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- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.
Voluptuosos de todas las épocas, de todos los sexos, sólo a vosotros os ofrezco esta obra; alimentaos de sus principios: favorecen vuestras pasiones, y estas pasiones, de las que os hacen temer los moralistas fríamente insípidos, no son más que los medios que la Naturaleza emplea para llevar al hombre a los fines que le prescribe; no escuchéis más que estos deliciosos impulsos, pues ninguna voz que no sea la de las pasiones puede conduciros a la felicidad. Mujeres lascivas, dejad que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; siguiendo su ejemplo, desatended todo lo que contradice las leyes divinas del placer, por las que toda su vida estuvo encadenada. Vosotras, jóvenes doncellas, demasiado tiempo constreñidas por las absurdas y peligrosas ataduras de una Virtud fantasiosa y por las de una religión repugnante, imitad a la fogosa Eugenia; sed tan rápidas como ella para destruir, para despreciar todos esos ridículos preceptos que os inculcaron unos padres imbéciles. Y vosotros, amables libertinos, que desde la juventud no habéis conocido más límites que los de vuestros deseos y que os habéis regido sólo por vuestros caprichos, estudiad al cínico Dolmancé, proceded como él y llegad tan lejos como él si también queréis recorrer la longitud de esos caminos floridos que vuestra lascivia os prepara; en la academia de Dolmancé convéncete por fin de que sólo explorando y ampliando la esfera de sus gustos y caprichos, sólo sacrificando todo al placer de los sentidos, este individuo, que nunca pidió ser arrojado a este universo de desdichas, esta pobre criatura que lleva el nombre de Hombre, puede ser capaz de sembrar un ramillete de rosas sobre el espinoso camino de la vida.
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Veröffentlichungsjahr: 2021
Índice de contenidos
Marqués de Sade
Filosofía en el dormitorio
A LOS LIBERTINES
DIÁLOGO LA PRIMERA
DIÁLOGO EL SEGUNDO
DIÁLOGO LA TERCERA
DIÁLOGO EL CUARTO
DIÁLOGO LA QUINTA
DIÁLOGO LA SEXTA
DIÁLOGO EL SÉPTIMO Y ÚLTIMO
Edición y traducción 2021 Ale. Mar.
Todos los derechos reservados
Voluptuosos de todas las épocas, de todos los sexos, sólo a vosotros os ofrezco esta obra; alimentaos de sus principios: favorecen vuestras pasiones, y estas pasiones, de las que os hacen temer los moralistas fríamente insípidos, no son más que los medios que la Naturaleza emplea para llevar al hombre a los fines que le prescribe; no escuchéis más que estos deliciosos impulsos, pues ninguna voz que no sea la de las pasiones puede conduciros a la felicidad. Mujeres lascivas, dejad que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; siguiendo su ejemplo, desatended todo lo que contradice las leyes divinas del placer, por las que toda su vida estuvo encadenada. Vosotras, jóvenes doncellas, demasiado tiempo constreñidas por las absurdas y peligrosas ataduras de una Virtud fantasiosa y por las de una religión repugnante, imitad a la fogosa Eugenia; sed tan rápidas como ella para destruir, para despreciar todos esos ridículos preceptos que os inculcaron unos padres imbéciles. Y vosotros, amables libertinos, que desde la juventud no habéis conocido más límites que los de vuestros deseos y que os habéis regido sólo por vuestros caprichos, estudiad al cínico Dolmancé, proceded como él y llegad tan lejos como él si también queréis recorrer la longitud de esos caminos floridos que vuestra lascivia os prepara; en la academia de Dolmancé convéncete por fin de que sólo explorando y ampliando la esfera de sus gustos y caprichos, sólo sacrificando todo al placer de los sentidos, este individuo, que nunca pidió ser arrojado a este universo de desdicha, esta pobre criatura que lleva el nombre de Hombre, puede ser capaz de sembrar un ramillete de rosas sobre el espinoso camino de la vida.
MADAME DE SAINT-ANGE - Buenos días, amigo mío. ¿Y qué hay de Monsieur Dolmancé?
LE CHEVALIER - Estará aquí puntualmente a las cuatro; no cenamos hasta las siete, y tendrá, como ves, tiempo de sobra para charlar.
