HUMANO, DEMASIADO HUMANO - Friedrich Nietzsche - E-Book

HUMANO, DEMASIADO HUMANO E-Book

Friedrich Nietzsche

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Beschreibung

Friedrich Nietzsche fue filósofo, escritor, poeta, filólogo y músico, y es considerado uno de los pensadores modernos más influyentes e importantes del siglo XIX. En la Colección Nietzsche, publicada por la editorial LeBooks, el lector tendrá la oportunidad de conocer el universo de Nietzsche a través de sus principales obras. "HUMANO, DEMASIADO HUMANO: un libro para espíritus libres" ("Menschliches, Allzumenschliches" Ein Buch für freie) fue la primera obra de Friedrich Nietzsche después de romper con el romanticismo de Richard Wagner y el pesimismo de Arthur Schopenhauer. En "HUMANO, DEMASIADO HUMANO", Nietzsche presenta las ideas que serían refinadas en sus obras posteriores. Esto la convierte en una obra fundamental para aquellos que deseen entender la evolución del pensamiento nietzscheano y su legado.

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Friedrich Nietzsche

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

Un libro para espíritus libres

Título original:

“Menschliches, Allzumenschliches”

Sumario

PRESENTACIÓN

Sobre el autor:

Sobre la obra: "Humano, demasiado humano".

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

PRESENTACIÓN

Sobre el autor:

Friedrich Nietzsche – 1844 - 1858

Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en la ciudad de Röcken, Alemania. Su padre era una persona erudita y sus abuelos eran pastores luteranos. Criado en una familia de clérigos, Nietzsche fue preparado para convertirse en pastor. Creció en Saale, con su madre, dos tías y su abuela. En 1858, Nietzsche obtuvo una beca para la prestigiosa escuela de Pforta. Luego se trasladó a Bonn, donde se destacó en sus estudios de teología y filosofía. A los 18 años, perdió la fe en Dios y pasó por un período de libertinaje en el que contrajo sífilis. Nietzsche se convirtió en profesor de filosofía y poesía griega a la temprana edad de 24 años en la Universidad de Basilea en 1869. Sin embargo, abandonó la universidad en 1879.

A medida que sufría intensos dolores de cabeza y una creciente pérdida de visión, llevó una vida solitaria, vagando entre Italia, los Alpes suizos y la Riviera Francesa. Atribuyó a su enfermedad el poder de conferirle una clarividencia y lucidez superiores. En 1871, escribió "El Nacimiento de la Tragedia". Posteriormente, en 1879, comenzó su amplia crítica de los valores escribiendo "Humano, Demasiado Humano". En 1881, desarrolló el concepto del "Eterno Retorno", donde el mundo pasa indefinidamente por ciclos de creación y destrucción, alegría y sufrimiento, bien y mal. En los años 1882-1883, escribió "Así Habló Zaratustra" en la bahía de Rapallo. En otoño de 1883, regresó a Alemania y vivió en Naumburg con su madre y su hermana. En 1882, escribió "La Gaya Ciencia". Luego vinieron obras como "Más Allá del Bien y del Mal" (1886), "El Caso Wagner" (1888), "El Crepúsculo de los Ídolos" (1888), "Nietzsche contra Wagner" (1888) y "Ecce Homo" (1888). En 1889, al presenciar a un cochero azotando a un caballo, abrazó el cuello del animal para protegerlo y cayó al suelo. ¿Se había vuelto loco? Muchos amigos que visitaban a Nietzsche en la clínica psiquiátrica dudaban de su enfermedad, y algunos de sus biógrafos afirman que, lejos de estar loco, había alcanzado una gran lucidez.

También en 1888, escribió "Ditirambos Dionisíacos", una serie de poemas líricos publicados después de su muerte. Falleció en la ciudad de Weimar, Alemania, el 25 de agosto de 1900.

Pensamiento:

Nietzsche estableció una distinción fundamental entre los atributos "apolíneos" y "dionisíacos", en la que Apolo representaba la lucidez, la armonía y el orden, mientras que Dionisio representaba la embriaguez, la exuberancia y el desorden.

Basado en el nihilismo, subvirtió la filosofía tradicional, convirtiéndola en un discurso patológico que apreciaba la enfermedad como un punto de vista sobre la salud y viceversa. Argumentó que ni la salud ni la enfermedad eran entidades fijas y que las oposiciones entre el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, la enfermedad y la salud eran meras alternativas superficiales.

El concepto de "Anticristo" surgió de su crítica a la ética cristiana como una moral de esclavos que oprimía los impulsos humanos y debilitaba las potencias vivificantes de la sociedad occidental.

Nietzsche imaginó el mundo terrenal como un valle de sufrimiento en contraposición al más allá de la vida eterna en la teología cristiana. La "voluntad de poder" y el "eterno retorno" fueron conceptos fundamentales en su filosofía.

Rompió con la noción hegeliana de la historia como una crónica de la racionalidad y consideró el exceso de historia como hostil y peligroso para la vida, ya que limitaba la acción humana.

Se opuso a la idea de que los eventos históricos instruyeran a los hombres a no repetirlos, y su teoría del eterno retorno implicaba un asentimiento ante las "destrucciones del mundo" cíclicas.

El "superhombre nietzscheano" no era alguien cuya voluntad deseara dominar, sino alguien que buscaba crear, dar forma y valorar. Nietzsche fue un crítico de la democracia y el totalitarismo, abogando por una nueva élite no corrompida por el cristianismo y el liberalismo. Su filosofía influyó profundamente en la cultura occidental.

Sobre la obra: "Humano, demasiado humano".

"Humano, demasiado humano", un libro para espíritus libres ("Menschliches, Allzumenschliches" Ein Buch für freie), fue la primera obra de Friedrich Nietzsche después de romper con el romanticismo de Richard Wagner y el pesimismo de Arthur Schopenhauer. No fue bien recibido por la crítica de la época, lo que hizo que solo se vendieran 120 copias en el primer año de su publicación.

Es una obra compuesta por aforismos, con un índice remisible, en la que Nietzsche presenta las ideas que serían refinadas en sus obras posteriores. Por lo tanto, es fundamental para aquellos que desean comprender la evolución del pensamiento nietzscheano y su legado.

Fue publicado en 1878, el año del centenario de la muerte de Voltaire, a quien dedica en la primera página. También se mencionan de manera positiva Homero, Schopenhauer (con reservas) y Goethe.

En esta obra, el autor se sumerge en la filosofía y la epistemología, haciendo estallar las realidades eternas y las verdades absolutas, y nos advierte sobre la inutilidad de la metafísica en el futuro. Busca definir el concepto de espíritu libre, es decir, aquel que piensa de manera diferente a lo que se espera de él: el hombre del futuro.

