Inmune a ti - Elle Kennedy - E-Book

Inmune a ti E-Book

Elle Kennedy

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Beschreibung

Si la quiere, tendrá que ganársela Allie Hayes está en medio de una crisis. Se acerca la graduación y todavía no sabe qué hará con su vida cuando termine la universidad. Además, acaba de dejar a su novio tras cuatro años de relación. Sabe que el sexo salvaje con otro no es la solución a sus problemas, pero Dean Di Laurentis es demasiado irresistible. Eso sí, será solo una vez. Este chico no está hecho para las relaciones. Dean siempre consigue lo que quiere: chicas, buenas notas, chicas, reconocimiento, chicas… Es un playboy nato y todavía no ha conocido a una mujer que se resista a sus encantos. Hasta que llegó ella. Aquella noche, Allie dio un vuelco a su mundo, ¿y luego quiere que solo sean amigos? Oh, no. Esto no se acaba hasta que él lo diga, y él quiere más. Pero cuando algo inesperado sacude los cimientos de su vida, surge la duda: ¿debería perseguir algo más serio con ella?   Best seller del New York Times, no te pierdas la serie adictiva que ya ha enganchado a miles de lectores

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Inmune a ti

Elle Kennedy

Serie Kiss Me 3
Traducción de Lluvia Rojo

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Inmune a ti. KissMe 3

V.1: mayo de 2024

Título original: The Score. Off-Campus 3

© Elle Kennedy, 2016, 2021

© de la traducción, Lluvia Rojo Moro, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2024

Todos los derechos reservados.

Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Sourcebooks

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Ilustración de cubierta: Aslıhan Kopuz

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-73-5

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Inmune a ti

Si la quiere, tendrá que ganársela

Allie Hayes está en medio de una crisis. Se acerca la graduación y todavía no sabe qué hará con su vida cuando termine la universidad. Además, acaba de dejar a su novio tras cuatro años de relación. Sabe que el sexo salvaje con otro no es la solución a sus problemas, pero Dean Di Laurentis es demasiado irresistible. Eso sí, será solo una vez. Este chico no está hecho para las relaciones.

Dean siempre consigue lo que quiere: chicas, buenas notas, chicas, reconocimiento, chicas… Es un playboy nato y todavía no ha conocido a una mujer que se resista a sus encantos. Hasta que llegó ella. Aquella noche, Allie dio un vuelco a su mundo, ¿y luego quiere que solo sean amigos? Oh, no. Esto no se acaba hasta que él lo diga, y él quiere más. Pero cuando algo inesperado sacude los cimientos de su vida, surge la duda: ¿debería perseguir algo más serio con ella?

Best seller del New York Times, no te pierdas la serie adictiva que ya ha enganchado a miles de lectores

«Exquisito, complicado y hasta los topes de drama… Me lo leí del tirón, y tú también lo harás.»

L. J. Shen, autora best seller del USA Today

«Una historia deliciosamente sexy que te provocará una avalancha de emociones inesperadas.»

Vi Keeland, autora best seller del New York Times

«Elle Kennedy nos ha traído otra novela sexy y adictiva, ¡y se ha convertido en mi favorita de todas las que ha escrito!».

Sophie Jordan, autora best seller del New York Times

«¡Lo ha conseguido otra vez! Qué novela tan romántica. Llena de risas, desmayos, situaciones para llorar a lágrima viva… ¡Inmune a ti lo tiene todo y más! Elle Kennedy nos ha regalado de nuevo un romance divertido y maravillosamente inolvidable».

Katy Evans, autora best seller del New York Times

#wonderlove

Capítulo 1

Allie

Sean: Podemos hablar?

Sean: Xfa??

Sean: WTF, Allie. Después de todo por lo q hemos pasado, merezco más de esto.

Sean: No ibas n serio cuando dijiste q habíamos terminado, no?

Sean: Puedes, x favor, CONTESTAR? Joder!!

Sean: Sabes q? A la mierda. Quieres ignorarme? Ok. Como veas.

