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Que el fútbol sea un deporte no implica que haya que jugar limpio. Scott Manson, entrenador de fútbol, está buscando trabajo, pero en el actual mundo del fútbol, plagado de estrellas, no le va a resultar fácil encontrarlo. El puesto de entrenador que le ofrecen en Shanghái resulta no ser sino un elaborado timo, y los del F. C. Barcelona no quieren contratarle como entrenador, sino como detective. Por lo visto, una de las estrellas del Barça ha desaparecido y Scott tiene un mes para dar con ella. Mientras sigue el rastro del futbolista desde París a Antigua, Scott se topa con hombres corruptos y con mujeres retorcidas, y descubre lo podrido que está el corazón de tan bello deporte…
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Seitenzahl: 499
Veröffentlichungsjahr: 2018
Título original: False nine
© ThynKER Ltd, 2015.
© de la traducción: Víctor M. García de Isusi, 2018.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO205
ISBN: 9788491870296
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
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Notas
ESTA NOVELA SE LA DEDICO
A MI QUERIDO AMIGO JONATHAN TAYLOR
El término falso nueve hace referencia a un futbolista que juega de único delantero y muy adelantado para buscar el balón. El cometido de esta figura es el de atraer a los defensores centrales para que sus compañeros aprovechen los espacios que deja en las líneas defensivas y, así, aumenten las probabilidades de marcar de estos.
KIERAN ROBINSON
Siempre que quiero sentirme mejor, me meto en Twitter y leo algunos de los comentarios que se hacen sobre mí. No hay vez en que no me quede claro lo deportivo y ecuánime que es el gran público británico.
Manson, eres un cabrón inútil. Lo mejor que
has hecho nunca es dejar el club.
#Cityencrisis
¿De verdad dejaste tú el club, Manson, o te
dieron la patada, como a todos los
entrenadores soplapollas con sueldos
desorbitados? #Cityencrisis
Nos dejaste tirados, Manson. Si no te hubieras
ido, no tendríamos ahora al mierda de Kolchak
y no iríamos cuartos por la cola. #Cityencrisis
Vuelve a la Corona de Espinas, Scott.
Mourinho lo hizo, ¿por qué tú no? Ya te
hemos perdonado. #Cityencrisis
Negro de mierda, pensarás que lo que dijiste
sobre el Chelsea en @BBCMOTD era
inteligente. Consigues que Colin Murray
parezca bueno.
La mayoría de los comentaristas de
@BBCMOTD son muertos vivientes, pero,
si Darryl Dixon le dispara con la ballesta a
alguno, que sea a ti.
Que hayas salido en la portada de la GQ no
quiere decir que no seas un negro de mierda.
Solo eres un negro de mierda con un traje caro.
Te echamos de menos, Scott. El fútbol es
basura desde que te fuiste. Kolchak no sabe
ni cómo cogérsela. #Cityencrisis
¿Cuándo vas a explicar por qué dejaste el
City, Manson? Que lleves tanto tiempo callado
al respecto le hace daño al club. #Cityencrisis
Tengo cuenta en Twitter porque a mi editor le pareció que me ayudaría a vender más libros en Navidad. Y es que van a publicar una nueva edición en rústica con un capítulo añadido de mi libro acerca de mi corto reinado en el London City. No es que diga gran cosa en él, ya que, en su día, firmé un contrato de confidencialidad con Viktor Sokolnikov, el dueño del club, que me impide explicar por qué me fui del City. En cualquier caso, tuvo mucho que ver con la muerte de Bekim Develi, que es lo poco que puedo decir al respecto. El nuevo capítulo tuvieron que aprobarlo los abogados de Viktor, cómo no. Para ser sinceros, no vale ni el papel en el que está impreso, y eso no lo cambia ni el hecho de que dé pie a miles de tuits.
No me gustan las redes sociales. Creo que nos iría mucho mejor si cada tuit costara cinco peniques y tuvieras que ponerle un sello de correos antes de publicarlo. O algo por el estilo. La opinión de la mayoría de la gente no vale una mierda, incluida la mía. Y eso, teniendo en cuenta solo a la gente razonable. Ni que decir tiene que en Twitter hay muchísimo odio, y que gran parte de este tiene que ver con el fútbol. Y lo cierto es que, hasta cierto punto, no me sorprende. Allá por 1992, cuando el programa de mano de un partido costaba una libra y la entrada, poco más de diez, cabía esperar que la gente fuera más transigente con los asuntos del fútbol. Sin embargo, hoy en día, una entrada para un club de primera línea, como el Manchester United, por ejemplo, cuesta seis o siete veces más, y no puedes recriminar a los aficionados que esperen algo más del equipo. Aunque, a veces, se pasan.
Lo curioso es que, aunque no suelo prestar mucha atención a las cosas bonitas que la gente tuitea sobre mí, me resulta inevitable fijarme en los insultos que me lanzan. Intento no hacerlo, pero la verdad es que me cuesta. En ese aspecto, Twitter es como viajar en avión: no prestas la menor atención mientras todo va bien, pero te resulta inevitable preocuparte cuando las cosas empiezan a torcerse. Es curioso, pero algo en mi fuero interno considera que todos esos tuits desagradables tienen algo de razón. Como este:
Si fueras tan bueno, Manson, ya te habría
fichado otro equipo. De no haber muerto João
Zarco, todavía estarías recogiendo conos.
O este:
En el fondo, siempre supiste que el cargo te
iba demasiado grande. Por eso te la pegaste,
tío mierda. #Cityencrisis
A veces, incluso, lees algún comentario que parece una aportación interesante al fútbol en sí.
Nunca llegaste a entender que la finalidad de
los pases no es mover el balón, sino dar con el
que está desmarcado.
Y puede que este también:
El problema del fútbol británico es que todos
se creen Stanley Matthews. No regatees,
corre con la pelota. Corre para provocar.
Estar en el paro suele ser el estado natural de todo aquel que se considere entrenador de fútbol. Perder el trabajo, o marcharse porque la situación se ha vuelto insostenible, es tan inevitable como marcar algún gol en propia meta por muy buen cuatro que seas. Como dijo Platón: «Son putadas que pasan». Siempre es jodido dejar un equipo de fútbol cuando eres el entrenador, porque, por buenas que sean las posibles recompensas, el riesgo de cagarla también es muy grande. Otro tanto sucede con las inversiones. Cada vez que quedo para comer con mi asesor financiero, este me recuerda los cinco niveles del umbral de riesgo, a saber: reacio, mínimo, cauteloso, abierto y hambriento. Yo me definiría como un inversor cauteloso que se decanta por las opciones seguras que entrañan un nivel de riesgo reducido, aunque tengan un potencial de recompensa limitado. El fútbol, sin embargo, es muy diferente. El fútbol siempre está en el último nivel. Si no tienes hambre de riesgo, es mejor que no te dediques a entrenar. Todo el que dude de mis palabras debería fijarse en el color del pelo de Mourinho o en las caras arrugadas de Arsène Wenger o Manuel Pellegrini. Para ser francos, hasta que no pierdes el empleo no puedes decir que de verdad te has dejado la piel en el intento. Aunque, seamos sinceros, hasta el peor entrenador puede convertirse en un mesías de un día para el otro. Brian Clough es el mejor ejemplo de un entrenador que falló garrafalmente en un equipo pero obtuvo un éxito espectacular en el siguiente. Resulta tentador pensar que el Leeds United podría haber ganado dos Copas de Europa consecutivas de haber seguido confiando en Clough. De hecho, yo estoy convencido de ello.
