Good Boy - Elle Kennedy - E-Book

Good Boy E-Book

Elle Kennedy

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Para qué resistirse a la tentación si ceder es mucho más divertido? Jess tiene un único objetivo: demostrarle a su familia que ya no es la oveja negra. Por eso lleva semanas planificando la boda perfecta para su hermano. El problema es Blake Riley, famoso jugador de hockey, el mejor amigo de su hermano y el peor padrino de la historia. El mismo Blake Riley con el que Jess tuvo una aventura de una noche que juró olvidar para siempre. Entre preparativos, celebraciones y una atracción cada vez más difícil de ocultar, Jess descubrirá que lo más complicado no es organizar la boda perfecta, sino resistirse a la tentación de Blake.   Una boda, un padrino demasiado sexy y mucha pasión

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 413

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición: octubre de 2025

Título original: Good Boy

© Elle Kennedy y Sarina Bowen, 2017

© de la traducción, Patricia Mata Ruz, 2025

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2025

Los derechos morales de las autoras han sido reconocidos.

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.

Ninguna parte de este libro se podrá utilizar ni reproducir bajo ninguna circunstancia con el propósito de entrenar tecnologías o sistemas de inteligencia artificial. Esta obra queda excluida de la minería de texto y datos (Artículo 4(3) de la Directiva (UE) 2019/790).

Diseño de cubierta e ilustración: Elizabeth Turner Stokes

Corrección: Teresa Ponce y Alejandra Montero

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-10425-39-2

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 31

CAPÍTULO 32

Sobre las autoras

Hitos

Portada

Sarina Bowen y Elle Kennedy

Good Boy

Buen chico

Traducción de Patricia Mata

CAPÍTULO 1

El trabajo de dama de honor

Jess

Junio

Aunque el personal del restaurante ha hecho una maravilla, reviso minuciosamente la mesa una vez más. Retoco los centros de mesa en el último momento para cerciorarme de que las flores estén perfectas. Al mirar por la ventana, veo que el cielo, totalmente despejado, empieza a oscurecer. He sincronizado la cena de ensayo de mi hermano con la puesta de sol para que el Pacífico se tiña de color cuando se sirva el aperitivo.

Según la previsión meteorológica, mañana también hará un tiempo perfecto: será un día soleado con una temperatura máxima de veinticuatro grados. Ni siquiera el clima se atreve a interferir en la mejor boda del siglo.

Al otro lado de la entrada abovedada de este comedor privado oigo que las botellas de champán se descorchan puntualmente. Los invitados están empezando a llegar. Oigo la risa de mi hermana muy cerca, en la zona del bar. Como era de esperar, mi madre asoma la cabeza por la puerta.

—Cariño, has hecho un trabajo fabuloso —exclama—. Está todo precioso. Seguro que va a ser un éxito arrollador.

—Gracias —susurro mientras recoloco un cuchillo de mantequilla que ya había recolocado dos minutos antes.

—Eres una caja de sorpresas, señorita Jessica.

Mi madre me ofrece una sonrisa resplandeciente y se lleva la copa de champán a los labios.

En lugar de devolverle la sonrisa y aceptar su cumplido, me siento ofendida. Porque no oigo los halagos. No oigo la palabra fabuloso ni un éxito arrollador ni señorita Jessica, el apodo que me puso mi padre cuando tenía tres años.

Solo oigo caja de sorpresas.

Traducción: a mi familia le sorprende que haya conseguido sacar adelante la cena de ensayo sin meter la pata.

—Gracias, mamá.

Compongo una sonrisa y ella desaparece otra vez, puede que para ir a saludar a otro de mis cinco hermanos.

Yo también debería estar ahí fuera, tomándome una copa de vino y durmiendo en los laureles, pero, en lugar de eso, saco el cuaderno del bolso y reviso una vez más la página donde pone «Cena de ensayo». Marcasitios: listos. Pedir vino blanco y asegurarse de que lo metan en la nevera: listo.

Todo es perfecto. Todo menos yo, que soy un puñetero desastre. Para empezar, organizar una boda perfecta es muy estresante. En segundo lugar…

—¡Wesley! ¡Bombas! —grita una voz en la sala contigua—. ¡Ya estoy aquí!

El timbre grave de la voz me retumba en el pecho. BlakeRiley ha llegado y se me acelera el corazón.

Toqueteo los cubiertos otra vez, escuchando con atención.

—¡Menuda borrachera os espera esta noche! —comenta Blake. Oigo el sonido de sus cuerpos al chocar cuando se abrazan—. ¿Quién es este bellezón?

Mi madre se deshace en elogios hacia él y un escalofrío me recorre la espalda. Por si el estrés de la boda fuera poco, además tengo que lidiar con el hombre más escandaloso, presuntuoso y molesto que he conocido jamás. Tiene un cuerpo enorme, una personalidad enorme, un…

Vale, sí. También tiene el rabo más grande que he visto en mi vida, pero intento no pensar en esa parte de su anatomía si puedo evitarlo.

Mi familia no puede enterarse del error garrafal que cometí en primavera. No puedo darles otra prueba de mi falta de juicio, y mucho menos cuando estoy a punto de anunciarles que quiero volver a cambiar de trabajo. Ya me consideran la hija inestable, el caso perdido.

Y vaya si metí la pata cuando dejé que Blake me quitara la ropa. Desde luego, no volverá a pasar, pero su presencia aquí lo complica todo. He organizado una boda para trescientos invitados, entre los que hay más de veinte jugadores de hockey famosos, y es mañana. Entre tanto, Blake se ha pasado el último mes mandándome ideas y bromas inapropiadas para la boda.

Y, como no le respondía, una foto de la mano cogiéndose el nabo.

Yo: Madre mía, para. Lo podría haber visto cualquiera.

Blake: ¡Ajá! ¡Sabía que recibías los mensajes!

Este hombre es incorregible. Y ahora no tengo nada más con lo que entretenerme, no queda nada más que enderezar, así que me estoy escondiendo en el comedor privado. Maldita sea.

Me atuso el pelo deprisa y me humedezco los labios. Entonces, con la barbilla bien alta, respiro hondo y salgo hacia la zona del bar. Veo a mi hermana, Tammy, con una botella de champán en las manos, así que me centro en ella y evito mirar a Blake, aunque noto su presencia al otro lado de la estancia. Solo el hecho de que esté en la misma habitación que yo me hace sentir incómoda, es como una picazón que no me puedo rascar.

