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Es esta una historia en la que fantasía y realidad se unen, para ofrecer al lector varias narraciones, hilvanadas por un hilo conductor donde la verosimilitud del hecho literario cobra dimensiones extraordinarias. Una lluvia interminable de mariposas multicolores recorrerá cada capítulo en el que Alma, la de Los Buenos Aires, lucha por hacer el bien desde la montaña de una brava ciudad protegida, con mucho recelo, de la naturaleza y furia de los hombres. Otros diez textos cobran vida también en este volumen, con una gama de personajes increíbles: todos llevados de la mano mágica de un narrador que tiene la sabiduría del tiempo.
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Seitenzahl: 47
Veröffentlichungsjahr: 2025
Historia de Alma, la de Los Buenos Aires
Lucia Muñoz Maceo
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Edición: Marlene Moreno Sosa
Corrección: Ángel Larramendi Mecías
Diseño y programación: José Ángel Valdor Illana
Versión epub: 2.0
Ilustración de cubierta: S/T, de Xavier García
ISBN: 9789597238645
Plácido 161 esq a Pedro Figueredo
Manzanillo, Granma, Cuba
© Ediciones Orto 2025
Colección: Rondamar
Es esta una historia en la que realidad y fantasía se unen, para ofrecer al lector varias narraciones, hilvanadas por un hilo conductor, donde la verosimilitud del hecho literario cobra dimensiones extraordinarias. Una lluvia interminable de mariposas multicolores recorrerá cada capítulo en el que Alma, la de Los Buenos Aires, lucha por hacer el bien desde la montaña de una brava ciudad protegida, con mucho recelo, de la naturaleza y furia de los hombres. Otros diez textos cobran vida también en este volumen, con una gama de personajes increíbles: todos llevados de la mano mágica de un narrador que tiene la sabiduría del tiempo, los colores de la naturaleza y la ternura para creer en la magia del corazón. Acercarte a estas páginas resultará, sin dudas, una gran travesía, un reto a la imaginación.
Era delgada, casi espiritual y se llamaba Alma. Estaba en la edad en que el mal intensificaba las envestidas valiéndose de múltiples ardides. La resaca, como ella lo llamaba, tenía la virtud de sacarle el más mínimo recuerdo. Entonces el pasado adquiría una dimensión extraordinaria, avivaba sus colores y venía destruyendo a su paso las flores del presente. Alma, la de Los Buenos Aires, presentía su llegada; su oído percibía cantos de sirenas y nada había sobre la tierra que lo detuviera.
Comenzaba por cerrar ventanas, clavar puertas, para luego correr al cuarto y pararse ante el espejo. Así, quieta, sin respirar casi, mirando fijamente, se encerraba en sí misma. La única manera de rehuir a la resaca era aquella, internándose en su corazón, renunciando a las estrellas.
Cuando el mal llegaba ya no podía comer, solo se sustentaba con agua, “agua de cántaros”, como la llamaba, porque tenía frescor de tierra. La resaca era, sin dudas, un tiempo malo, un estar desorientada, triste, ausente.
Antes no era así, había sido una mujer hermosa e incansable para el trabajo. Con mucho esfuerzo logró levantar una tienda en el punto más alto de la única montaña que había en la ciudad. Desde allí se veía el mar, podía escuchar su canto y mitigar el calor con el viento que la atravesaba de norte a sur, de este a oeste. Por eso la nombró “Los Buenos Aires”, no por la ciudad argentina, ni tampoco porque le gustara el tango, simplemente porque eran buenos los aires que batían en aquella montaña; mientras la gente de la ciudad se asfixiaba por el calor. Desde entonces todo el mundo la llamó Alma, la de los Buenos Aires.
El mal apareció tiempo después de la noche en que no fueron tan buenos los aires. Se mezclaban en la montaña y se hicieron tan fuertes que volaron el techo de la tienda, echaron abajo paredes y cuanta chuchería vendía en ella.
No hubo tiempo para nada, la tromba atravesó la ciudad echando por tierra casas y flores. Al pasar junto a la montaña, la noche fue más oscura y la lluvia arreció. Todo sucedió rápido; ella solo pudo salvar un espejo donde quedó mirándose, sin decir nada, hasta el amanecer.
Lejos habían ido a dar sus pocos bienes. El rabo de nube dejó a su paso un reguero de prendedores, aretes, peinetas, sortijas; empapados, hundiéndose en el fango. Estuvieron así hasta que una bandada de muchachos callejeros cayó sobre ellos y no dejaron piedra sobre piedra ni cosa sin mover que brillara o sirviera. Alma, miraba la tromba humana sin decir nada como si no pudiera escapar de su asombro; solo, de vez en vez, levantaba los ojos del espejito para mirar aquella bandada de langostas buscando en las ruinas de lo que había sido fruto de veinte años de trabajo.
Ella no dijo nada, no lloró, no maldijo, no gritó: ¡Dios! Solo sus ojos se tornaron inertes y calló en una quietud casi envidiable. No movió un horcón, no rescató una teja. Miraba, con sus ojos ausentes, el montón de escombros hasta que se llenó de plantas silvestres. Pronto el coralillo lo cubrió con sus flores de fuego; mientras el cundiamor y los pájaros lo poblaron.
Nada se veía ya de “Los Buenos Aires”, solo el coralillo exhibía su belleza en la tarde; pero ella seguía acudiendo al sitio de la desgracia, día a día, sin que se avivaran sus ojos. Una tarde de julio cuando las flores relucían en el montón de escombros, comenzaron a caer sobre la ciudad mariposas de papeles de colores, grandes, medianas, diminutas, hechas con cuidado y una exquisitez asombrosa. No había un detalle olvidado, las alas grandes, pequeñas, las antenas finísimas con brillo metálico.