Fruto del escándalo - Heidi Rice - E-Book

Fruto del escándalo E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

¡Él es el multimillonario al que debe resistirse… y al que está irremediablemente unida! Lukas Blackstone, el magnate de los hoteles, se quedó perplejo al enterarse de que tenía un sobrino huérfano, y se sintió furioso al darse cuenta de la química que tenía con Bronte, la tutora de su sobrino. A pesar de la fuerte atracción, Lukas supo que debía mantenerse alejado de ella. Había aprendido a la fuerza que no estaba hecho para formar una familia. Pero, cuando la llama de la pasión se encendió, sus consecuencias iban a unirlos para siempre…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Heidi Rice

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fruto del escándalo, n.º 2699 - mayo 2019

Título original: Bound by Their Scandalous Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-827-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LUKAS Blackstone odiaba las multitudes, pero odiaba mucho más las habitaciones oscuras. Aquella noche iba a tener que enfrentarse a ambas a la vez. Sintió cómo le corría un chorro de humillante sudor por la frente y se la limpió con impaciencia con la manga de la chaqueta del esmoquin. Más que un esmoquin, tenía la sensación de llevar puesta una chaqueta de fuerza que le oprimía el pecho, cortándole la respiración. El miedo irracional hacía que se le encogiese el estómago.

Miró hacia los invitados VIP que se arremolinaban debajo de él, en el salón art déco de Blackstone’s Manhattan, el buque insignia de sus hoteles, situado en Central Park West.

Había estrellas de Hollywood, empresarios, leyendas del rock, magnates de los medios de comunicación; brillaban joyas de valor incalculable y el champán corría junto al bufé lleno de delicatessen preparadas por un chef galardonado. Una orquesta con treinta músicos tocaba las últimas notas de un vals vienés. El Baile de Luna Llena del Backstone’s era el evento más importante de la temporada, pero a Lukas le ocurría todo lo contrario que a su hermano gemelo, Alexei, siempre le había parecido un hervidero de gente dispuesto a tragárselo vivo.

«No te preocupes, hermanito. Sé que no quieres bailar en la oscuridad con una de esas chicas, lo entiendo, pero después no me vengas llorando cuando yo triunfe y tú, no».

Escuchó la voz de su hermano, petulante e irreverente, con aquel encanto que había hecho a Alexei irresistible para las mujeres, y sintió que el estómago se le encogía todavía más.

Se metió los puños en los bolsillos de los pantalones y dejó que la tristeza lo invadiera mientras seguía con la mirada clavada en la pista de baile. Una empalagosa nube de perfumes caros y colonias subió hasta el entresuelo en el que estaba él, lejos de las miradas curiosas.

–Señor Blackstone, el señor Garvey quiere saber si ha elegido ya su pareja para el vals.

Lukas se giró y vio a uno de los subalternos de su jefe de relaciones públicas, Dex Garvey. Se miró el reloj. Eran las doce menos diez. «Maldita sea».

Apartó la sombra de los recuerdos de su mente. Tenía que aparecer en el salón de baile a medianoche, momento en el que se atenuaría la iluminación, y pedir a una mujer que bailase con él, creando así un espectáculo para la prensa que tenía lugar desde los años veinte.

Era una tradición que había empezado su bisabuelo, un peligroso contrabandista ruso que había utilizado aquel Baile de Luna Llena como un modo brutal de acercarse a inocentes muchachas de la alta sociedad neoyorkina.

Por desgracia, Dex Garvey pensaba que Lukas podía seguir haciendo aquello.

–Dile a Garvey que eso no es asunto suyo –replicó.

El subalterno entendió la indirecta y desapareció.

Molesto con la idea de tener que dar un espectáculo público, recorrió la pista de baile con la mirada en busca de una candidata apropiada. Ya habían anunciado el momento del Vals Oscuro y las mujeres que cumplían los requisitos se habían reunido en el centro de la pista.

