Hombres de cuidados - Enrique Delgado Amador - E-Book

Hombres de cuidados E-Book

Enrique Delgado Amador

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Beschreibung

Cuando en el año 2013 el autor se quedó en paro, intentó, de manera infructuosa, mantener el rol tradicional de «cabeza de familia». Entendía que «debía» ser quien llevara el dinero a casa, quien se moviera libremente y decidiera por su cuenta. Pero las circunstancias no le iban a permitir ejercer ese papel para el que, al igual que tantos hombres, fue educado. Y surgió la crisis: la frustración y la impotencia por no «poder» cumplir con lo que se esperaba de él. Este libro es una invitación a recorrer con Enrique Delgado Amador su proceso personal de liberación, que comienza con el cuestionamiento de los patrones masculinos tradicionales y continúa con la labor, siempre inacabada, de crear todo un mundo nuevo de significados sobre el rol masculino dentro de la familia.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Prólogo

Presentación

1. Los inicios

2. Radiografía de una crisis

3. Hacerse preguntas

4. Mar adentro

5. La ayuda necesaria

6. Más allá de las tareas domésticas

7. Benefi cios de plantarse un mandil

Conclusión

© SAN PABLO 2022 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 - Fax 917 425 723

[email protected] - www.sanpablo.es

© Enrique Delgado Amador 2022

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6591-2

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.conlicencia.com).

A la memoria de mis padres, Carmen y Onofre.

Y a Cristina, Irene y Miguel, con quienes disfruto

el regalo de cuidar y ser cuidado cada día.

Prólogo

Este libro contiene un triple acierto. El primero es el de ser una narración contada en primera persona. Enrique, su autor, nos relata en esta historia de andar por casa, su experiencia en el mundo de las tareas domésticas a las que se vio forzado por las circunstancias de la vida. Esto le obligó a ponerlo patas arriba –que es el nombre del blog que publica desde entoncestodo, a removerlo todo, no solo la distribución del tiempo y los nuevos aprendizajes prácticos sino, y esto es lo importante, los esquemas mentales y las escalas de valores nacidos de la cultura patriarcal.

Y esta narración la hace Enrique con una transparencia que roza la candidez y que puede suscitar en el lector cierto rubor pudoroso al ser testigo de intimidades personales, matrimoniales y familiares contadas en un lenguaje coloquial con una naturalidad que sorprende. Leyendo este libro parecería que está uno participando en una de esas conversaciones que surgen entre buenos amigos al ritmo de un paseo o en torno a unas tazas de té. Tal vez por ello, aunque el libro goza de una estructura consistente, a Enrique no parece importarle tanto el rigor literario en su exposición como la autenticidad que brota de dentro y que en ocasiones le hace contar lo mismo de varias maneras, llevado por su impulso de transmitir –ahora en forma de libro– ese tesoro que ha descubierto y sobre el que no puede callar.

El segundo acierto es haber sido capaz de poner toda esa experiencia en relación con muchos de los nuevos paradigmas culturales de nuestro tiempo: la ética del cuidado, la sabiduría del propio cuerpo, el feminismo, el movimiento zero waste, la simplicidad voluntaria, la sobriedad compartida, la teología feminista. Se trata de una experiencia contrastada con la de autores reconocidos como, entre otros, Adela Cortina, Carmen Magallón, José Laguna, Santiago Alba Rico, Ivone Gebara, Yayo Herrero, o la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. Y esto añade consistencia al relato personal.

En particular, merece especial atención la relectura de esta experiencia a la luz de la centralidad de los cuidados. En efecto, Hombres de cuidados es una expresión necesaria de lo que hoy nuestra sociedad está descubriendo, aunque haya tenido que ser a golpe de pandemia: que todo está relacionado, que somos interdependientes y ecodependientes, que la vida, empezando por la propia, necesita ser cuidada. Y más aún: que cuando nos dedicamos a cuidar estamos desplegando nuestra identidad más verdadera, que somos personas más completas y más humanas cuando ponemos en el centro el cuidado de la vida, de toda vida y de todas las vidas. Y que es una lástima que pasemos por la vida, sobre todo los varones, sin desarrollar todas esas capacidades de que estamos dotados. Darse cuenta de todo esto forma parte de los muchos beneficios de ponerse un mandil.

