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Podría expiar los pecados de su hermana convirtiéndose en su esposa El único lazo de Jemima Barber con su difunta hermana melliza, una astuta y artera seductora, era su sobrino. Cuando el padre del niño irrumpió en sus vidas para reclamar al hijo que le había sido robado, Jemima dejó que el formidable siciliano creyese que era su hermana para no separarse del bebé. Aunque la madre de su hijo era más dulce de lo que Luciano Vitale había esperado, estaba decidido a hacerle pagar su traición de la forma más placentera posible. Pero cuando descubrió que era virgen su secreto quedó al descubierto.
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Lynne Graham
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Hijo robado, n.º 2477 - julio 2016
Título original: The Sicilian’s Stolen Son
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8633-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El abogado londinense de Luciano Vitale, Charles Bennett, se apresuró a saludarlo en cuanto el multimillonario siciliano descendió del jet privado. Luciano caminaba como un león que hubiera olisqueado una presa en el aire, la impaciencia y la agresividad empujando cada paso.
La había encontrado al fin. A la ladrona de niños, Jemima Barber. No había palabras que pudieran expresar su odio por la mujer que le había robado a su hijo y que luego intentó vendérselo como si fuera un objeto. Lo exasperaba aún más no poder hacer que recayese sobre ella todo el peso de la ley.
No solo porque no quería publicidad sobre su vida privada otra vez, sino porque entendía las repercusiones de tal acto de venganza. ¿Y no había sufrido suficiente a manos de la prensa mientras su mujer vivía?
No, él prefería vivir discretamente, en la sombra, sin tener que soportar los interminables titulares difamatorios que habían seguido cada uno de sus pasos mientras estaba casado.
Aun así, todas las mujeres giraban la cabeza a su paso. Metro noventa, con la constitución de un atleta, su atractivo físico era innegable. Ni una marca en su piel dorada, nariz recta, altos pómulos y una boca carnal; todos esos rasgos combinados le daban el aspecto de un ángel caído. Pero a él le daba igual su aspecto; en realidad había aprendido a verlo como un defecto que atraía demasiada atención indeseada.
Era intolerable haber estado a punto de perder un segundo hijo a pesar de haber tomado todas las precauciones. De inmediato se regañó a sí mismo por pensar eso. No sabría con seguridad que el niño era hijo suyo hasta que se hubieran hecho las pruebas de ADN porque era posible que la madre de alquiler que había elegido para ese papel se hubiera acostado con otro hombre. Si se había saltado otras cláusulas del acuerdo que habían firmado, ¿por qué no iba a saltarse aquella?
Pero si el niño era suyo como esperaba, ¿se parecería a su mentirosa y traicionera madre? ¿Existían los genes negativos? No, se negaba a aceptar eso. Su propia vida negaba esa afirmación porque él era el último en una larga línea de hombres despiadados, famosos por su crueldad y su desprecio por la ley. Nada podía manchar a un niño inocente, y sus inclinaciones podían ser animadas o desanimadas.
Se recordó a sí mismo que en principio la madre de su hijo había parecido una persona respetable. Hija única de padres mayores y endeudados, se había presentado como profesora infantil, amante de la jardinería y la cocina. Desgraciadamente, sus verdaderos intereses, que había descubierto cuando huyó del hospital con el niño, habían demostrado que no era tan respetable. Era una sociópata promiscua, una vividora que gastaba a manos llenas y robaba sin conciencia cuando se quedaba sin dinero.
Una y otra vez se había culpado a sí mismo por su decisión de no conocer a la madre de su hijo, por no haber querido personalizar de ningún modo algo que era esencialmente un acuerdo, un contrato. ¿Habría reconocido su verdadera personalidad de haberlo hecho así? Tampoco había esperado que ella quisiera verlo cuando fue al hospital a buscar al niño, pero entonces descubrió que había desaparecido, dejando una nota en la que pedía más dinero. Para entonces había descubierto que era rico y quería exprimirlo todo lo posible.
–¿Piensa llamar a la policía para denunciar la desaparición de esa mujer? –preguntó Charles para romper el tenso silencio en el interior de la limusina.
Luciano apretó los sensuales labios.
–No tengo intención de hacerlo.
–¿Y puedo preguntar…? –Charles dejó la pregunta en el aire al ver su seria expresión. Desearía que su rico cliente fuese un poco más expresivo.
