mucha labia pero escaso talento para escribir. Todos sus guiones debían ser reformulados por el equipo de guionistas. No formaría parte de la serie si no estuviera incluido en el trato con Chloe.
Interesante, el tipo no estaba llamando la atención… Se encontraba en una esquina, casi de espaldas a la multitud, y parecía estar discutiendo con la asistente personal de Chloe, Laura Farrell. Vio irritada frustración en el rostro de él; irritada determinación en el de ella. Tony la agarró fuertemente del brazo. Ella se soltó e, hirviendo de resentimiento, se abrió paso a empujones en dirección a Chloe.
Max se puso en estado de alerta. En la sala había muchos periodistas. No quería que nada les distrajera del éxito de su nueva serie, especialmente nada desagradable relacionado con la protagonista.
Se puso en marcha, pero partía del otro extremo de la sala, y no pudo interceptar a Laura, que se coló entre la multitud que rodeaba a Chloe, y le dijo algo cargado de veneno al oído.
Al ver la expresión traumatizada de su estrella, Max supo que se trataba de un problema grave. Afortunadamente, la alcanzó pocos segundos después de Laura y ocultó su reacción con su impresionante físico.
–Fuera de mi camino, Laura –ordenó, con tal frialdad que la asistente se giró sorprendida.
En un rápido movimiento, Max abrazó a Chloe por la cintura y la alejó de la otra mujer. Se inclinó como si tuviera algo importante que comentarle, mientras con la otra mano se aseguraba de que nadie los interrumpía.
–No montes una escena –le urgió en voz baja–. Ven conmigo y te llevaré a un lugar seguro donde podremos comentar este problema en privado.
Ella no respondió. Tenía la mirada perdida, clavada al frente, y caminaba como una autómata a su lado. Debía de ser terrible lo que Laura le había dicho.
Su reacción inmediata fue querer protegerla, proteger la inversión que suponía, y lo hizo con la misma determinación con que perseguía cualquier objetivo. No le importó lo que la madre o el marido pensaran de él. Sacó a Chloe del salón sin dar explicaciones, impidiendo con la mirada cualquier intento de seguirlos. Nadie quería tener en su contra al magnate de la televisión australiana.
Aquella noche, había reservado la suite del ático para su mayor comodidad. Deseoso de recrearse en la satisfacción por contar con Chloe Rollins, no había invitado a su amante del momento a la fiesta, así que no había riesgo de una incómoda escena si subía allí a Chloe. Y para ella era una huida rápida y efectiva.
No le pidió su consentimiento: ella no oía nada, no parecía darse cuenta de nada. No protestó ni una vez conforme él la metía en el ascensor, la conducía a su suite, cerraba con llave al entrar y le indicaba que se sentara en un cómodo sofá.
Ella no se relajaba. Max se planteó si sabría que estaba sentada. Se acercó al bar y sirvió una generosa copa de brandy. Y un whisky para él; quería resultar amigable en lugar de intimidante cuando el brandy la resucitara.
Ella no se sentía cómoda en su presencia, lo sabía. Seguramente su personalidad era demasiado fuerte para que a ella le gustara a la primera, él no necesitaba agradar a nadie. Pero en aquel momento estaba al cargo y quería que ella aceptara la situación, confiara en él, le contara el problema y le dejara resolverlo, porque claramente no podía manejarlo sola, y él necesitaba a su actriz estrella a pleno rendimiento. Maximilian Hart nunca fracasaba.
–¡Bébete esto!
Chloe vio la enorme copa de balón yendo hacia sus manos, lánguidas sobre el regazo. A pesar del shock, supo que o la agarraba o se derramaría el contenido. La sujetó con ambas manos.
–¡Bebe!
La imperiosa orden hizo que se la acercara a los labios. Dio un sorbo, y el fuego líquido le abrasó el paladar y la garganta a su paso, le encendió las mejillas y sacó a su cerebro del entumecimiento. Dirigió una mirada de protesta al responsable de aquello: Maximilian Hart.
Se estremeció. El poder que él emanaba hizo que se le encogiera el estómago.
–Eso está mejor –dijo él con satisfacción.
Chloe tuvo la impresión de que no era posible ocultarle nada. Él lo sabía todo y se preocupaba solo de lo que pudiera beneficiarlo en el mundo en el que era el rey.
Sintió alivio cuando lo vio sentarse en una butaca algo alejada. Observó su cuerpo grande y fuerte, y sus elegantes manos sujetando su propia copa.
Era un hombre enormemente atractivo. Su pelo oscuro, rasgos marcados, ojos castaños, piel bronceada y boca perfecta, contribuían a su toque de distinción. Pero era su aura de poder lo que le daba el carisma; hacía que todo lo demás pareciera un mero adorno en aquella dinámica persona que podía hacerse cargo de cualquier cosa y lograr que funcionara.
Eso aumentaba su atractivo sexual y, aunque ella no quería, su feminidad estaba revolucionada tanto a nivel físico como mental. No podía aplacar aquel magnetismo, que le despertaba sentimientos que no debería desarrollar. Era alarmante encontrarse a solas con él.
Contempló lo que la rodeaba. Parecía una suite ejecutiva. Con una cama extragrande. Le recordó a la que Tony había insistido en que compraran para su dormitorio.
¿La habría usado con Laura? ¿Habría cometido allí la peor de las traiciones?
–¿Qué te ha dicho Laura Farrell?
Miró de nuevo a Maximilian Hart. Sabía que la única alternativa era decirle la verdad. Por otro lado, no podría ocultarla. Laura no lo deseaba, ni ella tampoco. Después de aquello, nada lograría que retomara su matrimonio.
–Ha estado manteniendo una aventura con mi marido –respondió.
Aquello era una doble traición: de la mujer que creía una amiga y del hombre que supuestamente la amaba.
–Y ahora está embarazada… de él.
Y pensar que Tony le había negado un bebé porque aquella serie era una oportunidad demasiado jugosa para dejarla pasar…
Chloe tembló al tener que confesar lo peor de todo.
–Pero no quiere dejarme por ella, porque le resulto muy rentable.
Cerró los ojos entre lágrimas de amargura.
–Por supuesto que no quiere dejarte –comentó Max con cinismo–. La cuestión es, ¿y tú a él?
La ira explotó en su interior, taladrando una montaña de viejas heridas que se había ido formando al resignarse a la vida que su madre le había impuesto desde su niñez, sin darle otras opciones. El matrimonio con Tony había sido parte de eso, y también el no poder tener un bebé. «Se acabó», juró en su interior.
Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y miró fijamente al hombre que esperaba su respuesta.
–Sí –contestó con vehemencia–. No permitiré que ni tú, ni Tony, ni mi madre hagáis como si no hubiera pasado nada. Me da igual si esto afecta a mi imagen. No volveré a aceptarlo como esposo.
–¡Perfecto! –la alabó él–. Solo quería saber cómo afrontar mejor la situación, dada nuestra abrupta salida de la fiesta.