En cualquier caso, es difícil dejar buscar a un equipo de fútbol. Durante el verano no lo pasé tan mal pero, ahora que ha empezado la temporada, nada me gustaría más que estar en el campo de entrenamiento con un equipo, aunque sea recogiendo los conos. Echo mucho de menos el fútbol. Y lo que más echo de menos es a la gente del London City. A veces, echo tanto de menos al equipo que me siento como si estuviera enfermo. Ahora mismo es como si no fuera capaz de encontrarme como persona. Como si mi vida careciera de significado. Lánguido. Que es una buena palabra para describir lo que se siente cuando eres un entrenador en paro, pues significa que has perdido el vigor y el espíritu; pero también que estás débil y fatigado. Y es justo así como me siento: lánguido. Ahora bien, no uses una palabra así en Match of the Day: seguro que no te vuelven a invitar al programa. No quiero ni imaginar lo que tuitearía la gente si se me ocurriera emplear una palabra así.
Harry Redknapp diría algo así como: «Solo eres entrenador cuando entrenas a alguien». Entonces, cuando no entrenas a nadie y sales de comentarista en MOTD o en A Question of Sport, ¿qué eres? No estoy seguro de que, ahora mismo, sea nada de nada. A mi entender, he aquí otro tuit que lo explica muy bien:
Ahora que has dejado el City, Manson, vas a
darte cuenta de que no eres más que otro de
los muchos soplapollas del mundo del fútbol.
Y tiene razón. No soy sino otro de los muchos soplapollas del mundo del fútbol. Es peor que ser actor y verte obligado a trabajar de camarero porque, en una situación como esa, nadie sabe si, sencillamente, eres un actor que está «de descanso». En cambio, cuando eres un entrenador sin trabajo, parece que todo el puto mundo esté al tanto de ello. Como el tipo que se ha sentado a mi lado esta mañana en el avión a Edimburgo:
—Seguro que no tardará en ficharte otro equipo. —Pretendía animarme—. Cuando a David Moyes lo despidieron del United, yo tenía bien claro que no pasaría mucho tiempo antes de que volviera a entrenar en un buen club. Y a ti va a sucederte lo mismo, ya verás.
—A mí no me despidieron. Lo dejé.
—Cada año pasa lo mismo. El fútbol parece el juego de las sillas musicales. ¿Sabes, Scott? No entiendo cómo la gente no se da cuenta de que un entrenador tarda un tiempo en enmendar el rumbo del equipo cuando las cosas no van bien. Si le das ese tiempo necesario, casi siempre les calla la boca a sus detractores. Nueve de cada diez veces, el entrenador no es más que el cabeza de turco. En el mundo de los negocios pasa lo mismo. Fíjate en Marks & Spencer, por ejemplo. ¿Cuántos directores generales han tenido esos grandes almacenes desde que sir Richard Greenbury lo dejó en 1999?
—Ni idea.
—El problema no es el director general, sino el modelo de negocio. Está claro que la gente no quiere comprar la ropa donde compra los sándwiches. ¿Tengo razón o tengo razón?
Al fijarme en la ropa con la que viajaba mi compañero de asiento, no estuve seguro de qué responder. Con aquel traje marrón y aquella camisa de color rosa asalmonado, el hombre parecía un sándwich de gambas. Sin embargo, asentí con educación y esperé a que me dejara en paz para retomar la lectura del fascinante libro de Roy Keane en mi Kindle. Pero no lo hizo, y bajé del avión maldiciéndome por no haber ido con gorra y gafas, como Ian Wright. No necesito gafas. No me gustan las gorras. Sin embargo, hablar de fútbol con extraños me gusta aún menos. Es mucho mejor tener pinta de gilipollas que pasarte todo el vuelo hablando con uno.
Me resultaba muy extraño estar de nuevo en Edimburgo después de tantos años. Lo normal habría sido que me sintiera cómodo, dado que, al fin y al cabo, era donde había pasado buena parte de mi infancia, pero no fue así. De hecho, no podía sentirme más raro, más fuera de lugar. Lo que hacía que Escocia me pareciera un país extranjero no era solo el pasado. Ni tampoco tenía mucho que ver con el reciente referéndum. Cuando era niño no compartía la aversión que sentían los escoceses por los ingleses. A decir verdad, sigo sin sentirla, máxime si tenemos en cuenta que me he establecido en Londres. No, había algo más que me hacía sentir alejado de ahí, algo mucho más personal. Lo cierto es que, debido al color de mi piel, nunca me habían permitido sentirme como un verdadero escocés. Todos los chicos de mi clase eran niños celtas de ojos verdes con la cara llena de pecas. Yo era medio negro o, como ellos solían llamarme, «mestizo», y por eso me apodaban Rastus. Hasta los profesores de Edimburgo me llamaban así y, aunque nunca dejé entreverlo, me dolía. Mucho. Y siempre me sorprendió que, nada más llegar al colegio en Inglaterra —y por aquel entonces ya no me quedaba ni el más mínimo rastro de acento escocés—, no se les ocurriera apodarme otra cosa que Escocés. No es que en la Escuela para Niños de Northampton no fueran racistas, la cosa es que no lo eran tanto como los escoceses.
Tengo la suerte de contar con un asiento reservado en el consejo de administración de la empresa de mi padre pero, a decir verdad, eso no me impidió salir al mundo real para comprobar de qué iba la vida. En opinión de mi agente, Tempest O’Brien, era importante que me reuniera con la mayor cantidad de equipos posible.
—Scott, tus logros no son lo único que facilitará tu contratación. A la gente le interesa el Manson de la GQ. Eres uno de los hombres más elocuentes e inteligentes que conozco... ¡Dios, he estado a punto de decir «en el mundo del fútbol»! Pero eso no es decir gran cosa, ¿verdad? Además, me parece fundamental que la gente vea que no te has quedado de brazos cruzados y que no estás dedicándote a vivir de lo que ganas como director de Pedila Sports..., que, por lo que dicen los periódicos, es muchísimo. Así que es importante sacar eso de la ecuación. Como los clubes piensen que no necesitas trabajar, intentarán comprarte de saldo. Así que el primer sitio adonde te enviaré es a Edimburgo. El Hibernian necesita entrenador, y nadie tratará de comprarte más barato que un equipo de la Liga escocesa. Sé que tu padre era hincha del Hearts hasta la médula, pero tienes que ir a hablar con ellos porque es un buen punto de partida. Es mejor que cometas errores y vayas mejorando tus capacidades para superar entrevistas allí donde da igual que la cagues que en algún otro club más importante, como el Niza o alguno de los de Shanghái.
—¿Shanghái? Pero ¿qué coño se me ha perdido a mí en Shanghái?
