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UNA PROTAGONISTA ATREVIDA Y REBELDE Elizabeth es la segunda de las cinco hijas de la familia Bennet. A pesar de que su madre sueña con casarlas a todas con maridos ricos, Lizzy está decidida a que sea solo por amor. Una noche, en un baile conoce al señor Darcy. Al principio le parece orgulloso y distante. Pero las primeras impresiones a veces nos engañan… Una versión fresca y con divertidas ilustraciones de la famosa novela de Jane Austen.
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Seitenzahl: 175
Veröffentlichungsjahr: 2021
versión de Katherine woodfine
Ilustrado por Églantine Ceulemans
Título original: Pride and Prejudice
Editado por HarperCollins Ibérica, S.A., 2021
C/ Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
harpercollinsiberica.com
© del texto: Katherine Woodfine, 2019
© de las ilustraciones: Églantine Ceulemans, 2019
© 2021, HarperCollins Ibérica, S.A
© de la traducción: Jofre Homedes Beutnagel, 2021
Primera edición publicada por Hodder Children’s Books, parte de Hachette Children’s Group.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Adaptación de cubierta: equipo HarperCollins Ibérica
Maquetación: Safekat, S. L.
ISBN: 978-84-18279-85-0
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, se publicó en 1813.
Era la época de la Regencia, unos tiempos en que la sociedad inglesa se dividía estrictamente en función de la riqueza, y en que se esperaba que las mujeres se ca-sasen jóvenes.
Aunque la protagonista de esta historia, Elizabeth, pueda tener algunas cosas en común con los lectores de hoy en día, vivía en un mundo muy distinto.
¡Al final del libro podrás averiguar más cosas sobre Jane Austen, y sobre la Inglaterra de 1813!
LOS SEÑORES BENNET
Padres de cinco hijas en edad de casarse.
La familia vive en Longbourn, cerca de la localidad de Meryton.
ELIZABETH BENNET
¡Nuestra protagonista! Inteligente, audaz y resuelta a casarse solo por amor.
KITTY BENNET
Vivaz, amante de la diversión, lo que más le gusta es un buen baile.
MARY BENNET
Estudiosa y con mala opinión de sus hermanas pequeñas. Prefiere leer o tocar el piano que ir a un baile.
JANE BENNET
La mayor de las hermanas Bennet. Buena y generosa, piensa bien de todo el mundo.
LYDIA BENNET
La menor y la más bulliciosa. Su máximo deseo es casarse antes que sus hermanas mayores.
PERSONAJES PRINCIPALES
LOS SEÑORES GARDINER
Tíos de las hermanas Bennet.Viven en Londres.
CHARLOTTE LUCAS
Más o menos de la misma edad que su íntima amiga Elizabeth Bennet. Hija de los señores Lucas y hermana de Maria Lucas, que es algo más pequeña que las hermanas Bennet.
SEÑOR COLLINS
Primo lejano del señor Bennet, y su único heredero varón. Párroco de la iglesia de ladyCatherine de Bourgh. Algo mayor que las hermanas Bennet.
LADYCATHERINE DE BOURGH
Una aristócrata muy rica que vive en una gran mansión llamada Rosings Park. Tiene una hija, Anne de Bourgh.
SEÑOR DARCY
Íntimo amigo del señor Bingley. Vive en una gran mansión de Derbyshire llamada Pemberley. Es sobrino de ladyCatherine de Bourgh. Algo mayor que las hermanas Bennet.
SEÑORITA BINGLEY
Hermana del señor Bingley, vive casi siempre en Londres, pero pasa algunas temporadas en Netherfield. Bastante altiva, desprecia a quienes viven en el campo. De edad parecida a las hermanas Bennet.
SEÑOR WICKHAM
Oficial del regimiento destinado en la localidad de Meryton.
GEORGIANA DARCY
Hermana del señor Darcy, que al morir sus padres la tomó a su cargo. Le encanta tocar el piano. Algo menor que las hermanas Bennet.
SEÑOR BINGLEY
Recién llegado a Meryton, acaba de instalarse en una gran casa llamada Netherfield. Muy amigo del señor Darcy, y algo mayor que las hermanas Bennet.
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CAPÍTULO UNO
Hace mucho tiempo, en una casa de campo conocida como Longbourn House, vivía la familia Bennet, for-mada por el matrimonio Bennet y sus cinco hijas: Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia.
