Guía para la crianza en un mundo digital - Sebastián Bortnik - E-Book

Guía para la crianza en un mundo digital E-Book

Sebastián Bortnik

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Beschreibung

¿A qué edad les doy un celular a mis hijos? ¿Cómo hago para que no estén todo el día conectados? ¿Existe el uso creativo de la tecnología? Si no se conectan, ¿van a quedar aislados de la vida social? ¿Con los videojuegos también se aprende? ¿Es cierto que son adictivos? ¿Tengo que saber su contraseña en las redes sociales? ¿Cuáles son las cosas básicas que tenemos que hacer para ayudarlos a interactuar de manera segura en el mundo digital? En el mundo de hoy, en el que la tecnología digital lo permea todo, acompañar a las chicas y chicos desde el nacimiento hasta la adolescencia nos plantea a madres, padres, docentes y profesionales de la salud unos desafíos de los que a veces ni siquiera somos conscientes. La Guía para la crianza en un mundo digital fue pensada para apoyar a los adultos en la búsqueda de respuestas para estas preguntas. A partir de su experiencia como educador y experto en seguridad informática, Sebastián Bortnik nos ayuda a entender qué son y cómo funcionan esos nuevos términos que se inmiscuyeron, sin preguntar, en nuestras familias: sharenting, vamping, ciberbullying, sexting, grooming, phubbing, FoMo, gaming disorder, fake news. El ingreso al mundo digital ofrece un maravilloso terreno de conocimiento y creatividad, de disfrute y crecimiento, pero también muchos riesgos que hay que conocer y comprender para acompañar a los chicos en el desarrollo de su autonomía. Por eso, hoy, educar con responsabilidad significa educar para un uso sano y seguro de la tecnología.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Este libro (y esta colección)

Dedicatoria

Agradecimientos

Introducción

1. El mundo virtual… no existe (y otras ideas antes de empezar)

Internet como medio, no como fin

¿Qué lugar es más seguro: un boliche o una habitación en casa?

2. Pequeños humanos, grandes decisiones

Sharenting: la muerte del “qué grande que estás”

Segunda decisión: ¿cuándo dar acceso a las tecnologías?

3. El tiempo pasa, nos vamos volviendo usuarios

Intimidad y privacidad

Internet no tiene límites

Tu hij@ va a mirar pornografía… desde muy pequeño

Control parental: ¿un analgésico moderno?

Las contraseñas ¿se comparten?

Vamping: las pantallas y el buen sueño

Un contrato real para un mundo digital

4. Mi “teléfono” celular

¿A qué edad podemos aprobar el teléfono celular?

El celular en el aula

Cibeadictos: conectados o desconectados

5. Una vida digital

Redes antisociales

Juegos en línea: una de cal y una de arena

Ciber-ansiosos y Ciber-deprimidos

Aprender a programar

6. Tiempos violentos

Fake news: la era de la posverdad

Ciberbullying: ¿el bullying en internet?

Por favor, no alimentar a los haters

Retos virales

7. Educación sexual en un mundo digital

Sexting, pornovenganza y sextorsión

Grooming

La crianza digital en la adolescencia

8. De la prevención a la contención y a la denuncia

Contener

Denunciar

Conclusión. Crianza digital es crianza

Epílogo. Ser padre

Anexo. La crianza digital etapa por etapa

Referencias

Sebastián Bortnik

GUÍA PARA LA CRIANZA EN UN MUNDO DIGITAL

Cómo educar para un uso sano y seguro de la tecnología

Bortnik, Sebastián

Guía para la crianza en un mundo digital.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2020.

Libro digital, EPUB.- (Educación que aprende / dirigida por Melina Furman)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-040-3

1. Educación no Formal. 2. Bullying. 3. Redes Sociales. I. Título.

CDD 649.1024

© 2020, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Diseño de colección y de cubierta: Pablo Font

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: diciembre de 2020

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-040-3

Este libro (y esta colección)

No va el faro hacia el navío para rescatarlo, pero ofrece su luz. El navegante en la noche ve esa luz, y se sabe acompañado. Ya no tiene miedo. A partir de ese punto luminoso, con su propio velamen, timón y maquinaria, emprende el derrotero hacia su destino.

Miguel Espeche, Criar sin miedo

¿A qué edad les doy un celular a mis hijos? ¿Cómo hago para que no estén todo el día conectados? ¿Cómo promover un uso creativo de la tecnología? Si no tienen celular, ¿se van a quedar afuera de la vida social con sus amigos? ¿Aprenden algo jugando con los videojuegos en red? ¿Es cierto que son adictivos? ¿Tengo que tener su contraseña en las redes sociales? ¿Qué hago para ayudarlos a mantenerse seguros en el mundo digital?

Estas son algunas de las muchísimas preguntas que madres, padres y docentes nos hacemos en estos días y para las que no siempre tenemos respuesta. Porque como generación, nos toca el desafío de acompañar a nuestros hijos e hijas en sus primeros pasos en el mundo digital. Y aquí el reto es único, porque se trata de un mundo que también es nuevo para nosotros. Un mundo que, además, está cambiando y expandiéndose continuamente. Que nos maravilla pero también, a veces, nos asusta y nos llena de incertidumbre.

