Heredero de la pasión - Lynne Graham - E-Book

Heredero de la pasión E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

De sustituir a la novia… a quedarse embarazada de un príncipe. Por el bien de su familia, Tatiana Hamilton, tuvo que casarse con el príncipe Saif después de que la que iba a ser su esposa, prima de ella, desapareciera. El príncipe le prometió que su falso matrimonio acabaría pronto. Pero, durante la luna de miel, les fue imposible ignorar la apasionada química que había entre ambos. Y Tati se quedó embarazada. Saif había sellado su corazón al haber sido abandonado por su madre en la infancia. ¡Él no le haría eso a su hijo! Pero, a medida que se iba haciendo a la idea de la paternidad, ¿se abriría a una relación tan verdadera como la incontenible pasión que lo unía a Tati?

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Seitenzahl: 187

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Lynne Graham

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Heredero de la pasión, n.º 2900 - enero 2022

Título original: Cinderella’s Desert Baby Bombshell

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-367-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL PRÍNCIPE Saif Basara, heredero del trono del reino de Alharia, en Oriente Medio, frunció el ceño cuando Dalil Khouri, consejero de su padre, llamó a la puerta y entró en el despacho con el aspecto solemne de alguien que estaba a punto de darle una noticia de vital importancia.

Saif conocía los excéntricos dictados de su padre. Tenía treinta años y era el sucesor de su conflictivo padre, por lo que los cortesanos de su círculo íntimo llevaban a cabo el doble juego de asentir humildemente a las órdenes medievales del padre y correr a quejarse a su hijo.

El emir de Alharia, Feroz, de ochenta y cinco años, estaba desfasado. Claro que había ascendido al trono en una época muy distinta e inestable, en que el país agradeció enormemente la aparición de un monarca seguro y fiable. Después se halló petróleo, por lo que las arcas del país se llenaron y, durante décadas, la gente estuvo contenta.

Por desgracia para Feroz, el deseo de un gobierno democrático había crecido en su pueblo, así como el de modificar las normas culturales para adaptarlas a la vida moderna. Él, sin embargo, continuaba oponiéndose a cualquier cambio.

–¡Tienes que casarte! –anunció Dalil de forma tan dramática que Saif estuvo a punto de reírse, antes de darse cuenta de que el anciano hablaba en serio.

¿Casarse? Saif se quedó sorprendido. La misoginia de su padre le había permitido seguir soltero hasta ese momento. Tras cuatro matrimonios fallidos, Feroz desconfiaba profundamente de las mujeres. Su última esposa, la madre de Saif, una princesa árabe de irreprochable linaje, había abandonado a su hijo y a su marido para huir con otro hombre, con el que se había casado y con el que gobernaba otro pequeño país.

–Tienes que casarte con una mala elección –concluyó Dalil–. El emir ha rechazado todas las posibilidades respetables tanto en Alharia como entre las familias de nuestros vecinos y ha elegido a una extranjera.

–Una extranjera –repitió Saif, asombrado–. ¿Cómo es posible?

–Es la nieta de Rodney Hamilton, el amigo de tu padre, ya fallecido.

De joven, el emir había recibido formación militar en Inglaterra, donde había entablado una amistad inquebrantable con un oficial británico. Habían mantenido correspondencia durante años y se habían visto al menos una vez. Saif recordaba vagamente a una niña rubia con coletas que había aparecido en su habitación llorando. ¿Era ella su futura esposa?

Dalil sacó el móvil, que ocultaba al emir, para quien esos teléfonos eran una abominación. Buscó una foto y se la enseñó a Saif.

–Al menos, es una belleza.

Saif se dio cuenta de que Dalil daba por sentado que aceptaría un matrimonio de conveniencia con una desconocida. Miró a la joven delgada y risueña de la foto. Parecía frívola y totalmente inadecuada para la vida que él llevaba.

–¿Qué sabes de ella?

–Tatiana Hamilton es una mujer extravagante, que adora ir a fiestas. No es la esposa que desearías, pero, con el tiempo… –Dalil titubeó para no mencionar que la frágil salud del emir no le permitiría seguir vivo mucho tiempo–. Te divorciarás.

–Puede que rechace la propuesta.

–No puedes. Un ataque de furia podría matar a tu padre. Perdona que te hable de forma tan directa, pero no creo que quieras llevar ese peso en la conciencia.