Las cinco hijas eran muy diferentes entre ellas. Jane, la mayor, era dulce y bondadosa. La segunda, Elizabeth, te-nía un sentido del humor muy agudo. Mary se conside-raba seria y estudiosa, mientras que Kitty y Lydia, las pe-queñas, se pasaban el día riéndose y haciendo travesuras.
Tampoco los señores Bennet tenían mucho en co-mún. Lo que más le gustaba al señor Bennet era sentarse a leer junto a la chimenea en su biblioteca. En cambio, la señora Bennet prefería ir a ver a sus amigas para enterar-se de los cotilleos del vecindario, aunque lo que más le
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entusiasmaba era imaginarse las futuras bodas de sus cin-co hijas, y fantasear con los maridos ricos e importantes que esperaba que tuvieran.
Un día llegó a Longbourn muy entusiasmada.
—Señor Bennet, querido, ¿ya te has enterado? ¡Tene-mos un nuevo vecino en Netherfield Park! —anunció—. Se apellida Bingley y es joven, soltero y dueño de una gran fortuna. ¡Qué buena noticia para nuestras hijas!
—¿En qué sentido? —preguntó el señor Bennet—. ¿Cómo puede afectarlas?
—Pero ¡qué cansino eres, señor Bennet! ¡Seguro que ya habías entendido que me refería a que se case con alguna de las cinco! —exclamó la señora Bennet.
—¿Para eso, entonces, ha venido al pueblo el señor Bin-gley? —preguntó el señor Bennet, que era muy bromista.
—¡Pero qué tontería! ¿Cómo puedes decir eso? De todos modos, te advierto que no tendría nada de raro que se enamorase de alguna. ¡Tienes que ir a verlo en cuanto puedas y hacerte amigo suyo!
El señor Bennet se limitó a encogerse de hombros.
—No, le mandaré una nota diciéndole que puede ca-sarse con la que prefiera de mis hijas —dijo tranquila-
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mente—. Aunque le hablaré especialmente bien de Lizzy, claro.
—¡Ni se te ocurra! —dijo la señora Bennet, horrori-zada por la idea—. Además, Lizzy no es mejor ni peor que las demás, aunque sea tu preferida.
—Tontas lo son todas, pero Lizzy es más despierta que sus hermanas —respondió maliciosamente el señor Bennet.
—Señor Bennet, ¿cómo puedes ser tan poco respe-tuoso con tus propias hijas? ¡Disfrutas haciéndome enfa-dar! —exclamó la señora Bennet—. ¡No te apiadas de mis pobres nervios!
—Lo de tus nervios no es verdad —protestó ensegui-da el señor Bennet—. Les tengo mucho cariño. Somos viejos amigos. ¡Llevo veinte años oyéndote hablar de ellos!
En realidad, el señor Bennet ya estaba decidido a visitar al señor Bingley. Fue uno de los primeros vecinos que lo hicieron, aunque sin que se enterase nadie en la familia Bennet.
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El primer comentario al respecto lo hizo al ver que Elizabeth estaba adornando un sombrero nuevo.
—Espero que le guste al señor Bingley.
—¡Como te niegas a ir a verlo, aquí nadie tiene la menor idea de lo que le gusta! —replicó con mal tono la señora Bennet y se desahogó con Kitty—: ¡No tosas tanto, Kitty! Ten compasión con mis nervios.
El señor Bennet siguió haciendo comentarios sobre el señor Bingley, como si no se hubiera fijado en el mal humor de su mujer, que al final lo interrumpió:
—¡Estoy tan harta del señor Bingley!
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—Vaya, cuánto lo siento —dijo el señor Bennet—. Si lo hubiera sabido esta mañana, no habría ido a visitarlo. Qué mala suerte… Bueno, ahora no creo que podamos evitar que se haga amigo nuestro.
Una ola de alegría barrió toda la irritación de la se-ñora Bennet.
—¡Señor Bennet, querido! Cuánto me alegro de que le hayas hecho una visita. ¡Y qué broma tan graciosa no haberlo comentado!
—Bueno, Kitty, creo que ya puedes toser todo lo que quieras —observó el señor Bennet con una sonrisa burlona.
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CAPÍTULO DOS
La señora Bennet no era la única entusiasmada por la aparición del señor Bingley. Se hablaba de él en todo el vecindario, y más cuando de todos era sabido que un hombre soltero con una gran fortuna tiene que buscar forzosamente esposa.
