Guía para criar hijos curiosos - Melina Furman - E-Book

Guía para criar hijos curiosos E-Book

Melina Furman

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Beschreibung

La pedagogía, la psicología y las neurociencias cuentan hoy con ideas muy valiosas para acompañar a los niños y las niñas en su camino de aprendizaje, ideas que pueden ayudarnos a resolver muchas de las cosas que nos desvelan como padres. Sin embargo, esos saberes tan novedosos no siempre son conocidos por la gente de a pie. ¿Cómo despertamos en nuestros hijos la curiosidad por temas que para nosotros son importantes, pero que a ellos no les resultan atractivos? ¿Cómo potenciamos sus intereses artísticos, científicos, tecnológicos o deportivos? ¿Cómo los ayudamos a desarrollar hábitos de trabajo y persistencia ante la frustración? Lo cierto es que aunque nuestras intenciones sean las mejores, muchas veces lo que nos parece una buena respuesta no lo es tanto. Con fundamentos de científica y educadora (e intuición de madre), Melina Furman nos propone en esta Guía para criar hijos curiosos actividades y juegos increíblemente estimulantes para hacer con los chicos en casa. Porque son esas experiencias compartidas las que van a moldear su vínculo con el conocimiento y les van a dar las herramientas y el deseo para seguir aprendiendo. Este libro está pensado para padres y madres, abuelos y abuelas, maestros, profesores y para todos los adultos embarcados en el fascinante camino de acompañar a los chicos en su crecimiento.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Prólogo (Melina Furman)

Presentación (Diego Golombek)

Dedicatoria

Agradecimientos

Introducción. ¿Por qué una guía para criar hijos curiosos?

1. Una educación que nos prepare para la vida

¿Qué vale la pena aprender hoy?

¿Qué es ser inteligente? Para ampliar la mirada sobre el talento

¿Qué pasa con todo esto en el colegio?

Inteligencia emocional: aprender a vivir con uno mismo y con otros

¿Talento o esfuerzo?

Los elogios: un arma de doble filo

El efecto Pigmalión

2. Entornos para aprender

Un ambiente rico en estímulos

Contextos donde broten las ideas maravillosas

Las preguntas de los niños y el aprendizaje profundo

Profundidad, pero también variedad

Ayudar a desarrollar la confianza en uno mismo

Crecer en un contexto de cuidado y atención

La tecnología: ¿amenaza u oportunidad?

Aburrirse puede ser bueno

3. Chispa y andamios: los secretos del aprendizaje

Jugar el juego completo

Aprender en el mundo real

Extender los momentos compartidos

Aprender con otros

Andamios para construir el edificio

¡A practicar!

El secreto del buen feedback

“Umbral ok” y practicar las partes difíciles

El secreto mejor guardado: dormir para aprender

4. Aprender a comprender

¿Cómo se aprende a comprender?

Menos es más

Traducir para ayudar a encontrar sentido

El poder de los diálogos

5. Aprender a pensar

Un ambiente de disfrute del pensamiento

Estrategias para enseñar a pensar

6. Aprender a aprender

La metacognición se aprende (y sirve mucho)

7. Aprender a vivir con uno mismo y con otros

La inteligencia emocional se aprende

¿Te comerías el malvavisco?

Funciones ejecutivas y desarrollo infantil

Persevera y triunfarás

Disciplina positiva

Reconocer, expresar y regular las emociones

8. Epílogo. Y se acaba, pero ¡vuelve a empezar!

Referencias

Melina Furman

GUÍA PARA CRIAR HIJOS CURIOSOS

Ideas para encender la chispa del aprendizaje en casa

Furman, Melina

Guía para criar hijos curiosos.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2023.

Libro digital, EPUB.- (Educación que Aprende)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-291-9

1. Educación. 2. Educación no Formal. 3. Educación Extraescolar. I. Título.

CDD 649.68

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

© 2023, SSiglo XXI de España Editores, S.A.

Calle Recaredo, 3 - 28002 Madrid

<www.sigloxxieditores.com>

Diseño de colección y de cubierta: Pablo Font

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en España: septiembre de 2023

ISBN edición española: 978-84-323-2067-5

Depósito legal: M-26993-2023

Primera edición española en formato digital: octubre de 2023

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-291-9

Prólogo

Al igual que los hijos, los libros crecen. Suman experiencias y miradas que los hacen más ricos, más profundos, más cercanos a sus lectores. Y, de vez en cuando, echan a volar a nuevos destinos. Con la Guía para criar hijos curiosos pasó justamente eso. La primera edición fue publicada en la Argentina en el año 2018 y, desde entonces, cobró vida en las manos de padres, madres (¡y abuelos y tíos!) que la hicieron suya para orientar sus propias inquietudes y búsquedas sobre la crianza. Familias de diversos tipos y contextos transformaron el libro en un disparador de ideas para generar conversaciones, juegos y momentos memorables, de esos que atesoramos de la vida compartida.

Hoy llega a España en esta nueva edición. Se trata de un destino cercano y querido para mí, porque en estos años he trabajado con colegios, profesores y familias españolas y descubrí con alegría que tenemos mucho en común. Aunque nos separe un océano de distancia, nos hermanan la época, los intereses, las preocupaciones y la necesidad de orientación en este mundo que cambia a una velocidad vertiginosa y que nos plantea desafíos en muchos sentidos diferentes a los que tuvieron nuestros padres y abuelos. Un mundo en el que las tecnologías digitales son omnipresentes y necesarias como herramientas para aprender, entretenernos y trabajar, pero que a la vez suscitan dudas e incertidumbre cuando buscamos que no se conviertan en “aspiradoras de tiempo” (ni para nuestros hijos ni para nosotros) o cuando queremos hacerles lugar a otras formas “desconectadas” de estar juntos, de jugar y de crear. Un mundo de estímulos incesantes que expanden nuestros universos y que, al mismo tiempo, nos enfrentan a la difícil tarea de enfocar y sostener nuestra atención y de priorizar lo importante.

Estamos criando a nuestros hijos en una época diferente a la que vivimos nosotros mientras crecíamos; una época en la que muchas reglas del juego cambiaron y las certezas sobre seguir caminos establecidos para tener lo que podríamos definir como “una buena vida” se tambalean. Hoy valoramos la creatividad y la iniciativa, y también la empatía y la capacidad de trabajar y conectar con otros, como grandes habilidades para vivir. Ser ciudadanos plenos requiere que podamos dar sentido a la lluvia de información que recibimos a diario. Y, también, que sigamos aprendiendo durante toda la vida, tal vez el mayor superpoder que podemos legar a las futuras generaciones.

