Ingenioso hidalgo Don Quijote I - Miguel de Cervantes - E-Book

Ingenioso hidalgo Don Quijote I E-Book

Miguel de Cervantes

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Beschreibung

Todo el mundo conoce la historia de don Quijote, que bien empieza "En un lugar de la Mancha…".   En el verano de 1604, próximo a cumplir los cincuenta y siete años, Cervantes entregaba al librero de la Corte el manuscrito de una obra suya titulada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Esta obra, cuatro siglos después, sigue contándose entre las excelsas del genio humano y su fama le ha llevado a ser patrimonio de la humanidad y texto culmen de la literatura española y universal.   Cervantes proyecta el poder de su fascinación e influencia sobre la época moderna como el creador del género que implícitamente la refleja, el género que es a la vez imaginación y crítica; relativista y realista: la novela moderna.

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COLECCIÓN FUNDADA POR

DON ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

DIRECTOR

DON ALONSO ZAMORA VICENTE

Colaboradores de los volúmenes publicados:

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

EL INGENIOSOHIDALGODON QUIJOTEDE LA MANCHAI

Edición,introducción y notasdeLUIS ANDRÉS MURILLO

QUINTA EDICIÓN

Madrid

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Diseño de la portada: RQ

Primera edición impresa: 1978

Primera edición en e.book: junio de 2010

© de la edición: Luis Andrés Murillo, 1977

© de la presente edición: Castalia, 2010

C/ Zurbano, 39

28010 Madrid

“Actividad subvencionada por ENCLAVE”

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

ISBN: 978-84-9740-315-3

ISBN [Obra completa]: 978-84-9740-333-7

Copia digital realizada en España

IN MEMORIAM

ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

IN MEMORIAM

REFUGIO M. MURILLO

1892-1968

Nació en la aldeíta mexicanade Conguiripo (Michoacán).Murió un día de diciembre,en Los Ángeles de California.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN BIOGRÁFICA Y CRÍTICA

NOTA PREVIA

Abreviaturas y siglas utilizadas en las notas a esta edición

Breviario de voces

EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, 1605

Tasa

Testimonio de las erratas

El Rey

Dedicatoria al Duque de Béjar

Prólogo

Versos Preliminares

Primera Parte (Capítulos 1 a 8)

Segunda Parte (Capítulos 9 a 14)

Tercera Parte (Capítulos 15 a 27)

Cuarta Parte (Capítulos 28 a 52)

Versos laudatorios

INTRODUCCIÓNBIOGRÁFICA Y CRÍTICA

EN el verano de 1604, próximo a cumplir los cincuenta y siete años, Miguel de Cervantes entregaba al librero de la corte española el manuscrito de una obra suya a la cual había dado el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y que casi cuatro siglos después sigue contándose entre las excelsas del genio humano. Autor de otras obras espléndidas, sus Novelas ejemplares, su Persiles y Sigismunda, es la fama de su Quijote lo que le ha elevado en la estimación universal a la altura de los máximos creadores literarios, al lado de Homero, Shakespeare y Dante. Y, además, con esta singularidad a su favor: mientras que Homero, Shakespeare y Dante se expresan en géneros literarios consagrados —la epopeya, el drama, la poesía medieval— Cervantes proyecta el poder de su fascinación e influencia sobre la época moderna como el creador del género que implícitamente la refleja, el género que es a la vez imaginación y crítica, relativista y realista: la novela moderna. La descendencia a que abrió camino su libro se perfila a través de los siglos que ven surgir las novelas de Fielding y Dickens, Goethe y Flaubert, Tolstoy y Galdós. Pero el Quijote no es sólo esta obra prototípica de un género multiforme; es también una gran creación poética que ha obrado en el espíritu del hombre moderno con la fuerza irresistible de los mitos y símbolos más profundos de su destino.

Por cualquier lado que se mire esta obra extraordinaria —sea el de sus personajes y su vida íntima (¿y pueden excluirse sus animales?), o el de sus técnicas y estilos novelescos y la diversidad de formas literarias, o el de su cuadro social y la interpretación de la vida contemporánea, o el de su fondo moral e ideológico que refleja la complejidad del momento histórico que vivió España al finalizar el siglo XVI, por cualquier lado que se mire él Quijote nos presenta la unidad de un verdadero universo poético, sostenido según el movimiento y la estructura de sus propias leyes artísticas, donde valen tanto las físicas como las personales. Es comprensible que ante tal obra el lector común se sienta despistado por las aclaraciones del propio Cervantes sobre sus propósitos literarios, explicados en el Prólogo y evidentes a través de todo el libro: «todo él es una invectiva contra los libros de caballerías», todo él está destinado a «deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías», a «derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más». Es, declarado así, un propósito ingenuamente desproporcionado con lo que se propone en su invención Cervantes y con lo que lleva a cabo en ella. Aun cuando se conceda a estas declaraciones y a otras análogas en los capítulos 47 y 48 la máxima importancia, hay que tener en cuenta que sólo se refieren, después de todo, a los propósitos llamados explícitos, los inmediatos o directos, y puede que expresen más bien un pretexto. Por esto hay que prestar especial atención a las palabras que le dicta el amigo del Prólogo: «procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos, sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla». Es, pues, en la esencia de lo creado con tanto empeño, arte y sutileza, donde han de buscarse los propósitos artísticos que rigieron su estrategia novelística, los llamados inmanentes o indirectos, algunos del todo conscientes, otros, quizá, menos deliberados.

La crítica literaria, sobre todo la del siglo XIX, al calcular la importancia decisiva de este libro en la historia del arte y al contemplar la magnitud del esfuerzo creador que exige la unidad de sus diversos elementos, concedió con escrúpulos al hombre y al escritor Cervantes las facultades creadoras conscientes, intelectuales y artísticas, capaces de concebir y dar cuerpo a una obra de tal trascendencia —recuérdese la opinión casi hostil de Juan Valera y la cautelosa de Menéndez y Pelayo. Lo cual dio motivo para que se prolongase la especie de un Cervantes creador genial pero inconsciente, que no han podido desvanecer del todo los procedimientos de la crítica contemporánea, si bien ha quedado desacreditada para siempre la noción de un autor inculto. Puede decirse que de ningún libro o autor se ha escrito tanto sobre la cuestión de la conciencia artística como en el caso del Quijote y Cervantes. Ello en parte es atribuible a las cualidades del libro que se presta a numerosas interpretaciones, siendo excepcionales las estrictamente literarias. Pero el enigma, si lo hay, reside en la vida y naturaleza o carácter de Cervantes, es decir en las circunstancias que le llevaron a concebir su Quijote cuando, habiendo llegado a los umbrales de la vejez, estaba a punto de fracasar totalmente en su carrera literaria. Lo dice con estas palabras en el Prólogo: «al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas…» Era evidente que este libro se ofrecía al público desde la periferia de las ideas y gustos conformistas del ambiente literario de 1604: «salgo… con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón, y de toda la caterva de filósofos… eruditos y elocuentes…» Cervantes tenía plena conciencia de la índole innovadora de su libro ante el conformismo literario y social de la España de 1604. Nadie mejor que él para decirnos que ese conformismo lo representaba el éxito de su rival Lope de Vega, tanto en la prosa narrativa como en la poesía lírica y el teatro.

