Fascinada por su jefe - Diana Palmer - E-Book
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Fascinada por su jefe E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Logan Deverell había enfurecido a Kit Morris por última vez. Kit estaba harta del temperamento de su jefe, de su ingratitud y, sobre todo, de que no se diera cuenta de lo que sentía por él. Pero logró captar su atención al dejar el trabajo y empezar a trabajar en la Agencia Lassiter como detective. Logan estaba perdido sin Kit, pero estaba decidido a recuperarla… y con ella su corazón.

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1992 Diana Palmer.

Todos los derechos reservados.

Fascinada por su jefe, Nº 9B - septiembre 2021

Título original: The Case of the Missing Secretary

Publicada originalmente por Silhouette® Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-707-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

1

 

 

 

 

 

Kit Morris apenas estaba lúcida cuando entró hecha una furia en la Agencia de Detectives Lassiter, con el pelo corto cayéndole en mechones mojados alrededor de la cara y sus enormes ojos azules irritados. Su figura, alta y esbelta, iba envuelta en un traje gris que había estado inmaculado aquella mañana, a juego con una blusa blanca y un extravagante pañuelo de seda. Pero ahora todo el atuendo estaba hecho un desastre, igual que sus nervios.

Aquel día Tess Lassiter estaba sustituyendo a la secretaria de su marido Dane, así que fue la primera persona a la que Kit vio cuando entró en la oficina. Kit y Tess habían sido muy buenas amigas durante años, mucho antes de que Tess se casara con Dane Lassiter, que en aquella época era su jefe. Kit y Tess tenían mucho en común. Aunque Kit no tenía ninguna posibilidad de casarse alguna vez con su jefe. Su exjefe, mejor dicho. En aquel momento Kit habría preferido clavarle una estilográfica en el corazón antes que recorrer el pasillo de la iglesia con él.

–¿Qué te ha ocurrido? –preguntó Tess–. ¡Estás horrible!

–¡Claro que estoy horrible! ¡Me ha sacado del coche en la calle Travis!

–Eso está a cinco manzanas de aquí –murmuró Tess–. ¿Pero quién?

–¿No lo adivinas? –preguntó Kit–. ¡Ha sido él! ¡Mi jefe! Mi exjefe –se corrigió furiosa, negando con la cabeza para quitarse el pelo de los ojos–. ¡Me ha secuestrado del departamento de seguridad pública donde me encontraba renovando mi permiso de conducir!

–¿Que te ha secuestrado? –Tess tuvo que controlar la risa.

–¡Sí! Yo no quería ir con él, pero me ha sacado a rastras y me ha llevado al coche. Y delante de toda esa gente –gritó–. ¡Ni siquiera he pagado el permiso! ¡Tendré que volver y hacer cola durante otra hora!

–Oh, Kit –dijo Tess con compasión.

–¡Renuncié hace dos semanas! ¡Ya no trabajo para él! ¡No puede hablarme así!

–¿Así cómo? –preguntó Tess, intentando calmar a su mejor amiga.

Los ojos de Kit echaban llamas.

–Durante estos años he sido su esclava –declaró–. He redactado sus escritos, lo he seguido por el mundo, he soportado su temperamento… y tiene la desfachatez de decirme que no merecía el salario que me pagaba… ¿Te lo puedes imaginar?

–¿El señor Deverell ha dicho eso?

–Logan Deverell es un tirano y un bestia –añadió Kit–. Lo más bajo de lo más bajo. ¡Un gusano! No –se detuvo–. Es como las algas de un estanque, solo que mucho más bajo…

–¿Le has hecho algo para que te trate así?

–No desde que le hablé de su última conquista, antes de dejar el trabajo –murmuró Kit, intentando disimular sus sentimientos. La nueva amante de Logan Deverell era la razón por la que Kit había dejado el trabajo–. Va en serio con ella, ¿sabes?

–¿Pero, ahora, por qué ha ido a por ti?

Kit agitó las manos en el aire.

–¿Quién sabe? Da igual, el caso es que ha intentado convencerme para que regresara y le he dicho que no lo haría. Prácticamente se me ha lanzado al cuello. Nunca había usado ese lenguaje conmigo, y ha dicho que era pésima como secretaria y que no sabía por qué estaba dispuesto a contratarme de nuevo.