En ese camino, se nos presentan montones de preguntas: ¿cómo acompañar a nuestros hijos e hijas en su crecimiento? ¿Cómo estar cerca de ellos y guiarlos, pero sin asfixiar? ¿Cómo enseñarles y responder sus preguntas manteniendo viva la curiosidad? ¿Cómo potenciar sus talentos y ayudarlos en aquello que les cuesta más pero sentimos que es importante? ¿Cómo ayudarlos a sostener el esfuerzo y la motivación a pesar de las dificultades?¿Cómo combinar los límites con la libertad y el desarrollo de la autonomía?

Nada de esto es fácil. Nadie nos enseñó cómo se hace. Sobrevivir a la crianza sin morir en el intento (¡y disfrutarla, además!) requiere que como adultos desarrollemos una buena brújula interna y aprendamos a escucharla para que nos oriente en nuestras decisiones. Una brújula que parta de nuestra visión del mundo (nuestros anhelos, deseos, valores) y de nuestra propia experiencia como hijos, con recuerdos y reflexiones de nuestra propia crianza (¡aun de aquello que no queremos repetir y que dijimos que nunca haríamos cuando fuéramos padres y madres!).

Este libro busca justamente eso: fortalecer esa brújula interna. Porque, cuando nuestra intuición se combina con el conocimiento (en este caso, de las investigaciones en neurociencias, educación y psicología), podemos actuar con confianza en nuestros propios pasos, sintiendo que vamos por buen camino y que lo que hacemos encaja, tiene sentido. Y eso marca una gran diferencia en la posibilidad de sentirnos “como en casa” en la crianza y de disfrutar esta etapa de la vida tan entrañable como irrepetible.

Parto de la convicción de que lo que sucede en casa —las conversaciones, los juegos, las salidas, las experiencias compartidas, los viajes— sirve como plataforma de despegue que va a acompañar a nuestros hijos el resto de sus vidas. Porque esa vida en familia forja los cimientos de todo lo demás. Los vínculos que construimos, la posibilidad de disfrutar el aprendizaje, el modo en que resolvemos los conflictos que surgen en toda convivencia o la manera en que reaccionamos ante los errores se convierten en modelos que nuestros hijos van a tener como referencia.

En estos años la Guía siguió viajando y creciendo: llegó a cada vez más lectoras y lectores y se empleó también como material para encuentros y conversaciones con familias, educadores, médicos pediatras y especialistas en infancia y crianza. Así aprendí la importancia de tomar las ideas de este libro desde las fortalezas de cada familia, partiendo de lo que saben y les gusta hacer, potenciando lo que ya tienen y llevándolo más lejos. Algunos me contaron que cocinaban con sus hijos, otros que salían de viaje, otros que hacían juegos matemáticos, otros que leían juntos, otros que bailaban o disfrutaban la vida al aire libre. Fui recibiendo fotos y relatos de cómo cada familia adaptó y enriqueció la propuesta dándole su propia impronta, tomando como punto de partida el deseo de estar presentes en estos años tan hermosos (¡y a veces agotadores!) como irrepetibles.

Cuando escribí este libro, mis mellizos tenían seis años. Ahora, tienen diez. Naturalmente, en estos años cambiaron las conversaciones, los juegos, los espacios compartidosy los desafíos que tenemos como padres. Pero la complicidad y la confianza siguen ahí presentes, en formas distintas pero con la misma esencia. Hoy, por ejemplo, disfruto enormemente cuando ellos me muestran músicos y juegos que yo no conocía, cuando me enseñan sobre fútbol, cuando me hacen preguntas o comentarios que me llevan a reflexionar sobre mi propia vida o cuando los veo actuar con más independencia. Y también aprendo a acompañarlos de nuevas maneras, tratando siempre de tener la escucha atenta, de generar acuerdos y de poner límites con sensatez y claridad. A medida que nuestros hijos se van haciendo mayores, empieza a sentirse cada vez más fuerte ese ida y vuelta con ellos que nos hace crecer a nosotros también como personas y que expande nuestro universo de modos que jamás hubiéramos imaginado antes de tenerlos.

Ojalá este libro los acompañe en su propia gran aventura de la crianza. Que disfruten la lectura.

Melina Furman

Enero de 2023

Presentación

Abre os olhos pra ver o mundo

Tudo é novo para os teus olhos novos

Filho, pai, mãe, orvalho da manhã

Tudo é novo para os meus olhos velhos.[1]

Herbert Vianna, “Luca”

En la escuela del mundo del revés, el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos.

Eduardo Galeano, “Educando con el ejemplo”, La escuela del mundo del revés

De pronto, un día nos convertimos en padres.

Así de estremecedor es el comienzo de este libro; nos recuerda la Mayor Aventura de Nuestras Vidas que, encima, viene sin manual de instrucciones para saber cómo rebobinar, cambiar las baterías, usar el antivirus o aumentar la memoria. Es que “esos locos bajitos que se incorporan” son nuestros tesoros, nuestra inocencia, nuestra inmortalidad. Queremos que sean felices, sanos, buenas gentes, inteligentes, cultos, realizados; queremos darles lo mejor de nosotros y ahorrarles lo peor, los fantasmas, los miedos. ¿Será mucho? Sin duda el camino está plagado de baches y de (pequeños) fracasos, pero también de alegrías, de primeros dientes, de primeras letras, de primeros pasos… de primeros portazos.

Y en ese mundo entra, claro, el aprendizaje, ese cuyo nombre mismo viene de “agarrar”, como si nos permitiera aferrarnos a un tronco salvador, a la baranda, a los andamios con que construimos sueños. Y aquí hace su aparición este libro imprescindible que nos ofrece esos troncos y esas barandas para pensar, para hacernos preguntas y desesperarnos un poquito menos a la hora de alentar, de cuestionar, de elegir el cole y la lista de whatsapps de mamás y papás que nos van a acompañar por mucho tiempo.

Por supuesto que la preocupación por el aprendizaje de nuestros hijos no es nueva. Siempre nos preguntamos qué hacer, cómo hacer y cómo no hacer para educarlos. En Cómo atender y cómo entender al niño, un manual para padres y maestros de Florence Powdermaker y Louise Ireland Grimes publicado en 1940, las autoras no se privan de darnos consejos y recomendaciones. Ellas cuentan que el libro es “producto de la observación, en un jardín de infancia, de las dificultades que presentan los niños, como resultado de la falta de preparación de los padres”. Después de semejante noticia, pasan revista a los juegos, la alimentación, el sueño, los niños buenos y los malcriados, las relaciones familiares y el desarrollo general de los párvulos (incluida –sí, créanme– la “educación de los intestinos”). Es más: nos recuerdan que “la excitación con que los padres contemplan a su vástago es en parte, naturalmente, una expresión de su amor hacia él, pero también muestra su noción, consciente o inconsciente, de que el futuro de ese pequeño y desamparado ser depende tanto de la sabiduría de ellos como de su propia herencia”.