Nietzsche sacude a la humanidad en este libro, que es un resumen de la historia de la filosofía y el nacimiento de la ciencia. Según él, la humanidad no ha cumplido su papel de crear espíritus verdaderamente libres, en resumen, aboga por que el hombre necesita redescubrirse a sí mismo.

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

CAPÍTULO I

De las primeras y últimas cosas 1. Química de las ideas y de los sentimientos. – Los problemas filosóficos revisten hoy las mismas formas que hace dos mil años: ¿cómo puede nacer una cosa de su contraria, por ejemplo, lo razonable de lo irracional, lo sensible de lo muerto, la lógica del ilogismo, la contemplación desinteresada del deseo avaro, el altruismo del egoísmo, la verdad del error? La filosofía metafísica, para vencer esta dificultad, se ha valido hasta hoy de la negación de que una cosa naciera de otra, y aceptando para las de alto valer un origen milagroso: la separación del núcleo y la de la esencia de «la cosa en sí». La filosofía histórica, el más reciente de los sistemas filosóficos, que no puede concebirse separado de la ciencia natural, descubre casos particulares y verosímilmente derivará de ellos esta conclusión primordial: que no existen cosas contrarias, sino la exageración habitual de la concepción popular o metafísica, y que la base de esta pregonada oposición está en un error de raciocinio.

Conforme a sus explicaciones, no hay, en sentido estricto, ni conducta altruista, ni contemplación enteramente desinteresada, puesto que ambas son sublimaciones, en que el elemento fundamental parece casi volatizado y no revela su presencia hasta que no se hayan hecho más sutiles observaciones. Todo lo que necesitamos, y que afortunadamente se nos puede ofrecer hoy por primera vez, merced al nivel de las ciencias particulares, es una química de las representaciones y de los sentimientos morales, religiosos, estéticos, y de las emociones que sentimos en las relaciones grandes y pequeñas de la civilización y de la sociedad, y tal vez hasta en el destierro. ¿Pero para qué, si esa química tiende a demostrar que en su dominio aun los colores magníficos son producto de materias viles, casi despreciadas? ¿Sentirán satisfacción muchas personas en continuar tales investigaciones? La humanidad procura alejar de su pensamiento todas las cuestiones de origen y de principios: ¿no es necesario estar separado de ella para sentir inclinación opuesta?

2. Pecado original de los filósofos — Todos los filósofos tienen en su activo esta falta común: partir del hombre actual y pensar que en virtud del análisis pueden llegar hasta el fin propuesto. Involuntariamente, se representan al hombre como una aeterna veritas, como elemento fijo en todas las variantes, como medida cierta de las cosas. Pero todo lo que el filósofo enuncia respecto del hombre, es un testimonio acerca del hombre mismo en relación a un espacio de tiempo muy limitado. La falta de sentido histórico es el pecado original de los filósofos; muchos llegan hasta tomar en su ignorancia, como forma fija de que es necesario partir, la forma más reciente del hombre, tal como se ha producido bajo la influencia de religiones determinadas y aun de tales o cuales sucesos políticos. No quieren comprender que el hombre, que la propia facultad de conocer, es resultado de una evolución, sin que falten algunos que hacen derivar el mundo entero de esta facultad de conocer. Lo esencial del desenvolvimiento humano ha pasado en tiempos remotos, muy anteriores a estos cuatro mil años que conocemos; en éstos puede ser que el hombre no haya cambiado mucho Pero el filósofo ve «instintos» en el hombre actual, y admite que estos instintos corresponden a cifras y cálculos inmutables en relación a la humanidad y que pueden darle una clave para la inteligencia del mundo general; la teología está construida sobre este hecho; hablan del hombre de los cuatro mil años últimos como de un hombre eterno, con el cual tienen desde su principio relación directa natural todas las cosas del mundo. Pero todo ha evolucionado; no existen hechos eternos ni verdades absolutas. Por eso la filosofía histórica es para en adelante una necesidad, si la acompaña la virtud de la modestia.

3. Estimación de las verdades sin apariencia — Muestra de alta civilización es tener más estimación por las verdades sin apariencia encontradas con un método severo, que de los errores benéficos y deslumbradores que se derivan de edades y de hombres metafísicos y artistas. De pronto se tiene contra las primeras la injuria en los labios, como si no pudiera encontrarse igualdad de derechos entre ellas; tan honradas, modestas tranquilas, humildes aun en apariencia son éstas, como hermosas, brillantes, ruidosas, quizá hasta beatíficas aquellas. Pero lo que se ha conquistado tras ardorosa lucha, durable y por lo mismo nutrida de consecuencia para todo conocimiento ulterior, es sin duda lo más valioso; sostenerse en ellos es viril y da muestra de valor, de honradez y de temperancia. Poco a poco, no sólo el individuo, sino la humanidad, se eleva a esta virilidad, cuando se acostumbra a tener más alta estimación por los conocimientos seguros duraderos, y ha perdido la creencia en la inspiración y en la comunicación milagrosa de las verdades.

Los adoradores de las formas, con su escala de lo bello y lo sublime, tendrán de pronto razones para ridiculizar, desde que comienza a prevalecer la estimación de las verdades sin apariencia y el espíritu científico; pero es porque su vista no está todavía abierta a la atracción de la forma más simple, o porque los hombres educados en este espíritu tardan mucho en compenetrarse con él, íntima y plenamente, mientras que sin pensar en ello van todavía tras las viejas formas (y esto malamente, como lo hace quien no tiene mucho interés por una cosa). Antes, el espíritu no se hallaba confinado en un estricto método de pensar; entonces su actividad consistía en preparar bien los símbolos y las formas. Esto ha modificado ya: toda aplicación seria del simbolismo se tiene ahora como carácter de una civilización inferior. Del mismo modo que hasta nuestras artes se hacen más intelectuales y nuestros sentidos más espirituales, y del mismo modo que, por ejemplo, se juzga hoy de manera diversa, respecto a lo que aparece bien a los sentidos, de lo que se juzgaba hace cien años, así también las formas de nuestra vida se hacen cada vez más espirituales, más feas quizá para la vista de las edades anteriores, porque no eran capaces de ver cómo el imperio de la belleza interior espiritual va siendo sin cesar más profundo, más amplio, y en qué medida todos nosotros hoy podemos dar mayor valor a la visión espiritual interior, que a la composición más bella o al edificio más sublime.

