Heredera oculta - Kim Lawrence - E-Book

Heredera oculta E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

La verdad resultaba inconcebible Roman Petrelli pensaba que no podía tener descendencia, así que se llevó una sorpresa al enterarse de que Isabel Carter había tenido una hija suya. La única noche que Izzy pasó con Roman la dejó con algo más que un tórrido recuerdo. Con su pequeña formó la familia que siempre quiso tener. Cuando Roman exigió formar parte de la vida de Lily, a Izzy le aterró que pretendiera arrebatársela. Pero Roman no iba a darse por vencido y usaría las armas que fueran necesarias para lograr su objetivo.

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Seitenzahl: 178

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kim Lawrence. Todos los derechos reservados.

HEREDERA OCULTA, N.º 2222 - abril 2013

Título original: The Petrelli Heir

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3013-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Londres, junio de 2010

Izzy se tropezó al enganchársele el tacón en una baldosa. Giró el tobillo. No se había hecho daño, pero le dolían los pies, lo que no era de extrañar puesto que llevaba horas caminando.

Miró la hora y frunció el ceño al recordar la confusa secuencia de acontecimientos del día. Había pasado el mediodía cuando se despedía del abogado de su madre y del director de la funeraria, las dos únicas personas que la habían acompañado.

Su madre, Ruth Carter, había sido una mujer famosa en el mundo académico, convertida en una autora de éxito con un libro de autoayuda que había roto todos los récords de ventas. De hecho, los derechos derivados de este, convertían a Izzy en una mujer rica.

Tuvo que reprimir el impulso de reír. O quizá de llorar. Aunque sacudiendo la cabeza se dijo que sus lágrimas yacían congeladas bajo el frío peso que le oprimía el pecho.

La famosa psicóloga Ruth Carter podría haber tenido un funeral multitudinario, pero tenía principios muy estrictos respecto a los funerales: ni rezos, ni flores, ni cánticos, ni lágrimas.

Su única hija y único familiar vivo, Izzy, había respetado los deseos de su madre y no había llorado. Ni siquiera cuando encontró el cuerpo de su madre y la nota que le había dejado. Durante la semana de investigación policial, habían alabado su serenidad, pero en realidad Izzy había estado ida. Y en aquel instante identificó el peso que le oprimía el pecho como rabia contenida. Por eso había caminado durante horas, por temor a pararse y que la ira la consumiera.

No estaba enfadada con su madre por elegir cuándo y cómo morir. Tenía una enfermedad terminal que iba a ir robándole la independencia y Izzy podía comprenderla. Pero aquella mañana, su madre había vuelto de la tumba y... Izzy aflojó la presión con la que apretaba el sobre que llevaba en el bolsillo y se llevó la mano a la cara. Encontrar su piel mojada la sorprendió, y solo entonces, al mirar el pavimento, se dio cuenta de que había estado lloviendo.

¡Ni siquiera sabía dónde estaba! En realidad, tampoco sabía quién era. No era el producto de una anónimo donante de esperma, sino que resultaba tener un padre de verdad, un padre que en aquel momento debía de haber recibido una carta similar a la que el abogado le había entregado a ella aquella tarde.

El pobre hombre había sido un joven de dieciocho años, elegido como el padre genético apropiado al que su madre había seducido cuando, pasados los cuarenta años, había decidido cumplir con su reloj biológico.

¿Por qué le habría mentido? ¿Por qué ya muerta había decidido contárselo en vez de dejarla en paz?

Izzy se cuadró de hombros diciéndose que no podía dejarse llevar por la debilidad. Miró a su alrededor y descubrió un local desde el que salían voces animadas y música. Sin pensárselo, entró.

Se trataba de un bar en el que hacía calor y humedad, lleno de gente. Izzy se desabrochó la chaqueta a la vez que se daba cuenta de que estaba sedienta, y se abrió paso hacia la barra; todas la mesas estaban ocupadas por grupos, excepto una que atrajo su mirada como si en ella hubiera un imán invisible.

Y así era. Se trataba del hombre más guapo que había visto en su vida. El espantoso día que había tenido se borró súbitamente a la vez que lo miraba, paralizada, sin prestar atención a las miradas que su presencia atraía. La fragilidad que había sentido hacía apenas unos minutos se transformó en energía, al tiempo que notaba un hormigueo en el estómago. El hombre dejó la copa sobre la mesa y le devolvió la mirada, quitándose un mechón de cabello negro de la frente. Izzy se estremeció como si la hubiera tocado, y se llevó la mano al vientre, desde el que sintió que se propagaba un calor húmedo.

