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¿Cuántos pasos hay del odio al amor? Naomi y Luca son amigos por correspondencia desde que iban a la escuela. O, más bien, enemigos por correspondencia. Lo que empezó siendo una hilarante cadena de cartas de odio se convierte en una amistad epistolar que los acompaña durante veinte años. Hasta que un día, las cartas cesan de repente. Han pasado dos años desde la última vez que Naomi tuvo noticias de Luca, dos años desde la carta que lo cambió todo. Ahora Naomi vive en Miami y trabaja como meteoróloga en una televisión local, y cuando un día recibe un sobre sin remite en su trabajo, sabe de inmediato quién lo envía. Y esta vez no piensa dejar que Luca tenga la última palabra. No te pierdas esta increíble comedia romántica, fenómeno en BookTok
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Seitenzahl: 452
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Lista de reproducción
1. Las chicas guapas reciben amenazas de muerte
2. Hermanos y hermanas
3. Los nombres son difíciles
4. El dilema del pellejo
5. En busca de playas mejores
6. Husky de ojos demoníacos
7. La desgraciada mujer ciega
8. Cómo convertirse en un acosador
9. Un día más
10. La carta malvada
11. La venganza de las ballenas
12. El dilema de la mortadela
13. Con pinta de pescado
14. Conducta inapropiada en el rellano
15. Penny Pepinillos
16. Ven a esconderte conmigo
17. La rompehogares
18. La regla de la primera cita
19. Vestida para impresionar
20. La mujer del tiempo sin cuerpo
21. Correo de fans
22. Piensa en mí
23. Es un problema
24. Ven a Miami
25. La presentación del señor Pepinillos
26. Los famosos gatitos con los bolos
27. Una doble vida
28. La nota del rescate
29. Una buena impresión
30. De todos los edificios
31. Di mi nombre
32. Malo en la cama
33. La amistad más rara del mundo
34. La exhumación de Naomi Light
35. La zona de amigos por correspondencia
36. Dulce e inocente
37. Un corte con el papel
38. El final del camino
39. Escríbeme
Epílogo
Sobre la autora
Notas
V.1: Octubre, 2024
Título original: Hate Mail
© Donna Marchetti, 2024
© de la traducción, Paula Blàzquez Bonnín, 2024
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024
Se declara el derecho moral de Donna Marchetti a ser reconocida como la autora de esta obra.
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Ilustración de cubierta: Leni Kauffman
Corrección: Isabel Mestre
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-37-1
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Naomi y Luca son amigos por correspondencia desde que iban a la escuela. O, más bien, enemigos por correspondencia. Lo que empezó siendo una hilarante cadena de cartas de odio se convierte en una amistad epistolar que los acompaña durante veinte años. Hasta que un día, las cartas cesan de repente.
Han pasado dos años desde la última vez que Naomi tuvo noticias de Luca, dos años desde la carta que lo cambió todo. Ahora Naomi vive en Miami y trabaja como meteoróloga en una televisión local, y cuando un día recibe un sobre sin remite en su trabajo, sabe de inmediato quién lo envía. Y esta vez no piensa dejar que Luca tenga la última palabra.
«Qué libro tan bueno. Me ha encantado el misterio de la trama y los personajes. Lo he disfrutado mucho.»
We Write At Dawn
—Creo que acabas de batir un récord. Solo llevas dos semanas saliendo en la tele y ya recibes cartas de fans.
Anne tiene la costumbre de acercarse sigilosamente a la gente, así que, cuando oigo su voz a mis espaldas, me giro sobresaltada en la silla. Me parece que la culpa es de sus zapatos. Son demasiado silenciosos, incluso sobre las baldosas. Ella sonríe y ondea una carta que sostiene en una mano.
—No sabía que las meteorólogas recibieran correo de seguidores. ¿Debería preocuparme? —digo.
—Las guapas sí que lo reciben. —Anne me guiña un ojo—. Pero, como he dicho, recibir una carta cuando solo llevas dos semanas saliendo en la tele es todo un récord. Esperemos que tu fan no sea un acosador.
Le arrebato la carta y le doy la vuelta al sobre blanco y liso. Mi nombre y la dirección del canal de tele están escritos a mano. Anne me observa, y ni siquiera hace un esfuerzo por disimular su expectación. Deslizo un dedo por debajo de la solapa, abro el sobre y, sin querer, lo rompo en dos.
—¿Quieres que te busque un abrecartas? —propone Anne.
—No hace falta, puedo hacerlo con las manos.
—Vale, pero no te cortes con el papel —me advierte.
La verdad es que no me importa.
—Siempre he abierto las cartas así.
Introduzco los dedos en el sobre roto y extraigo una sola hoja de papel de cuaderno que está perfectamente doblada. Es una carta escrita a mano. Es breve, simple y directa:
Querida Naomi:
Espero que te parta un rayo y mueras mientras se emite tu próxima previsión del tiempo. Sería irónico, ¿verdad?
L.
Se me escapa una carcajada involuntaria. Intento reprimirla, pero, ahora que ya he empezado, no puedo dejar de reír. Anne frunce el ceño y me arrebata la carta para ver qué es tan gracioso. La miro con los ojos llenos de lágrimas mientras los suyos se abren como platos y se pone roja.
—Ay, Dios mío —exclama, preocupada—. Lo siento muchísimo. No sabía lo que era. No sabía… ¿Estás bien? ¿De qué te ríes?
Respiro hondo para tranquilizarme y luego cojo el sobre roto de nuevo. Menuda decepción que no lleve remite.
—¿De dónde la has sacado?
Anne sacude la cabeza. Claramente, está confundida con mi reacción.
—Ha llegado con el correo de esta mañana. No hay remite. ¿Sabes de quién es?
Asiento. Noto cómo la sonrisa regresa a mis labios.
—Sí, aunque llevaba dos años sin saber nada de esta persona.
Mi respuesta desconcierta todavía más a Anne.
—¿Es una broma? ¿O es que tienes un acosador psicópata del que deberías habernos informado?
—Es una larga historia, y un poco difícil de explicar.
Anne agarra la silla de la mesa de al lado y se sienta.
—Tengo tiempo.
Me levanto y empiezo a recoger mis cosas. Ya he terminado la jornada laboral, y, honestamente, no quiero que mis compañeros de trabajo escuchen esta conversación.
—Estaba a punto de irme —digo. Anne parece decepcionada—. ¿Vamos a por un café? Te lo contaré todo.
Querido Luca:
Estoy muy emocionada de ser tu nueva amiga por correspondencia. Mi profesora dice que vives en California. Nunca he conocido a nadie de California. ¡Creo que es muy guay! ¿Vas a la playa cada día? Si yo viviera allí, creo que lo haría. Debe de gustarte mucho.