4. Astrología y sus análogos — Es perfectamente verosímil que los objetos del sentimiento religioso, moral, estético y lógico no pertenezcan sino a la superficie de las cosas, mientras que el hombre cree de buen grado que por lo menos toca el corazón del mundo, y se hace esta ilusión porque las cosas le brindan tan profundo bienestar y tan profundo infortunio, que le mueven a tener el mismo orgullo que si se ocupara de astrología. Juzga ésta que el cielo estrellado cambia en presencia de la suerte de los hombres; el hombre moral, por su parte, supone que le toca esencialmente al corazón, debe ser también la esencia y el corazón de las cosas.

5. Desestimación del sueño — Durante el sueño, el hombre, en las épocas de civilización y rudimentaria, aprende a conocer un segundo mundo real; tal es el origen de toda metafísica. Sin el sueño no habría ocasión de distinguir el mundo. La división en alma y cuerpo está también, ligada a la concepción antigua del sueño, del mismo modo que la creencia en una envoltura aparente del alma es el origen de la creencia en los espíritus y acaso también en la de los dioses. «Lo muerto continúa viviendo, pues se presente en los vivos durante el sueño»; así se razonaba en otro tiempo, razonamiento que duró millares de años.

6. El espíritu de la ciencia es grande en el detalle, no en el todo — Los dominios menores separados de la ciencia se tratan de una manera puramente objetiva; las ciencias generales, por el contrario, se proponen, consideradas como un todo, traer a la mente esta cuestión –cuestión en verdad puramente ideal: – ¿para qué? ¿con qué objeto? Como consecuencia de esta preocupación por la utilidad, son las ciencias tratadas en el conjunto menos impersonalmente que en sus partes. Luego, como la filosofía se halla en la cúspide de las ciencias, la cuestión de la utilidad del conocimiento en general se encuentra involuntariamente realzada y toda filosofía tiene inconscientemente necesidad de atribuirle la utilidad más alta. Así es como existe en todas las filosofías t tanto temor a las soluciones de la física que aparecen insignificantes, aunque el conocimiento de la vida se debe aparecer tan grande como sea posible. De ahí el antagonismo entre los dominios científicos particulares y la filosofía. La última quiere lo que quiere el arte, dar a la vida y a la acción la mayor profundidad posible y la mayor significación; en los primeros se busca el conocimiento y nada más, como algo que de ellos debe emanar. No existe hasta aquí filósofo para quien la filosofía no sea apología del conocimiento; a éste debe darse la mayor utilidad. Están tiranizados por la lógica y la lógica es optimismo.

7. El perturbador de la fiesta en la ciencia — La filosofía se separó de la ciencia cuando propuso esta cuestión: ¿cuál es el conocimiento del mundo y de la vida con el que el hombre vive más dichoso? Hízose esto en las escuelas socráticas; por la consideración de la dicha, se ligaron las venas de la investigación científica, y hoy se hace así todavía.

8. Interpretación neumática de la Naturaleza — La metafísica de una interpretación neumática de la Naturaleza, semejante a la que la Iglesia y sus sabios dieron de la Biblia en otro tiempo. Se necesita mucha inteligencia para aplicar a la Naturaleza el mismo género de interpretación que los filólogos han establecido para todos los libros, proponiéndose comprender simplemente lo que en el texto quiere decir, y no investigar un doble sentido, ni aun suponerlo siquiera. Pero así como en lo que toca a los libros la mala manera de interpretar no está completamente vencida, y hasta en la sociedad más culta se hecha mano de los restos de explicación alegórica y rústica, así también pasa en lo que toca a la Naturaleza, y aun algo peor.

9. Mundo metafísico — Podría existir un mundo metafísico; su posibilidad absoluta apenas puede discutirse. Estudiamos todas las cosas con la cabeza de hombre y no podemos cortar esta cabeza; pero queda pendiente la cuestión de lo que sería el mundo si se hubiera llegado a cortar aquélla. Este es un problema puramente científico, y no muy propio ciertamente para preocupar a los hombres; pero todo lo que les han producido las hipótesis metafísicas, temibles, agradables, lo que han creado en ellos, es pasión, error y engaño de sí mismos. Son las peores métodos de conocimiento, los que han enseñado a creer en esas hipótesis. Desde que se revelaron estos sistemas como fundamento de todas las religiones y metafísicas existentes, se les refutó. A pesar de todo, la referida posibilidad subsiste siempre; pero de ella no se puede sacar nada, salvo que se quiera hacer depender la felicidad, la salud y la vida de los hilos de araña de semejante posibilidad. Puesto que no se puede explicar nada del mundo metafísico, sino que es diferente de nosotros, diferencia que nos es inaccesible, incomprensible, sería una cosa de atributos negativos. La existencia de semejante mundo, aun cuando fuese lo mejor probado, nos dejaría establecido que su conocimiento es entre todos los conocimientos el menos importante; es más indiferente para nosotros todavía que para el navegante, en medio de una tempestad, el conocimiento del análisis químico del agua.

10. Inocuidad de la metafísica en lo porvenir — Desde el momento en que la religión, el arte y la moral se describen en su origen de manera que pueden explicarse completamente sin recurrir a la adopción de conceptos metafísicos ni en su principio ni en su curso, cesa el gran interés que despierta el problema puramente teórico de «la cosa en sí» y de la «apariencia». Porque como quiera que sea, con la religión, el arte y la moral no tocamos a la esencia del mundo en sí. Estamos en el dominio de la representación, y ninguna intuición puede hacernos avanzar. Muy tranquilamente abandonará la cuestión de saber cómo nuestra imagen del mundo puede diferir tanto del mundo establecido por el razonamiento en la filosofía y en la historia de la evolución de los organismos y de las ideas.

11. El idioma como pretendida ciencia — La importancia del idioma para el desenvolvimiento de la civilización, estriba en que el hombre ha colocado un mundo propio al lado del otro, posición que juzgaba bastante sólida para levantar desde ella el resto del mundo sobre sus goznes y hacerse dueño de él. Porque el hombre ha creído durante largo espacio de tiempo en las ideas y en los nombres de las cosas, como en ceterne veritates, se ha atribuido este orgullo, con el cual se elevaba sobre la bestia; pensaba en realidad tener en el lenguaje el conocimiento del mundo. El creador de palabras no era bastante modesto para creer que no hacía más que dar nombres a las cosas; se figuraba, por el contrario, expresar por medio de las palabras la ciencia más alta de las cosas; en el techo, el lenguaje es el primer grado de esfuerzo hacia la ciencia. La fe en la verdad encontrada es la fuente de donde derivan su fuerza los poderosos. Muy tarde, casi en nuestros días, los hombres comienzan a entrever el monstruoso error que han propagado con su creencia en el lenguaje. Por fortuna, es demasiado tarde para que esto determine un retroceso en la evolución de la razón que descansa en esta creencia. La lógica también descansa sobre cuestiones a las que nada responde en el mundo, por ejemplo, la verdad de las cosas, la identidad de la misma cosa en diferentes puntos del tiempo; pero esta ciencia ha nacido de la creencia opuesta (que existían ciertamente cosas de este género en el mundo real). Lo mismo sucede con las matemáticas, que seguramente no habrían nacido si se hubiera sabido desde el primer momento que no hay en la Naturaleza ni línea exactamente recta, ni círculo verdadero, ni grandeza absoluta.

