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Compartieron una noche de pasión… con escandalosas consecuencias El príncipe y playboy Angelino Diamandis había aprendido, a base de cometer errores, a ocultar sus sentimientos, sobre todo su incapacidad de olvidarse de Gaby y de la pasión que estuvieron a punto de compartir. Al volver a encontrarse de forma inesperada, la química entre ambos volvió a explotar instantánea e inevitablemente. Gaby, una mujer muy independiente, sabía que Angel era un peligro para su corazón. Creía que nada podía cambiarle la vida en mayor medida que despertarse en la cama del príncipe. Hasta que, un año después, tuvo que contarle un impactante secreto: había tenido un hijo suyo.
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Lynne Graham
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Heredero del deseo, n.º 2906 - febrero 2022
Título original: Her Best Kept Royal Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-372-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
QUE CUÁNDO voy a casarme?
Angelino Diamandis puso los ojos en blanco ante la pregunta de su hermano.
Sus amigos lo llamaban Angel, lo cual era un chiste privado, ya que era todo menos angelical. El príncipe gobernante de Themos volvió a recostarse en la otomana, cruzando las largas piernas y sonrió.
Su aspecto de actor de cine, que lo había convertido en presa de los paparazis, nunca había sido tan evidente.
El príncipe Saif de Alharia, vestido de novio a la manera tradicional, contempló a su hermanastro con el ceño fruncido.
–¿Por qué sonríes? ¿Acaso lo que te he preguntado es una tontería? Eres el jefe del Estado, y un día tendrás que casarte. No tenemos elección.
Angel reconoció que lo había dicho sin resentimiento ni autocompasión. Le divertía el sentido del deber de su hermano. Saif aún conservaba una ingenuidad que él nunca había tenido. Desde su nacimiento, su anciano y devoto padre había protegido a Saif por todos los medios necesarios para que fuera feliz.
Angel, por el contrario, no sabía lo que era el amor ni la protección de unos padres. Lo criaron los empleados de sus progenitores y estudió en un internado. Sus padres fueron figuras distantes y añoradas, hasta que maduró y se dio cuenta de cómo eran verdaderamente.
A los quince años, pillar a su madre en la cama con su mejor amigo lo hizo percatarse de la realidad de modo cruel, y descubrir las actividades de su padre, igualmente repugnantes, lo dejó destrozado.
Aprendió que ni el dinero ni la posición social ni los privilegios compensaban la indecencia y el mal gusto.
No obstante, había dejado que su hermano conservara sus ilusiones intactas sobre la madre que lo había abandonado a él, de bebé, y a su primer esposo, el emir de Alharia, para huir y casarse con el padre de Angel.
La reina Nabila y su segundo esposo, el rey Achilles, murieron en un accidente de helicóptero cuando Angel tenía dieciséis años, por lo que no había motivo alguno para contarle a Saif la desagradable verdad sobre la madre que no había conocido.
–Es cierto que no tenemos muchas opciones a la hora de casarnos –dijo Angel–, pero yo no habría accedido a casarme con una mujer a la que no conozco, como has hecho tú.
–Sabes que el estado de salud de mi padre es precario.
–Sí, pero creo que, antes o después, tendrás que dejar de ser tan precavido con respecto a él.
Saif se puso a la defensiva.
–Lo dices porque no he tenido el valor de hablarle de nuestra relación y porque te he escondido en un lugar olvidado del palacio para ocultar tu presencia en Alharia el día de mi boda.
Angel asintió.
–No somos niños que debamos ocultar nuestras fechorías. Nuestra madre traicionó a tu padre, pero no deberíamos negar nuestro parentesco a causa de su comportamiento.
–A su debido tiempo le contaré que tengo un hermano.
Angel, molesto por haber pagado su malhumor con su hermano haciéndole reproches, cambió de tema.
–No accedería a un matrimonio de conveniencia como el tuyo porque ya he elegido a mi futura esposa.
Saif le sonrió con sorpresa y aprobación.
–¿Estás enamorado? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza esa posibilidad.
–Y has hecho bien. No estoy enamorado, ni Cassia tampoco. Simplemente se trata de la mujer más adecuada que conozco para desempeñar el papel de reina, aunque, para serte sincero, todavía no lo he hablado con ella. Sin embargo, conozco su opinión práctica del matrimonio. Lo que más la atrae es la posición social y el dinero.
–¡Cassia! –exclamó Saif sin disimular su consternación–. ¿Esa rubia gélida que…?