MADAME DE SAINT-ANGE - Sabe, mi querido hermano, empiezo a tener algunos recelos sobre mi curiosidad y todos los planes obscenos previstos para hoy. Chevalier, me complaces demasiado, de verdad. Cuanto más sensata debería ser, más excitada y libertina se vuelve esta maldita mente mía, y todo lo que usted me ha dado no sirve más que para echarme a perder... A los veintiséis años, debería ser sobria y reposada, y todavía no soy más que la más licenciosa de las mujeres... Oh, tengo un cerebro muy ocupado, amigo mío; apenas creerías las ideas que tengo, las cosas que me gustaría hacer. Supuse que limitándome a las mujeres me comportaría mejor...; que si mis deseos se concentraban en mi propio sexo ya no jadearía por el tuyo: pura fantasía, amigo mío; mi imaginación sólo se ha aguijoneado más por los placeres de los que pensaba privarme. He descubierto que cuando se trata de alguien como yo, nacido para el libertinaje, es inútil pensar en imponer límites o restricciones a uno mismo: los deseos impetuosos los barren inmediatamente. En una palabra, querida, soy una criatura anfibia: Me gusta todo, todo, lo que sea, me divierte; Me gustaría combinar todas las especies; pero debe admitir, Caballero, que ¿no es el colmo de la extravagancia que yo desee conocer a este insólito Dolmancé que en toda su vida, según me dice, ha sido incapaz de ver a una mujer según las prescripciones del uso común, este Dolmancé que, sodomita por principio, no sólo adora a su propio sexo sino que nunca cede al nuestro salvo cuando consentimos en poner a su disposición esos encantos tan bien amados de los que habitualmente hace uso cuando se relaciona con los hombres?
Dígame, Caballero, si mi fantasía no es extraña. Quiero ser Ganímedes de este nuevo Júpiter, quiero disfrutar de sus gustos, de sus desenfrenos, quiero ser víctima de sus errores. Hasta ahora, y bien lo sabes, amigo mío, hasta ahora me he entregado así sólo a ti, por complacencia, o a algunos de mis sirvientes que, pagados por utilizarme de esta manera, lo adoptaron sólo por beneficio. Pero hoy ya no es el deseo de complacer ni el capricho lo que me mueve, sino únicamente mis propias inclinaciones. Creo que, entre mis experiencias pasadas con esta curiosa manía y las cortesías a las que voy a ser sometido, hay una diferencia inconcebible, y deseo conocerla. Pinte a su Dolmancé por mí, por favor, para que pueda tenerlo bien fijado en mi mente antes de verlo llegar; porque usted sabe que mi conocimiento de él se limita a un encuentro el otro día en una casa donde estuvimos juntos sólo unos minutos.
LE CHEVALIER - Dolmancé, mi querida hermana, acaba de cumplir treinta y seis años; es alto, extremadamente guapo, ojos muy vivos y muy inteligentes, pero al mismo tiempo hay cierta sospecha de dureza, y un rastro de maldad en sus rasgos; Tiene los dientes más blancos del mundo, un matiz de suavidad en su figura y en su actitud, debido sin duda a su costumbre de adoptar a menudo aires afeminados; es sumamente elegante, tiene una bonita voz, muchos talentos y, sobre todo, una inclinación sumamente filosófica en su mente.
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Pero confío en que no cree en Dios!
LE CHEVALIER - ¡Ah, qué pena! Es el ateo más notorio, el tipo más inmoral... Oh, no; la suya es la corrupción más completa y profunda, y él el individuo más malvado, el mayor canalla del mundo.
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Ah, cómo me calienta eso! Me parece que voy a enloquecer con este hombre. ¿Y qué hay de sus fantasías, hermano?
LE CHEVALIER - Los conoce muy bien; los placeres de Sodoma le son tan queridos en su forma activa como en su forma pasiva. Para sus placeres, no le interesan más que los hombres; si a veces se digna emplear a las mujeres, es sólo a condición de que sean lo bastante serviciales para intercambiar sexo con él. Le he hablado de ti; le he advertido de tus intenciones, él está de acuerdo, y a su vez te recuerda las reglas del juego. Te advierto, querida, que te rechazará por completo si intentas comprometerlo a algo más. "Lo que consiento hacer con tu hermana es", declara, "una extravagancia, una indiscreción con la que uno se ensucia sólo en contadas ocasiones y tomando amplias precauciones".
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Suéltese!... Precauciones... ¡Oh, cómo adoro el lenguaje que usan esas agradables personas! Entre nosotras, las mujeres también tenemos palabras exclusivas que, como éstas que acabamos de pronunciar, dan una idea del profundo horror que tienen a todos los que muestran tendencias heréticas... Dígame, querida, ¿la ha tenido a usted? ¿Con tu adorable rostro y tus veinte años, se puede, me atrevo a decir, cautivar a un hombre así?