Saif se percató de la trampa en que se hallaba atrapado. Aplacó la ira con la facilidad que le daba una larga práctica, pues se había criado en un mundo en que la posibilidad de elegir era un bien escaso.

También sabía que sería muy doloroso para su padre que lo desafiara. Aunque los matrimonios de conveniencia llevaban décadas sin practicarse en Alharia, el emir era un padre afectuoso, no cruel. Y Saif era consciente de que estaba en deuda con él por el cariño que le había dado para compensar el abandono de su madre.

En consecuencia, se casaría con una desconocida, pensó con una amargura que ensombreció sus hermosos ojos verdes.

–¿Por qué quiere una mujer así casarse conmigo y venir a vivir aquí? –preguntó a Dalil–. No creo que sea por el título.

–Por la dote que tu padre va a pagar a su familia –respondió Dalil con repugnancia–. La familia se enriquecerá mucho con el matrimonio, por lo que desearás divorciarte de tu esposa lo antes posible.

Saif se quedó atónito y la impresión que le causó su futura prometida fue repulsiva. Le resultaría muy difícil fingir que aceptaba a esa mujer sin principios.

 

 

–¡George me acaba de pedir que me case con él! –dijo Ana mientras salía prácticamente bailando del cuarto de baño, donde había hablado por teléfono con su exnovio–. ¡Qué típico! He tenido que venir a Alharia y estar a punto de casarme con otro para que George vaya al grano.

–Es un poco estúpido que te lo pida tan tarde –comentó Tati al tiempo que examinaba a su hermosa prima con sus ojos azules–. Estamos en el palacio real, estás comprometida y los preparativos de la boda comienzan dentro de una hora.

–No voy a seguir adelante con esa boda absurda, si George quiere casarse conmigo –le aseguró Ana–. Ya me ha reservado un billete para que vuelva a casa. Va a ir a recogerme al aeropuerto y a llevarme a algún sitio con playa para celebrar la boda allí.

–Pero tus padres… el dinero…

–¿Voy a tener que casarme con un extranjero rico porque que mi padre esté endeudado hasta las cejas? –la interrumpió Ana sin disimular su resentimiento.

–Yo tampoco creo que debas hacerlo, pero accediste a ello y si ahora te desdices, será una pesadilla para tu familia. Tu padre va a volverse loco.

–Sí, y por eso vas a ayudarme a ganar tiempo y a salir de este maldito país.

–¿Yo? ¿Cómo voy a ayudarte? –preguntó Tati, desconcertada, ya que era el miembro con menos poder de la familia Hamilton, la pariente pobre que los padres de Ana trataban casi como a una sirvienta.

–Porque puedes dedicarte a los preparativos de la boda haciéndote pasar por mí, de modo que nadie se dé cuenta de que la novia se ha escapado hasta que ya sea tarde. En un lugar tan atrasado como este, puede que intenten detenerme en el aeropuerto, si se enteran. ¡Seguro que es un grave delito dejar plantado al heredero del trono al pie del altar! Por suerte, nadie de su familia me ha visto aún, y mi madre no va a intervenir en los rituales nupciales, así que mis padres tampoco se enterarán hasta el último minuto, cuando ya esté en el avión.

Tati respiró hondo.

–¿Estás segura de que no te ha dado un ataque de miedo?

–Sabes que siempre he estado enamorada de George. ¿Es que no me has oído? ¡George, por fin, me ha propuesto matrimonio y vuelvo a casa con él!

Tati se contuvo para no recordar a Ana los numerosos hombres de los que se había enamorado locamente en los años anteriores. Y, hacía un mes, estaba deseando casarse en Alharia, encantada de que sus padres dejaran de tener problemas económicos. Aunque ahora, pensó Tati, eso no la preocuparía, ya que George Davis-Appleton era rico.

–Entiendo lo que quieres hacer, pero no quiero verme implicada. Tus padres se pondrían furiosos conmigo.

–¡No seas aguafiestas! Mis padres se recuperarán de la desilusión y tendrán que pedir un préstamo al banco.

–Tu padre dijo que se lo habían denegado.

–¡Si la abuela Milly viviera, lo habría ayudado! –se lamentó Ana–. Pero no es problema mío, sino de mi padre.