12. El sueño y la civilización — La función del cerebro que más se altera con el sueño es la memoria, no porque se suspenda enteramente, sino porque durante él se halla en un estado de imperfección semejante al que debió tener el hombre en los primeros tiempos de la humanidad, en la vigilia. Caprichosa y confusa como es, confundo perpetuamente las cosas por razón de los puntos de semejanza más insignificantes, pero tan caprichosamente como los pueblos inventaban sus mitologías; aun hoy, los viajeros pueden observar la tendencia de los salvajes a olvidarlo todo; que su espíritu, después de pequeño esfuerzo de memoria, comienza a vacilar, y que, por puro decaimiento, no da de sí sino mentiras y absurdos. En el sueño nos asemejamos todos a los salvajes. El reconocimiento imperfecto y la asimilación errónea son la causa del mal razonamiento de que nos hacemos culpables en el sueño, hasta el extremo de que ante la lúcida representación de un sueño tenemos miedo de nosotros mismos, ocultamos tanta y tanta locura. La perfecta claridad de todas las representaciones en el sueño, que descansa en la creencia absoluta en su realidad, nos recuerda los estados de la humanidad anterior, en los que al alucinación era frecuente y se enseñoreaba de tiempo en tiempo de comunidades enteras a la vez y aun de pueblos enteros. Así, en el sueño rehacemos una vez más la tarea de la humanidad anterior.

13. Lógica del sueño — Durante el sueño el sistema nervioso se encuentra continuamente excitado por múltiples causas interiores; casi todos los órganos se separan y se ponen en actividad: la sangre realiza su impetuosa revolución, la posición del que duerme comprime ciertos miembros, las mantas influencian sus sensaciones de diversas maneras, el estómago digiere y agita con sus movimientos otros órganos, los intestinos se tuercen, la situación de la cabeza produce estados musculares no acostumbrados: los pies, sin calzado, no hollando el suelo con la planta, ocasionan el sentimiento de lo no acostumbrado, del mismo modo que el diferente vestido de todo el cuerpo; todo, según su cambio, su grado cotidiano, conmueve por su carácter extraordinario el sistema, hasta el funcionamiento del cerebro; y así, hay cien motivos de admiración para el espíritu al buscar las razones de esa emoción; pero el sueño es el inquirimiento y representación de las causas de las impresiones así despertadas, es decir, de las causas supuestas. El que, por ejemplo, se envuelve los pies en dos fajas, puede soñar que dos serpientes se le enroscan: esto es primeramente una hipótesis, luego una creencia, acompañada de la representación e invención de forma. –«Estas serpientes deben ser la causa de la impresión que siento durmiendo»; – así juzga el espíritu del durmiente. El pasado próximo, así encontrado por razonamiento, se le pone delante por la excitada imaginación. Todos sabemos por experiencia con qué rapidez introduce el hombre que sueña un sonido fuerte que llega, por ejemplo, el toque de las campanas, los cañonazos, en la trama de su sueño; es decir, saca de ella la explicación al revés, si bien pensando experimentar primero las circunstancias ocasionales y después el mismo sonido. Pero ¿cómo puede ser que el espíritu de los soñadores dé siempre en falso, siendo así que ese mismo espíritu durante la vigilia, tiene el hábito de ser tan reservado, tan prudente, tan escéptico en todo lo que se relaciona con las hipótesis? ¿Cómo puede ser que llegue hasta el punto de que la primera hipótesis que se le aparezca para la explicación de una sensación, le basta para creer incontinenti en su verdad? (puesto que nosotros durante el sueño creemos en los sueños como si fueran una realidad; es decir, que tenemos nuestra hipótesis como completamente demostrada). Pienso que de la misma forma con que el hombre saca hoy sus conclusiones durante el sueño, así concluía también la humanidad, aun en la vigilia, durante no pocos millares de años: la primera causa que se presentaba al espíritu para explicar alguna cosa que tenía necesidad de explicación le bastaba y pasaba como verdad. (Es lo que hacen todavía los salvajes, según los relatos de viajeros.) En el sueño continúa actuando en nosotros aquel tipo muy antiguo de la humanidad, por es el fundamento sobre el cual se ha desarrollado la razón superior y se desarrolla todavía en cada hombre: el sueño nos hace volver a lejanos estados de la civilización humana, y pone en nuestras manos un medio de comprenderlos. Si durante largos períodos de la evolución de la humanidad hemos sido adiestrados en esta forma de agitación fantástica de la primera idea que surge. Así, el sueño es una recreación para el cerebro, que durante el día satisface las severas exigencias del pensamiento, tales como han sido establecidas por la civilización superior. Hay un fenómeno hermoso en la inteligencia despierta. que podemos tomar en consideración como pórtico y vestíbulo del sueño. Si cerramos los ojos, el cerebro produce una multitud de impresiones de luz y de color, semejantes realmente a una especie de resonancia y de eco de todos los efectos luminosos que durante el día actúan sobre él. Hay más; la inteligencia, de acuerdo con la imaginación, elabora bien pronto de estos juegos de colores, de suyo informes, figuras determinadas, personajes, paisajes, grupos animados.

El fenómeno particular que acompaña este hecho es, además, una especie de conclusión del efecto por la causa; mientras el espíritu inquiere de dónde vienen tales impresiones de luz y de colores, supone como causas esas mismas figuras, esos personajes; desempeñan para él el papel de ocasión de los colores y las luces, porque en el día, y con los ojos abiertos, está habituado a encontrar para cada color, para cada impresión de luz, una causa ocasional. Entonces, la imaginación le suministra constantemente imágenes, tomándolas de prestado a las impresiones visuales del día. Eso es justamente lo que hace la imaginación en el sueño; lo que significa que la pretendida causa es deducida del efecto y presupuesta después del efecto, y todo con extraordinaria rapidez, si bien entonces, como pasa al ver un prestidigitador, puede nacer de confusión de los juicios, y una sucesión interpretarse como algo simultáneo, y viceversa. Podemos deducir de estos fenómenos, cuan tardíamente el pensamiento lógico, un poco preciso, la indagación severa de la causa y el efecto, se han desarrollado, si nuestras funciones intelectuales y racionales, aun ahora, vuelven a las formas primitivas de razonamientos, y si vivimos quizá la mitad de nuestra vida en ese estado. También el poeta, el artista, supone causas que no son del todo verdaderas; se acuerda en esto de la humanidad anterior y nos ayuda a comprenderla.