Quizá sin saberlo, las autoras se habían metido con un tema que aún hoy es de gran actualidad: cuánto traemos de fábrica y cuánto depende nuestro desarrollo de lo que hacemos con eso que traemos de fábrica. Las investigaciones más recientes, mal que nos pese a los padres, dicen que ellos –los hijos– se las arreglan muy bien a pesar de todos nuestros esfuerzos por ayudarlos.[2] Esto no quiere decir que no queramos ni debamos intentarlo; todo lo contrario, son nuestros empujoncitos, los cuentos de las buenas noches, los experimentos en una noche de estrellas los que acercan nuestros mundos, nos vuelven preguntones y curiosos y, a la larga, buena gente. Como dice el poeta James Baldwin, es cierto que los niños no suelen ser muy buenos a la hora de escuchar a sus padres… pero siempre terminan imitándolos.

Y de esos empujoncitos, de esos cuentos y experimentos está hecho este libro mágico que Melina Furman nos regala a todos los que, en estado parental, tenemos esa sensación de que quizá no estamos haciendo lo suficiente, que seguramente hay personas más expertas que pueden proporcionarnos consejos para tener a mano cuando nos tiramos al suelo o en el césped para acompañarlos con sus ojos nuevos. La educación está en los detalles, afirma Melina, y vaya si nos ofrece detalles, de esos que ayudan a crecer, a valorar el esfuerzo antes que el logro, a aprender juntos en un camino de descubrimientos guiados por el amor y la curiosidad.

Entre chispas y andamios, veremos que hay estímulos que promueven un ambiente para el aprendizaje, que la naturaleza y el pensamiento se pueden dar la vuelta como un calcetín para llegar al “juego completo”, que podemos soñar con hijos que a su tiempo sean más jardineros que carpinteros, que den sus propios frutos y nos sorprendan con sus preguntas y sus hallazgos. Sabremos también que hay múltiples aprenderes: desde el aprender a comprender hasta, claro, el aprender a vivir. Y todo, pero todo, con ejemplos e ilustraciones directamente extraídos de los cuadernos de laboratorio de los mejores alumnos de Melina: sus propios hijos.

Hay algo de camino en estas páginas, y seguramente también en esta nueva y maravillosa colección de “Educación que aprende” (que nació como prima de “Ciencia que ladra”, convencidos como estamos de que hay que aprender a aprender y a enseñar, siempre desde las investigaciones científicas que lo avalen), de sabiduría que se transmite amorosamente, como en el “Tao te Ching para padres”:

Vayan por una lenta y cuidadosa caminata.

Muéstrenles cada pequeña cosa que los atraiga.

Presten atención a cada pequeña cosa que los llame a ellos.

No busquen lecciones o enseñar grandes hechos.

Sólo miren.

La lección se enseñará a sí misma.[3]

Para finalizar, una advertencia. Leer este libro da ganas de tener hijos, o de volver a tenerlos, o de tener más. Seguro que saldrán más curiosos… y felices.

Diego Golombek

[1] Abre los ojos para ver el mundo / Todo es nuevo para tus ojos nuevos / Hijo, madre, padre, rocío de la mañana / Todo es nuevo para mis ojos viejos.

[2] Vean, por ejemplo, lo que cuenta Steven Pinker en La tabla rasa (Barcelona, Paidós, 2018).

[3] William Martin, The Parent’s Tao Te Ching, Nueva York, Da Capo, 1999.

A Ian y Galo, por expandir mi universo.

A Fabio, por ser compañero de aventuras en la vida y en la educación de los chicos.

A Mabel y Aldo, por criarme con amor y libertad.

Agradecimientos

Escribir este libro fue un intenso viaje de lecturas, experiencias, reflexiones y, especialmente, conversaciones con padres, madres, tíos y abuelos que me contaron sus aprendizajes y preocupaciones en la crianza de sus chicos, y los montones de ideas que vienen probando en sus casas. Durante muchos meses, en cada conversación con amigos y conocidos, mis antenas estaban alertas para encontrar perlitas e ideas que pudieran ilustrar con ejemplos reales toda la inventiva que las familias ponemos en juego en la educación de los niños. A todos ellos va mi profundo agradecimiento.

Gracias por sus comentarios sobre los borradores a mi hermana Vale y a Ary Nosovitsky: con sus miradas agudas y reflexivas me hicieron repensar y potenciar mucho de lo que había escrito.

A Emiliano Chamorro, porque nuestras charlas me ayudaron a encontrar el gran sentido de este libro y me desafiaron a volver sobre muchas de mis ideas iniciales. Gracias infinitas, Emi, por acompañarme con cariñosa exigencia en el proceso de gestar la charla “Aprender en casa” que di en el evento de TEDxRíodelaPlata en 2017, cuyo contenido forma parte, también, de estas páginas.

A Gerry Garbulsky, Mariu Podestá, Gabriel Gellon, Magdalena Fleitas, Josefina Peire, Rebeca Anijovich, Carola Beker, Eduardo Rodríguez Sapey y Noelia Sigüeiro, por compartir conmigo las geniales actividades que hacen con sus hijos y nietos, y sus propios relatos de infancia.

A Axel Rivas y Diego Golombek, por estar pendientes del proceso y recomendarme lecturas y recursos para inspirarme y seguir profundizando.

A Diego Golombek (de nuevo, sí), por ser un incansable creador de mundos e invitarme a idear esta nueva colección de “Educación que aprende”, que tiene por inspiración y modelo su maravillosa “Ciencia que Ladra”, de la que muchos disfrutamos y aprendemos.

A Carlos Díaz, Yamila Sevilla, Marisa García, Raquel San Martín, Paz Langlais y el gran equipo de Siglo XXI, por proponerme embarcarnos en esta aventura de la colección, compartir sus historias de infancia y de crianza y ayudarme con sus ideas y sugerencias a encontrarle el tono a este libro.

A mis padres, porque al criar a mis hijos me encontré reflexionando sobre mi propia infancia, y caí en la cuenta (como nos debe pasar a todos los padres y madres) de lo desafiante e intenso del proceso, y agradecí una y otra vez que hayan elegido (y podido) educarme con amor y apoyo incondicional.