Tess quería levantarse y abrazar a su amiga para que llorase. Pero Kit era testaruda, incluso cuando sufría. Mantenía la barbilla alta luchando por no perder la dignidad. Tess no podía subestimar su fuerza.

Solo podía imaginarse lo mucho que su amiga estaba sufriendo. Kit llevaba años enamorada de Logan Deverell. El muy idiota nunca se había fijado en ella, salvo como un mueble más de la oficina.

–¿Y por qué estaba ofreciéndote tu antiguo trabajo? –preguntó ella.

–No lo sé –contestó Kit–. Empezamos a discutir antes de que llegara a decírmelo. Estaba hecho una furia. Yo ni siquiera he pensado, simplemente he salido del coche y me he marchado.

–¿Y te ha dejado bajo la lluvia? ¿Cómo ha podido?

–Él no me ha dejado, me he ido yo –confesó Kit–. ¡El muy ciego! ¡Lo quiero tanto…! –sentía como si su corazón fuese algo quebradizo que acabasen de golpear con un bate–. ¡Si tan solo fuese rubia!

–¿Con quién sale? –preguntó Tess.

–Con Betsy Corley –respondió ella.

–No la conozco.

–Pues yo sí. Durante una época fui amiga de un vecino de mi edificio al que dejó sin blanca –contestó Kit–. Logan está decidido a casarse con ella –añadió riéndose.

–Oh, Kit.

–Al menos ahora tengo trabajo, gracias a Dane y a ti. He quemado todas mis naves…

–Bueno, en ese caso, es bueno que estemos convirtiéndote en una detective –murmuró Dane Lassiter. Se unió a ellas y le pasó a su esposa un brazo por la cintura. Le dedicó una sonrisa antes de mirar de nuevo a Kit–. Estamos encantados de tenerte ahora que Helen se ha ido a Sudamérica, donde está el nuevo trabajo de Harold. Trabaja en el negocio de la construcción con su padre, ya sabes. Y el hermano de Helen, Nick, va a volver a Washington para que su esposa pueda seguir dando clases en la Universidad Thorn. Va a fundar su propia agencia. Voy a quedarme con dos detectives. Eso significa que aún tengo que contratar a otro agente. Me alegra que no te hayas visto tentada de volver con tu antiguo jefe.

–Me tentaría más meterme en la boca de un león que volver a trabajar para Logan Deverell –murmuró Kit secamente, ocultando su dolor–. Espero que sepáis lo mucho que aprecio la oportunidad que me estáis dando –volvió a apartarse el pelo de la cara y se tocó la humedad del traje. No estaba tan mojado como había pensado inicialmente, y parecía que iba secándose poco a poco.

–Lo sabemos –le dijo Dane con una sonrisa–. Pero has sido toda una sorpresa. Si existen los detectives natos, creo que tú eres uno de ellos. Te has adaptado al trabajo como pez en el agua.

–¿De verdad lo crees? –preguntó.

–Claro que sí.

Kit consiguió sonreír.

–En realidad siempre pensé que sería una buena detective, porque me encanta meter la nariz en asuntos que no me conciernen –suspiró–. De verdad que me has salvado la vida al contratarme –insistió–. No tenía para pagar el alquiler. Después de marcharme hecha una furia de la oficina, no creo que el señor Deverell vaya a indemnizarme. Ni siquiera le di una semana de preaviso.

–Aun así no creo que Logan Deverell te vaya a privar de la indemnización –murmuró Dane–. No es un tipo vengativo.

–Si lo hubieras visto hace diez minutos… –dijo Kit.

Dane arqueó una ceja.

–Pensándolo mejor –musitó–, tal vez sea…

Antes de que pudiera terminar la frase, la puerta se abrió y entró un hombre moreno y alto con chubasquero gris.

–He recorrido la maldita ciudad buscándote –gruñó con voz profunda mientras miraba a Kit con odio–. Maldita idiota, podrías haberte matado saltando del coche en mitad del tráfico. ¿Dónde diablos has estado?

–¡No me grites! –respondió Kit–. Me has dicho que me metiera en mis asuntos y es lo que he hecho. Podrás encontrar a alguien más a quien gritar en la oficina. ¡Dane dice que soy muy buena detective!

Logan Deverell arqueó una ceja y miró a Dane.