Recuerdo cuando mis padres combatían contra el exceso de televisión, ese “chupete electrónico” con el que podíamos pasar horas y horas “enchufados” frente a la pantalla. Me acuerdo de mis padres y otros adultos tratando de poner límites al “tiempo de tele” y buscando alternativas de juegos y salidas para el tiempo libre. Creo que la analogía vale para pensar algunos de nuestros dilemas hoy, aunque a la distancia luce como una preocupación inocente, especialmente porque cuando éramos chicos había pocos canales y muchas menos horas de programación para niños que ahora. Y porque el mundo digital no solo es ubicuo, sino que abre una posibilidad que la tele no tenía y hasta hace poco tiempo era impensada: la de interactuar con otros.

Fenómenos que existieron desde siempre como el bullying (acoso) o el grooming (el engaño por parte de un adulto a un menor con fines sexuales) se amplifican y cobran nuevos sentidos en el mundo digital. Pero también las tecnologías digitales nos dan nuevas herramientas para crear y estar con otros que hasta hace poco no hubiésemos imaginado. Tenemos nuevas alas poderosas, pero para usarlas hay que aprender a volar.

Por eso, nuestro desafío hoy es acompañar a los chicos para que puedan desarrollar su autonomía como ciudadanos plenos en el mundo digital. Y eso implica estar presentes en la infancia y, de otras maneras, en la adolescencia, ayudándolos a elaborar criterios propios para elegir, cuidarse, aprender a usar su tiempo y, en suma, crecer en libertad.

En ese camino, esta Guía para la crianza en un mundo digital es una maravillosa brújula que nos ayuda a orientarnos y tomar decisiones desde el conocimiento y la reflexión. A partir de su experiencia como educador y experto en seguridad informática, Sebastián Bortnik nos propone un recorrido que combina aportes de expertos, testimonios de familias, niños y jóvenes, estudios académicos y reflexiones personales. Nos presenta información rigurosa y actualizada para pensar con más claridad sobre temas en los que no somos expertos y que inciden en nuestra vida cotidiana. Nos invita a hacernos preguntas y a seguir aprendiendo de la mano de nuestros hijos.

La gran premisa de este libro es que, como en tantos otros aspectos de la crianza y la educación, la clave es generar vínculos profundos y amorosos con los chicos desde el diálogo y el encuentro. Se trata, ni más ni menos, de estar cerca, buscando alternativas, pensando soluciones y estableciendo acuerdos en un marco de confianza y cariño que los ayude a construir los cimientos para recorrer su propio camino de vida.

Este libro forma parte de la colección “Educación que aprende”, pensada para todos aquellos involucrados en la fascinante tarea de educar. Confluyen aquí reflexiones teóricas y aportes de la investigación pero también ejemplos y orientaciones para guiar la práctica. Porque la educación ha sido, desde sus inicios, un terreno de exploración y búsqueda permanente que se renueva con cada generación de educadores, niños y jóvenes. Y porque, para educar, tenemos que seguir aprendiendo siempre.

Melina Furman

A mi viejo, el Bocha, que ya se fue.

A mi hijo, Gino, que recién llegó.

Agradecimientos

He leído muchos libros a lo largo de mi vida, y todos los autores agradecen a su familia. No fue hasta que pasé por el proceso de escribir un libro que entendí lo gigante que debe ser la contención en el hogar para poder atravesar este hermoso desafío. A Belu Rey, mi compañera, mi consejera. No solo por el aguante de cada noche en que te fuiste a acostar sola mientras yo escribía, cada fin de semana que dediqué al libro, sino por tu constante escucha y valiosas opiniones. Gracias por estar siempre ahí, por acompañarme en cada locura que emprendo, y por hacerlo con tanto tanto amor. Y fundamentalmente, por ser la guerrera contra el síndrome del impostor, la que me dio la respuesta que necesitaba cuando quería escribir este libro, pero creía que “a nadie le iba a interesar”.

A mi vieja, que me contagió de muy pequeño el amor por las computadoras. Y a mi hermano, los dos me motivan a perseguir mis sueños y mi pasión.

A mi abuelo Héctor y mi abuela Norma, que me dejaron “tomar libros prestados” de su biblioteca durante mi adolescencia.

A mis amigos del alma. A Juli Kotli, una de las personas que me inspiró en la adolescencia para enamorarme de los libros, y mi lector ideal (aunque este libro habría sido mejor si hubiera aprovechado todo tu feedback). Al Cacu y a Sami, que me acompañaron en una etapa tan importante de mi vida.

A Carlos Díaz, Marisa García y todo el equipo de Siglo XXI. Me siento un privilegiado por publicar en una editorial que leí y admiré por tantos años. Y especialmente a Yamila Sevilla, que me acompañó como editora en todo el proceso. Tu escucha, guía y paciencia han sido muy importantes todos estos meses.

A Melina Furman, quien confió en la idea desde el principio, aceptó sumarme a la colección y me acompañó en todo el proceso. Es un honor ser publicado bajo tu dirección.

