Gracias por el Mensaje Recibido - Leonardo Maglieri - E-Book

Gracias por el Mensaje Recibido E-Book

Leonardo Maglieri

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Beschreibung

¡Ema recibe una carta mágica! Se presume que son enviadas por la fuente primigenia de vida, Dios/Diosa, a través de todo el multiverso a algunos elegidos que necesitan recibir un mensaje. Estos sobres dorados cambian la vida de quienes lo reciben pues significan un punto de inflexión, un antes y un después en la historia de aquellos afortunados seres. Pero ¿podrá una inocente niña vencer a quienes intentan arrebatarle el tesoro para así poder cumplir con la voluntad del padre/madre? ¿Qué es aquello tan importante que necesita descubrir? ¿Y quién puede decir que no existen otros mensajes significativos aguardando aquí a ser encontrados por sus bienaventurados destinatarios? Gracias por el Mensaje Recibido es la primera entrega de la saga Evolución, el resultado de una vida de voraz consumo de fantasía y de ardua investigación en el campo de la espiritualidad que sirve para entregar al lector un relato original, profundamente enriquecedor y lleno de magia.

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LEONARDO MAGLIERI

Gracias por el Mensaje Recibido

Maglieri, LeonardoGracias por el mensaje recibido / Leonardo Maglieri. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4982-2

1. Cuentos. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Gracias por el Mensaje Recibido. Saga Evolución © Leonardo Maglieri Reservados todos los derechos. No se permite la repro¬ducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Índice de contenido

Prólogo

Capítulo 1. La Carta

Capítulo 2. María

Capítulo 3. El pacto

Capítulo 4. Los Emisarios

Capítulo 5. Ceremonia

Capítulo 6. Traición

Capítulo 7. La Fuente

Capítulo 8. Lilith

Capítulo 9. Quien tenga oídos, que oiga

Capítulo 10. Verdad

Capítulo 11. Juntos

Capítulo 12. Gracias por el Mensaje Recibido

Dedicado a mi madre Elsa Silva, a mi abuela compinche Elsa Pittalá que me cuida desde el cielo, a Beatriz Sabadell quien me enseñó con paciencia a leer y escribir. Y a Ana, la guardiana de la biblioteca escolar, quien me invitó a mi primer club de Literatura: las primeras grandes figuras femeninas de mi vida, pero no las últimas.

Prólogo

¡Hola! Siendo honesto, tengo muchas ganas de contarte cuáles son los mensajes que intenta otorgar esta obra tras finalizar su recorrido. No obstante, sé que no es justo hacer spoilers, sobre todo cuando el libro fue escrito con verdadero amor y dedicación de principio a fin. Además no quisiera entrometerme en ese ricomundo interior que sé que tenés, que en toda su magnificencia puede dispararte otros mensajes potencialmente válidos devenidos de esta aventura. Por otra parte, entiendo que si un libro debe ser explicado, como así también una película o un chiste, entonces es posible que el autor haya fallado en la ejecución del relato (sé que este no será el caso), aún así quiero darte algunas pistas, por lo que este es el trato: dejaré entrever algunas verdades sobre esta mágica aventura, pero lo haré de forma velada para que puedas disfrutar del resto del contenido con cierta sorpresa y fascinación, esperando poder ayudarte a incrementar tu interés en esta historia, después de todo creo que, sin ser demasiado técnico, de eso se trata un prólogo.

Pues allá vamos.

Esta apasionante historia transcurre en un multiverso en el que conviven un mundo mágico y un mundo que, si bien conoce en cierto punto el potencial mágico de todos los seres, carece aún de estas habilidades por cuestiones evolutivas: entre nosotros, los seres humanos o egoicos del reino emergente. Sin embargo, casi todas las personas creen firmemente en Dios, en la fuente primigenia de vida, luz y amor, de la que nace todo y todos (incluyendo, a los magos y brujas del reino superior).

Si bien muchas personas en estados evolutivos intermedios o bajos ven con recelo todo lo relacionado al mundo superior, y la interacción con los magos suele ser mínima o nula, todos conocen el medio de comunicación de la fuente: las cartas. Casi todos en algún momento de sus vidas las han visto sobrevolar por sus ciudades, y según dicen las autoridades, estos mensajes son enviados por el mismísimo Dios. Las mismas sobrevuelan campos, pueblos y grandes urbes moviéndose de aquí para allá como si se trataran de pájaros, como si tuvieran vida propia, y de vez en cuando, en distintos tramos del trayecto, eligen aparecer y desaparecer en vórtices de energía que las transportan a distancias significativamente mayores.