–¿Tú has dicho eso?

–Eso me temo –contestó Dane–. Y, dadas las circunstancias, creo que sería mejor no seguir discutiendo con Kit.

Logan miró a Kit y tuvo que estar de acuerdo. Parecía agitada. Y fuera de control emocionalmente. En los años que llevaba trabajando para él, era la primera vez que la veía en ese estado. Normalmente era calmada y eficiente. Salvo el día en que dejó el trabajo, claro, cuando marcó un nuevo récord en ataque verbal. Al seguirla a su despacho, donde se encontraba recogiendo su mesa, Kit había llegado a tirarle un libro y a acusarlo de confundirla emocionalmente con un ordenador.

Lo que había hecho que Logan perdiera los nervios aquel día eran los comentarios hirientes sobre Betsy y sus supuestas intenciones. Aún lamentaba algunas de las cosas que había dicho. Las buenas secretarias no abundaban. No había sido capaz de reemplazar a Kit. La echaba de menos, aunque no sería apropiado decírselo. Había esperado poder convencerla para que regresara, pero entonces ella había mencionado un cotilleo sobre Betsy. ¡De ninguna manera iba a dejar que una mujer le dijera lo que tenía que hacer en su vida personal!

–No retiraré lo que dije –le dijo Logan–. No tenías derecho a meterte en mi vida privada. Pero te pido disculpas por dejar que te fueras caminando bajo la lluvia.

–No es necesario disculparse –respondió Kit–. ¡Ha sido culpa mía por meterme en un coche contigo!

Logan pareció sorprendido.

–Solo iba a pedirte que volvieras al trabajo.

–No quiero volver a trabajar para ti. Aquí al menos no formo parte del mobiliario. Soy una persona con talento y habilidad y, si me muriera, Dane y Tess me echarían de menos.

–Hemos trabajado juntos durante tres años –le recordó Logan.

–Tres años más de lo necesario –respondió ella–. Estoy segura de que no te costará trabajo reemplazarme.

–Ninguna de las secretarias temporales sabe deletrear –dijo él, furioso–. No saben archivar, ni proyectar una personalidad agradable por teléfono. Solo una de ellas tiene algo de sentido común, y mi madre la ha contratado sin que yo lo supiera. Mi hermano odia la última incorporación a la oficina. ¡Hasta le dijo que se buscase él el café!

–Tu hermano debería llevar años buscándose su propio café –le recordó Kit.

–Y mi madre ha vuelto a perderse –añadió él irritado, mirando a Dane–. Tendrás que localizarla. Le dijo a mi hermano algo sobre un viaje a Venecia.

–Ningún problema –dijo Dane–. Solo dame su última localización conocida –se quedó mirando a Kit–. Puede que le dé el caso a Kit. Ella conoce a Tansy.

–Mi madre también te echaba de menos –le dijo Logan a Kit con el ceño fruncido–. Probablemente por eso haya desaparecido.

–Vamos, échame la culpa a mí –dijo Kit–. Yo hago que tu coche no se ponga en marcha en las mañanas frías, hago que tu cafetera no funcione, pongo polvo en las ventanas y hago que las sillas del despacho crujan. ¡Probablemente también sea la causante de las algas de los estanques!

–¿Quieres parar? –murmuró Logan. Se metió las manos en los bolsillos. Mirarla le ponía nervioso. Eso era nuevo, y le molestaba–. No importa si no quieres volver. Puedo apañármelas sin ti. Al final la agencia de colocación encontrará a una secretaria que sepa deletrear, escribir a máquina y contestar al teléfono.

–Seguro que ya lo han hecho –comentó Kit sarcásticamente.

–Desde luego. Acabo de decírtelo. La agencia me ha encontrado a dos más junto con la que contrató mi madre. Al menos ella sabe teclear. De las dos nuevas, solo una sabe deletrear. La más alta de las tres sabe contestar al teléfono, pero tarda cinco tonos en encontrarlo.

Kit arqueó las cejas.

–¿Por qué?

–El escritorio está cubierto de cartas sin responder y archivos descolocados –respondió–. Pero no dejes que eso te preocupe. Antes de contratarte me las apañaba y, por si no lo recuerdas, no fui yo quien te contrató.

–Eso es muy cierto –convino Kit–. Fue tu madre, que tiene un gusto excelente para las empleadas.