Lukas ignoró a las herederas de algunas de las mejores familias de Europa y América. Sabía que Garvey las había invitado con la esperanza de que escogiese a alguna y de que se corriese la voz de que buscaba esposa, ya que Blackstone’s iba a abrir su primer complejo hotelero de lujo para familias en las Maldivas.

La entrada en el mercado familiar era una decisión comercial importante y una oportunidad para consolidarse como marca de lujo en todos los sectores de la industria hotelera del mundo, pero Lukas no tenía la intención de formar una familia solo para hacerle publicidad.

Salió de su refugio y bajó las escaleras con el estómago encogido, consciente de que una marea de mujeres ansiosas lo observaba. Se escucharon las primeras notas del vals y Lukas sintió un zumbido en los oídos. Entonces, vio a una joven que parecía estar sola.

Al contrario que las demás, que daban muestras de nerviosismo, aquella parecía frágil y su gesto era de cautela.

Sintió atracción por ella. Era esbelta y llevaba un vestido verde de satén, de corte clásico y mucho más sencillo que el resto de vestidos de diseño de las demás. Tenía la piel clara, color marfil, y una melena de salvajes rizos rojizos que llevaba recogida de manera caótica y que Lukas deseó liberar.

Las luces se atenuaron y la piel de la joven brilló bajo la luz de la luna mientras él se acercaba lo suficiente como para estudiar sus facciones. No tardó en reconocerla.

Era Darcy O’Hara, la chica que había intentado chantajear a Alexei cuatro años atrás, poco antes de su muerte. ¿Qué demonios estaría haciendo en Nueva York?

Lukas quiso retroceder, invadido por la ira y el dolor, pero supo que no podía cambiar de dirección ni detener sus pasos. Una lluvia de flashes lo salpicó y el resto de mujeres empezó a disgregarse porque era evidente que él se había centrado en aquella.

La tensión desapareció de repente, activando una reacción en cadena por todo su cuerpo, el instinto depredador era como una droga.

Ella se puso tensa, lo miró a los ojos y tembló como una gacela que acabase de sentir la presencia de una pantera.

Pero no se movió de donde estaba.

Aquello le habría dado puntos si Lukas se hubiese creído aquella imagen frágil y asustada. Su sed de venganza era más fuerte que aquel miedo que lo había perseguido desde la niñez en cuanto caía la oscuridad. La única iluminación eran los rayos de luna llena que entraban por el tragaluz del techo. El temor se vio reemplazado por la ira y por una inexplicable punzada de deseo.

«Tenías que haber salido corriendo, Darcy, porque no te va a gustar lo que va a ocurrir a continuación».

La agarró con fuerza por la delgada muñeca y puso un brazo alrededor de su esbelta cintura para acercarla a él.

Sin pedirle permiso, la hizo girar al mismo tiempo que comenzaba la música y después la atrapó contra su cuerpo. Ella arqueó la espalda, sobrecogida, y Lukas sintió su respiración acelerada y la suavidad de la piel de su espalda.

La sujetó insultantemente cerca de su cuerpo y la obligó a seguir su ritmo.

No le importó tratarla como a una fulana porque lo era.

Darcy O’Hara iba a pagar por las mentiras que le había contado a Alexei y por haberse colado en aquella fiesta. Cuando terminase el baile, todos los paparazzi de Manhattan sabrían que era una manipuladora y una interesada, él mismo se lo demostraría al mundo entero.

–Señor Blackstone… –balbució ella casi sin aliento–. Me está haciendo daño.

Él redujo la presión, pero solo lo suficiente para no lastimarla. Al fin y al cabo, el monstruo allí no era él, sino ella.

–Llámame Lukas –espetó, pensando en Alexei.

Su hermano había sido irresponsable e impulsivo, y se había dejado engañar por un rostro bonito.

 

 

Bronte O’Hara se sintió aturdida y asustada cuando Lukas Blackstone la agarró con fuerza por la cintura.

Intentó entender lo que acaba de ocurrir mientras su cuerpo ardía al entrar en contacto con aquel hombre al que no había visto nunca antes y contuvo las ganas de protestar.