La carrera de Cervantes hasta este momento no había sido la del profesional de las letras. Aunque se aficionó a las letras siendo muy joven, no tuvo la preparación universitaria que le habría facilitado un puesto oficial o que le hubiera servido de iniciación al mundo cosmopolita de la cultura, lo cual no implica que no tuviese desde joven un conocimiento más o menos exacto de las ciencias humanísticas corrientes en la España de su época y un conocimiento amplio del mundo social. Su familia careció de medios para facilitarle los estudios universitarios e igualmente de la importancia o influencia que le habrían servido de apoyo. Su formación intelectual y artística se debió más a su propio esfuerzo que a cualquier otro recurso; pero lo que los bienes familiares o una preparación académica dejaron de suplir se lo suministraron con creces su anhelo de saber, su curiosidad, los viajes y una vasta experiencia vital.

Cuanto se sabe hoy de la vida de Cervantes ha sido construido en su mayor parte por la investigación moderna a base del hallazgo en archivos de una multitud de noticias y documentos de tipo oficial: peticiones, poderes notariales, cartas de pago, fianzas, etc1. Los contemporáneos que pudieron habernos dejado por lo menos un esbozo biográfico mantuvieron un silencio inexplicable sobre el autor del libro más popular de su tiempo. Aunque no está ausente lo autobiográfico en sus escritos, en muy pocos casos proporcionan noticias positivas o seguras sobre la vida personal y familiar de Cervantes. Ningún otro escritor de su tiempo en España ha dejado tan completa expresión de juicios, preferencias y opiniones personales sobre los diversos aspectos de la vida humana, pero siempre a través de su labrada forma artística. A base de sus obras pueden reconstruirse justamente su pensamiento o su ideología social y política, su creencia religiosa, cultura literaria y teorías sobre la moral y el arte, pero lo que no puede reconstruirse de sus obras, o del estudio crítico de ellas, es la vida íntima y completa del autor, es decir el desarrollo de su conciencia de sí como hombre y escritor, sus inquietudes y aspiraciones, a través de los años. Son tan escasas sus obras en noticias personales y familiares, que casi nada se colige de ellas sobre sus padres y hermanos, parientes y antepasados, amistades, o su matrimonio y vida afectiva. No se han conservado tampoco cartas familiares, y son muy pocos los documentos en que aparecen noticias de viajes, estancias y actividades personales.

Tan parco fue Cervantes en deparamos noticias personales, y tan completo el silencio de sus contemporáneos y escaso su aprecio de él, que necesariamente sus biógrafos han tenido que recurrir a actas notariales, testamentos de parientes, declaraciones de residencia, etc., para construir no tanto la biografía del hombre y escritor como la contrahaz de esa biografía. Es decir que, de lo que fue en verdad la vida de Cervantes y de lo que podría llamarse su biografía espiritual —el proceso de su formación intelectual y moral, la adquisición de su cultura y la formación de su carácter—, muy poco aporta la investigación de archivos y documentos a lo que ya revelan ciertos pasajes de sus obras, como testimonio personal, indirecto y artístico. Fue el Quijote el hecho más importante en esa vida desde cualquier punto de vista: personal, autobiográfico o histórico.

Se ha gastado una infinidad de tinta exponiendo o descifrando el sentido de esta obra prodigiosa como la autobiografía espiritual de Cervantes, ya como la expresión de su desengaño personal, o su desilusión ante la realidad política y social de la España de los Felipes en inminente o plena decadencia, ya como una velada protesta contra el orden moral y la intolerancia religiosa de su tiempo. Indudablemente el fondo autobiográfico del libro es inherente a su sentido literario e histórico, pero a mi parecer debiera verse ese fondo autobiográfico a la luz de su originalidad artística. Porque en fin de cuentas es esta originalidad lo que nos atrae y deleita constantemente. Si el Quijote es la expresión del desengaño, desilusión, tristeza, melancolía o velada protesta de Cervantes, ello debiera inducir al que así lo ve a explicar además por qué ese desengaño y esa desilusión dieron en expresarse precisamente en la risa y burla de una invención cómica y festiva, y no en la amargura, el resentimiento y la recriminación, lo cual hubiese sido mucho más normal o común. La actitud del autor ante su invención nunca deja de ser la del artista creador. Nunca se revela esa actitud como la del político o moralista exclusivamente, o incluso como la de un humanista ilustrado del siglo XVI, con o sin ribetes de satírico erasmista. Para algunos intérpretes del libro esa actitud del artista y la originalidad de su libro tienen que explicarse por razones de índole más bien histórica que autobiográfica, es decir, por las corrientes culturales (Renacimiento, humanismo, etc.) a las que estuvo expuesto Cervantes durante la época de su formación intelectual. Otros creen que las corrientes contrarreformistas explican mejor su sentido. Según otros, las explicaciones más convincentes son las que indagan en la psicología del autor y la formación de su carácter, del desengaño del soldado heroico a la resignación del comisario atareado. Algunos buscan en la procedencia de su familia, y sus circunstancias sociales, la razón de su no conformismo, por proceder de cristianos nuevos o conversos, o por ser de linaje ilustre venido a la pobreza y desgracia.

Según opiniones ya varias veces seculares, impresiona Cervantes sobre todo por ser moralista y racionalista en cuestiones de amor y en cuestiones de religión, en lo personal como en lo social. Frente a las creencias ortodoxas, pasivas o tradicionalistas de su época, se distingue por su actitud escéptica pero tolerante, irónica pero comprensiva, por cierto no conformismo y un ideal de piedad laica. El vuelo de su fantasía y la intensidad de su imaginación nunca nos impresionan más que cuando se ven sometidas a la ley de su razón y conciencia.

Vista hacia atrás desde el año 1604, en la vida de Cervantes hubo una época relativamente breve de expansión espiritual, la de su juventud, que ejerció influencia marcada y hasta desproporcionada sobre el ánimo del hombre maduro que, en la siguiente, los largos años de su áspera lucha con la pobreza, sinsabores y desgracias, fue concentrándose en su tarea de escritor. Desde esta perspectiva, se entienden mejor ciertas cualidades muy suyas. Se distinguió Cervantes en su juventud como soldado, y la imagen de sí que conservó hasta su vejez fue la del soldado valiente que había sufrido heridas, privaciones y el duro cautiverio en la noble causa de su rey y nación. Siempre estimó sus méritos militares tan valiosos como sus méritos de escritor, si no más. Y como escritor, habiéndose dedicado a la literatura tardíamente, se revela como autor atrasado en los gustos y modas. Siente una preferencia insólita por las doctrinas, ideas o gustos operantes en el ambiente cultural de su juventud. La censura de los libros de caballerías fue precisamente una de las doctrinas promulgadas por humanistas españoles a mediados del siglo XVI. Y en el ambiente literario de 1604, ajeno al diapasón de esas doctrinas e ideas, se adelanta, sin embargo, a elaborarlas en nueva forma. Pero decir que el Quijote es la gran obra decisiva del autor atrasado que fue Cervantes es declarar sólo la mitad, porque también es la gran obra de su madurez, labrada a lo largo de veinte años y más.

