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Fortunato es un amigable alcatraz que se ha perdido en el corazón del Amazonas. Allí conocerá a Luciano, una nutria, a Clara, un delfín rosado, y a Sofía, una mariposa. Ellos ayudarán a Fortunato a regresar al mar, su hogar. Pero para ello deberán enfrentar un peligroso encuentro con los humanos, visitar la tierra al revés donde los cocodrilos vuelan y los ocelotes son vegetarianos, y recorrer todo el Amazonas... ¿Podrán estos cuatro amigos lograr su misión?
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Seitenzahl: 32
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Primera edición digital en Panamericana Editorial Ltda., mayo de 2020
Segunda edición, mayo de 2020
Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., abril de 2015
© 2015 Gloria Beatriz Salazar de la Cuesta
© 2015 Panamericana Editorial Ltda.
Calle 12 No. 34-30. Tel.: (571) 3649000
www.panamericanaeditorial.com
Tienda virtual: www.panamericana.com.co
Bogotá, D. C., Colombia
Editor
Panamericana Editorial Ltda.
Ilustraciones
Sara Sánchez
Diagramación
Martha Cadena - CJV Publicidad y Edición de libros
Producción libro electrónico
eLibros Editorial
ISBN 978-958-30-6063-2 (impreso)
ISBN 978-958-30-6096-0 (epub)
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.
Hecho en Colombia - Printed in Colombia
El encuentro
La Isla de los Micos
El encuentro con los hombres
La selva al revés
Luciano, la nutria gigante, estaba jugando en el río Amazonas con Clara, el delfín rosado. Brincaban sobre las victorias regia que flotan en el agua como un inmenso plato, mientras Sofía, una mariposa enorme, de alas azules y refulgentes, se posaba en una orquídea para beber algo de néctar y soñar poemas de sabores que aparecían con cada movimiento de alas.
De pronto, apareció un pelícano dando tumbos en el aire, hasta que, ya sin fuerzas, se posó en el río y gritó desaforadamente:
—He perdido el rumbo, ¿dónde mares estoy?
Los tres amigos estaban asombrados por el insólito espectáculo y, como eran tan curiosos, no demoraron un instante en estar al lado del pájaro.
—¿Quién eres? —preguntaron todos al tiempo.
—¿Quién soy yo? Pues Fortunato, el pelícano.
—Nunca habíamos visto un pájaro con un pico y una bolsa tan grande —dijo Clara.
—Yo conozco todos los animales de esta selva, comenzando por el jaguar hasta la anaconda, desde la guacamaya hasta el zancudo, pero nunca uno como usted —subrayó Lu.
Fortunato ya estaba indignado y abrió su gran pico mostrando su bolsa forrada en pétalos de flores y dijo:
—Yo sé que soy un poco extraño por ser vegetariano. ¡Ah! Me fascinan las flores. Pero no me vengan a decir ustedes que no me conocen. En el mar tengo hermanos por todas partes.
El pelícano hizo una pausa, miró a sus acompañantes y continuó:
—¿Y ustedes quiénes son? Yo no conocía un mar color oro. Para mí, el mar siempre ha sido azul, tan azul que se confunde con el cielo; o verde, tan verde que se confunde con los árboles. ¿Dónde estoy? —preguntó nuevamente y continuó hablándose a sí mismo—: creo que he volado demasiados kilómetros y he llegado a otro planeta.
Entonces, Luciano le interrumpió sus pensamientos y, con voz muy ceremoniosa, empezó la presentación de sus amigos:
—Yo me llamo Luciano, soy una nutria y vivo en el Amazonas. Ellas dos son mis amigas, Clara, el delfín rosado, y Sofía, la mariposa azul.
Sofía batía lentamente sus alas para mostrar su resplandor y Clara añadió:
—Esto que usted llama un mar no es un mar —agregó con orgullo—, es el río Amazonas. ¡El río más grande del mundo!
—¡Un río! —exclamó Fortunato—. Conozco pocos ríos y todos van al mar, ¡pero nunca había visto algo tan ancho y de este color!
En ese momento, lo interrumpió Luciano y le preguntó:
—¿Qué es el mar?
—El mar… —suspiró Fortunato y continuó con voz misteriosa y nostálgica—... el mar es una inmensidad de agua que cubre casi todo el planeta Tierra. En él, los ríos van a morir. Él es mi mundo. Allí nado, vuelo y también duermo. El mar es el espejo del cielo, aunque algunas veces me parece que el cielo es el espejo del mar —y con un gran suspiro llenó sus alas de tristeza por estar tan lejos de su casa.
—Yo no sabía que todos los ríos iban al mar —dijo Luciano.
—Yo tampoco —agregó Sofía.