–Tampoco voy a regresar allí –añadió ella, en plena rebelión–. No quiero verle, hablarle, ni estar cerca de él. Ni tampoco quiero oír a mi madre.
Vio que él la observaba pensativo unos momentos y se sintió como una mariposa disecada, examinada minuciosamente. Apartó la mirada y bebió un trago de brandy, deseando que su fuego quemara la humillación de no ser más que una máquina de hacer dinero para la gente que le había llevado a aquel punto.
Maximilian Hart no era diferente, se recordó con dureza. Solo se preocupaba por ella dada su gigantesca inversión en la serie. Aunque le agradecía que la hubiera sacado de la fiesta. Obviamente, había advertido el impacto de la confesión de Laura y había actuado para minimizar el daño.
El show debía continuar. Pero no aquella noche. No con ella.
–Seguro que tu marido está ideando cómo culpar a Laura Farrell de lo ocurrido y quedar él como la víctima inocente de una mujer celosa –señaló él.
Chloe se estremeció.
–Lo cual sería una tremenda mentira –continuó él–. Los vi hablando de manera muy íntima antes de que ella se abalanzara sobre ti. Estaba furiosa con él. La conexión entre ambos era palpable.
–El bebé así lo demostrará –murmuró ella con amargura.
–No, si alguien la convence para que aborte… Y no seré yo.
Chloe lo miró, horrorizada. Para Tony y su madre, esa opción sería la manera de evitar un incómodo escándalo, y de que todo continuara como habían planeado.
Empezaba a dolerle la cabeza.
–Tengo que escapar de ellos –dijo, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
Intentó encontrar una manera de huir, pero todo lo que poseía estaba atado y bien atado por Tony y su madre: su dinero, su casa, su vida entera.
–Yo puedo protegerte, Chloe.
Eso la sorprendió. Lo miró confusa y angustiada. Su expresión arrogante, de confianza en sí mismo, le recordó lo poderoso que era. Su mirada destilaba tal fuerza que le hizo estremecerse. Sin duda, Maximilian Hart podía protegerla si ella lo deseaba, pero ¿qué implicaría eso?
–Necesitas trasladarte a un refugio, un lugar donde haya tanta seguridad que nadie pueda llegar a ti a menos que así lo quieras –sentenció él–. Puedo ofrecértelo fácilmente.
«Un remanso de paz», pensó ella.
Los detalles prácticos planteaban algunas dificultades:
–Toda mi ropa está en mi casa –advirtió.
–Una empresa de mudanzas recogerá tus cosas.
–Ni siquiera llevo encima mi tarjeta de crédito.
–Pondré a un abogado a solucionar tu situación financiera. Mientras tanto, te abriré una cuenta bancaria que cubra tus necesidades hasta que puedas disponer de tu propio dinero.
Chloe frunció el ceño.
–Mi madre luchará por mantener el control.
–Dudo de que cuente con más armas que yo –rebatió él, con un brillo implacable en la mirada.
Tenía razón. Su madre no tenía nada que hacer contra él.
Empezó a ver un asomo de libertad.
–Confía en mí, Chloe. No hay nada que no pueda hacer para convertirte en alguien independiente. Si eso es lo que quieres, claro.
«Sí», deseaba responder. Pero la sensación de que iba a salir de una forma de posesión para meterse en otra, tal vez peor, la contuvo.
–¿Por qué haces esto por mí? –inquirió, suspicaz.
–Quiero que esta serie salga adelante, es un proyecto que llevo planificando desde hace mucho tiempo. Tú eres la pieza clave, necesito que actúes como solo tú sabes hacerlo. Si eso implica liberarte de lo que te angustia, y asegurarte que esas personas no van a molestarte, lo haré. Crearé una cortina protectora a tu alrededor que nadie podrá traspasar sin tu permiso. Lo único que pido a cambio es que sigas trabajando en la serie hasta terminar el contrato.
Estaba protegiendo su inversión, tenía sentido, se dijo Chloe. Aquello era un negocio, no un asunto personal. De pronto, sus temores le parecieron ridículos. Sintió que podía hacer lo que le pedía si no tenía que tratar con su madre, Tony o Laura.
–Los alejaré de ti –aseguró él con voz suave–. Tan solo di «sí».
Su corazón maltratado empezó a verlo como un caballero andante liberándola de sus dragones, en lugar de un mentor dominante que solo la utilizaba para su propio provecho. Era más que seductor.
–Sí, es lo que quiero –afirmó.
–Bien –dijo él, como si ya lo supiera y solo hubiera esperado que ella lo reconociera, y se puso en pie como saboreando la batalla por llegar–. Estarás completamente a salvo si me esperas aquí. Necesitarás comer algo. Pide lo que quieras al servicio de habitaciones. Siéntete como en tu casa, esta noche no tendrás que sufrir más acosos de ningún tipo.
–¿Adónde vas?
–Regreso a la fiesta –respondió él, y sonrió de satisfacción personal–. Cuando haya terminado allí, dudo de que nadie tenga ganas de cuestionar tu decisión.
«Mi decisión», pensó Chloe. Una decisión independiente.
Abrumada, observó alejarse al hombre que la había hecho posible y que iba a ponerla en práctica. Maximilian Hart, un hombre con el poder para hacer lo que se proponía.
Y estaba a punto de utilizar ese poder para liberarla de la vida de la que había deseado escapar desde que podía recordar.
QUÉ SUCEDE, Max?
Fue lo primero que escuchó nada más regresar a la fiesta. Se lo preguntaba Lisa Cox, editora de la sección de ocio de uno de los principales periódicos, oliéndose una historia más interesante que el lanzamiento de una nueva serie de televisión.
–Has salido de aquí con Chloe, que parecía medio muerta, y regresas solo –añadió.
–Chloe está descansando –aseguró él.
–¿Le ocurre algo?
–La fiesta le ha agotado, continuamente atendiendo a la gente, sin detenerse a comer ni beber. Necesitaba una buena dosis de azúcar. Y ahora, si me disculpas, tengo que hablar con su madre –dijo, y recorrió el salón con la mirada en busca del cabello color zanahoria.
–¿Va a suponer esto un problema para la serie? –insistió la periodista.
Max esbozó una sonrisa gélida.
–No. Alguien tiene que cuidar de ella, eso es todo. Y me aseguraré de que así sea.
Y tras decir eso, dio por cerrado el asunto. Nada de cotilleos.
Stephanie Rollins se encontraba en la esquina más alejada del salón, inmersa en una acalorada discusión con Tony Lipton y Laura Farrell. Eran los únicos que no se habían percatado de que Max había regresado, y menos aún de que se dirigía hacia ellos.
Laura Farrell era alta, delgada, con una larga melena castaña, ropa clásica y de buena calidad, y ojos de gata. Max había visto envidia y desprecio en ellos al mirar a Chloe, como si fuera estúpida y no se mereciera su estatus de estrella.
Sin embargo, Chloe siempre trataba de ayudarla. Esa noche, aquella lagarta había enseñado su verdadero rostro. Max estaba deseando eliminarla del entorno de Chloe.