* * *

Nació Cervantes en Alcalá de Henares, famosa por su Universidad, probablemente por el día de la festividad de San Miguel, 29 de septiembre. Fue bautizado el 9 de octubre de 1547 (viejo calendario) en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor. Se conserva la partida de bautismo: «—Domingo, nueve días del mes de octubre, año del Señor de mill e quinientos e quarenta e siete años, fue baptizado Miguel, hijo de Rodrigo de Cervantes e su muger doña Leonor…» Se supone que desde joven Miguel de Cervantes usó además el apellido Saavedra que tal vez le pertenecía de parentesco remoto por el lado paterno. No parece que lo usara ninguno de sus hermanos y tampoco se sabe por qué lo adoptó Miguel. Fue el cuarto hijo de los siete nacidos entre los años 1543 y 1557 al médico cirujano Rodrigo de Cervantes, también natural de Alcalá, y su mujer Leonor de Cortinas. De sus padres no dejó recuerdo o impresión en sus obras, como tampoco de sus hermanos o hermanas. Andrés, el primogénito de sus hermanos, murió en la niñez; Rodrigo, el menor, nacido en 1550, fue soldado; estuvo con Miguel en Italia (después de 1572), en las acciones de Navarino y Túnez y padeció con él el cautiverio argelino. Se distinguió en el asalto de la isla Tercera (Azores, 1583) y con el grado de alférez sirvió en el ejército de Flandes; murió en la batalla de las Dunas en 1600. Se supone que hubo otro hermano menor, Juan; su nombre, sin embargo, apenas aparece mencionado en los documentos. La hermana Luisa, nacida en 1546, tomó el hábito carmelita antes de cumplir los veinte años y vivió hasta 1620. Las dos hermanas, Andrea, la mayor, y Magdalena, la menor, vivieron muchos años en la compañía de Miguel y tuvieron una vida más bien azarosa. Desde su juventud, debido a la pobreza de la familia, hubieron de ser mujeres sin más suerte que la de conseguir muy poco de la felicidad doméstica tras noviazgos fracasados y ambigüedades amatorias. Con ellas en su hogar desquiciado de Valladolid vivirá el escritor en 1605, al estallar el éxito de su libro.

Por su línea materna los ascendientes de esta familia eran castellanos, y por la paterna andaluces, de Córdoba sobre todo. Pertenecía la familia por su estirpe a la clase de los hidalgos, pero era de las más pobres, pues nunca dieron medios suficientes de subsistencia la profesión del padre o los bienes de que disfrutó el matrimonio. El hecho más triste de la niñez de Miguel fue sin duda el más importante: la incapacidad de su padre para conseguir el bienestar económico de su hogar. Rodrigo de Cervantes adoleció desde su juventud de sordera. Trató de remediar su suerte mezquina trasladándose sucesivamente, cargado de familia, a varias ciudades de España, buscando el sitio más favorable para ejercitar su profesión, yendo en los años 1551-1566 de Alcalá a Valladolid, a Córdoba, a Sevilla, a Madrid, siempre embargado por deudas. Fue negociante mediocre y en su humilde profesión de «cirujano romancista» (nunca aprendió latín y no pudo hacer los estudios médicos) fue, por mejor decir, un mero practicante, poco más que sangrador o barbero; sangraba a sus clientes, hacía ligaduras, aplicaba recetas vulgares y cataplasmas, precisamente el oficio de «sacapotras», a que se refiere despectivamente don Quijote en I. 24. De su padre el joven Miguel recibió más bien la pobreza y la miseria que cualquier otra herencia. Estuvo Rodrigo en la cárcel de Valladolid en 1552 por deudas, siendo niño Miguel. Esta suerte perseguirá al hijo a través de su vida de penurias y humillaciones. De su madre Leonor de Cortinas y de la familia de ella apenas se tiene dato alguno. Se sabe que poseía alguna tierra en Arganda, aldea de Alcalá de Henares. Cabe imaginar que fue ella quien aportó al hogar el calor y el cariño.

Las noticias escasas que se tienen de la ascendencia de esta familia indican que provenía de la que hoy podría llamarse clase media. El bisabuelo paterno de Miguel se llamó Rodrigo (Ruy) Díaz de Cervantes; fue hijo de Pedro Díaz de Cervantes. Nació hacia 1435 y vivía en Córdoba en 1500. Era trapero, o sea comerciante en paños. El abuelo paterno fue Juan de Cervantes, que hubo de nacer por 1477. Casó hacia 1503 con Leonor Fernández de Torreblanca, de familia ahidalgada. Fue licenciado en Derecho y ejerció diversas magistraturas en varias poblaciones de España durante muchos años. Los Cervantes, pues, fueron gentes acomodadas algún tiempo que luego decayeron económicamente hasta el punto de que algunos, como Rodrigo, hubieron de ejercer humildes oficios manuales. Cervantes se preció de que su familia era hidalga, y pudo pensar en atribuir cierta nobleza a su ascendencia, pero tan inútil como fantástico ha sido el empeño de algunos por forjarle una genealogía aristocrática.

Hasta ahora no se conoce ningún documento o dato de que fuese esta familia de procedencia conversa, o que tuviera más que una somera relación o contacto con otra que lo fue. Cuanto se ha escrito y supuesto recientemente sobre la posible ascendencia conversa de Cervantes o de «Cervantes cristiano nuevo» no pasa de ser hipótesis y conjeturas, fundadas más bien en la interpretación de sus obras que en noticias positivas. El distinguido crítico e historiador Américo Castro se ha basado en un análisis estructural del Quijote para afirmar que tanto Cervantes como don Quijote, el uno en la vida y el otro en su libro, fueron descendientes de nuevos cristianos2. Para decirlo de otra manera: la originalidad de Cervantes sólo se entiende tanto artística como históricamente si se ve el libro como concepción de un cristiano nuevo a quien las circunstancias sociales de su casta forzaron a vivir como español marginal, desatendido y arrinconado. Visto así, se explica la actitud escéptica e irónica de Cervantes ante ciertas creencias conformistas, la honra, el linaje, el tocino, etc. De las ideas de Castro sobre el libro se hablará más adelante. Aquí sólo conviene referirse a la parte biográfica de su tesis. Castro cita e interpreta como apoyo a su tesis varias noticias sobre la vida y parientes de Cervantes: la profesión del bisabuelo en Córdoba, la profesión del padre de Miguel, consideradas como propias de judíos conversos en los siglos XV y XVI; y los cambios de domicilio de Rodrigo, el oficio de alcabalero de Miguel, la ascendencia de su mujer, etc. Si bien es verdad que el ser trapero o cirujano bastaba para no oler del todo a «cristiano viejo» en el siglo XVI, no se agrega nada decisivo con esta suposición de tipo social a la biografía de Cervantes, pues fue mayormente la incapacidad del padre y no la sombra de la presión social la causa de sus andanzas e inveterada pobreza (se supone que se evitaba ser reconocido como converso mudándose frecuentemente de un sitio a otro), y la consecuente privación y aislamiento del joven escritor. Rodrigo mudó de domicilio sucesivamente para distanciarse de acreedores y fracasos. Análogas objeciones pueden hacerse a los demás argumentos de Castro en cuanto al aspecto biográfico de su tesis, las cuales, sin embargo, no disminuyen el profundo valor de su interpretación del libro en lo literario.