–Eso lo dudo.

–¿No deberías volver a la oficina antes de que se descoloquen más archivos?

–Bien –contestó Logan con expresión dura–. Muy bien. Adelante, sé detective. Es el trabajo ideal para ti. Meterte en los asuntos de los demás sin resolver los tuyos.

–¡Pues alguien tiene que meterse en los tuyos! –exclamó ella–. Esa rubia solo está interesada en lo que pueda llevarse.

–Y son muchas cosas –la interrumpió él–. En la cama y fuera de ella –añadió deliberadamente, mirándola con ojos penetrantes, como si supiera lo que ella sentía y quisiera clavarle el cuchillo hasta el fondo.

Lo consiguió. Le llegó directo al corazón. Pero Kit llevaba años ocultándole sus sentimientos. Simplemente se quedó mirándolo sin reaccionar en absoluto, salvo por la súbita palidez de su rostro.

Aquella mirada le conmovió. Se sentía como un tonto. No era un sentimiento del que disfrutara especialmente, sobre todo con Dane y Tess allí delante, intentando no reírse.

–Regresaré a la oficina –dijo–. Pásame la factura cuando encuentres a mi madre, Dane –añadió mientras se daba la vuelta. Tampoco miró a Kit.

Kit apretó los labios y se quedó mirando su espalda ancha. Era tan grande como una casa, pensaba irritada. Todo músculo y temperamento. ¡Si tan solo se tropezara de camino a la puerta!

–Si las miradas mataran… –murmuró Tess.

–No podrías matarlo con una mirada –dijo Kit–. Haría falta una bomba. ¡Y eso ni siquiera le haría daño si le diese en la cabeza! –gritó en dirección a Logan.

Él no reaccionó en absoluto, lo cual enfureció más a Kit. La puerta se cerró de golpe tras él.

–En los años que Tess y tú habéis sido amigas, nunca te había visto perder los nervios hasta que Logan te despidió –observó Dane–. Pensé que lo idolatrabas.

–Se ha caído del pedestal –murmuró ella–. ¿Qué quieres que haga por ti esta tarde, jefe? –preguntó alegremente, cambiando de tema.

–Ya has oído lo que ha dicho Logan. Encuentra a Tansy.

–Pero la señora Deverell desaparece sin dejar rastro al menos dos veces al mes –protestó–. Siempre acaba por aparecer.

–Normalmente en el hospital o en la cárcel –le recordó él riéndose–. La madre de Logan es una alborotadora declarada con una horrible filosofía de vida.

–Sí. «Si te apetece, hazlo» –citó Tess–. La agencia se mantiene gracias a las ansias de conocer mundo de Tansy.

–La última vez que desapareció, provocó disturbios en Newport News, Virginia, al decir que había sido secuestrada por un platillo volante –recordó Dane–. Tuvimos que sacarla de una clínica. Simplemente le gusta causar problemas, pero no es ninguna lunática.

–Casi todas las señoras de setenta años tienen el sentido común de quedarse en casa. Tansy es una renegada. Y puede que no sea una lunática, pero actúa como tal –dijo Tess–. ¿Acaso no se fue a hacer surf hace dos años en Miami y eligió a un potentado de Oriente Medio que quería que se uniera a su harén?

–Sí. Y prácticamente tuvimos que secuestrarla para apartarla de él, para su desgracia. Pero, como dicen a veces, toda la gente mala está encerrada. Tansy es un soplo de aire fresco. Un espíritu libre y desinhibido.

–Su hijo no lo es –dijo Kit.

–Logan es un estirado, pero su hermano Christopher no lo es –dijo Dane–. Chris está tan loco como su madre, y a los dos les encanta poner a Logan de los nervios.

–En otras palabras –dijo Tess–, esta podría ser una desaparición deliberada. Si Tansy supiera que Logan te ha despedido, esta podría ser su manera de devolvérsela. Le caías bien.

–Sí –convino Kit con una sonrisa mientras recordaba lo bien que se llevaban. Sospechaba que Tansy debía de saber lo que sentía por Logan. Pero recordarlo no iba a ayudar en nada, solo le ponía triste pensar en lo que era su vida sin el temperamental de su jefe.