Y a Tony Lipton también, a él incluso más. Ese adulador de pacotilla que se había aprovechado de las circunstancias sin preocuparse de la mujer que lo mantenía. Rubio y de ojos verdes, parecía un clon de Robert Redford en sus mejores tiempos, pero su único talento consistía en tener buen aspecto y autoadularse.
«El otoño ha llegado», pensó Max cuando Tony lo vio acercarse, se alarmó y advirtió a las dos mujeres. Ellas se apartaron, haciéndole sitio en el grupo. El rostro de Laura era una mezcla de temor y agresividad. Sin duda, sabía que no volvería a ser la asistente de Chloe, pero lucharía para conseguir una jugosa tajada de sus ganancias, a través de Tony. Seguro que no se había quedado embarazada por error.
Stephanie fruncía los labios furiosa. Obviamente, había calculado los costes de aquella bomba y no le gustaba el resultado. Pues le gustaría aún menos cuando le anunciara que Chloe estaba harta de su dominio.
La tensión que había en el grupo era palpable. Pero Max no iba a dirigirse a ellos delante de tantos espectadores.
–No dudo de que estáis todos preocupados respecto a Chloe –comenzó, sin poder evitar cierto sarcasmo–. La he llevado a una suite. Os sugiero que me acompañéis para que hablemos en privado. Será mejor que no digáis nada mientras salimos. No os gustarían las consecuencias.
–A mí no puedes hacerme nada –lo desafió Laura.
–¡Cierra la maldita boca! –le espetó Tony.
–Agárrate de mi brazo, Stephanie –ordenó Max, y miró gélidamente al otro hombre–. Síguenos, Tony, y lleva a tu mujer contigo.
No se regodeó en verlo ruborizarse. Abandonó la fiesta con Stephanie Rollins de su brazo, hablándole en voz baja de la necesidad de cuidar mejor a Chloe.
A los pocos minutos, entraban en una segunda suite ejecutiva con un mayordomo en la puerta. Max la había reservado al dejar a Chloe en la otra.
Una vez dentro, Stephanie fue la primera en reaccionar.
–¿Dónde está Chloe? –inquirió, incómoda al verse en una situación en la que no podía obtener beneficio alguno.
–Donde desea estar… lejos de vuestro alcance –respondió él, mirándolos con desdén–. Ya que fuiste tú quien contrató a Laura como asistente de Chloe, te sugiero que seas tú quien la despida, Stephanie. Será mejor que no vuelva a acercarse a ella, ¿entendido?
La mujer asintió, reconociendo que no había otra opción.
–De todas formas, no volvería a trabajar para ella –murmuró Laura.
Max la ignoró. Se giró hacia Tony.
–Estás despedido. Ya no perteneces al equipo de guionistas.
–No puedes hacer eso. Tengo un contrato –replicó él.
–Compraré tu parte. Mi abogado se pondrá en contacto contigo para llegar a un acuerdo. No quiero verte cerca de Chloe cuando grabe.
–Pero…
–Cuidado, Tony –le advirtió–. Puedo hacer que no vuelvas a trabajar en la industria televisiva nunca más.
–¡No es para tanto! Solo he cometido un error en mi vida privada. No tiene nada que ver con mi profesión –protestó él.
–No es privado cuando afecta a mi negocio. Cuidado, Tony… –repitió.
El hombre sacudió la cabeza, sin poder creer que acababa de salir del círculo de las estrellas, y que sin Chloe a su lado no tenía nada para negociar.
Satisfecho de ver que Tony era consciente de las consecuencias, Max se giró hacia la madre de Chloe. Por más que él quisiera perderlos de vista a todos, los lazos familiares eran algo delicado. Hasta que no lo consultara con Chloe, tendría que contenerse.
–No creo que hayas actuado para mayor beneficio de tu hija, Stephanie, cosa que deberías haber hecho doblemente: como madre y como agente.
–Yo no tengo nada que ver –gritó ella, con un gesto de rechazo hacia Laura y Tony.
–Elegiste a Laura y permitiste que Tony se sumara a la carrera de Chloe. Un error de juicio en ambos casos –señaló Max implacable–. Reúnete conmigo mañana a las once en mi despacho para discutir si vas a continuar o no siendo su agente.
–Eso es algo entre Chloe y yo –protestó con vehemencia.
–No. Ella me ha autorizado a que actúe en su nombre y eso voy a hacer, Stephanie. Tal vez quieras acudir con un abogado. El mío estará allí, no lo dudes.
–Deja que hable con ella –exigió, con un leve temor más allá de su mente calculadora–. Hemos vivido demasiadas cosas juntas para que interfieras así.
–Chloe no quiere escucharte –sentenció Max–. Será mejor que aceptes que tu dominación sobre tu hija se ha terminado, y lo mejor que puedes hacer es intentar minimizar los daños en lugar de pelearte conmigo. Soy un duro oponente.
Se mantuvo en silencio unos momentos, para que todos procesaran la amenaza, antes de anunciar:
–Y ahora debo volver a la fiesta. A ninguno se os permitirá entrar de nuevo esta noche. El mayordomo os echará de esta suite en media hora. Lo más inteligente sería que os marcharais cuanto antes del hotel.
Y, sin esperar respuesta, salió de allí y regresó a la fiesta.
Lisa Cox corrió a su encuentro.
–¿Chloe no va a volver?
–No. Lleva toda la semana de promoción y necesita descansar –contestó, sin darle importancia–. ¿Por qué no hablas con otros miembros del reparto, Lisa? Les encantará contarte su opinión acerca de la serie.
Sonrió para borrar la preocupación que había mostrado anteriormente y se dedicó a hablar con el resto del reparto durante cuarenta minutos, lo suficiente como para distanciarse públicamente de la ausencia de Chloe, y también para que el nefasto trío abandonara el hotel.
Luego, alegando que estaba agotado, se despidió y abandonó la fiesta, comprobó que la segunda suite había quedado vacía, y se dirigió hacia la que ocupaba Chloe. Había transcurrido poco más de una hora desde que ella tomara la decisión. Si se había asustado y quería volver atrás, tendría que convencerla de que ya no era posible. Se habían emprendido las medidas necesarias.
A partir de entonces, ella le pertenecía.
Le sobresaltó la satisfacción que le produjo esa idea. Era algo muy intenso, una actitud posesiva que nunca había sentido hacia ninguna mujer. Dado que a él le gustaba su libertad, también respetaba la de ellas para elegir por sí mismas. Pero ciertamente, en el plano profesional y mientras durara el contrato, Chloe Rollins le pertenecía. Y, como también se había quedado libre en el plano personal, podía explorar su interés por ella. Esa idea le entusiasmó enormemente.
Chloe era la mujer más fascinante que había conocido, y ya no estaba ligada a su marido. Podía mantenerla a su lado y conocerla durante el tiempo que quisiera.
Chloe no se había movido de la butaca donde la había dejado Max. Había tenido suficiente agitación con revisar su vida y sentir el terrible vacío de ser más importante para su madre como personaje televisivo que como una persona con necesidades reales, que habían sido ignoradas o despreciadas.
