Inalcanzable - Hugo Velázquez - E-Book

Inalcanzable E-Book

Hugo Velázquez

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Beschreibung

En las sombras de la sociedad yace un enigma, una figura que acecha como un fantasma implacable. Desde su infancia, este joven ha compartido una conexión inquietante con el velo de la muerte, una relación que lo lleva por un oscuro camino que pocos se atreverían a transitar. Se convierte en el asesino perfecto, una leyenda susurrada en los rincones más sórdidos. Su destreza en el arte del asesinato se perfecciona con el tiempo, adoptando una letal maestría en la eliminación silenciosa de cualquier individuo. Pero su moral retorcida lo guía hacia un propósito peculiar: convertirse en el justiciero de los desamparados, el verdugo de aquellos que han corrompido la sociedad. Abusadores, pedófilos, narcotraficantes; todos caen ante su implacable juicio. Como un camaleón de la muerte, no deja rastro alguno, ni huellas ni recuerdos. La incertidumbre se cierne sobre quienes intentan detenerlo. ¿Es un hombre o una mujer? ¿Una fuerza solitaria o parte de una red más amplia? La obra se adentra en la mente de este enigmático justiciero, un ser atormentado por su conexión con la muerte y el deber que siente hacia una sociedad en decadencia. En Inalcanzable, la línea entre cazador y presa se desdibuja en una danza mortal, donde la verdad acecha en cada esquina y el misterio teje su telaraña. ¿Quién es este asesino insólito y cuál será su último acto en este sombrío drama?

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Seitenzahl: 68

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Velázquez, Hugo Alberto

Inalcanzable : la leyenda de un asesino perfecto / Hugo Alberto Velázquez. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

82 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-610-9

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Policiales. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Velázquez, Hugo Alberto

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Prólogo

¿Por qué inalcanzable? Nunca una investigación alcanzó siquiera a tenerlo como sospechoso. Nunca hubo testigos. Nunca una imagen. Nunca llevó recuerdos de sus víctimas. ¿Puede existir un asesino en serie que rompa todos los estereotipos? Una historia para pensar si realmente existió o existe.

INALCANZABLE

CAPÍTULO I

Tuve una infancia muy humilde pero, a la vez, muy feliz. Vivíamos en un pueblo chico en la provincia de Buenos Aires de la República Argentina, pueblo de campo, con muchos animales de granja por todos lados y casas viejas, algunas de ellas de adobe, como la nuestra. Era heredada de la abuela materna, bastante chica, de dos habitaciones, cocina-comedor y baño, bastante precario, con un techo de chapa que hacía que en verano fuera mucho el calor adentro. Teníamos mucho terreno, bastante patio y árboles gigantes, sauces llorones que daban demasiada sombra, con sus ramas por el piso que otorgaban protección sobre la casa. Y también, algún que otro álamo.

Yo soy el hijo único de un matrimonio normal. Mi papá trabajaba de todo un poco, nunca nos faltó nada. Mi mamá era ama de casa; en ese tiempo, no se estilaba que las madres dejaran a sus hijos para ir a trabajar.

Siempre hubo animales en nuestro patio, dos o tres perros, gallinas y gansos que proveían huevos. Nunca los lastimé, es más, eran parte de la familia y los cuidaba con mi vida.

Recuerdo ir al jardín de infantes. Era muy lindo compartir, jugar con los otros niños y tener la atención de la maestra. Pero, al ser tan chico, no entendía todavía estos sentimientos. Llegaba contento del jardín a contarle a mi madre lo que había hecho ese día y a correr por el patio con los animales, a jugar con ellos, darles de comer, cosa que hacía cada día.

Así pasaron los años. Llegó la escuela primaria y todo cambió. Ese niñito que corría y jugaba con animales, que lo tenía todo, de repente empezó a sentirse distinto, diferente o, mejor dicho, a no sentir.

Recuerdo a unos vecinos que poseían más campo y tenían animales más grandes: caballos, vacas y cerdos. Cierto día, cuando yo finalizaba la escuela primaria y tenía alrededor de doce años, iban a carnear un cerdo, ya que había una fiesta familiar, y fui a ver cómo lo hacían. Nunca había visto algo así.

Llegué al lugar; ya el cerdo estaba atado de las patas traseras y gritaba chillando fuerte. Lo levantaron un poco, con un sistema de poleas y roldanas que tenían ya preparado para esto debido al peso del animal. Cuando lo hubo levantado, uno de los hombres lo cortó con un cuchillo largo y filoso en el costado del cuello. Siguieron levantando despacio, girando una rueda que activaba el sistema de cuerdas. Cuando por fin se elevó el animal, empezó a despedir sangre a chorros. Me quedé mirando atónito, pero nunca asustado. Mi corazón por primera vez latió desaforado, empezaba a vivir.