Pronto Elizabeth y sus hermanas se enteraron de que el recién llegado era joven y guapo, montaba un caballo negro y tenía un abrigo azul. Lo mejor de todo era que le gustaba bailar y que asistiría al próximo baile.
Cuando el señor Bingley entró en el salón, todo fue-ron murmullos. Era tan joven, guapo y agradable como se comentaba. Además, no venía solo: lo acompañaban dos damas y dos caballeros. Eran la señora Hurst, herma-na del señor Bingley, acompañada por su esposo, la otra
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hermana soltera y, por último, su gran amigo el señor Darcy.
Todo el mundo se giró a admirar a los recién llegados. La señora Hurst y la señorita Bingley eran dos damas elegantes, vestidas a la última moda de Londres. En cuan-to al señor Darcy, corrió por la sala el rumor de que era aún más rico que el señor Bingley y de que tenía una mansión en Derbyshire. Desde el primer momento, to-das las mujeres estuvieron de acuerdo en que nunca ha-bían visto a un hombre tan guapo.
La popularidad del señor Darcy, sin embargo, no duró mucho tiempo. Mientras el señor Bingley daba conver-sación, bailaba y se hacía amigo de todos, el señor Darcy se mantuvo al margen, distante y altivo.
Elizabeth, que estaba sentada viendo bailar a los demás, se fijó en que el señor Bingley se acercaba a él muy animado.
—Ven, Darcy —le dijo alegre—, que tienes que bai-lar. No me gusta verte así solo.
—De ninguna manera —respondió con desgana el señor Darcy—. Ya sabes que lo odio. Además, tus herma-nas ya están bailando, y aquí no podría bailar con nadie más. Imposible.
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El señor Bingley miró a su amigo con sorpresa, sacu-diendo la cabeza.
—¡Pero si las chicas son todas muy simpáticas! ¡Y hay varias muy guapas!
—La única belleza de la sala es con la que has bailado tú —dijo el señor Darcy, mirando a Jane, la hermana de Elizabeth.
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Al señor Bingley se le pusieron muy rosadas las mejillas.
—Creo que es la criatura más hermosa que he visto en mi vida —confesó—. Pero mira, Darcy: esa chica de allá es hermana suya. También es muy guapa, y seguro que muy agradable.
El señor Darcy se giró hacia donde se encontraba Eli-zabeth sentada a solas.
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—Umm. Supongo que no está mal, pero no es lo bastante hermosa como para tentarme. Además, no estoy de humor para bailar con una joven a quien ignoran el resto de los hombres.
Al principio Elizabeth se ofendió bastante, pero luego pensó en lo necio y pretencioso que sonaba el señor Darcy, también en lo graciosa que sería la anécdota cuando se la contara a sus amigas. Pronto estuvo riéndo-se de ella con su amiga Charlotte Lucas.
No se fijó en que el señor Darcy la miraba, ni en que por primera vez se le veía un poco incómodo.
Después del baile, las Bennet volvieron a casa de muy buen humor. La señora Bennet estaba contentísima de que al señor Bingley le hubiera gustado Jane; Mary, or-gullosa de los elogios a sus dotes como pianista, y Kitty y Lydia, felices de que el señor Bingley hubiera prome-tido organizar pronto un baile en Netherfield Park.
Al llegar a Longbourn, se encontraron al señor Ben-net leyendo frente a la chimenea.
—Hemos pasado una velada de lo más deliciosa —empezó a explicarle la señora Bennet—. ¡Qué admi-
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rado se ha quedado el señor Bingley con Jane! Primero ha bailado con Charlotte Lucas, para gran disgusto mío, pero luego ha bailado dos veces con Jane, y una con Li-zzy. ¡Adivina qué ha hecho después!
—No, por favor, toda la lista de parejas no —se quejó el señor Bennet—. Ojalá hubiera tenido un esguince en el tobillo durante el primer baile.
La señora Bennet no le hizo caso.
—En cambio su amigo, el señor Darcy… ¡Qué orgu-lloso! ¡Qué hombre tan horrible! ¿Sabes que no ha que-rido bailar con Lizzy? La próxima vez no le concedas ningún baile, aunque te lo pida —le ordenó a Elizabeth.
Su hija se rio.
—Creo que te puedo prometer, sin riesgo a equivo-carme, que jamás bailaré con el señor Darcy.
Sin embargo, la señora Bennet ya había empezado a hablar de las hermanas del señor Bingley.