Tati no dijo nada. Pensó que su querida y añorada abuela rusa no aprobaba el extravagante estilo de vida de su hijo Rupert. Milly Tatiana Hamilton, cuyo nombre llevaban las dos nietas, había controlado el dinero de la familia durante años. Tati se sorprendió al enterarse de que su tío había vuelto a endeudarse, porque suponía que había heredado una considerable cantidad de dinero tras la muerte de su madre.

Tati suspiró.

–Por desgracia, ya no está con nosotras.

Pero no le dijo que le interesaba que sus tíos no se hundieran económicamente, porque eso sería injusto para Ana. Tati no quería que, para beneficiarse ella, su prima llevara a cabo un matrimonio horrible. Ana no parecía saber que su padre pagaba la residencia a su hermana Mariana, la madre de Tati, que llevaba viviendo allí desde la adolescencia de su hija, debido a que padecía demencia.

–Entonces, ¿lo harás? –preguntó Ana, expectante.

Tati sabía que no debía enfurecer a sus tíos, no fuera a ser que retiraran el apoyo económico a su madre, pero, al mismo tiempo, Ana era para ella como una hermana. Ana era dos años mayor que ella, que tenía casi veintidós. Ambas se habían criado en la misma finca y acudido a las mismas escuelas.

A pesar de lo distintas que eran, Tati quería a su prima. Aunque a veces era egoísta, Tati estaba acostumbrada a cuidarla como si fuera su hermana pequeña, porque Ana no se caracterizaba por su inteligencia.

A Tati le parecía absurdo casarse con un príncipe extranjero por la dote. Ana no era de las que se sacrificaba, pero, al principio, se veía como una heroína dispuesta a ayudar a su familia. Ahora, la realidad se había impuesto e iba a huir.

Durante unos segundos, Tati se compadeció del novio, fuera quien fuera. No aparecía en las redes sociales, ya que Alharia llevaba décadas de retraso en tecnología, y en casi todo, con respecto al resto del mundo.

La familia real era multimillonaria gracias al petróleo, pero no había señales visibles de tanta riqueza. El palacio era un antigua fortaleza decorada con muebles victorianos.

A Ana le habían dicho que el príncipe Saif era guapísimo, pero ¿cómo podía fiarse uno de eso, cuando la gente solía ser muy generosa a la hora de describir a un joven rico y con un título? Aunque el pobre fuera más feo que Picio, la mayoría diría algo positivo de él.

Tati lo sabía bien, así como todo lo referente a las desagradables comparaciones, pues siempre la habían considerado mucho menos atractiva que su prima. Además era la oveja negra de la familia, por ser hija ilegítima, algo que avergonzaba a la estirada familia Hamilton.

Tati y su prima eran rubias. Tati tenía los ojos azules; su prima, castaños, y era muy guapa, alta y delgada, mientras que Tati tenía una bonita piel, una hermosa melena y curvas. No le gustaba particularmente su cuerpo, sobre todo desde que el único novio serio que había tenido se había enamorado de Ana nada más verla y la había perseguido, a pesar de que a ella no le interesaba lo más mínimo.

–¿Has pensado en cómo vas a llegar al aeropuerto? –preguntó Tati.

–Ya está solucionado. Aquí no necesitas hablar el idioma. He enseñado el dinero, he señalado un coche y me está esperando abajo.

–Ah –dijo Tati, mientras Ana metía las cosas en la maleta–. Así que vas a hacerlo.

–Claro que sí.

–¿No crees que sería mejor decírselo a tus padres y afrontar las consecuencias?

–¿Bromeas? ¿Acaso no sabes el lío que se organizaría y lo mal que me sentiría?

Tati asintió.

–Pues no voy a pasar por eso. Ten cuidado para que no se den cuenta durante unas horas de que no eres la novia. Es lo único que te pido. No es para tanto. Dame un abrazo y deséame suerte con George.

Tati la abrazó.

–Que seas feliz, Ana –dijo con los ojos humedecidos y una sensación se miedo que no conseguía eliminar.

Tati detestaba que la gente se enfadara y gritara, y sabía que cuando sus tíos se enteraran de la partida de su hija montarían una escena. Le echarían la culpa a ella por no habérselo contado. Sin embargo, también entendía el miedo de Ana. Sus padres estaban tan empeñados en aquel matrimonio que eran capaces de ir a por ella al aeropuerto y llevársela de vuelta. Y, al fin y al cabo, a nadie se le podía obligar a casarse con quien no quería.