—¿Es que no has visto Skyfall? Me refiero a la peli de Bond. Shanghái es una de las ciudades más futuristas del mundo... ¡y un sitio en el que no saben qué hacer con el dinero! Podría ser muy interesante que trabajaras allí. En especial, como empiecen a comprar clubes de fútbol europeos; que, desde luego, es el rumor que está empezando a extenderse. Los chinos son gente con muchas ganas, Scott, y la cuestión es que no solo cuentan con ganas, sino también con el dinero necesario para darles forma. Cuando los rusos se cansen de ser dueños de clubes de fútbol o cuando por fin el rublo se hunda y tengan que venderlos, ¿quién crees que va a comprárselos? Pues los chinos, claro está. De aquí a veinte años, los chinos serán la primera superpotencia económica y, cuando China gobierne el mundo, Shanghái será su capital. Empezaron a construir un nuevo tranvía en diciembre de 2007, y no tardaron ni dos años en acabarlo. Y ahora, compáralo con el tranvía de Edimburgo. ¿Cuánto tardaron en construirlo, siete años? Se gastaron mil millones de libras en él y todavía están dando por el culo con la puta independencia.
El tranvía, que salía desde el aeropuerto de Edimburgo y que tenía una parada justo enfrente de mi hotel, no funcionaba aquella mañana. Por lo que decían, se debía a una avería eléctrica. Así que tuve que coger el autobús. Empezaba con mal pie. Además, Tempest llevaba razón en otra cosa: los escoceses seguían dando por el culo con la independencia.
Me registré en el hotel Balmoral, comí ostras en el Café Royal, que estaba cerca, y, después, cogí Leith Walk en dirección a Easter Road para ver cómo el Hibs se enfrentaba al Queen of the South. El campo estaba mejor de lo que recordaba, y calculé que habría entre doce y quince mil espectadores, una gran diferencia con el récord de asistencia de sesenta y cinco mil en 1950, cuando el Hibs jugó el derbi local contra el Hearts. Hacía una tarde fría pero bonita, ideal para jugar al fútbol, y, aunque los de casa tuvieron el partido controlado la mayor parte del tiempo, fueron incapaces de materializar sus ocasiones. Paul Hanlon y Scott Allan estuvieron cerca, pero el Hibs solo se llevó un punto contra un equipo al que tendría que haber derrotado con facilidad. El Queen, en cambio, estaba contento por haber arañado un punto en aquel encuentro sin goles que no gustó nada a los hinchas de Edimburgo. Jason Cummings fue el único jugador que me impresionó, gracias a un regate y a un zapatazo que dio desde treinta metros de distancia y que no acabó en la red gracias a que Zander Clark, el portero del Queen, hizo un paradón. En cualquier caso, fue un partidillo de nada y, por lo que había visto, el Hibs, que estaba a más de diez puntos del líder, el Hearts, tampoco iba a llevarse la Liga escocesa aquel año.
Volví al hotel, pedí un té que nadie me subió, me di un baño caliente, eché una cabezadita mientras veía los resultados del fútbol y Strictly For Morons, y, después, fui a un restaurante llamado Ondine, que era donde había quedado con Midge Meiklejohn, uno de los directores del Hibs. Resultó ser un hombre afable de ojos verdes y cabeza grande y llena de pelo rojo. En la solapa de la americana llevaba una insignia del Hibs que servía para recordarme lo antiguo que era el equipo, fundado en 1875. Pero claro, sentirse tan orgulloso de la tradición era uno de los principales problemas de aquel club. Bueno, de cualquier club antiguo, en realidad.
Hablamos de generalidades relativas al fútbol durante un rato y bebimos un excelente sancerre antes de que me preguntara qué me había parecido el partido y, lo que era más importante, el Hibs en concreto.
—Si me lo permite —le dije—, sus problemas no están en el campo, sino en la sala de juntas. ¿Cuántos entrenadores han tenido en los últimos diez años? ¿Siete? Que seguro que hicieron todo lo que estaba en su mano con los recursos con los que contaban. El entrenador que tienen está haciendo un gran trabajo y la cosa no va a mejorar mientras no afronten ustedes el problema real que tienen, que es que los equipos de fútbol son como los periódicos regionales, es decir, que hay demasiados. Los precios suben y los lectores bajan. Hay muchos periódicos que compiten por poquísimos lectores. Y lo mismo pasa con el fútbol. Hay demasiados equipos que no solo compiten los unos contra los otros, sino que además deben enfrentarse a la televisión. ¿Qué entrada han tenido hoy, doce mil? Sin embargo, tienen ustedes jugadores que ganan dos mil o tres mil libras a la semana, puede que más. Deben de gastarse ustedes en salarios dos tercios de la entrada, con lo que el resto se destinará a gastos operativos y el banco. Su negocio se está muriendo. Dedicarse al fútbol en exclusiva ya no es una opción viable para ustedes o, a decir verdad, para casi ningún club de fútbol escocés, excepto, quizá, para un par de ellos.
—¿Adónde quiere ir a parar? ¿Quiere decir que deberíamos rendirnos?
—¡No, ni mucho menos! Ahora bien, tal y como yo lo veo, solo tienen dos alternativas si pretenden sobrevivir como equipo: o hacen lo mismo que algunos clubes suecos, como el Göteborg, en el que la mayoría de los jugadores tienen otros trabajos a tiempo parcial, o bien de pintores o bien de lo que sea; o les queda lo que un filósofo francés llamaba «la solución detestable», aunque se refería a otra cosa. Esta última es una solución muy cabal en lo que a beneficios se refiere, pero hará que los hinchas empiecen a pedir su cabeza, Midge. Bueno, los hinchas y los demás miembros del consejo.
—¿Y cuál es?
—Una fusión. Con el Hearts. Para crear un nuevo club en Edimburgo. Los Wanderers de Edimburgo. El Midlothian United.
—Debe de estar de guasa. Además, no sería la primera vez que se plantea esa idea... y que se rechaza.
—Lo sé. No obstante, eso no quiere decir que no se trate de la solución adecuada. Edimburgo no es Manchester, Midge. Si apenas puede encontrar hinchada para un equipo, imagínese para dos. Utilizan ustedes los activos de uno de los clubes para pagar las deudas y construir un futuro para ambos. Economía básica. El único problema es que a los clanes no suele gustarles la economía y, claro, el Hibs y el Hearts son dos de los clanes más antiguos de Escocia. Pero fíjese, funcionó con el Inverness Cally Thistle. En menos de veinte años, han fusionado dos equipos que se morían y han pasado de la Tercera División a estar segundos en Primera. Los beneficios de una fusión son innegables. Usted lo sabe. Yo lo sé. Incluso ellos lo saben, los hinchas, aunque sea en lo más profundo de su cabeza. El problema es que no piensan con la cabeza, sino con el corazón,* si me disculpa la expresión.
—Ya, pero estos hinchas no son como los demás. Saben muy bien cómo odiar y, lo que es más importante, saben muy bien cómo hacer daño. Lo más probable es que tuviera que pedir escolta policial. O incluso tendría que irme de la ciudad. Todos tendríamos que irnos.
—En ese caso, perdone que parafrasee al soldado Fraser, pero «están ustedes perdidos». Perdidos, se lo aseguro. Y a la mayoría de equipos del norte de Inglaterra les va a pasar lo mismo. La historia y la tradición también los están lastrando. Se debe a esa singularidad llamada Barclays Premier League, una primera división que deforma todo lo que se acerca a ella y que atrae todo el fútbol inglés hacia su masa. A los grandes clubes les va cada vez mejor y los pobres están desapareciendo. ¿Quién querría pagar veinte libras para ver cómo ponen fino al Northampton Town cuando puedes animar al Arsenal sentadito en el sofá de casa? Esa es la física del fútbol, Midge, y no se puede ir contra las leyes del universo.