Se había enamorado de Tony porque parecía que él estaba totalmente volcado en ella, en la mujer que era, haciendo que se sintiera amada de verdad, atendiendo sus deseos. Todo falso. Nada más casarse, se había aliado con su madre, aumentando la presión para que se mantuviera en pantalla, pero endulzándola diciéndole lo especial que era.
Se había desenamorado de él muy rápido, desilusionada por cómo manipulaba su vida juntos a su voluntad, sin consultarla. Pero era más sencillo vivir con él que con su madre, así que había hecho todo lo necesario para mantener la armonía en su relación, incluso incluirlo en su contrato con Maximilian Hart: Tony deseaba formar parte del equipo de guionistas, argumentando que así podría compartir trabajo con ella, mirar por sus intereses…
Todo mentiras. Había pasado más tiempo con Laura que con ella, y la había dejado embarazada, mientras seguía fingiendo que era un marido amantísimo. Claro que ella ya no se lo creía: lo que a él le gustaba era su carrera, los contactos, el mundo de la fama. Ella era el instrumento para la vida que él y su madre deseaban.
El matrimonio se había quedado vacío mucho antes. Por eso ella había querido un bebé. El amor de un hijo habría sido real, y ella lo habría devuelto con creces. Un hijo a quien dárselo todo.
Chloe había ido bebiendo el brandy, disfrutando del fuego en su vientre. La hacía sentirse viva, más decidida a hacerse cargo de su vida una vez terminara su contrato con Maximilian Hart. Era agradable tenerlo de su parte, saber que iba a ayudarla a realizar aquel cambio radical en su vida.
No se dio cuenta de que el tiempo pasaba. Al oír que abrían la puerta de la suite, saltó de la butaca y se giró hacia el hombre que la había salvado. Era mucho más fácil aceptar ese hecho cuando él no estaba delante. En cuanto lo vio, se le encogió el corazón de nervios.
–Solucionado –aseguró él al instante–. Ya no tendrás que volver a ver a ninguno de los tres, a menos que lo desees.
Observó la copa vacía en manos de ella y ojeó el resto de la habitación.
–¿No has cenado?
Chloe se ruborizó.
–Lo he olvidado.
Él sonrió tranquilizador.
–No tienes que hacerlo si no quieres, Chloe. Yo sí que estoy hambriento. Voy a pedir unos sándwiches club con patatas fritas, y tú elige si quieres comerte el tuyo o no –anunció él, y descolgó el auricular–. ¿Quieres café, té o chocolate caliente?
–Chocolate caliente. Y ketchup –añadió ella, y vio que él elevaba una ceja, curioso–. Me encantan las patatas con ketchup.
Le daba igual si sonaba pueril. De pronto, ella también tenía mucha hambre.
A pesar de su sonrisa de satisfacción, él seguía intimidándola. Parecía estar siempre un paso por delante. Tenía que recuperarse y descubrir lo que él había hecho para ayudarla, se dijo Chloe.
–He reservado otra suite para mí y he dispuesto que no pasen llamadas aquí, así no tendrás interrupciones esta noche –comentó él, escribiendo en un papel y entregándoselo–. Cuando estés lista para el desayuno, llámame a este número y planearemos los siguientes pasos, ¿de acuerdo?
Chloe asintió, aliviada al saber que no pretendía pasar la noche con ella. En realidad, estaba tranquila respecto al ámbito sexual: era bien sabido que él salía con Shannah Lian, una modelo bellísima y con clase que aquella noche tendría otro compromiso y por eso no habría acudido a la fiesta. A Chloe no se le ocurriría pensar que su ausencia estaba planeada. Entre Maximilian Hart y ella el interés era puramente profesional. Además, ella no podría relajarse en su presencia.
Miró la cama. Iba a ser un placer tumbarse, sabiendo que iba a estar sola. Una oleada de repugnancia la invadió al pensar que Tony se había acostado con ella después de estar con Laura. ¡Nunca más!
–Tony está fuera de la serie, Chloe. Lo he despedido del equipo de guionistas. Laura Farrell también desaparece. Ambos ya no pertenecen a tu vida profesional.
«Limpiando el escenario para que el show continúe », pensó Chloe, con cierta satisfacción de venganza por sus despidos.
–¡Bien! Gracias.
Él señaló una butaca.
–El servicio de habitaciones tardará un rato. Hablemos de tu madre mientras tanto.
Chloe se sentó, lista para rebelarse ante cualquier cosa que su madre hubiera sugerido. Su nefasto dominio había terminado. Max se sentó lentamente y la observó, poniéndola aún más nerviosa.
–¿Quieres mantenerla como agente? –le preguntó.
–No –aseguró ella, llena de resentimiento, pero dudó porque desconocía las condiciones en el aspecto legal–. ¿Tengo que hacerlo?
Max negó con la cabeza.
–He concertado una cita con ella mañana, con la idea de terminar vuestra relación laboral.
¡Había tomado la iniciativa! Chloe lo miró asombrada.
–Pero tú tienes la última palabra –añadió él.
–No quiero que se ocupe de nada que tenga que ver conmigo –aseguró ella con vehemencia.
–Mi abogado resolverá ese asunto por ti.
Sacudió la cabeza maravillada. No podía creer que las ataduras de toda una vida pudieran romperse con tanta facilidad.
–Mi madre se resistirá. ¿Qué ha dicho cuando le has propuesto la reunión?
–Quería hablar contigo, pero no lo he permitido.
–No quiero escucharla.
–Eso sí que se lo dije –señaló él secamente, como si no le hubieran afectado los comentarios que le hubieran hecho.
«Eso es porque no tiene una implicación emocional, para él esto son negocios», pensó Chloe.
–¿Tengo que asistir a la reunión de mañana? –preguntó nerviosa.
–¿Quieres?
–No.
Podía imaginarse el sermón de su madre recordándole la larga lista de cosas que había hecho por ella. Salvo que las había hecho para sí misma.
–No quiero escucharlo. Si podéis arreglároslas sin mí…
–Todo irá más rápido si no estás. Le diré a mi abogado que desayune con nosotros. Cuéntale lo que quieres y él actuará según eso.
–Creo que eso será lo mejor.
Otra decisión, tomada por ella y para ella.
–Cierto –dijo él, y se puso en pie–. Si me disculpas, voy a llamarlo ahora mismo. ¿Quedamos a las ocho?
–De acuerdo, pero… –contempló su vestido de fiesta–. Solo tengo esta ropa.
–Puedes desayunar en albornoz –le sugirió él–. Encargaré que te suban ropa en cuanto abran las boutiques del hotel. No te preocupes por las apariencias. Lo interno, la base, es más importante.
Una base que ella estaba decidiendo. No su madre, su esposo ni Maximilian Hart, quien estaba dándole opciones pero no escogiendo por ella.