A Fabio y a nuestros hijos. Porque le dais sentido a todo lo demás.

Introducción

¿Por qué una guía para criar hijos curiosos?

De pronto, un día nos convertimos en padres. Y, aunque creíamos que estábamos más o menos preparados para el desafío, se abre ante nuestros ojos una aventura muchísimo mayor de la que imaginábamos. O, al menos, eso me pasó a mí. Allí están, llenándolo todo con su presencia, nuestros hijos: adorables, hermosos, sorprendentes, intensos, ¡y sin manual de instrucciones!

El misterio del aprendizaje siempre me generó una fascinación especial. Empecé mi recorrido como bióloga e hice mis primerísimas armas en laboratorios de neurociencias en mis tiempos de estudiante. Pero desde hace casi veinte años me dedico de lleno a la educación e investigo qué contextos nos ayudan a aprender y a enseñar mejor. Mi trabajo se centra en entender cómo formar mentes curiosas y potenciar el pensamiento crítico, desde el jardín de infancia hasta que somos adultos. Y muchas de esas lecciones aprendidas formaron parte de proyectos educativos y de formación docente para colegios de toda la Argentina y de otros países,[4] junto con un equipo cada vez más grande de educadores y científicos apasionados por generar una educación transformadora, que logre que los ojos brillen y los horizontes se expandan.

Desde hace seis años, también soy madre. Y muchos de mis amigos fueron padres recientemente. En esta etapa de la vida, buena parte de nuestras conversaciones giran alrededor de los chicos. Solemos compartir los montones de interrogantes (¡y dudas existenciales!) que se nos abren acerca de cómo acompañarlos lo mejor posible en la gran aventura de la vida, en el marco del trajín diario que no siempre nos deja “parar la pelota” para pensar.

Personalmente, la experiencia amorosa de acompañar a mis hijos en su aprendizaje es lo más increíble e intenso que me pasó y que me pasa. Me fascina, me llena de ternura, me agota a veces, como a todos los padres y las madres, y me genera también un sinfín de preguntas y reflexiones que compartimos con mi esposo en nuestras conversaciones cotidianas: ¿lo estaremos haciendo bien? ¿Cómo elegir la guardería y el colegio a los que vamos a mandarlos? ¿Qué tipo de actividades podemos hacer en casa con ellos? ¿Qué juegos valen la pena? ¿Cuánto exponerlos a la tecnología? ¿Cómo potenciar sus intereses? ¿Cómo despertar su curiosidad por temas que consideramos importantes pero que no siempre los atraen tanto? ¿Qué otras experiencias queremos ofrecerles fuera de lo que hacen en el colegio? ¿Cuánto es suficiente? ¿Cuánto es demasiado?

A partir de mi viaje personal como educadora e investigadora en educación, y ahora también como madre, nace este libro. Soy mamá de mellizos, y la experiencia de criar a dos niños de la misma edad al mismo tiempo me abrió aún más preguntas (¡que con seguridad valdrán para cualquiera que tenga más de un hijo!): ¿cómo equilibrar lo compartido y lo individual? ¿Cómo educarlos para que se apoyen mutuamente? ¿Cómo potenciar los talentos y deseos de cada uno, pero sin cerrarles la puerta a experimentar cosas nuevas? ¿Cómo acompañarlos para trabajar en aquello que más les cuesta?

Al charlar con amigos padres y madres que no se dedican a la educación, siempre me sorprende notar que muchísimas de las grandes ideas de la pedagogía, la didáctica, las ciencias cognitivas y las neurociencias, avaladas por décadas de investigación académica y que pueden darnos pistas muy valiosas para orientar la educación de nuestros hijos, no son tan conocidas.

Hoy, por ejemplo, sabemos bastante sobre qué tipo de estrategias funcionan mejor para ayudar a los niños a construir aprendizajes profundos y a aprender capacidades para la vida. Tenemos buenas claves sobre cómo desarrollar el sentido de autoeficacia y la inteligencia emocional. Sabemos cómo generar contextos de aprendizaje que despierten el gusto por aprender casi cualquier tema. Conocemos estrategias para fomentar la creatividad y el pensamiento crítico. Y creo que vale la pena compartirlas, porque nos dan herramientas para tomar mejores decisiones, o al menos para empezar a respondernos algunas de las grandes preguntas que nos desvelan.

Por mi parte, estoy convencida de que nuestra intuición es la mejor brújula interior que tenemos para educar a nuestros chicos. Creo que cuando nos conectamos con lo que nos pasa y escuchamos a nuestras “tripas”, tomamos las mejores decisiones posibles. Y que cada uno de nosotros sabe, como padres y madres que somos, quién es su hijo o su hija, qué los apasiona, qué les disgusta, qué los conmueve, por dónde pasan sus fortalezas y aquello que les resulta difícil (¡aunque a veces podamos ser ciegos a algunas cosas!). Y también sabemos quiénes somos nosotros: cuáles son nuestros valores, nuestras expectativas, en qué tipo de mundo queremos vivir y cuáles han sido nuestras experiencias y lecciones aprendidas del pasado.

Pero también creo que cuando combinamos nuestra intuición con el conocimiento, se abren nuevas posibilidades para el pensamiento y la acción que nos permiten ir mucho más lejos. Que podemos decidir con más confianza en lo que hacemos. Que, de ese modo, se amplía nuestro universo de opciones. De eso, justamente, trata este libro. De acercar ideas e investigaciones que brindan herramientas útiles para estar mejor preparados en el fascinante camino de educar a nuestros chicos (¡disfrutando en el proceso, claro!). Para esto, además de contar lo que descubrieron otros colegas científicos y educadores, voy a compartir experiencias e investigaciones propias e historias de amigos y conocidos que fui recogiendo a lo largo de la escritura de este libro, que ayudan a traducir eso que sabemos del ámbito académico y de la práctica educativa en estrategias concretas para probar con los niños en familia.

Cómo se organiza este libro

Escribo este libro con el propósito de que sirva para pensar en la educación en todas las edades. Si bien los ejemplos que doy se centran sobre todo en el período que va desde la primera infancia al final de la educación primaria, muchas de las ideas que van a encontrar pueden aplicarse al proceso de aprendizaje en general, incluso de los adultos.

Los primeros tres capítulos proponen una visión general sobre el porqué, el qué y el cómo de la educación de nuestros hijos. El capítulo 1 plantea como horizonte una educación que nos prepare para la vida a partir del desarrollo de algunas capacidades troncales: aprender a comprender, a pensar, a aprender y a vivir con uno mismo y con otros. Desde ese punto de vista, replantea la visión tradicional de la inteligencia y habla de cómo ayudar a los niños a construir una mentalidad basada en el esfuerzo.