Seis mensajes me esperan cuando reviso mi teléfono móvil a la salida del gimnasio del campus la noche del viernes. Todos son de Sean, mi ex desde anoche. Y aunque su progresión emocional, de súplica a cabreo, no me pasa desapercibida, no puedo evitar fijarme en sus errores gramaticales.

«Merezco más de esto».

«De», en vez de «que». Y dudo que el culpable sea el autocorrector, porque Sean no es precisamente el más listo de la clase.

Bueno, eso no es del todo cierto. Es superinteligente para algunas cosas. Como por ejemplo…, para el béisbol. En serio, podría recitar las estadísticas al revés, incluso las que se remontan a los años sesenta. Pero todo lo que tenga que ver con los libros no es su fuerte. Ser un novio maravilloso tampoco entra dentro de su lista de puntos fuertes, por lo menos en los últimos días.

Nunca he querido ser una de esas chicas que corta y vuelve con el mismo chico una y otra vez. Y lo cierto es que pensaba que yo era más fuerte, pero Sean McCall me tiene atrapada desde mi primer año en la Universidad Briar. Me conquistó con su look pijín y su sonrisa de niño pequeño. Esa bonita sonrisa, torcida, con sus hoyuelos… y llena de promesas.

Miro el teléfono de nuevo y mi desconfianza crece como la yedra del edificio que tengo a mi espalda. ¡Argh! ¿De qué quiere hablar? Anoche ya nos dijimos todo lo que nos teníamos que decir. Cuando le aseguré que habíamos terminado, antes de salir corriendo de su casa en la fraternidad, iba muy en serio.

Hemos terminado de verdad. Esta es nuestra cuarta ruptura en tres años. No puedo seguir haciéndome esto a mí misma, no puedo seguir en este círculo retorcido de alegría y dolor, sobre todo cuando la persona con la que se supone que debería estar construyendo un futuro está decidida a lastrarme.

Aun así, me duele el corazón. Es difícil dejar marchar a alguien que ha sido una parte muy importante de tu vida durante tanto tiempo. Y es aún más difícil cuando esa persona se niega rotundamente a dejarte marchar.

Entre suspiros, bajo corriendo las escaleras y me dirijo al sendero empedrado que atraviesa serpenteando el campus. Por lo general, me tomo mi tiempo en admirar el paisaje: los magníficos edificios antiguos, los bancos de hierro forjado, los inmensos árboles. Pero esta noche solo quiero correr hasta mi residencia, taparme con el edredón hasta la cabeza y aislarme del mundo. Por suerte puedo hacerlo, porque mi compañera de cuarto, Hannah, está fuera este fin de semana, lo que significa que no podrá aleccionarme sobre los peligros emocionales que tiene revolcarme en mi propia miseria.

Aunque anoche no me dio ninguna lección. No, en vez de eso, asumió la responsabilidad de mejor amiga y lo hizo fenomenal. Después de salir de la casa de Sean, Hannah me esperaba en nuestra sala común con un bote de helado, una caja de Kleenex y dos botellas de vino tinto, y se quedó despierta hasta la madrugada pasándome pañuelos de papel y escuchando mi incoherente balbuceo.

Las rupturas son una mierda. Siento que he fracasado totalmente. No, mejor dicho, me siento como una desertora. El último consejo que mi madre me dio antes de morir fue que nunca me diese por vencida en el amor. En realidad, ya me había inculcado eso mucho antes de ponerse enferma. No conozco todos los detalles, pero en casa no era ningún secreto que el matrimonio de mis padres estuvo a punto de desmoronarse más de una vez durante los dieciocho años que estuvieron juntos. Pero se esforzaron en seguir adelante. Trabajaron duro por la relación.

Cada vez que pienso en que ayer dejé a Sean, se me revuelve el estómago. Tal vez debería haber luchado más por nosotros. A ver, yo sé que él me quiere… Si te quisiera, no te habría dado un ultimátum. Has hecho lo que había que hacer, me asegura una voz ronca.

Mi garganta se contrae cuando reconozco la voz en mi cabeza. Pertenece a mi padre, que resulta ser mi mayor defensor y admirador. A sus ojos, nada de lo que hago es malo.

Es una lástima que Sean no sea capaz de verme a través de esa lente.