—Solo es un deporte. Y a nuestros putos hinchas se les suele olvidar eso, que no es más que un deporte.
—Pero, por lo que a ellos respecta, es el único puto deporte que existe.
Volví al hotel a tiempo para ver MOTD, pero apenas me interesó lo que decían porque todos los partidos eran de equipos escoceses. En cualquier caso, y debido al calendario internacional, tampoco había partidos de la Premier, por lo que acabé viendo cómo el Arsenal malgastaba una ventaja de tres goles, tal y como también había hecho hacía poco contra el Anderlecht en la Champions League. Me sorprendió lo poco que lo sentí. La cuestión es que, desde que he empezado a ver el fútbol con los ojos de un aficionado normal y corriente, he aprendido a apreciar algo genuinamente bello del jogo bonito: que saber perder es parte importante de la condición del aficionado. Perder te enseña —por decirlo como lo expresaba Mick Jagger— que no siempre puedes conseguir lo que quieres. Y darse cuenta de ello es muy importante si uno quiere considerarse ser humano; puede que, de hecho, sea lo más importante de todo. Aprender a afrontar la decepción forja el carácter. Rudyard Kipling fue quien mejor lo entendió, diría yo. Siempre es bueno mostrarse ante el triunfo y ante la derrota con la misma sangre fría. Los antiguos griegos sabían la importancia que les daban los dioses a nuestra capacidad para hacer de tripas corazón. Hasta tenían una palabra para describir la ausencia de esa capacidad: arrogancia. Aprender a hacer de tripas corazón, de hecho, es lo que te convierte en una buena persona. Solo los fascistas te dirán lo contrario. Yo, en cambio, prefiero pensar que ese es el verdadero significado de aquellas palabras de Bill Shankly acerca de la vida y la muerte que tan a menudo se citan. Creo que lo que quiso decir en realidad es que el carácter que te inculcan la una y la otra, y la manera en que te pulen son más importantes que ganar o perder. Aunque, claro está, eso no puedes decirlo cuando eres el entrenador de un equipo. En los vestuarios se pueden aplicar muchas filosofías, y puede que esa mierda de que ganar no lo es todo funcione en la pista central de Wimbledon, pero no calará nunca ni en Anfield ni en Old Trafford. Bastante difícil es conseguir que once personas jueguen como una sola, como para que, encima, tengas que convencerlos de que no pasa nada por perder de vez en cuando.
Tempest O’Brien era una de las tres únicas agentes que había en el mundo del fútbol. Otra era Rachel Anderson, que se hizo famosa porque llevó a juicio —y ganó— a la Asociación de Fútbol Profesional inglesa por prohibirle la entrada a su cena anual de 1997, a pesar de ser una agente registrada por la FIFA. Fue Rachel la que derrumbó las barreras para gente como Tempest, a quien contraté justo antes de ir a trabajar con Zarco al London City. Antes de convertirse en agente de futbolistas, Tempest había trabajado para Brunswick PR y para International Management Group. Es inteligente y muy atractiva y, además, consigue que todos los que están a su alrededor se sientan tan inteligentes como ella. Puede que el fútbol ya no sea tan racista como antes, pero, tal y como Andy Gray o Richard Keys demostraron en 2011, sigue siendo un bastión del sexismo. Y lo sé de buena tinta, porque hasta yo soy un pelín sexista a veces. Sin embargo, como soy un entrenador de fútbol negro, pensé que debía darle a Tempest la oportunidad de representarme y ayudar, así, a derrumbar ciertas barreras. Solo me he arrepentido en una ocasión, hace un par de años. Estábamos en la fiesta de los premios del Balón de Oro, en Zúrich, y ambos nos alojábamos en el Baur au Lac... y casi nos acostamos. Ella quería, y yo quería, pero, por suerte, prevaleció el buen juicio y conseguimos acabar la noche solos, cada uno en su habitación. Se parece un poco a Cameron Diaz, así que está claro por qué —al menos en aquel momento— me arrepentí de no acostarme con ella, como habría hecho cualquiera. Después de visitar Edimburgo, Tempest pretendía que fichara por el OGC Niza.
—A decir verdad —admitió—, no estoy del todo segura de que quieran fichar a alguien, y puede que ni siquiera ellos lo tengan claro. Son franceses y juegan con las cartas muy cerca del pecho. Además, no sé tanto francés como para leer entre líneas lo que se ha hablado. Tú lo hablas mucho mejor que yo, así que tal vez te enteres más de cómo están las cosas. En cualquier caso, es el Niza, uno de los equipos fuertes de la competición francesa, por lo que no te hará ningún daño conocerlos y a ellos les vendrá bien darse cuenta de que eres un entrenador que les iría como anillo al dedo. Si no ahora, puede que en el futuro. No se me ocurre una ciudad más bonita en la que trabajar. Me han dicho que podríais conoceros en París, porque este sábado se enfrentan allí al PSG. Será un buen partido. Llévate a Louise. Alojaos en algún hotel bonito y caro, y follad como locos.
Fue un buen consejo y lo cierto es que no tuve que esforzarme para convencer a mi novia, Louise Considine. Louise era inspectora en la Policía Metropolitana y le debían muchos días, por lo que cogimos el Eurostar hasta París a primera hora de un sábado de noviembre.
—Ya sabes que no tienes por qué ir al partido —le dije—. Si yo fuera tú, iría de compras a las Galerías Lafayette o a ver el museo Picasso.
—Bueno, por lo menos no me has recomendado que vaya a comprar lencería cara —me respondió mientras ponía los ojos en blanco—, o que vaya a la peluquería. Supongo que debería alegrarme.
—¿Acaso he dicho algo malo?
—¿Qué tipo de novia sería si me separara de ti un solo minuto del fin de semana? Quiero que durmamos juntos, que nos bañemos juntos y que vayamos juntos al fútbol. Ahora bien, te pongo una condición: que dejes en casa esos pijamas horribles tuyos.
—Pero ¡si son de seda! —protesté.
—Por mí, como si le pertenecieron a Luis XIV. Me gusta sentir tu piel desnuda en la cama, ¿está claro?
—Sí, inspectora.
El tren estaba lleno de gente que viajaba a París para hacer compras navideñas un tanto tempraneras, gente entre la que se contaban unos bulliciosos hinchas de fútbol que me reconocieron en el vestíbulo de salidas internacionales de Saint Pancras y que empezaron a cantar:
—¡Te fuiste porque eras un mierda, Scott Manson! ¡Te fuiste porque eras un mieeerda!
Que, si te paras a pensarlo, tampoco estaba tan mal. Me han dicho cosas muchísimo peores. Además, era yo quien iba a la Gare du Nord con una preciosa rubia del brazo, por mucho que fuera poli.
—¿Te molestan los cánticos?
—Bah.
—Mejor, porque, en estos momentos, solo tengo potestad para detener a tuiteros. Eso de perseguir a criminales y maleantes ya no se considera una manera adecuada de invertir el tiempo de la policía.
—Desde luego, es lo que parece.
—Es que es verdad.
Cuando llegamos, nos registramos en el hotel y salimos directos a comer. Incluso en París, a veces debes anteponer la comida a cualquier otra consideración, aunque Louise no compartía tal parecer.