Sintió que se le cortaba la respiración bajo aquel vestido demasiado ajustado que se había comprado el día anterior para poder colarse en aquel baile y conocer al hombre que podía ser la única esperanza de su sobrino. Sabía que Lukas Blackstone era un cretino por cómo había tratado a Darcy cuatro años antes. No obstante, había decidido pedirle ayuda y se había preparado para recibir su atención, pero no había esperado aquello.

La fuerza de su mano en la espalda hizo que le ardiese la piel; el olor a enebro y a pino de su colonia la aturdió.

Se sintió atrapada, controlada, completamente a su merced. Era la primera vez en su vida que bailaba un vals, pero la seguridad con la que se movía él hacía imposible que se equivocase, sus pies casi no tocaban el suelo.

La luz de la luna hacía que se sintiese como en un sueño, un terrible sueño erótico que le impedía pensar con claridad.

Odiaba a aquel hombre, por todo lo que era y representaba, y por todo lo que le había hecho a Darcy y había intentado hacerle a Nico. Cuatro años antes, había intentado sobornar a su hermana para que no tuviese aquel hijo de Alexei.

Pero ¿por qué se sentía tan viva entre sus brazos? Se sentía completamente expuesta, desnuda y deseosa de sentir contra su piel aquel cuerpo fuerte y musculoso, de aspirar aquel olor embriagador.

Después de lo que a ella le pareció una eternidad, pero que debió de ser solo unos minutos, el violín y el chelo se callaron, el flautín y la flauta se quedaron en silencio y ellos dejaron de bailar.

Bronte oyó su propia respiración acelerada. Se tambaleó cuando él la soltó y entonces notó que volvía a agarrarla del brazo.

La sala estalló en un aplauso a su alrededor. Él juró entre dientes y volvió a agarrarla, pero en esa ocasión fue para besarla en la boca. Su lengua la buscó y ella separó instintivamente los labios.

Notó sus dedos en el pelo y sintió calor por todo el cuerpo.

Abrumada, fue incapaz de controlar su respuesta desesperada al beso. Una parte de su cerebro sabía que aquello era un castigo, sentía el desprecio de aquel hombre, pero fue incapaz de resistirse al deseo que sentía por él.

Aturdida por el placer, se dio cuenta de que la sala volvía a iluminarse. Y entonces él se apartó. Ya nadie aplaudía, solo se oían murmullos.

Bronte pudo ver bien, por fin, el rostro que la había acechado durante tres años, pero se dio cuenta de que no se parecía en nada a las fotografías que había visto de su hermano. Su gemelo idéntico. Sus ojos negros brillaban con intensidad y desdén. Tenía una cicatriz en la parte izquierda del rostro que, según había leído, se había hecho de niño, pero eso no impedía que tuviese unas facciones perfectamente simétricas.

Ella se llevó la mano a los labios y vio, como en trance, cómo se movían sus sensuales labios.

–Veo que sigues siendo la misma golfa que sedujo a mi hermano –le dijo Lukas en voz tan baja que casi no pudo oírla.

Sus palabras la hicieron volver a la realidad.

–El golfo fue tu hermano, no Darcy –gritó ella.

Unas manos fuertes la agarraron por detrás. Ella se retorció para zafarse del guardia de seguridad.

–Sácala de aquí y entrégala a la policía –ordenó Blackstone.

Ella lo golpeó con fuerza en la mandíbula, pero él casi no se inmutó, lo vio darse la media vuelta y alejarse.

–¡Espera, espera! –le gritó mientras el guardia la hacía retroceder.

Pero Blackstone ni siquiera miró atrás.

Y Bronte pensó en Nico y se preguntó por qué había hecho aquello.

Su propia impulsividad la horrorizó.

Se había gastado el dinero que tenía ahorrado y había empleado mucho tiempo para intentar contactar con aquel hombre. Había utilizado la poca ingenuidad y valentía que le quedaban para organizar aquel encuentro. Y lo había estropeado todo en cuestión de minutos por culpa de un baile y un apasionado beso.