Mi teléfono vibra cuando estoy a cinco minutos de la Residencia Bristol, donde comparto una suite de dos dormitorios con Hannah. Mierda. Otro mensaje de Sean.

Y doble mierda porque dice:

Sean: Siento mucho habert insultado, amor. No lo decía en serio. Estaba enfadado. Significas todo xa mí. Espero q lo sepas.

Un segundo mensaje aparece en la pantalla: 

Sean: Voy a tu cuarto después de clase. Así podremos hablar.

Me detengo en seco, una sacudida de pánico sube por mi espalda. No tengo miedo de Sean, al menos no en el sentido físico. Sé que él nunca me pondría la mano encima o me montaría un pollo de los gordos. Pero temo su capacidad de persuadirme con palabras bonitas. Es superbueno en eso. Lo único que tiene que hacer es llamarme «amor» y sacar a relucir su adorable sonrisa, y estoy perdida.

La ira, el miedo y el cabreo lidian una batalla para captar mi atención mientras releo sus mensajes. Es un farol. No vendrá sin que lo invite, ¿verdad?

Joder, joder, joder.

Con dedos temblorosos, busco el número de Hannah. Dos tonos más tarde, la voz tranquilizadora de mi mejor amiga resuena en la línea.

—¡Hola! ¿Qué tal? ¿Estás bien?

Oigo a alguien charlando de fondo. Una voz femenina: Grace Ivers, la novia de Logan. Eso significa que Hannah y su novio, Garrett, ya han salido para pasar el fin de semana en Boston. Me invitó a ir con ellos, pero rechacé la propuesta porque no me apetecía ir de sujetavelas por partida doble. ¿Dos parejas enamoradas con locura y yo? No, gracias.

Ahora desearía haber aceptado la invitación porque me quedo sola este fin de semana y resulta que Sean quiere «hablar». 

—Sean va a venir a casa esta noche —suelto.

Hannah gruñe.

—¿Qué? ¡No! ¿Por qué le has dicho que te parece bien que…?

—¡Yo no le he dicho nada! Ni siquiera me ha preguntado si me parecía bien. Solo me ha enviado un mensaje para decir que se pasa luego.

—Pero ¿qué coño dice? —Suena tan indignada como yo me siento.

—Muy fuerte, ¿verdad? —Mi pánico se desborda—. No puedo verlo, Han. Todavía estoy demasiado sensible por la ruptura. Si se acerca a mí, podría terminar volviendo con él.

—Allie…

—¿Crees que si apago todas las luces y cierro la puerta pensará que no estoy en casa y se irá?

—¿Conociendo a Sean? Se quedará esperando en la puerta toda la noche —contesta Hannah—. ¿Sabes qué? No debería haber aceptado ir al partido de los Bruins. Debería estar en casa contigo. Espera, le digo a Garrett que dé la vuelta…

—Ni de coña —interrumpo—. No vas a cancelar el viaje por mí. Esta es tu última oportunidad de hacer algo divertido juntos.

El novio de Hannah es el capitán del equipo de hockey de Briar, lo que significa que su calendario de entrenamientos y partidos estará hasta arriba ahora que la temporada ha comenzado. Y eso quiere decir que Hannah no podrá verlo mucho. Me niego a ser la persona que arruina un fin de semana de libertad para ellos.

—Solo quiero consejo. —Trago saliva—. Así que, por favor, dime qué puedo hacer. ¿Le pregunto a Tracy a ver si me puedo quedar en su habitación?

—No, es mejor que no estés en la resi si Sean va a estar vagando por los pasillos. Tal vez Megan… No, espera, su nuevo novio ha venido de visita este fin de semana. Probablemente querrán estar solos. —Hannah parece reflexionar—. ¿Y Stella?

—Ella y Justin acaban de irse a vivir juntos. Justo la semana pasada. No creo que les apetezca una invitada de última hora.

—Espera un segundo. —Hay otra larga pausa. Oigo la voz apagada de Garrett, pero no entiendo lo que dice. Vuelvo a oír a Hannah—. Garrett dice que te puedes quedar en su casa este finde. Dean y Tucker estarán allí, así que si Sean se entera de dónde estás y se pasa por allí, le mandarán a la acera de una patada. —El murmullo de voces llena el fondo de nuevo—. Puedes dormir en el cuarto de Garrett —añade.