Pero Luciano Vitale, hijo único del antaño más aterrador capo siciliano, siempre había sido formidablemente reservado. Multimillonario a los treinta años, era un empresario de gran éxito y honrado en todos sus negocios. Y, sin embargo, su apellido provocaba tal miedo en aquellos que lo rodeaban que temblaban si alguna vez se enfadaba.
Su odio por los paparazzi y sus criminales antepasados lo convertían en objetivo de un asesinato, por eso siempre iba rodeado de guardaespaldas que lo mantenían alejado del resto del mundo.
Luciano Vitale era un misterio, pero a Charles le gustaría saber por qué un hombre con tantas posibilidades había decidido contratar un vientre de alquiler para traer un hijo al mundo.
–No quiero enviar a prisión a la madre de mi hijo –respondió Luciano por fin, sin expresión–. No tengo la menor duda de que Jemima merece ir a la cárcel por lo que ha hecho, pero no quiero ser yo quien la mande allí.
–Es comprensible –asintió Charles, aunque en realidad no lo entendía en absoluto–. Pero la policía está buscándola y podría informarle discretamente de su paradero.
–¿Y luego qué? ¿Los abuelos se quedarían con la custodia de mi hijo o se harían cargo de él los Servicios Sociales? Ya me ha advertido usted que los acuerdos de gestación subrogada son más complejos en el sistema judicial de Gran Bretaña y no voy a arriesgarme a perder la custodia de mi hijo.
–Pero la señorita Barber ya ha dejado claro que solo le entregará al niño a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero… y no debe aceptar porque eso sería ilegal.
–Encontraré una forma legal y aceptable de llevar este asunto a una conclusión satisfactoria –Luciano respiró suavemente, poniendo unas manos de largos dedos morenos sobre sus muslos–. Sin publicidad dañina, sin juicio y sin enviarla a la cárcel.
Charles tuvo que disimular un escalofrío cuando sus ojos se encontraron con los fríos ojos oscuros de su cliente e intentó no pensar que los antepasados de Luciano Vitale preferían limpiar su camino de obstáculos liquidando a sus oponentes. No debía pensar eso, pero no podía olvidar esa mirada helada o su fama de ser implacable en los negocios.
Él no liquidaba a sus competidores como había hecho su padre, pero era un hombre al que no se podía provocar y era conocido por vengarse de aquellos que lo ofendían. Dudaba mucho que Jemima Barber entendiese las peligrosas consecuencias de haber renegado de su acuerdo con él.
Conseguiría su objetivo, pensaba Luciano, que siempre conseguía lo que quería. Lo contrario era impensable ya que se trataba del bienestar de su hijo. Si el niño era su hijo lo recuperaría al precio que fuera. No iba a dejar a un niño inocente en manos de una madre como esa.
Jemima colocaba las flores en la tumba de su hermana con los cristalinos ojos azules empañados, el corazón encogido de pena.
Había querido mucho a Julie y lamentaba no haber tenido oportunidad de ayudarla. De padre desconocido y madre drogadicta, las mellizas habían terminado en diferentes familias adoptivas. Julie, que había sufrido una privación de oxígeno temporal en el momento del parto, tuvo que ser conectada a un respirador artificial y no pudo ser adoptada hasta un año más tarde. Jemima, sin embargo, había sido mucho más afortunada en todos los sentidos, pensó, sintiéndose culpable.
Sus padres adoptivos, una pareja de mediana edad, la habían querido desde el primer día y le habían dado una infancia feliz y segura. Julie, en cambio, había sido adoptada por una familia rica, pero sus problemas médicos durante la infancia siempre fueron una contrariedad y su carácter rebelde una fuente de bochorno para sus padres. Por fin, rechazaron la adopción cuando su hermana era una adolescente rebelde y Julie había terminado en manos de los Servicios Sociales, rechazada por unos padres a los que quería. No era una sorpresa que desde ese momento todo en la vida de su hermana melliza hubiera ido mal.
No se conocieron hasta que fueron adultas y Julie la buscó. Desde el primer momento, tanto sus padres como ella se habían quedado cautivados por su encantadora hermana. Por supuesto, debía reconocer que al final todo fue un desastre y quien se llevó la peor parte fue el pequeño Nicky, que nunca conocería a su madre. Con los ojos empañados, Jemima miró al bebé de dieciocho meses en el cochecito y sonrió porque el niño era el sol, la luna y las estrellas para ella.
Nicky la estudiaba con sus enormes ojazos oscuros. Era el niño más adorable del mundo y le había robado el corazón desde el día que lo conoció, cuando solo tenía una semana.