LE CHEVALIER - Hemos cometido locuras juntos; no te las ocultaré; tienes demasiado ingenio para condenarlas. El hecho es que me gustan las mujeres; sólo me entrego a estos extraños caprichos cuando un hombre atractivo me impulsa a ellos. Y entonces no hay nada en lo que me detenga. No tengo nada de esa ridícula arrogancia que hace creer a nuestros jóvenes advenedizos que es por cortes con su bastón que responden a tales proposiciones. ¿Es el hombre dueño de sus pencas? Hay que compadecerse de los que tienen gustos extraños, pero nunca insultarlos. Su mal es también de la Naturaleza; no son más responsables por haber venido al mundo con tendencias distintas a las nuestras que nosotros por haber nacido con piernas torcidas o bien proporcionados. Sin embargo, ¿es que un hombre actúa de forma insultante hacia ti cuando manifiesta su deseo de disfrutar de ti? No, seguramente no; es un cumplido que te hacen; ¿por qué entonces responder con heridas e insultos? Sólo los tontos pueden pensar así; nunca oiréis a un hombre inteligente discutir la cuestión de una manera diferente a la mía; pero el problema es que el mundo está poblado de pobres idiotas que creen que es faltar al respeto a ellas el confesar que uno las encuentra adecuadas para sus placeres, y que, mimados por las mujeres -ellos mismos siempre celosos de lo que tiene la apariencia de infringir sus derechos-, se creen los Don Quijotes de esos derechos ordinarios, y embrutecen a quien no reconoce la totalidad de su extensión.
MADAME DE SAINT-ANGE - Ven, amigo mío, bésame. Si pensaras lo contrario, no serías mi hermano. Le ruego algunos detalles, tanto en lo que se refiere a la apariencia de este hombre como a sus placeres con usted.
LE CHEVALIER - Uno de sus amigos informó a Monsieur Dolmancé del soberbio miembro con el que me conoce provisto, y obtuvo el consentimiento del Marqués de V*** para reunirnos en la cena. Una vez allí, me vi obligado a mostrar mi equipo: al principio, la curiosidad parecía ser su único motivo; sin embargo, un culo muy justo que se dirigió hacia mí, y con el que fui invitado a divertirme, pronto me hizo ver que sólo la afición era la causa de este examen. Hice notar a Dolmancé todas las dificultades de la empresa; se mantuvo firme. "Un carnero no me inspira ningún temor", dijo, "y ni siquiera tendrás la gloria de ser el más formidable entre los hombres que han perforado el ano que te ofrezco". El marqués estaba presente; nos animaba tocando, manoseando, besando lo que uno u otro sacaba a relucir. Yo tomé mi posición...
"¿Seguramente algún tipo de cebado?" insistí. "Nada de eso", dijo el marqués, "le robarás a Dolmancé la mitad de las sensaciones que espera de ti; quiere que lo partas en dos, quiere que lo partas en dos". "Bueno", dije, sumergiéndome ciegamente en el abismo, "estará satisfecho". Tal vez, mi querida hermana, pienses que me encontré con un gran problema... en absoluto; mi polla, enorme como es, desapareció, en contra de todas mis expectativas, y toqué el fondo de sus entrañas sin que el cabrón pareciera sentir nada. Traté con amabilidad a Dolmancé; el éxtasis extremo que probó, sus contorsiones y temblores, sus tentadoras declaraciones, todo esto pronto me hizo feliz a mí también, y lo inundé. Apenas me había retirado cuando Dolmancé, volviéndose hacia mí, con los cabellos revueltos y la cara roja como una bacante: "Ya ves el estado en que me has puesto, mi querido Caballero", dijo, presentando al mismo tiempo una pertinaz y dura polla, muy larga y de al menos seis pulgadas de circunferencia, "dígnate, oh amor mío, dígnate servirme como una mujer después de haber sido mi amante, y permíteme decir que en tus divinos brazos he probado todas las delicias del capricho que aprecio supremamente." Encontrando tan poca dificultad en lo uno como en lo otro, me preparé; el marqués, dejando caer sus calzones ante mis ojos, me rogó que tuviera la bondad de ser todavía un poco hombre con él mientras hacía de esposa de su amigo; y traté con él como lo había hecho con Dolmancé, que me devolvió cien veces todos los golpes con los que había maltratado a nuestro tercero; y pronto, en las profundidades de mi culo, exhaló ese licor encantado con el que, prácticamente en el mismo instante, rocié las entrañas de V***.
MADAME DE SAINT-ANGE - Habrás conocido el placer más extremo, al encontrarte así entre dos; dicen que es encantador.
LE CHEVALIER - Ángel mío, seguramente es el mejor lugar para estar; pero se diga lo que se diga de ellas, son todas extravagancias que nunca preferiría al placer de las mujeres.
MADAME DE SAINT-ANGE - Pues bien, mi caballeroso amigo, como recompensa a su conmovedora consideración, hoy voy a entregar a sus pasiones una joven virgen, una muchacha, más bella que el mismo Amor. LE CHEVALIER - ¡Cómo! ¿Con Dolmancé... traes a una mujer?