Yo vivo en Oklahoma. Siempre he querido vivir en algún sitio cerca de la playa para poder ir cuando me apetezca. No hay mucho que hacer en mi ciudad, excepto ir al centro comercial o al río, aunque no se puede comparar con lo bonito que es el océano.
¿Qué te gusta hacer en California? ¿Tienes alguna mascota? Yo tengo un hámster, pero me encantaría tener un gato. Mi madre dice que podré tener un gato cuando sea un poco más mayor, pero lleva diciendo eso desde que tengo uso de razón. Ahora tengo diez años y siento que soy lo bastante mayor para cuidar de un gato. O de un hurón. Si no puedo tener un gato, entonces quiero un hurón. ¿Y a ti? ¿Te gustan los hurones?
Con cariño,
Naomi Light
Estaba en quinto curso cuando le escribí la primera carta a Luca. La profesora hizo un sorteo para que eligiéramos a un amigo por correspondencia y saqué su nombre de un sombrero. Así fue como acabé escribiéndole a un niño que se llamaba Luca Pichler y que vivía en California. Fue emocionante hacer un nuevo amigo que viviera en otro estado. Nunca había tenido un amigo por correspondencia, y no estaba segura de cómo debía terminar la carta. Mamá siempre me había hecho firmar todas mis cartas con un «Con cariño, Naomi», así que opté por terminarla así. Pero cuando lo hube escrito, me pregunté si no era raro escribir «Con cariño» a un chico que no conocía. Hasta ese momento, solo había escrito cartas a mi familia.
Ya era demasiado tarde para reescribir la carta y no quería hacer un tachón encima y parecer descuidada. La señora Goble iba caminando por el pasillo hacia mi pupitre y recogía todas las cartas a su paso. Metí la mía en el sobre y se lo entregué.
Nos explicó que las cartas se enviarían por correo postal la mañana siguiente y que pasarían unos días hasta que nuestros amigos las recibieran. Entonces, volverían a pasar algunos días más hasta que tuviéramos noticias de nuestros nuevos amigos de California.
Recibimos las cartas de nuestros amigos por correspondencia dos semanas después. Me hacía mucha ilusión recibir una carta que no fuera de algún familiar. Cuando abrí el sobre, lo primero que me llamó la atención fue que la letra de Luca Pichler era atroz. Si la hubiera escrito con cuidado, habría tardado la mitad de tiempo en leerla.
Querida Naomi:
Pareces una chica muy aburrida. Mi madre dice que Oklahoma está en medio del Cinturón de la Biblia y que lo más probable es que te quedes embarazada a los dieciséis. Además, los hurones apestan. Si quieres una mascota de verdad, tiene que ser un perro, porque los gatos también son aburridos. Aunque, pensándolo bien, tal vez un gato sería perfecto para ti.
¿Hay huracanes en Oklahoma?
Con cariño,
Luca Pichler
El hecho de que tuviera que esforzarme tanto para descifrar su horrible letra lo hacía más exasperante. Mi carta había sido muy amable y alegre, y él había contestado con… ¿esto? Me temblaba el labio. No podía dejar que la señora Goble me viera de esa manera. Doblé la carta, respiré hondo y parpadeé para quitarme la humedad de los ojos. Entonces, desdoblé la carta y la releí. Había firmado «Con cariño», igual que yo. Me pregunté si era algo que su propia madre le había enseñado o si solo me estaba copiando. Quizá lo había puesto para terminar con ironía una carta odiosa. ¿Los chicos californianos de quinto curso eran capaces de emplear ese tipo de ironía? Lo dudaba. Lo más probable era que intentara reírse de mí, como con el resto de la carta.
Con cuidado, arranqué una hoja de papel de mi cuaderno, cogí un bolígrafo y le contesté.
Querido Luca:
Tu letra es horrible. No entiendo lo que has escrito en tu carta. Parece que tienes cinco gatos y que tu pasatiempo favorito durante el fin de semana es limpiarles el arenero. Es un poco raro. Probablemente deberías dejar de beber tanta agua salada. Pensándolo bien, puede que vivir lejos del océano no esté tan mal.
Y sí, aquí hay huracanes.
Con cariño,
Naomi
Su siguiente carta fue más fácil de entender. Estaba claro que se había tomado su tiempo y había hecho un esfuerzo por escribir de una forma más clara. Para mí, fue como una victoria, aunque esta carta fue más cruel que la primera.
Querida Naomi:
He escrito esta carta más lento para que tu mente simple de Oklahoma pueda seguirme el ritmo. Lamento saber que tus padres son hermanos. He oído decir que eso puede causar muchos defectos de nacimiento, lo que explicaría por qué has salido así.
Me alegra leer que en Oklahoma hay huracanes. Con un poco de suerte, alguno destruirá tu casa e impedirá que tus padres tengan más hijos como tú.
Con cariño,
Luca
La segunda carta me enfureció. No entendía por qué alguien era tan miserable y asqueroso. La doblé, la metí en el cajón de mi pupitre y juré que nunca volvería a escribirle. Cuando recibí la primera carta, pensé que tal vez había tenido un mal día, pero ahora estaba claro que simplemente lo hacía porque era un ser humano deleznable.
—Pero le contestaste, ¿verdad? —pregunta Anne—. Has dicho que llevabas dos años sin saber nada de él. ¿Es que ha seguido escribiéndote todo este tiempo sin que tú le contestaras?
—Le escribí. Al final, lo hice.
—¿Tu profesora llegó a ver las cartas?
—No. —Me encojo de hombros—. Siempre nos entregaba los sobres cerrados. Creo que daba por hecho que nuestros amigos por correspondencia se comportaban, dado que ninguno de nosotros se quejaba. Al final me vino bien, porque después de eso me volví bastante cruel.
—Pero ¿estabas enfadada de verdad o solo lo hacías para ver su reacción?
Lo medito durante un segundo.
—Al principio estaba enfadada. Creo que, con el paso del tiempo, empecé a esperar las cartas con ganas. Quería ver lo malvado que podía ser. A partir de entonces, convertirme en alguien peor que él fue mi objetivo.
Anne baja la mirada hacia la carta, que está en la mesa.
—Parece que la pelota ahora está en tu tejado.
Tomo la carta, la miro y paso los ojos por encima de esa caligrafía que me resulta tan familiar.
—El sobre no tiene remite —le recuerdo—. ¿Cómo se supone que voy a contestarle?
—Podrías probar con la dirección de hace dos años —sugiere.