Saif no concluyó la frase y se sonrojó ante su falta de tacto. Apretó los labios antes de seguir hablando.
–Perdóname, eso ha sido…
Angel hizo un gesto con la mano quitándole importancia y rio.
–No, Cassia y el iceberg que hundió el Titanic tienen mucho en común. Pero esa es la clase de esposa que deseo. No quiero una que padezca incontinencia sentimental, que sea exigente ni que me vaya a ser infiel o a desdeñar las apariencias. Cassia satisfará mis necesidades como gobernante de Themos. La única complicación será tener un heredero, porque creo que no es una mujer muy dada a las relaciones íntimas, pero ya nos encargaremos de eso, llegado el momento. Ninguno de los dos tiene prisa por casarse. Yo solo tengo veintiocho años; ella, veinticinco. Según la Constitución, no puedo ser rey hasta que esté casado o tenga un heredero.
Saif le lanzó una mirada sombría.
–Ese acuerdo insensible no te servirá, Angel. Tienes más corazón de lo que estás dispuesto a reconocer. Aunque Cassia te parezca ahora la mejor candidata, llegará un momento en que desearás algo más.
Angel volvió a reírse, sin creerse esa sentimental predicción. Su respeto por su hermano hizo que se tragara la desdeñosa respuesta que había estado a punto de darle. No se había enamorado en su vida ni creía ser capaz de engañarse de ese modo. Pensaba que el amor solía ser la excusa para realizar cosas horribles.
Su madre le había dicho que su amor por su padre la había hecho abandonar a su primer esposo. Ni siquiera había mencionado al bebé al que también había abandonado, ni que ya estaba embarazada del príncipe Achilles.
Angel veía que sus amigos se maltrataban mutuamente y recurrían al amor como justificación para engañar, mentir o traicionar a quienes confiaban en ellos. Era realista. Sabía exactamente qué matrimonio tendría si se casaba con Cassia, y su gélida distancia le vendría muy bien.
Saif suspiró
–Debo volver a la celebración. Siento mucho que no puedas acompañarme.
Angel se levantó.
–Has hecho bien en esconderme. En cuanto me dijiste que te casabas, estuve a punto de venir a toda prisa, siguiendo un impulso, como suelo hacer. Además, es indudable que alguien me habría reconocido en la fiesta.
No podía hacer nada para cambiar la situación. Como hijo del segundo y escandaloso matrimonio de su madre, no podía esperar que le dieran la bienvenida en el círculo familiar del emir. Había que esperar a que el emir falleciera para que cambiaran las cosas.
Angel se negó a sentir resentimiento mientras acompañaba a su hermano a la terraza de la suite donde lo habían instalado. El palacio de Alharia era un enorme edificio construido a lo largo de varios siglos, capaz de ocultar un ejército, llegado el caso, pensó con ironía mientras miraba al jardín y divisaba a una mujer pelirroja que jugaba a la pelota con dos niños.
–¿Quién es? –preguntó a Saif.
–No lo sé. Por el uniforme, parece una niñera. Probablemente pertenezca a uno de los invitados.
¿Como si fuera un perro?, pensó Angel. ¿Se hallaba él tan distanciado del personal doméstico como su hermano? No lo creía. Su infancia había anulado esa distancia de superioridad.
El único afecto que había recibido procedía de los empleados de sus padres, y había aprendido a considerarlos como personas, no como meros sirvientes.
–Me he fijado en ella por el cabello pelirrojo. Siempre me atrae –afirmó Angel, que seguía mirándola.
¡Evidentemente, no era ella! Con lo inteligente que era cuando la conoció en Cambridge, era imposible que, cinco años después, hubiera acabado de niñera. ¿Por qué no se había olvidado de aquella maldita chica, con sus botas militares, su insolencia y sus ojos de un azul más intenso que los famosos zafiros Diamandis?
Apretó los dientes, molesto por el persistente recuerdo. ¿Se debía a que había sido la única que, se le había escapado, por así decirlo? ¿Seguía siendo tan machista y predecible?
–Sí, llama la atención –afirmó Saif en tono divertido–. Eres un mujeriego impenitente. Todo lo que dice de ti la prensa sensacionalista es cierto, pero al menos has tenido la libertad de ser tú mismo.
–Y tú la tendrás algún día –Angel dio una palmada de consuelo a su hermano en el hombro, aunque sabía que era una mentira piadosa.