MADAME DE SAINT-ANGE - Se trata de una educación; la de una pequeña cosa que conocí el otoño pasado en el convento, mientras mi marido estaba en los baños. No pudimos lograr nada allí, no nos atrevimos a intentar nada, demasiadas miradas se fijaron en nosotros, pero nos hicimos la promesa de volver a vernos, de reunirnos lo antes posible. Ocupado en nada más que este deseo, para satisfacerlo, me he familiarizado con su familia. Su padre es un libertino, lo he cautivado. En cualquier caso, la encantadora viene, la estoy esperando; pasaremos dos días juntos... dos días deliciosos; emplearé la mayor parte del tiempo en educar a la joven. Dolmancé y yo meteremos en esta linda cabecita todos los principios del libertinaje más desenfrenado, la encenderemos con nuestro propio fuego, la alimentaremos con nuestra filosofía, la inspiraremos con nuestros deseos, y como quiero unir un poco la práctica a la teoría, como me gustan las demostraciones para estar al tanto de las disertaciones, te he destinado, querido hermano, la cosecha del mirto de Citera, y a Dolmancé irán las rosas de Sodoma. Tendré dos placeres a la vez: el de gozar yo mismo de estas lascivias criminales, y el de dar las lecciones, de inspirar fantasías a los dulces inocentes que estoy atrayendo a nuestras redes. Muy bien, Caballero, respóndame: ¿es el proyecto digno de mi imaginación?
LE CHEVALIER - No podría haber surgido en otra: es divina, hermana mía, y prometo representar a la perfección el encantador papel que me reserváis. Ah, pícaro, ¡cuánto placer vas a encontrar en la educación de esta niña; qué placer encontrarás en corromperla, en ahogar dentro de este joven corazón toda semilla de virtud y de religión plantada allí por sus tutores! En realidad, todo esto es demasiado roué para mí.
MADAME DE SAINT-ANGE - Esté seguro de que no escatimaré nada para pervertirla, degradarla, demoler en ella todas las falsas nociones éticas con las que ya han podido marearla; en dos lecciones, quiero volverla tan criminal como yo... tan impía... tan libertina, tan depravada. Notifique a Dolmancé, explíquele todo en cuanto llegue para que el veneno de sus inmoralidades, que circula en este joven espíritu junto con el veneno que yo le inyectaré, marchite en el menor tiempo posible y acalle todas las semillas de virtud que, de no ser por nosotros, podrían germinar allí.
LE CHEVALIER - Sería imposible encontrar un hombre mejor: la irreligión, la impiedad, la inhumanidad, el libertinaje brotan de los labios de Dolmancé como en tiempos pasados la unción mística caía de los del célebre arzobispo de Cambrai. Es el más profundo seductor, el más corrupto, el hombre más peligroso... Ah, querida, que tu alumna no haga más que cumplir las instrucciones de este maestro, y te garantizo que se condenará enseguida.
MADAME DE SAINT-ANGE - No debería tardar mucho, teniendo en cuenta las disposiciones que sé que posee...
LE CHEVALIER - Pero dígame, mi querida hermana, ¿no hay nada que temer de los padres? ¿No puede esta pequeña parlotear cuando vuelva a casa?
MADAME DE SAINT-ANGE - No tengas miedo. He seducido al padre... es mío. Debo confesarle que me he entregado a él para cerrarle los ojos: no sabe nada de mis designios, y nunca se atreverá a escudriñarlos... le tengo. LE CHEVALIER - ¡Sus métodos son espantosos!
MADAME DE SAINT-ANGE - Así deben ser, sino no están seguros.
LE CHEVALIER - Y dígame, por favor, ¿quién es este joven?
MADAME DE SAINT-ANGE - Se llama Eugenia, hija de un tal Mistival, uno de los personajes comerciales más ricos de la capital, de unos treinta y seis años; su madre tiene treinta y dos como mucho, y la niña quince. Mistival es tan libertino como su esposa es piadosa. En cuanto a Eugenia, querida, en vano me esforzaría por describírtela; está más allá de mis facultades descriptivas... confórmate con la certeza de que ni tú ni yo hemos visto jamás algo tan delicioso en ningún lugar.
LE CHEVALIER - Pero al menos esboza un poco si no puedes pintar el retrato, para que, sabiendo bastante bien con quién voy a tratar, pueda llenar mejor mi imaginación con el ídolo al que debo sacrificar.