—Ya lo hice. Le envié una carta hace un año y medio, pero me la devolvieron. En general, cuando uno de los dos se mudaba, incluíamos la nueva dirección en el remite de la siguiente carta. Esta vez, se ha cambiado de casa, pero no ha enviado nada.
Anne frunce los labios mientras piensa.
—Creo que te está retando —asegura al cabo de unos segundos.
—¿Me está retando?
—Sí, a que lo encuentres —explica—. Si no contestas, entonces él tiene la última palabra y termina con años de guerra por carta. ¿Estás dispuesta a dejarlo ganar?
—Ni loca. Voy a encontrarlo.
Pensé que la idea de escribirle a un amigo por correspondencia era una estupidez. No tenía nada que decirle a un niño o niña cualquiera de otro estado. Es probable que fuera el único de mi clase al que no le apetecía. Mientras el resto se leían las cartas los unos a los otros y hablaban de lo que planeaban responder, yo permanecía sentado al fondo de la clase, ansioso por irme a casa a jugar a videojuegos.
Tampoco nos iban a subir la nota por escribir las cartas; seguro que la señora Martin ni se las leía.
—Luca —dijo la profesora para llamar mi atención—. ¿Querrías compartir con nosotros lo que pone en tu carta?
—La verdad es que no —respondí, y sacudí la cabeza.
—En ese caso, ¿por qué no se la lees a Ben? —Me ofreció una sonrisa comprensiva.
Mi amigo Ben se sentaba en la mesa de al lado. Parecía tan emocionado como yo. Deslicé la carta por encima de la mesa, la leyó y me la devolvió.
—Habla mucho del océano —comentó.
—Lo sé. —Estaba totalmente de acuerdo.
—¿Qué contestarás?
—No tengo ni idea. Esto de las cartas es una tontería.
—Tú crees que todo es una tontería.
—No me falta razón.
—Tienes que responder a su carta —dijo Ben.
—¿Por qué?
—Porque, si no lo haces, será la única de su clase que no reciba una.
Puse los ojos en blanco y, con un suspiro, abrí mi cuaderno por una página vacía. Miré la carta de Naomi una vez más y, entonces, escribí la mía. Cuando terminé, me sentí muy satisfecho. Arranqué la hoja de mi cuaderno y se la mostré a Ben.
—No puedes enviarle esto —me advirtió—. Te meterás en un lío.
—La señora Martin ni siquiera la leerá —susurré.
—Qué cruel. La harás llorar.
—¿Y qué? No la conozco.
Me devolvió la carta, la doblé y la metí en el sobre que nos había proporcionado la profesora. Pensé que la cosa terminaría ahí. Naomi Light pediría que le asignaran un nuevo amigo por correspondencia y yo no tendría que escribirle a nadie más.
Pero la cosa no terminó ahí. Dos semanas después, la señora Martin repartió las cartas que acababan de llegar. No podía creer que Naomi me hubiera respondido. Ben también parecía sorprendido. De hecho, esperó a que yo abriera la mía antes de hacer lo mismo con la suya.
—¿Qué te dice? —preguntó sin siquiera dejar que terminara de leerla. Su carta me enfureció.
—No ha entendido lo que le escribí y, además, se inventa cosas.
Abrí mi cuaderno y empecé a preparar mi respuesta. Iba por la mitad de la primera frase cuando la taché. En eso tenía razón, mi letra no se entendía. La señora Martin siempre me pedía que hiciera caligrafía, e incluso mi madre me había dicho que debía practicarla. Giré la página y comencé de nuevo. Esta vez escribí más despacio, con cuidado de que todas las letras estuvieran separadas y pudieran leerse.
Al terminar, se la mostré a Ben. Sus cejas se dispararon hacia arriba mientras la leía y luego frunció el ceño.
—Eso es asqueroso —dijo—. ¿La gente de Oklahoma realmente hace eso? ¿Casarse con sus hermanos y hermanas?
—No creo. —Me encogí de hombros. Doblé la carta y la metí en el sobre.
—¿Por qué eres tan cruel con ella? Lo más seguro es que le hiciera ilusión tener un amigo por correspondencia.
Ben miró a los demás alumnos de la clase y yo seguí su mirada. Todas las chicas sonreían embelesadas mientras leían las cartas que habían recibido y comentaban lo que iban a responder. Sabía cuál era la intención de Ben. Intentaba hacerme ver a Naomi como una de ellas: una persona real en lugar de un trozo de papel que llegaba por correo.
—No quiero tener que escribirle a alguien durante todo el año. Si ella en algún momento deja de contestar, entonces no será culpa mía y la señora Martin me dejará en paz.
Cerré el sobre y escribí el nombre de Naomi y la dirección de su colegio para dejarlo en la cesta que la señora Martin había designado para nuestras cartas. Fui el primero en depositar el sobre. La profesora me sonrió.
—Qué rápido —comentó.
Me encogí de hombros y le ofrecí lo que yo creía que era mi sonrisa más encantadora.
—Es fácil escribirle a mi amiga por correspondencia. Estoy ansioso por saber lo que responde.
Pasaron dos semanas hasta que recibimos las respuestas. La señora Martin se paseó por la clase mientras repartía los sobres. Cuando llegó a mi mesa, se detuvo para revisar las cartas que tenía en la mano. Extrajo una del montón y se la dio a Ben. Llegó al final de la pila y empezó otra vez.
—Hummm… —suspiró cuando estaba claro que no había ninguna para mí—. Lo siento, Luca. Parece que esta vez no tengo carta para ti. Debe de haberse separado de las otras, a veces ocurre. Lo más probable es que llegue en uno o dos días.
—Oh. —Traté de sonar decepcionado, aunque no me costó demasiado. Sin embargo, me sorprendió descubrir que en realidad lo estaba un poco. Mientras esperábamos las respuestas, tenía la esperanza de que Naomi me contestara con una carta llena de sarcasmo para poder replicarle con algo todavía peor.
Sabía que el objetivo de enviarle cartas mezquinas era que dejara de escribirme, pero no esperaba conseguirlo tan rápido. En ese momento, era el único de la clase que no tenía una carta para leer.
Al día siguiente, me pasé por la mesa de la señora Martin después del patio.
—¿Ha llegado alguna carta para mí? —le pregunté, ante lo que ella sacudió la cabeza.
—Lo siento, Luca. Por ahora no. ¿Tal vez mañana?
Tampoco recibí nada al día siguiente. Ni al otro.
Cuando llegó la próxima ronda de cartas, ya me había dado por vencido. Ni siquiera levanté la mirada cuando la señora Martin empezó a pasearse por el aula para repartirlas. Estaba trabajando en unos deberes cuando dejó un sobre en mi mesa. La miré sorprendido. Me guiñó un ojo y luego retomó su camino para repartir el resto.