Y el tercero de los aciertos es haber sido capaz de traducir este descubrimiento en un estilo de vida consecuente. Enrique no solo nos transmite el paciente proceso de su experiencia personal sino también la buena noticia de que es posible vivir de otra manera poniendo en el centro el cuidado de la vida. Se trata de un camino inacabado, vivido en familia y buscando el apoyo con otras personas, que lleva a elegir una alimentación saludable, prescindir de plásticos, comprar a granel, llevar siempre una bolsa de tela para la compra, cultivar un pequeño huerto, observar los pájaros camino del colegio o, simplemente, recoger en el parque una botella del suelo para depositarla en el contenedor. Y todo ello con sus fortalezas y debilidades, satisfacciones y dificultades que el autor no oculta. Precisamente, eso es lo que hace tan atractivo este testimonio.

Enrique es un hombre con los ojos abiertos. De ello dan prueba las «instantáneas» con las que comienza cada capítulo. No queda sino agradecer esta narración que espero ayude a muchos a abrir los ojos a lo que el mundo hoy está necesitando y adentrarse, como él y su familia, en la senda de los cuidados. Nos va la vida en ello.

JOSÉ EIZAGUIRRE

Presentación

¿Qué pasa cuando un hombre por decisión propia, u obligado por las circunstancias, se pone el mandil para ocuparse de las tareas del hogar mientras su mujer trabaja y trae el dinero a casa? Mi experiencia es que todo se pone patas arriba. Nada está en su sitio y nosotros, los hombres, andamos perdidos, inmersos en un proceso que nos pone en jaque, que nos lleva a preguntarnos quiénes somos, que nos lleva a cuestionarnos envueltos en un vaivén de emociones y sentimientos que nos dejan KO.

En este texto quiero narrar lo que he vivido al pasar por esta experiencia y mostrar lo que he descubierto. Y todo ello me impulsa a seguir interrogándome y caminando puesto que queda mucho por hacer. Podemos decir que el proceso de conversión personal nunca acaba y, siguiendo a José Eizaguirre, tal y como expresa en la presentación de su libro Todo confluye, esto significa que mi visión es temporal y dinámica, pues me reconozco en camino, dispuesto a seguir dejándome transformar.

Lo que cuento en estas líneas es mi propio testimonio sobre lo andado. Nace con la vocación de ser un impulso para seguir avanzando, al tiempo que una ayuda para quienes puedan verse reconocidos en ello y sientan una necesidad parecida de caminar hacia otro nuevo escenario en el que poder desplegar todas las capacidades de cuidado que en nosotros, los hombres, permanecen en buena medida dormidas.

En mi camino he podido ir dando nombre, con la ayuda de muchas personas, a lo que me ha pasado. Por supuesto, no he podido descifrar todo cuanto me ha ocurrido ni he podido desentrañar todos los factores que han entrado en juego. Se me han escapado muchas variables, como es lógico. Tampoco era imprescindible conocerlo todo al dedillo. He podido reposar lo suficiente para elaborar esta narración que ha caído en tus manos y que intenta reflejar un breve recorrido vital, con sus pequeños hitos; con sus hallazgos y sinsabores y con más de una sorpresa.

El detonante de esta reflexión tiene que ver con las tareas de cuidado en el ámbito doméstico. La atención a las necesidades de mi familia, las materiales y las afectivas, ha llevado a interpelarme de manera profunda, hasta el punto de convertirse en un motor fundamental en mi vida. Considero que esta nueva perspectiva a la que me ha abierto el mundo de los cuidados es continuación de esa vocación que ha estado siempre presente en mí y que sigue alentando mi propio compromiso y transformación. Por tanto, esta que cuento es mi experiencia particular de lo aprendido ejerciendo los cuidados en el hogar.