MADAME DE SAINT-ANGE - Muy bien, amigo mío: su abundante pelo castaño -hay demasiado para cogerlo con la mano- desciende hasta debajo de las nalgas; su piel es de una blancura deslumbrante, su nariz más bien aguileña, sus ojos negros como el azabache y de una calidez!... Ah, amigo mío, es imposible resistirse a esos ojos... No tienes ni idea de las estupideces a las que me han llevado... ¡Si vieras las bonitas cejas que los coronan... las extraordinarias pestañas que los bordean... Una boca muy pequeña, unos dientes soberbios y, todo ello, de una frescura!... Una de sus bellezas es la manera elegante en que su hermosa cabeza está unida a sus hombros, el aire de nobleza que tiene cuando se gira... Eugenia es alta para su edad: se podría pensar que tiene diecisiete años; su figura es un modelo de elegancia y delicadeza, su garganta, su pecho delicioso... ¡Hay, en efecto, los dos pechitos más bonitos!... Apenas hay para llenar la mano, pero tan suaves... tan frescos... ¡tan blancos! Veinte veces he perdido la cabeza mientras los besaba; y si hubieras podido ver cómo cobraba vida bajo mis caricias... cómo sus dos grandes ojos me representaban todo el estado de su mente... Amigo mío, ignoro el resto. Ah, pero si debo juzgarla por lo que conozco, nunca, digo, tuvo el Olimpo una divinidad comparable a ésta... Pero la oigo... dejadnos; salid por el camino del jardín para evitar encontrarla, y llegad a tiempo a la cita.
LE CHEVALIER - El retrato que acabas de hacerme asegura mi prontitud... Ah, cielo que salgo... que te dejo, en el estado en que me encuentro... ¡Adiós!... un beso... un beso, mi querida hermana, para satisfacerme al menos hasta entonces. (Ella le besa, toca el pinchazo que se cuela en sus calzones, y el joven se marcha a toda prisa).
MADAME DE SAINT-ANGE -
Bienvenido, mi mascota, te he estado esperando con una impaciencia que aprecias plenamente si puedes leer los sentimientos que tengo en mi corazón.
EUGENIE - Oh, preciosa mía, creí que nunca llegaría, tan ansiosa estaba de encontrarme en tus brazos. Una hora antes de partir, temía que todo cambiara; mi madre se oponía rotundamente a esta deliciosa fiesta, declarando que no le convenía a una muchacha de mi edad salir sola al extranjero; pero mi padre había abusado tanto de ella anteayer, que una sola de sus miradas bastó para que Madame Mistival se calmara por completo, y todo terminó con su consentimiento a lo que mi padre me había concedido, y me precipité aquí. Tengo dos días; su carruaje y uno de sus criados deben llevarme sin falta a casa pasado mañana.
MADAME DE SAINT-ANGE - Qué corto es este período, mi querido ángel, en tan poco tiempo apenas podré expresarte todo lo que me excitas... y en verdad tenemos que hablar. Sabes, ¿no es así, que durante esta entrevista voy a iniciarte en el más secreto de los misterios de Venus; serán dos días suficientes?
EUGENIE - Ah, si no llegara a tener un conocimiento completo, me quedaría... He venido aquí para ser instruido, y no me iré hasta que esté informado...
MADAME DE SAINT-ANGE, besándola - Querido amor, ¡cuántas cosas vamos a hacer y decirnos! Pero, por cierto, ¿desea usted almorzar, mi reina? Pues la lección puede prolongarse.
EUGENIE - No tengo más necesidad, querido amigo, que escucharte; almorzamos a una legua de aquí; podré esperar hasta las ocho de la tarde sin sentir el menor hambre.
MADAME DE SAINT-ANGE - Entonces vayamos a mi tocador, donde estaremos más a gusto. Ya he hablado con los criados. Puede estar seguro de que nadie se tomará la molestia de interrumpirnos. (Entran en el tocador, cogidos del brazo).
MADAME DE SAINT-ANGE EUGENIE DOLMANCE EUGENIE, muy sorprendida de encontrar en esta habitación a un hombre que no esperaba -¡Gran Dios! Querido amigo, ¡nos han traicionado!
MADAME DE SAINT-ANGE, igualmente sorprendida - Extraño, Monsieur, encontrarle aquí. ¿No le esperaban a las cuatro?
DOLMANCE - Uno siempre apresura el advenimiento de esa felicidad que supone verla, Madame. Me encontré con Monsieur, su hermano, quien anticipó la utilidad de mi presencia en las lecciones que usted va a dar a Mademoiselle, y sabía que éste era el liceo donde se impartirían. Sin ser percibido, me introdujo en esta cámara, lejos de imaginar que usted podría desaprobarlo; y en cuanto a él, consciente de que sus demostraciones sólo serán necesarias después de las disertaciones sobre la teoría, no hará su aparición hasta más tarde.
MADAME DE SAINT-ANGE - En efecto, Dolmancé, este es un giro imprevisto...
EUGENIE - Por lo que no me engaño, mi buen amigo; es todo obra tuya... Al menos, deberías haberme consultado... en lugar de exponerme a esta vergüenza. Ciertamente perjudicará todos nuestros proyectos.
MADAME DE SAINT-ANGE -Eugenia, protesto: el responsable de esto es mi hermano, no yo. Pero no hay motivo de alarma: Conozco a Dolmancé como un hombre de lo más agradable, y posee justo el grado de comprensión filosófica que necesitamos para tu iluminación. Sólo puede ser de gran utilidad para nuestros planes. En cuanto a su discreción, estoy tan dispuesto a responder por ella como por la mía. Por lo tanto, querido corazón, familiarízate con este hombre que en todo el mundo es el mejor dotado para formarte y guiarte en la carrera de la felicidad y los placeres que deseamos saborear juntos.