Como hijo obediente, probablemente esposo muy fiel y futuro emir de un país tradicional, era poco probable que Saif fuera a tener la libertad de hacer lo que quisiera, pero no hacía falta recordárselo.
Por suerte para Angel, sus súbditos no esperaban que el rey fuera perfecto, desde el punto de vista moral. La isla de Themos, en el Mediterráneo, era una nación liberal e independiente; un país pequeño, pero muy rico por ser un paraíso fiscal muy solicitado por generaciones de ricos y famosos.
La familia real de Diamandis era de origen griego y llevaba gobernando Themos desde el siglo XV. A lo largo de la historia, la astuta familia de Angel había conservado el trono aliándose con naciones más poderosas. A pesar de poseer un ejército pequeño, sus enormes activos financieros le aseguraban una importante influencia.
Angel examinó lo que veía de la niñera. Bajo un sombrero para protegerse del sol, llevaba el cabello recogido en una larga trenza que brillaba como cobre pulido. Volvió a la suite puesta a su disposición, en la que se hallaba prácticamente detenido hasta que se fuera de Alharia, porque su hermano no quería que lo vieran y lo reconocieran.
Por desgracia, Angel no se había percatado de que eso sería un problema. Supuso que la boda sería un acontecimiento público, no una ceremonia privada a la que solo acudirían el emir y los padres de la novia. Llegó creyendo que habría tanta gente que le sería fácil pasar desapercibido, por lo que se disgustó al no poder acudir ni a la ceremonia ni al banquete.
Tenía poca experiencia en sentirse decepcionado y menos aún en lo aburrido que era estar encerrado en un entorno victoriano, sin las comodidades que daba por sentadas. No era de los que se relajaban y se ponían a ver la televisión, aunque solo fuera durante unas horas.
En ese momento le sonó el móvil.
Era el piloto de su jet privado. Había una avería en el sistema hidráulico del tren de aterrizaje. Los mecánicos trabajarían durante la noche para que pudiera volver a su país lo antes posible.
Angel masculló una maldición y se puso a pasear por la habitación mientras pensaba en qué podía hacer para matar el tiempo.
Gabriella fue cambiando de canal televisivo buscando algo entretenido, sin resultado. A pesar de que hablaba el idioma, nada le llamaba la atención.
Para aliviar su malhumor, se levantó. Llevaba un vestido de algodón blanco que se había puesto al atardecer, una vez acabada la jornada laboral. Aunque no iba a tener la oportunidad de trabajar en serio durante su breve estancia en Alharia.
Se había inscrito en un agencia internacional de niñeras hacía un mes y solo aceptaba empleos a corto plazo, debido a que había tenido alguna mala experiencia en puestos a largo plazo que la había vuelto precavida a la hora de elegir a sus jefes.
Cuidar a los hijos de personas invitadas a una boda en el palacio real de Alharia le pareció un trabajo emocionante, glamuroso y seguro, pero la experiencia, aunque ciertamente segura, distaba mucho de ser emocionante o glamurosa. Cansada de estar sin hacer nada, contaba las horas que faltaban para marcharse al día siguiente.
Salvo cuidar a dos niños de seis años una hora por la tarde, no había tenido nada más que hacer, ya que los invitados habían dejado a sus hijos en casa o habían llevado a empleados para que se ocuparan de ellos. No se había tenido en cuenta esa posibilidad, por lo que ella sobraba.
Era de esperar, se dijo con amargura. Estar de más era una sensación dolorosamente familiar para ella.
Sus padres y su hermano menor habían muerto en un accidente de tráfico, cuando tenía catorce años. Janine, la hermana pequeña de su madre, se convirtió en su tutora contra su voluntad y empleó todo el dinero que sus padres le habían dejado en pagar el internado al que la envió para perderla de vista.
Recibió una educación magnífica a expensas del amor, la seguridad y la necesidad de curarse las heridas, que necesitaba mucho más. Un año después de su pérdida, decidió que se convertiría en niñera, después de acabar los estudios universitarios, porque supuso que vivir con una familia le aliviaría la pena de haber perdido a la suya.
Al tomar dicha decisión era muy joven y desconocía el mundo. El trabajo no fue como ella esperaba y ahora se preguntaba si debía dedicarse a otra cosa. Por suerte, estaba cualificada para buscar una alternativa. Hablaba seis idiomas fluidamente y tenía conocimientos de algunos más, además de ser licenciada en Lenguas Modernas por la Universidad de Cambridge.