—Supongo que tu plan no ha funcionado del todo —comentó Ben.
Lo ignoré y abrí el sobre.
Querido Luca:
No iba a contestarte después de lo que me dijiste la última vez. No me gusta usar palabrotas, pero quiero que sepas que eres imbécil. Me he dado cuenta de que seguramente solo decías esas cosas tan desagradables para librarte de la obligación de enviarme cartas, así que he decidido que el mejor castigo es seguir escribiéndote.
Creo que deberías saber que mis padres no son hermanos. Además, me parece bastante raro que pienses eso. Debes de tener unas fantasías bastante asquerosas. Espero que tú no tengas ni hermanos ni hermanas y, si es el caso, seguro que no quieren tocarte ni con un palo de tres metros. Tienes una personalidad horrible, y estoy convencida de que también eres horrible por fuera.
Por cierto, ¿qué tiempo hace en California esta temporada del año?
Con cariño,
Naomi
Querida Naomi:
En realidad, no soy nada feo. Todas las chicas de mi clase piensan que soy un pibón. Mi profe pilló a dos chicas de mi clase pasándose notas, y habían puesto eso, así que estás equivocada. Además, no tengo hermanos. Es realmente asqueroso que creas que fantaseo con hermanos y hermanas. ¿Por qué lo has pensado? ¿Acaso tus fantasías son así? Qué asco.
El tiempo está bastante bien durante esta época del año. Hoy casi llegamos a veintiséis grados. Creo que iré a la playa después de clase.
Con cariño,
Luca
Querido Luca:
Las chicas de tu clase no tienen razón, porque los chicos de quinto no son «pibones». Cuando te llaman eso, seguramente se refieren a que eres un palillo. Mi prima mayor dice que los chicos no pueden estar buenos hasta el instituto. Pero, mira, si eso te ayuda a dormir por las noches…
Me da mucha envidia el tiempo que tenéis allí. Aquí hace mucho frío y el cielo está cargado de nubes. Ahora mismo, me encantaría estar tumbada en la playa. ¿Estás bronceado? Ojalá yo me pusiera morena.
Con cariño,
Naomi
Querida Naomi:
Deja de hablar del tiempo y de bronceados para intentar que seamos amigos. No funciona. Además, no deberías tumbarte en la playa, alguien podría pensar que eres una ballena. Antes de que te dieras cuenta, estarías rodeada de gente que intenta devolverte al océano.
No me importa lo que tu prima diga de los chicos. Si es más vieja que nosotros, entonces seguro que no piensa que los de quinto están buenos. Y, por si fuera poco, no solo estoy delgado: tengo abdominales.
Con cariño,
Luca
Para cuando llegaron las vacaciones de Navidad, yo era uno de los pocos de mi clase que seguía recibiendo correo de mi amiga por correspondencia. Incluso Ben estaba harto del tema. Al volver a clase en enero, solo nos esperaba una carta. Era para mí. La clase entera se dio la vuelta para mirarme cuando la señora Martin anunció que yo había recibido una carta de mi amiga por correspondencia. Era como si todos se hubieran olvidado de que aún existían.
Metí el sobre en la mochila para leer la carta más tarde y sin público. Cuando le contesté, cambié la dirección del remite para poner la de mi casa en lugar de la de la escuela. No quería que nadie supiera que yo era el único que seguía en contacto con su amiga por correspondencia.
—Tengo la sensación de que han pasado más cosas —dice Anne—. Esto no acaba aquí, con dos niños de quinto que se insultan y se dicen cosas feas.
—Hay más, mucho más, ya te he dicho que era una larga historia.
—¿Has guardado las cartas?
—Estoy segura de que las tengo en alguna parte. —Me encojo de hombros.
Es mentira. Sé exactamente dónde tengo todas y cada una de las cartas. Están guardadas a buen recaudo en una caja de zapatos en el estante de arriba de mi armario, organizadas de forma cronológica. Incluso tengo guardadas las cartas sin abrir que me devolvieron después de que Luca se mudara.
—Me cuesta creer que nunca me hayas contado nada de esto —declara Anne—. ¿No se supone que a una buena amiga deberías contarle algo así?
—Cuando te conocí, ya le había perdido la pista —le recuerdo—. Supongo que nunca he encontrado el momento.
La verdad es que nunca se lo he contado a nadie. Mis padres eran los únicos que lo sabían, porque veían las cartas yendo y viniendo. Y, bueno, mi compañera de habitación de la universidad intuía algo porque me vio escribirle alguna que otra vez, pero nunca hablamos del tema ni leyó ninguna carta.
Oigo que la puerta de la cafetería se abre a mi espalda y los ojos de Anne deambulan hacia quien sea que haya entrado. Incluso en medio de una distracción, no deja el tema.
—Bueno, y ¿cómo vas a encontrarlo?
—No tengo ni idea. ¿Una búsqueda por el registro público? No sé ni por dónde empezar.
—Tienes su nombre y apellido, ¿no?
—Sí, pero no sé dónde vive ahora.
—¿Y si pruebas en Facebook?
Saco el móvil del bolso.
—Claro —murmuro—, ¿por qué no lo había pensado?
Sus ojos se abren como platos y después frunce el ceño.
—¿De verdad no lo has buscado nunca? ¿No sentías curiosidad por saber cómo era?
—Por supuesto que lo busqué, pero hace mucho. En su foto de perfil aparecían cinco tíos, por lo que no estaba segura de cuál era.
Los ojos de Anne se centran otra vez detrás de mí, hacia el mostrador. Me giro para ver qué está mirando y reconozco a uno de mis vecinos, que está pidiendo un café. No me extraña. Incluso de espaldas, Jake Dubois es un tío atractivo. Tiene el pelo oscuro y unos músculos que rellenan muy bien la camiseta. La manga corta abraza sus bíceps cuando estira un brazo por encima del mostrador para pagar el café. Nos deleitamos con las vistas durante un momento y luego me giro hacia ella y centro mi atención en el teléfono. Abro Facebook y escribo «Luca Pichler» en el buscador. Aparecen varios usuarios.
—¿Crees que será alguno de estos? —pregunta Anne, que se inclina por encima de la mesa para mirar la pantalla.
Bajo un poco por la lista.
—Estos no viven en Estados Unidos. No lo sé, supongo que es posible que se haya mudado, pero no creo que sea ninguno de estos. Después buscaré con más calma.
Una figura se cierne sobre la mesa. Anne es la primera en mirar a Jake y trata de disimular un chillido de sorpresa.
—Hola —lo saluda ella, ruborizada.