A Meli (otra vez) y a Gerry Garbulsky, grandes responsables de que 2015 haya sido un año bisagra en mi vida, cuando me enseñaron que podía “levantar la mano un poquito más alto”.

A todas las personas que me dieron entrevistas y compartieron testimonios y opiniones: Meki Werner, Daniel Monastersky, Diana Tori, Romina Fiadaron, María Laura Rodríguez, Nicolás Cacchiarelli, Silvia Ongini, Fátima Noriega, Marcela Czarny, Cecilia Calos, Juan Sklar, Leandro Swietarski, María Zysman, Lucrecia Morgan, Candelaria Irazusta, Horacio Azzolin, Daniela Dupuy y Axel Rivas.

A todos mis compañeros de trabajo en Onapsis, sobre todo al equipo de Investigación, que me bancan y apoyan en mi amor por la divulgación. Agradecimiento particular a Ezequiel Gutesman, que constantemente promociona un entorno de trabajo flexible y me estimula en esta pasión.

Algunas dedicatorias especiales para la gente con la que compartí el proyecto más lindo del que alguna vez fui parte: Argentina Cibersegura. Un agradecimiento general a todas las personas con las que trabajamos juntos esos años: comisiones directivas, patrocinadores, colegios, equipos, etc.

Y algunos agradecimientos específicos para terminar. A Facundo y a Ignacio, sin ellos no hubiera iniciado en 2010 esta historia que me cambió la vida. Y a Liz Fraumann, quien me inspiró para liderar el proyecto con un profundo sentido de transformación social.

A Hernán Racciatti y Ezequiel Sallis, que fueron los mejores compañeros y amigos que podría haber tenido para llevarlo a cabo; sin ellos, esto tampoco hubiera sido posible, o al menos no lo hubiera disfrutado tanto. A Claudio Caracciolo y Cristian Borghello, quienes junto con Hernán y Ezequiel fueron mi inspiración cuando empezaba el camino de la divulgación.

A cada uno de los chicos y las chicas, a cada docente, cada equipo directivo, cada papá y cada mamá, que durante o después de las charlas o a través de las redes compartieron conmigo sus historias y experiencias, fundamentales para escribir este libro. Sin lugar a dudas, sus historias han sido mi principal bibliografía.

Y finalmente, un agradecimiento enorme a todas las voceras y los voceros voluntarios de Argentina Cibersegura. Cuando nos dimos cuenta de que unos pocos locos no podríamos dar tantas charlas como la comunidad educativa nos solicitaba, nunca imaginé que lograríamos lo que logramos: cientos de personas capacitándose para sumarse a una causa con el mismo amor y compromiso con el que lo hicimos desde el principio. Ustedes me dieron la energía para cada uno de los ocho años en que tuve el honor y el privilegio de liderar la ONG. Desde que empecé a escribir este libro sabía que iba a cerrar esta sección agradeciéndoles todo el tiempo voluntario que, con todo el corazón, entregaron al proyecto y a la causa.

Introducción

Estas herramientas han creado cosas maravillosas en el mundo. Reunieron familiares perdidos, encontraron dadores de órganos. Hubo cambios sistémicos importantes en todo el mundo gracias a estas plataformas que fueron buenos.

La revolución de internet trajo cosas maravillosas a nuestras vidas, especialmente en los últimos veinte años, con la conectividad de banda ancha, los teléfonos celulares y las redes sociales, entre otras. Cada uno de nosotros podría enumerar experiencias hermosas vividas a través de la tecnología, como estar más cerca de familiares que viven lejos, aprender algo nuevo, conocer gente y comunicar nuestras ideas en una escala hasta ahora desconocida. Y más allá del impacto personal aparecen los cambios sistémicos que menciona la cita de apertura (cuyo autor será develado a la brevedad): las nuevas tecnologías modificaron el modo en que aprendemos, trabajamos, nos comunicamos, nos informamos, sociabilizamos, y también otros aspectos de base, como la salud, el entretenimiento, el turismo, los gobiernos.

Si me detengo a pensar en las cosas buenas que me sucedieron con la tecnología en los últimos años –ejercicio que recomiendo−, se me ocurren varias. Por ejemplo, en 2007 descubrí gracias a mi primer blog que me encantaba escribir y hacer divulgación sobre el tema (¡y que había gente dispuesta a leerme!). Unos años después, pude trabajar remotamente, desde el interior del país, para una empresa que no tenía oficina local en la ciudad. En 2014 retomé el contacto con un pariente con quien no hablaba desde hacía mucho, y ahora lo hacemos con frecuencia. Y así podría seguir. Sin duda, ustedes podrían armar sus propias listas.

Pero revelemos el misterio: la cita corresponde a una declaración de Tim Kendall, en su momento director de monetización de Facebook y presidente de Pinterest. Esta es la declaración completa en el documental El dilema de las redes sociales:[1]

Es fácil perder de vista el hecho de que estas herramientas han creado cosas maravillosas en el mundo. Reunieron familiares perdidos, encontraron dadores de órganos. Hubo cambios sistémicos importantes en todo el mundo gracias a estas plataformas que fueron buenos. Creo que fuimos ingenuos sobre el otro lado de la moneda.