Como si fuera una hiedra venenosa.

—¡Toma, Jessie! —dice Tammy mientras me entrega una copa de champán del bueno—. ¡Estoy impresionada con el trabajo que has hecho para el gran día de Jamie!

—Gracias —respondo antes de darle un largo trago a la bebida espumosa.

Tammy sigue halagándome y mi madre se acerca para unirse a las felicitaciones. Es evidente que esperaban que metiera la pata estrepitosamente o que me rindiera sin acabar el proyecto. Y no me produce ni la más mínima satisfacción saber que la boda de mañana será preciosa, porque poco después tendré que anunciarles a todos que ya no me quiero dedicar a la organización de eventos.

Mostrarán su desaprobación antes de que Jamie y Wes hayan regresado de la luna de miel.

—¿Qué pasa, señorita Jessica? —me pregunta mi madre.

Mierda. Cindy Canning debería haber sido policía. Juro que esta mujer es capaz de detectar cualquier mentira, ver más allá de cualquier expresión y determinar si alguien le está tomando el pelo, pero me da igual su intuición, no pienso arruinar la cena de ensayo de mi hermano pequeño revelando mis inseguridades.

—No pasa nada —insisto—. A ver, mira a Jamester. ¿Cómo puedes pensar que ocurre algo cuando tiene esa cara de felicidad?

La distracción funciona y el rostro de mi madre se suaviza cuando mira al benjamín de la familia. Jamie está de pie al lado de su prometido, Wes, y le toca la nuca con la mano. Están mostrando las fotos de su reciente escapada de pesca a Pat, el director del campamento de hockey donde se conocieron. Los tres se muestran relajados y sonrientes.

Nunca he visto a Jamie tan tranquilo y satisfecho en su vida y eso es decir mucho, porque él siempre está tranquilo y satisfecho. Por el contrario, RyanWesley, su prometido superexitoso y medio famoso, es más nervioso, pero tiene sus motivos.

Es por eso por lo que organizar la boda me ha resultado un poco complicado. Cualquiera puede alquilar una carpa y contratar un grupo de música, pero organizar una boda para un chico al que su familia ya no le habla resulta mucho más complicado. La prensa lo sigue a todas partes, por lo que he tenido que usar seudónimos para hacer todas las reservas, pero las dos personas que deberían estar aquí esta noche para equilibrar los nervios del chico con su amor y apoyo, sus padres, no se han dignado.

Así que he organizado esta cena (además de la fiesta de compromiso de hace unos meses y la ceremonia y el banquete de mañana) intentando que el vacío que han dejado no fuera evidente. No habrá regalos de boda con fotos de los novios de bebés, porque puede que ya ni siquiera existan. En lugar de eso, he elegido bombones en forma de pastillas de hockey.

La mayoría de los compañeros de equipo de Wes asistirán a la ceremonia mañana, pero la cena de hoy es para la familia, los más allegados y los miembros de la comitiva nupcial. Yo cumplo más de uno de esos roles, porque también soy la madrina de boda de Jamie.

También he sido dama de honor en otras ocasiones y, normalmente, me encantan las responsabilidades que eso conlleva. Y si, además, el padrino es mono, eso que te llevas. En la boda de mi amiga Wendy, el verano pasado, el padrino buenorro y yo nos escapamos a mitad del banquete y pasamos dos días enteros encerrados en su habitación de hotel.

Aunque eso no ocurrirá en esta ocasión. De ninguna manera. Porque resulta que el padrino de Wes es…

—¿Te parece bonito, ricura? ¡No has usado ninguna de mis sugerencias!

Exacto: él. Blake se ha abierto paso entre la gente con su cuerpo musculado para hablar conmigo.

—No tengo ni idea de qué dices, para variar —digo con frialdad.

Pero luego cometo el error de alzar la barbilla y mirarlo directamente a los ojos. ¿Por qué un hombre tan molesto tiene que ser tan guapo? Sus ojos de color verde vivo me devuelven la mirada desde detrás de las densas pestañas. Tiene un rostro rudo y atractivo y un cuerpo de ensueño. Por un instante, no se me ocurre ningún motivo por el que no me guste.

Blake entrecierra sus preciosos ojos.

—Sabes perfectamente de lo que hablo. —Mueve un brazo para señalar la habitación en la que nos encontramos y mis ojos traicioneros se fijan en cómo su delicioso cuerpo escultural rellena el traje negro—. ¿Dónde está la purpurina? ¿Y dónde está la pancarta que te pedí, la que tenía que decir «Wesmie hasta la muerte»?

Ah, ya. Ahora me acuerdo.

—Lo siento, tío, pero una boda no es lugar para purpurina. Wesmie es un nombre ridículo para una pareja y las pancartas solo son para los bailes de instituto y las fiestas de jubilación.

He pasado meses cerciorándome de que la celebración sea elegante y perfecta, y él la convertiría en una oda al mal gusto en un abrir y cerrar de ojos.

Exceptuando su cuerpo.

Una sonrisa de suficiencia le curva las comisuras de los labios.

—Me gusta que me llames así.

—¿Así cómo?

—Tío. Me encanta. Me recuerda a mis días en la fraternidad.

¿Blake estuvo en una fraternidad? Menuda sorpresa.

—Ya sabes —prosigue—, las tías se me lanzaban con las piernas abiertas.

—Con los brazos abiertos —le corrijo.

—¿Cómo dices?

—Es con los brazos abiertos, no las piernas.

Me guiña un ojo.

—Te daré la razón, pero sé perfectamente lo que he dicho.

Aprieto los dientes. Este hombre no tiene remedio. No sé qué motivo me llevó a acostarme con él.

«Que estás sola», me recuerda una voz cruel.

Claro. La soledad. Además de esa necesidad tan femenina por sentirse deseada después de una ruptura. Es cierto que fui yo quien rompió con Raven, pero eso no significa que no me sintiera vulnerable. Blake y su enorme polla estaban en el lugar indicado en el momento oportuno.