–Te he visto desde la calle. ¿Por qué estás aquí otra vez? –escuchó una voz femenina tras ella–. No entiendo por qué te torturas a ti misma, Jem. Se ha ido y yo diría que es lo mejor que podría haber pasado.
–Por favor, no digas eso.
Jemima se volvió para mirar a Ellie, su alta y pelirroja compañera de colegio, con gesto decidido.
–Pero es la verdad y tienes que enfrentarte con ella de una vez. Julie estuvo a punto de destruir a tu familia. Sé que te duele que diga esto, pero tu hermana era mala como un demonio.
Jemima no quería discutir con su sincera amiga. Después de todo, cuando las cosas fueron mal durante la debacle con Julie, Ellie siempre había estado a su lado, ofreciéndole a ella y a sus padres un hombro sobre el que llorar, además de apoyo y consejos. Le había demostrado su lealtad y amistad tantas veces. Además, discutir no serviría de nada y no podía soportar que la juzgasen tan duramente. Solo habían pasado unos meses desde que Julie fue atropellada por un coche y murió de forma inmediata. Su familia adoptiva se había negado a acudir al funeral y el coste había corrido a cargo de sus padres, aunque apenas podían permitirse ese gasto.
–Si hubiéramos estado más tiempo juntas las cosas habrían sido diferentes –dijo Jemima, sin poder disimular su amargura.
–Arruinó a tus padres, se apropió de tu identidad, te robó a tu novio y te dejó colgando con un bebé –le recordó Ellie–. ¿Qué más podría haber hecho? ¿Asesinaros a todos mientras dormíais?
–Julie nunca fue una persona violenta –replicó Jemima, con los dientes apretados–. Bueno, vamos a dejarlo.
–Muy bien –asintió Ellie–. Tendría más sentido hablar de qué piensas hacer con Nicky. Tienes suficientes problemas con tu trabajo y con ayudar a tus padres.
–No me importa cuidar de Nicky, lo adoro. Es mi único pariente vivo –replicó Jemima con convicción mientras salían del cementerio–. No voy a deshacerme de él. Ya nos arreglaremos.
–¿Pero y el padre? Tienes que pensar en sus derechos –señaló Ellie con tono impaciente–. Mi turno empieza en una hora, tengo que irme. Nos veremos mañana.
Después de despedirse de su amiga, que vivía en un apartamento en la misma calle, Jemima se alejó con el paso lento de una persona agotada porque Nicky la mantenía despierta gran parte de la noche. Había pensado mucho en el padre del niño. Aparte de suponer que era un hombre rico, no sabía nada de él o por qué había decidido tener un hijo con una madre de alquiler. ¿Sería un hombre gay? O tal vez ni él ni su esposa podían tener hijos. A Julie no le habían importado los detalles, pero a ella le importaban mucho.
No podía ignorar que Nicky tenía un padre en algún sitio, un hombre que había pagado mucho dinero y había planeado su concepción. Pero no conocía su identidad porque Julie se había negado a revelarla, de modo que no podía hacer nada. En realidad, era un alivio ya que su única preocupación era y siempre había sido el bienestar de Nicky.
No estaba dispuesta a entregarle al niño a nadie sin tener pruebas de que esa persona querría y cuidaría bien de su sobrino. Ese era su papel, tuvo que admitir, resolver la insostenible situación que su hermana había creado e intentar que el hijo de Julie no sufriese por las locas decisiones de su madre.
Seguía sin entender que hubiese aceptado traer un niño al mundo por dinero. Sin embargo, Julie solo lo había visto como un trabajo en un momento en el que andaba corta de dinero y necesitaba un sitio en el que vivir. Había admitido odiar los cambios en su cuerpo provocados por el embarazo y no había cambiado de opinión sobre entregar a Nicky a su padre cuando naciese, pero decidió que merecía más dinero por esos nueve meses de tribulaciones, sobre todo cuando descubrió que el padre del niño era millonario.
¿Pero sería ese hombre un padre cariñoso y comprensivo? ¿Querría al pequeño Nicky con todo su corazón si ni siquiera había querido conocer a la madre de su futuro hijo?
Por lo poco que sabía, los acuerdos de gestación subrogada sugerían algún contacto entre las partes, al menos inicialmente. Después de todo, Nicky era también hijo de Julie. No había sido concebido a través de un óvulo donado sino con los óvulos de su hermana, de modo que era su sobrino, una parte de su pequeña familia, y sentía que era su obligación cuidarlo y protegerlo.