El capítulo 2 se ocupa de la importancia de generar entornos de aprendizaje estimulantes, tanto desde el punto de vista cognitivo como desde el afectivo, que amplíen el repertorio de recursos de los niños, les propongan desafíos alcanzables y los ayuden a construir un sentido de la autoeficacia que les permita seguir aprendiendo con autonomía. Y dentro de los entornos para aprender, aborda una de las grandes obsesiones que solemos tener los padres: la relación de los niños con la tecnología.

El capítulo 3 desmenuza aún más las características de los buenos contextos de aprendizaje: ahonda en cómo encender la chispa por aprender cualquier tema, y en cómo acompañar a los niños ante los desafíos que les resultan difíciles, incluyendo la importancia de la práctica deliberada y el rol de las horas de sueño.

Los siguientes cuatro capítulos profundizan sobre cómo desarrollar los grandes aprendizajes que definí como troncales para la vida, a partir de ideas, ejemplos y estrategias concretas para probar en casa.

El capítulo 4 (Aprender a comprender) habla de cómo generar oportunidades de aprendizaje profundo que ayuden a los niños a usar el conocimiento en situaciones nuevas y lo tornen propio y relevante.

El capítulo 5 (Aprender a pensar) plantea caminos para aprender a pensar de maneras creativas y al mismo tiempo rigurosas, haciéndonos buenas preguntas que nos ayuden a investigar, planificar caminos para la acción, resolver problemas y considerar distintos puntos de vista.

El capítulo 6 (Aprender a aprender) propone estrategias para desarrollar la autonomía sobre el propio aprendizaje que nos permitan aprender durante toda la vida y fomenten la toma de conciencia sobre el propio proceso de pensamiento (¿qué sabemos bien? ¿Qué entendimos a medias? ¿Cómo sabemos lo que sabemos? ¿Qué nos hace pensar eso que pensamos? ¿Cómo podemos aprender eso que nos falta?).

El capítulo 7 (Aprender a vivir con uno mismo y con otros) se refiere al desarrollo de la autorregulación y las llamadas “habilidades blandas” –como la persistencia, la empatía, la capacidad de planificación y la de colaborar con otros– entre muchas otras que afectan, en conjunto, a la inteligencia emocional de los niños.

El epílogo sintetiza el camino recorrido y extiende la invitación a seguir explorando.

Al final del libro se encuentran las referencias completas de los estudios y autores que aparecen a lo largo de los capítulos, para quienes quieran profundizar.

Este libro está pensado para padres y madres, para abuelos y abuelas, para tíos y tías y todos los adultos que estén embarcados, en cualquier medida, en el fascinante camino de acompañar a los niños en su crecimiento. También para los maestros, profesores, educadores no formales, directores, formadores docentes, pediatras, profesionales relacionados con la infancia y educadores de cualquier tipo, con el deseo de que encuentren en estas páginas algunas pistas interesantes para enriquecer su trabajo cotidiano.

Recuerdo el día en que se me cayó el primer diente. Tenía 6 años y esperaba ansiosa el regalo que iba a recibir, como me habían contado mis amigos. A la mañana siguiente, encontré bajo la almohada un libro de cuentos, lleno de imágenes preciosas. Y después de ese, con cada diente que se caía, llegaban otros nuevos. Por algún extraño motivo, mi ratón era un amante de los libros. No me traía dinero ni juguetes, como a algunos de mis compañeros. Era un ratón librero. Conversando con mis padres, hace poco, me contaban que la idea del ratón que trajera libros fue algo que simplemente se les ocurrió un día, y después lo mantuvieron porque les pareció una buena idea. Ellos querían que para mí la lectura fuera un regalo. Y esa fue una de las maneras que encontraron para lograrlo.

Ahora que soy mamá, siempre pienso que la educación está en los detalles. En esas decisiones, a veces minúsculas, que tomamos como padres todos los días mientras estamos ocupados haciendo otros planes. Como la del regalo de mi ratón Pérez. Porque muchas veces son esos detalles los que terminan generando climas, contextos y valores que nos moldean para toda la vida.

De eso trata este libro. De cómo acompañar a los niños en su aprendizaje a partir de las elecciones que hacemos todos los días en casa. De cómo traducir algunas de las grandes ideas del campo de la educación a conversaciones, actividades y juegos que pueden tener un enorme impacto en su formación. Porque son esas experiencias compartidas las que van a moldear su vínculo con el conocimiento y les van a dar las herramientas para (y el deseo de) seguir aprendiendo siempre.

Nota imprescindible

Estos son tiempos de cambio, de diversidad e inclusión. Y el lenguaje pone de manifiesto nuestras contradicciones, dudas, idas y vueltas. Atrás quedó la incuestionabilidad del masculino “inclusivo”. Estamos probando, haciendo ajustes, intentando que el lenguaje no oculte. Y este libro muestra también la transición, la variedad. Y aunque en nuestra elección predomina el masculino, importa que nadie quede fuera: padres, madres, chicos, chicas, chiques, chicxs.

[4] Entre ellos están la asociación de campamentos científicos Expedición Ciencia, el Programa de Educación en Ciencias de la Universidad de San Andrés, el curso sobre creatividad e innovación “El mundo de las ideas”, los proyectos de transformación educativa Escuelas del Bicentenario, Ciencia y Tecnología con Creatividad y PLANEA, el programa de televisión La casa de la ciencia, del canal infantil Paka Paka, el sitio web para chicos Experimentar, el programa de formación docente Urban Science Education Fellows de la Universidad de Columbia, el curso de Innovadores Educativos del CIPPEC, el proyecto para escuelas secundarias Clubes TED-Ed y las capacitaciones docentes de Ciencias Naturales del Instituto Nacional de Formación Docente de Argentina. Este es mi primer trabajo pensado para padres (¡y me encanta el desafío!).

1. Una educación que nos prepare para la vida

Como me dedico a la educación, siempre que charlo con padres y madres amigos y conocidos, todos suelen hacerme la misma pregunta: ¿a qué colegio me conviene mandar a mis hijos? Y por supuesto que elegir colegio es un tema muy importante. Pero creo que esa preocupación que tenemos los padres sobre la educación de nuestros hijos, a veces tan centrada en el afuera (en el colegio o en las actividades que hacen los niños fuera de ella), muestra algo tremendamente importante que nos está faltando. Algo que suele pasar delante de nuestras narices sin que nos demos tanta cuenta: cómo educamos a los peques en casa.