La desesperación que la perseguía desde hacía semanas, meses, desde que habían diagnosticado a su sobrino de un cáncer de sangre poco común, estuvo a punto de capturarla de nuevo mientras el guardia de seguridad la sacaba de allí.

La iban a detener, la iban a echar de EE.UU. Lukas Blackstone pediría una orden de alejamiento contra ella y Nico se quedaría sin nadie. Y sin esperanza.

Hizo un último esfuerzo y le dio una patada en la espinilla al guardia de seguridad, que la soltó mientras juraba entre dientes. Ella echó a correr hacia Blackstone ante las cámaras de los paparazzi. Este iba hacia las escaleras por las que había bajado unos minutos antes, con la evidente intención de desaparecer tan precipitadamente como había aparecido.

Lo agarró de la manga y tiró todo lo fuerte que pudo. Él se giró, todavía tenía la marca del golpe que le había dado en la mandíbula.

–Yo no soy Darcy, sino su hermana. Darcy está muerta. Murió hace tres años. Pero necesito hablar con usted acerca de su hijo. Nico también es hijo de Alexei. Yo… ¡Ah!

El guardia de seguridad la volvió a agarrar por la cintura, todavía con más fuerza, pero Blackstone levantó una mano.

–Suéltala.

Y el guardia obedeció. Ella se tambaleó, pero Blackstone la agarró para que no se cayese.

–¿Qué es lo que has dicho? –le preguntó.

 

 

«Es mentira».

Lukas intentó recuperar el control de la situación, control que había perdido nada más clavar la vista en los ojos de aquella mujer, pero al agarrarla del brazo y ver angustia y rebeldía en sus ojos color esmeralda, la nariz salpicada de pecas, los labios generosos enrojecidos después del beso, se dio cuenta de algo que hizo que lo perdiese de nuevo.

Aquella chica no era la que había hecho que su hermano perdiese la cabeza cuatro años antes. La forma de su cara era diferente, no era tan alta y no tenía la malicia de Darcy O’Hara.

Aquello hizo que su ira se aplacase un poco.

Se habría odiado a sí mismo por responder así ante Darcy. Si esta estaba realmente muerta, no lo sentía lo más mínimo. Aquella chica, la hermana de Darcy, acababa de esgrimir la misma mentira que Darcy había intentado utilizar para obtener dinero de Alexei cuatro años antes.

Así que aquella atracción tampoco era buena.

No debía haberla tocado, mucho menos haberla besado, pero el deseo de darle una lección se había mezclado con una indeseada atracción que había hecho que se rindiese a ella según había ido avanzando la canción. Así que no había podido evitar besarla.

Aquello no le gustaba. Él siempre se controlaba, no como su hermano. Había aprendido de pequeño que la impulsividad y el deseo eran debilidades muy peligrosas, pero nunca había sentido que lo ponían a prueba hasta cinco minutos antes. Debería pensar en todo aquello detenidamente cuando hubiese terminado con ella, porque no pretendía que le volviese a ocurrir.

–Por favor, tiene que escucharme –le rogó ella, aunque seguía desafiándolo con la mirada.

Lukas sintió admiración. Tal vez fuese tan interesada como su hermana, pero no era tan buena actriz y era evidente que sentía antipatía por él.

–No tengo por qué –le contestó sin soltarla del brazo.

En su lugar, avanzó hacia las escaleras, llevándosela con él.

–Señor Blackstone, la policía viene de camino –le informó Jack Tanner, su jefe de seguridad, que parecía incómodo.

Y tenía motivos para estarlo.

–Averigua cómo ha conseguido entrar –le espetó él–. Quiero un informe completo encima de mi mesa dentro de una hora.

–Sí, señor –respondió Tanner–. ¿Quiere que nos ocupemos de ella?

Desde lo alto de las escaleras, Lukas vio cómo los paparazzi seguían haciéndoles fotografías y cómo todos los invitados los miraban. Aquel pequeño incidente estaría en toda la prensa a la mañana siguiente y en esos momentos ya debía de ocupar numerosas páginas web. La culpa era suya por haber escogido a aquella chica para bailar, pero ella había puesto la guinda al pastel asegurando que Alexei había tenido un hijo.

