Fuego - Gonzalo Notta - E-Book

Fuego E-Book

Gonzalo Notta

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Beschreibung

Nada los obliga… Solo el dolor de los demás Un incendio de grandes dimensiones en una fría noche de invierno en la ciudad de San Francisco deja como saldo a una mujer fallecida y muchas dudas a Dante Rossi, el bombero a cargo del operativo. Con el correr de los días, las dudas van en aumento y, ante el dudoso cerramiento de la causa, Dante Rossi intentará embarcarse en una investigación del caso para ayudar a la hermana de la mujer fallecida a descubrir la verdad e impedir que esa muerte quede en el olvido. Pero esto lo llevará por caminos oscuros donde su vida correrá peligro. Deberá enfrentarse a personas muy poderosas en el camino, pero él seguirá adelante en busca de la verdad y con el objetivo de ayudar al prójimo. ¿Podrá Dante resolver el misterio y no morir en el intento? En su primera novela, el autor intenta mostrar el detrás de escena de una vocación tan noble y desinteresada como lo es el bombero voluntario. A su vez atrapar al lector con una trama policial fresca, con muchos vaivenes en el desarrollo de la historia y el toque justo de misterio.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Notta, Gonzalo Andrés

Fuego : el misterio de las llamas / Gonzalo Andrés Notta. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

200 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-392-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Policiales. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Notta, Gonzalo Andrés

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Fuego

El misterio de las llamas

1

El martes 4 de agosto de 2020 fue como cualquier otro martes o, mejor dicho, como cualquier otro día de semana. Dante Rossi se despertó quince minutos después de las seis de la mañana con el sonido estrepitoso que emitía su despertador, pero se quedó en la cama unos minutos más hasta que la alarma volvió a sonar. Dante sufría de insomnio por las noches, en ese momento, por lo que le costaba mucho conciliar el sueño, pero cuando al fin lograba hacerlo, se dormía tan profundamente que luego le resultaba difícil despertarse. Al abrir los ojos y estirar sus brazos pudo comprobar con gran horror lo grande que le quedaba la cama, era inmensa para él solo. Desde que se había ido su mujer no había logrado acostumbrarse a la soledad, no le gustaba esa situación y no le encontraba sentido a los días. Los silencios lo deprimían y las noches le regalaban un insomnio insoportable. Y es que después de haber estado en pareja por casi diez años con Sandra y ocho años conviviendo juntos en esa casa, ella decidió irse, así nomás, de un día para el otro, a los brazos de otro hombre.

Dante a veces le echa la culpa a su actividad tan demandante, a su vocación de bombero. A Sandra, como a cualquier mujer, seguramente no le gustó estar en segundo lugar. Quedarse sola por las noches cuando él estaba de guardia o las incontables veces que lo esperaba para cenar y él no llegaba. Ella al principio lo entendía, de hecho, cuando lo conoció él ya era bombero y seguramente esa fue una de las causas por las que se enamoró de él: verlo llegar con el mameluco anaranjado de algún siniestro o verlo desfilar con el traje azul de gala o también cuando lo veía manejar algún camión autobomba. Pero ese deslumbramiento que sintió en un principio de a poco se fue apagando a causa de las desilusiones y los desplantes que él le proporcionaba día a día.

Ella estaba insatisfecha últimamente, no era feliz con la vida que llevaban y Dante no se daba cuenta. La relación había entrado en una rutina odiosa. Ya no salían a ningún lado juntos, como a cenar en algún restaurante, pasear por el centro de la ciudad o ir al cine a ver alguna película… cosas que les encantaba hacer apenas se conocieron. Ya no se hacían regalos, ni para cumpleaños, aniversarios o día de los enamorados. No se decían cosas lindas, ni “te quiero”, “te amo” o “te extraño”; daban por sentado que la otra persona debía saber lo que sentían el uno por el otro. Hacían el amor una vez al mes aproximadamente y por necesidad más que por placer y siempre en la misma posición. Cuando terminaban, él iba al baño y al regresar, ella ya dormía. Era como si el tiempo que estuvieron juntos hubiese aniquilado por completo el deseo, las ganas y la magia que uno siente cuando está enamorado.