—Soupe à l’oignon es lo que se debería comer antes de un partido —comenté—. Por no decir una cassoulet acompañada de una buena botella de riesling.
—No se me ocurre nada mejor que comer. Y, en cuanto hallamos acabado, quiero que me lleves al hotel y me folles por detrás sin parar.
Así que, después de una excelente comida, volvimos al hotel. Teníamos el tiempo justo para follármela por detrás sin parar, que es lo que hice antes de que cogiéramos el metro desde Alma Marceau a Porte de Saint-Cloud.
Me gusta ir al fútbol en metro porque nadie me reconoce y porque así pareces un hincha más. Hasta en Edimburgo me hicieron algún que otro comentario mientras caminaba de Leith Walk a Easter Road. En el vagón del metro, los aficionados del PSG olían a realidad. Era como estar en un bar. Aun así, eran muy educados y no mostraron esos signos de violencia que se supone que los caracterizan y que, en 2006, llevaron a la policía de París a abatir a tiros a un hincha después de un ataque racista contra un aficionado del Hapoel Tel Aviv. Al Millwall puede tocarle los huevos el hecho de que no le caigan bien a nadie, pero se suele decir que, aun así, a nadie le caen tan mal como para matarlos a tiros. Al menos, todavía.
En el exterior del Parque de los Príncipes, en la calle, había más policías que candados de enamorados en el Pont des Arts. Y, además, daba la impresión de que quisieran marcha, porque casi todos ellos iban armados y con el uniforme de antidisturbios, si bien no parecía necesario. Al fin y al cabo, su rival de toda la vida era el Marsella —que, además, iba el primero de la Ligue 1—, no el Niza.
—Está claro que no tienen intención de jugársela, ¿eh? —comentó Louise.
—Cada vez que vengo a París, me da la impresión de que ha aumentado el número de policías. Yo diría que si estás buscando trabajo en Francia, la gendarmería es el mejor sitio por el que empezar. Parece como si el gobierno francés no confiara en el pueblo.
—Tampoco los culpes por ello. —Louise solía dar la cara por las fuerzas de seguridad de otros países—. Entre 1789 y 1871, en esta ciudad vivieron cinco revoluciones. A veces, parece que haya manifestaciones cada fin de semana. Los franceses son unos alborotadores.
—En un mundo en el que se habla tanto inglés es normal que la gente quiera alborotar. Admiro la convicción con que se aferran a lo que los hace franceses. No nos vendría mal un poco de eso en Inglaterra. Quizá debiéramos aprender algo de los escoceses y, no sé, celebrar un referéndum para ver si queremos echarlos de Gran Bretaña. O algo así.
—¿Nunca te has planteado afiliarte a los populistas de derechas del UKIP?
El Olympique Gymnaste Club Nice Côte d’Azur iba el undécimo —de veinte equipos— en la Ligue 1 francesa, y el París Saint-Germain, el segundo. El Niza, fundado en 1904, era el equipo más antiguo de los dos, por casi siete décadas, y no iba demasiado mal si se tenía en cuenta que durante el mercado de verano había vendido media plantilla a precio de saldo. El PSG no había perdido ni un solo partido desde el comienzo de la temporada y, aunque había llegado a París con muchas ganas de ver jugar a Thiago Silva, David Luiz y Zlatan Ibrahimovic´, fue el número nueve de los parisinos, Jérôme Dumas, el que más me impresionó de todos ellos. Era rápido como un relámpago e igual de impredecible, con una pierna izquierda tan dulce como la que más. Me recordó un montón a Lionel Messi. No entendía esos rumores de que estaba en venta. No paraba de correr para uno y otro lado, e incluso habría marcado de haberse entendido un poco mejor con Edinson Cavani, a quien apodaban Matador debido a sus ostentosas actuaciones en el campo. Zlatan marcó el único gol del partido —de penalti en el minuto 17—, pero el PSG no convenció. Además, después del gol hizo algo inexplicable: bajó el pistón. Eso permitió a los nizardos tomar la iniciativa y, desde luego, pareció auténtica mala suerte que no volvieran a casa con un punto.
Regresamos al hotel, nos dimos una ducha rápida y salimos a cenar.
A la mañana siguiente, dejé a Louise en la cama y me fui a desayunar con Gerard Danton, que era uno de los directores del OSG Niza. Se trataba de un hombre atractivo y bien vestido de unos cuarenta y tantos años, así que me alegré de haber seguido el consejo de Louise y de haberme puesto la americana azul, camisa y la corbata nueva de Charvet que ella me había regalado el día anterior. Nos comunicamos en francés. Es un idioma que me encanta hablar, aunque me expreso mejor en castellano y alemán.
—Bonito hotel —comentó Danton—. Nunca me he alojado en él. Suelo quedarme en el Meurice, pero creo que este me gusta más.
—Yo diría que mi novia coincidiría con usted. Además, tiene el metro muy a mano.
Danton frunció el ceño, como si no fuera capaz de entender por qué alguien que se aloja en el Plaza considera importante tener el metro cerca.
—Cogimos el metro para ir al partido —le expliqué.
—¿Fueron en metro al Parque de los Príncipes?
Su tono era de sorpresa, como si nunca se hubiera planteado aquella posibilidad.
—Es más rápido que ir en coche. No tardamos nada en llegar. Además, me gusta ir en metro a los partidos. En Londres no puedo. Al menos, no de momento. Me la tienen jurada.
Danton miró por la ventana, que daba al patio del hotel y preguntó:
—¿Qué están levantando ahí fuera?
—Parece una pista de hielo.
Danton se estremeció como si hubiera sentido un escalofrío y comentó.
—París es demasiado frío para mí. Prefiero el sur. Doy por hecho que habrá estado en Niza.
—Muchas veces. Me encanta la Riviera y, en especial, Niza. Es la única ciudad de la Costa Azul que parece una ciudad de verdad.
—Con todos los problemas que eso supone.
—¡Venga ya! Pero si tienen ustedes el mejor clima de Europa. España e Italia son demasiado cálidas. En Niza es donde mejor se está.
—Dígame, ¿por qué narices dejó el City? Lo estaba haciendo muy bien.
—Me encantaba ese equipo, es cierto, y cada día que pasa, lo echo más de menos. Supongo que soy un idealista. Se podría decir que creo en un estilo concreto de fútbol. Además... puede que no fuera lo bastante pragmático.
—Esa es una respuesta muy diplomática.
—Y me temo que es la única que voy a darle. De verdad, mejor será que no diga nada más. Desde Tony Blair y George Bush, la diplomacia suena a mentiras.
—De acuerdo. Y bien, ¿qué opina de nuestro fútbol?
—La primera media hora de ayer les resultó complicada. De todas maneras, el árbitro no habría pitado ese penalti de no estar en el Parque de los Príncipes. Grégoire Puel organizó muy bien a sus jugadores y ustedes capearon el temporal que, por suerte, fue muy corto. Si somos sinceros, fue el propio PSG el que les permitió entrar en él cuando estaban en un punto en que podrían haberlo sentenciado. Si juegan ustedes con la misma intensidad que mostraron en la segunda parte, les espera una buena temporada, señor Danton. Además, si tenemos en cuenta que les faltaban algunos jugadores clave, creo que hicieron ustedes un muy buen partido. El PSG tuvo suerte de quedarse con los tres puntos.