EUGENIE, sonrojada - Oh, todo esto me sigue pareciendo de lo más molesto...
DOLMANCE - Vamos, mi encantadora Eugenia, ponte cómoda... La modestia es una virtud anticuada de la que tú, tan rica en encantos, deberías saber prescindir maravillosamente.
EUGENIE - Pero la decencia...
DOLMANCE - ¡Ja! Un goticismo poco defendido hoy en día. Es tan hostil a la naturaleza. (Dolmancé coge a Eugenia, la estrecha en sus brazos y la besa).
EUGENIE, forcejeando en su abrazo - Ya está bien, Monsieur... ¡En efecto, me muestra usted muy poca consideración!
MADAME DE SAINT-ANGE - Eugenia, escúchame: dejemos las dos de comportarnos como mojigatas con este encantador caballero; no lo conozco mejor que tú, pero mira cómo me entrego a él. (Le besa indecentemente en la boca.) Imítame.
EUGENIE - Oh, de muy buena gana; ¿dónde podría encontrar mejores ejemplos? (Se pone en los brazos de Dolmancé; él la besa ardientemente, con la lengua en la boca).
DOLMANCE - ¡Criatura amable y deliciosa!
MADAME DE SAINT-ANGE, besándola de la misma manera - ¿Creías, pequeña, que no me iba a tocar a mí también? (En este momento Dolmancé, abrazando primero a una y luego a la otra, le da la lengua a ambas, cada una durante un cuarto de hora, y las dos se dan la lengua entre sí y a él).
DOLMANCE - ¡Ah, tales preliminares me embriagan de deseo! Mesdames, os aseguro que aquí hace un calor extraordinario; más ligeros de ropa, podríamos conversar con una comodidad infinitamente mayor.
MADAME DE SAINT-ANGE - Tienes razón, siéntate; nos pondremos estas gasas de nuestros encantos, que sólo ocultarán los que deben ser escondidos del deseo.
EUGENIE - En efecto, querida, ¡tú me llevas a hacer cosas!
MADAME DE SAINT-ANGE, ayudándola a desvestirse - Completamente ridículo, ¿no?
EUGENIE - Lo más impropio, como mínimo, diría... ¡Mi cómo me besas!
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Bonito pecho!... una rosa que sólo ahora está floreciendo.
DOLMANCE, considerando, sin tocar, los pechos de Eugenia - Y que promete aún otros encantos... infinitamente preferibles.
MADAME DE SAINT-ANGE - ¿Infinitamente preferible?
DOLMANCE - Oh, sí, por mi honor. (Al decir esto, Dolmancé parece ansioso por hacer girar a Eugenia para inspeccionarla desde atrás).
EUGENIE - ¡No, te lo ruego!
MADAME DE SAINT-ANGE - No, Dolmancé... no quiero que veas todavía... un objeto cuya influencia sobre ti es tan grande que, una vez fijada su imagen en tu cabeza, eres incapaz después de razonar fríamente. Necesitamos tus lecciones, primero dánoslas y después el mirto que codicias será tu recompensa.
DOLMANCE - Muy bien, pero para demostrar, para dar a esta hermosa niña las primeras lecciones de libertinaje, necesitaremos la cooperación voluntaria de usted, señora, en el ejercicio que debe seguir.
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Que así sea! Muy bien, entonces, miren ustedes, estoy completamente desnuda. Haz tus disertaciones sobre mí tanto como quieras.
DOLMANCE - ¡Oh, hermoso cuerpo! Es la misma Venus, embellecida por las Gracias.
EUGENIE - ¡Oh, mi querido amigo, qué encantos! ¡Encantos! Deja que los beba con mis ojos, deja que los cubra con mis besos. (Así lo hace.)
DOLMANCE - ¡Qué excelente predisposición! Un poco menos de pasión, encantadora Eugenia, por el momento sólo se te pide un poco de atención.
EUGENIE - Continuemos, le escucho... Pero qué hermosa es... ¡tan rolliza, tan fresca!... Ah, qué encantadora es mi querida amiga. ¿No es así, Monsieur?
DOLMANCE - Hermosa, ciertamente... es maravillosa de ver; pero estoy persuadido de que no cedes ante ella en nada... Bien, ahora, mi linda alumna, o me prestas atención o ten cuidado no sea que, si no eres dócil, ejerza sobre ti los derechos que me confiere ampliamente mi título de mentor.
MADAME DE SAINT-ANGE - Oh, sí, sí, Dolmancé, la puse a tu cuidado. Debe recibir una severa reprimenda si se porta mal.