Dante recuerda con exactitud cada momento, cada palabra y cada silencio de ese viernes en que Sandra decidió irse. Estuvieron discutiendo a la tarde por una pavada, como solían hacer últimamente. En medio de la discusión sonó la alarma en el handy de Dante y él se fue de inmediato al cuartel, y la dejó sola y enojada. Al regresar a casa dos horas más tarde, la encontró en el living con dos valijas preparadas y le dijo que se iba. No hubo nada que la convenciera para que se quedara, de hecho, luego de que Dante insistiera en querer retenerla, ella terminó confesándole que había conocido a otro hombre y que quería intentar algo con él; un compañero de trabajo. Esa confesión le rompió el corazón por completo. Dante no se lo esperaba y le costó mucho aceptarlo, pero fue un golpe absolutamente necesario.

A pesar del paso del tiempo, Dante no lograba olvidarla. A diario su mente se remontaba al pasado donde habían sido felices. Le encantaba recordar su sonrisa al mirarla o los besos que ella le daba por las mañanas al intentar despertarlo. O esos desayunos improvisados en la cama los días domingos. Todavía le parecía sentir el perfume de Sandra impregnado en las sábanas, aunque ya las había lavado decenas de veces. Esos recuerdos se le clavaban como lanzas en el pecho, eran tan hermosos como lastimosos.

Dante salió con pereza de la cama y fue hasta el baño, tambaleándose y chocando su cuerpo contra las paredes del pasillo. Arrastraba sus pies como si le costara dar cada paso y bostezaba de manera exagerada. Iba a darse una ducha bien caliente que lo terminara de despertar y lo hiciera entrar en calor. No tenía calefacción en la casa y ese invierno se presentaba muy frío. Se paró delante del espejo mientras cepillaba sus dientes y no le gustó lo que vio. El espejo le devolvía la imagen de un hombre pálido, con ojeras exageradas y con una delgadez llamativa. Los huesos de sus costillas comenzaban a marcarse cada vez más sobre su piel. Había perdido al menos ocho kilogramos en las últimas semanas. Ya no quiso mirarse, terminó de quitarse la ropa y se metió debajo de la ducha.

Al salir, se vistió con una camisa clara, corbata oscura y pantalón de vestir, como habitualmente lo hacía para ir a su trabajo. Lustró sus zapatos negros con esa paciencia llamativa que lo caracterizaba y peinó su cabello hacia atrás con abundante fijador. Se dirigió a la cocina, calentó agua en la pava y se sentó en el sillón del living a tomar unos mates con bizcochos, que habían quedado sobre la mesa la noche anterior. Otra vez ese silencio inaguantable se apoderaba de su vida y los fantasmas del pasado salían a provocarlo.

Aunque Dante no sabe bien describir la clase de sentimientos que tenía hacia Sandra en ese momento, puede decir con total certeza que había llegado a amarla como a ninguna otra mujer. La amaba y la extrañaba mucho, pero también había llegado a odiarla. Quería estar con ella, pero no con la persona que se había ido hace apenas unas semanas, sino con la mujer que había conocido una década atrás y de la que se había enamorado perdidamente. El próximo año pensaban casarse. Él se lo propuso una noche mientras se desarrollaban los actos por el Día del Bombero, como no podía ser de otra manera. A Dante debían darle un reconocimiento esa noche y una medalla, entonces hicieron pasar a su novia para que se la entregara frente a un salón lleno de gente. Dante recibió las condecoraciones de parte de ella y tomó la palabra. Metió su mano en el bolsillo y extrajo de allí una cajita que contenía un anillo de compromiso. Se arrodilló, abrió la cajita y ante la mirada y la emoción de los presentes le pidió casamiento.

Hablaron muchas veces de tener hijos también, no querían esperar mucho tiempo más. Sentían que era un buen momento para hacerlo ya que tenían una mezcla justa de experiencia y juventud, estaban bien económicamente, ambos, con trabajo y casa donde vivir. Pero las cosas se salieron de control y esa vida armada y diseñada se derrumbó por completo delante de sus ojos.

Dante observó su reloj con detenimiento ya que se encontraba en la penumbra de su living, iluminado únicamente con la claridad de la mañana que comenzaba a gestarse y que entraba tímidamente por la ventana. Faltaban veinte minutos para las ocho, sus pensamientos se habían estirado en el tiempo. Por lo tanto tomó el último mate a las apuradas y se quemó la lengua y la garganta. Acto seguido, salió volando hacia el trabajo.