De eso se trata este libro: de cómo uno y otro lado de la moneda impactan en la crianza. Las tecnologías trajeron cosas magníficas a nuestras vidas, pero también nuevos riesgos y aspectos que nos obligan a reflexionar. En el balance, estamos convencidos de que tienen muchas más ventajas que desventajas, pero eso no significa que podamos desentendernos de las consecuencias que su uso conlleva. Y eso implica también identificar ciertos peligros y encontrar estrategias para sortearlos. Si la tecnología solo fuera mala, la solución sería sencilla: elegiríamos no utilizarla. Pero no es así: podemos usarla de forma riesgosa o insegura. O de forma sana y segura. Esta es una guía para ayudarnos un poco a nosotros, y mucho a nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas a estar ahí: haciendo un uso enriquecedor y cuidado de la tecnología.

Podemos plantearnos otro ejercicio. Si, como ocurre muchas veces en las charlas formales o informales con adultos, aleatoriamente les preguntara a padres, madres o abuelos quién es el responsable de enseñar a sus niños sobre higiene y cuidados básicos de la salud (lavarse los dientes regularmente, abrigarse si hace frío), la respuesta sería muy clara: “Nos ocupamos de enseñarles en casa, en la familia” y quizá “también algo de eso lo enseñan en la escuela”. Si les preguntara quién es el responsable de transmitirles los cuidados básicos en la calle, la respuesta sería muy semejante. Si acaso les preguntara por la educación sexual, tampoco variaría demasiado: “Hablamos en casa y también en la escuela con la sanción de la ley de ESI”. Y de manera similar con temas como la alimentación, el consumo de alcohol o de drogas. Ahora bien, si la pregunta fuera sobre cómo usar internet de un modo sano o seguro, la cosa cambia y muy probablemente responderían: “Ah, de eso se ocupan solos, porque la tienen clara”.

¿Por qué esta cuestión no suele aparecer entre los temas de la crianza y la educación? ¿Qué deberíamos hacer para incorporarlo como hicimos con otros aspectos asociados al cuidado?

Allá por el año 2010, junto con un grupo de colegas, comenzamos un proyecto que, tiempo después, se convertiría en la ONG Argentina Cibersegura. Nuestra intención era brindar información a la sociedad sobre los cuidados que hay que tener en internet. Y si bien empezó con una mirada amplia, rápidamente la seguridad de los menores de edad se volvió su principal objetivo. En los primeros ocho años dimos más de dos mil quinientas charlas en escuelas de todo el país para estudiantes, padres, madres y docentes. Espero plasmar en estas páginas no solo lo que pudimos enseñar, sino también todo lo que aprendí en ese recorrido.

En la fase inicial del proyecto, estuvimos muy enfocados en “hablar con las chicas y los chicos”. Es decir, nos preocupamos por entender y aprender cuáles eran los peligros cuando usaban las tecnologías, para poder así ayudarlos a cuidarse. Esta etapa estuvo marcada por un aprendizaje muy particular: no se trataba de cuidar la computadora de los chicos, sino de cuidarlos a ellos y a ellas. La atención estuvo puesta, en un primer momento, en cuestiones vinculadas con prevenir virus informáticos o evitar robos de contraseñas. Sin embargo, a medida que escuchábamos sus historias, nos fuimos dando cuenta de aspectos que no estábamos considerando: cómo las y los jóvenes transmitían y compartían contenidos violentos entre sí (ciberbullying) o cómo chateaban con desconocidos que podían ser adultos y que, eventualmente, les pedían fotos de ellos desnudos (aún no conocíamos la palabra grooming). Entonces, las charlas se fueron transformando. Y nosotros también: ya no éramos técnicos compartiendo consejos concretos, sino educadores reflexionando junto con nuestros interlocutores sobre las buenas prácticas en el uso de la tecnología, esas que permiten minimizar los riesgos, estar más seguros y aprovechar los beneficios que ofrecen las redes.

En 2015 empezó a ocurrir algo muy interesante: ya no hablábamos con las chicas y los chicos de temas que desconocían, ahora las charlas servían para aclarar u ordenar lo que ya sabían. Ya no nos preguntaban qué era el ciberbullying, sino que nos contaban algo que había pasado en su grupo o nos preguntaban si nos parecía peligrosa alguna conversación con un desconocido. En esa misma etapa empezamos a recibir mensajes de adolescentes que nos consultaban sobre situaciones puntuales que estaban viviendo y nos pedían consejo, ayuda u orientación. ¿Por qué nos escribían a nosotros? ¿Dónde estaban los adultos alrededor de esos adolescentes? Papá, mamá, familia, docentes, directivos. Ayudarlos a “abrir los ojos”, “prestar atención” o “aprender a cuidarse” nunca iba a ser suficiente si su entorno adulto no estaba preparado para acompañarlos. El trabajo de divulgación estaba incompleto si solo se dirigía a los jóvenes. Y, por otra parte, sin una respuesta adecuada del mundo adulto ni un acompañamiento desde la casa o la escuela, ningún esfuerzo tendría el impacto suficiente.