Tenía la belleza de una estatua griega clásica: pómulos marcados, nariz aguileña, labios esculpidos, que podían resultar tan sensuales como crueles. Izzy pensó que sería imposible cansarse de un rostro como aquel. En aquel momento unos jóvenes ruidosos tropezaron con ella y la sacaron de su sensual ensimismamiento.

Ningún hombre la había mirado nunca con tanto deseo, ni la había dejado sin aliento. Pero Izzy no se consideraba una persona especialmente sexual, tal y como su madre había insistido en recordarle una vez descartó que fuera lesbiana.

«Mi madre, siempre tan directa y honesta, pero que olvidó decirme la información más importante de mi vida». ¿Por qué no podía demostrarle a su inteligente madre, aunque fuera por una vez, que se equivocaba?

Que nunca hubiera sentido un violento deseo no significaba que no fuera capaz de identificarlo. Se humedeció los labios sin dejar de mirar al hombre que le ocultaban intermitentemente las personas que, de pie en el centro del local, se interponían entre ellos.

El grupo de jóvenes volvió a chocar con ella, haciendo algunos simpáticos comentarios que Izzy apenas registró. Mientras fue hacia la barra, pudo sentir los negros ojos del desconocido clavados en la espalda.

–¿Tienes dieciocho años? –preguntó el camarero, estudiando su mirada perdida como si pensara que había consumido alguna droga.

–No, digo sí. Tengo veintiuno... casi –Izzy rebuscó en el bolso mientras se sujetaba el ondulado cabello castaño rojizo.

–Gracias. Tenemos que asegurarnos –dijo el camarero tras mirar el carné.

Izzy dio un respingo cuando una mano grande y sudorosa se posó sobre la suya, presionándosela sobre el mostrador.

–Una mujer hermosa nunca paga su copa –dijo el dueño de la mano, borracho.

–Gracias –dijo Izzy, asqueada por el olor a alcohol que desprendía–, pero estoy esperando a alguien.

El hombre se acercó aún más a ella, que se apretó contra la barra. Izzy no era agresiva por naturaleza, pero apretó los puños.

–Déjame en paz, asqueroso –dijo, alzando la voz.

–Cara, siento llegar tarde... –los hombres que la rodeaban abrieron un hueco y entre ellos apareció el atractivo hombre que había llamado su atención al entrar.

Delgado, de anchos hombros, era más alto que todos los que la rodeaban, y seguía mirándola con la posesiva intensidad que Izzy había percibido minutos antes. Ella mantenía sus ojos clavados en los de él cuando, sin previo aviso, él le plantó un prolongado beso en los labios. Solo al alzar la cabeza pareció darse cuenta de la existencia de los demás.

–¿Pasa algo? –preguntó entonces en tono amenazador.

Izzy lo miró atónita a la vez que se pasaba la lengua por los labios y saboreaba el perfume a whisky que había quedado en ellos. Los jóvenes estuvieron a punto de arrastrarse para asegurar al desconocido que no habían pretendido molestar, y desaparecieron.

–Parecía que ibas a dale un puñetazo. Eres una mujer con carácter, ¿eh?

Izzy abrió el puño.

–Has sido muy amable, pero no necesitaba que me salvaras.

A aquella distancia, la primaria masculinidad que había provocado una aceleración en las hormonas de Izzy resultaba mil veces más intensa, asfixiante.

–¿No? –él se encogió de hombros. Miró hacia la copa que Izzy sujetaba–. ¿Ibas a ahogar tus penas? –al ver que Izzy titubeaba, añadió–: Espero que tengas más suerte que yo.

No parecía borracho. Todo él, su aspecto, su voz, era... comestible. El corazón de Izzy se aceleró. La tensión sexual podía palparse; la sangre le corría por la venas como un caballo al galope y la cabeza le daba vueltas.

–Ya no quiero la copa –dijo con la respiración agitada.

Él mantuvo la mirada fija en la de ella.

–¿Y qué quieres? Perdona, debería...

–¡No!

Izzy posó un dedo en sus labios. No quiero saber tu nombre. Quiero...

Él le tomó la mano y se la llevó a la áspera mejilla al tiempo que, inclinándose, le susurraba al oído:

–¿Qué quieres, cara? Dímelo.

Su voz grave y sensual derritió a Izzy.