Lo observó sacar su teléfono móvil mientras se alejaba. De repente, su poder ya no le intimidaba tanto. Estaba usándolo para ayudarla, como un caballero andante acabando con sus dragones.
No pudo evitar que eso le gustara.
STEPHANIE Rollins no acudió con ningún abogado a la cita. Entró en el despacho de Max pisando fuerte, con un vestido púrpura, cinturón rojo ancho, tacones rojos, uñas rojas. Y con la soberbia de quien siempre había tenido poder sobre su hija y no creía que eso fuera a cambiar. La presencia del abogado de Max no la alteró, al menos no visiblemente. Miró a ambos con altanería, como si aquello no fuera más que una maniobra de Max.
Estaba convencida de que, por más que Chloe se hubiera quejado la noche anterior, por la mañana se había retractado. Sin su madre, su vida tendría un enorme vacío. Ella no sería capaz de salir adelante, no tenía a quién recurrir, después de la traición de Tony.
Max la saludó con fría cortesía, le presentó a Angus Hilliard, jefe de su departamento jurídico, le indicó que se sentara y regresó a su asiento al otro lado del escritorio.
–Resulta que no hay nada que discutir, Stephanie –anunció, e hizo un gesto a Angus para que le entregara el documento de rescisión de sus servicios como agente de Chloe.
Después de leerlo, la mujer lo miró burlona.
–Esto es inútil. Chloe regresará a mí en cuanto se tranquilice. Si no hubieras interferido anoche, si no tuviera tu apoyo…
–Va a continuar teniéndolo.
–Seguro que solo la cuidas mientras dure su contrato contigo, porque te interesa. Pero luego…
–Puedo sugerirle un reputado agente que no se lleve el porcentaje tan exorbitante que le quitas tú.
Aquella mujer le desagradaba tanto que iba a acabar por completo con su influencia sobre Chloe.
–Sin mí, no sería nada –le espetó ella–. Y lo sabe. He planificado cada paso de su carrera, la he entrenado para que fuera capaz de desempeñar cualquier papel, he hecho que se convirtiera en la estrella que tú estás explotando ahora.
–Pero no eres tú quien ilumina la pantalla con su presencia –replicó Max–. Eso no se lo has enseñado, es un don natural que has explotado en tu propio beneficio.
Supo que se había marcado un tanto al ver la frustración furiosa de ella.
–¿Crees que has ganado? –inquirió la mujer desafiante, poniéndose en pie y lanzándole la rescisión de contrato–. Cuando acabe tu contrato con ella, me aseguraré de que no vuelva a firmar contigo.
–No cuentes con ello, Stephanie. Te recomiendo que uses lo que le has exprimido a tu hija para tener tu propia vida.
Ella lo fulminó con la mirada, y su furia ardiente fue dejando paso a la suspicacia.
–¿Por qué estás llevándolo al terreno personal?
Él se encogió de hombros y se relajó en su asiento con una sarcástica sonrisa.
–Me apetece desempeñar el rol de justiciero.
–¿O es que estás loco por Chloe, y has aprovechado la ocasión?
La pregunta se acercaba demasiado a la verdad. Max la miró burlón.
–Salgo con Shannah Lian, a quien no le gustaría lo que acabas de sugerir. A pesar de mi reputación con las mujeres, no suelo estar con dos al mismo tiempo.
–Sea cual sea tu interés por Chloe, se te pasará. Eres así –replicó ella, elevando la barbilla–. Entonces, Chloe volverá a mí.
«Eso nunca», pensó Max, con tal violencia que le sorprendió.
La mujer se marchó con altanería y cerró la puerta de un portazo. Max se prometió que no se saldría con la suya.
–No me gustaría caer en las garras de esa mujer –comentó Angus Hilliard.
–El truco está en que no tenga nada a lo que sacarle la sangre. Ya ha tenido su cuota, Angus.
–Sin duda –afirmó el abogado, con el brillo de la acción en la mirada–. Por lo que nos ha contado Chloe en el desayuno acerca de todo lo que ganó siendo aún menor, podría conseguir que acusaran a su madre de apropiación indebida.
–No. No husmearemos en el pasado –decidió Max–. Es mejor para Chloe no dar pie al victimismo, o tendrá que revivirlo en el juicio. Y no estoy seguro de que esté preparada. Concentrémonos en su futuro, en lo que puede hacer. Y para que tenga la oportunidad de hacerlo, debemos evitar que su madre tenga acceso a ella.
–Necesita un guardaespaldas –sugirió Angus–. ¿Me encargo de ello?
–Sí. Busca alguien con quien se sienta cómoda, de aspecto paternal, cincuentón, experimentado. Que acuda esta tarde a mi casa de Vaucluse para una entrevista conmigo.
–Así lo haré –afirmó el abogado, y sonrió levemente–. Nunca me has parecido un justiciero, Max, pero debo admitir que Chloe Rollins tiene algo. Te dan ganas de ayudarla.
El guardaespaldas también lo percibiría, por eso no quería a un joven atractivo que congeniara demasiado con ella. Necesitaba tiempo para reorganizar sus asuntos, tiempo para que a ella le gustara tenerlo en su vida, y no iba a permitir que otros afectos interfirieran en eso.
–Tiene algo muy especial –reconoció, y se puso en pie con una sonrisa–. Y a mí no me supone nada el rescatarla y protegerla. Es un pequeño pero satisfactorio desafío.
Angus se rio.
–Ese es el Max que yo conozco. Es una satisfacción ganarle a esa madre monstruosa. ¿Ahora regresas al hotel?
–Sí. ¿Dejarás todo bien atado respecto al contrato de Tony Lipton?
–Con nudos que no podrán deshacerse.
–Gracias por tu ayuda, Angus.
Max se marchó, seguro de que no se había descubierto respecto a sus intenciones hacia Chloe. Y así lo mantendría hasta el momento oportuno. Un placer secreto, sazonado por las expectativas… Disfrutaría con la espera.
Chloe no lograba relajarse. No podía dejar de pensar en la idea de una vida independiente. Le había avergonzado confesarles a Max y su abogado en el desayuno lo imposible que le había resultado establecerse por su cuenta. A los dieciocho años, había querido liberarse de las exigencias de su madre, pero el dinero que se suponía estaba en un fondo engrosado a lo largo de su niñez y adolescencia se había esfumado: su madre lo había administrado a su gusto. Sin ahorros, y sin preparación para otra cosa, su sueño de independencia se había hecho añicos. Se había resignado a trabajar a las órdenes de su madre, aunque había insistido en que su parte de las ganancias fuera a una cuenta bancaria a la que solo ella tenía acceso.
El trabajo no le disgustaba. Dado que desde pequeña se construía sus mundos soñados, le resultaba fácil meterse en cualquier papel. Pero a veces deseaba una vida real, sin apariencias, sin papeles que representar, siendo solo ella misma.
Sin la presión de su madre y Tony de tener una activa vida pública, podía tomar sus propias decisiones, como llevaba haciendo desde que Maximilian Hart había intervenido y le había entregado esa libertad. Pensar en la reunión entre él y su madre le daba escalofríos, no habría querido estar allí bajo ningún concepto. Agradecía que él se hubiera ofrecido a encargarse del tema. Pero debía aprender a manejarse por sí misma cuanto antes, si quería ser realmente independiente.
