Hatajo de Rufianes - Robert E. Howard - E-Book

Hatajo de Rufianes E-Book

Robert E. Howard

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Beschreibung

En "Hatajo de Rufianes" de Robert E. Howard, Conan el Bárbaro se alía con un noble caído para derrocar a un sacerdote corrupto, Nabonidus. Dentro de la mansión fortificada de Nabonidus, sortean trampas mortales, se enfrentan a criaturas monstruosas y se enfrentan a la traición. La historia mezcla aventura, horror e intriga política, mostrando la naturaleza depredadora de la humanidad.

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Hatajo de Rufianes

Robert E. Howard

Sinopsis

En "Hatajo de Rufianes" de Robert E. Howard, Conan el Bárbaro se alía con un noble caído para derrocar a un sacerdote corrupto, Nabonidus. Dentro de la mansión fortificada de Nabonidus, sortean trampas mortales, se enfrentan a criaturas monstruosas y se enfrentan a la traición. La historia mezcla aventura, horror e intriga política, mostrando la naturaleza depredadora de la humanidad.

Palabras clave

Conan, Magia, Aventura

AVISO

Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.

Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.

 

Capítulo I

 

En una fiesta de la corte, Nabonidus, el Sacerdote Rojo, que era el verdadero gobernante de la ciudad, tocó cortésmente en el brazo a Murilo, el joven aristócrata. Murilo se volvió para encontrarse con la enigmática mirada del sacerdote y preguntarse por el significado oculto en ella. No hubo palabras entre ellos, pero Nabonidus se inclinó y entregó a Murilo un pequeño tonel de oro. El joven noble, sabiendo que Nabonidus no hacía nada sin razón, se excusó a la primera oportunidad y regresó apresuradamente a su cámara. Allí abrió el barril y encontró dentro una oreja humana, que reconoció por una peculiar cicatriz que tenía. Rompió a sudar profusamente y ya no tuvo dudas sobre el significado de la mirada del Sacerdote Rojo.

Pero Murilo, a pesar de sus perfumados rizos negros y su atuendo elegante, no era un debilucho que doblara el cuello ante el cuchillo sin luchar. No sabía si Nabonidus sólo estaba jugando con él o le estaba dando la oportunidad de exiliarse voluntariamente, pero el hecho de que siguiera vivo y en libertad demostraba que le iban a dar al menos unas horas, probablemente para meditar. Sin embargo, no necesitaba meditar para tomar una decisión; lo que necesitaba era una herramienta. Y el Destino le proporcionó esa herramienta, trabajando entre los antros y burdeles de los barrios míseros, incluso mientras el joven noble temblaba y reflexionaba en la parte de la ciudad ocupada por los palacios de mármol y marfil de torres púrpura de la aristocracia.

Había un sacerdote de Anu cuyo templo, que se alzaba al margen del barrio de chabolas, era escenario de algo más que devociones. El sacerdote estaba gordo y bien alimentado, y era a la vez un cerco para los artículos robados y un espía para la policía. Ejercía un próspero comercio en ambos sentidos, porque el distrito con el que lindaba era el Laberinto, una maraña de callejones fangosos y tortuosos y antros sórdidos, frecuentados por los ladrones más audaces del reino. Atrevidos eran sobre todo un gundermano desertor de los mercenarios y un bárbaro cimmerio. Por culpa del sacerdote de Anu, el gundermano fue apresado y ahorcado en la plaza del mercado. Pero el cimmerio huyó y, enterándose de la traición del sacerdote, entró de noche en el templo de Anu y le cortó la cabeza. Siguió una gran agitación en la ciudad, pero la búsqueda del asesino resultó infructuosa hasta que una mujer lo delató a las autoridades y condujo a un capitán de la guardia y a su escuadrón a la cámara oculta donde yacía ebrio el bárbaro.

Despertando a la vida estupefacto pero feroz cuando lo apresaron, destripó al capitán, atravesó a sus asaltantes y habría escapado de no ser por el licor que aún nublaba sus sentidos. Aturdido y medio ciego, en su precipitada huida no vio la puerta abierta y se golpeó la cabeza contra el muro de piedra de forma tan terrible que quedó sin sentido. Cuando volvió en sí, se encontraba en el calabozo más fuerte de la ciudad, encadenado a la pared con cadenas que ni siquiera sus bárbaras garras podían romper.

A esta celda llegó Murilo, enmascarado y envuelto en una amplia capa negra. El cimmerio lo observó con interés, pensando que era el verdugo enviado para despacharlo. Murilo lo puso en su sitio y lo miró con no menos interés. Incluso en la penumbra del calabozo, con los miembros cargados de cadenas, era evidente el poder primitivo de aquel hombre. Su poderoso cuerpo y sus gruesos miembros combinaban la fuerza de un oso pardo con la rapidez de una pantera. Bajo su enmarañada melena negra, sus ojos azules brillaban con un salvajismo insaciable.

—¿Quieres vivir? —preguntó Murilo. El bárbaro gruñó, con un nuevo interés brillando en sus ojos.

—Si organizo tu huida, ¿me harás un favor? —preguntó el aristócrata.

El cimmerio no habló, pero la intensidad de su mirada respondió por él.

—Quiero que mates a un hombre por mí.

—¿A quién?

La voz de Murilo se redujo a un susurro. —Nabonidus, el sacerdote del rey.

El cimmerio no mostró ningún signo de sorpresa o perturbación. No tenía nada del miedo o la reverencia a la autoridad que la civilización infunde en los hombres. Rey o mendigo, todo era uno para él. Tampoco preguntó por qué Murilo había acudido a él, cuando los barrios estaban llenos de degolladores fuera de las cárceles.

—¿Cuándo voy a escapar? —preguntó.