Estoy segura de que yo estoy igual de roja. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que hace un minuto lo estábamos mirando.
—Hola —responde él a Anne, y luego se vuelve hacia mí. Sus ojos, de ese azul como el hielo, nunca dejan de sorprenderme cuando me mira. Son el tipo de ojos que hacen imposible desviar la mirada y, sin embargo, siento que, si no la aparto, de algún modo podría perderme en ellos.
—Me preguntaba si eras tú —dice—. ¿Ya has terminado de informar del tiempo por hoy?
—Vaya, vaya. Dos fans en un día —comenta Anne—. No está nada mal.
Resoplo y me llevo el café hacia los labios, pero entonces recuerdo que la taza está vacía.
—Anne, este es mi vecino.
—Oh. —Suelta una risita nerviosa y aparta la mirada.
Él se queda callado por un momento. Me doy cuenta de que está mirando mi teléfono, donde aparece una lista con todos los Luca Pichler del mundo. Apago la pantalla de inmediato y vuelve a poner su atención en mí.
—Quería preguntarte si te apetecería cenar conmigo algún día. Eh, ¿a lo mejor este fin de semana?
Su pregunta me pilla por sorpresa. Tardo un segundo en procesar que me está pidiendo una cita. Me lo he encontrado por el edificio varias veces, pero solo hemos hablado en dos de ellas. La primera fue cuando se mudó al edificio hace seis meses y le sujeté la puerta cuando yo iba a salir y él entraba cargado con una caja. Él dijo «gracias» y yo respondí con un «de nada».
La segunda vez fue más o menos hace una semana. Yo iba hacia abajo para buscar el correo y él subía. Se paró justo delante de mí para bloquearme la salida de las escaleras y dijo:
—Ey, tú eres la presentadora del tiempo, ¿verdad? ¿Naomi Light?
—Sí, la misma —respondí.
Eché un vistazo a la placa con su nombre que llevaba en el uniforme quirúrgico, pero no alcancé a deducir dónde trabajaba.
—Genial. —Fue todo lo que dijo antes de apartarse de mi camino y subir las escaleras.
Nos hemos cruzado otras veces, pero nuestras interacciones se limitan a algún saludo con la cabeza o una sonrisa; en otras ocasiones, nos ignoramos por completo.
Ahora me doy cuenta de que ha pasado casi un minuto y todavía no he respondido a su pregunta.
—Sí, eh, claro —tartamudeo, y sueno muy nerviosa.
—Genial —dice. Sus ojos se posan en la taza de café vacía—. ¿Puedo invitarte a otro café?
Esta ya era mi tercera taza del día, pero me sorprendo al decir:
—Sí, eh, claro. —Qué vergüenza, es exactamente lo mismo que he contestado antes. Me obligo a salir del estupor—. En realidad, estaba a punto de irme.
—Para llevar, entonces.
Se da la vuelta y regresa al mostrador. Lo miro por encima del hombro con el corazón a mil. Anne se aclara la garganta, pero evito mirarla. Deduzco, por el aumento de temperatura de todo mi cuerpo, que estoy roja como un tomate. Cuando al fin la miro, veo que me observa con una gran sonrisa.
—Eso ha sido lo más incómodo y emocionante que he presenciado en mi vida.
—Pues tienes que subir el listón para lo incómodo y lo emocionante. —Me aparto el pelo de la cara mientras intento calmarme un poco—. ¿Dónde está el problema?
—Naomi Light tiene una cita con un tío sexy este fin de semana —canturrea Anne mientras baila en la silla—. Y ni siquiera has necesitado una app de citas para conocerlo. ¿Ya has pensado qué vas a ponerte?
—Todavía no he tenido tiempo, literalmente —respondo mientras pongo los ojos en blanco y lucho contra la sonrisa que me crece en la boca.
—Nunca me habías dicho que tenías un vecino tan guapo. Solo me has hablado del que hace demasiado ruido.
La mando callar y luego me giro otra vez para asegurarme de que él no nos oye. Está pagando con la tarjeta en el mostrador. Miro de nuevo a Anne.
—¿Por qué debería hablarte de todos mis vecinos?
—No de todos, pero… —Hace una pausa y su mirada vuelve a posarse en Jake—. Este valía la pena.
Jake camina hacia nuestra mesa con un café recién hecho en la mano. Anne y yo nos levantamos. Se acerca a mí y, antes de que llegue Jake, susurra:
—Ya me dirás si encuentras la dirección de Luca Pichler. Quiero estar al tanto.
—Serás la primera en saberlo.
Anne se marcha justo cuando mi vecino llega a mi lado. Le doy las gracias por el café y salimos de la cafetería.
—Te acompaño a casa —propone.
Me río y echo un vistazo a nuestro edificio, que está exactamente cruzando la calle.
—¿Qué harías si te digo que no?
Él se detiene para reflexionar.
—Probablemente, esperar diez segundos y después seguirte con la cola entre las patas.
—Está bien, puedes acompañarme a casa.
La sonrisa que me dedica me hace sentir mariposas en el estómago. Lo he visto sonreír antes, pero, cuando su sonrisa es para mí, se me acelera el corazón, y creo que podría necesitar que me cargue en brazos para cruzar la calle. Me obligo a apartar la mirada de su rostro; si quiero volver a casa de una pieza, tengo que hacerlo. Mis ojos se posan en su brazo, y me lo imagino llevándome en volandas y con la cabeza apoyada contra ese musculoso pecho… Está bien, quizá no debería observar ninguna parte de su cuerpo. Miro la calle con la esperanza de que el efecto que tiene sobre mí no sea demasiado evidente.
Esperamos a que el tráfico disminuya y cruzamos la calle. Incluso sin mirarlo, soy consciente de cada paso que da, de lo lejos que está de mí en todo momento y de cada una de sus miradas. Me las arreglo para llegar al otro lado sin dar un traspié. Él abre la puerta y la sujeta para que yo entre. Cuando paso por su lado, huelo su colonia, o quizá sea el jabón, un aroma mezclado con el olor que desprende el café que lleva en la mano. Lo inhalo durante el fugaz instante en que paso junto a él por la puerta. Me encamino hacia las escaleras cuando me doy cuenta de que él se dirige al ascensor. Vacilo: la última vez que me subí al ascensor, se averió y me quedé atrapada durante media hora, hasta que vinieron los bomberos y me rescataron. Según cuentan los vecinos, ya lo han arreglado y la mayoría lo utilizan, pero yo no he querido tentar a la suerte.
Él me observa con las cejas levantadas mientras yo cambio de rumbo de las escaleras al ascensor. Estoy a punto de decirle que me da miedo subirme, pero trato de mantener la calma. Pulsa el botón y las puertas se abren. Tengo que respirar hondo antes de seguirlo al interior.