Este texto está pensado para educadores en un sentido muy amplio: papás, mamás, docentes, psicopedagogos, psicólogos, pediatras y profesionales de la salud en general. Y aunque el foco está puesto en cómo acompañar a los chicos desde el nacimiento (¡o antes!) hasta su adolescencia, también espero que su propia lectura los ayude a reflexionar sobre el modo en que nosotros, los adultos, usamos las tecnologías. Al fin y al cabo, una parte importante de la educación es el ejemplo.

En las primeras páginas de Guía para criar hijos curiosos, Melina Furman incluye una pregunta que forma parte de un debate muy común entre padres y madres y que también se extendió al ámbito de la educación formal: ¿cuánto exponer a los chicos a las tecnologías? De esa pregunta me interesa una palabra: “exponer”. La idea de exponer podría suponer una connotación negativa sobre las tecnologías, o al menos la sospecha de que podrían tenerla. Este libro quiere profundizar sobre esta idea, ampliar la reflexión acerca de este campo y, dado que la tecnología es protagonista, aprovechar la oportunidad para reconvertir la pregunta: ¿cómo exponer a los chicos a la tecnología? La forma en que los adultos acompañen la relación entre crianza y tecnología impactará sobre la calidad de vida de niños y niñas, y también sobre cuánto se verán afectados por la parte “no tan buena”.

Una revolución, ¿tecnológica?

“Es un genio”, dice una mamá mientras cuenta cómo su hijo, de tan solo 2 años, agarra el celular y aprieta el botón para adelantar un video en YouTube. “Es una genia”, dice el abuelo sobre su nieta, “todavía no sabe escribir pero ya sabe pasar las fotos en la tablet”.

Me animo a decir que a esta altura (casi) todos escuchamos en boca de un adulto una historia o una anécdota en estos términos, con la tecnología, de un lado, y un niño o niña, del otro. Ahora bien, si las chicas y los chicos pueden usar la tecnología del mismo modo, ¿estaremos ante una ola de genialidad y nos esperan años increíbles para la humanidad? ¿O, como leí alguna vez, quizá los genios sean los ingenieros que diseñaron esos dispositivos para que pueda utilizarlos incluso alguien que todavía no sabe leer ni escribir? Aunque hay pocas dudas de que la realidad esté más cerca de esto último, me interesa que pensemos juntos por qué lo escuchamos con tanta frecuencia.

Voy a hacer un ejercicio tratando de imaginar qué pasó en mi casa cuando yo era niño, digamos hasta que cumplí 5 años.

¿Cuándo di mis primeros pasos? Según mi madre, poco antes de cumplir mi primer año. ¿A qué edad empezaron a caminar mi padre y mi madre? Más o menos a la misma edad. ¿A qué edad esperaban que esto ocurriera? Digamos que, más allá de la sorpresa natural ante estas situaciones, el momento en que ocurrió no era novedoso. De hecho, si se lo hubieran preguntado antes de mi nacimiento, hubieran arriesgado que iba a suceder alrededor del cumpleaños número uno.

¿Y el momento en que dije mis primeras palabras fue muy distinto? Creo que también lo esperaban. Desconozco si fue “mamá” o “papá”, pero es altamente probable que no haya sido “hipotenusa”. Ninguna gran sorpresa. Nada muy distinto de lo que ocurre en todas las familias.

Y unos años después, seguramente aprendí a leer sin sorpresas extremas. Se repiten los mismos patrones: cerca de la edad prevista, más o menos de la forma prevista y de manera muy similar a como había sido cuando papá o mamá fueron bebés.

Pero cuando un bebé agarra una tablet y hace un movimiento de dedos para pasar las fotos una a una, hay sorpresa extra y colectiva.[2] Y esto tiene una explicación que se desprende de los ejemplos anteriores, ya que ocurre todo al revés: “los sorprendidos” no tuvieron una tablet en sus manos a esa edad, y creen que no hubieran podido manejarla a pesar de que no hay mucha evidencia de ello (de hecho, todo lo contrario). O peor aún, en muchos casos su mayor evidencia es que hoy, como adultos, les cuesta manejar las nuevas tecnologías.

¿Por qué a mí me cuesta tanto y a mi hijo tan poco manejar esta tecnología? El Center on the Developing Child [Centro de Desarrollo Infantil], de la Universidad de Harvard, es muy claro al respecto:

La capacidad de cambio del cerebro disminuye con la edad. El cerebro es más flexible o “plástico” temprano en la vida y da cabida a una amplia gama de entornos e interacciones, pero a medida que el cerebro en proceso de maduración adquiere mayor especialización para asumir funciones más complejas es menos capaz de reorganizarse y adaptarse a los desafíos nuevos o inesperados. […] La plasticidad de la edad temprana hace que sea más fácil y más eficaz influir en la arquitectura del cerebro en desarrollo de un bebé, que volver a cablear partes de su circuito en la edad adulta.[3]