La vox populi diceque existe cierta mística en quien recibe estas cartas, empezando por el hecho de que estos seres no pueden abrir el sobre en cualquier momento, sino en aquel minuto en el que su alma les dicte hacerlo, es un mensaje programado para ser leído y comprendido en un momento específico de la historia de ese ser. Es un llamado interior, que solo el afortunado receptor puede sentir. Si el sobre se abre en el momento incorrecto el mensaje desaparece, mas si el timing es el correcto esa persona obtendrá la suficiente sabiduría para transformar profundamente su vida. Esto no quita que algunas personas necias intenten comprar cartas que no son para ellos, a veces ofreciendo todas sus riquezas y bienes, esperanzados de recibir un mensaje. De todas formas a la fecha no se conoce un solo caso de transacción exitosa.

Ahora bien, dejaré de escribir este segmento porque, de momento, creo que hemos obtenido suficiente información para embarcarnos juntos en esta gran aventura. Solo me nace agregar que para el que sabe ver, con o sin cartas, los mensajes están siempre allí y, entre nosotros, aguardan pacientemente a ser recibidos. Dicho esto ¿quién puede asegurar que aquí no hay uno significativo para vos?

Leonardo Maglieri

Capítulo 1. La Carta

Sentado en un escaparate de un bar a media cuadra de esa antigua calle de Terranova, Marcelo, un hombre de mediana edad, leía el diario junto a su perro. Los colores de su camisa bordó y beige se veían deliciosamente exaltados por los cálidos reflejos del sol al amanecer, que viajaban de aquí para allá tocando cada rincón, desde los canteros con flores de los más variados tonos y formas hasta el gris empedrado que conformaba la calle.

El señor, ensimismado en las escabrosas noticias locales, ignoraba el bullicio de la muchedumbre que se asomaba en la esquina, mientras su perro Boyero de Berna extendía su hocico curioso por aquella escena.

¡Barf! exclamó el can, luciendo en su cuello una correa de cuero negro que iniciaba en una brillante placa dorada grabada con su nombre “Duque”, y terminaba adornando la muñeca de su dueño en su extremo opuesto. Aquel intento de llamar la atención pasó desapercibido.

¡BARF! replicó de manera más contundente, recibiendo como respuesta de aquel viejo lector una tirada de correa igual de contundente que su ladrido.

Mientras tanto la muchedumbre se acercaba más y más, exclamando a gritos cosas inteligibles.

¡BARF!

¡BARF! ¡BARF!

¡BARF! ¡BARF! ¡BARF!

¡BARF! ¡BARF! ¡BARF! ¡BARF!

¡BARF! ¡BARF! ¡BARF! ¡BARF! ¡BARF!

El incesante ladrido dio lugar al sonido que producían las patas de Duque contra el suelo mientras corría hacia la muchedumbre, tirando de la correa que sostenía su dueño. El hombre cayó al piso y emprendió su viaje fortuito arrastrado por el pavimento.

De un momento a otro el ruido de aquellas personas se tornó nítido.

—¡Ey! ¡Acá estoy! ¡No busques más! –gritaba un vagabundo mirando al cielo mientras corría.

Acto seguido cayó al piso, clavándose más de un adoquín en el cuerpo, pero eso no lo detuvo. Se levantó inmediatamente y continuó corriendo, elevando sus manos y gritando al firmamento.

Mientras tanto el lector avispado decidió soltar la correa que llevaba en su mano, frente a la imposibilidad de parar a su no tan fiel amigo, que siguió el recorrido de aquellos transeúntes. Tras levantarse, y sacudirse la ropa con las manos, se quitó los lentes de lectura que, con los cristales rotos, descansaron sobre su cuello, y vislumbró la escena: un grupo de personas corría persiguiendo aquello que sobrevolaba la ciudad.

—¿Será posible…? –se preguntó, refregando sus ojos con los dedos y abriéndolos con sorpresa– ¿una carta?

Inmediatamente Marcelo se unió a aquel grupo de locos que corrían, porque efectivamente lo que perseguían con tanto ahínco era una carta, mas no cualquiera.

¡Una de aquellas famosas cartas mágicas sobrevolaba la ciudad! Y mientras algunos intentaban atraparla con sus propias manos, gran parte observaba preguntándose quién sería el afortunado que la recibiría. Por primera vez uno de los mensajes de la fuente llegaba a la ciudad.