Y con “educación en casa” no estoy proponiendo sacar a los chicos del colegio y educarlos por nuestra cuenta. Ni tampoco hablo de enseñarles cómo portarse bien en la mesa, compartir con los hermanos o decirle “gracias” a la abuela. Tampoco me refiero a cómo ayudarlos con los deberes. Hablo de algo mucho más grande, mucho más profundo: de cómo se construye el vínculo de los niños con el conocimiento. De cómo se gesta y se sostiene el amor por aprender. De cómo los preparamos para abrise camino en la vida. Porque esos aprendizajes se tejen en casa, desde los primeros años de vida y a medida que los chicos crecen. Y se construyen en los detalles, en las interacciones cotidianas entre padres e hijos, y también con los hermanos, abuelos, tíos y a veces hasta con los amigos de la familia.

¿Pero cómo hacemos? ¿Cómo preparamos a nuestros hijos para que tengan una buena vida? ¿Qué necesitan aprender? ¿Cómo encender y sostener la chispa del aprendizaje? ¿Cómo ayudarlos a desarrollar su autonomía? ¿Qué tipo de experiencias los van a enriquecer más? ¿Qué “caja de herramientas” podemos ofrecerles?

Para responder estas preguntas, tenemos que empezar por el principio: ¿qué significa para nosotros una “buena vida”? Sin lugar a dudas, las respuestas serán montones, casi tantas como madres y padres hay. Porque esas definiciones de “buena vida” resumen bastante bien quiénes somos: hablan de nuestros valores, de nuestra visión del mundo y de nuestras expectativas para los propios hijos.

Sin embargo, aunque no haya una definición única, seguramente muchos coincidimos en el deseo de que nuestros hijos puedan tener una vida rica en experiencias, en afectos y en propósitos. Una vida en la que puedan valerse por sí mismos, disfrutar de la cultura, mantener despierto el deseo de aprender, generar buenos vínculos con otros, tener equilibrio emocional, encontrar pasión en lo que hacen y dejar una huella positiva en el mundo.

Si compartimos esa definición, se abre entonces una nueva pregunta: ¿qué tipo de educación darles para que puedan tener esa buena vida? Y, para empezar a responderla, les propongo hacer un ejercicio introspectivo.

Hagan una lista: ¿qué aprendizajes les resultaron fundamentales para su vida personal y profesional?

Suelo hacer esta pregunta ante audiencias muy diversas, y en general encuentro fuertes coincidencias en aquellos aprendizajes que la mayoría de las personas consideran claves para el éxito personal y profesional. Además de los “imprescindibles” (leer, escribir, hablar, hacer operaciones matemáticas básicas), muchos señalan aprendizajes más complejos y transversales, como el pensamiento crítico, la capacidad de resolver problemas, de colaborar con otros o de comunicar sus ideas. Hay quienes mencionan la capacidad de disfrutar de aquellos bienes culturales (la literatura, el arte, el conocimiento en general) que como humanidad hemos construido. Otros hablan de valores, como la solidaridad, la aceptación de las diferencias o la importancia del esfuerzo. O de la posibilidad de expresarse a través del arte. Algunos más se refieren a capacidades individuales, como la iniciativa o la persistencia ante las frustraciones. Y la lista de aprendizajes sigue, no hay modo de hacerla exhaustiva. Seguramente ustedes habrán añadido otros.

En este libro, la idea de una educación que nos prepare para la vida será el gran horizonte que guíe nuestras discusiones sobre cómo acompañar a los chicos en ese camino. A lo largo de las páginas iremos desmenuzando esta cuestión, e identificaremos algunos aprendizajes fundamentales, con la mirada puesta en cómo potenciarlos desde nuestro rol de padres.

La propuesta será pensar en la educación en un sentido bien amplio, que va mucho más allá de lo que sucede en el colegio y que abarca todas las experiencias de los niños, incluso nuestras interacciones cotidianas con ellos desde que nacen. Porque educamos cuando jugamos con ellos, cuando disfrutamos una actividad compartida, cuando conversamos sobre un tema o elegimos deliberadamente enseñarles algo. Cuando los ayudamos con una tarea que les cuesta o marcamos los límites de qué cosas son aceptables y cuáles no. Y también educamos cuando estamos cansados, nos enojamos o tenemos otras prioridades en la cabeza. Educamos, queramos o no, siempre (¡aunque poder apretar el botón de pausa de vez en cuando no estaría mal, para darnos un respiro!).

¿Qué vale la pena aprender hoy?

Hoy ya no caben dudas de que el mundo se acelera a un ritmo vertiginoso. La exponencialidad del cambio tecnológico hace que no tengamos demasiadas herramientas para predecir cómo será el futuro cercano. Hay fuertes conjeturas en torno a la robotización del trabajo y a la desaparición de muchas profesiones, a los cambios que el desarrollo de la inteligencia artificial traerá aparejados, a los desafíos climáticos, de sostenibilidad y de desigualdad creciente que serán parte del escenario en el que nuestros hijos tendrán que vivir.

Estamos en un momento de oportunidad en el que hay un debate global sobre el rumbo de la educación en el futuro. En muchos círculos académicos y políticos se está discutiendo qué nuevas formas debería tener el colegio (o, incluso, si debería seguir existiendo tal como la conocemos hoy) para preparar a los niños y jóvenes para ese mundo del futuro.

Por eso, si coincidimos en que la educación tiene que preparar para la vida, una de las preguntas más acuciantes (y difíciles de responder) es qué vale la pena que los chicos aprendan hoy. Y aquí les propongo avanzar más allá de las respuestas individuales que ensayamos en el primer ejercicio y tomar como referencia las aportaciones de especialistas de todo el mundo que vienen preguntándose, desde hace algún tiempo, sobre qué tenemos que aprender para vivir de manera plena en un mundo que en muchos sentidos es cambiante, incierto y cada vez más complejo. Un mundo vertiginoso, que parecería haber puesto un pie en el acelerador y en el que hay que ajustarse fuerte los cinturones.

¿Vale la pena que los niños aprendan idiomas? ¿Que desarrollen la expresión artística? ¿El deporte? ¿La tecnología? ¿Qué y cuánto tienen que aprender de Matemáticas, de Historia, de Literatura, de Biología? ¿Qué otros aprendizajes son fundamentales, más allá de los que figuran en el currículo escolar? ¿Hay aprendizajes escolares que hoy convendría dejar de lado? ¿Cuáles y por qué?