Tirármelo fue un error, un error que no volveré a cometer. Qué más da que me hiciera llegar al orgasmo tres veces en treinta minutos. No pienso volver a hincarle el diente.

—Ahora que lo pienso, la vida no ha cambiado tanto desde entonces —reflexiona—. Las chicas siguen llamando a mi puerta. —Me sonríe con satisfacción—. A veces se presentan totalmente desnudas debajo de una gabardina.

—Uy, qué morbo —comento con un tono cargado de sarcasmo.

—Pues sí —dice con total seriedad—. Tan morboso como montárselo en un sillón de masajes.

Lo fulmino con la mirada. Él se limita a soltar una de sus características risas graves y escandalosas que parecen salirle del alma, porque Blake no hace nada a medias. Se ríe del mismo modo que vive la vida: a tope, sin miedo ni frenos.

También folla así.

Uf. Maldita sea. No quiero pensar en cómo es en la cama. De hecho, no quiero pensar en él y punto.

—Tengo que hablar con los del catering —digo fríamente—. Ve a molestar a otra parte.

—No hasta que me digas quién ha vetado mi idea de poner figuras de los novios a tamaño real.

—¡Es que es una infantilada! —suelto, al borde del enfado—. Como todas tus ideas. ¡Yo estaba intentando organizar una boda y lo tuyo parecía una fiesta de adolescentes!

Sonríe con satisfacción.

—Pues perdóname por intentar hacer algo divertido para la boda de tu hermano. —Vuelve a hacer un gesto con el brazo alrededor de la habitación y señala los impresionantes centros de mesa y las velas que titilan a lo largo de las repisas de las paredes—. A lo mejor, si me hubieras hecho caso, la fiesta no sería un muermo.

—No es un muermo, es elegante. Y ahora, si me disculpas…

Me contengo de dar un pisotón en el suelo, porque entonces sería yo la infantil. Y BlakeRiley no entendería qué significa ser la única oveja negra en una familia de triunfadores. Además, no hay nada de aburrido en todo el amor que he puesto organizando esta boda. Será perfecta o moriré en el intento.

Ya no puedo pedirle a mi futuro cuñado que elija a otro padrino para la boda, así que resolveré el problema de la única forma que sé: con un trago de champán y alejándome del zoquete.

Blake

Miro a JessCanning mientras se aleja, sus piernas largas y bronceadas burlándose de mí, su culo perfecto contoneándose. Cualquiera que nos viera casi diría que no le caigo bien, pero somos así cuando estamos juntos, puro fuego. Ese pequeño intercambio me ha conseguido, como mínimo, una hora de amor, aunque en algún momento tendré que dejar de chincharla para que recuerde que le encanta desnudarse conmigo.

Es todo una cuestión de esperar el momento oportuno. Y yo siempre he sido muy bueno con los tiempos, por eso marqué veintiún goles la temporada pasada.

Además, es que me encanta provocarla, porque frunce el ceño y se le dibuja una arruga en esa frente tan suave y besable. Te lanza una mirada asesina con esos ojos grandes y marrones, como si a Bambi lo hubiera poseído un demonio. Un demonio muy sensual y con unas tetas impresionantes.

Al ritmo que llevo, no conseguiré que nos demos un revolcón hasta los postres, pero puedo esperar. Soy un hombre paciente, y mientras tanto, me hartaré a marisco con mis mejores amigos.

Unos minutos después, Jess pide a los invitados que pasen a un comedor que mira a la bahía. Está iluminado por la luz de las velas y las vistas son una pasada. Los barcos parecen de juguete desde la distancia. Es muy bonito.

—Menudo cuchitril —le suelto a Jess cuando pasa rápidamente por mi lado para retocar algún otro detalle—. Yo quería que hiciéramos la cena de ensayo en una marisquería al lado de la playa.

Me pone una cara de odio total.

«Sííííí». Noto un tirón de impaciencia en el rabo.

Hay papelitos con los nombres en las mesas para que todo el mundo sepa dónde sentarse. El mío está al otro extremo de la mesa larga, lo más lejos posible de Jess. Sé que lo ha hecho para que podamos mirarnos con anhelo desde la distancia.

Me siento en mi silla, al lado de su hermano.

—Tío, ¿vas armado? —le pregunto.

—Eh… no —responde Scott—. No me ha parecido necesario traer el arma a la boda de mi hermano.

—Qué chasco. Entonces, ¿me dejas jugar con la sirena del coche patrulla? Siempre me ha hecho mucha ilusión.

—Desde que me han ascendido a inspector ya no voy en coche patrulla, así que no tengo sirena.

—¡Menudo timo! —Le doy una palmada en la espalda—. ¿Qué gracia tiene ser policía si no tienes toda la parafernalia?

Coge la tarjeta con el menú y yo lo imito. Hay una lista de los deliciosos manjares que cenaremos. En la cara frontal hay un mapa en blanco y negro de Lake Placid, Nueva York, a pesar de que estamos en Marin County, California. Pero Jamie y Wes, mi compañero de equipo, se conocieron en Lake Placid, y por eso Jess lo ha puesto en el folleto.

No puedo evitarlo; cojo el móvil y le envío un mensaje:

Yo: Tendrías que haberme hecho caso y haber puesto la imagen de las langostas dándole al tema.Así ya nos pone a tono para la despedida de soltero.

Tarda un minuto en responderme:

Jess: Deja de mandarme mensajes o te bloqueo.

Sí, la tengo en el bote.

Los camareros empiezan a servir los platos, así que me tengo que concentrar. Me tomo el tema de la comida muy en serio. A ver, uno no consigue este cuerpo sin saber lo que come. Por suerte, el restaurante no me defrauda. Tomamos un cóctel de gambas buenísimo y un ceviche tan ácido y rico que quiero llorar. A continuación, comemos cola de langosta, el salmón con crujiente de patata y atún a la pimienta.

Esto es el paraíso.

Retiran los platos y llegan los postres, pero tengo que apartar un momento la mousse de chocolate por un motivo muy importante, ha llegado la hora de meterse con los novios y no puedo permitir que el bombón de Jess se me adelante. De hecho, parece que se está preparando, así que me doy prisa y me pongo de pie antes que ella. Soy tan rápido que oigo el ruido de la silla al caer, pero no me importa, porque he conseguido la atención de todo el mundo.