DOLMANCE - Es muy posible que no pueda limitarme a las protestas.
EUGENIE - ¡Santo cielo! Me aterrorizas... ¿qué me harías entonces, Monsieur?
DOLMANCE, tartamudeando, y besando a Eugenia en la boca - Castigos... correcciones... Bien podría responsabilizar a este bonito culito de los errores cometidos por el jefe. (Golpea a la primera a través de la bata de gasa en la que se encuentra Eugenia).
MADAME DE SAINT-ANGE - Sí, apruebo el proyecto, pero no el gesto. Comencemos nuestra lección, o el poco tiempo que se nos concede para disfrutar de Eugenia se gastará en preliminares, y la instrucción quedará incompleta.
DOLMANCE, que, mientras habla de ellos, toca una a una las partes del cuerpo de Madame de Saint-Ange -Comienzo. No diré nada de estos globos carnosos; sabes tan bien como yo, Eugenia, que se les conoce indistintamente como pechos, senos, tetas. El placer puede darles un uso provechoso: mientras se divierte, un amante los tiene continuamente ante sus ojos: los acaricia, los manipula, es más, algunos amantes hacen de ellos la sede misma de su placer y encajan su miembro entre estos montes gemelos de Venus que la mujer aprieta entonces, comprimiendo este miembro; después de un poco de manejo, ciertos hombres logran esparcir sobre ellos el delicioso bálsamo de la vida cuya efusión causa toda la felicidad de los libertinos... Pero este miembro del que nos veremos obligados a hablar incesantemente, ¿no sería conveniente, señora, dar a nuestra alumna una conferencia sobre él?
MADAME DE SAINT-ANGE - Ciertamente, eso creo.
DOLMANCE - Muy bien, señora, voy a recostarme en este sofá; colóquese cerca de mí. Entonces pondrás las manos sobre la materia y tú misma explicarás sus propiedades a nuestro joven estudiante. (Dolmancé se recuesta y Madame de Saint-Ange le hace una demostración).
MADAME DE SAINT-ANGE - Este cetro de Venus que tienes ante tus ojos, Eugenia, es el principal agente del placer del amor: se llama miembro: no hay una sola parte del cuerpo humano en la que no pueda introducirse. Siempre obediente a las pasiones de la persona que lo maneja, a veces anida allí (Toca el coño de Eugenia.), esta es la vía ordinaria, la más utilizada, pero no la más agradable; en busca de un santuario más misterioso, es a menudo aquí (Abre bien las nalgas de Eugenia e indica el ano.) que el libertino busca el disfrute: volveremos a este placer más delicioso de todos; también están la boca, los pechos, las axilas que le proporcionan otros altares en los que quemar su incienso. Y finalmente, cualquiera que sea el lugar que prefiera entre todos estos, después de unos instantes de agitación, el miembro puede ser visto para ventilar un licor blanco y viscoso, cuyo flujo sumerge al hombre en un delirio lo suficientemente intenso como para procurarle los placeres más dulces que puede esperar tener en la vida.
EUGENIE - Cuánto me gustaría ver fluir este licor.
MADAME DE SAINT-ANGE - No tengo más que hacer vibrar mi mano; ya ves cómo se irrita la cosa cuanto más la rozo y tiro de ella. Estos movimientos se conocen como polución, y en el lenguaje del libertinaje esta acción se llama frigging.
EUGENIE - ¡Oh, por favor, querido amigo, permíteme frisar este espléndido miembro!
DOLMANCE - ¡Cuidado! No podré... no se meta con ella, Madame, esta ingenuidad me tiene horriblemente erizado.
MADAME DE SAINT-ANGE - Nada bueno saldrá de esta excitación. Sé razonable, Dolmancé: una vez que fluya ese semen, la actividad de tus espíritus animales disminuirá y el calor de tus disertaciones se reducirá en consecuencia.
EUGENIE, acariciando los testículos de Dolmancé - ¡Ah, mi querido amigo, cuánto lamento que te resistas a mis deseos!... Y estas bolas, ¿cuál podría ser su propósito? ¿Cómo se llaman?
MADAME DE SAINT-ANGE - El término técnico es genitales, genitales masculinos... los testículos pertenecen al arte, los cojones son el depósito que contiene el abundante semen que acabo de mencionar y que, expulsado en la matriz de la mujer, o vientre, produce la especie humana; pero no insistiremos en estos detalles, Eugenia, pues se refieren más a la medicina que al libertinaje. Una chica guapa debería preocuparse simplemente de follar, y nunca de engendrar. No hay necesidad de tocar más extensamente lo que pertenece al aburrido negocio de la población, de ahora en adelante nos dirigiremos principalmente, es más, únicamente a esos libertinos lujuriosos cuyo espíritu no es en absoluto reproductivo.