Hasta cumplir los veintidós años en 1569 vivió Miguel en diversas ciudades de España, siguiendo los pasos de su padre. De los estudios formativos que hiciera de muchacho se tienen muy incompletas noticias. Algunos biógrafos suponen que estudió, en Sevilla, o Valladolid, o Córdoba, en un colegio de la compañía de Jesús porque en el Coloquio de los perros hace un elogio de sus métodos de enseñanza. Sin duda las andanzas e indigencia del padre y la familia no permitieron que recibiera el joven una preparación formal y completa. De sus obras no puede deducirse nada en concreto sobre sus años escolares. En su vejez recordó que siendo muchacho había visto representar sus pasos a Lope de Rueda, lo que pudo ser el origen de su afición al teatro. Fue probablemente en 1564 en Sevilla, cuando tenía diecisiete años, pero pudo ser antes, en Madrid, por ejemplo, en 1561. Cuanto nos es permisible deducir de sus obras sobre la base formativa de su cultura y erudición —moral, ciencias, arte— indica que fue adquirido más bien por su propio esfuerzo. Entre los escritores humanistas de su tiempo Cervantes es un caso único de autodidacto, tanto por la amplitud como por la sutileza de sus conocimientos. En ello le valieron sin duda su afán de saber, su inteligencia y una memoria extraordinaria, y sobre todo su curiosidad por los libros y por el espectáculo de la vida.

Sin embargo, lo único concreto que se sabe de sus estudios juveniles es ampliamente revelador. A principios de 1569 se hizo cargo del Estudio o colegio oficial de la villa de Madrid el licenciado Juan López de Hoyos, quien en septiembre de ese año publicó un libro sobre las exequias hechas a la muerte de la reina Isabel, libro dirigido al Cardenal Espinosa, el poderoso ministro de Felipe II e inquisidor general. En este tomo aparecen cuatro poesías de Miguel de Cervantes, a quien López de Hoyos llama «nuestro caro y amado discípulo», un soneto-epitafio a la reina, una copla real, cuatro redondillas y una extensa elegía dirigida al Cardenal Espinosa «en nombre de todo el Estudio». Como la reina Isabel, tercera esposa de Felipe II, murió el 3 de octubre de 1568 y las exequias se celebraron el 24 del mismo mes, estas poesías debieron escribirse un año antes de publicarse el tomo. Son las primeras poesías conocidas de Cervantes. Se deduce, pues, que Miguel en 1568, y tal vez por algunos años antes, recibió la instrucción de este maestro de gramática y que se distinguió entre sus alumnos por su habilidad literaria. De López de Hoyos como erasmista han escrito Marcel Bataillon y Américo Castro en sendos trabajos magistrales. Este maestro de Cervantes —lo demuestra su dedicatoria en el tomo citado— fue influido por las doctrinas de Erasmo de Rotterdam y precisamente en una época tardía para su influencia en España, pues desde 1559 fueron prohibidas sus obras religiosas. He aquí, pues el dato biográfico que permite atribuir a Cervantes una formación humanista directamente ligada a las doctrinas erasmistas, en los tempranos e impresionables años de su formación espiritual. Puede creerse que quedaban depositados en el ánimo del joven los gérmenes de un cristianismo orientado más hacia el espíritu que a la observación de prácticas tradicionales y de ceremonias. Es lógico suponer que a través de su vida sintió Miguel un vivo interés por las ideas erasmistas y que satisfizo su inclinación leyendo traducciones de Erasmo en español o italiano u obras afines. Sin embargo, todavía resta que la crítica contemporánea llegue a explicar precisamente de qué manera pudo obrar la influencia erasmista en la formación de este espíritu de tolerancia y compasiva comprensión ante la ortodoxia religioso-social de su época. Su indudable erasmismo fue, para la historia de Erasmo en España, fruto tardío, inesperado tal vez, pero explicable por haber sido Cervantes un escritor que recoge en su madurez las impresiones e ideas de su juventud, habiendo vivido y madurado con ellas íntimamente.

Los años de 1569 a 1580 son los memorables de su viaje a Italia, los de su vida aventurera de soldado y los de su heroico cautiverio. Se supone que el joven Miguel se marchó a Italia como fugitivo por cierto lance que reclamó la condenación en rebeldía, con una dura orden de castigo y destierro. Sabemos que en Roma sirvió de camarero en el séquito de Giulio Acquaviva, el hijo del duque de Atri, joven que en mayo de 1570 fue hecho cardenal a la edad de veinticuatro años. Nos imaginamos a Cervantes recorriendo en estos años las suntuosas ciudades de la Italia renacentista, de que nos dejó tan durable impresión en sus obras; aprende el italiano, lee en el original a los grandes autores, sobre todo a Ariosto; se complace en la belleza del paisaje y la opulencia de plazas y palacios… Su espíritu se abre y rebosa en la deslumbrante claridad de la cultura humanística, pinturas, arquitectura, literatura, que han venido formando varias generaciones de artistas, poetas y filósofos italianos. Para él el horizonte de la cultura y la experiencia se ha extendido para siempre más allá de la vida española. Pero como español siente el orgullo y la confianza en el ideal político de una España católica e imperial, segura de su dominio. En Nápoles, en el verano de 1570, sentó plaza de soldado en los tercios españoles que se preparaban a acompañar la flota cristiana en la guerra contra el turco.

Asistió, como recordó en repetidas ocasiones, a la batalla naval de Lepanto (7 de octubre de 1571) a bordo de la galera Marquesa. Estaba enfermo ese día y sus jefes le aconsejaron que se quedara bajo cubierta. Pero así extenuado, encendido y sudoroso de fiebre, abandona el lecho y busca un lugar peligroso; le entregan el lugar del esquife y allí pelea heroicamente. Lo hieren gravemente; recibe dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en el brazo izquierdo que le estropea la mano, «… herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros…» Curado de sus heridas, que no le impiden seguir siendo soldado, se incorpora al tercio de don Lope de Figueroa y toma parte en las acciones de Navarino en 1572, en la ocupación de Túnez en 1573 y en la tentativa por socorrer a la Goleta en 1574. En septiembre de 1575, con deseo de obtener el grado de capitán, se embarca en Nápoles para España con cartas de recomendación del propio don Juan de Austria y de don Gonzalo Fernández de Córdoba, III Duque de Sessa y III Duque de Terranova. Habiendo partido las galeras el día 6 ó 7 del mes, iban bordeando la costa de Francia cuando se levantó una borrasca y desbarató la flotilla de cuatro galeras, aislando del resto de la escuadra a la galera Sol en que iban Miguel y su hermano Rodrigo3. Atacada por corsarios argelinos, Miguel, su hermano y otras personas son capturados y llevados a Argel como esclavos.