—Damas y bárbaros —comienzo.

Al otro extremo de la mesa, Jess entrecierra sus preciosos ojos.

—Como el padrino de Wes, es mi obligación avergonzarlo esta noche.

Se oyen varias risas y Wes se limita a negar con la cabeza.

—Pero no me va a resultar fácil —admito—, porque RyanWesley es un amigo y compañero de equipo estupendo. Ha hecho muchísimas locuras, pero el hombre que ha sido testigo de todas ellas, allanamientos, borracheras y desnudos en Lake Placid, se casa con él mañana y no ha querido compartir conmigo los detalles más escabrosos.

Consigo que vuelvan a reír.

—Este año ha hecho una temporada de hockey estupenda, así que tampoco puedo meterme con él por eso. Sinceramente, el único motivo por el que me puedo meter con él estos días es por lo mucho que quiere a Jamie.

—Oooooh —exclaman todos a la vez.

Wes baja la mirada a la taza de café.

—A ver, podría limitarme a compartir con vosotros algunas de las tonterías que ha dicho Wesley. Como aquella noche que estábamos en un bar después de jugar un partido contra Filadelfia y se emperró en defender, a capa y espada, he de añadir, que los pingüinos no son mamíferos. —Suelto una risita al recordar aquel despropósito—. Me quería hacer creer que son pájaros.

—Y lo son —suelta Jess entre dientes, porque le encanta tomarme el pelo.

—Pero he pensado que sería más divertido… —Le hago un gesto al camarero que me observa desde la puerta y me acerca la tablet extragrande que he alquilado para la ocasión. Me pongo de pie, me coloco donde todo el mundo pueda verme y la preparo—… que Wesley se deje en ridículo él mismo, ¿verdad? Resulta que no siempre se le ha dado tan bien jugar al hockey ni ha sido tan atractivo. He pensado que lo teníais que saber todos.

Le doy al play al vídeo que he hecho y levanto la tablet. El sonido funciona, eso es bueno. Las primeras notas de I still haven’t found what I’m looking for, de U2, empiezan a sonar por los altavoces del cacharro. El texto que he puesto de introducción ilumina la pantalla: «RyanWesley, damas y caballeros». Entonces cambia y pone: «El semental». Aparece la primera foto: una de Wes, con dos años, sujetando un palode hockey con sus pequeñas manos regordetas y expresión de perturbado.

Se oye una exclamación al otro lado de la mesa. Jess tiene los ojos del tamaño del plato del postre.

—Ooooh —dice Cindy Canning, llevándose una mano al corazón.

—Qué monada —comenta Jamie, acercándose a su prometido para frotarle la espalda.

Wes se inclina hacia delante y mira la pantalla, confundido.

—Menos mal que el equipo directivo de Toronto no tiene acceso a estas joyitas —bromeo cuando aparece la siguiente foto.

Es Wes en un mono de nieve a los cinco años, creo, y ya se puede reconocer en sus ojos su característica mirada asesina. Está en un lago, siguiendo con los patines a dos niños que le doblan el tamaño. No los alcanzaría ni en sueños. Es lo más divertido que he visto en mi vida.

Pero nadie se ríe. Jamie rodea a su prometido con el brazo, tiene los ojos llorosos. Cindy Canning está de pie al lado de los novios con cada brazo entrelazado con uno de ellos. El resto de los invitados sonríen.

—¿De dónde las has sacado? —murmura alguien.

Entonces viene lo mejorcito, un vídeo de Wes a los ocho años, vestido de arriba abajo con un uniforme y con una mirada de determinación en el rostro. Dispara a portería y… ¡falla! Y, como soy tan divertido, se reproducen tres vídeos más de Wes fallando goles a diferentes edades. Hay uno en el que es muy pequeño y se estampa de cara en un montón de nieve.

Por fin consigo que alguien ría. Qué público más difícil me ha tocado.

Aparecen más imágenes en la pantalla: Wes a los doce años aceptando un trofeo; Wes con aparato y el pelo de recién levantado. La música se intensifica porque el vídeo está a punto de terminar.

—¿Preparados? —le pregunto al público.

A continuación, aparece Wes a los catorce años, sonriendo y con un grano enorme en la nariz.

La última foto es mi obra maestra, la única que he tenido que robar. La cogí de la cartera de Wes una noche en Washington, en un partido eliminatorio. Estábamos todos tan cansados después de la prórroga que nos emborrachamos con un solo vaso de whisky. Cogí la instantánea y le pedí al conserje del hotel que me la escaneara (le di una propina de veinte dólares) y a la media hora estaba sana y salva en la cartera otra vez.

Se oye un coro de «oooohs» y suspiros cuando aparece la foto de Jamie y Wes juntos, con dieciséis años. Están de pie en un sendero de montaña cerca de Lake Placid. Jamie pone cara de tonto, pero Wes lo observa con una expresión de amor tal que me duele el corazón al mirarla.

Me fijo en el rostro de mi compañero de equipo y veo que tiene los pómulos sonrojados. A lo mejor cree que lo he ridiculizado con la foto, porque es muy reveladora, pero no estoy de acuerdo. Ridiculizar es declarar tu amor a alguien y que lo use para traicionarte.

Aunque esas putadas solo me pasan a mí. Mis dos amigos son buena gente.

Se termina la función, así que apago la tablet y se la devuelvo al camarero, que me la guarda (le he dado una propina de veinte dólares). La mousse de chocolate me sigue esperando, gracias al cielo. Cuando empiezo a comer, recibo un mensaje que hace que el móvil me vibre. Lo miro rápidamente, con la esperanza de que sea de mi acompañante en la boda de mañana. Pero no.

Jess: De dónde has sacado esas fotos y vídeos?

Yo: Deja de mandarme mensajitos. No quiero tener que bloquearte.

Me fulmina con la mirada desde la otra punta de la mesa.

Efectivamente, la tengo en el bote.

CAPÍTULO 2

¿Se puede saber qué tiene todo el mundo en contra de la purpurina?

Blake

He estado en una infinidad de despedidas de soltero, la mayoría no aptas para menores, es decir, de esas en las que las strippers se quitan la parte de arriba y la de abajo y te hacen bailes privados. Una incluso terminó en una orgía, y en otra se nos fue la mano con la nata montada.