14. Resonancia simpática — Todas las disposiciones algo fuertes llevan consigo cierta resonancia de impresiones y de disposiciones análogas; excitan igualmente la memoria. Se despierta en nosotros, con motivo de ellas, el recuerdo de alguna cosa y la conciencia de estados semejantes y de su origen. Formándose así rápidas asociaciones habituales de sentimientos y pensamientos, que, en último término, cuando se siguen con la viveza del relámpago no son percibidos como complejas, sino como unidades. En este sentido se habla del sentimiento moral, del sentimiento religioso, como si fueran puras unidades, cuando en realidad son corriente de cien manantiales. En esto, pues, como tan frecuentemente pasa, la unidad de la palabra no da ninguna garantía de la unidad de la cosa.

15. Nada de fuera ni de dentro en el mundo — Del mismo modo que Demócrito transportaba los conceptos de arriba y de abajo al espacio infinito, en el que carecen de sentido, así también los filósofos en general transportan el concepto de dentro y de fuera a la esencia y a la apariencia del mundo; piensan que por sentimientos profundos puede penetrarse él lo interior, que nos acercamos al corazón de la Naturaleza. Pero estos sentimientos son profundos solamente en tanto que con ellos, de una manera apenas sensible, son regularmente excitados ciertos grupos complejos de pensamiento que nosotros llamamos profundos: un sentimiento es profundo porque tenemos como profundo los sentimientos que lo acompañan. Pero el pensamiento profundo puede, con todo, estar muy lejano de la verdad, como por ejemplo, todo pensamiento metafísico; si quitamos del sentimiento profundo los elementos de pensamiento que se ha entremezclado en él, queda el sentimiento fuerte, y éste para el conocimiento no se garantiza más que a sí mismo, de igual suerte que la creencia fuerte no prueba sino la fuerza, no la verdad de lo que se cree.

16. La apariencia y la cosa en sí — Los filósofos han acostumbrado a colocarse delante de la vida y de la experiencia –delante de lo que llaman el mundo de la experiencia– como delante de un cuadro desarrollado que representa inmutablemente, invariablemente, la misma escena; esta escena, piensan ellos, debe ser bien explicada para deducir de ella una conclusión sobre el ser que ha producido el cuadro; de este efecto van a la causa, partiendo de lo incondicionado, que se mira siempre como razón suficiente del mundo de la apariencia. Contra esta idea se debe, tomándola en su concepto metafísico exactamente por el de lo incondicional, y consecuentemente también de lo incondicionado (el mundo metafísico) y el mundo conocido de nosotros; si bien que en la apariencia no aparezca, absolutamente la cosa en sí y que toda conclusión de una a la otra deba rechazarse.

De un lado no se tiene en cuenta este hecho: que el cuadro –lo que para nosotros, hombres, se llama actualmente vida y experiencia– ha llegado poco a poco a ser lo que es, que se halla todavía hoy en el periodo del desarrollo, y que por esta razón no debería ser considerado como una grandeza estable, de la cual pueda tenerse derecho para deducir, o simplemente separar, conclusión alguna sobre su creador (la causa suficiente). Porque nosotros venimos mirando el mundo desde hace miles de años con pretensiones morales, estéticas, religiosas, con una ciega inclinación, pasión o temor, y formado nuestro bagaje de las impertinencias del pensamiento ilógico, es por lo que el mundo ha llegado a ser poco a poco tan maravillosamente pintarrajeado, terrible, profundo de sentido, lleno de alma: ha sido coloreado, pero nosotros hemos sido los coloristas; la inteligencia humana, por causa de los apetitos humanos, de las afecciones humanas, ha hecho aparecer esta «apariencia», y transportado a las cosas sus concepciones fundamentalmente erróneas. Tarde, muy tarde se ha puesto a reflexionar: y ahora el mundo de la experiencia y la cosa en sí le parecen tan extraordinariamente diversos y separados, que rechaza la conclusión de aquél a ésta, o reclama de una manera misteriosa, capaz de hacer estremecer, la abdicación de nuestra

inteligencia, de nuestra voluntad personal, para llegar a la esencia por esta vía, para hacerse esencial, A la inversa, otros han reunido todos los rasgos característicos de nuestro mundo de la apariencia, es decir, de la representación del mundo salida de los errores intelectuales, y transmitida a nosotros por herencia, y en vez de acusar a la inteligencia, han hecho responsable a la esencia de las cosas, a título de causa de ese carácter real tan inquietante del mundo, y predicado la manumisión del Ser. Por todos estos conceptos, la marcha constante y penosa de la ciencia, celebrando, por fin, alguna vez su más completo triunfo, en una historia de la génesis del pensamiento, llegará a su fin de un modo definitivo, cuyo resultado podría conducir a esta proposición: lo que llamamos actualmente el mundo, es el resultado de multitud de errores y fantasías, que han nacido poco a poco en la evolución del conjunto de los seres organizados, se han entrelazado en esa creencia y nos llegan ahora por herencia como tesoro acumulado en todo el pasado, como un tesoro, sí, pues el valor de nuestra humanidad se funda en eso. De este mundo de la representación, la ciencia puede libertarse en realidad solamente en una medida mínima, aunque, por otra parte, no sea ello muy de desear, por el hecho de que no puede destruir radicalmente la fuerza de los antiguos hábitos de sentimiento, pero puede iluminar muy progresivamente, y paso a paso, la historia de la génesis de este mundo como representación, y elevarnos, a lo menos por algunos instantes, por encima de toda serie de los hechos. Acaso reconociéramos entonces que la cosa en sí es digna de una carcajada homérica; que parecía ser tanto, quizá todo, y que, sin embargo, es propiamente vacía, en especial de sentido.

17. Explicaciones metafísicas — El joven se apodera de las explicaciones metafísicas porque le muestran en las cosas que encontraba desagradables o despreciables algo que puede tener interés, y si está descontento en sí mismo acaricia este sentimiento cuando reconoce el íntimo enigma del mundo o la miseria del mundo en lo que tanto reprueba en sí. Sentirse irresponsable y encontrar al mismo tiempo mayor interés en las cosas, es para él un doble beneficio que debe a la metafísica. Más tarde, es cierto, desconfiará de todos esos géneros de explicación metafísica, dándose cuenta de que los mismos efectos puede alcanzarlos tan bien y más científicamente por otro camino, de que las explicaciones físicas e históricas nos traen por lo menos sentimientos de alivio personal y que el interés por la vida y sus problemas toma en ellas quizá mayor intensidad.