Dante trabajaba en la sucursal del Banco Nación de San Francisco, en el área de finanzas, de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Eso le permitía estar de guardia como bombero desde la hora de salida hasta el día siguiente en que volvía a entrar a trabajar. En el cuartel había una excelente organización en cuanto a los horarios. Contaban con tres guardias bien definidas que se les asignaban a los integrantes del plantel de acuerdo a las responsabilidades personales que tenía cada uno. Se armaban tres grupos de personas divididas en mañana, tarde y noche. De esa manera se aseguraban de tener todo el día cubierto y ante un posible siniestro habría siempre gente disponible para afrontarlo. Dante estaba disponible siempre para el turno de la noche, aunque, generalmente, al salir del banco ya se ponía a disposición del cuartel para cubrir dicha guardia. Además de amar lo que hacía, prefería estar ocupado y no quedarse solo en su casa pensando en Sandra y tratando de hallar los motivos por los cuales ella se había ido. Aunque sabía que era ridículo hacer eso, cada vez que se encontraba solo en su casa no encontraba nada mejor que hacer que pensar en ella.

2

Cristina Castillo conduce su auto en dirección a la casa que tienen en barrio El Prado y que usan generalmente los fines de semana para descansar y alejarse un poco de las obligaciones diarias. Es martes, pero ella lo había organizado así: si las cosas se complicaban, se iría a pasar la noche allí.

Se detiene en un semáforo con luz roja y observa su reloj. Apenas pasan unos minutos de la medianoche. Pone algo de música mientras espera. Piensa en lo ocurrido hace unos minutos y se siente bien con la decisión que tomó. Todavía no puede creer todo lo que acaba de enterarse. La luz verde la hace reaccionar de su meditación y avanza a toda prisa por la calle Primeros Colonizadores. Quiere llegar cuanto antes para acostarse, no se siente muy bien y le da miedo andar sola por la calle, sobre todo al transitar ese trayecto de dos kilómetros desde la salida de la ciudad hasta el barrio en donde se encuentra la vivienda. La noche se presenta muy fría y tranquila. Las calles están desiertas, no cruza a nadie en el camino. Es el invierno más frío en muchos años y, según el noticiero, se extenderá hasta los primeros días de septiembre.

Llega a la casa. Desde el auto aprieta el botón del control remoto que activa el portón levadizo y cuando la altura de este se lo permite, ingresa el vehículo a la cochera. Baja del auto una vez cerrado el portón y se dirige al quincho que se encuentra a continuación y que tiene conexión con la cocina principal de la casa. Esa es la forma más segura de ingresar a la vivienda. Mientras camina por el piso de parqué del quincho, se oye, en medio del silencio, el sonido agudo de los tacos de sus zapatos cuando chocan con la madera lustrada. Desde allí puede observar, por el enorme ventanal vidriado, su hermoso jardín iluminado y la piscina de grandes dimensiones que se encuentra vacía. Ingresa a la cocina y enciende la calefacción. Se quita su abrigo y se prepara un té con limón; siente que está a punto de enfermarse. Del cajón de las medicinas extrae un tranquilizante.

La discusión con su marido se había ido de las manos y las cosas habían terminado muy mal. Mientras camina hacia la habitación, decide llamar a su hermana, que probablemente estaba preocupada. A pesar de sentir miedo, se muestra tranquila mientras habla con Mariela. «Pronto las cosas se irán mejorando», piensa. Se saca la ropa que traía puesta y se coloca un pijama calentito. Le da dos sorbos al té y se mete debajo del acolchado. «¡Cómo quisiera no haber terminado tan mal con Luciano y poder tenerlo en ese momento en la cama!, al menos para recibir calor». Mientras piensa eso esboza una sonrisa. Apaga la luz, cierra los ojos y se propone tratar de dormir y olvidarse por unas horas de todo lo que está sucediendo.

3

Ese martes 4 de agosto fue muy tranquilo en el cuartel, por desgracia. Y ese lamento no se debe a que los bomberos quisieran tener trabajo y desearan que a algún ciudadano le ocurriera algo desagradable, simplemente es porque cada vez que se presentaba una jornada muy tranquila, seguramente al final del día ocurriría algo terrible. A veces es preferible que surjan algunas pequeñas salidas en el día, ya sea para apagar pastizales o algún siniestro de poca monta. Todos sabían eso en el cuartel, era como una especie de leyenda maliciosa a la cual no le encontraban explicación, solo se preparaban porque sabían que en algún momento, antes de que terminara el último turno de la guardia, vendría la catástrofe.

Esa noche, Dante se quedó en el cuartel junto a un grupo de bomberos a esperar esa salida. Habían cenado todos juntos unos ravioles a la boloñesa hechos por Marcelo, el cocinero del grupo. Esa comida fue una inyección de energía para esa noche tan fría. Cuando terminaron de cenar y limpiar todo, algunos se pusieron a jugar a las cartas y otros a mirar televisión, y aunque con el correr de los minutos se dormían en la silla, se encontraban firmes, esperando a que sonara el teléfono.