–He tenido muy mal día y quiero olvidarlo. Necesito... –aunque fuera una Izzy diferente, veinte años de sensatez y cautela no se borraban en unos segundos. Aquel hombre podía ser un psicópata.

Cerró los ojos. No quería pensar. Quería sentir su piel, sus manos sobre su cuerpo...

–Te necesito –dijo finalmente.

Y se descubrió abandonando el local con aquel misterioso y espectacular desconocido.

Capítulo 1

Izzy recorrió el pasillo a paso rápido ignorando los susurros que oía a su paso. Le habría encantado pensar que era su extraordinario estilo lo que los provocaba, pero aunque el vestido celeste enfatizaba su cobrizo cabello, le quedaba un poco demasiado ajustado en los senos de madre lactante. Además, en la iglesia había numerosas mujeres mucho más guapas que ella.

Pero la atención que despertaba no tenía nada que ver con su aspecto, y sí con el hecho de que todo el mundo sabía que no era una verdadera Fitzgerald.

Dos años antes, la aparición en Cumbria de la embarazada hija ilegítima de Michael Fitzgerald había causado un escándalo, pero su presencia apenas llamaba ya la atención.

La expresión de su rostro se suavizó al mirar hacia su padre, sentado junto a su hermano, que esperaba a su hija, la novia. Los dos hombres de melena leonina pelirroja salpicada de canas se parecían tanto que podían haber pasado por gemelos, a pesar de que Jake era tres años mayor.

Como si se hubiera sentido observado, Michael la miró y le guiñó el ojo. Su padre era un ser extraordinario. A Izzy le costaba imaginar que hubiera muchos hombres que, tras recibir una carta diciendo que tenían una hija producto de una relación de veinte años atrás, le abrieran los brazos y la incluyeran en el íntimo círculo familiar sin tan siquiera pedir una prueba de ADN.

Tras una vida creyendo que depender de otros era una debilidad, a Izzy le había costado aceptar su ayuda, pero su amor y su amabilidad habían acabado ganándola. Además, el orgullo quedaba en un segundo lugar cuando se tenía un bebé.

Izzy se volvió hacia su joven hermanastro, que estaba charlando con alguien que ocupaba el extremo del banco posterior.

–Rory –lo llamó–. Tienes que sentarte. Ya llega.

Rory se incorporó con una sonrisa de oreja a oreja.

–Tranquila, Izzy. Ni que fueras la novia.

–Ni en sueños –masculló Izzy.

Le deseaba lo mejor a Rachel, pero tener una hija no le había hecho cambiar de opinión: el matrimonio no era para ella. Creía en la posibilidad de encontrar a la persona ideal, pero no comprendía la necesidad de firmar un papel para permanecer unida a alguien.

–No te preocupes, tu Príncipe Azul aparecerá. Siempre que dejes de tratar a los hombres con la indiferencia que acostumbras.

Izzy no pudo defenderse porque un siseo próximo la obligó a sentarse. Los demás ocupantes del banco fueron pasando a su hija hasta que, como un sonriente paquete, Lily aterrizó en su regazo.

A su lado, la madre de Rory, Michelle Fitzgerald, miraba divertida como Lily intentaba atrapar la pluma del broche con el que Izzy se había recogido el cabello. Pero ni una docena de horquillas habían podido evitar que se le escaparan varios mechones. Su cabello tenía personalidad propia.

–¡Rory! –llamó Michelle a su hijo, que seguía de pie.

–¡Vale, mamá! –dijo este, poniendo los ojos en blanco a la vez que se dejaba caer junto a Izzy.

–¿Quieres cambiarme el sitio por si tengo que salir con Lily? –preguntó Izzy.

Aunque Lily era una niña muy buena, hacía unos días que le daban pataletas si estaba cansada. Michelle le había tranquilizado diciendo que era una fase por la que pasaban todos los niños, pero Izzy temía que la niña hubiera heredado el carácter temperamental de su padre.

Pero eso nunca lo sabría ya que, aunque conociera cada milímetro de su rostro, hasta el punto de que podía dibujarlo a ciegas y había llenado un cuaderno de apuntes con su imagen, ni siquiera sabía el nombre del padre de su hija.

Todavía no se había planteado qué diría cuando la niña preguntara por él. Pero al menos podría mostrarle el aspecto que tenía, para que comprobara que era el hombre más guapo del mundo.