18. Cuestiones fundamentales de la metafísica — Una vez escrita la historia de la génesis del pensamiento, la siguiente frase de un lógico distinguido se iluminará nuevamente: «La ley general original del sujeto cognoscente consiste en la necesidad interior de reconocer todo objeto en sí, en su esencia propia, como idéntico a él, existente por él mismo, y que permanece en el fondo siempre semejante e inmóvil; en resumen, como una substancia.» Aun esta ley, llamada aquí «original», es también resultado de un cambio; algún día se demostrará cómo nace esta tendencia poco a poco en los organismos inferiores; como los débiles ojos de los topos, de esas organizaciones, no ven de pronto sino lo siempre idéntico; cómo cuando las diversas emociones de placer y de disgustos se hacen más sensibles, poco a poco van distinguiéndose diversas substancias, pero cada una con un solo atributo, es decir, una relación única con tal organismo. El primer grado de la lógica es el juicio, cuya esencia consiste, según la afirmación de muchos lógicos, en la creencia. Toda creencia tiene por fundamento la sensación de lo agradable o de lo desagradable, con relación al sujeto que siente. Una tercera sensación nueva, resultado de dos sensaciones aisladas precedentes, es el juicio en su forma más inferior. A nosotros, seres organizados, no nos interesa el origen de cada cosa sino en su relación con lo que atañe al placer y al sufrimiento. Entre los momentos en que tenemos conciencia de esta relación, entre los estados de sensación, hay momentos de reposo, de no sensación; entonces el mundo y todo lo que existe carece de interés para nosotros, no vemos en ellos modificación alguna (nos encontramos a la manera de un hombre que en el momento en que se halla vivamente interesado por algo no nota que alguien pasa cerca de él). Para las plantas, todas las cosas son de ordinario inmóviles, eternas, cada cosa idéntica a ella misma. De su período de organismo inferior el hombre ha heredado la creencia de que hay cosas idénticas (sólo la experiencia, formada por la más alta ciencia, contradice esta proposición). La creencia primitiva de todo ser organizado en sus principios, es tal vez la de que todo el resto del mundo es uno e inmóvil. Lo que hay más alejado relativamente de este grado primitivo de lógica, es la idea de causalidad; cuando el individuo que siente se observa a sí mismo, toma cualquier sensación, cualquier modificación, por algo aislado, es decir, incondicional, independiente: surge de nosotros sin vínculo alguno con la anterior o la ulterior. Tenemos hambre, pero no pensamos en su origen, en que el organismo necesita ser mantenido; la sensación parece que se deja sentir sin razón ni fin, se aísla y se la tiene como arbitraria. Del mismo modo, la creencia en la libertad del querer es un error original de todo ser organizado, que se remonta hasta el momento en que las emociones lógicas existen en él; la creencia en las substancias incondicionales y en las cosas semejantes es también otro error tan antiguo como el de todo ser organizado. Por consiguiente, una vez expuesto que la metafísica se ha ocupado principalmente de las substancias y de la libertad del querer, bien puede tenérsela por la ciencia que trata de los errores fundamentales del hombre, pero como si fuesen verdades fundamentales.

19. El número — El descubrimiento de las leyes del número se ha fundamentado sobre la base del error, ya reinante desde su origen, de que habría muchas cosas idénticas (pero en el hecho no hay nada idéntico), o por lo menos de que existirían cosas (pero no hay «cosas»). La sola noción de pluralidad supone que ya existe algo que se presenta muy repetidas veces; en ello cabalmente está el error, pues entonces imaginamos seres, unidades, que no tienen existencia. Nuestras sensaciones del tiempo y del espacio son falsas, pues nos conducen, si se las examina, a contradicciones lógicas. En todas las afirmaciones científicas hay inevitablemente algunas falsas grandezas; pero como estas grandezas son de lo menos constantes (por ejemplo, nuestra sensación del tiempo y del espacio), los resultados de la ciencia no adquieren tampoco exactitud y seguridad completas en sus relaciones mutuas; puede continuarse con ellas hasta el momento en que las suposiciones fundamentales equivocadas, esas faltas constantes, entren en contradicción con los resultados, por ejemplo, en la teoría atómica. Entonces nos hallamos obligados a admitir una cosa o un «substrato» material en movimiento, mientras que el procedimiento científico ha perseguido justamente la tarea de resolver todo lo que tiene el aspecto de una cosa (materia) en movimiento; nosotros separamos una vez más con nuestra sensación el motor de lo movido y no salimos de este círculo, porque la creencia en las cosas se encuentra infundida en nuestro ser desde la antigüedad. Lo de Kant: «La razón no tiene la fuente de sus leyes en la Naturaleza, sino que se las prescribe», es una gran verdad en relación al concepto de la Naturaleza, que nos hallamos obligados a ligar a ella. (Naturaleza, mundo, en tanto es representación, es decir, en tanto que es error), pero que es la totalización de multitud de errores de la inteligencia. En un mundo que no es nuestra representación, las leyes de los números son completamente inaplicables: sólo tienen valor en el mundo del hombre.

20. Hacia atrás — Alcanza el hombre un grado muy elevado de cultura cuando llega a sobreponerse a las ideas y las inquietudes religiosas; cuando, por ejemplo, deja de creer en el ángel de la guarda o en el pecado original y se ha olvidado de la salvación de las almas: una vez llega este grado de liberación, tiene todavía que triunfar, a costa de los más heroicos esfuerzos de su inteligencia, de la metafísica. Entonces es necesario un movimiento de retroceso; es necesario que tome tales representaciones su justificación histórica y psicológica; le es necesario reconocer como lo mejor de la humanidad ha venido de allí, y como, sin movimiento de retroceso, nos despojaríamos de los productos más elevados de la humanidad. En lo que atañe a la metafísica filosófica, veo ahora mayor número de hombres inclinados al fin negativo (que toda metafísica positiva es un error), pero a muy pocos que retrocedan; parece como que se vieran por encima de los últimos grados de la escala. Los videntes ven lo bastante lejos para independizarse de la metafísica.

21. Victoria conjetural del escepticismo — Admitamos por un momento el punto de vista escéptico: supuesto que no existe otro mundo metafísico, y que todas las explicaciones suministradas por la metafísica del único mundo conocido por nosotros nos sean inútiles, ¿cómo ver los hombres y las cosas? Esta es una de las cosas que podrían ser útiles, aun en el caso de que la cuestión de saber si probaron algún cálculo metafísico Kant y Schopenhauer, fuese alguna vez descartada. Pues es muy posible, según la verosimilitud histórica, que los hombres lleguen a ser escépticos en este sentido. Otra cuestión: ¿cómo se arreglará la sociedad humana bajo la influencia de tales convicciones? Quizá la prueba científica de algún mundo metafísico, cualquiera que lo sea, es ya tan difícil, que la humanidad no llegará jamás a mayor desconfianza. Y si se desconfía de la metafísica se sacan las mismas consecuencias que si fuese directamente refutada y no se tuviese el derecho de creer ya en ella. La cuestión histórica, tocando una convicción no metafísica de la humanidad, permanece idéntica en ambos casos.