Ana se marchó acompañada de una criada que le llevaba el equipaje. Tati se sentó y comenzó a sentir pánico ante la idea de hacer creer que era su prima y la futura esposa. Se avergonzó de ser tan débil. No admitía el engaño.

Su padre había ido a la cárcel por fraude. Su madre, avergonzada por la personalidad de aquel hombre, la había inculcado que fuera sincera y decente en todas las situaciones. ¿Y qué estaba haciendo en aquellos momentos?

Llamaron a la puerta y entró una sonriente joven que la saludó en inglés.

–¿Tatiana? Soy Daliya, la prima del príncipe. Estudio en Inglaterra y me han pedido que sea tu intérprete.

–Todos me llaman Tati –dijo Tatiana. Tanto su prima como ella se llamaban Tatiana Hamilton, debido a la obstinación de su madre. Mariana y su hermano Rupert, el tío de Tati, nunca se habían llevado bien. Cuando Rupert puso a su hija el nombre de su madre, su hermana no vio motivo para que ella no pudiera hacer lo mismo con la suya. Claro que, por aquel entonces, Mariana no podía prever que esta acabaría volviendo a su lugar de nacimiento y que habría dos niñas con el mismo nombre.

–Seguro que te preguntarás por la importancia que mi pueblo da a los preparativos de la boda –dijo Daliya–.Te lo voy a explicar. No son algo típico de las bodas, porque están pasados de moda. Pero esta es una boda real. Todas las mujeres que te atenderán hoy lo consideran un gran honor. La mayoría pertenece a generaciones anteriores, y es su forma de mostrar respeto, lealtad y amor a la familia Basara y al trono.

–Me sentiré muy honrada –dijo Tati sintiéndose culpable por ser una impostora en tan solemne ocasión. Se moría de vergüenza y la horrorizaba pensar en el momento en que se descubriría que no era la Tatiana esperada.

–De todos modos, seguro que te parecerá extraño lo que no conoces y que posiblemente diversas costumbres atenten contra tu intimidad –apuntó Daliya–. ¿Estás muy pálida? ¿Te encuentras bien? ¿Es el calor?

–¡Son los nervios! –exclamó Tati, mientras Daliya la acompañaba fuera de la habitación–. Gozo de buena salud.

Daliya rio.

–Las ancianas obsesionadas con la fertilidad se alegrarán de saberlo.

–¿La fertilidad?

–Claro. Un día serás reina y se esperará que des un heredero al trono –Daliya frunció el ceño al ver que Tati se tambaleaba ante su explicación.

Entraron en una gran habitación llena de mujeres mayores, algunas de las cuales llevaban el vestido tradicional, aunque la mayoría iban vestidas a la occidental, como Daliya.

Al darse cuenta de que era el centro de la atención, Tati se sonrojó como lo hacía en la escuela cuando se metían con ella por el uniforme de segunda mano y los gastados zapatos. La generosidad de su tío al pagarle la escuela no se extendía más allá. ¿Por qué iba a hacerlo?

Tati adoraba a su madre, pero a veces la había avergonzado durante su infancia. Mariana no sabía valerse por sí misma y solo trabajaba cuando le apetecía. Dejaba que otros le pagaran las facturas, como si fuera lo más natural, lo cual hacía que Tati se sintiera orgullosa e independiente, aunque, al final, se vio obligada a vivir en casa de sus tíos y estar a su disposición a cualquier hora por un salario mínimo.

Estos pensamientos acudieron a su mente mientras calculaba cuántas horas necesitaría representar el papel de prometida para que Ana pudiera huir. Primero la sometieron a un baño ritual. Echaron en el agua hierbas y aceites, la envolvieron en una sábana y la metieron en el agua para lavarle la cabeza, al tiempo que Daliya le explicaba las supersticiones que había detrás de aquellos rituales e introducía algún chiste discreto.

–Te tomas las cosas con calma –le susurró–. Es una buena cualidad para un miembro de la familia real. Creo que estas mujeres temían que rechazaras sus atenciones.

Tati sonrió, a pesar de su desconcierto, al pensar lo que le había ahorrado a Ana, que se hubiera negado a aceptar aquel ritual, pues tenía una rutina de belleza propia y le daba miedo que le estropearan el cabello.

–Eres muy valiente –dijo Daliya.

–¿Por qué?

–Porque te vas a casar con un hombre al que no conoces, con el que no has hablado, a no ser que os hayáis visto en secreto.