—Qué encanto de damas. ¡Nunca había visto vesti-dos tan elegantes! El encaje del de la señora Hurst…
El encaje del vestido de la señora Hurst acabó con la paciencia del señor Bennet, que corrió a la biblioteca para no tener que oír a su mujer.
CAPÍTULO TRES
Al día siguiente, Jane y Elizabeth, que se lo contaban siempre todo, hablaron largo y tendido sobre el señor Bingley.
—Tiene todo lo que tiene que tener un hombre jo-ven —dijo Jane con tono soñador—. Es afable, sensato, sim-pático y alegre.
—Y guapo, por-que también tienen que serlo los hom-bres jóvenes, si pue-den —contestó su hermana con una
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sonrisa burlona—. Te doy permiso para que te guste. Más tontos que este te han gustado.
Jane se rio, pero Elizabeth siguió.
—Es que estás demasiado predispuesta a que te caiga bien todo el mundo. Nunca le ves defectos a nadie. ¡Nunca te he oído decir nada malo de nadie en toda tu vida! ¿Y las hermanas del señor Bingley, por ejemplo? Está claro que no se le parecen mucho.
—Puede que a primera vista no, pero después de ha-blar un rato con ellas me han caído muy bien —respon-dió Jane, sonriendo alegremente—. Yo creo que serán unas vecinas encantadoras.
Elizabeth no estaba tan segura. Al señor Bingley lo había visto amable y de buen trato, pero sus hermanas le habían parecido orgullosas y distantes, más en la línea del señor Darcy.
Cuanto más se conocían Jane y el señor Bingley, más se gustaban. La señora Bennet estaba exultante. Se pasaba horas imaginando lo maravillosa que sería la boda. En cambio, a Elizabeth le pareció un poco pronto para pen-sarlo.
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—¡Pero si solo hace dos semanas que se conocen! —le dijo a Charlotte durante una fiesta en Lucas Lodge, la casa de su amiga—. Han bailado juntos unas cuantas veces, pero en el fondo Jane aún no lo conoce bien.
—Pues a mí me parece que tendrá tantas o más posi-bilidades de ser feliz con él como con cualquier otro. —Charlotte se encogió de hombros con su pragmatis-mo habitual—. En esto hay que ser prácticas. En el fon-do, el matrimonio es una cuestión de seguridad, y la fe-licidad, de suerte.
Elizabeth no estaba de acuerdo, pero no tuvo tiempo de decir nada, porque justo entonces las interrumpió Lydia, que pasó de largo para ir hacia el piano, donde Mary estaba tocando una pieza difícil y aburrida.
—¡Mary, toca una jiga para que podamos bailar! —le ordenó.
Mary puso mala cara, pero obedeció con un suspiro. Empezaron a formarse parejas de baile por la sala.
El padre de Charlotte, sirWilliam Lucas, marcaba el alegre compás de la música con la cabeza.
—¡Qué estupenda diversión es el baile! —le comentó efusivamente al señor Darcy, tan solo y callado como de
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costumbre—. Su amigo baila muy bien —observó mi-rando al señor Bingley, emparejado una vez más con Jane—. Usted seguro que también, por descontado.
Justo entonces se fijó en Elizabeth.
—¿Y usted por qué no baila, mi querida señorita Eli? Señor Darcy, permítame que le ofrezca a esta joven, que es una pareja de baile increíble.
A Elizabeth le dio mucha vergüenza. Estaba segura de que el señor Darcy haría otro comentario de mal gusto,
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de modo que, sin darle tiempo para responder, dijo en-seguida que no tenía pensado bailar.
—Sería un honor bailar con usted, señorita Elizabeth —contestó el señor Darcy para su sorpresa, un poco tieso.
Al principio Elizabeth no supo qué decir, pero, como no tenía la menor intención de bailar con él, se excusó rápidamente y se marchó a toda prisa.
Al cabo de un minuto, la señorita Bingley se acercó majestuosa al señor Darcy, con su vestido caro.
—Ya me imagino lo que estás pensando —dijo, mi-rando con desprecio a su alrededor—: ¡lo horrible que sería pasar muchas veladas entre gente tan tediosa!
—La verdad es que estaba pensando algo más agrada-ble —contestó el señor Darcy—. Estaba pensando qué bonitos ojos tiene la señorita Elizabeth Bennet.