EUGENIE - Pero, querido amigo, cuando este enorme miembro que apenas puedo agarrar con la mano, cuando este miembro penetra, como me aseguras que puede hacerlo, en un agujero tan pequeño como el de tu trasero, eso debe causar un gran dolor a la mujer.
MADAME DE SAINT-ANGE - Ya sea que esta introducción se haga por delante o por detrás, si aún no está acostumbrada, una mujer siempre sufre. La naturaleza ha querido hacernos de tal manera que sólo alcancemos la felicidad a través del dolor. Pero una vez vencido y tenido este camino, nada puede igualar el gozo que se saborea a la entrada de este miembro en nuestro culo; es un placer incontestablemente superior a cualquier sensación procurada por esta misma introducción por delante. Y, además, ¡cuántos peligros no evita así una mujer! Menos riesgos para su salud, y ninguno de embarazo. Por el momento no diré nada más sobre esta delicia; tu maestro y el mío, Eugenia, pronto le otorgarán un análisis completo, y al unir la práctica con la teoría, confío en que te convencerás, preciosa mía, de que entre todos los placeres de la alcoba, ése es el único por el que deberías tener preferencia.
DOLMANCE - Le ruego que acelere sus demostraciones, señora, porque ya no puedo contenerme; voy a descargar a pesar de mis esfuerzos, y este miembro redondo, reducido a la nada, no podrá ayudar a sus lecciones.
EUGENIE - ¡Qué! Se reduciría a la nada, querido corazón, si perdiera ese semen del que hablas... Oh, permíteme ayudarle a perderlo, para que pueda ver lo que le sucede... Y además, me daría tanto placer verlo fluir.
MADAME DE SAINT-ANGE - No, no, Dolmancé, arriba con usted. Recuerda que es el pago de tus trabajos, y que no te la entregaré hasta que la hayas merecido.
DOLMANCE - Que así sea; pero para convencer mejor a Eugenia de todo lo que vamos a relatar sobre el placer, ¿sería de algún modo perjudicial para la instrucción de Eugenia que, por ejemplo, la friccionaras delante de mí?
MADAME DE SAINT-ANGE - Pues, sin duda, no, y lo haré tanto más feliz cuanto que estoy segura de que este lúbrico episodio no hará sino enriquecer nuestras lecciones. Al sofá, mi dulce.
EUGENIE - ¡Oh, Dios mío! el delicioso nichel ¿Pero por qué todos estos espejos?
MADAME DE SAINT-ANGE - Repitiendo nuestras actitudes y posturas de mil maneras diferentes, multiplican infinitamente esos mismos placeres para las personas sentadas aquí en esta otomana. Así, todo es visible, ninguna parte del cuerpo puede permanecer oculta: todo debe ser visto; estas imágenes son otros tantos grupos dispuestos alrededor de los encadenados por el amor, otros tantos deliciosos cuadros con los que la lascivia se embriaga y que pronto la llevan a su clímax.
EUGENIE - ¡Qué maravilloso invento!
MADAME DE SAINT-ANGE - Dolmancé, desviste tú mismo a la víctima.
DOLMANCE - Eso no será difícil, ya que sólo es cuestión de quitar esta gasa para discernir al desnudo los rasgos más atractivos. (La desnuda, y sus primeras miradas se dirigen al instante a su trasero). Y así estoy a punto de ver este divino, este impagable culo del que tengo tan ardientes expectativas!... ¡Ah, por Dios! Qué plenitud de carne y qué frescura, qué elegancia impresionante!... ¡Nunca he visto una más hermosa!
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Bribón! ¡Cuán claramente sus homenajes iniciales traicionan sus gustos y placeres!
DOLMANCE - Pero, ¿puede haber algo en el mundo que iguale esto?... ¿Dónde podría el amor encontrar un altar más divino?... Eugenia... sublime Eugenia, déjame abrumar este culo tuyo con las más suaves caricias. (Lo acaricia y lo besa, transportado.)
MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Detente, libertino!... Olvidas que Eugenia me pertenece sólo a mí. Ella será tu recompensa por las lecciones que espera de ti; pero no tendrás tu recompensa antes de que ella haya recibido esas lecciones. Basta de este ardor o me harás enojar.
DOLMANCE - ¡Sinvergüenza! Son tus celos... Muy bien. Pásame el tuyo y le rendiré un homenaje similar. (Levanta el picardías de Madame de Saint-Ange y le acaricia el trasero.) ¡Ah, es precioso, mi ángel, es delicioso también! Deja que las compare... Las vería una al lado de la otra: ¡Ganímedes al lado de Venus! (Derrama besos sobre cada una.) Para tener constantemente ante mis ojos el hechizante espectáculo de tanta belleza, señora, ¿no podríais, entrelazándoos, ofrecer ininterrumpidamente a mi mirada estos encantadores culos que adoro?
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