Desarrollar las capacidades de cuidado es un arte, sea el ámbito que sea, en el que cada cual ha de buscar la manera mejor de ponerlas en práctica, sirviéndose de otros modelos, de otras personas que hacen de maestras. Porque nos valemos, como digo, de lo que hemos visto en otros, de lo que otras personas nos han transmitido y de la inspiración recibida de ellas. Pero el ir depurando la técnica implica un proceso de aprendizaje que exige apertura, cambios, decisiones y paciencia.

Quiero hablar, en definitiva, de lo que he ido descubriendo, de todo aquello que se ha removido y renovado en mí, dentro del campo de las creencias, actitudes y valores. Después de toda esta andadura, que ahora repaso con más calma y objetividad, puedo sentirme agradecido por todo lo aprendido y por la renovación que ha supuesto en mi forma de mirar la vida.

Para guiar el repaso por esta etapa de mi vida e intuir hacia dónde apunta el futuro, he intentado dar respuesta, con la mayor honestidad posible, a una serie de interrogantes que pueden ayudar a dibujar el camino que, como nos recuerda el poeta, solo se puede hacer al andar.

1

Los inicios

Instantánea: «faceta oculta»

—Papá, que me voy al partido de fútbol y ¡no llevo bocadillo para el descanso!

Un vecino le ha invitado a ver, junto con sus hijos, al Badajoz que juega esta tarde y resulta que mamá no se encuentra ahora en casa. A papá le ha pillado fuera de juego, nunca mejor dicho, esta repentina urgencia del hijo.

—Espera un momento que mire –le contesta el padre que va abriendo los muebles de la cocina, la nevera. También busca en la bolsa del pan. Con lo que ha ido encontrando prepara un bocadillo y lo envuelve en papel de aluminio. El hijo observa a su padre mientras tanto, con sorpresa y expectación. Jamás le ha visto preparándole merienda alguna y teme un poco que se desespere ante una tarea que le ha pillado de imprevisto. Finalmente consigue tener listo para guardar en la mochila un buen bocadillo de lomo.

—¿De qué es tu bocadillo? –le preguntan cuando todos sacan, durante el descanso del partido, algo para comer.

—¡De lomo! Está buenísimo –y el niño piensa para sí: «Hoy me da igual que gane o pierda el Badajoz porque lo mejor de todo es que mi padre me ha hecho la merienda y ni imaginaba que supiera preparar algo tan rico».

Cuidados de ida y vuelta

Desde que nacemos hasta que morimos somos seres de cuidados. Cuidamos y nos cuidan. La vida no podría ser viable si no fuera a través de las atenciones y cuidados que nos proporcionamos mutuamente.

Poner el acento en los cuidados es poner en el centro la vida, pues solo con el apoyo y el sustento que nos brindamos unos a otros es posible poder vivir una vida que merece ser vivida. Mi padre, que estrenó de forma imprevista su faceta cocinera preparándome por primera vez la merienda, como he contado, pudo satisfacer una necesidad y ejercer una labor de cuidado que me sorprendió gratamente y, muy posiblemente, a él también.

Dice Yayo Herrero, antropóloga y activista, que todos los seres humanos nacemos vulnerables e indefensos en el seno de una madre. Y llegaremos a ser libres e iguales en dignidad y derechos, siempre y cuando recibamos una cantidad ingente de atenciones, de cuidados y de conocimientos, que deben ser proporcionados por hombres y mujeres de otras generaciones.

Con lo cual, nuestra consustancial naturaleza de seres frágiles, con necesidades y límites, nos conduce inevitablemente a apoyarnos mutuamente para alcanzar unas condiciones de vida digna.