Jemima entró en la humilde casita de sus padres, con dos dormitorios y un pequeño jardín. Su padre era un clérigo retirado y su madre había sido siempre ama de casa. Por desgracia, sus ahorros habían ido al bolsillo de Julie cuando les contó que quería alquilar un local en el pueblo para abrir su propio negocio. O tal vez no era mentira, pensó, intentando no juzgar a su difunta hermana.
Posiblemente pensaba de verdad alquilar el local y abrir un negocio, pero Julie era tremendamente impulsiva y solía cambiar de planes en cuestión de días. Su hermana parecía tener buenas intenciones era muy convincente cuando quería algo, pero también había mentido. Eso no podía negarlo, pensó con tristeza.
El resultado era que sus padres habían perdido todos sus ahorros y el acariciado sueño de comprar una casa propia ya era imposible. De hecho, la única razón por la que seguían teniendo un techo sobre sus cabezas era la decisión de Jemima de volver para ayudarlos a pagar el alquiler, ya que la pensión de su padre era muy pequeña. Enfrentados con facturas que no podían pagar, la salud de sus padres adoptivos se había resentido.
Jemima cambió el pañal de Nicky y lo metió en la cuna para que durmiese la siesta. Intentando contener un bostezo, decidió echarse un rato porque dormir cuando lo hacía el niño era la única forma de descansar.
Se quitó la blusa e hizo una mueca al ver la rotunda curva de su trasero en el espejo del armario.
«Tu trasero es demasiado grande para llevar mallas. Deberías tapártelo con una blusa larga», le había dicho Julie muchas veces.
Claro que Julie había sido delgadísima, siempre atormentada por la bulimia. Su hermana tenía problemas con la comida y con su imagen. Con ese triste pensamiento se quedó dormida, sin quitarse las mallas y la camiseta.
Cuando el estridente sonido del timbre la despertó, Jemima se levantó de un salto, sorprendida porque la mayoría de las visitas solían ser amigos de sus padres y todos sabían que estaban en Devon, visitando a una familia de su antigua parroquia. Eso era lo más parecido a unas vacaciones con el poco dinero que tenían.
Jemima miró la cuna y comprobó que su sobrino seguía durmiendo; su carita roja, la boquita de piñón relajada…
Desde el pasillo podía ver dos figuras masculinas al otro lado del cristal de la puerta.
–¿Sí? –preguntó, abriendo solo unos centímetros.
Un hombre de pelo gris la miró con expresión seria.
–¿Podemos hablar con usted un momento, señorita Barber?
Le ofreció una tarjeta de visita y Jemima tragó saliva. Charles Bennett. Bennett & Bennett, Abogados.
Temiendo enseguida otro problema relacionado con la prematura muerte de su hermana, abrió la puerta del todo y les hizo un gesto para que entrasen. Julie había dejado muchas deudas, pero ella no tenía dinero para pagarlas. Se le encogió el corazón ante la idea de contarle a la policía que su hermana había robado su identidad hasta el punto de contraer deudas a su nombre, viajar con su pasaporte e incluso tener un hijo usando el nombre de Jemima Barber. Temía que revelar esa información le costase la custodia de Nicky, que en cuanto admitiese que el niño no era hijo suyo se lo quitarían para llevarlo a una casa extraña. Con extraños.
–Luciano Vitale.
El acompañante del abogado dio un paso adelante y Jemima dio uno atrás, todos sus sentidos alerta de repente.
El alto extraño no se parecía a ningún otro hombre que hubiera conocido. Se movía con ligereza, silencioso como un soldado en medio de la jungla. Era poesía en movimiento, pura fantasía femenina en carne y hueso. Seguramente era el hombre más apuesto que había visto en toda su vida. Tan magnético atractivo aceleró su corazón y tuvo que hacer un esfuerzo para llevar oxígeno a sus pulmones mientras sus ojos se clavaban en las facciones de bronce. Se sentía como una colegiala y apartó la mirada a toda prisa mientras los invitaba a pasar al salón.
Luciano no podía apartar los ojos de Jemima Barber porque era tan diferente a lo que había esperado. En su foto de pasaporte era una mujer rubia de ojos azules, un poco rellenita, tan normal que había torcido el gesto al pensar que alguien tan vulgar pudiese darle un hijo.
Pero dos meses antes había visto las imágenes de una cámara de seguridad de un hotel de Londres y esas imágenes le habían dicho mucho más sobre su verdadera naturaleza.