La respuesta a estas preguntas no es única, ni mucho menos sencilla. Definir lo que vale la pena aprender en la actualidad es tema de acalorados debates, porque habla de nuestros valores más profundos como individuos y como sociedad. ¿Queremos niños que encuentren algo que los apasione? ¿Que tengan una buena cultura general? ¿Que destaquen en algún campo? ¿Que sean creativos? ¿Independientes? ¿Que tengan voluntad de aprender por sí mismos? ¿Que encuentren su propia voz? ¿Que disfruten del conocimiento? ¿Que tengan hábitos de trabajo responsable y persistencia ante la frustración? ¿Que sepan trabajar en equipo? ¿Que puedan establecer buenos vínculos con los demás? ¿Que sean solidarios? ¿Que sepan qué hacer con su tiempo libre? ¿Todas las anteriores? ¿Sólo algunas? ¿Faltan otras importantes? ¿Qué priorizamos de todo eso?

Para empezar a responderlas, suelo hacer este ejercicio con familias y educadores.

Imaginen a sus hijos e hijas como adultos: ¿cómo les gustaría que fueran?Después de elaborar una lista de características (independiente, solidario, curioso, emprendedor, reflexivo, etc.), respondan la segunda pregunta: ¿qué tenemos que hacer antes para ayudarlos a construir ese futuro? ¿Qué deberían aprender?

Aunque es difícil llegar a una única respuesta, en las últimas décadas existe cierto consenso entre los especialistas de todo el mundo sobre la importancia de formar algunas capacidades claves que generan una plataforma para el pensamiento, la acción y la posibilidad de aprender toda la vida. Estas capacidades implican poder comprender algunas grandes ideas en profundidad (es decir, no superficialmente) y usar el conocimiento para fines relevantes para uno mismo y para los demás, en situaciones auténticas. Desde este punto de vista, aprender implica ir más allá de la reproducción de saber fáctico, declarativo o enciclopédico (“¡mencionad todos los ríos de América sin repertirlos y sin soplároslos!”), que se consideraba señal de una buena educación hace no tanto tiempo. Por el contrario, implica que el conocimiento pueda darnos alas para disfrutar, entender, pensar y eventualmente transformar nuestro mundo.

Una de las fuentes inspiradoras de este consenso es el trabajo del filósofo y economista indio-bengalí Amartya Sen,[5] que dedicó su vida a estudiar los procesos de desarrollo de las naciones, en especial las de economías más vulnerables. Sen recibió el Premio Nobel de Economía en el año 1998 y sus ideas han sido la semilla de los índices de desarrollo humano que hoy se consideran una medida de la prosperidad de los países, en tanto tienen en cuenta no sólo la riqueza (como el tradicional producto bruto per cápita), sino las condiciones de vida de la población, como el acceso a la salud y a la educación, la calidad ambiental y los lazos comunitarios.

En su obra, Sen habla de la importancia fundamental del desarrollo de capacidades. Y define las capacidades como las herramientas para transformar los derechos civiles en libertades reales que nos permitan alcanzar una vida que, en sus palabras, “tengamos razón para valorar”. Así, el foco de la educación deja de centrarse en los bienes (los conocimientos) y pone el acento en lo que las personas podemos hacer con ellos.

Y aquí vale una aclaración: cuando hablo de lo que las personas podemos hacer con el conocimiento no me refiero a un enfoque sólo utilitarista (es decir, a usar el conocimiento para la acción), sino también a entender el conocimiento como plataforma para dar sentido a nuestro entorno, para disfrutarlo, enriquecer nuestra mirada y ampliar nuestros horizontes. Hablo de un conocimiento que nos permita ser al mismo tiempo usuarios y protagonistas de la gran empresa humana que es la cultura en todas sus manifestaciones, lo que incluye las ciencias, las artes, el deporte, la política, la filosofía, las iniciativas sociales, la tecnología y tantas otras. Que nos ayude a sentir que somos parte de un flujo que nos trasciende.

El enfoque por capacidades ha recibido diferentes nombres. Tal vez el que más se ha popularizado es el de “habilidades del siglo XXI”, que alude al conjunto de saberes que se suponen necesarios para la participación plena en la sociedad de este siglo.[6] Este enfoque habla de un saber y un saber hacer en contexto, en que el conocimiento cobra sentido en tanto nos permite comprender mejor situaciones, enriquecer nuestros intereses, extender nuestros puntos de vista y planear cursos de acción. Otro marco relacionado, muy extendido en el campo de la educación, es el propuesto por la Unesco, que habla de aprender a conocer, a hacer, a ser y a vivir juntos como cuatro grandes pilares de la educación.[7]

Desde esta perspectiva, una buena educación implica bastante más que adquirir saberes fragmentados y muchas veces superficiales, tradicionalmente incluidos en los programas escolares. Debe abarcar experiencias de aprendizaje profundo,[8] conectadas con la realidad, que tengan sentido para quienes aprenden, y posibilidad de importar en las vidas que los chicos van a vivir. Y, también, debe ocuparse de aprendizajes que en general se consideraban talentos innatos (que “nos tocaban” o “no nos tocaban” en suerte en el reparto inicial), pero que hoy se sabe que pueden ser fortalecidos desde la educación, como la creatividad, la capacidad de comunicar nuestras ideas o la de colaborar con otros de maneras productivas.

¿Qué vale la pena que nuestros hijos aprendan hoy?

Teniendo en cuenta los marcos anteriores y en busca de una síntesis que nos ayude a organizar las ideas, les propongo que agrupemos este abanico de capacidades para la vida en cuatro grandes aprendizajes:

Aprender a comprender: comprender en profundidad las grandes ideas de los distintos campos del quehacer humano, construyendo marcos conceptuales que les den sentido y hagan posible tanto usar ese conocimiento en situaciones auténticas como disfrutar del conocimiento en sí mismo.Aprender a pensar: desarrollar estrategias de pensamiento crítico y creativo para la resolución de problemas, la investigación y la posibilidad de considerar distintas perspectivas.Aprender a aprender: hacer conscientes los propios procesos de aprendizaje (o, dicho en jerga educativa, “desarrollar la metacognición”), aprender a potenciar las propias fortalezas y la autonomía como aprendices, ser “dueños” de nuestro propio proceso cognitivo.Aprender a vivir con uno mismo y con otros: desarrollar nuestras capacidades socioemocionales (o “habilidades blandas”), como la autoconfianza, la capacidad de atención y escucha, la persistencia, la empatía, la capacidad de colaborar con otros y la de interpretar y expresar nuestros deseos e intereses, entre muchas otras.