—¿Pasa algo? —pregunta mientras pulsa el botón de su planta.
—No, nada. —Yo le doy al del tercer piso, e ignoro el hecho de que siento los latidos de mi corazón en los oídos.
—¿Seguro? Porque parece que tienes pánico al ascensor.
—Nop. Para nada.
—Te has quedado blanca como la leche. ¿Tienes claustrofobia? —Se le forma una arruga en el entrecejo.
—Solo es mi tono de piel —digo y fuerzo una sonrisa—. Gracias.
—Venga, podemos ir por las escaleras, si quieres. —Se dispone a apretar el botón para que las puertas se abran, pero, justo en ese momento, el ascensor empieza a moverse. Tiembla y después se para entre el vestíbulo y el segundo piso.1
Se me escapa un sonido que es una mezcla entre un chillido y un jadeo. Me cubro la boca con la mano que tengo libre.
—Esta es la razón por la que no quería subir con el ascensor —gimo—. Siempre me tiene que pasar esto a mí.
—¿Te ha pasado antes? —Sus ojos se abren como platos—. Ah, por eso te daba miedo. —Mira el panel de control—. Y yo solo he empeorado las cosas, ¿no?
Me reclino contra la pared y respiro hondo. Suelto el aire poco a poco para calmarme. Saco el teléfono para ver si hay cobertura, aunque sé que no la hay. No pude llamar a nadie durante los treinta minutos que pasé atrapada aquí la última vez.
—Por favor, dime que tienes cobertura —ruego mientras mira su teléfono.
—No, lo siento. —Examina el panel de control y presiona un botón. Suena una señal de llamada y luego reconozco la voz del vigilante de seguridad del vestíbulo. Al menos han arreglado el botón de «ayuda» desde que me quedé encerrada.
—Hola, Joel —saluda Jake—. Nos hemos quedado atrapados en el ascensor.
—¿Naomi está contigo? —La voz de Joel suena seria a través del altavoz—. Parece que tiene mala suerte con ese ascensor.
—Eso he oído.
—Pediré ayuda —dice Joel—. Ánimo, no tardarán mucho.
La llamada finaliza y nos quedamos solos de nuevo. Un silencio sepulcral llena el ascensor. Ojalá hubiera un hilo musical para rebajar la tensión.
Miro hacia el techo y me pregunto si podría llegar a la segunda planta si moviera la placa que hay ahí arriba y saliera por ahí. La última vez no era una opción porque no me quedé atrapada con alguien tan alto. Estoy segura de que podría subirme a sus hombros y…
—No funcionará —suelta, e interrumpe mis planes.
—¿El qué? —pregunto con el ceño fruncido.
Señala el techo con el café.
—No serías capaz de abrir esa compuerta aunque llegaras. —Me deja boquiabierta.
—¿Lo he dicho en voz alta?
—No, pero solo con mirarte la cara veía cómo maquinabas. —Se ríe.
—Estoy segura de que sería capaz. Estoy en forma.
—Quizá, pero, aun así, no es seguro. ¿Qué pasa si el ascensor empieza a moverse contigo ahí arriba?
—No lo había pensado —suspiro.
—Será mejor que esperemos a que nos ayuden.
Asiento. Sé que tiene razón, pero aún estoy ansiosa. No sé por qué. Tampoco es que tenga ningún compromiso esta tarde.
—Por lo menos tenemos café —comenta.
—Y el uno al otro —añado—. La última vez estaba sola, pensé que me volvería loca.
—¿Crees que aguantarás hasta que vengan? ¿O tengo que preocuparme por si empiezas a hiperventilar o a gritar?
—No tienes nada de lo que preocuparte si nos sacan pronto de aquí. —Camino de una punta a la otra del reducido espacio.
—Seguro que esto lo solucionan en un momento. Lo único que he hecho es darle a un botón.
Noto que el pánico se adueña de mí. Respiro hondo otra vez para intentar tranquilizarme.
—¿Qué hiciste la última vez que te quedaste atrapada?
Pienso en ello.
—Pasé los primeros diez minutos moviendo el teléfono para ver si conseguía cobertura. Luego, aporreé la puerta mientras gritaba para pedir ayuda, hasta que me quedé sin voz. Al cabo de un rato, abandoné la idea de salir de aquí e intenté decidir cuál de mis extremidades me comería primero para sobrevivir, hasta que llegaron los bomberos y abrieron la puerta haciendo palanca.
Sus cejas demuestran que está preocupado, pero una sonrisa se asoma por la comisura de sus labios, como si no supiera si puede reírse de mis desgracias.
—Fueron tiempos complicados —añado—. Casi no vivo para contarlo.
—Menuda experiencia —comenta mientras lucha contra la sonrisa—. Te alegrará saber que no creo que ninguno de los dos tenga que recurrir al canibalismo.
—Me alegra que pienses así, pero todavía no estoy preparada para descartarlo.
Resopla.
—Vale. Recuérdame que nunca vaya de acampada contigo.
La idea de acampar con él me enciende. Me separo la camisa del estómago para rebajar los nervios.
—Puedo soportar lo de acampar. En la naturaleza no hay ascensores.
Su mirada se desliza hacia abajo y se posa en mi estómago. Me doy cuenta de que, por cómo me sujeto la camisa, parece que estoy a punto de quitármela. La suelto y me aclaro la garganta mientras recoloco la prenda en su sitio. Él gira la cabeza y noto que las orejas se le han puesto rojas.
—No puedo creer que haya evitado el ascensor todo este tiempo solo para quedarme atrapada de nuevo.
—¿De verdad no lo has usado desde entonces?
Niego con la cabeza.
—Subo por las escaleras.
Mira al botón de la tercera planta, que sigue iluminado.
—¿Dos tramos de escalera dos veces al día? ¿Y si vas cargada? ¿No te cansas?
Me encojo de hombros y señalo a nuestro alrededor.
—Creo que me cansaría de esto mucho más rápido.
—Tienes razón. Dicen que soy bastante insufrible.
—No me refería a eso. —Le doy un manotazo en el brazo.
Lo aparta y finge que le he hecho daño.
—¡Ay!
—Venga ya, no te he dado tan fuerte. —Río.
—Sí, lo has hecho. Eres más fuerte de lo que pareces. —Señala las puertas del ascensor—. Apuesto a que podrías abrirlas.
Pongo los ojos en blanco. Le paso mi café para que lo sostenga, me sitúo delante de las puertas e intento abrirlas. Sé que no funcionará. Ya lo probé la última vez.
—Nop —respondo mientras recupero mi café—. Supongo que necesito ir al gimnasio más a menudo.