Echaba de menos las cosas más tontas. Echaba de menos cómo derramaba el café sobre los documentos importantes y se ponía hecho una furia; y gritaba como si fuera la salvación en persona cuando ella acudía con un rollo de papel de cocina. Echaba de menos las noches en las que lo acompañaba a cenas. Normalmente era para tomar notas, cosas de negocios, pero resultaba agradable llevar ropa bonita y estar en compañía de un hombre tan inteligente y al que le quedaban tan bien los trajes.

–¿Kit?

La voz de Tess la sacó de su ensimismamiento.

–Perdona, estaba pensando en cómo empezar a buscar a Tansy.

–Llama a Chris primero –sugirió Dane–. Mientras tanto, yo voy a llevar a la señora Lassiter a comer.

–De hecho vamos a llevarle la comida al bebé –comentó Tess riéndose–. Sigo dándole el pecho. No te preocupes si llegamos un poco tarde. Odio tener que dejarlo durante el día, solo tiene cinco meses.

–Creo que yo me sentiría igual –dijo Kit.

Se fueron y ella los vio marchar, ligeramente envidiosa de lo mucho que se querían. Había deseado tener eso con Logan Deverell, pero él prefería a su amiga cazafortunas. Iba a dejarlo sin nada, aunque no lo supiera, y ella ya no estaría allí para ayudarlo. Si derramaba el café, o incluso si derramaba lágrimas, otra persona tendría que encargarse de eso. Se dijo que no lo sentía; no lo sentía en absoluto.

Se puso a trabajar de inmediato. Su primera llamada fue a Christopher Deverell, como Dane había sugerido.

–Mi madre ha vuelto a marcharse –dijo alegremente. Tenía solo veintisiete años, solo dos más que Tess; pero ocho años menos que Logan. Tansy, ella y él eran como de otra generación. Aunque eso nadie se lo decía a Logan, claro.

–Sí, lo sé, por eso te llamo –dijo Kit con una sonrisa–. Tengo que encontrarla.

–El despacho de Logan está hecho un desastre –dijo él–. Estuvo gritando todo el tiempo durante dos días y se negó a contratar a alguien.

–Lo sé –respondió ella–. Yo necesitaba un cambio. Estaba estancada en esa oficina, con la misma rutina día tras día.

–Tonterías –dijo Chris–. Estabas muerta de celos por culpa de la señorita Corley. Todos saben lo que sientes por Logan, Kit. Todos salvo él, claro.

Kit no se molestó en negarlo. Chris la conocía demasiado bien.

–Va a casarse con ella.

–Eso dice. Pero acabará por descubrirla. Logan no es tonto. Bueno, generalmente no lo es.

–Es muy guapa.

–Tú también lo eres.

–No soy más que una parte del mobiliario de la oficina a la que programó para archivar y teclear –contestó Kit con solemnidad–. No me echa de menos. Ya ha encontrado a quien me reemplace. De hecho ha encontrado a tres.

–Mi madre le encontró la mejor. Es una prima nuestra que vivía en San Antonio, y sabe teclear. Las otras dos… bueno. Digamos que no son lo que él tenía en mente. Melody, nuestra prima, es la mejor de todas, pero no sabe deletrear y se pone muy nerviosa al intentar contestar al teléfono.

–Yo también lo estaría si tuviera un jefe iracundo viendo lo que hago –murmuró Kit–. ¿No tienes otros parientes en San Antonio? –preguntó al recordar referencias a otras personas a las que Logan nunca visitaba.

–Solo Emmett. Nunca menciones el nombre de Emmett delante de Logan –añadió–. Tiene pesadillas sobre su última visita aquí.

–Gracias a Dios, no veré a Logan para poder mencionarle a nadie –dijo ella.

–Mantén la esperanza. Logan no lleva bien que te hayas ido. No lo admitirá, pero la vida sin ti es como ir con una venda en los ojos.

–Espero que le caiga una maceta en la cabeza.

–Mala –dijo él–. ¿No te sientes culpable por haberlo dejado a merced de una oficina en la que tú no estás?

–No. Ya es hora de que aprenda cómo es el mundo de verdad –dijo Kit.

–Por lo que me cuenta Melody, puede que un día de estos intente tirar a la nueva recepcionista por la ventana.

–Entonces espero que conozcas a un buen abogado que lo defienda. Yo testificaré a favor de la mujer. Simplemente llámame.