En otras palabras: es lógico que los chicos puedan usar la tecnología desde pequeños. No son unos genios, son chicos (o si se quiere, son unos genios porque son chicos). Todo esto se vuelve más entendible si explicitamos que quienes fabrican estos dispositivos, estas tecnologías, estas aplicaciones no están ajenos a los últimos avances en neurociencias y pedagogía. José Errasti, profesor del departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo (España), explica de una forma muy clara lo mucho de normal y lo poco de genial que hay en que los más pequeños sepan usar la tecnología. Un Homo sapiens adulto de hace cuarenta mil años pensaría que las personas de la actualidad somos superhombres y supermujeres; pero si lo hubieran traído al presente siendo un recién nacido, manejaría Instagram y Facebook de forma prodigiosa a los 5 años.[4]

A esta división entre genios y sorprendidos, algunos le pusieron otros nombres: “nativos digitales” e “inmigrantes digitales”. El término “nativo digital” fue popularizado por el escritor Marc Prensky en 2001. Se usa para referirse a aquellas personas que nacieron con las nuevas tecnologías como parte de sus vidas y no tuvieron que adaptarse a ellas en algún momento de su adultez. A los nacidos entre 1980 y 1985 se los suele considerar el umbral para ser nativos digitales, aunque en países donde la tecnología e internet llegaron más tarde podría ser algunos años después. Para ponerlo en términos más concretos, si alguna vez se fueron de viaje con un mapa de esos que se doblaban en siete u ocho partes, es altamente probable que sean inmigrantes digitales. ¿Tuvieron un celular o tablet en sus manos antes de saber hablar o escribir? O la pregunta que me parece más apropiada para definir al nativo digital: ¿fueron a la escuela con celular en el bolsillo? Tal vez sea un perfecto resumen del nativo digital. Injusto, como cualquier resumen, pero ejemplificador. Me gusta la definición que da Sree Sreenivasan en su charla en TEDxNewYork: los inmigrantes digitales son aquellos que nacieron antes que nacieran los creadores de las tecnologías… que hoy usan los nativos digitales.[5] El concepto de “nativo digital” tiene algunas críticas[6] (muchas de las cuales comparto), pero puede resultar útil para ubicarnos en el momento histórico en que estamos.

Nativos e inmigrantes digitales. Adultos analógicos y niños digitales. Genios y sorprendidos. Como sea, está claro que en la actualidad conviven personas (de bebés a adultos jóvenes) que nacieron con la tecnología bajo sus brazos, que fueron usuarias de tecnologías desde muy pequeñas y que viven y piensan de manera digital. Por otro lado, los inmigrantes digitales fueron incorporando las tecnologías (sobre todo las relacionadas con internet) como parte fundamental de sus vidas adultas y tienen una forma de pensar que nace más desde lo analógico hacia lo digital. Somos ya no generaciones distintas, sino concepciones distintas del mundo.

Se puede pensar la relación con la tecnología desde la alfabetización. Una persona que no sabe leer ni escribir es analfabeta. A quien no sabe usar las tecnologías, lo podríamos llamar “analfabeto digital”. Los nativos digitales, desde muy pequeños, se alfabetizan digitalmente, pero:

Al igual que con la lectoescritura, uno puede alfabetizarse digitalmente de adulto.Al igual que con leer y escribir, el hecho de que alguien se haya alfabetizado en lo digital no lo convierte en un experto en tecnología, ni en un conocedor de todos sus conceptos, ni mucho menos en un letrado en su uso sano y seguro; es solo alguien que usa la tecnología con fluidez, y nada más.

Con alguna excepción, todavía los adultos somos mayormente inmigrantes y los niños, exclusivamente nativos. Esto nos pone en una situación peculiar: los inmigrantes digitales están hoy criando y educando a nativos digitales. Y este es un hecho bastante inédito. Hasta hace no tanto, adultos analógicos educaban a niños analógicos. Y en un futuro no tan lejano, los educadores serán nativos digitales, y también sus hijos e hijas.

Así, nosotros tenemos la oportunidad de ser testigos de este momento único y breve en la historia, de esta revolución en que conviven analógicos y digitales en una misma sociedad. Y esto explica gran parte de las dificultades que enfrentamos para educar para un uso sano y seguro de las tecnologías. Este entramado social de convivencia entre nativos e inmigrantes rompió algunos conceptos fundamentales sobre qué es educar. Cuando nosotros (los inmigrantes analógicos) éramos chicos, nuestros padres, maestros y profesores se paraban en ese lugar de educadores porque tenían al menos una de estas dos cosas asociadas al concepto a aprender: experiencia o conocimiento. Mi maestra de Geografía sabía cosas de la Tierra que yo desconocía, y mi profesor de Literatura había leído muchos más libros que yo. Mi familia me hablaba de los riesgos de la adolescencia ¡porque ya la había vivido! La tecnología vino a romper con todo esto. ¿Cómo hacemos para enseñar a usar mejor la tecnología cuando no tenemos ni más conocimiento ni más experiencia? La respuesta, que iremos construyendo a lo largo de los capítulos, requiere una única cuestión de base: dejar de pensar que la educación es solo compartir conocimientos y/o experiencias. Aquellos inmigrantes digitales que no pueden romper con esa idea caen en el lugar más peligroso para los fines de este libro: el de creer que al respecto no hay nada para hacer como adultos, que lo deben resolver los chicos en soledad.

