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La pandemia retrata las vivencias de una época en que el mundo ha padecido una ola de contagios como nunca antes había padecido. Con anécdotas cotidianas, algunas simples y otras extrañas, el hombre atraviesa la vida plena de dificultades en el siglo XXI, cuando todas nuestras actividades se vieron amenazadas y suspendidas por el covid-19, y el confinamiento que la humanidad tuvo que soportar. Tan comunes, pero tan vívidas, el hombre de esta época vivió esta amenaza real en comunión con sus congéneres y compartió alegrías, tristezas y desazones, y los que sobrevivieron adquirieron otras certezas de su existencia. Covid-19, la pandemia.
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Seitenzahl: 80
Veröffentlichungsjahr: 2024
JORGE DANIEL BAREA
Barea, Jorge Daniel Extraños relatos urbanos III : la pandemia / Jorge Daniel Barea. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5435-2
1. Cuentos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
La ley no hace cuarentena
Copiar y pegar
La elección
Lo común no es común
Libres
Necrofobia
Piedra, papel o tijera
Incinerados
Fidelidad
Vértigo
Querido barbijo
Iver
Control mundial
Clandestinas
Hydrochoerus hydrochaeri
α, β, γ, δ…
La sinfónica desde el balcón
Toc-toc
Aislamiento
Blossom
Para el ángel que compartió conmigo
la incertidumbre de la pandemia.
Un libro de cuentos es una de las mejores experiencias literarias que nos puede suceder como lectores. En este caso, Jorge Barea nos relata jugosos sucesos cotidianos acontecidos durante la pandemia.
¿Quién no tuvo miedo de morir por Covid19? El encierro nos llevó a explorar nuestro interior y pensar que todo puede suceder, ¿o no? ¿Estamos muertos?
El significado de positivo se tornó tan negativo y tuvimos que convivir con seres intrínsecos a nosotros que nos abordaron y sin pensar, nos volvimos a encontrar con nosotros mismos, con nuestros miedos, con el encierro. Nos levantábamos cada día para miramos al espejo y volvíamos a acostarnos a dormir, y a levantarnos, a encontrarnos con seres que ya no están. Los relatos nos invitan a ver esos espejos nuevamente y a atravesarlos, mirando la realidad desde otra dimensión. La obra nos ofrece diversos escenarios y personajes matizados por la astuta mirada de su narrador.
En Extraños Relatos Urbanos, Jorge nos lleva por un mágico y exquisito recorrido misterioso, rotundo, por lo cotidiano, poniendo todo su ingenio para que el lector saque sus propias conclusiones. Dos cosas llamaron mi atención, la actualidad del tema y la sinceridad de texto, su pasión por expresar lo que quisiéramos decir acomodando las palabras para satisfacer nuestra curiosidad.
Les deseo disfruten la obra de quien pudo transmitir su forma de pensar y sentir.
Bárbara Lockett
Tantos días encerrado me ha llevado a recordar viejos tiempos de ermitaño. Nunca me agradó mucho la gente, pero es un mal necesario, sobre todo si se trabaja con gente. Mi profesión de abogado me hace tratar con todo tipo de sujetos: parlanchines, oscos, divertidos, aburridos y reos. Sobre todo, reos.
No es que desprecie el dinero, por lo que acepto todo tipo de casos. Si se trata de una suma abultada, no tengo prejuicios. Bueno, no le hago asco a nada, o a casi nada.
Pero esto de trabajar en mi hogar, la tele-oficina, que le llaman, me ha permitido hacer una mirada más profunda de mi vida. Y, ¡vaya que he encontrado de todo! Pero desde que vivo solo, mi vida ha tomado un rumbo muy solitario, proyectado hacia un único fin: el lucro.
He hecho defensas terribles y no he perdido ningún juicio. Sobre todo, mi meta han sido los políticos. No he conocido hasta ahora, uno que no me haya proporcionado las pruebas necesarias para ayudarme con los casos. Todos los documentos, aunque apócrifos han servido para sacar limpios a todos estos especímenes, aunque debo incluirme entre este grupo. Sin ellos, no existiría yo y ellos me cuentan como aliado especial.
Los recovecos de la ley son mi especialidad. «Hecha la ley, hecha la trampa», dice el dicho y ¡cuánta razón hay en esas palabras! No puedo estar completamente orgulloso porque enterré los sueños y planes de juventud, pero mi cuenta bancaria está bien sólida y mi futuro asegurado.
La pandemia me ha tomado por sorpresa, pero sigo trabajando cómodo, en pantuflas, en piyama y mis clientes son los mismos de siempre.
Mis días son monótonos, pero no tan distintos de los previos a esta peste que nos está asolando. No he vuelto a comunicarme casi con nadie. Aunque no lo extraño. Lo bueno es que se me pasó el malestar y los días transcurren: unos iguales a otros. Mi exesposa ha dejado de molestarme con sus pedidos descabellados y ya no llama ni se ha dejado ver.