La indecisión me sacude a fogonazos. A ver, todo esto es ridículo. No puedo creer que esté pensando en permitirle a Sean que me eche de mi propia residencia… Pero mi mente se inunda con imágenes de él aporreando mi puerta. O peor todavía, de él imitando a John Cusack en la peli Un gran amor fuera de mi ventana con unos altavoces. Uf, ¿y si pone la canción de Peter Gabriel? Odio esa canción.

—¿Seguro que les parece bien a todos? —pregunto.

—Sí. Totalmente bien. Logan está escribiendo a Dean y a Tucker ahora mismo para informarles. Puedes ir en cualquier momento. 

Una oleada de alivio me inunda junto con una punzada de culpabilidad.

—¿Me pones en manos libres? Quiero hablar un momento con Garrett.

—Por supuesto. Un segundo.

Un instante después, la voz profunda de Garrett Graham aparece en la línea.

—Las sábanas limpias están en el armario de la ropa y es posible que quieras llevar tu propia almohada. Wellsy piensa que las mías son demasiado blandas.

—Es que son demasiado blandas —protesta Hannah—. Es como dormir en una nube de azúcar.

—Es como dormir sobre nubes esponjosas —corrige Garrett—. Créeme, Allie, mis almohadas son lo más. Pero, aun así, llévate la tuya, por si acaso. 

Me río.

—Gracias por la advertencia. Pero ¿seguro que no te importa? No quiero que te sientas obligado.

—No problem, linda. Bate tus enormes pestañas a Tuck y seguro que te prepara una cena rica. Ah, y Logan le ha ordenado a Dean que no te tire los tejos, así que no tienes que preocuparte de que te vaya a dar la lata.

Es verdad. Dean Heyward-Di Laurentis es el más ligón del planeta. Cada vez que lo veo, intenta colarse entre mis piernas. Y ni siquiera puedo sentirme especial por eso, porque lo intenta con las piernas de todas. Pero no estoy preocupada. Sé cómo manejar a Dean, y Tucker servirá como un buen amortiguador entre yo misma y su compañero salido. 

—Te agradezco muchísimo todo esto —le digo a Garrett—. En serio. Te debo una.

—Naah.

Hannah levanta la voz.

—Mándame un mensaje cuando llegues, ¿vale? Y después apaga el teléfono para que Sean no te pueda molestar. ¿He mencionado lo mucho que quiero a mi mejor amiga?

Cuelgo y me siento inmensamente mejor. Tal vez lo más inteligente sea salir del campus el fin de semana. Lo veré como una pequeña escapada, unos días para despejar mi cabeza y aclararme. Y mientras Tucker y Dean estén por ahí, no sentiré la tentación de llamar a Sean. Esta vez necesitamos una ruptura limpia, sin contacto alguno, al menos durante un par de semanas. O meses. O años.

A decir verdad, no sé si voy a sobrevivir a esta ruptura. He querido a este tío durante años, y Sean tiene sus momentos maravillosos. Como todas las veces que se presentó en mi puerta con sopa cuando estaba enferma. Y cuando… ¡Aviso de recaída!

Las campanas de alarma protestan en mi cabeza, alertándome de mi estupidez. No. No voy a permitirme recaer. No importa que Sean tenga la capacidad de ser encantador, porque también tiene la de no serlo en absoluto, como demostró anoche.

Cuadro mis hombros y camino más rápido, decidida a seguir con el plan. Sean y yo hemos terminado. No puedo verlo ni mandarle mensajes ni hacer nada que me ponga en su camino.

El primer día de mi existencia sin Sean ha comenzado de forma oficial.

Dean

Es viernes por la noche y estoy tumbado en mi sofá del salón, bebiendo una cerveza, mientras dos rubias —dos rubias muy pibones y muy desnudas— se chupan la lengua la una a la otra frente a mí. Mi vida es la hostia.