—Qué va, no necesitas ir al gimnasio. Solo tienes que subir las escaleras haciendo el pino cada día. Serás lo bastante fuerte en poco tiempo.
Casi se me escapa el café por la nariz.
—Eso sería un espectáculo. —Miro la hora en el móvil—. Uf, ¿cuánto tardarán?
Tomo otro sorbo del café, aunque me arrepiento, porque ahora me están entrando ganas de ir al baño, y no me hago ningún favor metiéndole más líquidos a mi cuerpo. Decido sentarme en el suelo con las piernas cruzadas. Él también se agacha y se acomoda a mi lado. Respiro con cierta dificultad, pero su cercanía me hace olvidar lo mucho que odio el ascensor, al menos durante un momento.
Él parece tranquilo, no está ansioso por salir de aquí como yo.
—Bueno… —dice. Giro la cabeza para mirarlo y espero a que continúe. Se le curva la comisura del labio. Aparto la mirada de su boca y me encuentro con sus ojos, que me miran fijamente. Me quedo sin aire—. Os he oído a ti y a tu amiga hablar de mí.
Noto que me pongo colorada mientras recuerdo todo lo que Anne ha dicho. Me da miedo preguntar cuánto ha oído, pero tengo que saberlo.
—Exactamente, ¿qué has oído?
—Que tienes un vecino ruidoso. —Sonríe.
Tierra, trágame. Si sabe eso, entonces no hay duda de que ha oído todo lo demás.
—¿Me dejas tu teléfono un momento? —pregunta.
—¿Para qué? —Se lo paso.
—Para guardar mi número.
Introduce su información de contacto. Miro de reojo y veo que se guarda en la agenda como «Vecino sexy». Pongo los ojos en blanco.
—No necesitas abuela, ¿verdad?
Se encoge de hombros y me devuelve el teléfono.
—Solo estoy aceptando el apodo que me habéis puesto.
Le envío un mensaje y, para mi sorpresa, lo recibe a pesar de la mala cobertura que hay aquí dentro.
—Bueno, pues ahora ya tienes el mío.
Observo su rostro cuando el mensaje aparece en su pantalla. No trata de ocultar su sonrisa.
—¿Con qué nombre me guardarás en tus contactos? ¿«Chica rarita del ascensor»?
—Para nada. —Se ríe.
Miro la pantalla mientras escribe «Meteoróloga mona» en su agenda. Esbozo una sonrisa y, por supuesto, vuelvo a sonrojarme.
—Mona, ¿eh? —digo en tono burlón—. ¿A cuántas mujeres del tiempo conoces?
—A muchas. Te sorprendería. He tenido que crear un sistema de numeración para todas las meteorólogas de mi lista de contactos.
Me apoyo contra la pared.
—Me siento un poco decepcionada por no ser una de ellas. «Meteoróloga promedio número siete» suena bastante bien.
Sacude la cabeza y agita el teléfono.
—No. Hazme caso, este nombre te pega más.
El ascensor tiembla y me sobresalto. Luego, empieza a subir.
—Oh, gracias a Dios.
Los dos nos levantamos justo cuando se abren las puertas en la tercera planta. Salgo al rellano. Él pone una mano en el sensor de la puerta para evitar que esta se cierre.
—Deberíamos repetirlo otro día —propone.
Miro al interior del ascensor y me encojo de hombros.
—Ni de broma. —Hace un puchero—. Dejaré que me invites a cenar si no hay ascensores de por medio.
—Trato hecho. —Sonríe.
Cuando llego a mi apartamento, continúo con la búsqueda en Facebook de Luca Pichler. Intento restringirla a las ciudades en las que sé que ha vivido en algún momento y empiezo por San Diego, de donde procedió tanto su primera carta como la última antes de que desapareciera. No hay resultados. Lo intento con la siguiente ciudad, y con la siguiente, pero sin suerte. Parece que todos los Luca Pichler que aparecían en la búsqueda inicial viven fuera de Estados Unidos. Miro sus perfiles, soy consciente de que es posible que se haya mudado a otro país, pero ninguno de estos hombres promete.
Mi vecino de arriba camina dando pisotones. Oigo que algo se arrastra, o ¿rueda?, justo antes de escuchar un estruendo en la otra punta de la habitación. Agacho la cabeza como si el ruido fuera en mi propio apartamento, y entonces pongo los ojos en blanco, tanto por lo que acabo de hacer como por mi vecino ruidoso. Parece que la persona que vive ahí arriba tenga una bolera en el salón. Pongo algo de música para camuflar el ruido.
A pesar del vecino escandaloso y del infame ascensor, este sitio no está mal para vivir. Es uno de los mejores edificios residenciales de esta área de Miami. No tenemos portero, pero está Joel, el guardia de seguridad. A veces, cuando se aburre (algo que sucede a menudo), le gusta abrir la puerta a los residentes del edificio. Lleva trabajando aquí lo suficiente para saberse los nombres de todos nosotros. Es uno de los servicios que echaré de menos cuando compre una casa y me mude.
Me preparo la comida y, mientras como, me vibra el teléfono. Lo agarro y enciendo la pantalla con la esperanza de ver un mensaje de Jake, pero no es él. Es Anne. Me envía un enlace a una base de datos que se llama PeopleFinder2 en la que puedo buscar a Luca Pichler.
Anne: Podrías mirar aquí. Hay que pagar para acceder a las direcciones y todo eso, pero…
Abro el enlace e introduzco el nombre de Luca en la barra del buscador. Aparecen varios resultados con su nombre. La versión gratuita de la página web solo muestra la edad y la ciudad. Las opciones que he revisado hasta ahora no me entusiasman. Uno de los hombres está en la cincuentena, otro tiene veintipocos y el último de la lista, casi ochenta. O mi Luca Pichler no se encuentra en esta lista o se han equivocado con la edad. De todos modos, decido pagar la suscripción. Siempre puedo cancelarla después de conseguir lo que necesito. Se procesa el pago y se recarga la página, esta vez con toda la información. Resulta que el Luca Pichler anciano vive en una residencia en Seattle. El Luca Pichler de mediana edad vive con su mujer, sus suegros y sus seis hijos en Rhode Island. El Luca Pichler joven vive en una residencia de discapacitados. Suspiro. Esto no tiene buena pinta. Ahora soy veinte dólares más pobre y lo más seguro es que mi identidad se haya vendido al mejor postor.
Naomi: No ha habido suerte. Si no hubiera recibido la carta de hoy, creería que Luca está muerto.
Anne: Qué raro. Me pregunto si sus padres aún viven en su casa de la infancia. ¿Tienes la dirección?