Los cinco años de cautiverio son los de la plenitud de sus fuerzas juveniles, fuerzas que ahora el destino adverso malogra. Pero con ser la época más dolorosa de su vida, es ahora cuando se levanta sobre la humillación, el infortunio y el sufrimiento con voluntad indomable y muestra el temple heroico de su carácter, su generosidad y audacia, su inteligencia y ánimo de mando. Conocidos son los relatos de las cuatro tentativas de fuga que hizo, fracasadas casi siempre por la traición4. Su hermano Rodrigo fue rescatado en 1577, con dinero que pudo reunir la familia de su triste situación económica en Madrid. En septiembre de 1580, estando ya a bordo de la galera en que regresaba a Constantinopla su amo Hasan Bajá con su familia y esclavos, se verifica el milagro de la liberación de Miguel. Un fraile de la orden Trinitaria ha conseguido redimirlo a último momento, pagando la suma de 500 escudos por su rescate. Su liberación queda grabada en el ánimo del futuro novelista que la recreará idealizada en la historia del capitán cautivo, en que la fe cristiana, el amor y la lealtad se elevan maravillosamente sobre la eficacia material del dinero, y triunfantes sobre lo que fue en la realidad de la vida la miseria y la traición.

Al pisar de nuevo la tierra de España en octubre de 1580, Cervantes ha llegado al medio del camino de la vida, pues acaba de cumplir los treinta y tres años. Y sin embargo tiene que orientar de nuevo su existencia. Siempre han oscilado sus impulsos entre las dos metas que se ofrecen al hombre de su clase sin más recursos que el ánimo y el talento : las armas y las letras. Pero quedó perdida en los años del cautiverio la oportunidad para adelantar en la carrera militar. Cerrada la etapa de los años aventureros del soldado, ensaya la carrera de las letras. Entiéndase las letras poéticas o la literatura, pues para actuar en la carrera de las letras que señala don Quijote en su discurso (la carrera de letrado como la que hizo el abuelo de Miguel, Juan de Cervantes) hacía falta tener grados universitarios. El hidalgo pobre y soldado, no teniendo residencia o solar fijos y las propiedades de que mantenerse, se ve obligado a tomar los cargos disponibles en la burocracia real para los de su clase a quienes ni la suerte ni el linaje permiten más. Han empezado los años más ingratos y más difíciles de toda su vida. A medida que vaya madurando en años se irá desvaneciendo la ilusión de un empleo decoroso, digno de sus méritos y compensador de sus servicios. Se le dan algunas comisiones por orden del rey, pero de ellas no resulta nada que ofrezca posibilidades o que le asegure el futuro. Se acoge a la idea de encauzar su vida en las Indias; solicita uno de los puestos vacantes en 1582, como volverá a hacer cuando su situación sea aún más precaria en 1590. Ensaya los géneros en boga, la comedia y la novela pastoril, que prometen la fama y el lucro. Tan consciente de sus habilidades prácticas como de sus cualidades como escritor, aspira al mismo éxito en ambas empresas y en ambas sus esfuerzos apenas rinden para vivir.

En el año en que termina su novela pastoril La Galatea, a la edad de treinta y siete años, casa con una joven, Catalina Salazar y Palacios Vozmediano, que tiene diecinueve años. El hogar matrimonial será en Esquivias, provincia de Toledo, pero Miguel pasará poco tiempo en él. De este matrimonio casi nada se revela en sus obras, pero interesa que en ellas sobresalen los casos del hombre maduro de edad que se casa con una muchacha. Sus biógrafos remontan el enigma de sus relaciones con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas a los años 1582-84. Su fama y su éxito como escritor de obras teatrales y de La Galatea, o de sus poesías, son en el mejor de los casos medianos. En estos años vierte el recuerdo de la experiencia del cautiverio en obras dramáticas y el ensayo de prosa narrativa que llegará a ser la historia del cautivo.

En 1587 fija su residencia en Sevilla y consigue ser nombrado comisario en la gran empresa administradora de aquel momento, la de provisionar la Armada que Felipe II prepara contra Inglaterra. Empieza ahora la época de su vida más rica en proyectos e invenciones artísticas y sin embargo la más azarosa y angustiada para sus ambiciones literarias. Sus comisiones lo llevan por los caminos de Andalucía, de pueblo en pueblo, más de sesenta, requisando trigo, cebada y aceite. En esta rutinaria y penosa tarea su trato es con oficiales mezquinos, molineros y bizcocheros, carreteros y arrieros, y curas excomulgadores. El joven soldado bravo pero disciplinado, el escritor de idilios pastoriles, es ahora el comisario que aparece en los documentos rindiendo cuenta de tantos miles de arrobas de aceite, de fanegas de trigo y cebada, a veces rindiendo la misma cuenta repetidas veces, enredado en fianzas y litigios. De nuevo en 1590 solicita uno de los puestos vacantes en las Indias, sin resultado. Se resigna a seguir desempeñando su habilidad en comisiones. En 1592 en Sevilla suscribe un curioso contrato con un autor de comedias en que se compromete a escribir seis comedias. También en 1592 un corregidor de Écija, a pretexto de que había vendido sin orden trescientas fanegas de trigo, le encarcela, en Castro del Río. Miguel apela la condena y logra la libertad.

Siempre atento a los detalles que ofrece el espectáculo de la vida, sus viajes y tareas le ponen en contacto con la diversidad de gentes de la España meridional, y en Sevilla con la miseria y necesidad que oculta su esplendor. Observa de primera mano a los sujetos de la vida ínfima, los pícaros y ganapanes, los delincuentes de tendencias anormales; pero también a ricachones, mercaderes y licenciados. Se fijan en su imaginación tipos y escenas que se transformarán en sus cuadros de pícaros y buhoneros, titiriteros y fregonas, moriscos y gitanos, hidalgos pobres y licenciados despistados. La generosa nobleza de su carácter ahora se expresará en una comprensiva contemplación de mujeres y hombres de toda clase. Pero prodiga la amplitud de su tolerancia y amable sonrisa sobre los desheredados y menesterosos. Se ve aislado de la corriente de las modas literarias, del éxito y del aplauso, pero desde el centro de su reclusión el escritor contempla el cuadro completo de su sociedad sin la amargura del desengaño o la complacencia del ilusionismo. La propia experiencia de calamidades y privaciones le ha enriquecido en recursos afectivos para penetrar hasta las aflicciones y el ahogo de los desamparados, de los que como él se sienten vivir al margen de una sociedad fastuosa de ilusiones.