—La mejor noche del mundo —digo. Mi mirada no se separa de la trayectoria de las manos de Kelly mientras se deslizan hacia las tetas de Michelle. Kelly las aprieta y yo gimo—. Sería aún mejor si trajerais la fiesta hasta aquí, chicas.

Se separan y están sin aliento, riendo mientras miran en mi dirección.

—Danos una buena razón —se burla Kelly.

Arqueo una ceja y bajo la mano para agarrarme la polla, dura como una roca. La acaricio lentamente.

—¿Esto no os parece una razón lo suficientemente buena?

Michelle es la primera en pasearse hacia mí, sus tetas botan y su culo se balancea mientras se sube a mi regazo y presiona su boca contra la mía. Un segundo después, Kelly está a mi lado y sus labios cálidos y suaves se enganchan en mi cuello. Dios. Estoy tan empalmado que me duele todo, pero estas dos diosas están decididas a hacerme suplicar. Me torturan con besos. Besos largos y aturdidores, y lenguas húmedas y traviesas. Lamidos estratégicos y mordiscos suaves diseñados para volverme loco.

Me gustaría decir que este trío guarro es una nueva experiencia para mí, o que la etiqueta de «zorrón» que me han colgado mis compañeros de equipo de hockey es una exageración. Pero ni es la primera vez, ni la etiqueta es equivocada. Me gusta follar. Follo mogollón. Qué le vamos a hacer. Gruño cuando los dedos de Kelly rodean mi polla.

—Dios. ¿Cómo es que tengo tanta suerte?

—Aún no has tenido toda la suerte posible —dice Michelle con voz sexy, lanzando su pelo largo por encima del hombro—. No te puedes correr hasta que lo hagamos nosotras, ¿recuerdas?

Lleva razón. Hice una promesa y tengo la intención de cumplirla. Contrariamente a lo que los gilipollas de mis colegas piensan de mí, yo concibo el sexo como algo para la chica. Chicas, en este caso. Dos chicas preciosas y hambrientas que no solo están interesadas en mí, sino que además se gustan entre ellas mismas.

«Hola. ¿Es el cielo? Aquí Dean Di Laurentis. Gracias por dejarme haceros una visita».

—Bueno. En ese caso, creo que deberíamos empezar —anuncio, y a continuación la tumbo contra el cojín y llevo mi boca a sus pechos.

Atrapo un pezón y lo chupo con fuerza. Sus caderas salen disparadas del sofá mientras suelta un gemido. Una sombra cruza por mi visión periférica. Kelly se agacha junto a mí y le lame el otro pezón a Michelle. Dios de mi vida y de mi corazón. Gimo en voz lo suficientemente alta como para despertar a los muertos.

Kelly levanta la cabeza y me sonríe.

—Pensé que podrías necesitar un poco de ayuda. —Después recorre a besos el vientre plano de su amiga hasta llegar a la unión de sus muslos.

Nada de cielo. Esto es el nirvana.

Sigo el camino que Kelly ha iniciado y mis labios se desplazan sobre la piel bronceada y las preciosas curvas de Michelle hasta llegar a ese lugar que me hace la boca agua. Kelly ya lo está chupando. Dios. No estoy seguro de poder controlarme el tiempo suficiente como para hacer que las dos se corran. Ya estoy demasiado cerca del límite.

Ignoro las palpitaciones que siento ahí abajo, humedezco mi labio inferior, acerco mi boca al coño de Michelle y… suena el puto timbre.

Me cago en… Estiro el cuello hacia la tele. El reloj digital del reproductor de Blu-Ray dice que son las ocho y media. Trato de recordar si le dije a alguno de los chicos del equipo que podía venir a casa esta noche, pero hoy no he hablado con nadie salvo con mis compañeros de piso y todos están fuera. Garrett y Logan se han largado a Boston hace una hora con sus novias, y Tucker se ha ido al cine con una chica.

—No digas nada. —Le pego un lametazo provocativo al muslo de Michelle y me levanto del sofá para buscar mis calzoncillos.

En cuanto mi pene está escondido, corro por el pasillo para abrir la puerta. Cuando veo quién está en el porche, entrecierro los ojos.