El sobre volaba encima de sus cabezas dando volteretas como si se tratara de un ave de oro, siendo el único color que contrastaba con aquel gran tapiz azul falto de nubes.

Hombres y mujeres maravillados lo perseguían, desde el vagabundo que gritaba “¡Acá estoy!” con la fe de que aquella carta le correspondiera el llamado, pasando por reporteros y camarógrafos, hasta un hombre de traje negro, presumiblemente de alta sociedad. Duque había sido atrapado por Marcelo, su dueño, que había cesado en su afán de perseguir aquel curioso y resplandeciente objeto. Unos metros antes logró detener a su mascota y lo reprendió severamente mientras aún intentaba domarlo.

En una intrépida maniobra aquella carta–ave se aventuró a acercarse a los vecinos que corrían y saltaban extendiendo sus brazospara intentar tomarla. El pueblo vitoreaba, los niños decoraban la escena con sonrisas de esas que solo los pequeños saben brindar y unos pocos pudientes tomaban fotos con sus cámaras rodando frenéticamente el control que pasaba los rollos para seguir activando el disparador, y así lograr la siguiente captura.

Aquel ser de papel, pues nadie podía negar que aquella misiva tenía vida y autonomía propia, tomó mayor velocidad, pasando por un túnel de manos, cabellos y esperanza hasta que el vagabundo en un despliegue de destreza dio un gran salto, y logró tomarla con su mano izquierda. Sonrió con cierta malicia mientras la carta se sacudía fuertemente. El hombre la tomó con ambas manos, mientras empujaba con los hombros al resto de las personas que lo perseguían ofuscadas.

—¡Esa carta no es para vos! –gritó el señor de saco negro que no dejaba de seguirlo.

—¡Injusticia! –gritó el camarógrafo mientras filmaba el suceso, y fue acompañado en su aseveración por una parte del pueblo.

Los niños dejaron de sonreír, pero los fotógrafos siguieron capturando el momento, ya que aún sin estar de acuerdo en que aquel hombre se hiciera de aquel tesoro, gracias a él tenían la posibilidad de retratar la carta de cerca. No obstante, el pueblo en general se mostraba indignado. Aunque nada de lo que le decían lograba detenerlo. Siguió caminando a paso rápido mientras la carta evidenciaba, en sus intentos de zafarse, que aquel ser no era el destinatario.

De pronto el sobre comenzó a mostrar un halo de luz dorada, que llegó rápidamente al clímax quemando la yema de los dedos de quien lo sostenía.

—¡Auch! –lloró el ladronzuelo mientras la soltaba.

Aquel contenedor del mensaje de Dios se zafó de las garras de su opresor, se elevó significativamente en el aire dejando atrás a los edificios más altos que no debían superar los nueve metros de altura. El pueblo aplaudió al mismo tiempo que los niños mostraron toda la luz de sus ojos pues habían presenciado la justicia divina en acción, y habían podido sentir la paz tras la consecución de aquella ley natural.

Voló por unos segundos más hasta que un gran vórtice de luz se abrió paso en el cielo y desapareció en aquella flor luminosa que se cerró inmediatamente.

En aquel momento algunos detuvieron su marcha exhaustos, decepcionados pensando que tal vez la carta no caería en la ciudad, no obstante otros continuaron corriendo con la esperanza de volver a encontrar aquel mensaje divino no muy lejos del lugar del que se esfumó.

Nadie sabía a ciencia cierta por qué en algunos momentos elegían volar sobre las ciudades, y en otros tan solo teletransportarse a través de estos halos de luz. Los recorridos de las cartas representaban un misterio tanto para hombres y mujeres como para brujas y magos a través de todo el multiverso. Lo cierto es que el primer tramo del recorrido de todas ellas lo iniciaban teletransportándose desde el reino mágico hacia su mundo destino, y no era difícil pensar que, como un pájaro, aquellas epístolas viajaban kilómetros y kilómetros, teniendo que hacer determinadas pausas, o tomar ciertos atajos, para llegar en forma. En otras ocasiones se aparecían en lugares recónditos, muy alejados del hogar de su destinatario.

Nuestro contenedor pasó por distintas ciudades, desde las más populosas hasta verdes campos, fructíferos viñedos de aromas dulces y embriagantes, montañas nevadas hogar de monjes ancestrales y bosques en variadas estaciones del año. Antes de llegar a la Tierra había transitado puntos del cosmos vedados a la mayoría de los mortales, lugares disponibles solo a aquellos con un grado de evolución lo suficientemente avanzado como para trascender la propia vibración natural, rasgando el tejido de lo tangible, para así moverse con libertad en ese mar de variables energéticas llamado multiverso.