Se ha trabado la puerta del frente, pero el sol entra por los vidrios y aunque hay cortinados, el resol se filtra y hace más cálido el ambiente que de pronto se volvió lúgubre y frío. Me han dado ganas de salir, pero una especie de sopor me acobarda.
Unas personas se acercaron al ventanal y miran hacia el interior de mi casa y comienzan a golpear con furor contra los vidrios. No los entiendo y me enervo al pensar que ya no hay respeto por la propiedad privada. Estos sujetos no saben con quién se meten. Tendré que llamar al 911 pero estoy muy cansado, solo quiero dormir un poco. Ya se van a calmar.
NOTICIA DEL PERIÓDICO: Abogado de políticos es la víctima N° 11 del Coronavirus. No respondía llamados hacía varios días. Vecinos lo encontraron tirado en el suelo y llamaron a Emergencias.
Tengo la sensación de estar flotando en una nube. No quiero levantarme de la cama porque siento que voy a caerme. No siento las manos y solo logro sobreponerme cuando el dolor de cabeza me hace pegar gritos violentos de desesperación.
El cuerpo no me responde y lucho con todas mis fuerzas para sobreponerme. No quiero comer, no tengo apetito y las náuseas al oler la comida son tan grandes que todo me da vueltas cuando intento vomitar.
Hasta ahora la línea de atención para el Covid-19 no ha confirmado si debo internarme, pero estoy aislada en mi casa. Mi marido y mis hijos apenas llegan hasta la puerta para dejarme la comida. No les permito que ingresen y no me baño hace 2 días. Mis necesidades están en una esquina de este cuarto, habitación de uno de mis hijos. Tengo miedo de morirme sin atención médica. Apenas puedo ingerir el paracetamol sin que me produzca tremendos ruidos y movimientos peristálticos.
Todo se ha vuelto oscuro y la tos viola el reposo que deseo con ansias. El choque que percibo se patentiza en la cama que ocupo en la sala de terapia.
Las personas que me asisten me hablan, pero no los entiendo. No sé quiénes son.
Reporte médico:
Mariana. 58 años. Infectada con Covid-19. Neumonía. El virus ha tomado el epitelio de sus vías respiratorias superiores y ha logrado que las células del cuerpo programen y reproduzcan células virales. No se ha esparcido a los alvéolos.
Testimonio de Mariana.
«Gracias a Dios y el equipo médico, puedo contar lo que he pasado con esta enfermedad. No sé dónde me contagié. Pasé dos días tremendos en casa hasta que perdí el conocimiento en mi cuarto. Cuando desperté estaba en la sala de terapia. El equipo médico que me asistió estaba protegido y no los reconocí. Mis síntomas fueron horribles. La tos y la fiebre fueron fulminantes. Perdí los sentidos del olfato y del gusto y solo quería estar acostada. Los análisis dieron positivo con el virus y me explicaron que ingresó por las fosas nasales. Se adhirió a la mucosa y se multiplicó tan rápidamente que invadió nariz, garganta y pecho y por suerte no llegó a colapsar las células de los pulmones. Es como cuando se copia y pega en Word, me explicaron, para que comprenda. Se mimetizaron con mis células para que las multipliquen rápidamente y se trasplantaron en todos los tejidos. Los síntomas son aterradores, pero lo peor fue estar sola en el hospital, sin familia, sin enfermeros que asistan. Pensé que iba a morir sola, que no vería más a mis seres queridos».
De estudiante, camino a la facultad siempre pensaba qué iba a hacer cuando se me muriera algún paciente. Haría todo lo posible para salvarlo. En esas ensoñaciones despierta, hasta tenía el rostro del paciente en terapia, en una cama en la cual yacía casi sin vida. Acudía al llamado del jefe de la unidad, con los elementos de resurrección, con los medicamentos adecuados y tras una lucha denodada de varios minutos, aparecía como la salvadora de esa vida, quien eternamente, junto con su familia, estaría agradecida por tamaña obra.
Después, al bajar del colectivo, en la parada próxima a la facultad, recorría el trayecto a la universidad con aire de heroína aspirando la brisa fresca de la mañana para enfocarme en la larga conferencia de la clase que vendría.
Pasaron algunos años y hoy quisiera ser esa misma estudiante, con las manos libres y con el control de la situación, y de mi vida.
Sin embargo, miro el reloj y quisiera tener el poder de detener el tiempo. Esas manecillas me marcan el límite que se me ha impuesto para tomar una vez más una decisión que me quebranta la voluntad y el corazón.
La elección entre la vida y la muerte me destroza. El equipamiento médico en terapia es insuficiente, aunque las camas son muchas. Pero elegir quiénes van a ser merecedores de que los respiradores cumplan su función es la responsabilidad que tenemos asignados los médicos de terapia.
¿Acaso la vida y el derecho a la vida no es igual para todos? ¿Debo prestarme a este juego para que algunos vivan y otros sean condenados? ¿Qué he hecho para enfrentarme a esta situación?