No esperaba que esta fuera una de esas ocasiones, pero no habría pasado nada porque los novios me hubieran dejado organizar algo al menos un poco sexual. ¿O quizá algo erótico?

No hago nada para todos los públicos porque me pone nervioso.

Pero Wes y Jamie me han cortado las alas, me han puesto muchas limitaciones y me han obligado a obedecerlas. Eso quiere decir que no habrá un pastel enorme con un stripper en el interior y tampoco beberemos chupitos de tequila en los culos. Y nada de purpurina.

¿Se puede saber qué tiene todo el mundo en contra de la purpurina?

—Qué pasada de sitio —dice Eriksson, mi compañero de equipo.

—Me gusta —dice Cassell, el amigo de universidad de Wes, llevándose un puro a los labios para darle una calada rápida.

El humo tiñe el aire de color gris y Jamie tose.

—¿A quién se le ha ocurrido hacer esto en un bar de fumadores? —se queja Jamie, aunque no sé por qué se molesta en preguntar, porque sus ojos marrones me apuntan a mí directamente.

Miro al novio número 2. He dado a Wesley el puesto de novio número 1 porque lo conocí a él primero.

—Mía, capullo. Porque alguien vetó todos los demás locales que propuse.

Wes se inclina para darle un beso en la mejilla perfectamente afeitada del novio número 2. Los nueve chicos nos hemos apoderado del rincón trasero de la sala oscura y con paneles, y la música no está tan alta como para que tengamos que gritar. El padre de Jamie y el entrenador Pat parecen haber muerto y estar en el paraíso, sentados en los mullidos sillones de cuero, bebiendo sus vasos de bourbon.

—Es el menor de los muchísimos males, cariño —le dice Wes—. Alégrate de que nadie haya sacado una barra para hacer el limbo.

—La noche es joven —comento, moviendo las cejas con picardía.

Pero la realidad es que me gusta el ambiente tranquilo de la sala. Lo único que lo haría mejor sería tener al bomboncito de Jess sentada sobre mi regazo y fumándose su propio puro, pero todas las mujeres se han excusado, una decisión muy sabia.

—Ni se os ocurra venir con resaca mañana —ha amenazado Jess en el aparcamiento del restaurante antes de marcharse—. No quiero que vosotros dos salgáis verdes en las fotos.

—No te preocupes tanto —le he dicho—. Son adultos responsables, como yo.

—Eso es precisamente lo que me preocupa —ha respondido entre dientes.

Le encanta tomarme el pelo, a mi dulce ángel rubio. Sé que disfruta de nuestras bromas preliminares tanto como yo, aunque es demasiado orgullosa para admitirlo.

Además, me la tiene jurada, porque Jamie se puso muy enfermo cuando se suponía que ella y yo le estábamos cuidando. Ese fue el día que la conocí. También fue el día que la conocí… en sentido bíblico.

La cuestión es que lo de la fiebre horrible de Jamie fue mala suerte, y al final todo terminó bien, es decir, el tío se va a casar mañana, ¿no? Pero Jess no me deja olvidarlo, aunque su hermano pequeño esté sano como una manzana.

Estamos todos estupendos. De salud, quiero decir. Es verano y estamos bebiendo whisky del caro y fumando puros de la mejor calidad. Mañana nos pondremos nuestros mejores atuendos y veremos a Wes y a Jamie darse el sí, quiero.

Qué bonita es la vida.

El tema me pone sentimental, así que hago tintinear los cubitos de hielo en el vaso y me siento al lado de Eriksson, porque es el único que parece un poco triste.

—Alegra esa cara, blandengue. Que es una boda.

Baja la mirada con una expresión de culpabilidad.

—Lo sé. Me comportaré. Es que las bodas me recuerdan a la mía, y cuando di el sí, quiero lo dije en serio.

¡Uf! Su esposa lo dejó antes de las rondas eliminatorias.

—Lo siento mucho, tío, pero lo superarás. Es como cualquier otra clase de dolor. Como un golpe fuerte en el estómago. Duele durante un buen rato, pero se acaba pasando.

—¿Qué vas a saber tú? —gruñe Eriksson.

Más de lo que se imagina.

—¿No sabes que yo estuve a punto de casarme?

Levanta la barbilla y me ofrece una sonrisa.

—Deja que lo adivine: ¿en Las Vegas con una bailarina? Me lo creo perfectamente.

—No. Nada que ver. —Doy una calada al puro y hago memoria—. Fue hace casi cinco años, durante mi primera temporada. Mi novia de la universidad y yo llevábamos tres años juntos y la quería más de lo que habría creído posible.

Eriksson levanta una ceja, sorprendido.

—Lo digo en serio. Me habría tumbado en medio de una carretera por ella. Teníamos la fecha de boda y habíamos invitado a trescientas personas a nuestro fiestón en el zoo de Toronto…

—Vaya, tío —ríe—. La verdad es que te pega mucho. En la jaula de los gorilas, ¿no?

—Pues iba a ser al lado de los leones. Pero lo cancelé dos meses antes.

—¿Qué ocurrió? —Parece pasmado por el giro en la trama.

Doy un sorbo a la copa y me pregunto hasta dónde estoy dispuesto a compartir con mi compañero de equipo.

—Hizo algo imperdonable. La peor de las traiciones, digna de un culebrón televisivo. Así que supe que se había terminado antes de empezar, ¿sabes? No me quiero casar con alguien que sea capaz de mentirme a la cara.

A nuestro lado, Scott, el hermano de Jamie, hace un gesto de dolor. Si no me equivoco, él también ha terminado una relación hace poco.

—Lo siento, tío, pero estas cosas es mejor saberlas.

—Ya te digo. Y no quiero ser un aguafiestas, porque lo que tienen estos dos —levanto el vaso hacia los novios— merece la pena.

—¡Sí! —Brady, el mellizo de Scott, alza la copa.

Su hermano mayor, Joe, se mete los dedos en la boca y silba.

La gente se gira hacia nosotros porque somos los más escandalosos del establecimiento, pero que les den. Estamos celebrando el amor.

—¡Que se besen! —grito, haciendo ruido con el vaso sobre la mesa—. Venga, tenéis que practicar para mañana.