Por eso no estamos viviendo una revolución tecnológica sino, como teoriza Alessandro Baricco en su ensayo The Game, una revolución mental. O si se quiere, una revolución de todo: cómo trabajamos, cómo nos hacemos amigos, cómo nos enamoramos, cómo estudiamos, cómo votamos, cómo nos informamos, cómo educamos. El escritor italiano describe así este momento: “Somos los primeros de una nueva historia, que durará doscientos años al menos. Ser los primeros es lo que provoca estas reacciones de incertidumbre, aprensión y miedo”.[7]

Este momento histórico ofrece la oportunidad de una nueva educación: de transmitir conocimientos o experiencias… de acompañar.

* * *

Terminé de escribir este libro en febrero de 2020, justo antes que se expandiera la pandemia del coronavirus que dejó el mundo patas para arriba por muchos meses (incluida la publicación de este libro), pero que trajo aparejada, entre otras cosas, una revolución digital: durante muchas semanas todos nos quedamos en casa. Trabajando, yendo a clases, al médico, hablando con amigos, todo a través de una pantalla. Si algo aprendimos este 2020 es que incorporar tecnologías a las apuradas tiene consecuencias, y seguramente no podamos sacar el máximo provecho de sus beneficios, además de quedar más expuestos a sus problemáticas. Quizá, entonces, no haya mejor momento para publicar esta obra, que se volvió un texto necesario luego de lo que nos tocó vivir en este año. Bienvenidos.

* * *

Por último, quiero decir algo sobre el lenguaje inclusivo, que respeto y creo necesario, pero al que aún no logro adaptarme ni usar fluidamente. Sí quiero dejar constancia de que, más allá del lenguaje, este libro es para todas, todos y todes.

[1]El dilema de las redes sociales (2020), dirigido por Jeff Orlowski y producido por Netflix, donde se encuentra disponible.

[2] Les recomiendo tomarse unos minutos para ver el video en YouTube titulado “A Magazine Is an iPad That Does Not Work” [Una revista es un iPad que no funciona], disponible en <www.youtube.com/watch?v=aXV-yaFmQNk>.

[3] Una versión del trabajo “La ciencia del desarrollo infantil temprano” está disponible en español en <developingchild.harvard.edu>.

[4] “¿Cómo hacen los chicos para entender todo esto?”, La Nación, 19 de mayo de 2012, disponible en <www.lanacion.com.ar>.

[5] Sree Sreenivasan, “Digital natives vs. digital immigrants”, en TEDxNewYork, disponible en <www.youtube.com/user/TEDxTalks>.

[6] Dos recomendaciones: el trabajo de Sue Bennett, Karl Maton y Lisa Kervin, “The ‘digital natives’ debate: A critical review of the evidence”, disponible en <www.academia.edu>; o, si desean algo más corto, un excelente resumen de Valentín Muro en “¿Nativos digitales o espejitos de colores?”, La Nación, 1º de agosto de 2017, disponible en <www.lanacion.com.ar>.

[7] Alessandro Baricco, “Lo nuevo provoca pereza y miedo, es comprensible”, El País, 11 de junio de 2019, disponible en <elpais.com>.

1. El mundo virtual… no existe

(y otras ideas antes de empezar)

Hay dos mundos: el virtual y el real. Con esta idea vivimos. Con esa idea vivía yo también. Sin duda usé la expresión “mundo virtual” muchísimas veces para referirme a lo que pasa en las tecnologías, en las redes o en internet. Y “mundo real” para lo que sucede en el “otro mundo”. Por ejemplo, algunos estarán leyendo este libro en el mundo virtual, con un ebook, y otros, en el mundo real, en papel. Es una distinción que muchas personas hacen y que yo también hacía. Pero el mundo real y el virtual tienen elementos en común. Por ejemplo, mis amigos del mundo real, en la escuela, pueden ser también mis amigos en el mundo virtual, en las redes sociales. Se graficaría de este modo:

En 2012 participé como panelista en un encuentro para docentes. En una intervención hablé de “amenaza virtual” para referirme al ciberbullying o algún otro problema de relación entre los chicos en las redes. El panel continuó, pero algo quedó dando vueltas en mi cabeza: amenaza virtual, amenaza virtual…

No suena como algo por lo que habría que preocuparse, ¿verdad? Si bien en aquel momento no tenía tan presente como hoy la definición de la palabra “virtual” (según el Diccionario de la Real Academia, una de sus acepciones es “que tiene existencia aparente y no real”), se me ocurrió lo siguiente: si invitara a los docentes que participan de este encuentro a comer un asado virtual en mi casa, ¿pensarían que realmente van a comer?, ¿les resultaría atractiva la propuesta? Recuerdo que pedí nuevamente el micrófono y dije algo así:

Hay que tener mucho cuidado con el concepto de “amenaza virtual”, porque las amenazas son reales. Si cuando era chico mis padres me hubieran dicho que no hablara con desconocidos porque podía ser víctima de un secuestro virtual, o que cruzara la calle por la senda peatonal porque un auto virtual podía atropellarme, ¿habría tomado conciencia de los riesgos? El mundo virtual tiene ese problema: puede generar la idea de que “no es tan grave”. Es importante que seamos claros respecto de la existencia concreta de riesgos y amenazas en las redes.