La leyenda esta vez se cumplió a las dos de la madrugada. Un llamado telefónico los alertó de un incendio en una vivienda en barrio El Prado, a unos dos kilómetros a las afueras de la ciudad. Corrieron al vestuario a toda prisa, se colocaron la parte de arriba de su traje estructural, ya que la de abajo la llevaban puesta por precaución y para ganar tiempo, y en menos de veinte segundos ya estaban arriba del camión que se encontraba en marcha, preparados para salir. Ese es el tiempo que habitualmente emplean los bomberos para cambiarse, utilizan cada segundo de la mejor manera, pues saben lo valioso que son en ese momento.

Dante manejaba y lo acompañaban otros cinco compañeros: dos con la misma antigüedad que él y tres recién jurados. En cada salida que tienen que afrontar, debe haber siempre un oficial o alguien de cierto rango que será el encargado de tomar las decisiones correspondientes. También, acompañando, deben ir uno o dos bomberos con cierta jerarquía, como suboficial, sargento o cabo, quienes cuentan con el conocimiento y la experiencia necesaria para afrontar esas situaciones. Y, por último, algunos dragoneantes o bomberos rasos, que es la menor categoría dentro del cuerpo activo. Ellos llevan poco tiempo como bomberos, por lo tanto son utilizados en las distintas salidas para colaborar en las tareas y a la vez seguir adquiriendo experiencia. Además, ellos esperan con ansias ese momento y están siempre dispuestos a salir a un siniestro. Es como un premio que tienen después de haberse preparado y estudiado tanto.

En ese momento, Dante era oficial principal y estaba a cargo de ese siniestro. Agarró a toda velocidad por avenida Garibaldi, desde el cuartel hasta la ruta que se encuentra a unas diez cuadras; mientras, se comunicaba por handy con el cuartelero. Víctor era el bombero que había recibido la llamada y que le iba pasando información precisa de las calles y de la situación, desde la guardia del cuartel. Tomaron la desértica y tranquila ruta para hacer dos kilómetros más hasta la intersección con la calle Primeros Colonizadores, que los llevaría al barrio El Prado. El velocímetro del camión superaba los setenta kilómetros por hora y la sirena se oía estrepitosa en la fría madrugada. Muchas veces se le escuchó decir a Dante que el sonido de la sirena le producía escalofríos, una mezcla de poder y adrenalina que le erizaba la piel. No cree que exista alguna otra cosa en la vida que le produzca esa extraña y hermosa sensación.

Mientras ingresaban al barrio, podían observar la gran nube de humo que salía de entre las casas. El Prado es uno de los barrios más lindos y pintorescos de la ciudad de San Francisco. Allí abundan los árboles y los espacios verdes. Todas las calles del barrio tienen nombres de árboles y la carencia de asfalto y edificios lo convierte en un lugar muy natural. El Prado comenzó siendo un sitio donde los habitantes de San Francisco que contaban con un buen pasar económico adquirían terrenos y construían casas tipo chalet, con grandes jardines y piscinas, para utilizar como lugar de descanso los fines de semana. Pero con el correr de los años, muchas personas decidieron instalarse allí para vivir, a pesar de la lejanía con la ciudad. Es lo más parecido a un barrio privado o country, excepto que no cuenta con ningún tipo de seguridad.

Cuando llegaron al lugar del incendio, había un grupo reducido de vecinos que observaba lo que sucedía a pesar de la hora y el frío. Dante colocó el vehículo de manera que sobrepasaba la puerta de acceso a la vivienda, a modo de dejar libre el paso en el caso de que necesitaran acudir ambulancias u otros camiones hidrantes. Se bajaron del camión y cada uno hizo lo que tenía que hacer, Dante no tuvo que dar ninguna orden. Marcelo y Javier se acercaron con las mangueras a la casa en llamas, mientras, Francisco manejaba la bomba. Uno de los dragoneantes y Dante se prepararon para entrar a la casa para retirar a las posibles víctimas que pudieran estar en el lugar; el otro dragoneante cuidaba que ningún curioso se metiera en el medio y entorpeciera la labor de los bomberos. Antes de ingresar a la vivienda, cortaron la luz y el gas para evitar daños mayores. El fuego estaba muy avanzado y la casa, prácticamente consumida.