Wes pone cara de exasperación, pero Jamie ríe. A continuación, se pone de pie, se sienta sobre el regazo de Wes, le coge la cara y le planta un beso.

Todos mostramos nuestra aprobación con un grito y es un milagro que oiga el móvil por encima de tanto barullo. Me lo saco del bolsillo de la americana que he dejado sobre el respaldo del sillón. Parezco un gilipollas respondiendo al teléfono cuando estoy celebrando el amor eterno de dos de mis mejores amigos, pero llevo todo el día esperando la llamada.

—Disculpadme —les digo—. Es mi cita.

Me escapo a un rinconcito y paso el dedo por la pantalla. Me lleva un par de intentos, porque tengo los dedos grandes y nunca tocan lo que quiero tocar.

—¡Angie, guapa! —digo cuando el teléfono se desbloquea por fin—. ¿Has llegado bien? ¿Toda de una pieza?

Su voz titubeante me produce un cosquilleo en la oreja.

—Acabo de llegar al hotel. —Hace una pausa—. ¿Seguro que no te importa que me quede con tu habitación?

—Claro que no. Está todo solucionado. —Es cierto, gracias a la santa de Cindy Canning, la madre de Jamie, que es lo más. No, mejor que eso: es lo más de lo más.

—Estoy nerviosa —admite—. No conozco a nadie.

Le sonrío al móvil, aunque ella no me ve.

—Conoces a la persona más importante de todas, Ang.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así? —Parece exasperada.

—¿Y cuántas veces te he dicho yo que nunca hago caso? —contraargumento—. Bueno, regístrate en el hotel y duerme un poco. Y tómate la mañana con calma. Te recogeré después de comer.

Cuelgo antes de que pueda protestar, porque ya me ha costado mucho que acceda a ser mi acompañante. No sé si a Jess le hará gracia, pero ella no me manda, ¿verdad?

Jess

Salgo de la diminuta cocina sujetando como puedo el móvil, la agenda y una humeante taza de té descafeinado y entro en el diminuto comedor. Mi amigo Dyson se enrolla como una persiana y me cuenta de todo, desde el tiempo que hace al color de su corbata, aunque yo solo le he preguntado si va a venir antes para ayudarme.

Dejo la taza sobre la mesita y lo interrumpo.

—Cariño, te adoro, ya lo sabes, pero, por el amor de Dios, ¿puedes responder por una vez en tu vida con un sí o no?

—¿Qué me habías preguntado?

Estoy a punto de lanzar el teléfono contra la pared, pero me contengo justo a tiempo.

—Si vas a venir antes para ayudarme a preparar cosas o si te vas a presentar aquí a las tres —le repito, apretando los dientes.

—Ah, iré pronto —decide—, así podemos ver llegar a todos los invitados y hablar sobre sus modelitos. ¡Ay! ¿Crees que la prima Brandy volverá a tener otro percance con la ropa?

Ay, no, ¿y repetir el accidente del año pasado con el sujetador sin tirantes? Espero que no. Mi hermana, Tammy, todavía tiene pesadillas con aquel episodio. Ocurrió en la fiesta de su aniversario de bodas y nunca se lo ha perdonado a mi prima.

—Ya le he pedido a Brandy que me mande fotos de todos los atuendos que tiene pensado ponerse —lo tranquilizo—. No debería pasar nada.

—Qué manera de chafarme la ilusión.

Suelto una risita.

—¿Tú para qué quieres verle las tetas a nadie? ¿No preferirías que se le cayeran los pantalones del esmoquin a mi primo Andy y ver un rabo?

Andy es el hermano mellizo de Brandy. No es broma. La hermana de mi madre, la tía Val, tiene muy mal gusto con los nombres. El hermano pequeño de Andy y Brandy se llama Chuck. No es que se llame Charles y use el diminutivo. Se llama Chuck, a secas.

—¡Oh! ¿Andy también viene? Es casi tan guapo como Jamie.

—Qué asco, Dyse. Ni se te ocurra babear por mi hermano pequeño.

—Tienes razón. Eso se acabó. Perdí mi oportunidad. No me puedo creer que Jamie se vaya a casar con un hombre. Es como si el universo se estuviera riendo de mí. Si hubiera pensado que había aunque fuera un dos por ciento de probabilidad de que tu hermano fuera bi, se la habría mamado en los vestuarios del instituto, cuando tuve la oportunidad.

—Qué bien, gracias por la imagen.

—Es que tengo el corazón roto, Jess. Esto es peor que abrir Brandr y ver que la aplicación está llena de los chicos que me metían en las taquillas. Jamie era uno de los buenos, y se va a casar con un deportista famoso. Tendría que casarse conmigo.

Le doy un trago al té y respiro hondo.

—¿Serás capaz de contener tu decepción mañana? Porque necesito que me ayudes.

—Claro. —Sorbe por la nariz—. A lo mejor consigo pillar el ramo.

No habrá ramo, pero no hace falta que se lo diga por el momento. Vuelvo a la primera página de la agenda, donde apunto algunas cosas de última hora para la boda.

—Ay, por cierto, necesitaré que te sientes en el lado de Wes para la ceremonia. Estarán todos los compañeros de equipo, pero no sé si bastará para equilibrar el lado Canning.

—Cariño, ya me has convencido con solo decir «compañeros de equipo». Dime que no habrá sillas para todos y que me tendré que sentar sobre el regazo de alguno —suelta con una risita—. Sabes que el propósito de mi vida es salir con un jugador de hockey.

«Créeme, está sobrevalorado», quiero decirle.

—Además —añade—, si hay un jugador homosexual, tiene que haber más.

Dyson es la persona más ligona que conozco. Estoy segura de que coquetea consigo mismo delante del espejo cuando está solo en casa.

—Mira, quiero que sea una ceremonia elegante —le digo—. Espérate al menos al banquete para ligar.

—Seré un caballero —me promete.

—Gracias.

Colgamos después de unos minutos y hago un repaso de lo que me queda en la lista. Siempre y cuando se presente la oficiante y tengamos comida, además de las sillas y las mesas que he alquilado, la boda se podrá celebrar, pero no estaré satisfecha solo con que la boda salga bien, tiene que ser perfecta. Tiene que ser tan espectacular que la gente hable de la fiesta durante semanas.