Finalizado el encuentro, muchos de los participantes se acercaron para decirme que les había gustado la aclaración sobre lo peligroso de hablar del mundo virtual, sin explicitar que los riesgos y las amenazas son reales. A partir de entonces trabajamos con ese concepto, que se convirtió casi en una bandera en todas nuestras charlas: el mundo virtual no existe. No solo nos dimos cuenta de que estábamos muy acostumbrados a llamar “virtual” al mundo de las tecnologías y las redes, sino también que para referirnos al “otro mundo”, el del libro impreso en papel, usábamos la expresión “mundo real”.

Pero esta formulación presenta un problema: si hay un mundo en que las cosas son reales, hay otro donde no lo son. Y nadie se cuida de algo que no es real. Los adultos sabemos que podemos tener un accidente de tránsito, por eso conducimos con prudencia. También conocemos los riesgos para la salud que implica el tabaquismo, por eso realizamos campañas de prevención. Pero no nos preocupamos por que un extraterrestre se apodere de nosotros, así que no tomamos ningún recaudo. Tal vez estén pensando que esto es delirante, y justamente esa es la idea: nadie se cuida de una amenaza que no es real. No tiene sentido. Entonces, ¿qué impacto producimos en los chicos al decirles que lo que pasa en internet no es real? El mismo.

Insisto: nadie se cuida de una amenaza virtual. Y este es un excelente punto de partida para entender nuestro rol como educadores en relación con las tecnologías.

Empezamos a pensar cómo podía denominarse ese “mundo virtual” para el que usábamos comillas, y la respuesta no resultó tan difícil: mundo digital. De hecho, en varios textos y charlas en inglés se usaba más esta expresión que mundo virtual. Desde entonces, las tecnologías son el mundo digital. Y nuestro gráfico se reconfiguró del siguiente modo:

En nuestra vida, la vida real, conviven ambos mundos: el digital y el analógico o físico. En el mundo digital hay cosas virtuales y en el mundo analógico también (¿o acaso los castillos de arena en la playa son realmente castillos?). Pero en el mundo digital hay muchas cosas reales, quizá la mayoría. Por ejemplo, si tengo una conversación de audio por WhatsApp con un amigo, el medio es digital, pero la conversación es real. Nos comunicamos, hablamos, nos escuchamos: no hay nada de virtual en esa situación.

Cuando empezamos a establecer la distinción entre “virtual” y “digital”, algunas personas nos decían que solo era una cuestión semántica. Sin embargo, varios expertos hablan acerca de la relevancia de las palabras que utilizan los educadores y cómo pueden tener un efecto muy perjudicial en el aprendizaje.[8]

Lo que estas palabras connotan es importante: la idea de que lo que pasa en internet no pasa. Decir que hay un mundo virtual en el que hay amenazas virtuales (no reales) es una manera de subestimar los riesgos. Es un buen ejercicio reflexionar sobre las palabras que usamos con los chicos, en particular las vinculadas a la tecnología. Creo que una anécdota puede mostrarlo en toda su dimensión. Después de una charla en una escuela, una madre se me acercó preocupada por el tiempo que su hijo pasaba encerrado en la habitación jugando juegos en línea. Me dijo: “Paso por la puerta y lo escucho hablando solo”. Pero su hijo no estaba hablando solo: tenía puestos auriculares y conversaba con otras personas, reales, que estaban jugando el mismo juego que él, con él. Estas son las situaciones que ponen de manifiesto que más allá de la cuestión semántica de llamar “virtual” al mundo digital, a veces nos comportamos como si realmente fuera virtual, y no lo es. Es digital.

Internet como medio, no como fin

Hace varios años participamos con la ONG dando charlas a los adultos que venían a retirar una netbook del Plan Sarmiento,[9] un programa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a través del cual se entregaban computadoras portátiles a los alumnos de las escuelas primarias. Durante varias semanas, familias y docentes podían acercarse a distintos puntos de la ciudad, registrarse y, luego de aproximadamente quince minutos, llevarse el equipo. En esa espera podían acceder a una breve charla con consejos sobre seguridad en internet. El objetivo era poner el foco en el momento en que los padres entregaran esa computadora a sus hijos (hablaremos más adelante sobre las edades y el acceso a la tecnología) y la oportunidad única de tener una conversación al respecto. En la charla, se incluía esta historia que cualquier inmigrante digital entenderá, y que refuerza el vínculo entre el mundo físico y el digital.

Hace unos años, cuando un niño llegaba a la adolescencia, su familia lo autorizaba a moverse solo, a pie o en transporte público, por la ciudad. A partir de ese momento, podía ir o venir de la escuela o del club, sin depender de un adulto. Por lo general, le hacían entrega de un componente fundamental de esta libertad: las llaves de la casa. Esto era parte de un proceso, es decir, no sucedía de un día para el otro. Desde mucho tiempo antes, la familia hacía hincapié en los cuidados que había que tener. Y ese día, el primero en que uno podía ir caminando al colegio con las llaves de casa en la mochila, era un día especial, precedido por una importante conversación con los padres, que nos recomendaban: