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No recordaba por qué se había casado con ella… pero no le importaba. El banquero Roel Sabatino sufría pérdida parcial de memoria tras un accidente de coche y se sentía un poco confuso… pues tenía una esposa con quien no recordaba haberse casado. Hilary era hermosa, dulce, sencilla… ¡y virgen! Eso no dejaba de ser alarmante para un hombre acostumbrado a tener amantes. Aun así, Roel siempre reconocía un buen trato cuando lo veía: ¿por qué no disfrutar de todos los placeres que podía ofrecer aquel matrimonio, fueran cuales fueran las razones que lo provocaron?
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Seitenzahl: 162
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.
HERENCIA ITALIANA, Nº 1522 - julio 2012
Título original: The Banker’s Convenient Wife
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0693-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Por supuesto que no vamos a renovarle el contrato. El Banco Sabatino no es lugar para directores de fondos que no saben realizar su trabajo –dijo Roel Sabatino con el ceño fruncido.
Delgado, alto, de pelo oscuro, guapo aunque de rasgos duros, el señor Sabatino era un banquero internacional y un hombre muy ocupado que consideraba aquella conversación una pérdida de tiempo.
Stefan, su director de recursos humanos, carraspeó.
–Había pensado que... quizás hablando con Rawlinson conseguiríamos que volviera al buen camino...
–Yo no doy segundas oportunidades a nadie –lo interrumpió Roel con voz tajante–. Por si no te has dado cuenta, nuestros clientes, tampoco. Está en juego la reputación de mi banco.
Stefan Weber se dijo que también estaba en juego la reputación de Roel como uno de los banqueros más inteligentes del mundo. Roel Sabatino, millonario suizo descendiente de nueve generaciones de banqueros era considerado por muchos como el más brillante de todos ellos.
A pesar de su inteligencia y de su enorme éxito profesional, no tenía piedad con los empleados que tenían problemas personales. De hecho, su falta de humanidad daba pánico.
Aun así, Stefan hizo un último esfuerzo para interceder por el empleado caído en desgracia.
–Su mujer lo dejó el mes pasado…
–Soy su jefe, no su psicólogo –contestó Roel–. Su vida privada no es asunto mío.
Una vez aclarado aquello, Roel se metió en su ascensor privado y se dirigió al aparcamiento. Mientras conducía su Ferrari seguía enfadado.
¿Qué clase de hombre dejaba que la pérdida de una mujer interfiriera en su meteórica carrera? Roel decidió que su empleado tenía que ser un hombre débil y sin disciplina.
Desde luego, un hombre que lloriqueaba mientras contaba sus problemas personales y que esperaba que se lo tratara de manera especial por ello era un anatema para él.
La vida era todo un reto en sí misma y Roel lo sabía porque había tenido una infancia de felicidad austera cuando su madre se había marchado de casa cuando él tenía dos años. Con ella se habían desvanecido las esperanzas de criarse con amor y cariño.
Cuando contaba cinco años, había ingresado en un internado y sólo había recibido permiso para ir a casa cuando sus notas habían cumplido las elevadas expectativas de su padre.
Desde pequeño le habían enseñado que tenía que ser duro y fuerte y que jamás debía pedir favores ni tener esperanzas de ningún tipo.
Mientras estaba en el atasco de la hora de comer de Ginebra, sonó el teléfono de su coche. Era Paul Correro, su abogado.
–Creo que es mi deber, como tu representante legal, recordarte que tenemos cierto asunto pendiente –le dijo en tono divertido.
Paul y Roel habían ido juntos a la universidad y Paul se permitía con Roel ciertas bromas que ninguna otra persona se permitía. Sin embargo, Roel no estaba hoy de humor.
–Ve al grano –lo urgió.
–Llevo un tiempo queriéndotelo decir... pero estaba esperando a ver si sacabas tú el tema. Han pasado ya cuatro años. ¿No va siendo hora ya de que termines con tu matrimonio de conveniencia?
Aquella noticia lo pilló de sorpresa, y a Roel se le caló el coche provocando que los demás conductores lo insultaran y le pitaran, pero él no hizo ni caso.
–Creo que deberíamos quedar esta semana porque yo me voy de vacaciones el lunes –continuó Paul.
–Esta semana es imposible –contestó Roel.
–Espero no haberte importunado recordándotelo –dijo Paul.
–No me había olvidado de ese asunto, lo que pasa es que me has pillado por sorpresa –rió Roel.
–Creí que eso no era posible –bromeó Paul.
–Ya te llamaré luego... el tráfico está fatal –contestó Roel dando por finalizada la conversación.
Paul había hecho bien sacando el tema de su matrimonio, un matrimonio de conveniencia en el que Roel no había tenido más remedio que embarcarse hacía cuatro años.
¿Cómo se iba a olvidar de que tenía que romper aquel vínculo con un divorcio? Recordó cómo se había visto inmerso en aquella ridícula situación que lo había llevado a casarse con una mujer a la que no amaba para cumplir con las condiciones del testamento de su abuelo.
Clemente, su abuelo, había sido un hombre entregado al trabajo durante toda la vida, pero cuando se jubiló se enamoró de una mujer a la que le doblaba la edad y había empezado a ver la vida de otra manera.
Incluso había llegado a casarse con ella, lo que le había granjeado la enemistad de su propio hijo, el padre de Roel, que era un hombre muy conservador. Sin embargo, Roel nunca había roto las relaciones con su abuelo.
Clemente había muerto hacía cuatro años y Roel se había quedado de piedra cuando el abogado había leído las condiciones de su testamento. En una de ellas, Clemente había dejado escrito que, si su nieto no se casaba en un plazo de tiempo estipulado, el Castello Sabatino, la ancestral mansión familiar, pasaría al Estado.
En aquel mismo instante, Roel se había arrepentido de haberle dicho a su abuelo que no creía en el matrimonio y que no pensaba casarse ni tener hijos hasta, por lo menos, los cincuenta años.
Aunque no era una persona sentimental, el Castello Sabatino significaba mucho para él pues tenía bonitos recuerdos de su infancia allí. Si hubiera querido, se habría podido comprar cien castellos iguales, pero quería ése.
Su familia llevaba habitándolo muchos siglos y la repentina amenaza de perderlo le había llegado al alma.
Un par de meses después, estando en Londres en un viaje de negocios, mientras le cortaban el pelo estaba hablando con Paul desde el móvil sobre los problemas que les había ocasionado el testamento de su abuelo.
Como estaban hablando en italiano, creyó que nadie los iba a entender, pero se equivocaba. Cuando colgó el teléfono, la peluquera le dio el pésame por la pérdida de su abuelo y se ofreció a casarse con él para que no perdiera el Castello Sabatino.
Hilary Ross se había casado con él única y exclusivamente por dinero. ¿Cuántos años tendría ahora? Sí, había cumplido veintitrés el día de San Valentín. Seguro que seguía pareciendo una adolescente.
Cuando la conoció, iba siempre vestida de negro, con grandes botas y maquillaje de vampiresa. Roel sonrió al recordarlo. Una vampiresa muy atractiva.
Antes de que el semáforo se pusiera verde, se sacó la cartera del bolsillo y extrajo la fotografía que Hilary le había entregado y en la que había escrito en broma: «Tu esposa, Hilary» y su número de teléfono.
–Así, te acordarás de mí –le había dicho presintiendo que Roel no se iba a poner en contacto con ella si no fuera por asuntos legales.
«Bésame», le habían suplicado sus ojos.
Sin embargo, Roel no lo había hecho porque Paul le había advertido que, si se dejaba llevar y se acostaba con ella, Hilary podría demandarlo luego y obtener una cuantiosa pensión de manutención.
En cualquier caso, Roel se dijo que jamás se había sentido atraído por ella. ¿Cómo se iba a sentir atraído por una chica que había dejado el colegio a los dieciséis años y que era peluquera?
Lo único que tenían en común era que ambos eran seres humanos. Por fin, Roel miró la fotografía. Hilary no era guapa, recordó exasperado por sus propios pensamientos. Tenía las cejas demasiado rectas y pobladas y la nariz un poco grande.
Aun así, Roel no pudo apartar la mirada de su viva sonrisa y sus preciosos y enormes ojos.
–Cuando era adolescente, trabajaba los sábados, y me gastaba todo lo que ganaba en zapatos –le había confesado Roel una vez haciéndole entender que habían llevado vidas muy diferentes.
–Cuando mi abuela conoció a mi abuelo, supo que era el amor de su vida antes de que hablaran... en cualquier caso, no podían hablar porque ella no sabía inglés y él no sabía italiano. ¿No te parece romántico?
Roel no había contestado a aquella pregunta. De hecho, se había mostrado como un muro de piedra ante los intentos de Hilary por flirtear con él. Sí, era un esnob tanto social como intelectualmente y aquella chica no pertenecía a su mundo.
Además, no pensaba seguir la tradición de la familia de casarse con cazafortunas. Él se tenía por un hombre mucho más listo que su padre y su abuelo. Por eso, había suprimido aquella inadecuada y peligrosa atracción que sentía por una mujer que no era la correcta.
Aun así, no podía olvidar la última vez que la había visto. En aquella ocasión, Hilary lo había mirado con un brillo especial en los ojos y una sonrisa desafiante, como diciéndole que estaba segura de que iba a encontrar un hombre que creyera en el amor.
¿Lo habría encontrado? ¿Tal vez por eso no había pedido el divorcio todavía?
Mientras se hacía aquellas preguntas, Roel tuvo apenas un segundo para reaccionar cuando una niña irrumpió en la calzada siguiendo a un perro. Frenó en seco y dio un volantazo para no atropellarla.
El Ferrari se estrelló contra un muro, pero no le hubiera sucedido nada si otro coche no lo hubiera golpeado. Cuando la segunda colisión se produjo, Roel sintió un fuerte dolor en el cuello y se desmayó.
Lo llevaron al hospital con la fotografía de Hilary apretada en la mano y avisaron a Bautista, la hermana de su padre. Cuando la mujer de sesenta años llegó al hospital, bastante enfadada, se encontró con que Roel había recuperado la consciencia pero tenía amnesia.
–¿Ha avisado usted a la esposa del señor Sabatino? –le preguntó el médico.
–Roel no está casado –contestó su tía.
–Entonces, ¿quién es esta mujer? –le dijo el médico sorprendido mostrándole la fotografía.
Bautista, también sorprendida, estudió la fotografía y leyó la dedicatoria. ¿Roel se había casado con una inglesa? ¡Madre mía, qué secretos tenía aquel hombre!
Bautista entendía que no hubiera hecho público su enlace porque odiaba a la prensa, pero, ¿cuándo pensaba decírselo a su familia?
En cualquier caso, recibió la noticia con alegría pues eso quería decir que ella se podía marchar al día siguiente con su novio, Dieter, a inaugurar una galería de arte de Milán como tenían previsto.
Con aquello en mente, corrió a llamar a la misteriosa esposa de su sobrino.
Cuando Hilary entró en casa y vio a su hermana Emma preocupada, sintió un escalofrío por la espalda.
–¿Qué pasa? –le preguntó dejando el periódico sobre la mesa.
–Ha llamado una mujer mientas estabas fuera... quiero que te sientes antes de decírtelo –dijo Emma con madurez a pesar de sus diecisiete años.
–No te pongas melodramática –contestó Hilary con el ceño fruncido–. Tú estás aquí, de una pieza, y eres la única familia que tengo. ¿Quién ha llamado y qué te ha dicho?
–Roel Sabatino ha tenido un accidente de coche.
Hilary sintió que palidecía.
–¿Ha muerto? –consiguió preguntar.
–No –contestó su hermana pasándole el brazo por los hombros y haciendo que se sentara en el sofá–. La que ha llamado era su tía, pero no hablaba casi nada de inglés...
–¿Está grave? –preguntó Hilary temblando de pies a cabeza.
–Tiene una lesión cerebral y me ha parecido que sí era grave. Lo han trasladado a otro hospital, según me ha dicho su tía –contestó Emma apretándole la mano a su hermana mayor–. Míralo por el lado positivo. Está vivo y mañana podrás estar junto a él.
Hilary sintió que se moría por dentro. Roel, su amor secreto, su marido... al que ni siquiera había besado. Roel, tan alto y vital, se debatía en aquellos momentos entre la vida y la muerte en un hospital.
Hilary rezó para que se recuperara, pero siete años antes sus padres se habían matado en un accidente de tráfico y aquello la hizo estremecerse. Habían esperado un milagro en el hospital, pero ese milagro jamás se produjo.
–¿Tú crees que debería ir para estar a su lado?
¿Se atrevía a hacerlo? Sólo era su esposa de conveniencia, pero eso no quería decir que no se preocupara por su bienestar. Al fin y al cabo, su tía la había llamado. Obviamente, eso quería decir que su familia sabía que estaba casado y que creían que su relación era algo más que un papel.
–Te conozco bien y sabía que ibas a querer estar a su lado, así que te he sacado un billete a Ginebra por internet para mañana por la mañana –le dijo Emma.
–Por supuesto que quiero estar a su lado, pero...
–Nada de peros –la interrumpió su hermana–. No quiero que el orgullo te impida correr a su lado. Eres su esposa y seguro que cuando estéis juntos arreglaréis vuestros problemas. Ahora me doy cuenta de cuánto daño hice a vuestra relación.
Hilary se quedó de piedra al oír cómo su hermana se echaba la culpa de su aparente ruptura con Roel.
–Mi relación con Roel no fue bien, pero tú no tuviste nada que ver en ello –protestó.
–Deja de protegerme. Siempre fui una egoísta. Habíamos perdido a papá y a mamá y como tú sabías que sólo te tenía a ti, ni siquiera te atreviste a presentármelo.
Hilary se dio cuenta de que había llegado el momento de sacar a su hermana de su error.
–Te equivocas, Emma, las cosas no fueron así.
–Claro que fueron así. Dejaste que te estropeara la boda y el matrimonio. Me mostré horriblemente maleducada con Roel y te amenacé con irme de casa si me obligabas a irme a vivir a otro país. ¡Me metí entre vosotros dos! –insistió Emma–. No me puedo creer lo cruel que fui contigo teniendo en cuenta lo enamorada que estabas...
Hilary decidió que no era el momento oportuno para contarle a su hermana la verdad.
–¿Qué te ha dicho la tía de Roel?
–Ha preguntado por ti –mintió Emma cruzando los dedos a la espalda con la esperanza de que aquella mentira animara a su hermana a correr al lado de su marido.
¿Roel había preguntado por ella? Hilary no daba crédito, pero se sintió feliz. De repente, sintió una fuerza sobrehumana y se dio cuenta de que sería capaz de hacer lo que fuera por él.
¡Roel la necesitaba!
El hecho de que un hombre tan duro como él pidiera ayuda sólo podía querer decir que estaba muy grave, así que Hilary corrió a hacer la maleta.
–¿Y la peluquería? –se lamentó mientras guardaba la ropa–. ¿Quién se va a hacer cargo de ella?
–Sally –sugirió su hermana refiriéndose a la mano derecha de Hilary–. ¿No dijiste que lo hizo de maravilla cuando tú tuviste la gripe?
Tras haber hablado con Sally y con otra peluquera que solía ir a ayudarlas cuando estaban desbordadas de trabajo, Emma abrazó a su hermana con fuerza mientras recordaba que Roel las había ayudado económicamente.
Lo cierto era que le debía mucho.
Cuatro años atrás, ambas hermanas vivían en un minúsculo apartamento de un barrio lleno de delincuencia. Emma siempre había sido una chica inteligente y Hilary no quería que se quedara sin estudiar por la repentina muerte de sus padres.
Hilary sintió que había fracasado cuando su hermana comenzó a frecuentar malas compañías y a no acudir al colegio. En aquella época, ella estaba empezando a formarse como peluquera y no tenía dinero ni para irse a vivir a un barrio mejor ni tiempo para intentar domesticar a aquella adolescente rebelde.