Fue la primera experiencia cercana a la muerte. Al estar colgado, la sangre seguía escurriendo y se recogía en un tacho grande que pusieron debajo de él. Hasta que, en cierto momento, dejó de chillar porque lo había alcanzado su fin. Su muerte.

Llegué a mi casa con el corazón aún latiendo a más no poder. Todavía no comprendía bien lo que me sucedía, lo que tenía en mi interior. Desde ese día, estuve atento a todo lo que sucedía con los vecinos y no perdía oportunidad de presenciar cada carneada. De todas maneras, a pesar de esa experiencia reciente con la muerte, nunca se me ocurrió lastimar un animal.

Tenía un par de primos que venían siempre a visitar y en verano se quedaban varios días, a veces temporadas largas, hasta la época de comienzo de clases. Éramos muy unidos.

Un día, estábamos jugando en la pileta. Ellos eran dos, tenían más o menos mi edad: doce y catorce años respectivamente. Nos hundíamos y jugábamos a las luchas.

Jugábamos a hundirnos en el agua para ver quién aguantaba más la respiración. Cuando le tocaba a alguno de ellos, al ver que se hundía y no salía rápidamente, mi corazón se aceleraba por la emoción de un posible desenlace fatal.

Después, mi juego era forzar a alguno de ellos a quedarse bajo el agua y, mientras lo hacía, todo mi cuerpo se estremecía y mi corazón parecía que iba a explotar. No lo comprendí bien hasta mucho más adelante en mi vida.

Como todo era un juego, se enojaban un rato y seguíamos jugando como si nada.

Así pasaron los años más felices de mi infancia.

Ya entrando en la adolescencia, todo seguía normal. Terminé la escuela primaria; en esa época, se cursaba hasta séptimo grado. Empecé la secundaria con trece años, era muy buen alumno. Así pasaron los años. Hubo alguna que otra noviecita, pero todavía éramos muy inexpertos en los temas del amor. Solamente había besos, al principio tímidos, pero, con el paso de los años, cada vez eran más apasionados.

Tenía aproximadamente diecisiete años, un metro setenta de estatura y pelo corto tirando a negro o castaño oscuro, de acuerdo con la época del año. Vivía con mi madre de cincuenta años. Era preciosa, de complexión delgada, pelo negro lacio y largo, ojos verdes y estatura media (aproximadamente, un metro sesenta de altura): una muñequita. Mi padre tenía cincuenta y dos años. Él sí era más alto (de un metro ochenta); robusto, pero no gordo, con un físico normal; tez trigueña clara y ojos marrón claro.

Se amaban. Siempre que estaban juntos, había amor en el aire. Hablaban mucho, bailaban abrazados.

Nunca me pusieron una mano encima, siempre hubo amor. Él, mi padre, trabajaba todo el día de cualquier cosa que encontraba. Por esas cosas de la vida, consiguió trabajo en una empresa de camiones que trasladaban toda clase de mercaderías desde las estaciones ferroviarias hacia el interior de las distintas regiones del país, donde no llegaba el tren. Empezó a ganar más dinero, con lo que fue arreglando la casa y ampliándola. Fue así como cambié la escuela diurna, ya que me quedaba el último año de secundaria, para ayudar a mi padre en esos arreglos.

La empresa empezó a enviarlo a otras provincias, donde se quedaba más de quince días. A pesar de esto, nunca llegó a afectarme esa ausencia, nunca extrañé, era como si no tuviera sentimientos. Más adelante me enteré de que lo mío es una cuestión médica. Se llama alexitimia, una rara condición en la que se vive sin emociones.

Cuando mi padre estaba en casa, éramos muy unidos y hacíamos muchas actividades juntos. Como vivíamos cerca de una escuela nocturna, empecé a concurrir para terminar la secundaria. Entraba desde las dieciocho hasta las veintidós horas.

A la salida, con mis compañeros íbamos al centro de la ciudad. En ese entonces, lo hacíamos todos juntos hasta un punto en el que debía bajar de la ruta hacia mi casa y avanzar tres cuadras por la calle que me llevaba hasta allí.

Una noche de invierno, yendo a mi casa, me crucé con una persona de sexo masculino y complexión delgada. Estaba muy bien vestido, se notaba que su ropa era de calidad, pero iba en muy mal estado de ebriedad. Se cayó al suelo y me acerqué a ver qué le pasaba. Se le cayó una billetera del bolsillo del saco, llena de billetes, pesos argentinos de la época; era muchísimo dinero. La agarré y se enojó. Lo empujé. Cayó y rebotó su cabeza sobre el cordón de la vereda, se golpeó con fuerza. Todo se llenó de sangre, pero no me asusté.