De pelo rubio corto, llevaba un top muy escotado, una diminuta falda plateada y unos zapatos de tacón de aguja que resaltaban su esbelta figura y la curva de sus pechos operados. Actuaba como la prostituta que era, riendo y manoseando a los dos hombres a los que llevaba a su habitación del hotel esa noche.
Pero esa imagen había sido reemplazada por otra, aún más sorprendente. Jemima Barber había vuelto a reinventarse. Posiblemente el cambio en su aspecto era deliberado, para borrar su imagen de timadora. El pelo corto había sido reemplazado por largas extensiones que creaban una gloriosa melena de color del trigo bajo el sol.
Su rostro ovalado parecía limpio de maquillaje, los suculentos labios rosados, el rubor en sus mejillas y los pálidos ojos azules, de un tono tan poco usual que al principio había pensado que era un truco de la luz. Llevaba unas mallas negras y una camiseta ajustada que acentuaba la curva de sus generosos pechos.
Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar los ojos de tan seductora exhibición, reconociendo que las fotos no le hacían justicia porque en persona su pecho tenía un aspecto mucho más natural. Y más curvas. ¿Habría engordado?
La ropa sencilla también era una sorpresa. Claro que ella no esperaba visita y tal vez vestía de forma más discreta cuando estaba con sus padres.
De hecho, en ese momento tenía un aspecto tan sencillo y juvenil que tuvo que preguntarse quién era Jemima Barber en realidad. Y entonces se enfadó consigo mismo por hacerse esa pregunta cuando ya sabía todo lo que tenía que saber sobre ella.
Era una mentirosa, una ladrona y una prostituta que no pensaba en nadie más que en ella misma. Vendía su cuerpo con la misma frivolidad con la que pensaba vender a su hijo.
Nerviosa bajo la intensa mirada oscura de Luciano Vitale, Jemima sintió que le ardía la cara y mantuvo su atención en el hombre mayor.
–¿En qué puedo ayudarlos?
–Hemos venido a hablar del futuro del niño –le informó Charles Bennett.
Se le cayó el alma a los pies y cuando giró la cabeza para mirar a Luciano Vitale observó de inmediato lo que se había negado a reconocer unos segundos antes; la terrible conexión que ponía un interrogante sobre sus esperanzas y sueños para Nicky, que era una copia en miniatura de aquel hombre.
Luciano llevaba el pelo un poco más largo de lo convencional, los rizos negros rozando el cuello de su camisa. Tenía la nariz recta, pómulos espectaculares, cejas arqueadas y unos ojos profundos del color de las piedras ojo de tigre, tan duros e implacables como un cristal.
Recordaba algunos comentarios de su hermana sobre el padre de Nicky…
«Si me conociese me desearía… los hombres siempre me desean», le había dicho, emocionada. «Es precisamente el tipo de hombre con el que querría casarme: rico, guapo, importante».
Pero no hubiera sido la esposa perfecta para un hombre como él. Y, por supuesto, Luciano Vitale no debía estar muy impresionado en aquel momento cuando en lugar de la esbelta y atractiva Julie se encontraba con la más rellenita y vulgar melliza, le dijo una vocecita.
¿Era por eso por lo que la miraba tan fijamente? Pero él no sabía que era la hermana de Julie, a quien no había conocido. Seguramente no sabía que tenía una hermana melliza y que le había robado su identidad. ¿Sabría que su hermana había muerto?
No, claro que no. De haberlo sabido esas hubieran sido las primeras palabras del abogado porque la muerte de su hermana lo cambiaba todo. Jemima sintió un escalofrío por la espalda. Como madre de Nicky, Julie había tenido derechos sobre el niño, aunque esos derechos pudieran ser disputados en un tribunal. Como tía de Nicky, ella no tenía ningún derecho. Pero Julie había dado a luz con su nombre y era su nombre el que aparecía en la partida de nacimiento. En realidad, era un enredo legal que tendría que ser solucionado algún día. Pero no aquel día precisamente, decidió Jemima cuando sus ojos se encontraron con los fríos ojos de Luciano Vitale, que la miraban con tanta emoción y empatía como si fuera un espécimen de laboratorio. El padre de Nicky desconfiaba y parecía dispuesto a hacer juicios y tomar decisiones. No había buena voluntad en esa visita y era comprensible. Julie había tenido a su hijo y luego se había ido del hospital, dejando una nota en la que pedía dinero a cambio del niño.