—Y, aun así, solo hemos conseguido un punto en nuestros últimos cuatro encuentros. ¿Cómo podemos arreglar eso? ¿Cuál es el mejor camino que podría tomar el Niza? ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
—En mi opinión, nada. Nada de nada. El único problema es que no tienen ustedes dinero catarí para lanzarlo al aire como si fuera confeti y gastárselo en jugadores como Cavani, Ibrahimovic´, Luiz, Silva o Dumas. El PSG ha comprado esa segunda posición, como hace el Manchester City. Las cosas serían muy diferentes si tuvieran ustedes alguno de esos jugadores en la plantilla. ¿Les sobran treinta y cinco millones para comprar a Jérôme Dumas? Porque he oído que el PSG está pensando en deshacerse de él en enero.
Danton negó con la cabeza.
—Hemos pasado un verano complicado. Hemos tenido que reducir los salarios de forma sustancial. No podríamos permitirnos pagar eso. —Se encogió de hombros—. Y nadie puede, a menos que tenga un papaíto ruso o árabe que le compre todos los pastelitos que se le antojen.
—Los petrodólares lo distorsionan todo, no solo el fútbol. Fíjese en este hotel. Aquí se alojan personas que gastan el dinero a espuertas, como si no tuviera significado real.
—Así es. En el Meurice pasa lo mismo.
En esa ocasión, fui yo quien se encogió de hombros.
—Están ustedes luchando contra las adversidades, señor Danton. Puel está haciendo un buen trabajo. No creo que yo fuera a hacerlo mejor. Al menos, no con los mismos recursos. Su portero, Mouez Hassen, hizo todo un paradón. Mantuvo a su equipo en el partido. Y si Eysseric hubiera marcado, esta conversación habría seguido otros derroteros. En la primera mitad, parecía que el balón les quemase en los pies. En la segunda, sin embargo, empezaron a disfrutar. No creo que haya que cambiar gran cosa. No sé, quizá debieran aconsejar a sus jugadores que se sientan un poco más libres. Que disfruten de los partidos. Y, dicho esto, me pregunto por qué querían que tuviéramos esta reunión.
—Estamos mirando escaparates. Es lo que hace todo el mundo en esta ciudad. Al fin y al cabo, en París, ¿quién puede permitirse hacer otra cosa que no sea mirar? Aparte de los rusos y de los árabes, claro.
—Y no nos olvidemos de los chinos. Puede que tengan algo menos de dinero que los rusos y que los árabes, pero parece que a muchos de ellos les encanta gastárselo aquí.
—No hay mucha gente que hable con tanta franqueza como usted, señor Manson. En especial, cuando está en el paro. Esa sinceridad habla muy bien de usted, de su naturaleza. Además, admiro a las personas que no son tan orgullosas como para no coger el metro, así que espero que me permita que lo invite a este fin de semana. A decir verdad, es posible que me haya ahorrado usted mucho dinero esta mañana, que es lo que más me importa, ¡sobre todo, en París!
La mejor manera de ver Shanghái es por la noche, cuando la gigantesca ciudad de neón parece un fabuloso joyero con el interior de terciopelo negro; un joyero lleno de rubíes brillantes, de diamantes resplandecientes y de relumbrantes zafiros. Tempest tenía razón, era igual que en Skyfall, solo que yo no tenía planeado matar a nadie. Aunque es muy probable que nadie se hubiera dado cuenta. Nunca había visto tanta gente. Shanghái tiene veinte millones de habitantes, por lo que resulta muy complicado pensar que el individuo tiene significado real allí. Asimismo, es muy complicado darse cuenta de lo que está pasando. Todo lo que te rodea se parece a una metrópolis gigante pero, en cuanto te topas con algo que no eres capaz de interpretar, es muy fácil sentirse perdido y que la cosa se te vaya de las manos. Además, al principio me costaba distinguir a unos chinos de otros, lo cual no es racista si partimos de la base de que lo más probable es que a ellos les pase lo mismo con los occidentales.
Mi anfitrión era Jack Kong Jia, un multimillonario que se había puesto en contacto con Tempest para decirle que me invitaba a ir a Shanghái y a entrenar a su equipo de fútbol, el Shanghái Xuhui Nueve Dragones, con un contrato de seis meses prorrogables. JKJ, como lo conocen comúnmente, era el dueño de la Compañía Minera Nueve Dragones, que valía seis mil millones de dólares, lo que explicaba por qué me había instalado en una suite presidencial de ocho mil libras la noche, en el piso 88 del Park Hyatt, uno de los hoteles más altos del mundo.
—Al parecer, Jack Kong Jia está intentando comprar un club inglés —me había explicado Tempest en Londres—. No está buscando solo un entrenador para Shanghái, sino también a alguien que conozca bien el fútbol inglés y que pueda aconsejarle sobre lo del club, por lo que sería interesante que os llevarais bien.
—¿Sabes qué club le interesa?
—El Reading. El Leeds. El Fulham. Elige. Ser dueño de un equipo de fútbol no es para apocados, eso está claro. Puede que necesites nueve dragones para que te insuflen el valor necesario.
—No sé si quiero trabajar con otro multimillonario extranjero... Por si no lo recuerdas, ya he trabajado para uno y le experiencia no me gustó.
—Razón por la que un contrato de seis meses en Shanghái sería una buena opción. De esa manera, eres tú quien decide si quiere prorrogar o no. Mira, Scott, este tipo podría ser el próximo Roman Abramovich o el próximo jeque Mansour, y, además, seamos realistas, tampoco es que tengas más ofertas ahora mismo.
—Cierto, pero no es que necesite dinero. Puedo permitirme esperar a que llegue la oferta adecuada, y, desde luego, no tengo claro que esta lo sea. ¡Si ni siquiera sé chino!
—Solo he charlado con él por teléfono, pero el señor Jia habla un inglés perfecto, así que eso no va a ser ningún problema. Además, la mitad de los jugadores del equipo son europeos.
Refunfuñé.
—Sigo pensando que en Alemania tiene que haber algún equipo que me venga bien. Al fin y al cabo, hablo alemán con fluidez. Y me gusta el país.
—No has estado en Shanghái, ¿verdad?
—No.
—En mi opinión, rechazar esto sería como darle la espalda al futuro.
—¿Hablas por experiencia?
—No.
—Vamos, que es una suposición.
—Llámalo intuición. Mira, Scott, una de las razones por las que me contrataste fue para darme una oportunidad en un mundo de hombres en el que, como quien dice, no hay ninguna mujer. Eso significa que vas a tener que aceptar que no pienso como todo el mundo. También quiero recordarte que tengo que ganarme la vida y que, ahora mismo, como tu representante, estoy ganando el diez por ciento de nada. Así que, por favor, dale una oportunidad a lo de Shanghái. —Me cogió la mano y me la besó con cariño—. Y anímate, Scott. Sonríe, que las cosas van a ir a mejor. Estoy segura.
—De acuerdo, iré. Además, seguro que tienes razón.
—Y, cuando estés allí, no te desaconsejes para el trabajo, como hiciste en París. Intenta no ser tan sincero. El actual entrenador del equipo, Nicola Salieri, ya ha dimitido. Al parecer, el señor Jia tiene muy buena opinión de ti. Lo único que tienes que hacer es ir al partido y escuchar lo que quiere decirte.