En cualquier caso, desde el nacimiento de Lily, Izzy había adoptado la filosofía de pensar en el presente. Los dibujos le servían de catarsis y confiaba en acabar por olvidar a su modelo.

–Muy bien –dijo Rory. Al moverse para cambiar el sitio con ella, dijo–: ¿Os han presentado? –Izzy se deslizó en el banco y él se sentó al otro lado–: Izzy, este es Roman Petrelli. Ha venido a comprar caballos. ¿Recuerdas que Gianni me organizó unas prácticas el verano pasado en la oficina de París de Roman? Roman, esta es mi hermana Izzy.

El verano anterior, Izzy había estado enterrada en pañales y tomas de leche, así que todo lo demás había pasado como una nebulosa. Solo recordaba que Gianni era uno de los muchos primos de los Fitzgerald, que, con su padre, eran nueve hermanos.

–Hola –dijo ella. Y la sonrisa que dirigió al ocupante del banco se congeló en sus labios.

¿Cómo era posible que hubiera pasado por delante de él sin verlo? El aire se le congeló en los pulmones.

–Hola.

Oír la voz bastó para que sintiera una descarga de calor. Sin poder hablar, se limitó a inclinar la cabeza mientras pensaba que tenía las pestañas aún más largas de lo que recordaba.

Él no hizo señal de reconocerla. Tenía que ser un sueño... Pero no lo era.

A lo largo de los dos años que habían transcurrido desde aquella noche, Izzy había logrado racionalizar su inusual comportamiento. Estaba segura de que incluso tenía un término médico y que era producto de una mezcla de dolor, desconcierto y cansancio. Ni antes ni después había experimentado un deseo tan violento, y la única consecuencia perdurable de aquel encuentro era lo más maravilloso que tenía en su vida.

Y no solo Lily. Quizá, de no haberse encontrado sola y embarazada, nunca habría contestado la carta que había recibido de su padre y que inicialmente había tirado a la papelera.

Haciendo acopio de una calma de la que no se sabía capaz, con la sonrisa congelada en los labios, apartó la mirada de los hipnóticos ojos del hombre y se abrazó a la niña. Los omóplatos le dolían de tensión. A menudo la gente señalaba su piel morena y sus ojos negros, y los menos discretos preguntaban si se parecía a su padre. Ella nunca contestaba y su silencio había dado lugar a todo tipo de especulaciones: desde que había muerto en la guerra hasta que era un conocido político, casado. En todos los casos, ella era la inocente víctima, lo que no dejaba de resultarle irónico.

En ese momento sonó el órgano y todos se pusieron en pie. Izzy sintió la mirada del hombre clavada en su nuca, pero no supo si era verdad o producto de su sentimiento de culpa. Sujetando a Lily sobre la cadera, miró la hoja que tenía en la otra mano, con los himnos que se cantarían a lo largo de la ceremonia. Bajo su aparente calma, sentía que en cualquier momento podía darle un ataque de histeria.

Tenía que pensar. El padre de su hija estaba sentado detrás de ella. ¿Qué debía hacer? ¿Escribirle una carta? ¿Adoptar el estilo informal de su madre y decirle: «Por cierto, esta es tu hija»? Estuvo a punto de estallar en una carcajada nerviosa.

Izzy siempre había pensado que, si se llegaba a dar la improbable circunstancia de encontrarse con él, podría darse el caso de que no la reconociera. Eso dejaba abierta la posibilidad de no hacer nada. Pero aunque la opción fuera tentadora, la descartó. Se trataba del padre de Lily. ¿Cómo lo había llamado Rory..., Roman? Al menos sabía que era italiano, lo que confirmaba sus sospechas, ya que durante su noche de pasión le había susurrado en esa lengua palabras ininteligibles cargadas de fuego.

Izzy recordaba cada detalle. Por eso mismo tuvo que esforzarse en ahuyentar las eróticas imágenes que invocaba su proximidad. Alzó la barbilla. Aceptaría lo que sucediera, incluso si la humillaba públicamente, pero protegería a Lily.

Lily, cuyo parecido a él le había hecho pensar que sería una mujer de una belleza espectacular, y que en aquel instante la angustiaba, pues cualquiera que los viera juntos identificaría la similitud.