22. Incredulidad en «el monumentum aere perenius» — Una desventaja que trae consigo la desaparición de las miras metafísicas, consiste en que el individuo restringe demasiado su mirada a su corta existencia y no siente ya fuertes impulsos por trabajar en instituciones duraderas; quiere coger él mismo los frutos del árbol que exigen cultivo especial durante siglos y que están destinados a cubrir con su sombra a muchas generaciones. Pues las miras metafísicas dan la creencia de que en ellas se encuentra el último fundamento valedero y legítimo sobre el cual tiene que establecerse y edificarse necesariamente en adelante el porvenir de la humanidad; el individuo da un gran paso adelante en la senda de su salvación, cuando, por ejemplo, funda una iglesia o un monasterio; esto lo será –piensa él– contado y puesto en su haber en la eterna vida de las almas; es trabajar por la salvación eterna de las almas. ¿Puede la ciencia despertar semejante creencia en sus resultados? La ciencia emplea como a sus más fieles asociados la duda y la desconfianza; con el tiempo, sin embargo, la suma de verdades intangibles, es decir, que sobrevivan a todas las tempestades del escepticismo, a todos los análisis, puede hacerse bastante grande (por ejemplo, en la higiene de la salud), para que alguien se determine a fundar obras «eternas». Entretanto el contraste de nuestra existencia efímera, agitada por el reposo de largo aliento de las edades metafísicas, trabaja todavía con demasiado vigor, porque las dos épocas están aún muy cercanas; el hombre aislado tiene que examinar demasiadas evoluciones interiores y exteriores para que se atreva a establecer nada que no sea para su propia existencia de manera durable y de una vez por todas. Un hombre completamente moderno, que quiere, por ejemplo, construirse una casa, siente del mismo modo que sentiría si quisiera, estando vivo, meterse en un mausoleo.

23. Edad de la comparación — Cuanto menos encadenado están los hombres por la herencia, mayor se hace el movimiento interior de sus motivos, mayor a su vez, por correspondencia, la agitación exterior, la penetración recíproca de los hombres, la polifonía de los esfuerzos. ¿Para quién existe actualmente todavía la obligación estricta de vincularse, él y su descendencia, a una localidad? ¿Para quién existe, de una manera general, ningún vínculo estrecho? Pues del mismo modo que todos los estilos del arte son imitados los unos de los otros, así también lo son todos los grados y los géneros de moralidad, de costumbres, de civilizaciones. Esta época toma su significación de que en ella las diversas concepciones del mundo, costumbres, civilizaciones, pueden ser compradas y vivir las unas al lado de las otras, cosa que en otro tiempo no era posible fuera de la dominación siempre localizada de cada civilización, por causa de la vinculación de todos los géneros de estilo artístico al lugar y al tiempo. Hoy, un aumento del sentimiento estético decidirá definitivamente entre las múltiples formas que se ofrecen a la comparación: ésta dejará perecer a la mayor parte, a todas las que sean rechazadas por ese sentimiento. Del mismo modo hay también hoy lugar para hacer una elección en las formas y costumbres de la moralidad superior, cuyo fin no puede ser otro que el anonadamiento de las moralidades inferiores. ¡La edad de la comparación! Este es su orgullo, pero también su desgracia. No nos aterremos por esta desgracia. Formémonos, por el contrario, del deber que nos impone esta edad, una idea elevada: así nos bendecirá la posteridad, una posteridad que se conocerá tan superior a las civilizaciones originales de los pueblos encerrados dentro de sí mismos, como a la civilización de la compensación, pero que mirará con reconocimiento a esas dos clases de civilización como a respetables antigüedades.

24. Posibilidad del progreso — Un sabio de la cultura lleva razón al no frecuentar el trato de hombres que creen en el progreso. Puesto que la cultura antigua tiene detrás de sí su grandeza y su bien, y la educación histórica obliga al individuo a confesar que no recobrará jamás su lozanía, es necesaria una obcecación de espíritu intolerable, un insoportable prejuicio para negarlo. Pero los hombres pueden decidir con plena conciencia de su desarrollo para en adelante por una cultura nueva, mientras que antes era inconscientemente y al azar como se desarrollaban: hoy pueden condicionar mejor la producción de hombres, su alimentación, su educación, su instrucción, organizar económicamente el conjunto y la destrucción de la tierra, pesar y ordenar las fuerzas de los hombres en general, los unos en relación a los otros. Esta nueva cultura consciente mata a la antigua, que, considerada en conjunto, trajo una vista inconsciente de bestia y de vegetal; mata también la desconfianza en el progreso, es posible. Quiero decir: es un juicio precipitado y falto casi de sentido el creer que el progreso debe necesariamente salir adelante; pero ¿cómo se podría negar que sea posible? Por el contrario, un progreso en el sentido y por la senda de la cultura antigua, no es siquiera concebible. La fantasía romántica emplea la palabra «progreso», hablando de sus fines (por ejemplo, de las civilizaciones de los pueblos originales y determinados): en todo caso, viviendo del pasado; pensamiento y concepción en este dominio no tienen ninguna originalidad.

25. Moral privada y moral universal — Desde que no se cree en que Dios dirige los destinos del mundo, y a despecho de todas las desviaciones en el camino de la humanidad, los conduce como un señor hasta su término; los hombres se proponen fines económicos que abarcan toda la tierra. Al menos deben proponérselo. La vieja moral, la de Kant, reclama de cada individuo acciones que desearía en todos los hombres. Tiene esto algo de bella ingenuidad, como si cada uno supiera que género de acción asegura el bienestar del conjunto de la humanidad, y, por consiguiente, cuáles fueran las acciones que, de un modo general, merecieran ser deseadas; es una teoría análoga a la del libre cambio, al establecer en principio que la armonía general debe producirse por sí misma conforme a las leyes innatas del mejoramiento. Quizá una mirada sobre el porvenir no haga aparecer como digno de desearse que todos los hombres realicen actos semejantes; quizá se debería más bien, en interés de los fines ecuménicos para toda la extensión de la humanidad, proponer deberes especiales. En cualquier caso, si la humanidad no quiere marchar a su ruina, es necesario, en primer término, que se encuentre un conocimiento de las condiciones de la civilización, superior a todos los alcanzados hasta hoy. En esto consiste el deber de los grandes espíritus del siglo próximo.