El señor Jia me recibió en un lujoso palco privado del Yu Garden, un estadio con capacidad para treinta mil espectadores, donde el Shanghái Xuhui, que llevaba camiseta a rayas azules y rojas —sospechosamente parecidas a las del Barcelona— recibía al Guangzhou Evergrande. Era un hombre atractivo que tendría treinta y pocos años, llevaba unas gafas a lo Michael Caine, hablaba inglés con acento estadounidense y lucía un reloj con incrustaciones de diamantes tan grande como la corona de la reina de Inglaterra y, en la solapa de la americana, una banderita china. Nos atendieron con suma dedicación ocho guapísimas jovencitas chinas que lucían una sonrisa más larga que su minifalda. Nos sirvieron la bebida, nos prepararon la comida, encendieron los larguísimos cigarrillos del señor Jia y se encargaron de sus cuantiosas y casi continuas apuestas sobre el partido. El hombre bebía champán Krug, pero en ningún momento me pareció que lo hiciera porque le gustara, sino porque era el más caro. Yo me limité a beber cerveza china —la Tsingtao— porque me gustaba y porque quería tener la cabeza clara para los negocios y para el partido; aunque, a decir verdad, estábamos tan arriba, tan lejos del campo, que era complicado seguir el encuentro. Por mucho que los jugadores llevaran en la camiseta el nombre en un visible color amarillo, estaba escrito en chino, por lo que no entendía nada. Si bien llevaban también el número, el programa del partido estaba en chino, por lo que no tenía ni idea de quién era quién.
—¿Le gusta Shanghái? ¿Le gusta la habitación del hotel? ¿Está cómodo?
—Sí, todo es estupendo, señor Jia.
—Quiero que le guste Shanghái. Esta ciudad es el futuro, señor Manson. Es imposible verla y no pensarlo, ¿no le parece?
—¿No fue Confucio quien dijo que profetizar siempre es difícil, en especial, cuando se trata de profetizar acerca del futuro?
El señor Jia se echó a reír.
—¿Ha leído a Confucio? Eso es bueno. No son muchos los entrenadores capaces de citar a Confucio. ¡Ni siquiera en China!
Me encogí de hombros con modestia. Sabía que eran varios los personajes famosos a los que se les atribuía la frase, pero también sabía que Confucio era uno de ellos. Al mismo tiempo, y por no ofender al señor Jia, no quería que pareciera que consideraba aquellas palabras una de las típicas citas que te salen en las galletas de la fortuna.
—Yo era admirador del London City —comentó.
—Yo también. Y sigo siéndolo.
—Admiraba a João Zarco y también lo admiro a usted, aunque le digo con toda sinceridad que, si el señor Zarco siguiera con vida, sería él quien estaría sentado donde está usted.
—Zarco era el mejor entrenador de Europa —opiné—. Por no decir del mundo.
—Yo también lo creo, pero también creo que usted terminará siendo grande. Si se hubiera quedado usted en el London City, ya habría alcanzado la excelencia. Aunque, claro, cabe la posibilidad de la pérdida del City vaya a ser mi ganancia.
El señor Jia levantó la copa para que una de las azafatas se la rellenara. Mientras lo hacía, le puso la mano por debajo de la falda y la dejó allí un rato. La joven ni pestañeó ni perdió la sonrisa. Era evidente que estaba acostumbrada a aquel comportamiento a lo Juego de Tronos. Y tengo la sensación de que, en caso de que yo hubiera decidido mostrar la misma actitud, tampoco habría pestañeado. Sin embargo, mantuve las manos alrededor de mi vaso de cerveza.
—Me han llegado rumores, a los que concedo cierta credibilidad, que dicen que se marchó usted del City debido a un asuntillo turbio con un sindicato de apuestas extranjero. Que descubrió usted que la muerte de Bekim Develi en Atenas estaba relacionada con una apuesta que se había hecho en Rusia acerca de aquel partido. Pero tranquilo, tranquilo, que no pretendo que me confirme el rumor. En China es un secreto a voces. A mí también me gusta apostar... Bueno, a todos los chinos nos gusta, pero tengo por norma no apostar jamás sobre mi equipo. Todas las apuestas que me está viendo hacer están relacionadas con partidos que se están jugando esta tarde; en especial, con el encuentro entre nuestro principal rival, el Shanghái Shenhua y el Beijing Guoan. Se lo explico para que no piense usted que soy un corrupto. Lo que sí soy es muy rico y, claro, ¿qué otra cosa se puede hacer con el dinero sino gastárselo? Tengo casi un millón de yuanes invertidos en el resultado de ese partido, es decir... unas cien mil libras. Ahora bien, nada le impide a usted apostar por los Nueve Dragones, señor Manson, o, si lo prefiere, por esos perros del Guangzhou Evergrande, aunque no se lo recomiendo. Les falta su mejor jugador, Arturo, el brasileño. Estoy casi seguro de que el Shanghái Xuhui Nueve Dragones va a derrotar a los Verdes esta tarde.
—¿A qué viene lo de los nueve dragones? —Pretendía cambiar de tema—. ¿Por qué no siete u ocho? ¿¡O diez!?
—En chino, «nueve» tiene la misma pronunciación que una palabra que significa «eterno», por lo que, para nosotros, es un número de la suerte. —Mientras me lo explicaba, seguía el partido, que se reflejaba en sus gafas como si fueran pequeños televisores—. Muchos emperadores chinos mostraron predilección por el nueve. Llevaban túnicas imperiales con nueve dragones, ponían nueve dragones en las murallas de su palacio... En la Ciudad Prohibida, el número nueve aparece en casi todo. A la gente corriente también le gustan el nueve y sus múltiplos. El día de San Valentín, el hombre le ofrecerá noventa y nueve rosas a su enamorada para simbolizar amor eterno. A decir verdad, no existe fin para la fascinación que nos provoca el nueve. Yo, incluso llevo un nueve tatuado en la espalda. De esa manera, mi esposa sabrá siempre que soy yo. Cuando compré este equipo, quería hacer énfasis en el gran poderío que iba a demostrar y en la mucha esperanza que deposito en su futuro, que es donde entran en juego tanto el número nueve como usted, señor Manson. Tengo grandes planes para el futuro de este club de fútbol y para la Superliga china.
»Aunque no son nada en comparación con los planes que tengo para el fútbol inglés. Mi intención es comprar un equipo famoso de aquí a doce meses. Siento mucho no poder contarle más al respecto en este momento, pero le diré que dicho club estuvo en una ocasión en lo alto de la antigua Primera División inglesa y que quiero que vuelva a ser así. Para ello, necesitaré la ayuda de una persona como usted. Usted y yo juntos podemos hacer grandes cosas, así que espero que lleguemos a un acuerdo mientras está usted en Shanghái. Cuando lo alcancemos, recibirá usted un millón de libras solo por firmar. Tendremos dos contratos, uno con el Shanghái Xuhui y otro con la Compañía Minera Nueve Dragones. A eso le llamamos un contrato Yin Yang, que es como se hacen las cosas en China. El contrato con los Nueve Dragones será el más lucrativo de los dos pero, entre ambos, cobrará usted doscientas mil libras a la semana. También le propongo que empiece a trabajar en dos semanas. Puede quedarse en la suite presidencial del Grand Hyatt; corre de mi cuenta. Podría ser su casa mientras está en Shanghái. Eso también lo pondremos por escrito.