Esa carta había visto a su paso seres asombrosos, densos como el cuarzo que brilla dentro de la corteza de la Tierra esperando a ser descubierto y puesto de manifiesto a la luz del sol en toda su gloria, o ligeros como la pluma que junto a muchas otras integran un todo, pero que por sí misma también es perfecta. Gigantes como una galaxia completa, de principio a fin, cumpliendo eones. Pequeños como esa geometría simple aunque sagrada que inicia en un punto ínfimo de existencia, y que en espiral se replica a sí misma hasta convertirse en el milagro mismo de la vida.

En cierto punto del recorrido había decidido desaparecer de la vista de algunos hombres de Terranova que, sedientos de aquella agua de manantial que representa la palabra del creador, la gran fuente, habían pecado de egoístas sucumbiendo al espejismo de sentirse dueños siendo solo meros espectadores. Pero si lo pensamos, ¿puede alguien culparlos? ¿Quién no desea un mensaje así? ¿Quién no necesita un mensaje?

Finalmente volvió al lugar en el que habían intentado raptarla. Fue una gran sorpresa para aquellos esperanzados seres de aquel pintoresco pueblo que continuaban corriendo sin dirección aparente, con fe en volver a ver levitar a aquel tesoro, pues así sucedió: ella volvió a Terranova. A solo un par de cuadras se volvió a abrir un vórtice del que nuestro mensaje saltó con vigor. El pueblo vitoreaba.

El camarógrafo, la reportera y el hombre de negocios siguieron corriendo, pasando por la panadería, la librería y la gran plaza que daba paso a la vieja estación de tren, Dr. Favaloro, del que solo arribaban una decena de niños de entre cinco y doce años: los pequeños del orfanato Sol Naciente.

El sobre apresuró su paso dejando atrás a la muchedumbre que la seguía, comenzó a brillar de manera intermitente en un claro acto de exaltación. Se elevó, dio unas volteretas de felicidad en el cielo y bajó en picada a gran velocidad.

De repente, a no más de 3 metros del suelo, frenó. Había llegado a la estación. Levitó sobre las cabezas de algunos niños que observaban atónitos. El vapor que emanaba el tren dificultaba la visión del trayecto, de todas formas ella continuó el recorrido. El lugar se veía un tanto desolado y la razón para ello es que había finalizado la temporada de vacaciones hacía un par de meses. Aquella epístola dorada bajó lentamente planeando con energía hasta que una pequeña mano se extendió, y en ese mismo instante la carta se dejó caer entre esos suaves y delicados dedos.

Ema, una dulce niña de ocho años, había sido la ganadora del gran premio. Sus ojos color miel, abiertos en una muestra de sorpresa, complementaban a la perfección sus mejillas sonrosadas. Su tez blanca permanecía impoluta inclusive frente a los cálidos rayos del sol. Sobre su frente se acomodaban sus rizos rojizos, aunque el resto de su larga y frondosa cabellera le llegaba hasta la cintura. Esta brillaba con gran esplendor, y se movía inquieta por el viento que había producido la carta al sobrevolarlos a todos. Algunos pocos mechones tapaban su vestidito por delante, un solerito de color verde agua con mangas largas. Los ribetes blancos adornaban su cuello y puños haciéndola ver aún más inocente. Aquella personita podría haber sido sacada de un cuento de hadas, pues lucía como una verdadera princesa. Ella, que en su inocencia había levantado la mano por acto reflejo, sorprendió a todos. Bajó su mano y observó estupefacta el sobre que brilló suavemente a modo de saludo, impregnando sus ojos con un brillo nunca antes visto. Los niños se acercaron, entre ellos Joaquín, su mejor amigo. Él contrastaba bastante con la niña ya que se vestía de manera más informal. Llevaba un pantaloncito de tonalidad beige y una remera manga corta blanca a medio guardar dentro del pantalón. Lo cierto es que tenía mucho estilo a pesar de su sencillez. Lucía su cabello largo con rastas acomodadas hacia adelante, de lado, y su tez color café se antojaba saludable. Este sonrió con honesta alegría.

—¡WOW! ¡Recibiste una carta mágica! –exclamó feliz por ella.

—¿Una carta mágica? –preguntó Ema, que desconocía aquello, pero antes de que pudieran responderle llegaron los adultos que perseguían el sobre.