No la atraía buscar trabajo en otro campo, ya que ganaba un sueldo excelente en el que ahora desempeñaba. Pero sus últimas experiencias habían minado su seguridad en sí misma, y se sentía más sola que nunca.
Agarró su refresco y salió al patio al que daba la habitación. Las palmeras lanzaban gigantescas sombras sobre el suelo de mosaico y el agua manaba suavemente de la fuente en un estanque redondo. El aire olía a flores exóticas y el sonido del agua era muy relajante. Era un hermoso lugar.
Se sentó en un banco. Al día siguiente volvería a Londres y buscaría de nuevo un sitio para vivir. No quería seguir en casa de su tía. No se llevaban bien. Le convenía un puesto de interna, pero se estremeció ante la perspectiva. Alzó la cabeza y cuadró los hombros para librarse del ataque de ansiedad que experimentaba.
Nadie volvería a asustarla de aquel modo, se prometió con decisión. Sin embargo, el miedo a que alguien lo intentara permanecía.
Angel la vio desde arriba, pero se hallaba sentada a la sombra de los árboles. Desde donde él estaba solo le veía las bien torneadas pantorrillas. Bajó las escaleras con una medio sonrisa confiada en su sensual boca y la vio a la luz de los faroles. El cabello le brillaba de forma esplendorosa.
Se detuvo en seco. Le gustaba el cabello pelirrojo porque una joven estudiante lo tenía exactamente como aquel. Inmediatamente se apoderó de él una sensación de familiaridad.
Pero no podía ser Gabriella Knox, se dijo con incredulidad entrecerrando los ojos mientras cruzaba el patio en su dirección.
La reconoció al instante.
¿Aquella era la niñera que había visto? ¡Era ella! La examinó con más atención buscando cambios, pero halló pocas señales del paso de los años. Era, si cabía, más hermosa ahora, ya en la veintena, que a los diecinueve. La piel blanca y sin manchas resaltaba sus delicados rasgos. Era más bien baja, pero eso no impidió a Angel apreciar sus otros encantos. En lo que primero uno se fijaba era en el cabello y el rostro, pero su femenino cuerpo lleno de curvas merecía la misma atención.
Cinco años antes, aquellas curvas poblaron sus fantasías.
Por aquel entonces, atribuyó su atracción por ella, en un intento de racionalizarla, al hecho de que, desde el principio, le había causado problemas, y él nunca había querido tenerlos en su vida sexual. No se arriesgaba; tampoco lo necesitaba. Las mujeres estaban más que dispuestas a concederle sus mínimos deseos, pero no Gabriella, que se mantuvo firme y lo desafió hasta el final.
En su opinión, lo que él le pidió era razonable. Otras mujeres no se lo habían discutido ni lo habían acusado de querer robarles la libertad y controlarlas. Tenía una comprensible necesidad de que sus amantes fueran discretas. Pero Gabriella era demasiado abierta e independiente para acatar sus normas.
Los encuentros con mujeres que solo querían acostarse con él para vender la historia a la prensa le abrieron los ojos. Aunque a los habitantes de Themos les daba igual lo que hiciera el príncipe entre las sábanas, Angel se sentía responsable de guiarse por unas normas superiores a las de sus padres. Creía que el hecho de que se hablara de su vida sexual en los medios era una indignidad.
–Gabriella… –murmuró.
Gaby se asustó al ver la oscura silueta de un hombre al fondo del patio, pero su miedo se transformó en incrédulo reconocimiento. La sorpresa la dejó clavada en el banco. Al principio no pudo creer que fuera Angel, pero, obligada a hacerlo, se quedó aterrorizada.
Volver a verlo la avergonzó y la retrotrajo a la dolorosa inseguridad en sí misma de cuando era más joven.
Durante unas semanas estuvo enamorada locamente de Angel Diamandis, pero él le exigió cosas imposibles y le partió el corazón. Después no se mostró arrepentido.
Todo terminó tras una pelea en que ella le gritó y le lanzó cosas. El único consuelo para su orgullo era que fue ella la que lo dejó negándose a hacer caso de sus disculpas. No se habían separado como amigos, ciertamente, y ella se alegró cuando él acabó la licenciatura y volvió a Themos.
–Angel…
Era muy alto y tenía los músculos de un atleta, anchas espaldas, fuerte torso, cintura estrecha y largas y poderosas piernas. Vestido con un traje hecho a medida, estaba tan elegante como siempre. Irradiaba sofisticación, pedigrí real y riqueza.