—Doscientas mil libras a la semana es muchísimo dinero.
—Sí, casi diez millones de libras al año. Eso lo convertiría en el entrenador mejor pagado del mundo, que, como comprenderá, es algo que también me interesa. El mejor club del mundo debería tener el entrenador mejor pagado. Además, no tendría usted que pagar impuestos por ese dinero. En China, a los extranjeros se les cobra un cuarenta y cinco por ciento de impuestos, pero, dado que su país tiene un acuerdo de doble imposición con China, podría trabajar usted aquí ciento ochenta y dos días antes de empezar a pagar impuestos. Eso significa que, si se queda, haremos también un contrato por ciento ochenta y dos días en este país. Luego, lo haremos por ciento ochenta y dos más en Gran Bretaña. De esa manera, no pagaría usted impuestos.
—No me importa pagar unos impuestos justos.
—Ya, pero dígame, ¿qué es justo? —Se echó a reír. Su risa sonaba como la de los fumadores empedernidos, como si estuviera intentando arrancar un coche antiguo—. Esa es la pregunta de los cuatro millones y medio de libras, ¿verdad? ¡Al menos, en este caso! No hay un solo país del mundo cuyos habitantes no consideren que pagan demasiados impuestos.
—Mire, antes de que tratemos esos asuntos, ¿no le parece mejor que hablemos de fútbol?
—¿Más? ¿Acaso ha tenido alguna revelación sobre este deporte desde la última vez que habló de él? Fue en el Match of the Day de la BBC, ¿no es así?
—En ese programa dije muchas cosas acerca del fútbol.
—Sí, pero, a diferencia de lo que suele decirse, lo que usted expresó fue interesante.
—Me alegro de que se lo pareciera.
El señor Jia se cambió las gafas, cogió un bloc de notas Smythson encuadernado en cuero rojo y hojeó las páginas, que estaban llenas de caracteres chinos muy pequeños.
—«Los pensamientos del presidente Mao». —Nada más decirlo, me miró y sonrió—. No lo digo en serio, es una broma. Mire, estas son algunas de las frases que dijo usted, señor Manson. Déjeme ver... Sí, que a veces se tiene demasiados jugadores geniales en el equipo. Que todos ellos sienten la tentación de probarse frente al entrenador, de alardear, y que tantísimo talento puede entorpecer la eficacia. Esta es una manera de pensar característica china.
Asentí. Aquella era una de las frases que a la BBC no le había gustado que pronunciara. De lo que ellos querían que hablase es de que en la Premier no hay entrenadores negros. A decir verdad, no suelo tratar ese asunto por la mera razón de que no me considero ni negro ni blanco. No quiero convertirme en el portavoz de los asuntos raciales del fútbol. El investigador de la BBC puso cara de sorpresa cuando se lo sugerí y, entonces, fui yo quien se dio cuenta —también sorprendido— de que el verdadero racismo que hay hoy en día en Gran Bretaña consiste en que, por poco negro que haya en tu piel, te consideran negro del todo. El hombre no me miraba como a una persona que es blanca en parte, sino como a alguien completamente negro. Al parecer, una porción de negrura, por pequeña que sea, mancha toda tu posible blancura. Puta BBC. Con ellos, todo es cuestión de política y siempre dejan el deporte de lado. Por eso prefiero Sky.
—También dijo usted... ¿Qué venía ahora...? A ver si lo encuentro... Sí, dijo que el fútbol siempre debería ser sencillo, pero que, en el futbol moderno, lo más difícil era conseguir que lo pareciera. Y eso es aplicable a casi todo lo genial, señor Manson. No tiene más que ver alguna grabación de Picasso pintando. Hace que parezca sencillo. Consigue que dé la impresión de que cualquiera podría hacerlo. Lo difícil, sin embargo, es hacer que parezca fácil. Tenía usted toda la razón. Y eso es lo que quiero de usted, un fútbol sencillo y atractivo.
—¿No quiere oír mis ideas para el futuro de su equipo?
—He leído su libro. He visto sus entrevistas en televisión. Lo he visto en YouTube. Incluso lo he escuchado en TalkSPORT. Cada vez que viajo a Londres, voy a ver al London City. Ya sé cuáles son sus ideas, señor Manson. Lo sé todo sobre usted. Que lo acusaron en falso de violación y que lo encarcelaron. Que, finalmente, lo exoneraron. Que se sacó el título de entrenador mientras estaba en prisión y que, al poco de que lo pusieran en libertad, fichó por el F. C. Barcelona. Que su padre, exfutbolista, es ahora un exitoso emprendedor deportivo. La manzana nunca cae lejos del árbol, señor Manson. Para mí es evidente que, con ustedes dos, se cumple lo de «de tal palo, tal astilla». Me parece que usted quiere alcanzar un éxito rotundo por derecho propio en vez de depender del dinero de su padre. ¿Me equivoco?
—No, no se equivoca, señor Jia —admití.
—Podría hablarle de cuál es mi filosofía acerca del fútbol, que es la misma que tengo acerca de los negocios. Por eso me gusta el fútbol. Es posible aprender lecciones del fútbol que después se pueden aplicar en la fábrica y en la sala de juntas. Mire, mi filosofía es la siguiente: si no puedes obtener beneficios, asegúrate de que tampoco tienes pérdidas. Ese es el abecé de los negocios. En el terreno de juego se expresa de una manera diferente pero, en esencia, es lo mismo. Si no puedes ganar, al menos, asegúrate de no perder. Un empate es un empate y un punto es un punto, y, al final de la temporada, cuando todo depende del último partido y ganas la liga, aunque sea por un solo punto, como le pasó al Manchester City en 2014, nadie discute que eres el campeón de liga.
Asentí. Como su teoría era igualmente válida y no quería estropearle la historia, no le recordé que, en realidad, el Manchester City le había quitado de las manos el título al Liverpool por dos puntos. También le podría haber dicho que si el Liverpool hubiera vuelto de su enfrentamiento fuera de casa contra el Crystal Palace con algo más que un empate —lo que habría sido lógico, dado que habían ido ganando 3-0—, habrían sido ellos quienes ganasen el título. En el fútbol hay más variables que en una reunión de guionistas de la Warner Brothers.
—También me gustaría decirle que contará con un presupuesto de trescientos millones de yuanes para comprar jugadores nuevos que considere adecuados para el Shanghái Xuhui. Eso también lo especificaremos en el contrato. Exigir aquello por lo que se ha pagado es parte de mi filosofía. —Sacó otro cigarrillo y esperó a que una de las azafatas se lo encendiera—. Ni que decir tiene que soy consciente de que Shanghái no está aún en el epicentro del mundo del fútbol, pero el dinero de Shanghái lo será. Y dentro de poco. Doy por hecho que no tengo que explicarle que, en el fútbol, el éxito depende del dinero. Por desgracia, la época en la que el Nottingham Forest ganaba la Copa de Europa sin necesidad de invertir muchísimo dinero en jugadores estrella ha quedado atrás. En el mundo del fútbol, ya no hay hueco para el romanticismo. Hoy en día, es el dinero el que manda, no las flores, ni los bombones, ni un entrenador con mucha labia. El que quiera romanticismo, ya tiene la FA Cup. Para todo lo demás, es cuestión de dinero.
—Estoy de acuerdo. Me gustaría que no fuera así, pero es la realidad.