Sonó el teléfono. Solo podía ser él, el hotel tenía órdenes de no pasarle ninguna otra llamada.
Corrió hacia el escritorio, nerviosa.
–¿Diga?
–Todo solucionado –anunció él con tranquilidad–. Tu madre ha sido notificada legalmente de que ya no es tu agente. Estoy regresando al hotel. ¿Has encontrado algo de tu gusto entre la selección que te han ofrecido las boutiques?
Chloe tenía tantas preguntas que le costó centrarse en lo que él le decía.
–Sí, gracias. La dependienta se ha llevado el resto. He anotado los precios de lo que he elegido para poder devolverte el dinero cuando tenga acceso a mi cuenta bancaria.
–No te preocupes –dijo él sin darle importancia–. Me imagino que ahora estás felizmente vestida y preparada para aparecer en público.
Sintió pánico. ¿Estarían los periodistas listos para asaltarla a las puertas del hotel, preguntándole por Tony y Laura?
–¿Cuánto de público?
–Solo comer en el hotel, Chloe –le aseguró él–. He reservado mesa para nosotros en el restaurante Galaxy. Conmigo estarás a salvo.
A salvo y, esperaba, más relajada a su lado al verse en un restaurante, pensó Chloe aliviada. Estar a solas con él en aquella suite le ponía nerviosa, dejaba manifiesta su vulnerabilidad hacia el poderoso magnetismo que él desprendía.
–De acuerdo. ¿Cómo ha ido la reunión?
–Te lo cuento durante la comida. Estaré ahí dentro de una media hora. Hasta luego.
Media hora… Colgó y se miró al espejo para comprobar su aspecto. El azul era su color favorito, por eso había elegido un vestido de lunares blanco y azul, con un cinturón blanco ancho, unos tacones peep toe blancos y un clutch blanco. El conjunto elegante y clásico era adecuado para comer en el lujoso restaurante del hotel.
Llevaba un peine y algo de maquillaje en su bolso de la noche anterior, así que estaría presentable para la comida. Se repasó los labios y el cabello. Nadie podría criticar su apariencia, especialmente su madre, que no estaría allí.
Eso la alegró. Era un nuevo día, y por primera vez se dio cuenta de que hacía un tiempo maravilloso. El hotel se encontraba camino de la Ópera de Sídney y ofrecía unas vistas espectaculares del puente. No había ni una nube en el cielo, el agua resplandecía y Chloe contempló ociosa los barcos entrar y salir del puerto.
Se le aceleró el pulso cuando oyó que abrían la puerta de la suite. No podía resistirse al impacto que le causaba Maximilian Hart. Lo vio entrar y detenerse en seco al verla. ¿Era posible que le hubiera impresionado?, se preguntó. Seguramente eran imaginaciones suyas, aunque por un momento, el aire se había cargado de electricidad, haciendo vibrar todo su cuerpo.
–Mary… –murmuró él.
–¿Cómo dices?
Max sacudió la cabeza mientras sonreía levemente.
–Me has recordado a alguien.
¿Una mujer que le importaba, tal vez? Le hubiera gustado preguntarle acerca de ella, porque la momentánea dulzura que había mostrado le había despertado curiosidad. Pero casi al instante, él se encogió de hombros y volvió a ser el poderoso hombre con todo bajo control.
–Bonito vestido –alabó–. Te sienta bien.
Chloe se ruborizó, aunque era un simple halago cortés y enseguida él retornó a los negocios. Le tendió un papel.
–Es un permiso para la empresa de mudanzas para entrar en tu apartamento de Randwick, empaquetar tus cosas y llevarlas a la casa de invitados de mi finca de Vaucluse. Si lo firmas ahora, pueden tenerlo terminado para esta tarde –explicó él con naturalidad.
Chloe contempló el papel y tragó saliva. Quería sus cosas fuera del piso y un lugar donde ponerlas, pero estar tan conectada con aquel hombre le parecía… peligroso. No había previsto nada, ni tenía un plan alternativo que proponer, pero…
–Seguro que puedo alquilar un apartamento –propuso nerviosa–. No me siento cómoda respecto a…
–En ningún otro sitio puedo garantizar tu seguridad, Chloe –la interrumpió él–. No vivirás conmigo: la casa de invitados está aparte del edificio principal. Lo importante es protegerte contra el acoso, y no solo de tu madre y Tony. En cuanto salte este escándalo, los paparazis te perseguirán. En mi finca estarás a salvo. Considéralo un acuerdo momentáneo, mientras piensas cómo organizar tu futuro.
Ciertamente, necesitaba tiempo para poder planificar su vida, y había muchas posibles amenazas a su ansiada libertad. Max estaba ofreciéndole seguridad. Suspiró para aliviar la tensión de su pecho. No sirvió de nada. Le asaltó otra preocupación.
–Podría haber rumores sobre nosotros: dejo a Tony… vivo contigo…
Él la miró, divertido ante la insinuación de que podrían dar la impresión de ser amantes.
–Dejaré muy claro que eres mi invitada. Solo estoy cuidando a la estrella de mi serie mientras atraviesa un episodio traumático de su vida.
Ella se ruborizó. El temor a irse con él era absurdo, además estaba con otra mujer.
–Tal vez a Shannah Lian no le guste.
Max se encogió de hombros.
–Puedo ocuparme de mis propios asuntos.
Por supuesto que podía, y de los suyos, pensó Chloe. Se sintió una tonta por cuestionar la situación cuando él ya había tenido en cuenta todos los aspectos. Lo mejor era aceptar su oferta.
–¿Tienes un bolígrafo? –pidió, y tras firmarlo, le entregó el papel–. Es un gran detalle que estés haciendo todo esto por mí.
Él sonrió satisfecho.
–Me gusta ser quien mueve los hilos, está en mi naturaleza. Me agrada poder ayudarte.
Un caballero andante de ojos oscuros y destilando un placer que a Chloe le resulto muy sexual de pronto. Se le aceleró el corazón. Se le contrajo el vientre. Necesitó mucha fuerza de voluntad para ignorar esa inesperada excitación y pensar en otra cosa.
–He estado mirando la prensa –balbuceó–. Creí que mencionarían el… escándalo.
–Anoche me aseguré de que no se conociera la historia. No creo que pudieras aguantar el acoso de la prensa, y en este hotel estás demasiado expuesta a ello.
Aquel afán por cuidarla resultaba más seductor que su magnetismo físico. Le resultaba muy difícil mantener alta la guardia frente a su atractivo.
–No siempre será así –continuó él–. Alguien hablará. Tan solo he comprado el tiempo suficiente para crear un entorno seguro donde nadie podrá acceder a ti sin tu permiso.
–Gracias –murmuró, abrumada–. A pesar de lo que tú digas a la gente, el hecho de abandonar a Tony y vivir en tu casa levantará muchos cotilleos.