Lo odiaba, así que, ¿por qué lo miraba como si estuviera hipnotizada? Claro que, cinco años después, no quería seguirse mostrando hostil, reflexionó mientras sentía calor en las mejillas. Se dijo, desesperada, que debía mantener la calma y ser educada.
Él se le acercó y las luces del sendero le iluminaron la piel aceitunada, los marcados pómulos, los ojos negros como el carbón y la sensual boca. Seguía siendo más hermoso que ningún otro hombre y continuaba dejándola sin respiración.
La primera vez que lo vio fue incapaz de dejar de mirarlo, por lo que tropezó y se cayó desde un escalón haciéndose un corte en la rodilla. Se esforzó en no llorar, enfadada por no mirar por dónde iba. Ni ella ni nadie se esperaba que Angel cruzara el patio, la tomara en brazos y la llevara a limpiarse la herida y a tomar un café, como si esas atenciones por parte de un desconocido fueran lo más normal del mundo.
Sin embargo, comportarse como el buen samaritano era muy propio de Angel, que actuaba por impulso y de modo impredecible.
–Supongo que eres uno de los invitados a la boda –dijo Gaby. Le gustó el tono tranquilo de su voz, que indicaba que su repentina aparición no la había perturbado.
Angel se encogió de hombros.
–Más o menos. Y tú, ¿qué haces en el palacio de Alharia?
–Sería estupendo que nos pusiéramos al día –afirmó Gaby con una sonrisa forzada al tiempo que se levantaba a toda prisa–, pero estoy cansada, y estaba a punto de volver a mi habitación a acostarme.
–¡No me digas que sigues enfadada conmigo! –exclamó Angel, asombrado.
Gaby alzó la barbilla para disimular el calor que notaba en las mejillas.
–Claro que no.
–Entonces, vamos a tomar algo.
–No creo que sea adecuado.
–¿Cuándo he hecho yo algo que lo sea? No seas aguafiestas. Es una coincidencia increíble que volvamos a vernos después de tantos años y, puesto que no tenemos nada mejor que hacer, ¿por qué no nos ponemos al día?
Gaby apretó los dientes a modo de respuesta, lo que no debió de pasar desapercibido para alguien tan listo como Angel. Lo sabía todo sobre las mujeres. Era el mayor playboy de Europa, una leyenda viva.
Ella tenía su orgullo, desde luego, y no deseaba que él sospechara que seguía enojada por lo sucedido entre ambos cuando eran estudiantes. Sería infantil, se dijo, desesperada por controlar la situación.
Ni siquiera habían tenido una verdadera relación. Salieron un par de veces, pero todo acabó antes de haber empezado.
–¿Por qué no? –dijo sin mirarlo. Recordó que era un príncipe y que, incluso cuando era estudiante, sus amigos se dirigían a él llamándolo «Alteza» o «señor», y que hacían una mueca cuando ella lo omitía.
Sin embargo, no era intencionado. Recordar su posición siempre la sorprendía porque él le había dicho que, cuando estuvieran solos, lo llamara Angel, y ella se olvidaba de quién era verdaderamente.
Y lo olvidaba porque necesitaba hacerlo para estar con él. Era un príncipe y ella una chica corriente. Él, un joven muy rico; ella no tenía un céntimo. Él, un experto sexual; ella, aún virgen. Pero había cerrado los ojos porque deseaba desesperadamente estar con él, pero no lo suficiente como para renunciar a sus derechos legales porque él se lo pidiera.
Y cuando le dijo que no, una palabra que Angel no solía escuchar ni aceptar, se había buscado una mujer más accesible y complaciente, dispuesta a hacer lo que fuera para estar con él, aunque la aventura durara un par de semanas. El interés de Angel por una mujer duraba lo que la nieve duraría en verano.
Mientras se esforzaba en recobrar la compostura, Gaby subió las escaleras con él.
–¿Dónde me llevas?
–Mi suite está en el piso de arriba.
–Me sorprende que estemos en la misma ala. Me parece que esta es una zona alejada de donde se hace la vida en el palacio. Entiendo que me hayan alojado aquí, porque los niños suelen ser ruidosos.
–Me invitaron tarde y he llegado en el último momento –le explicó él.
Mentía. Gaby no sabía por qué mentía sobre algo tan trivial, pero hacía cinco años que se había percatado de que hablaba en tono muy suave y lento cuando no decía toda la verdad. Poseía una fría lógica, era manipulador y muy inteligente. Sin embargo, sus defectos la fascinaban, más que repelerla.