Hoy persiste la concepción nefasta del ser humano como ser autónomo que piensa, ignorando su corporeidad y la fragilidad constitutiva de un ser que nace dependiente, incapaz de sobrevivir por sí mismo y sometido al riesgo constante de contraer enfermedades y morir. Ante la vulnerabilidad y fragilidad humana individual, las mujeres han respondido tradicionalmente con el cuidado.

Pese a ser clave el sostenimiento de la vida, el maternaje, el cuidado, ha sido constantemente invisibilizado y devaluado. Ante el peligro que corre hoy en día la vida de millones de personas en todo el mundo, la humanidad ha de reconocer y escuchar a quienes se dedican al maternaje, sean mujeres u hombres, como nos dice Carmen Magallón.

No nos podemos permitir dejar pasar la oportunidad de ganar el cuidar y ser cuidados. En ello nos va la supervivencia como especie y también nuestra felicidad, como máxima aspiración ética de cada persona. Podríamos decir que no sobrevive el más fuerte sino el que ha tenido la suerte de haber sido cuidado. Estoy convencido de que el maravilloso bocadillo de lomo que me preparó mi padre, y con el que desveló una cualidad suya que por ser hombre tenía muy guardada, fue una pequeña semilla que terminó creciendo en mí.

Aterrizaje forzoso en el planeta de los cuidados

En la película de dibujos animados Toy Story hay una escena que nos viene muy bien para entender la dificultad que tenemos los hombres, como le ocurrió a mi apurado padre una tarde de fútbol, cuando aterrizamos, de manera inesperada, en el que llamaremos «planeta de los cuidados». En uno de los momentos de la película hace su aparición la última adquisición del pequeño Andy, un espectacular guerrero del espacio llamado Buzz Lightyear. Se trata de un aguerrido juguete cuya misión es salvar el universo de unos enemigos malvados. Cuenta con un potente equipo compuesto de nave espacial, láser, motores de autopropulsión, etc., que le ayudan a su fin.

Buzz, en su viaje interestelar, va a aterrizar en un lugar que, en principio, considera como peligroso. De hecho mantiene su casco pues considera que las condiciones externas no son nada seguras. Ha entrado a formar parte de una nueva comunidad de juguetes y va a darse de bruces con su verdadera realidad, pues ni hay ninguna misión que cumplir ni cuenta con el poder tecnológico que cree tener.

Podemos decir que a los hombres nos pasa algo parecido cuando las circunstancias nos terminan conduciendo al ámbito doméstico, ese lugar inhóspito y hostil que bautizamos con el nombre de «planeta de los cuidados». Igual que le ocurre a Buzz, lo primero que entendemos es que hay que retomar nuestra misión, esto es, la de proveer a nuestra familia.

Uno se ve desarmado pues aquello que debía cumplir: garantizar unas condiciones materiales de bienestar para los tuyos, no es posible. Aunque un hombre esté entregado a las tareas domésticas y esté realmente cuidando de ellos, curiosamente de cara al exterior no lo parece, pues hacer la comida, poner la lavadora, llevar a los niños al pediatra, ¿qué tiene que ver con garantizar una vida próspera y sin sobresaltos en la que queden garantizadas para siempre la satisfacción de todas las necesidades de tus hijos?

No es extraño que no queramos quitarnos nuestro casco, como le ocurría al guerrero Buzz, que creemos nos protege de la atmósfera peligrosísima del ámbito doméstico. ¿Por qué nos vemos amenazados los hombres cuando cuidamos de quienes habitan la casa? ¿Qué es lo que nos hace creer que está en peligro nuestra integridad?, ¿la imagen que podamos proyectar?, ¿el vernos en un ámbito en el que no es posible exhibir nuestro poder o contar con reconocimiento? El aire que se respira en el «planeta de los cuidados» no es tóxico, ciertamente, pero la realidad es que nos da miedo exponernos a las que, de entrada, consideramos amenazantes tareas domésticas.