Desde nuestro punto de vista son inconcebibles el Quijote y las Novelas ejemplares sin la penosa y rutinaria vida que el destino le deparó a Cervantes en los años de su madurez intelectual. La experiencia y los viajes de estos años han sido para él el laboratorio en que ha fraguado sus proyectos de un nuevo arte. Porque si las privaciones que sufre le obligan a tratar con personas de toda índole y bajo diversas condiciones, la situación precaria en que labra sus proyectos literarios le impele hacia la invención ingenua, espontánea, y la libertad artística. Desde 1594 se encarga de la cobranza en el reino de Granada de varios atrasos de tercias y alcabalas. Sabido es que en 1595 quiebra el banquero sevillano en que había depositado parte de la recaudación. Y ahora, por un error de los contadores, se ve preso en Sevilla hasta rendir cuentas a pesar de que tenía dadas fianzas. Se le encierra en la cárcel real de Sevilla en septiembre de 1597 por varios meses.

«Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?» La crítica cervantina ha supuesto tradicionalmente que esta declaración del Prólogo se refiere a las circunstancias en que se engendró el Quijote en la cárcel sevillana. Pero no hay por qué interpretarla en un sentido literal. Esa cárcel mencionada pudo ser meramente una alusión simbólica. Aun así resalta que va ligada a la afirmación de que su libro es algo nuevo, original, y que ha nacido en circunstancias penosas para él. Cabe, pues, imaginárnoslo en los momentos en que concibe su fábula, reconcentrándose en su tarea, encerrado, si no en una cárcel, en el recinto de su conciencia. ¿A qué remedios acogerse para aliviar su suerte de penurias y desgracias? En 1597 ha cumplido los cincuenta años y tan desmedrada carrera administrativa como ha sido la suya se ha frustrado para siempre. Ha acumulado proyectos literarios, esbozos de novelas, comedias, entremeses; se le conoce como poeta ingenioso, pero desde 1585 no ha publicado nada que dé indicios de que Miguel de Cervantes sea escritor de alguna importancia. Consciente de su poder creador, se adentra en el mundo fantástico de sus creaciones.

Si por el año 1592 se desprendió, de entre otras figuras imaginadas por él, la del hidalgo manchego que devoraba libros de caballerías, es ahora, acosado por la incertidumbre y la angustia, que se reconcentra para elaborar su relato. No sólo es el proyecto que se presta a una elaboración mayor, sino que la idea fundamental que la rige —la oposición entre la ilusión literaria y la dura realidad— responde a un cambio en la sensibilidad de muchos españoles en los últimos años del reinado de Felipe II. Si los desaires y las escaseces personales le han endurecido para hacer frente a sus apuros, los fracasos y humillaciones internacionales que ha sufrido España, la derrota de la Armada invencible en 1588, el saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596, y la decadencia que va asomándose por todas partes del país, han templado su afán patriótico en una actitud irónica ante cualquier proyecto, económico, militar, para recobrar la antigua gloria. El desengaño del hombre se convierte en la expresión burlesca y agridulce del artista que ahora reduce a risa el sueño de gallardas y fantásticas empresas, que recobra de desatinos y donaires una forma de arte nueva y única.

En septiembre de 1598 expira el rey Felipe II y con él el siglo de la formidable expansión imperial de España. En Sevilla se erigió el suntuoso túmulo que inspiró el más conocido de los sonetos de Cervantes, «Voto a Dios, que me espanta esta grandeza…» Ya en el soneto que escribió sobre la entrada del duque de Medina en Cádiz (1596) había irrumpido imprevista la vena satírica. Estas composiciones de Cervantes, escritas al eclipsarse el siglo de las empresas heroicas en medio de la pompa y la descomunal ostentación, nos ofrecen un indicio de la forma expresiva que había de tomar su desconfianza y desengaño.

Dos concepciones serían fundamentales para el desarrollo de su fábula. La primera despliega el poder mágico de transformación que pueden ejercer los libros de caballerías en el ánimo y la mente de un hidalgo arrinconado en su aldea. Su locura es efecto del poder que puede ejercer la obra de imaginación, impresa y divulgada, en la vida social y cultural. Así lo habían entendido los humanistas del siglo XVI que vieron como peligrosa para la moral la difusión de obras de fantasía desvariada, exentas de enseñanza o ejemplaridad. Aunque con ella se reduce a lo ridículo las ficciones caballerescas, esta idea eleva al plano de una verdad ejemplar los procedimientos que en el caso del hidalgo se introducen como sátira y burla. La segunda concepción es la que se mantiene por el efecto de la risa. Las malandanzas del hidalgo sirven para recreo o pasatiempo de quien las lea; divierten o deleitan porque el protagonista grave, colérico y melancólico provoca por sus acciones la risa desenfrenada. Por su virtud cómica se mantiene el libro como pasatiempo, suspendiendo los ánimos y despertando la admiración. Va dirigido a toda suerte de lectores, pero es «el pecho melancólico» el que más profundamente ha de sentir el alivio que le causa la risa. «Yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno / en cualquiera sazón, en todo tiempo», dicen los versos del Viaje del Parnaso, 4. 22-4.

Vista así, se entiende que la parodia del libro caballeresco sea el mecanismo para llegar a más distantes y difíciles metas. En la historia de la literatura las grandes innovaciones suelen ocurrir en los momentos en que va agotándose el impulso creador sostenido a través de varias generaciones de autores. Por el año 1600 quedaba agotada en España la corriente de narraciones idealistas iniciada con la aparición de Amadís de Gaula (1508) y que a mediados del siglo sostuvo el bulto de producciones caballerescas. Había pasado el apogeo de la llamada novela sentimental y la pastoril, aunque sus temas y forma seguían siendo respetados, por ser convencionales. La gran novedad del año 1599 fue la obra moralizadora y picaresca de Mateo Alemán, el Guzmán de Alfarache. El Quijote se explica como parodia de la ficción idealista según esta perspectiva histórica, porque, con ser la negación de un mundo ideal y legendario sostenido por recursos literarios, es también la invención de otros, definidores del cuadro realista, ejemplar y moral de Cervantes.