–¿Eso te preocupa?
Ella lo pensó por unos momentos.
–No. Seguramente atenuará la humillación del escándalo, y a mi orgullo le sentará muy bien estar relacionada contigo. Eres un pez más gordo que Tony –añadió, con una sonrisa irónica.
Max soltó una carcajada.
–Hazme saber si te entran urgencias de freírme.
–No creo que se dé la oportunidad. Nadie te ha pescado nunca –replicó ella, ruborizándose de nuevo.
–Ni creo que eso cambie. Para la gente soy un tiburón –enarcó una ceja a modo desafiante–. Podrías intentar ponerme una red alrededor.
De pronto, ella se dio cuenta de que eso era lo que él estaba haciendo, rodeándola con una red de seguridad.
–Yo no tengo tu poder.
–El mío no, pero sí tienes el tuyo propio, Chloe –aseguró él, serio–. Tú emocionas a las personas. A mí incluido.
El brillo burlón de su mirada indicó a Chloe que no era un caballero andante. En el fondo, sí que era un tiburón, siempre de caza: perseguía lo que le atraía, le daba un par de bocados y se marchaba en busca de otra presa. Ninguna red podría atraparlo. Seguía pareciéndole intimidante, peligroso, poderoso.
Sin embargo, le hacía ilusión saber que ella le emocionaba. No quiso pensar que fuera algo sexual. Ella aún estaba casada y él tenía a Shannah Lian. Seguramente se trataba de una oleada de simpatía que él no solía experimentar. Fuera como fuese, se sintió menos como una imagen que le gustaba, y más como una persona de quien se preocupaba.
–Me alegro de emocionarte. Te lo agradezco. Me has proporcionado un escape que yo no podría haber logrado.
–Espero que eso conduzca a un futuro más feliz –deseó él, ofreciéndole su brazo–. Disfrutemos de la comida.
Chloe agarró el clutch y se sujetó de su brazo, decidida a no preocuparse por lo que le motivara a ayudarla. Era afortunada de tener al tiburón de su lado, ahuyentando lo malo.
Se estremeció al estar tan cerca de él, y no de miedo, sino de placer por estar unida al poder que había hecho posible su libertad. Advirtió la fuerza de su brazo, se le activaron los instintos femeninos, y reprimió el deseo de que él siempre estuviera a su lado. Lo cual era totalmente irreal. Y una debilidad de carácter, se reprochó.
Debía aprender a ser fuerte por sí misma. Pero en aquel momento, era una maravilla estar con Maximilian Hart.
HILL HOUSE, un nombre sencillo para una mansión casi histórica en Vaucluse. Había sido construida por un magnate australiano de los transportes que había hecho fortuna a principios del siglo XX, y la habían habitado sus descendientes hasta que el último había fallecido hacía tres años. Cuando salió a subasta, había recibido mucha publicidad. Maximilian Hart había ofrecido la puja más alta.
Todo el mundo había creído que la compraba para especular, pero se la había quedado y, de hecho, vivía en ella.
«Tal vez lo que le gustó fue la privacidad», pensó Chloe observando los altos muros de ladrillo delimitando la propiedad, mientras Max pulsaba un mando para abrir las enormes puertas de hierro que había frente a ellos. Las atravesaron en su Audi cupé negro.
Chloe había estado bastante relajada durante la comida en el restaurante del hotel, pero ir sentada junto a él en su coche, camino de alojarse en su casa, le había puesto nerviosa de nuevo. Estar tan cerca de él le abrumaba. Era muy notable su generosa atención a sus necesidades, pero Chloe intuía que estaba adentrándose en aguas peligrosas con él, especialmente cuando se quedaban a solas. Aquel hombre era dinamita sexual. Le provocaba sentimientos y pensamientos terriblemente inapropiados.
Las puertas se cerraron tras ellos, aislándolos del resto de Sídney, de su madre, de Tony, y de cualquiera que quisiera agobiarla. Ojalá el refugio que le ofrecía Max no estuviera lleno de su carisma, como su coche.
El camino de entrada, de piedra gris, discurría entre dos prados de perfecto césped. Unos espectaculares árboles habían sido plantados a lo largo del muro y hacia un lateral de la casa, como enmarcándola.
La mansión, de tres pisos, impresionaba por su hermosa simetría. Las alas laterales tenían sendos hastiales blancos. La entrada principal también tenía uno, sostenido por columnas dóricas. Las ventanas grandes y con barrotillos del primer piso estaban perfectamente alineadas con las ventanas del desván, que sobresalían del tejado gris. En la planta baja, decenas de puertas acristaladas permitían que la luz bañara el interior de las habitaciones.
Chloe se enamoró de ella nada más verla. De haber podido permitírselo, la habría adquirido. La envidia y la curiosidad le llevaron a preguntar:
–¿Por qué compraste este lugar, Max?
Él la estudió unos instantes con la mirada, sonrió ante su reacción y contestó:
–Me atrajo.
A Chloe le sorprendió esa respuesta, aunque comprendió perfectamente el sentimiento que reflejaban.
–Entonces, ¿no piensas venderla?
–Nunca.
Quería saber más sobre él.
–¿Por qué te atrae?
–Todo en ella me gusta. Me siento bienvenido a casa cada vez que atravieso las puertas de hierro.
La satisfacción de él le recordó un artículo que había leído de su ascenso desde los harapos a su enorme fortuna. Lo había criado su madre soltera, que había fallecido por abuso de drogas cuando él tenía dieciséis años. No mencionaba dónde había vivido con ella, ni en qué condiciones, pero Chloe podía imaginarse que, en su infancia y adolescencia, nunca había experimentado lo que era un hogar.
–Es preciosa –murmuró apreciativa–. Comprendo que te sientas bienvenido. Apetece recorrerla.
–Y quedarse –añadió él–. Puede decirse que heredé el mayordomo, la cocinera y el jardinero de la señorita Elizabeth, el último miembro de la familia Hill. Aunque les dejó un legado en su testamento y podían haberse jubilado con ello, no quisieron marcharse. Para ellos también es su hogar.
Era un acuerdo curioso, para un hombre que siempre hacía lo que deseaba.
–¿Te alegras de haberlos mantenido?
–Sí. Pertenecen a este lugar. En cierta manera, se han convertido en mi familia. Son las tres Es –dijo, con una sonrisa–: Edgar es el mayordomo; su mujer, Elaine, la cocinera. Eric es el jefe de jardinería. Viven en sus propios apartamentos en la última planta. Cuando necesitan ayuda extra, contratamos a más gente. Cuidan tan bien del lugar, que sería una estupidez cambiar.
Detuvo el Audi delante del patio delantero de la casa y apagó el motor.
–Conocerás a Edgar enseguida –la informó, girándose hacia ella–. Le gusta ser muy formal, pero ya verás que es muy amigable. Te conducirá a la casa de invitados y te explicará cómo funciona todo.
Chloe sintió alivio al saber que Max no la acompañaría allí.