La generosidad de Roel les había cambiado la vida. Al principio, Hilary no había querido aceptar su dinero, pero luego se dio cuenta de que aquel dinero le podía dar la posibilidad de que su hermana volviera al buen camino.
Con lo que Roel le había dado, se mudaron al barrio de Hounslow y abrió una peluquería. Su vida había cambiado considerablemente, pero no así su relación con él. Lo cierto era que, desde el mismo instante en el que aceptó su dinero, algo entre ellos se había roto.
–Prefiero pagar por los servicios prestados –le había dicho Roel haciéndola sentir como una prostituta–. Así, no hay malos entendidos.
Cuando a media mañana del día siguiente el doctor Lerther recibió aviso de su secretaria de que la señora Sabatino ya había llegado, fue a su encuentro y, al ver a la menuda mujer de pelo rubio y ojos grises, se dio cuenta de que no era lo que él había esperado.
–Intenté llamarle antes de salir de Inglaterra, pero no pude encontrar el número –se excusó nerviosa.
Hilary nunca había estado en un hospital tan impresionante y, aunque había tenido que repetir una y otra vez quién era para que la dejaran entrar, nadie le había dado noticias de cómo estaba Roel.
Además, se había sorprendido mucho al comprobar que Bautista, la tía de Roel, no la estaba esperando. No le había gustado nada tener que presentarse como la mujer del señor Sabatino, pero no le había quedado más remedio.
–¿Qué tal está Roel? –preguntó retorciéndose los dedos.
–Físicamente, sólo tiene un enorme dolor de cabeza y unos cuantos moratones –sonrió el médico–. Sin embargo, su memoria ha sufrido daños.
Hilary tomó asiento y lo miró sorprendida.
–¿Su memoria?
–El señor Sabatino se dio un fuerte golpe en la cabeza y estuvo inconsciente varias horas. Después de un golpe así, lo normal es sentirse desorientado durante un tiempo, pero por desgracia en su caso parece que va a ser más largo de lo normal.
–¿Qué quiere decir eso? –preguntó Hilary con la boca seca.
–Le hemos hecho unas cuantas pruebas y todas arrojan el mismo resultado: Roel confunde las fechas.
–¿Las fechas?
–Ha olvidado los últimos cinco años de su vida –le informó el médico–. Está perfectamente restablecido y recuerda todo lo demás sin ningún problema, pero esos últimos cinco años están borrados.
–¿Está usted seguro? –preguntó Hilary con incredulidad.
–Sí, ni siquiera se acuerda del accidente.
–¿Cómo le ha podido pasar una cosa así? –preguntó Hilary preocupada.
–No es raro perder la memoria después de un golpe fuerte en la cabeza. A veces, ni siquiera es necesario un golpe, basta con un trauma emocional o un estrés prolongado para que se produzca un episodio de amnesia, pero no es el caso de su marido. En cualquier caso, irá recuperando la memoria poco a poco.
–¿Cómo se lo ha tomado?
–Cuando le informamos de que su cabeza omitía cinco años enteros de su vida, se mostró muy sorprendido.
–No me extraña...
–Antes de decírselo, el señor Sabatino quería que le diéramos el alta para volver a trabajar. Es obvio que para un hombre con un carácter tan fuerte y una mente tan trabajadora es difícil aceptar un incidente inexplicable.
Hilary se quedó de piedra al darse cuenta de que, si Roel había olvidado los últimos cinco años de su vida, ni siquiera se acordaría de ella.
–Es una suerte para nosotros que haya venido usted porque le va a ser de gran ayuda –dijo el médico.
–¿Bautista no está?
–Creo que se ha ido esta mañana para acudir a un compromiso social –contestó el doctor Lerther.
Atónita, Hilary tragó saliva. «¡Muchas gracias, tía Bautista!», pensó para sí. Era evidente que en aquella familia no se querían mucho. Entonces, Hilary se sintió todavía mucho más en deuda con él y se dio cuenta de que se moría por verlo.