Derribaron la puerta de entrada e ingresaron, mientras Marcelo y Javier ya se encontraban rociando con agua las llamas. La casa era enorme y se notaba que era muy linda a pesar de la destrucción reciente; una verdadera mansión. Predominaba la madera en el lugar, lo cual no era bueno en ese momento ya que hacía más fácil la propagación del fuego. Según la experiencia de Dante, el incendio se habría originado hacía al menos una hora, por el grado de la destrucción de la vivienda. Se dividieron para poder buscar mejor y salir lo más rápido posible. El fuego estaba amenazante todavía y no iba a dejarlos hacer su trabajo fácilmente. Mientras Dante avanzaba por un pasillo estrecho hacia una de las habitaciones, que, según su criterio y experiencia, era donde se había originado el incendio, rogaba en silencio que solo fueran daños materiales. El humo complicaba mucho la visión y su marcha era lenta, pero segura. Su compañero había ido a revisar la cocina y las demás habitaciones.

Dante ingresó tímidamente al dormitorio, casi como pidiéndole permiso al fuego. Las llamas eran envolventes, dado el aire que entraba por la ventana abierta de la habitación. Al entrar y observar la escena, sintió que sus piernas comenzaban a aflojarse. La imagen no podía ser más dramática, el cuerpo de una mujer se encontraba tendido sobre la cama y tapado por las llamas. Estaba totalmente desfigurado por el fuego, apenas podía notarse que se trataba de una mujer. Se quedó inmóvil por unos segundos hasta que su cuerpo logró reaccionar. No podía hacer nada, la mujer ya estaba muerta. Solo se aseguró de que no hubiera otras víctimas en el lugar y se retiró, esperando a que sus compañeros terminaran de sofocar el fuego.

Durante los años que Dante llevaba como bombero le había tocado presenciar situaciones similares como la de esa noche, en las que también había terminado impresionado por la gravedad de estas. A pesar de la preparación que tienen en el cuartel y de la experiencia que fueron adquiriendo a lo largo de los años, a veces es muy difícil dejar los sentimientos de lado y no sensibilizarse con lo que están presenciando. Decenas de veces tuvo que extraer personas fallecidas de viviendas, quemadas o asfixiadas, o de vehículos que acababan de colisionar y sus tripulantes se encontraban atrapados, muy golpeados e incluso algunas veces con amputaciones de distintas partes del cuerpo.

En una oportunidad le tocó retirar de una vivienda precaria a un bebé de pocos meses de vida, fallecido por el humo de un incendio en la casa. La madre, al parecer, lo habría dejado un instante solo, con la estufa encendida para que no tuviera frío, mientras iba hasta el almacén a comprar algunos productos. Con la mala suerte de que un desperfecto en la instalación eléctrica provocó un cortocircuito que terminó prendiendo fuego una cortina que se encontraba a escasos centímetros. De la cortina se propagó a una silla, luego, a una mesa y así logró expandirse por el resto de la casa y acabó con la vida del pequeño.

En este caso, Dante no podía dejar de sentir pena por la mujer fallecida. La vida de una mujer joven truncada por el fuego. Ese fuego traicionero con el que se enfrentaban siempre y que una vez más volvía a ganarles.

4

Dante amaba lo que hacía. Ser bombero era la parte más importante de su vida, era lo único que le daba felicidad últimamente. Cuando se colocaba el traje anaranjado o se subía a un camión autobomba, se olvidaba de todos sus problemas y solo se concentraba en su actividad, en la que intentaba ayudar de la mejor manera a quien lo necesitaba. En sus años como bombero, Dante había vivido cientos de momentos inolvidables; momentos hermosos, en los que pudieron extinguir incendios muy complicados o salvar vidas humanas; momentos en los que, con su rápido accionar, lograron que personas estuvieran sumamente agradecidas con ellos por el resultado de su trabajo. Pero también momentos nostálgicos, en los que las cosas no salieron como ellos esperaban; en los que el destino intervino para sembrar dolor y desazón al ver casas consumidas por el fuego o vidas perdidas en accidentes de tránsito.

De igual manera, para bien o para mal, el cuartel de los bomberos se caracteriza por tener cientos de historias para contar: anécdotas de todo tipo, por un lado individuales, propias de cada integrante del cuartel, y otras colectivas en las que participaron varios bomberos juntos. Hay algunas que se recuerdan más que otras ya que son contadas continuamente en reuniones o asados, porque fueron muy particulares. Hay otras que pasaron al olvido porque no fueron tan trascendentes o quizás porque hubo muchas otras mejores que las fueron marginando. Y están esas que cada uno las recuerda siempre y jamás borrará de su memoria, porque fueron únicas, como la primera salida que tuvieron que afrontar.