–Gracias de nuevo por rescatarme –dijo sonriente.
–No es nada –respondió él.
Conforme llegaban al porche, la puerta principal se abrió, dando paso a un hombre alto y algo corpulento con porte muy digno. Vestía un traje negro, camisa de rayas grises con cuello y puños blancos, y una corbata de seda negra. El pelo era gris, los ojos azules, y el rostro increíblemente terso para un hombre que debía de tener unos sesenta años. Posiblemente no sonreía mucho y prefería un aire de gravedad.
–Buenas tardes, señor –saludó, con una breve inclinación de cabeza.
–Edgar, esta es la señorita Chloe Rollins.
Ella recibió una media reverencia.
–Es un placer darle la bienvenida a Hill House, señorita Rollins.
–Gracias –respondió ella, con una cálida sonrisa.
–Voy a dejar el coche en el garaje y luego estaré en la biblioteca, Edgar. Tengo que atender unos negocios –le informó–. ¿Puedes ocuparte de la señorita Rollins?
–Por supuesto, señor –aseguró él, y movió el brazo con elegancia–. Si me acompaña, señorita Rollins, la llevaré a la casa de invitados.
«Un mayordomo perfecto», pensó Chloe mientras recorrían la magnífica mansión, rica pero no ostentosa: el vestíbulo dominado por una fabulosa escalera curva; las paredes con paneles de madera; los cuadros de aves enmarcados en oro.
Edgar la condujo por un amplio pasillo con puertas a ambos lados. Ella hubiera querido saber cómo eran las habitaciones del otro lado de las puertas cerradas, pero no se sintió con la libertad para preguntarlo.
Salieron a una gran terraza con una piscina en el centro. La rodeaba una pérgola con parras que proporcionaban sombra, y ofrecía unas espectaculares vistas al puerto.
–La casa de invitados está situada en la siguiente terraza –la informó Edgar–. En los viejos tiempos, era la casa de los niños.
–¿No vivían en la mansión? –inquirió ella asombrada.
–Claro que sí, pero se pasaban el día jugando allí, cuidados por su niñera. Era muy cómodo para darles la comida y que los más pequeños durmieran la siesta. La señorita Elizabeth decía que les encantaba tener su propio espacio. Lo mantuvo igual hasta su muerte, y acudía a menudo a recordar la felicidad de tiempos pasados.
–¿Sigue igual? –preguntó ella, deseando que así fuera.
Edgar sonrió benevolente ante tanta ilusión.
–No del todo, aunque el señor Hart conservó el estilo cuando hizo la reforma. La antigua estufa, la casa de muñecas, las estanterías con libros y los armarios de juegos siguen en el salón, donde además hay un televisor y un reproductor de DVD. Pero la cocina y el baño hubo que modernizarlos. Estoy seguro de que lo encontrará acogedor, señorita Rollins.
Ella suspiró, deseando poder haberlo visto en su estado original, pero entendiendo la necesidad de cambios al convertirla en casa de invitados.
La casita se encontraba bajando unas escaleras de piedra. Era de ladrillo rojo, y puertas y ventanas blancas; parecía la mansión en miniatura. Conforme bajaban las escaleras, Chloe vio otra terraza abajo que terminaba en un muro rocoso que servía de rompeolas respecto al puerto. De él partía un muelle con un cobertizo para barcas. Ninguno de esos niveles era visible desde la terraza de la piscina.
Edgar abrió la puerta de la casita y, con un gesto grandilocuente, invitó a Chloe a entrar. El salón, deliciosamente acogedor, ocupaba la mayor parte del pequeño edificio. A la izquierda había dos mecedoras y un sofá. La ventana tenía un asiento con cojines donde acurrucarse para leer o para observar el tráfico del puerto. A su lado, una fascinante casa de muñecas; al otro, el televisor. Y a lo largo de la pared, armarios en la parte inferior y estanterías en la superior.
A la derecha había una mesa redonda con seis sillas y una pequeña cocina, todo en madera y cerámica. Edgar abrió un armario-despensa.
–Mi mujer, Elaine, lo ha llenado de lo básico, pero si quiere algo en particular, pulse el botón «Cocina» en el teléfono y pídaselo.
También abrió el frigorífico, bien aprovisionado con lo básico y además un guiso de pollo listo para calentar en el microondas para la cena de esa noche.
–Dele las gracias a Elaine de mi parte –pidió Chloe, encantada–. Es todo un detalle por su parte.
Recibió otra sonrisa benevolente.
–Deje que le enseñe el resto de la casa.
Tenía dos habitaciones y un cuarto de baño que las separaba. La que había sido habitación de los niños tenía dos camas; la de las niñas una, extragrande. Todas con colchas de patchwork. Ambas estancias incluían grandes armarios empotrados, había mucho sitio para guardar sus cosas, pensó Chloe, aunque solo iba a desempaquetar lo más necesario.
–Son las tres y cuarto. La empresa de mudanzas ha calculado que llegarán aquí a las cuatro y media. Eric, el jardinero del señor Hart y su hombre para todo, la ayudará a abrir las cajas y se llevará las que queden vacías. El resto pueden almacenarse en el cuarto de los niños. Hasta entonces, ¿necesita alguna cosa?
–No, Edgar, gracias. Disfrutaré explorando todo lo que hay por aquí.
–De nada, señorita Rollins –dijo él, y se marchó tras hacer una reverencia.
Chloe se preparó un café y se lo fue bebiendo mientras inspeccionaba las estanterías. Había CDs de música clásica y popular, bastantes best sellers de ficción y no ficción. Pero lo que más le llamó la atención fue la colección de libros más antiguos: Dickens, Robert Louis Stevenson, Edgar Allan Poe, Ana de las tejas verdes, Pollyana, una antigua Enciclopedia Británica, un libro con dibujos de aves, una historia de las embarcaciones y una guía de costura creativa.
Se imaginó a la niñera con los niños viviendo escenas de una niñez que ella no había conocido. Sintió una oleada de empatía hacia la señorita Elizabeth cuando se sentara en aquel salón a revivir sus recuerdos.
Los armarios contenían más tesoros: un Monopoly muy usado pero en buen estado, tableros de diferentes juegos, fichas y dados, cartas, puzles. Chloe decidió que empezaría uno esa misma noche. Sería mucho más divertido que ver la televisión.
Se terminó el café y se acercó a la pieza más fascinante: la casa de muñecas. Era de madera y tenía dos pisos. El tejado se levantaba para poder acceder al interior. Las habitaciones estaban fabulosamente amuebladas, con armarios, sillas, tocadores con espejos, incluso pequeñas colchas de patchwork en las camitas. El cuarto de baño tenía una bañera de porcelana en miniatura, un lavabo y un diminuto retrete.
Todas las puertas y ventanas se abrían y cerraban. Y la planta baja era igual de fabulosa: la entrada estaba presidida por una escalera hacia el primer piso. A un lado había un comedor y una cocina perfectamente equipados; al otro, un salón también deliciosamente decorado, y detrás un lavadero.