Poco a poco la vieja estación se tornó concurrida ya que los vecinos solían acompañar cualquier situación fuera de lo común, algo entendible considerando que se trataba de un pequeño pueblo y que en general no había grandes novedades en relación a ningún tema.

Inmediatamente, entre el camarógrafo, la reportera y el hombre de negocios cercaron a la niña.

—Soy Jessica Robledo y estamos en exclusiva para el canal GPMR ¿Cómo te llamas? –preguntó la reportera al mismo tiempo que su colega pegaba la cámara al rostro de la ganadora invadiendo descaradamente su espacio personal.

Ema, atónita, no llegó a responder la primera pregunta cuando la siguieron increpando.

—Niña, ¡Niña!, mi nombre es Esteban –se apresuró a decir el hombre vestido de traje– te doy una muñeca si me das la carta.

Era bien sabido por todos que solo el dueño de esos mensajes podía recibirlo en verdad, aunque no todas las personas jugaban de acuerdo a las reglas, empezando por Esteban. Aquel hombre parecía medir un metro ochenta, con gran espalda. Llevaba su cabello grisáceo corto luciendo dos grandes entradas en su cabeza. Lucía una barba candado igual de gris que su cabello pero realmente cuidada, y el aroma penetrante de su perfume se sentía al menos a media cuadra de distancia. Si bien el pachuli suele quedar bien a muchos hombres él era una evidente excepción. Aquel perfume desentonaba con su outfit, que sí se veía de categoría.

—¿Qué se siente recibir una carta de Dios? –inquirió inmediatamente Jessica, la blonda, mientras luchaba cuerpo a cuerpo contra Esteban para ganar la atención de la afortunada.

—¿No? entonces te ofrezco. ¡Dos muñecas con casa y auto! –ofreció el vil empresario– el dinero no es problema –añadió mientras esbozaba una sonrisa fingida y un tanto macabra.

Inmediatamente se acercó una bella señorita, de no más de treinta años, con un vestido sobrio color aguamarina y su cabello negro recogido con un lápiz.

—¿Qué pasa acá? –inquirió amablemente, mientras se posicionaba delante de Ema en un claro signo de protección.

—¿Quién es usted? –consultó Jessica– ¿Es la madre?

—Mi nombre es María, soy la celadora y guardiana de todos los niños del orfanato Sol Naciente –dijo en representación del grupo– ¿Quién es usted? –añadió.

Esteban empujó a Jessica y su camarógrafo, que anteriormente habían ganado el primer espacio para conversar con la ganadora. Él esbozó una sonrisa aún más fingida y apretó la mano de Julia agitándola frenéticamente.

—Señorita, mi nombre es Esteban, soy empresario bancario. Vayamos a un lugar más tranquilo para negociar la compra de la carta –dijo sin quitarle los ojos al sobre dorado– Puedo ofrecerle lo que desee, solo ponga la cifra.

María observó la carta que guardaba celosamente Ema entre sus brazos, sobre su pecho.

—¡Piénselo! –agregó acercando su rostro en confidencia, tomando la mano de la mujer y bajando la voz– No tendría que volver a trabajar nunca más, no tendría que volver a ver nunca más a estos niños, ni preocuparse por nada.

Inmediatamente la guardiana apartó su mano de la de aquel indigno señor, y se puso seria.

—¡Señor! Yo amo mi trabajo ¡Y amo a mis niños! –exclamó, y antes de que pudiera continuar el banquero intentó excusarse.

—Por supuesto –dijo aquel vil hombre– No quise decir eso, evidentemente son pequeños angelitos.

Miró a los niños, algunos de ellos le mostraron la lengua a modo de burla. María volteó a verlos, y en ese mismo instante los pequeños cambiaron las muecas por sonrisas y miradas enternecedoras. Ella sonrió, volteó a ver al empresario y se puso seria.

—Señor, si ese sobre es lo que creo que es, solo ella puede conocer el contenido. Se lo ha ganado en buena ley, ha sido elegida –dijo tajantemente, mientras tres autos clásicos de color negro estacionaron frente a la estación– Supongo que un hombre de su estirpe sabrá entender.

La joven celadora tomó de la mano a Ema y Joaquín mientras se disponía a retirarse.

—¡Vamos niños! –exclamó, elevando la voz para que nadie se quedara atrás, y comenzaron a caminar hacia los autos abriéndose paso entre la multitud.

Los choferes, vestidos de camisa blanca, aguardaban parados al lado de cada vehículo con todas las puertas abiertas para llevarlos al orfanato siguiendo el mismo protocolo de siempre.