Y él había visto a la niña... Así que debía de haberse dado cuenta. ¿Qué estaría pensando? No tenía sentido seguir especulando. Una boda no era el lugar adecuado para presentar a un hombre a su hija. Pero... ¿había un lugar ideal? ¡Quizá incluso había acudido a la boda con su novia! Izzy intentó sin éxito recordar si había una mujer a su lado y rezó para que, ya que se había acostado con un desconocido del que se había quedado embarazada, al menos no estuviera casado... Intentó ignorar aquella punzada de tardío sentido de la responsabilidad y se pasó la mano por la nuca.

Siempre cabía la posibilidad de que no la hubiera reconocido, o de que hubiera sufrido un ataque de amnesia. Si ese era el caso, ella podía adoptar la misma actitud.

Pero ¿por qué se torturaba? Era posible que él estuviera tan avergonzado como ella y que en aquel mismo momento temiera que ella pudiera convertir su vida en un caos. De ser así, le aliviaría saber que no esperaba nada de él. Los hombres ricos podían sentirse amenazados, e Izzy creyó recordar que la palabra «millonario» había sido pronunciada cuando Rory había conseguido un puesto en la empresa de Petrelli.

¡Qué propio de ella haber elegido para una única noche a un millonario italiano en lugar de a un vulgar y anónimo profesor o a un fontanero!

Al acabar la ceremonia se puso en pie con los demás asistentes y se coló entre Rory y Emma para salir de la iglesia como si pudieran hacerla invisible. Cuando reunió suficiente valor como para mirar, Roman Petrelli había desaparecido.

Tiró de la manga de Rory y preguntó:

–¿Tu amigo va a...?

–¿Qué amigo?

–¿Tú quién crees? –intervino Emma, poniendo los ojos en blanco–. ¡El superatractivo Roman! ¡Mira que es guapo! ¿Te has fijado en sus ojos? –se llevó la mano al pecho en un gesto dramático–. Podría cometer una locura con alguien así.

–Izzy no es tan superficial como tú –dijo su hermano. Y añadió–: ¿Quieres ayuda, Izzy?

–Gracias –respondió esta, a la vez que le pasaba a Lily–. Quiere bajar al suelo y tiene demasiada fuerza para mí.

–¿Que yo soy superficial? –dijo Emma, mirando afectuosamente a Lily, que tiraba de la nariz de su tío–. Todas las mujeres Fitzgerald son fuertes –intercambió con Izzy una mirada de complicidad–. Roman Petrelli solo es amigo de Rory en sus sueños. ¿De verdad crees que le daría un trabajo a un obsesode la tecnología como tú?

–Puede que sea un obseso, pero tengo una mente aguda y mucho encanto. ¿Por qué no iba a darme un trabajo? En cualquier caso, tengo yo más posibilidades de conseguir un trabajo que tú de pasar una noche con él.

–¿Qué te apuestas? –preguntó Emma con ojos brillantes.

–Apostar contigo sería como robarle dinero a un bebé.

Izzy sacudió la cabeza para borrar las imágenes que poblaban su mente, en las que veía a su encantadora hermanastra con el depredador Roman Petrelli; y se dijo que el nudo que se le formó en el estómago no tenía nada que ver con los celos, sino con el deseo de proteger a su hermana.

Emma solo tenía dieciocho años y no era ni la mitad de sofisticada que fingía ser, mientras que Roman Petrelli..., una visión de su musculoso torso de bronce, sudoroso y brillante, la asaltó, y la única palabra con la que se le ocurrió describirlo fue «perfecto».

–¡Por Dios! –los amonestó con una carcajada que a ella misma le sonó artificial.

Pero los dos hermanos no parecieron notarlo y siguieron discutiendo, de manera que, para cuando salieron al fresco aire exterior, sus apuestas habían alcanzado niveles absurdos.

–Déjame a Lily –pidió Emma.

–Mejor no, Emma. Te estropeará el peinado y tu precioso vestido –dijo Izzy, tendiendo los brazos a la niña.

–Tienes razón –concedió Emma–. Tengo que estar guapa para Roman. ¿Cuántos años tendrá?

–Demasiados para ti –replicó su hermano–. De hecho, Em, ni tú ni yo estamos de suerte. No va a venir a la recepción, así que no podremos usar nuestro letal encanto.

Aunque pudiera tratarse de un alivio meramente temporal, Izzy no pudo contener una carcajada que le ganó una mirada sorprendida de los hermanos.

–¡No miréis, la tía Mauve viene para aquí!

No se trataba de una mentira, pero sí de una maniobra de distracción inspirada que surtió el efecto que buscaba. En cuanto la tía fue mencionada, Rory y Emma desaparecieron como si se los tragara la tierra.