Cuando alguien jura como bombero tiene mucha expectativa y ansiedad por su primera salida a un siniestro, porque es algo que viene esperando durante mucho tiempo. Es cruzar la línea de lo teórico y poder vivir y presenciar de manera práctica todos los conocimientos que se fueron adquiriendo en su etapa de aprendizaje. La emoción que se siente en ese instante en que suena la alarma y el bombero sabe que le toca acudir por primera vez a un siniestro es inexplicable: el corazón se acelera y una adrenalina enorme corre por su cuerpo. No saben con qué se van a encontrar, hacia dónde se dirigen y mucho menos si volverán sanos a casa, pero ellos igualmente se arrojan a lo incierto sin dudarlo, porque están convencidos de que nacieron para eso. Porque nada ni nadie los obliga, solo esas enormes ganas de ayudar.

La primera salida de Dante fue a los dos días de haber jurado como bombero. Tenía 18 años y una gran ilusión. Le tocó afrontar un pequeño incendio en un campito a pocas cuadras del cuartel, pero para él fue inolvidable, no solo por ser la primera vez, sino también por haber salido junto a su padre, quien estuvo a cargo del siniestro. En ese momento, Dante tuvo la posibilidad de aprender de un gran maestro.

Se podrían contar miles de anécdotas ocurridas en el cuartel desde su fundación, pero sin dudas hay una que es la mejor, la más graciosa y alocada. A su vez, es la que define, aunque de manera extrema, el pensamiento y la forma de actuar que tiene un bombero. Cada vez que se cuenta en alguna reunión, se relata tal cual ocurrió; no hace falta quitarle ni agregarle nada porque así como sucedió fue inolvidable:

Hace tiempo atrás (ocho años), se casaba el entonces suboficial principal bombero voluntario Roberto Di Genaro. La ceremonia religiosa se llevó a cabo en la Catedral, una de las iglesias más lindas de la ciudad. Era una noche primaveral, a principios de octubre, y todo el plantel del cuerpo activo asistió con sus trajes de gala al igual que Roberto, lo cual es muy común en ocasiones como esa. Al terminar la ceremonia, pasearon a los novios en el camión autobomba por toda la ciudad, que era escoltado por una caravana de autos pertenecientes a familiares y amigos. Recorrieron las calles del centro de San Francisco tocando la sirena que tanto los identifica. Luego se dirigieron hacia el salón principal del cuartel para festejar entre familiares y amigos. El cuartel cuenta con un salón de fiestas muy elegante que es utilizado para todos los eventos relacionados con los bomberos, y en momentos en que no es utilizado por ellos, se alquila para eventos privados, fiestas familiares, casamientos…

Llegaron los novios al salón y saludaron a los presentes de manera muy afectuosa. Luego bailaron el vals mientras los mozos servían algunos copetines a los invitados. Se acomodaron en las mesas y cenaron el delicioso menú que habían elegido minuciosamente meses atrás, entre decenas de opciones de platos que ofrecía el servicio de comidas. La fiesta se estaba desarrollando sin inconvenientes, pero cerca de la medianoche, hora en que habían terminado de comer el postre y comenzaban a escucharse los primeros temas musicales para bailar, empezó a sonar la alarma en el cuartel. La mayoría de los bomberos que se encontraban en la fiesta, vestidos de gala, reaccionaron de inmediato y se dirigieron a toda prisa hasta los vestuarios para cambiarse. Entre ellos se encontraba nada más y nada menos que Roberto Di Genaro, quien también salió corriendo y dejó a su reciente esposa para hacer frente al siniestro que acababa de convocarlos. La fiesta siguió su curso sin el novio, hasta que pasadas las doce y media, él regresó y se llevó el aplauso de todos los presentes y el orgullo de su esposa, quien lo recibió con besos y abrazos.

Quien siente esta vocación con el corazón actúa de esa manera siempre, pensando en los demás antes que en sí mismo, dejando de lado sus propias actividades, por más importantes que sean, con el único objetivo de ayudar al prójimo.

La vocación de bombero en Dante nació a temprana edad y se fue gestando en su vida debido a distintos episodios que se fueron desarrollando durante su infancia. Una madrugada de invierno, más precisamente del mes de agosto, Dante se despertó sobresaltado por el sonido estrepitoso que emitía el handy de su padre.