Volvió a sentirse furioso. Se aseguraría de que aquella mujer lo pagase caro.

Además, iba a demostrarle que ya no era tan fácil de manipular como cuatro años antes, cuando había dado cincuenta mil dólares para evitarle a Alexei la vergüenza de hablar en público de un embarazo del que no era responsable.

Pero Alexei ya no estaba allí, había fallecido en un accidente de tráfico causado por la cocaína y el champán que había consumido para intentar olvidarse de las mentiras de Darcy O’Hara, así que Lukas no iba a pagar ni un céntimo más. No obstante, tenía que darle una lección a aquella chica.

No iba a dejarla en manos de la policía ni de nadie más. Se iba a encargar él. Iba a hacerlo por Alexei.

–Deseo hablar con ella en privado –le dijo a Tanner–. Mantén ocupada a la policía hasta entonces. Y deshazte de la prensa.

Ya hablaría con Garvey al día siguiente para que emitiese un comunicado de prensa para acallar los rumores que surgiesen esa noche.

Sintió que la chica temblaba, probablemente de alivio, y sintió satisfacción mientras la llevaba hacia su despacho. Ella pensaba que había conseguido su objetivo, y él iba a disfrutar demostrándole lo contrario.

Entró en el despacho con ella a rastras y, una vez allí, la soltó. La vio tambalearse en el centro de la habitación mientras él cerraba la puerta con llave.

Lukas se metió las manos en los bolsillos, enfadado porque no había conseguido dejar de sentir calor desde que la había besado.

Ella se abrazó y lo miró. Y Lukas se fijó por primera vez en que tenía ojeras.

Intentó no sentir pena por ella.

Tal vez fuese todavía mejor actriz que su hermana. La miró de arriba abajo y se dio cuenta de que el vestido, bien visto, no era tan bonito, de hecho, ni siquiera parecía ser su talla y le apretaba los pechos de manera indecente. Lukas no pudo evitar clavar la vista en la marca que dejaban en él sus pezones, pero la apartó inmediatamente, antes de que se le cortase la respiración.

Había perdido los zapatos de tacón al forcejear con el guardia de seguridad y llevaba las uñas de los pies sin pintar.

Lukas examinó su rostro. No llevaba joyas y casi no iba maquillada. Su piel era clara y suave como la de un niño. Se preguntó cuántos años tendría. Parecía una adolescente disfrazada, debía de tener, como mucho, dieciocho o diecinueve años.

–Habla –le dijo en tono brusco–. Tienes cinco minutos para explicarme cuánto piensas que vale la noticia de que Alexei tiene un hijo antes de que te entregue a la policía.

 

 

–¿Qué? –preguntó Bronte sorprendida, confundida.

–Ya me has oído. ¿Cuánto quieres?

Ella no lo entendió.

Se preguntó cómo podía ser tan arrogante y cruel. Acababa de contarle que su hermano gemelo había tenido un hijo y a él solo parecía importarle el dinero… y humillarla.

La había tratado con un rotundo desprecio desde que había puesto los ojos en ella. La había devorado delante de cientos de personas, le había dicho las cosas más infames acerca de una mujer que no podía defenderse, y en esos momentos la estaba acusando de querer chantajearlo.

Bronte se mordió el labio con tanta fuerza que notó el sabor a sangre. Y se contuvo para no gritarle.

«No vuelvas a pegarle, Bronte. Necesitas su ayuda. Nico necesita su ayuda».

Apretó los puños e intentó pensar en Mahatma Gandhi, cosa nada sencilla cuando sentía todo lo contrario.

Por desgracia, allí el poder lo tenía Lukas Blackstone. No solo en lo relativo al dinero y los contactos, sino también en aquella habitación. Era mucho más alto que ella y muy corpulento. Su aspecto era imponente y parecía furioso. Como un león en su guarida, que podía devorarla de un solo bocado y después olvidarse de ella.

–No quiero su dinero –le contestó.