26. La reacción como progreso — Algunas veces aparecen espíritus revoltosos, violentos y atrayentes; pero a pesar de todo, retrógrados que evocan una vez más la humanidad vieja, sirven para probar que las tendencias nuevas, contra las que van, no son aún suficientemente fuertes; de otro modo, se habrían impuesto en el cerebro de tales evocadores. Así, la reforma

de Lutero atestigua, por ejemplo, que en su siglo todos los sentimientos nacientes de libertad del espíritu eran poco seguros, demasiado tiernos, juveniles; la ciencia no podía todavía alzar la cabeza; el aspecto general del Renacimiento se presentaba como la primavera, que iba a morir y a dejar paso a otra primavera más floreciente. También en el siglo presente la metafísica de Schopenhauer ha comprobado que aun hoy el espíritu científico no es lo suficientemente fuerte: así es como el concepto del mundo y la idea de la humanidad de la Edad Media y cristiana ha podido resucitar en la teoría de Schopenhauer, a pesar del anonadamiento a que por largo tiempo quedaron reducidos todos los dogmas cristianos. Se pregona en su teoría, pero lo que en ella predomina es la ciencia vieja necesidad metafísica, harta conocida. Seguramente una de las mayores ventajas que sacamos de Schopenhauer es que obligue a nuestro sentimiento al retroceso hacia los géneros de concepción del mundo y del hombre. Lo que para la justicia y para la historia es provechosísimo nadie llegaría hoy fácilmente, sin el auxilio de Schopenhauer, a hacer justicia al cristianismo y a sus hermanos asiáticos, cosa, como otras, imposible dentro del propio terreno del cristianismo. Sólo después de haber corregido la concepción histórica sobre punto tan esencial, nos ha hecho posibles tres nombres: Petrarca, Erasmo, Voltaire. Hemos hecho un progreso de la reacción.

27. Sucedáneo de la religión — Se cree honrar a la filosofía, presentándola como un sucedáneo de la religión para el pueblo. En el hecho, tiene una de un orden de pensamiento intermediario; así, el paso de la religión a la concepción científica es un salto violento, peligroso, que no debe aconsejarse. En este sentido hay razón para tal elogio. Pero a este fin, debería saberse que las necesidades que la religión satisface y que la filosofía debe satisfacer, no son inmutables, y que aun por ella misma puede debilitárselas y hasta echarlas fuera. Por ejemplo, en la miseria del alma cristiana, en los gemidos por la corrupción interior, en la inquietud por la salvación, cuestiones todas que no se derivan sino de errores de la razón. Una filosofía puede servir para satisfacer estas necesidades, o para descartarlas, pues son limitadas en el tiempo y descansan sobre hipótesis opuestas a la de la ciencia. Para una transición, debe utilizarse más bien el arte, como medio de proporcionar alivio a la ciencia, sobrecargada de sensaciones, pues por él serán estas concepciones mucho menos sostenidas por la filosofía metafísica. Del arte se puede pasar fácilmente a una ciencia filosófica verdaderamente libertadora.

28. Palabras prohibidas — ¡Abajo las palabras empleadas por el optimismo y por el pesimismo! Cada día escasean más los motivos para emplearlas: sólo a los charlatanes son necesarias. ¿Con qué motivo se puede hoy ser optimista, si ya no hay que hacer la apología de un Dios que ha creado el mejor de los mundos, siendo él en sí la esencia de lo bueno y de lo perfecto? ¿Qué ser que piense tiene ya necesidad de la hipótesis de Dios? Por consiguiente, tampoco existe el menor motivo para una profesión de fe pesimista, si es que no se pretende vejar a los abogados de Dios, a los teólogos o a los filósofos teológicos y en exponer fuertemente la afirmación contraria: que el mal gobierna, que el dolor es mayor que el placer, que el mundo es un absurdo, la aparición de la vida de una voluntad malvada. ¿Pero quién se preocupa ya de los teólogos, a no ser los teólogos mismos? Abstrayendo de toda teología y de la guerra que se le hace, se desprende que el mundo no es bueno ni es malo, ni el mejor ni el peor, y que estas ideas de lo bueno y de lo malo, no tienen sentido sino con relación a los hombres, y aun así no resultan justificadas: debemos renunciar a la concepción del mundo injuriosa o panegirista.

29. Embriaguez por el perfume de las flores — Créese comúnmente que la nave de la humanidad tiene mayor porte a medida que se la carga más; se supone que cuanto más profundo es el pensamiento del hombre, más tierno es su sentimiento, más alta estima tiene de sí, mayor es su alejamiento de los demás animales. Cuanto más genio parece entre las bestias, más se acerca a la esencia real del mundo y a su conocimiento; es bueno en realidad lo que hace por la ciencia, pero cree hacerlo mejor todavía por las religiones y por las artes. Son, en verdad, una florescencia del mundo, que no están en modo alguno más próximas a la raíz del mundo que el tallo; no se puede sacar de ellos ningún conocimiento mejor entre la ciencia de las cosas, aunque así se crea. El error ha hecho al hombre bastante profundo, para hacer proceder de él las religiones y las artes. El conocimiento se hubiera descentrado para poderlo realizar. Quien nos descorriera el velo que oculta la esencia del mundo, nos causaría una desilusión. No es el mundo como cosa en sí, sino el mundo como representación (como error), el rico de sentido, el profundo, el maravilloso, el que lleva en su seno dicha y desgracia. Este resultado conduce a una filosofía de negación lógica del mundo, que, por lo demás, puede unirse lo mismo a una afirmación práctica del mundo que a su contraria.

30. Malos hábitos del razonamiento — Las conclusiones erróneas más habituales en el hombre son estas: una cosa existe, tiene su legitimidad. En este caso se infiere de la capacidad de vivir a la adaptación a un fin, de la adaptación a un fin a su legitimidad. Una opinión es benéfica, luego es verdadera; su efecto es bueno, luego la opinión misma es buena y verdadera. En este caso se aplica al efecto el predicado: benéfico, bueno, en el sentido de útil, y entonces se dota a la causa del mismo predicado: buena, pero en el sentido de valedero lógicamente. La recíproca de estas proposiciones es: una cosa no puede imponerse ni sostenerse, luego es injusta; una opinión atormentada, luego es falsa. El espíritu libre que no aprende a conocer, sino por frecuentes aplicaciones, lo que tiene de viciosa esta manera de razonar y tiene que soportar sus consecuencias, cede a menudo a la tentación seductora de hacer las deducciones contrarias, que de un modo general son igualmente erróneas; una opinión no puede imponerse, luego es buena; causa inquietud, angustia, luego es verdadera.