Es su emparejamiento de lo soñado y lo real, lo lejano y lo inmediato en una doble visión el recurso de mayor tensión y eficacia. Se describe al lector una realidad cotidiana, donde todo es normal, rutinario y vulgar, y que excluye toda posibilidad de prodigio o maravilla. A esta realidad pertenece el hidalgo enloquecido por la continua lectura de libros de caballerías. De su desequilibrio mental nace la visión de otra realidad, legendaria e indefinida en el tiempo y el espacio, sostenida por el empeño y la fe. En ella es el caballero andante don Quijote de la Mancha. Esta doble visión la sostiene el autor admirablemente como una unidad de conceptos poético-burlescos, psicológicos y morales, y desde la primera página el lector siente comprenderla perfectamente, pues cree penetrar en un artificio de la vida retratada como ficción. Debido a su humor colérico y melancólico, en este héroe burlesco se abre cauce una excitación interior que le ha de enajenar de su persona social, y por lo mismo del conformismo a la ideología según la cual no es más que un hidalgo de los pobres de aldea. Esta excitación, digámoslo así, no la ha sentido antes ningún personaje de una obra literaria. Ningún héroe de ficción ha sentido antes esta necesidad de afirmar para sí una nueva existencia, de cobrarse un nuevo ser. He aquí el nexo entre la vida del autor y su personaje que es el punto de partida de la brillante interpretación de Américo Castro. Se impone como axiomático que la no conformidad del personaje con su estado social corresponde de alguna manera decisiva con el no conformismo de Cervantes ante la ideología y los usos sociales de su tiempo y país. De aquí el tono con que expresa tanto su orgullo como sus reticencias en el Prólogo, pues es consciente de que su libro, al desviarse de todo precedente por el lado de burlas, desatinos y donaires, intenta establecerse en el ambiente de 1604 como un arte nuevo. El hidalgo se propone restaurar la antigua caballería, pero su manera de llevarlo a cabo es trasladarse al tiempo y espacio representado en su arcaica forma literaria, acogiéndola como cierta estructura social, cierto modo de vivir, en que su nueva identidad se pueda ensanchar y cumplirse. Lo audaz de la invención de Cervantes reside en que el hidalgo por su locura adquiere su nueva y efectiva existencia en una forma literaria tan imprevista como gratuita con respecto a los modos narrativos anteriores y a las condiciones históricas y sociales de su época.

Para nosotros la unidad poética, psicológica y moral que es a la vez la ilusión del protagonista y la verosimilitud del autor comprueba ampliamente la ejemplaridad de sus fines artísticos. Ahora la novedad de su personaje se irá afirmando a lo largo de su ruta de aventuras desorbitantes y frustradas. El ardor caballeresco se deshace en palizas y humillaciones, pero de ello, como de un destino adverso y circunstancial, el hidalgo enloquecido se forja su existencia: tan heroico en la imagen que de sí se despliega en su conciencia como los héroes míticos de las ficciones que le inspiran. Su nueva existencia es la que proyecta y sostiene la dualidad de la visión equívoca, la cual, de esta manera, hace posible también la nueva forma literaria de su libro. El que el personaje mismo vaya trazando su propia manera de ser es el eje de la forma circunstancial que lo retrata. Por eso, lejos de ser mero pretexto, la locura de don Quijote es el aliciente que lo realza y sostiene en el ámbito de la imaginación, sea en las páginas de Cervantes, sea en la recreación del lector. El no ver en la locura de don Quijote más que un trastorno mental para urdir una invectiva contra los libros de caballerías impedirá siempre al lector llegar a la grandeza de la invención cervantina. Son admisibles del todo estas palabras de Américo Castro: «La obra va movida por un impulso original, por la continua tensión del antes hidalgo a fin de mantener existiendo el ser de sí mismo, como don Quijote, surgido a la vida por la decisión de su voluntad. La ruta del caballero manchego no es producto de su demencia, sino de la necesidad de mantenerse siendo él quien ha decidido ser… Cervantes ha introducido una nueva dimensión en la literatura, la de trazarse la figura imaginada su propia vía… Don Quijote aparece haciéndose a sí mismo, sirviéndose de la incitación de unos libros, que usa y usará en la medida que convenga a sus designios, y olvidará el resto como inservible. Hasta tal punto es creación de sí mismo, que su demencia será también instrumental, entreverada…»

El autor no sólo ha ideado el proceso psicológico y moral según el cual se transforma el personaje, sino que ha concebido en relación con él la gran diversidad de materias literarias que combinadas van a estructurar el mundo poético de su fábula, el mundo quijotesco. Es por eso que el conjunto de estilos y materias novelísticas que integran su libro se impone como el testimonio más fehaciente de sus propósitos literarios. El libro, por su diversidad, está ideado como una summa de formas y estilos narrativos, repartidos en episodios y cuentos, los cuales, además, están enlazados de diversas y desusadas maneras. Por la singularidad de su protagonista está ideado como otro ‘caso extraño’ al estilo de las novelas ejemplares, pero notablemente distinto de éstas por la imitación de la forma episódica y el historiador fingido del libro caballeresco, que a su vez imitaba recursos épicos. Por su lado el arte ejemplar nos describe los rasgos sociales, físicos y psicológicos del hidalgo. De su autonomía como personaje novelesco va a surgir la parodia del libro caballeresco, todo lo cual se vislumbra ya en el nombre que se da a sí mismo, y en los que da a su dama y a su caballo. Tal vez sea este el rasgo más difícil de apreciar en toda su novedad. Es por el acceso fortuito de su aberrada e ingeniosa imaginación por donde va a entrar en el relato de su vida cotidiana todo el orbe fantástico de la caballería andante, sus leyendas, sus héroes, su población de «dueñas y doncellas», hadas y encantadores, enanos y gigantes; su aparatoso escenario de castillos sumergidos, ínsulas, serpientes y endriagos, confabulación de magia y mitologías; su culto a la mujer y su idea del amor y de la atracción sexual. Con este recurso va a recrear Cervantes los temas y los trances de un mundo de pura ficción como una realidad psicológica y cargada de consecuencias morales para el mundo de la España de 1600. Para la historia del arte este recurso tiene la importancia del descubrimiento de un nuevo continente, pues con él se incorporará, cobrando un sentido crítico y verosímil, el mundo fabuloso de la ficción caballeresca, surgido del mito puro, en el arte racionalista de la novela moderna. Con él las aventuras del caballerohéroe quedan reducidas a una posibilidad psicológica, a proyecciones alusivas y al espejismo de estilos entrecruzados.