–¡Qué mala eres! –exclamó él riéndose.

–Odio a tu hermano. Le he dado tres de los mejores años de mi vida y nunca se ha fijado en que estaba allí hasta que le he dicho que su nueva novia es una cazafortunas que solo quiere quitarle el dinero.

–Deberías habérselo dicho a Tansy. Ella se habría encargado.

–No, no lo habría hecho –insistió Kit–. A Tansy no le gusta interferir. Cree que la gente debe cometer sus propios errores. Y además tiene razón –murmuró–. Cuando pierda su casa, su coche y su negocio, lo llamaré dos veces al día para decirle: «Te lo dije».

–¿Antes o después de que te ofrezcas a tomar notas sin cobrar para ayudarlo a recuperarse?

Kit suspiró. Chris la conocía demasiado bien.

–¿Dónde crees que ha ido Tansy?

–A Venecia –respondió él–. Fue vista en Miami embarcando en un avión con destino ahí.

–De acuerdo. ¿Con qué compañía?

Se lo dijo, junto con el número de vuelo y la hora de salida. Kit le dio las gracias y terminó la conversación antes de que pudiera decir nada más. Se centró en lo que tenía entre manos. No tenía tiempo para auto compadecerse.

Minutos más tarde, ya sabía que Tansy Deverell había comprado un billete a Venecia. Pero la mujer que embarcó en el avión no era Tansy. Fuera quien fuera a quien la madre de Logan había convencido para ocupar su lugar se olvidó de cojear mientras subía al avión. Tansy cojeaba temporalmente debido a un accidente cuando hacía ala delta.

Kit se rio. Debía de haber nacido para ello, como había dicho Dane. Empezaba a pillarle el truco. Se fue a hablar con los rastreadores. Eran unos maestros a la hora de conseguir información, y casi todos podían encontrar una aguja en un pajar en cinco minutos.

Por desgracia, Tansy era más difícil de encontrar que una aguja. No pudieron decirle nada.

–Lo siento –dijo Doris negando con la cabeza–. Pero es más difícil de encontrar que un oso polar en una tormenta de nieve. Si pagó a alguien para que ocupase su lugar en ese avión, lo hizo en efectivo. Tendrás que encontrar a algún auxiliar de vuelo para que te dé una descripción, e incluso entonces no será fácil. Normalmente esos vuelos a Venecia van llenos. Es difícil recordar caras concretas.

–¿Y qué hago? –preguntó ella– ¡Dane me despedirá!

–Oh, todavía no –le dijo Doris–. Nunca despide a nadie antes del viernes.

–Muchas gracias.

–Pero te he conseguido a un taxista en el aeropuerto que recuerda a una señora mayor con cojera –añadió Doris riéndose mientras le entregaba una hoja de papel.

–¡Eres un ángel!

–Ni se te ocurra darme un beso –dijo Doris–. Le darás ideas –añadió, mirando de soslayo a Adams, que estaba jugando con una navaja a dos mesas de distancia.

–Adams no tiene nada de malo –dijo Kit con una sonrisa–. Es un cielo.

Adams la oyó y levantó la cabeza. Se puso en pie, se estiró la corbata y le dedicó una sonrisa.

–Tiene instinto de cazador. Lo lamentarás –murmuró Doris.

–¿Te apetece ir a comer, Kit? –preguntó Adams.

–Me encantaría, Adams –respondió ella–, pero tengo que localizar a un taxista. ¿Lo dejamos para otro día?

Adams se sonrojó. Ninguna mujer de la oficina le había ofrecido nunca dejar el plan para otro día. Perdió diez años y su expresión taciturna. Doris se quedó mirándolo con interés renovado.

–Trato hecho –dijo él.

Doris jugueteó con su bolígrafo.

–Yo no hago nada a la hora de comer –dijo para sí.

Adams creía que le iba a dar un ataque al corazón. Dos mujeres lo encontraban interesante en menos de dos minutos. Tal vez por fin su suerte estuviese empezando a cambiar. Kit era guapa y Doris era adorable, incluso con su melena negra con canas y sus gafas.

–¿Qué te parece una hamburguesa de pollo? –preguntó–. ¡Invito yo!

Doris lo miró sonriente.

–¡Me encantaría!