Cuando estoy segura de que he cubierto cada detalle, me termino el té, dejo la taza en el fregadero de la cocina y camino por el apartamento apagando las luces. Tengo la mala costumbre de dejarlas todas encendidas. Cuando iba al instituto, mi padre me quitaba un porcentaje del sueldo que ganaba en mi trabajo a media jornada en la heladería para pagar la factura de la electricidad. Siempre dice que era mi culpa que pagáramos tanto. Menuda chorrada, aunque no puedo negar que soy un desastre a la hora de acordarme de apagar las luces.

Mis pies descalzos pisan el suelo de madera y entro en la habitación. Estoy nerviosa por el día de mañana, pero también estoy emocionada. Jamie y Wes tendrán un matrimonio maravilloso. Nunca he conocido a una pareja más perfecta, ni siquiera Tammy y su marido, John, que están tan enamorados que son insufribles, parecen tener el vínculo tan profundo y fuerte como mi hermano y Wes.

Me pregunto qué se debe de sentir al querer a alguien tanto que se convierte en una parte de ti. Yo antes pensaba que había estado enamorada, pero cuando veo a mi hermano y a Wes juntos… me cuestiono todo lo que he sentido en el pasado.

Suspirando, me meto entre las sábanas e intento no pensar en ello. Tengo que dormir, porque mañana será un día ajetreado.

En cuanto cierro los ojos, oigo un fuerte golpe seco en el apartamento.

Tardo unos segundos en darme cuenta de que alguien está llamando a la puerta. Me siento rápidamente en la cama y enciendo la lamparita de la mesilla de noche. Es casi la una de la madrugada. ¿A quién demonios se le ocurriría…?

—¡Bombón! ¡Oye! ¡Ábreme la puerta!

¿Se puede saber qué narices hace Blake en mi casa?

Me destapo y corro hacia la puerta. Juro que como haya venido a decirme que Jamie y Wes están en el calabozo por algo que han hecho en la despedida de soltero me lo cargaré.

Se oye otro golpe seco en la puerta.

—¡Venga, Jess! Estoy cansado. Y si no duermo lo suficiente para estar guapo, mañana…

Se calla en cuanto abro la puerta de un tirón. Sus labios se curvan en una expresión de felicidad que se vuelve una sonrisa de suficiencia cuando ve que voy en pijama.

—Joder, qué adorable. Me encantan los plátanos. ¿Te he dicho alguna vez que son mi fruta favorita? Y los albaricoques. Los albaricoques también me encantan.

Estoy a segundos de estrangularlo. Sí, mis pantalones de pijama rosa neón con la camiseta a conjunto están cubiertos de dibujos de plátanos, pero es la una de la madrugada, por cómo le brillan los ojos verdes es evidente que está borracho, ¿y está en mi puerta hablándome de fruta?

—Qué. Haces. Aquí. —Enfatizo cada palabra con un golpe de la mano en el marco de la puerta.

Blake se acerca un poco más, lleva una bolsa de deporte negra colgada del hombro.

—¿No te lo ha comentado tu madre? Me quedo a dormir aquí.

Abro la boca de par en par.

—No, ni de broma.

—Ya te digo que sí. —Deja la bolsa en el escalón con un golpe seco—. Mi compadre Cindy me ha dicho que te lo había comentado.

—Mi madre no es un hombre —lo corrijo, entre dientes.

Hace un gesto de desestimación con la mano.

—Es una manera de hablar. Mi compi, Cindy. ¿Te gusta más así? Me ha dicho que te había mandado un mensaje.

Dudo un momento. A ver, puede que lo haya hecho. Tengo muchos mensajes en el móvil después de la cena de ensayo, la mayoría son del catering y tengo algunos de invitados que me hacen preguntas de última hora. No los he leído todos, así que supongo que es posible que no haya visto el de mi madre.

Pero aun así.

—Wes me ha dicho que te ibas a alojar en el hotel con tus compañeros de equipo —digo, desconfiada.

Blake se pasa una mano por el pelo despeinado y oscuro.

—Y así era, pero he tenido que cederle la habitación a alguien.

—¿Quién?

—Creo que sería «¿a quién?».

¿En serio me está corrigiendo la gramática?

—Le he cedido la habitación a mi acompañante.

No puedo explicar por qué siento una presión en el pecho al oírlo, pero lo que sí sé con certeza es que no son celos. Ya sabía que Blake iba a traer a una acompañante a la boda, lo especificaba en su invitación. Además, yo también estaré acompañada y me he encargado de que así sea porque no quería tener que aguantar los comentarios de Blake si me presentaba sola.

—¿Y no compartes habitación con ella? ¿A qué espera, a que os caséis? —pregunto sin molestarme en disimular el sarcasmo.

Blake se encoge de hombros y responde:

—Ella ya está casada.

«¿Disculpa?».

No sé si indignarme o… Sí, me indigno. ¿Se ha traído a una mujer casada a la boda de mi hermano?

—¿Pero tú estás mal de la cabeza o qué?

Se plantea la pregunta.

—Estoy un poco borracho, pero no diría que estoy mal de la cabeza. Para eso necesitaría un poco más de whisky. ¿No tendrás una botella?

—¡No! —grito.

Noto cómo me sube la presión arterial. Es la una de la madrugada y ya debería estar durmiendo, así que hago lo que una chica con cinco hermanos tiene que hacer para evitar cometer un asesinato: cuento en silencio hasta que se me pasa el enfado. Uno Mississippi, dos Mississippi, tres Mississippi…

Después de respirar hondo un par de veces para tranquilizarme, hago lo único que puedo hacer.

—Pasa de una vez. —Me aparto a un lado y Blake entra—. Dormirás en el sofá.

—¿Es de los que se abren?

—Negativo, pero sobrevivirás.

Parece dudarlo, pero no tengo tiempo para que me importe. Me dirijo hacia el armario donde guardo las sábanas y cojo unas. Es verano en California, así que con eso le bastará.

Le pongo el juego de sábanas en las manos.

—Que duermas bien.

Él mira las sábanas que le he dado y luego me vuelve a mirar a mí.

—No te vayas todavía —me dice cuando me alejo hacia mi dormitorio—. ¿Es que no me vas a arropar?