Por si no fuera esto ya suficiente como innovación, en sus andanzas don Quijote se irá encontrando con otros seres retratados en su afán de vivir, con cabreros y pastores, arrieros, venteros y galeotes, con amantes apenados que han salido a los campos y caminos en busca de la solución a su apremiante desdicha, solución que la ciudad y el hogar les vedaba; con ellos se asimilan a su fábula los recursos y temas de otras formas narrativas, el relato pastoril, la novela sentimental, la picaresca, y en la del Curioso impertinente, la novela psicológica italiana, y luego, en el relato del capitán Ruy Pérez, la exótica de costumbres moriscas. En su segunda salida le acompaña de escudero Sancho Panza, el rústico labrador, y con él se da paso a la tradición popular y folklórica, cuentos como el de las cabras de la pastora Torralba, sentencias y refranes. El trato entre hidalgo y criado recrea maravillosamente la forma del diálogo estimulada en el siglo XVI por el influjo de Erasmo, los italianos y los clásicos. No podían faltar en esta suma de pasatiempo las formas poéticas: los viejos romances caballerescos, la poesía aristocrática renacentista, sonetos, canciones, que predomina sobre la forma popular del romance. Tan completo es su inventario de formas narrativas que pudo decir Menéndez y Pelayo que con sólo el Quijote se podría adivinar y restaurar toda la producción novelesca en España anterior a Cervantes. Cualquier intento de explicar sus propósitos literarios tiene que empezar por ponderar la amplitud de su empresa, que de alguna manera había de corresponder a la hondura en que se fraguó su unidad. Que su relato satírico-ejemplar es la negación del libro caballeresco, y su intento el de suplantarlo con el suyo en los gustos y aficiones del lector, no cabe duda. Pero el libro anti-caballeresco es también el libro pluscuamlibro, ya que eleva todo el concepto de la obra de imaginación al plano superior de la obra reflexiva, irónica y consciente de sus recursos, fines y artificios. La parodia caballeresca es solamente un elemento más en la estructura de una obra de ficciones dentro de ficciones, del libro dentro del libro. Y desde luego en el mundo contemporáneo de sus personajes los engañosos libros de caballerías existen como una realidad compleja, como objetos con su bulto y peso, como escritura, y como efusiones mágicas e ilusorias. La creación de don Quijote, digámoslo de una vez, supuso la invención de la ficción quijotesca.

Por más que sorprenda la diversidad de materias literarias que ensayó y dominó Cervantes, lo decisivo de su invención ha sido la gracia artística con que la resolvió en una armónica unidad, pues desde cualquier lado que se mire se nos ofrece como una narración a la vez crítica y racionalista e ingenua y portentosa. De ahí que su libro haya suscitado tan variadas como controvertidas interpretaciones como las que se han propuesto. Hoy, sin embargo, puede decirse que cuanto mejor se entiende este universo poético que es el Quijote, más reflexivas, más deliberadas y conscientes se revelan las facultades artísticas de su autor. Hasta tal punto impresiona el prodigioso genio literario de Cervantes que cabe pensar que en él se dio el narrador más extraordinario de todos los tiempos.

El año 1600 fue el último en la etapa sevillana de su vida. Desde julio de este año hasta la aparición del Quijote en 1605 se sabe poquísimo de Cervantes, y hubo de ser precisamente en estos años cuando escribió la mayor parte de su libro en Castilla. Por mucho tiempo le supusieron sus biógrafos encarcelado en Sevilla por segunda vez en 1602, pero tal suposición carece de fundamento. Vivió probablemente en Toledo y Madrid, con visitas ocasionales a Esquivias. Había empezado, pues, la etapa de su residencia en las ciudades importantes de Castilla, la etapa en que dará a conocer sus libros. A mediados de 1604 se traslada a Valladolid, a la sazón corte de Felipe III, donde vive con las mujeres de su familia, menos la esposa. Su vida al lado de estas cuatro mujeres (se dedicaban, al parecer, a la costura), las dos hermanas Andrea y Magdalena, y las hijas, Constanza de Ovando, hija natural de Andrea, e Isabel de Saavedra, tal vez hija de Magdalena (y no del autor, como se ha supuesto), y las irregularidades que se deslizan de ellas por el ruidoso incidente del caballero Ezpeleta, en junio de 1605, son asunto en que suelen detenerse los biógrafos, no siempre por la falta, casi completa, de noticias sobre lo que hacía el escritor en los días en que salía de nuevo su nombre en letras de molde, al cabo de veinte años de silencio.

Un día de julio o agosto de 1604 entregaba su manuscrito a Francisco de Robles, quien, como librero del rey, negociaría la solicitud de la licencia de impresión. Se ignora la cantidad que el escritor cobró de Robles por los derechos del libro en que había vertido el caudal de su fantasía y su esperanza indomable. Seguramente que no llegó a la suma de 1.600 reales que le dio por la cesión del privilegio de las Novelas ejemplares en 1612, cuando era ya escritor muy conocido. Tal vez por consejo de algunos amigos se adelantó a dedicarlo al joven duque de Béjar. A fines del verano se entregaba el manuscrito a la imprenta de Juan de la Cuesta en Madrid, y hubo de aparecer por los primeros días de enero de 1605. Su éxito fue instantáneo. En el mismo año se hicieron seis ediciones, dos en Madrid, por Juan de la Cuesta, dos furtivas en Lisboa, y dos en Valencia. En 1607 se publicó en Bruselas, y en 1608 lo volvió a imprimir Juan de la Cuesta en Madrid. En vida dé Cervantes se tradujo al inglés y al francés, en 1622 al italiano y en 1648 al alemán.

Aunque todo asunto relacionado con su aparición y difusión es hoy de un interés mayor, siempre importará más destacar las resonancias que su éxito tuvo en la vida de Cervantes. Fue sin duda el hecho más importante de su vida de escritor, pues desde este momento es uno de los autores más leídos en España y uno de los españoles más conocidos fuera de ella. Habiendo llegado a la vejez y la madurez tardía, el soldado y comisario frustrado se revela como el gran escritor que tras una vida pródiga en desgracias se sintió ser, y el Miguel de Cervantes de la historia de las letras que la posteridad conoce. Los últimos diez años de su vida fueron de una asombrosa abundancia, colmados en el ocaso dorado de los últimos tres que vieron la publicación de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso, las Comedias y entremeses, la continuación del Quijote, y, ya póstumamente en 1616, Persiles y Sigismunda. El Quijote de 1605 fue un éxito de librería, se vendió y se leyó, y pronto se hizo el libro español más popular, pero su extraordinaria difusión material no deparó a su autor ningún alivio a la estrechez económica en que siguió viviendo. Tampoco puede decirse que le granjeó todo lo que se hubiese esperado en respeto, influencia y prestigio personal. Entre sus coetáneos fue conocido y estimado como el autor de una obra festiva y popular, pero sin fondo serio; fue para ellos, a lo sumo, un escritor discreto, fabricador de decorosos regocijos y donaires, con el genio de la invención. A Cervantes no le concedieron sus contemporáneos ni la mitad del aplauso y la adulación que prodigaron sobre su rival, Lope de Vega. Por otra parte, pronto empezó a manifestarse el efecto de lo que puede llamarse la difusión espiritual del Quijote, es decir de su fábula, sus personajes y su estilo literario. Ya en el mismo año de 1605 aparecieron representadas las figuras de don Quijote y Sancho en farsas y regocijos callejeros, y en los años sucesivos se popularizó también la figura de Rocinante en torneos y mascaradas burlescas. De un día a otro, pasaron al dominio de la imaginación popular y folklórica y, a la vez, muchas frases y conceptos del libro se hicieron proverbiales. En suma, que fue tan completo el triunfo del libro en la imaginación popular que promovió su continuación y vino a influir en el concepto que de su propia ficción quijotesca se había de formar Cervantes en la segunda parte.

LUIS ANDRÉS MURILLO