Heidi - Johanna Spyri - E-Book

Heidi E-Book

Johanna Spyri

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Beschreibung

La tía Dete deja a Heidi en casa de su abuelo, un viejo solitario a quien la gente teme. Sin embargo, ella es feliz en las montañas, con él. Hasta que Dete vuelve decidida a llevarla a la ciudad. Desde ese momento todo cambiará en la vida de Heidi.

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COLECCIÓN La puerta secreta

REALIZACIÓN: Letra Impresa

AUTORA: Johanna Spyri

ADAPTACIÓN: Carolina Fernández

EDICIÓN: Patricia Roggio

DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

ILUSTRACIONES: Maine Diaz

Spyri, Johanna Heidi / Johanna Spyri ; adaptado por Carolina Fernández ; ilustrado por Maine Díaz. - 1a edición para el alumno - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2019. Libro digital, EPUB - (La puerta secreta) Archivo Digital: descarga ISBN 978-987-4419-71-2 1. Narrativa Suiza. 2. Novelas de la Vida. I. Fernández, Carolina, adap. II. Díaz, Maine, ilus. III. Título. CDD 833

© Letra Impresa Grupo Editor, 2021 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

Esta colección se llama La Puerta Secreta y queremos invitarlos a abrirla.

Una puerta entreabierta siempre despierta curiosidad. Y más aún si se trata de una puerta secreta: el misterio hará que la curiosidad se multiplique.

Ustedes saben lo necesario para encontrar la puerta y para usar la llave que la abre. Con ella podrán conocer muchas historias, algunas divertidas, otras inquietantes, largas y cortas, antiguas o muy recientes. Cada una encierra un mundo desconocido dispuesto a mostrarse a los ojos inquietos.

Con espíritu aventurero, van a recorrer cada página como si fuera un camino, un reino, u órbitas estelares. Encontrarán, a primera vista, lo que se dice en ellas. Más adelante, descubrirán lo que no es tan evidente, aquellos “secretos” que, si son develados, vuelven más interesantes las historias.

Y por último, hallarán la puerta que le abre paso a la imaginación. Dejarla volar, luego atraparla, crear nuevas historias, representar escenas, y mucho, mucho más es el desafío que les proponemos.

Entonces, a leer se ha dicho, con mente abierta, y siempre dispuestos a jugar el juego.

LA LLAVE MAESTRA

Les proponemos un desafío: pregúntenle a algún adulto, alguien de 40 años o más, de qué hablamos cuando decimos: “Abuelito, dime tú”. ¡Seguro que hasta les cantarán una canción! Esto se debe a que, en Argentina y en todo el mundo, varias generaciones crecieron viendo el dibujito de Heidi, cuando todavía no existían los videos ni la televisión por cable. Era una serie animada japonesa, que se estrenó en nuestro país en 1978 y se proyectó durante años. Si sienten curiosidad, pueden encontrarla fácilmente en YouTube.

¿Qué tendrá esta historia, que sigue atrapando al público, después de más de un siglo de haber sido escrita? ¿Y a qué se deberá que tantos recordemos a esa niñita que fue a vivir a los Alpes con su abuelo? Tal vez su optimismo, la alegría que contagia en cada una de sus aventuras, su ternura. Lo cierto es que la escritora suiza Johanna Spyri publicó la novela Heidi entre 1880 y 1881, y enseguida se convirtió en un éxito de ventas y en un clásico de la literatura para chicos. Y desde entonces hasta hoy, su personaje no dejó de aparecer en películas, obras de teatro e incluso en versiones musicales. Por ejemplo, durante las vacaciones de invierno de 2016, se estrenó en los cines una excelente versión de la novela y se puso en escena en el Teatro Coliseo de Buenos Aires Heidi, el musical, un espectáculo 3D con efectos especiales y, por supuesto, canciones en vivo. Además, Hollywood promete seguir la trilogía Heidi: Queen of the Mountain.

En los Alpes, Heidi está cada día más presente. La aldea de Dorfli, donde sucede parte de la historia, cambió su nombre por el de Heididorf, o sea, aldea (dorf) de Heidi. Allí se puede visitar una casa museo en la que se recrea la vida cotidiana de la protagonista de la novela. Y cuesta arriba, se reconstruyó la cabaña en la que Johanna Spyri se inspiró para crear la casa del abuelito. También se puede subir por un camino de tierra donde hay doce paradas que cuentan diferentes aventuras de la niña y sus amigos.

Como ven, el éxito de Heidi se mantiene vivo en todo el mundo. Y ahora están a un paso de entender por qué. Trasládense en el tiempo y en el espacio y dejen que la naturaleza alpina los conquiste.

CAPITULO 1

El viejo de los Alpes

Desde la aldea de Maienfeld, un sendero atraviesa las verdes praderas y lleva hasta el pie de las montañas. El camino se vuelve más sinuoso a medida que sube, y pronto empieza a sentirse el aroma del prado y las plantas silvestres.

En una mañana clara de junio, Heidi y su tía Dete escalaban la cuesta empinada, tomadas de la mano. Los cachetes de la niña delataban que tenía calor. Es que, a pesar de ser verano, iba vestida como para aguantar el frío más intenso de los Alpes: llevaba puestos tres vestidos, uno encima del otro, y una pesada capa de lana roja.

Después de una larga hora de caminata, llegaron a una aldea llamada Dorfli, a mitad de camino hacia la cima. Desde todos lados llovían los saludos de amigos, porque Dete regresaba al que había sido su hogar. Pero el plan no era detenerse ahí.