–No. Pero ¿no es la costumbre aquí lo de no conocerse?

Daliya soltó una carcajada.

–Hace generaciones que se perdió. Nos conocemos y salimos, aunque todo de forma discreta. Solo el emir sigue tradiciones antiguas, pero el príncipe no te decepcionará. Si hubiera querido casarse antes, habría habido muchas candidatas.

–Sí, creo que es un buen partido.

–Saif es una persona seria y reflexiva. Se lo admira mucho en el país.

Tati tuvo que morderse la lengua para no hacer un montón de preguntas a Daliya. No era asunto suyo. Ni siquiera los Hamilton sabían mucho del príncipe, porque no se habían preocupado de los detalles. Lo único que les interesaba era que se celebrara la boda y se les entregara la dote.

En ese momento, Daliya consiguió convencer a sus compañeras de que dejaran sola a Tati para hacerse la cera con la encargada de llevarlo a cabo. Cuando vio que solo había transcurrido algo más de una hora, suspiró profundamente, ya que su prima necesitaba más tiempo para huir de Alharia.

Después de haberse depilado, le dieron un masaje, le pintaron las uñas y le pusieron henna en las manos. Mentalmente agotada, se durmió y, cuando Daliya la despertó, le sirvieron un refresco y un aperitivo, mientras las mujeres le cantaban. Su reloj había desaparecido, por lo que no sabía qué hora era. Daliya le dijo que debía marcharse, pero que volvería pronto.

Tati no sabía qué hacer. Había pensado confesar a Daliya quién era y que la verdadera novia había huido, pero la mujer se había portado muy bien con ella. Como era la única que hablaba inglés, era posible que le echaran la culpa de no haberse percatado del engaño. Todos se pondrían muy nerviosos cuando se descubriera la verdad. Habría mucha tensión y se lanzarían acusaciones. Así que decidió esperar a hallar un mensajero menos personal y más oficial para confesar lo que pasaba.

Había llegado el momento de vestirla. Pronto tendría que efectuar la gran revelación. Sintió náuseas, pero debía vestirse antes de hacer nada, así que se quedó de pie, en silencio, mientras la envolvían, como a una momia, en capas de enaguas y túnicas y la peinaban. Cuando Daliya volvió sonriendo, Tati estaba a punto de morderse las uñas.

–Ha llegado la hora –dijo Daliya.

Tati sintió ganas de vomitar. No quería involucrarla en el desastre. De todos modos, a quien primero debía informar de que Ana había huido era a sus tíos. Como iban a asistir a la boda, estaba segura de que pronto los vería.

Un grupo de mujeres la condujo por escaleras de piedra, patios interiores e interminables pasillos hasta llegar a una enorme puerta doble, adornada con plata y piedras preciosas y protegida por dos hombres armados, vestidos a la manera tradicional.

–Tenemos que dejarte aquí, pero nos veremos pronto –dijo Daliya sonriendo. Los guardias abrieron la puerta inmediatamente.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

UN PEQUEÑO grupo esperaba a la novia en la antigua y esplendorosa estancia, rodeada de arcos y columnas. Bajo uno de ellos había un hombre anciano, al lado de otro, más alto, que quedaba en la sombra. Otros dos hombres ancianos se hallaban al lado de una mesa y al otro extremo de la habitación estaban Rupert y Elizabeth Hamilton.

Rupert frunció el ceño en cuanto vio a Tati y avanzó hacia ella.

–Tú no tenías que estar en la ceremonia. ¿Dónde está Ana?

–Se ha ido –contestó Tati con la boca seca.

–¿Que se ha ido? ¿Dónde?

Saif observaba de lejos preguntándose qué sucedía. Parecía que la novia había llegado, pero el padre estaba enfadado y sus preguntas eran lo suficientemente explícitas. ¿Quién era la mujer que suplantaba a la novia?

Estuvo a punto de echarse a reír al comprobar que la mala suerte de la familia Basara con las esposas continuaba en su generación. Vio a su padre impaciente y le tradujo lo que Rupert había dicho.

–La novia se ha ido –murmuró en su lengua–. Esa mujer es otra.

–Se ha ido para tomar un vuelo de vuelta a casa. Y debe de estar en el avión. No quería casarse –dijo Tati a toda prisa.

–¡Desgraciada! ¡La has ayudado a escaparse! –