Es una buena idea, y ya lo había pensado antes de que me enviara el enlace a PeopleFinder. Voy a mi dormitorio y saco la caja de zapatos del armario. Las cartas más recientes están arriba y las primeras, al fondo. Escribí su dirección en el reverso de cada hoja para saber dónde enviar mi siguiente carta en caso de que tirara el sobre.
Hago una foto de la dirección de San Diego con la cámara del teléfono. Estoy a punto de guardar las cartas cuando se me enciende la bombilla. Las repaso, me detengo en cada dirección nueva y le hago una foto a cada una. Las cartas de los primeros ocho años provienen de la misma dirección de San Diego. Después de eso, sus cartas llegaron de todo el país. Se mudaba a menudo, pero siempre se aseguraba de darme su nueva dirección; hasta hace dos años.
Sé que hay pocas probabilidades de que viva en alguna de sus antiguas casas, pero por algún lugar hay que empezar. Alguien, en algún lugar, tiene que saber dónde está.
Ya he bebido dos tazas de café cuando Anne llega al trabajo con la tercera. Mientras analizo el satélite y los datos del radar para preparar la previsión del tiempo, ella deja la taza humeante a mi lado.
—Gracias.
Sin apartar los ojos de la pantalla, agarro el café y le doy un sorbo. Oigo que acerca una silla y se sienta a mi lado.
—¿No tienes trabajo? ¿O Patrick te ha pedido que me observes mientras me bebo la taza entera?
—En realidad, solo tenía curiosidad por saber si has encontrado a tu enemigo por correspondencia.
—¿Mi qué?
—Tu enemigo —repite—. ¿Lo pillas? Como amigo por correspondencia, pero él es tu enemigo. Enemigo por correspondencia.
—Qué lista. —Todavía no he despegado la vista de la pantalla, estoy concentrada en los mapas. En unos diez minutos tengo que salir en antena—. Ya te dije que no lo encontré en PeopleFinder. A no ser que vaya a San Diego, no sé cómo seguirle la pista.
—¿Ya te tomas un descanso, Anette?
Las dos nos giramos y vemos que Patrick entra tranquilamente en la oficina con una pila de papeles entre las manos. Siempre pasea el mismo montón por la oficina cuando quiere parecer ocupado aunque no esté haciendo nada realmente productivo. Además, nunca se dirige a Anne por su nombre, pero supongo que «Anette» se parece lo suficiente para que todo el mundo sepa a quién se refiere.
—Solo le traía el café a Naomi —responde ella.
—No sabía que repartir cafés requería sentarse.
Pongo los ojos en blanco y me centro de nuevo en mi ordenador. Ella murmura una disculpa y se va por patas. Como siempre, sus zapatos no hacen ruido cuando camina por la moqueta. Patrick observa cómo se marcha y se gira hacia mí.
—Quería decirte que estás haciendo un trabajo excelente, Naomi.
Es una de esas personas que pronuncia mi nombre como «Nai-o-mi», por mucho que lo haya corregido millones de veces. Ya ni me molesto en hacerlo, pero me pregunto si se da cuenta de que es la única persona del canal que lo pronuncia de esa manera.
—Gracias, Patrick. Se lo agradezco.
—Estás en tu salsa cuando sales en directo —continúa—. Y tus mapas son impresionantes. Además, tus predicciones siempre dan en el clavo. Muy buen trabajo. Emmanuel estaría orgulloso.
—Oh, gracias. ¿Sabía que yo le preparé los mapas a Emmanuel durante sus últimos dos años? De hecho, no miró ni un radar durante el año y medio previo a su jubilación.
—¿Llevas aquí dos años? —pregunta Patrick—. Vaya, no parece que haga tanto tiempo.
—Sip. Dos años que han pasado volando.
Se pone rojo como un tomate. Arruga los papeles que lleva en las manos. Le ofrezco una sonrisa para intentar que no se sienta tan avergonzado. Se marcha de la sala y, poco después, Anne regresa. Intento que recapacite.
—Oye, si te quedas vas a meterte en un lío —la aviso.
Ella pone los ojos en blanco.
—¿Y qué hará? ¿Despedirme?
—Es probable —confirmo, y se ríe.
—Cuéntame lo de San Diego.
Tardo un instante en recordar en qué punto estábamos antes de que Patrick nos interrumpiera.
—Las primeras y las últimas cartas de Luca llegaron de allí. Deduzco que seguramente sigue en San Diego.
—Podemos dar por hecho que te vio dar el tiempo.
—Sí, pero podría haberlo visto desde cualquier sitio. Muchos canales locales emiten por internet y pueden verse sin necesidad de vivir en ese lugar.
—Cierto. Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Esperaré a que me envíe otra carta. Quizá en la próxima incluya el remite.
—Pero ¿qué pasa si no hay próxima vez?
Aparte del parón de dos años, nunca he pasado más de un mes sin saber de él. La única diferencia es que ahora no puedo contestarle. Me pregunto si no ha incluido la dirección a propósito. Es lo más probable. Puede que solo le apetezca meterse conmigo. O quizá no quiere que su esposa sepa que me ha vuelto a escribir. Supongo que ella es la razón por la que no sé nada de él desde hace tanto tiempo. No la culparía si leyó la última carta que envié, la última antes de que el servicio de correos empezara a devolverme todas mis cartas. Yo me habría sentido de la misma manera si hubiera leído una carta como la que mandé. No había contemplado esa posibilidad, hasta después de enviarla y de que él nunca me contestara, de que alguien más, aparte de Luca, pudiera leerla. Ninguna cantidad de correo devuelto puede arreglar la situación. He pasado los últimos dos años con la sensación de que faltaba una parte de mí. Ahora la he recuperado, pero ¿ha vuelto de verdad? Él no enviaría una carta después de dos años y sin remite si no tuviera la intención de continuar.
—Enviará otra carta —digo.
Estoy convencida.
Muchas cosas cambiaron durante los tres años que pasaron desde quinto curso a octavo. Besé a una chica por primera vez el verano antes de sexto. A partir de entonces, tuve siete novias. Mamá y papá trajeron a un cachorro a casa mientras estaba en séptimo curso. Lo llamé Rocky y se convirtió en mi mejor amigo. Pasé de ser un chico larguirucho de primaria a lo que imaginé que se refería la prima de Naomi con «pibón de instituto». Cuando aún estaba en quinto, me miré detenidamente en el espejo y llegué a la conclusión de que Naomi tenía razón. Estaba delgado y no me había currado los abdominales de los que estaba tan orgulloso. Papá compró unas máquinas de gimnasio ese mismo verano, las montó en el garaje y empezamos a entrenar juntos.