–Supongo que Heidi es la hija de tu hermana, ¿verdad? –le preguntó Barbel, una vieja amiga que se unió a la caminata porque también iba hacia arriba.

–Sí –respondió Dete–. Ya tiene cinco años. La llevo para que se quede a vivir con su abuelo.

–¿Con el viejo de los Alpes? ¡Debes estar loca, Dete! ¿Cómo se te ocurre?

–Bueno, él es su abuelo. Me hice cargo de ella hasta ahora, pero conseguí un trabajo muy bueno en Frankfurt y no puedo llevarla conmigo.

–¡Pobre niña! –se apiadó Barbel–. Nadie sabe qué hace el viejo ahí arriba. No tiene trato con ninguna persona y ni siquiera va a la iglesia. Cuando baja al pueblo, todos le huyen porque ya su aspecto da miedo: esa barba tan blanca y larga, y sus cejas tan tupidas… Se cuentan muchas historias sobre él. Pero tú debes conocer la verdad por tu hermana. ¿Fue siempre un ermitaño?

Antes de responder, Dete se dio vuelta para cerciorarse de que Heidi no escuchara lo que iba a decir. ¡Recién entonces se dieron cuenta de que la niña no estaba! Fue Barbel quien, después de mucho buscar, la alcanzó a ver en un punto muy alejado del camino y gritó:

–¡Allí está! Va subiendo la cuesta con Pedro, el pastorcito, y sus cabras. Mejor, así cuidará de ella mientras me cuentas la historia.

–Esa chica no necesita muchos cuidados. Es bastante despierta para sus cinco años –comentó Dete–. Observa y registra todo lo que pasa a su alrededor.

Dicho esto, las amigas se dedicaron con total libertad a eso que se llama chismear.

–Ese viejo que ahora solo tiene una cabañita y dos cabras alguna vez fue dueño de una de las granjas más grandes de Domleschg. Pero después de que sus padres murieron, perdió su fortuna. Muchos dicen que la malgastó porque le gustaba la buena vida. Lo cierto es que se fue de soldado a Nápoles y ahí pasó como quince años. Cuando regresó, se instaló en Dorfli con su hijo Tobías y le enseñó el oficio de carpintero. Tobías se casó con mi hermana Adelaida. Desde chicos habían estado enamorados y fueron muy felices, pero murieron jóvenes. El viejo no pudo tolerar la pérdida de su familia y se vino a vivir a los Alpes, para no tener que ver a nadie. Y mi madre y yo nos hicimos cargo de Heidi, que en esa época tenía apenas un año.

–Ya veo. Eso explica muchas cosas –comentó Barbel y se despidió–: Aquí nos separamos, Dete. Voy a ver a Brígida, la madre de Pedro. Le compro lana para el invierno.

Las dos jóvenes se detuvieron en el camino. A unos metros, en una pequeña quebrada entre las rocas, había una casucha bastante destartalada. Si no hubiera estado protegida por esa hondonada, los fuertes vientos del sur la habrían hecho muy insegura, ya que su estado era lamentable. Ahí vivía Pedro con su mamá y su abuela. Y cada mañana, el pastorcito de once años bajaba hasta Dorfli a buscar las cabras de la gente que vivía en la aldea, y las llevaba montaña arriba, para que se alimentaran de las deliciosas hierbas que crecían en esos prados.

Heidi intentaba seguir a Pedro, que ascendía por caminos que solo él conocía, donde estaban los mejores arbustos para sus cabras. Agotada por el calor y agitada, observaba los pies descalzos del chico y las patas ágiles de las cabras que saltaban las rocas y trepaban las cuestas empinadas. Sin decir una palabra, de pronto se sentó en el suelo y, tan rápido como sus deditos se lo permitieron, se quitó los zapatos y las medias. Entonces se paró, se sacó la capa roja y después, un vestido y otro (Dete le había puesto toda su ropa para que no tuviera que cargarla). Al final, la apiló y se quedó en enagua, con los brazos al aire, feliz.

Al verla liberada, Pedro sonrió de oreja a oreja y, a partir de ese momento, anduvieron correteando con las cabras un buen rato, mientras Heidi le hacía toda clase de preguntas. Hasta que al fin regresaron hacia la cabaña. Allí los esperaba la tía Dete.

Como era de imaginarse, Dete puso el grito en el cielo cuando vio el nuevo atuendo de Heidi. Y como la niña se negaba a vestirse, tuvo que ofrecerle una moneda a Pedro, para que cargara con el bulto de ropa hasta la casa del abuelo. Así, después de tres cuartos de hora de ascenso, llegaron a la cima de la montaña.

La casa del abuelo estaba allí, expuesta a los vientos, pero también bañada por cada uno de los rayos del sol. Desde ella se podía ver, abajo, todo el valle. Detrás, se elevaban tres abetos de largas ramas espesas y, más allá, otra montaña cubierta de verde y sembrada de flores.

Contra la cabaña, del lado del valle, el abuelo había colocado un banco, y allí estaba sentado, fumando su pipa. En cuanto Heidi lo vio, fue hasta él, le tendió la mano y le dijo:

–Buenas tardes, abuelito.

–Pero ¿qué significa esto? –preguntó el viejo con voz seca, mientras alzaba la vista. Quería ver quién venía detrás de esa niña que, impactada por su aspecto, no podía sacarle los ojos de encima.

–Buenos días –le dijo Dete, cuando llegó hasta él–. Le traigo a la hija de Tobías y Adelaida para que la cuide.