—¿Elizabeth Bennet? —La señorita Bingley abrió mucho los ojos—. ¡No salgo de mi asombro!
Soltó una de sus risas agudas, un poco tontas, pero bastaba con fijarse un poco para darse cuenta de que no estaba alegre, sino disgustada, y mucho.
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CAPÍTULO CUATRO
Al día siguiente Kitty y Lydia entraron en casa locas de contento por la novedad: había llegado a Meryton un re-gimiento que se iba a quedar todo el invierno. Se emo-cionaban solo de pensar en los apuestos oficiales, con sus elegantes casacas rojas. Era su único tema de conversación.
—Ya hacía un tiempo que lo sospechaba, pero ahora estoy seguro —dijo el señor Bennet, suspirando hon-do—. ¡Sois dos de las chicas más atontadas del país!
A la señora Bennet, por el contrario, no le pareció ninguna tontería el interés de sus hijas por los oficiales.
—A mí no me molestaría que un coronel joven y ele-gante quisiera casarse con una de mis hijas —comentó, y añadió con tono melancólico—: A mí de joven tam-bién me gustaban las casacas rojas…
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En ese momento llegó un lacayo con un mensaje para Jane. Era de la señorita Bingley, que la invitaba a cenar con ella y la señora Hurst en Netherfield Park, mientras el señor Bingley y el resto de los hombres salían a hacer-lo con los oficiales.
—¿Puedo llevarme la calesa? —preguntó impaciente Jane.
—¡No! —se opuso en redondo la señora Bennet—. Tienes que ir a caballo. Parece que va a llover, y si llueve te pedirán que te quedes a dormir. Así no te perderás la oportunidad de ver al señor Bingley.
Poco después de ponerse Jane en camino, efectiva-mente, empezó a llover a cántaros.
—Qué buena idea he tenido —dijo la señora Bennet, como si hubiera hecho llover ella misma.
A la mañana siguiente sin embargo, a la hora de desayunar, llegó un mensaje desde Netherfield para Eli-zabeth:
Querida Lizzy:
Esta mañana no me encuentro nada bien. Ayer, después de ir a caballo, llegué empapada a Netherfield, y ahora estoy
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resfriada. Mis amigos se niegan a que vuelva a casa hasta haber mejorado, han insistido en avisar al médico, pero no te preocupes, que lo único que tengo es dolor de cabeza y de garganta.
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—Bueno, señora Bennet —dijo el señor Bennet des-pués de que Elizabeth leyera el mensaje en voz alta—, si se muere Jane de esta enfermedad, al menos sabrás que ha sido por el señor Bingley.
—No digas tonterías. ¡De un simple resfriado no se muere nadie! —protestó la señora Bennet.
A pesar de todo, Elizabeth estaba preocupada por Jane, así que decidió ir a Netherfield a pie para verla.
A la señora Bennet no le gustó nada la idea.
—¿Caminar con tanto barro? Imposible. ¡No llegarías en condiciones de ser vista!
—Estaré en condiciones para ver yo a Jane, que es lo único que quiero —dijo Elizabeth, empecinada—. Solo son cinco kilómetros.
No tardó mucho en recorrer los campos hasta Ne-therfield. Le encantaba caminar y estar al aire libre.
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La lluvia había dejado el cielo despejado. Andaba de-prisa, saltando por encima de las vallas y los charcos. Al llegar a la magnífica mansión del señor Bingley, tenía las medias muy sucias, pero le brillaba la cara de calor.
Todos se quedaron sorprendidos al verla. Las señoritas Hurst y Bingley no se podían creer que hubiera ido ca-minando de tan lejos. A diferencia del señor Bingley, que la recibió afectuosamente, el señor Darcy no dijo nada, y el señor Hurst muy poco, porque solo le interesaba el desayuno.
Mientras Elizabeth subía a ver a Jane, que se había quedado descansando en una de las habitaciones de in-vitados, las señoritas Bingley y Hurst se pusieron a coti-llear sobre ella en la sala de estar.
—¡Habrase visto! ¡Casi parecía una verdadera salvaje!
—¿A quién se le ocurre ponerse a correr por los cam-pos solo porque su hermana está resfriada? ¡Cinco kiló-metros yendo ella sola a través del barro!
—¡Qué despeinada estaba!
—Y tenía casi un palmo de barro en el borde de la enagua, estoy segura.
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—A mí me ha parecido todo un gesto por parte de la señorita Elizabeth venir desde tan lejos