—Ya eres un niño grande.

Sonríe con picardía.

—Ni que lo digas. Seguro que te acuerdas perfectamente, porque soy difícil de olvidar, aunque, si quieres, te ayudo a recordarlo ahora mismo.

Deja las sábanas sobre el sofá y se lleva la mano a la bragueta.

Y esa es mi señal para largarme pitando de ahí. Me marcho a grandes zancadas y doy un portazo.

Tengo los típicos sueños raros y estresantes de una organizadora de fiestas. En uno de ellos, el pastel de boda no aparece, así que mi madre decide hornear uno en el último momento. Nos peleamos porque no sé si un pastel de siete cereales es lo ideal para una boda (mi madre es famosa por sus pasteles saludables, pero los resultados no siempre son los mejores). En otro sueño empieza a llover y la carpa que hemos alquilado se deshace en trocitos blancos, como si fuera papel higiénico húmedo.

Luego se vuelve un poco más extraño. Sueño que hay un oso pardo en mi cama, pero no parece importarme, y entonces el sueño se vuelve un poco erótico, el cuerpo del oso está caliente y duro y su erección ambiciosa se me clava en el culo mientras me toquetea los pezones…

Me despierto sobresaltada y abro los ojos rápidamente. Sí que hay un oso en mi cama. Lo noto contra la espalda, me tiene cogida por la cintura con su brazo grueso y musculado y su mano está en mi teta derecha.

La madre que me parió. BlakeRiley me está agarrando por detrás sin permiso.

Y creo que me gusta.

¡No!

No, no me gusta.

Ya, claro.

Suelto un suspiro totalmente silencioso y empiezo a tramar un plan. Está dormido como un tronco y eso ayuda. Los ronquidos en mi oído son un gran indicador de que así es. Me muevo poco a poco hacia el borde de la cama y, entonces, me libro de sus manos con un movimiento rápido, en una maniobra que enorgullecería a mi profesora de yoga. La llamaremos la postura de la huida del pardo.

Cuando aterrizo con los pies a mi lado de la cama, él sigue roncando a todo volumen. Tiene el rostro, injustamente atractivo, relajado por el sueño y el pelo, castaño despeinado, extendido sobre la almohada.

Camino de puntillas hacia el cuarto de baño y cierro la puerta con tanto cuidado que no se oye ni un clic. Entonces me quedo allí de pie unos segundos e intento recobrar la cordura. Hoy es la boda de mi hermano y he planeado desde las invitaciones la lista de invitados, pasando por la tarta y el café que tomaremos después de los postres. Tiene que salir a pedir de boca, mi familia espera que fracase.

Y acabo de tener un sueño que roza el bestialismo sobre el hombre absurdamente atractivo que duerme en mi cama.

Una ducha me vendrá bien, ¿verdad? Abro el agua, me quito el pijama de plátanos y me meto. Me enjabono el pelo y me aplico el mejor acondicionador que tengo, porque no quiero salir en las fotos con el pelo encrespado (también las he organizado yo). Para cuando cierro el grifo y me envuelvo el cuerpo desnudo con una toalla ya me encuentro mejor.

Con mucho cuidado de no hacer ni el más mínimo ruido, abro poco a poco la puerta del lavabo…

Y suelto un grito cuando me encuentro a BlakeRiley de pie al otro lado de la puerta. Está totalmente desnudo.

—Ayy —se lamenta, poniéndose las zarpas sobre las orejas—. La cabeza.

Quiero soltarle algún comentario gracioso, algo como «¡mis ojos!», pero no lo consigo, porque de repente parece que se me ha hinchado la lengua al contemplar al glorioso BlakeRiley como Dios lo trajo al mundo. Sus hombros son montañas muy musculadas, tiene los pectorales como dunas perfectas y esculpidas. Quiero explorarlo todo con la lengua.

De hecho, estoy bastante segura de que ya lo hice una vez.

—Tengo que ir al lavabo, cariño. ¿Qué te parece si recoges la lengua del suelo y me dejas pasar?

Su comentario me devuelve a la realidad.

—¿Y tú sabes lo que es la ropa?

—Pero si ya lo has visto todo antes. —Me pone una mano en el hombro y me aparta a un lado—. Oye, lo digo en serio, sé que te gustan las vistas, pero tengo que vaciar el tanque.

He perdido el control de mis ojos, que han seguido a su mano mientras bajaba hasta agarrarse el enorme…

¡Uf!

Me escabullo hacia mi habitación, cojo el albornoz del colgador y me lo pongo rápidamente. Con un doble nudo. Por si acaso.

—¿Qué hacías en mi cama? —gruño hacia la puerta del lavabo.

—El sofá es demasiado pequeño —me responde.

—¡Pero eso no te da permiso para meterte conmigo en la cama!

—Me has dicho tú que viniera, la segunda vez que me he levantado para mear. Me has preguntado por qué no podía dormir, y te he dicho que estaba hecho un ovillo, como una anaconda.

Oh, oh. Esto me empieza a sonar.

—Farfullaste algo sobre mi anaconda y me dijiste que viniera a dormir contigo. Y te encanta achucharme, bombón. Es como dormir con un pulpo.

Qué bien. Mi subconsciente me ha traicionado.

Cojo el cepillo y empiezo a darle forma al cabello. Tengo que secármelo, peinarlo, maquillarme, vestirme, ir a por los del catering, encargarme de la tarta. Y otras cien cosas más.

Cojo el secador de pelo justo cuando un cuerpo caliente y sólido se pone detrás de mí.

—Oye —dice una voz baja mientras una mano cálida me estrecha el hombro—, nos da tiempo de echar un clavo antes de prepararnos para el gran día.

Está tan cerca que, a pesar de lo enfadada que estoy, no puedo evitar sentir un cosquilleo en algunas partes del cuerpo.

—Blake —digo con un hilo de voz.

—Dime —me susurra al oído.

—No tengo que clavar nada.

Suelta un gruñido seductor y desliza el pulgar por mi brazo. Es entonces cuando me doy cuenta de qué ha querido decir con lo de echar un clavo…

—No vamos ni a echar un clavo ni un pinchito ni como quiera que lo llames. Ni hablar. No nos volveremos a acostar este fin de semana.