Esta lista no pretende ser exhaustiva, claro que no. No incluí (al menos, no de manera explícita, aunque espero que a lo largo del libro vean que forman parte integral de los cuatro grandes grupos anteriores) aprendizajes fundamentales como la lectoescritura, la expresión artística o el deporte, por citar sólo algunos.

Elegí estos cuatro aprendizajes troncales porque creo que este marco nos da, como padres, una buena plataforma de despegue para pensar cómo acompañar a nuestros chicos en el maravilloso camino de formarse para ser protagonistas del mundo en que les toca vivir. Se trata de un marco general que busca ayudarnos a reflexionar luego sobre cualquier aprendizaje específico por el que nos preguntemos, ya sea el de la literatura, el chino mandarín, la esgrima, el teatro o la matemática avanzada.

¿Qué implica, en realidad, aprender a comprender, a pensar, a aprender y a vivir con uno mismo y con los otros? Y, aún más importante, ¿cómo podemos acompañar a los niños en ese proceso? ¿Qué estrategias ayudan a lograr esos aprendizajes para la vida? ¿Qué experiencias podemos generar en casa? ¿Qué actividades vale la pena elegir? ¿Cómo mirar lo que ofrecen los colegios y las experiencias extraescolares con esa lente?

Dedicaremos la segunda parte de este libro a responder estas preguntas en detalle, con ideas, estrategias y herramientas concretas que nos empoderen en nuestro rol de padres. Vamos a desarrollar en profundidad cada uno de estos cuatro grandes aprendizajes para la vida, con la vista puesta en qué podemos hacer para ayudar a los chicos a potenciarlos.

Pero, antes de meternos con el cómo de estos aprendizajes, es importante que nos hagamos una gran pregunta previa, porque de nuestra respuesta dependerá el modo en que nos situemos frente al aprendizaje de los niños.

¿Qué es ser inteligente? Para ampliar la mirada sobre el talento

Les propongo, entonces, que hagamos un alto momentáneo en nuestra discusión sobre qué vale la pena aprender, para reflexionar sobre una cuestión que influye de manera profunda en cómo miramos a nuestros hijos y, más importante, en cómo ellos se miran a sí mismos: ¿qué es la inteligencia? ¿Y cómo podemos cultivarla?

Para empezar a responder esto les planteo un nuevo ejercicio:

¿A cuál de estos personajes consideran más inteligente? ¿A cuál menos? ¿Por qué?Albert Einstein. Steve Jobs. Frida Kahlo. Eva Perón. Lionel Messi.

Seguramente, poner en orden de inteligencia a estos cinco personajes no les resultó muy sencillo. Es más, apuesto a que sienten que alguno de la lista no es lo que llamarían “inteligente” con todas las letras.

Durante mucho tiempo se concibió la inteligencia como un conjunto de talentos innatos, unas tendencias que traíamos (o no) “de fábrica” y que se iban desarrollando en mayor o menor medida a lo largo de la vida. En especial, se valoraba como inteligencia la capacidad académica, fundada en el razonamiento tanto verbal como lógico-matemático. Esta visión de la inteligencia (que se mide, por ejemplo, con los test de coeficiente intelectual o IQ) ha configurado en gran medida nuestro modo de mirarnos a nosotros mismos y a los demás, e incluso también a nuestros hijos.[9] Y, como es lógico, también impregna nuestro modo de educar y valorar los aprendizajes.

Sin embargo, si pensamos en la educación como preparación para la vida, nuestra idea de qué significa ser inteligente tiene que ampliarse. Porque claramente el éxito profesional y personal en la vida parecería tener poco (o no tanto) que ver con la inteligencia concebida de modos tradicionales.

En su libro Fuera de nuestras mentes: aprendiendo a ser creativos, el educador británico Ken Robinson se pregunta acerca de cuántas personas exitosas en lo profesional sienten, en el fondo de sus corazones, que son un fiasco que tarde o temprano se descubrirá. Robinson argumenta que esta sensación de ser “impostores” se debe en gran parte a que la experiencia de estas personas en el colegio ha sido traumática, en tanto sus capacidades académicas nunca fueron descollantes y jamás fueron lo que tradicionalmente se entendía por buenos alumnos o, simplemente, inteligentes.

Al conversar sobre este tema con conocidos, encontré repetidas veces que muchos de ellos (sobre todo aquellos con talentos artísticos o que eligieron profesiones no convencionales, al menos según la mirada de sus padres) se lamentaban con amargura de que sus familias nunca habían valorado del todo sus aptitudes. Una amiga que hoy es una maravillosa artista me contaba hace poco que siempre se sintió menos inteligente que su hermana, mejor alumna en el colegio y a la que sus padres siempre ponían de referencia. Cada vez que escucho esas historias me quedo pensando en cómo, incluso con las mejores intenciones, nuestra visión del éxito o la inteligencia, siendo padres, marca tan a fuego a nuestros hijos.

Piensen en su propia experiencia escolar. ¿Quiénes eran los “inteligentes” del curso? ¿Por qué se los consideraba inteligentes? Aún hoy, cuando en el colegio se dice de alguien que “es inteligente”, en general se habla de aquellos chicos a los que les va bien en algunas asignaturas académicas, en general, en Lengua, en Matemáticas o en Ciencias. El resto de los chicos construye su identidad pensando que no son tan inteligentes (a veces, incluso, ¡que son medio “burros”!) y sintiendo que ese rasgo de la inteligencia “no les tocó en suerte”. Así, naturalizan esa mirada deficitaria sobre sí mismos de modos que pueden tener consecuencias profundas en su futuro.

En los años ochenta, el psicólogo Howard Gardner introdujo un concepto que replanteó de raíz el concepto de “inteligencia”. Después de analizar los casos de “genios” (personas con talentos muy exacerbados, como los prodigios musicales, matemáticos o literarios), estudiar los efectos de lesiones cerebrales sobre ciertas capacidades específicas y observar numerosas evidencias del desarrollo cognitivo de poblaciones en todo el mundo, propuso la existencia de inteligencias múltiples.[10]

Gardner redefine la inteligencia como la capacidad de resolver problemas y crear productos que tienen valor en un particular contexto cultural. Y aquí, cuando habla de resolver problemas, lo hace en un sentido muy amplio: se refiere a la posibilidad de abordar una situación en la que se busca cierto objetivo, identificando y ejecutando un camino apropiado para lograrlo. Esos objetivos pueden ser muy variados: desde encontrar el final para un cuento hasta anticipar el movimiento del oponente en una partida de ajedrez o reparar un artefacto que está roto.