—Mal momento, muñequita —le digo a la mejor amiga de Hannah—. Tu amiga ya se ha ido. Vuelve el domingo. —Me dispongo a cerrar la puerta. Sí, soy un borde. Por desgracia, la rubia de la entrada mete una bota de nieve negra entre la puerta y el marco.

—No seas capullo, Dean. Sabes que me quedo aquí el fin de semana.

Mis cejas se disparan hacia arriba.

—Eh… ¿cómo dices? —La miro con más detenimiento y me fijo en la mochila a rebosar que cuelga de su hombro. Y en el trolley rosa que hay a sus pies.

Allie Hayes lanza un gran suspiro.

—Logan te ha enviado un mensaje explicándotelo todo. Ahora déjame entrar. Tengo frío.

Ladeo la cabeza. Entonces aparto, con no mucha delicadeza, su pie de donde está.

—Espera aquí. Vuelvo enseguida.

—¡¿Me estás tomando el pelo…?!

La puerta se cierra e interrumpe su indignada exclamación.

Intento combatir el cabreo y voy hacia el salón, donde Michelle y Kelly ni se dan cuenta de mi reaparición: están demasiado ocupadas enrollándose. Tardo casi un minuto en encontrar mi teléfono y cuando al fin lo cojo del suelo, descubro que la amiga de Hannah no me estaba vacilando.

Hay cinco mensajes no leídos en la pantalla, algo que suele ocurrir cuando eres el jamón del sándwich entre dos tías buenas. Los tríos hacen que no revises el móvil. Eso es y será siempre así.

Suelto una risa. Hannah, tan diplomática como siempre. Leo rápidamente los dos últimos mensajes.

Garrett: Allie se queda en mi cuarto.

Garrett: Tu polla se queda en tu cuarto.

Por Dios, ¡hay que ver qué obsesión tiene todo el mundo con mi polla!

¡Y no podría ser en peor momento! Mi mirada compungida va de nuevo al sofá. Los dedos de Kelly están exactamente donde quiero que estén los míos en este momento.

Carraspeo y ambas chicas se giran hacia mí. La mirada de Michelle está nublada por la especial atención que su amiga le estaba brindando hasta ese instante.

—No sabéis lo que odio hacer esto, pero os tenéis que ir —les digo.

Dos pares de ojos se abren como platos.

—¿Perdona? —suelta Kelly.

—Tengo una visita imprevista esperando en la calle —me quejo—. Lo que significa que esta casa se acaba de convertir en una zona apta para todos los públicos.

Michelle suelta una carcajada.

—¿Desde cuándo te importa si alguien te mira mientras follas?

Cierto. Por lo general, no me importa una mierda si hay alguien cerca. La mayoría de las veces lo prefiero. Pero no puedo mostrarle mi lujuria a la amiga de Hannah. Ni a Hannah y Grace, para el caso. A los chicos… me da igual; ellos saben de qué va. Pero sé que a Garrett y a Logan no les molaría nada que pervirtiera a sus novias. En cuanto entraron en el mundo de las relaciones serias, mis antiguos colegas se convirtieron en mojigatos. Es muy triste, la verdad.

—Esta visita en concreto es una delicada flor —digo con sequedad—. Probablemente se desmayaría si nos viera a los tres juntos.

—Nada de eso —la voz cabreada de Allie se oye desde la puerta.

Yo estoy tan cabreado como ella. ¿La tía entra así en la casa como si fuese suya? No, señor. Frunzo el ceño en su dirección.

—Te he dicho que esperaras fuera.

—Y yo te he dicho que tenía frío —responde. Parece no tener ningún problema con que haya dos chicas desnudas a tres metros de distancia.

Mis invitadas analizan a Allie como si fuese un pegote de bacterias bajo sus microscopios. Después arrugan la nariz y apartan sus miradas como si fuese…, bueno, nada más que un pegote de bacterias bajo sus microscopios. Las tías tienden a ponerse competitivas cuando estoy cerca, pero obviamente estas no perciben a Allie como competencia.

Y lo cierto es que las entiendo. Lleva una bomber negra acolchada, botas y guantes, y su cabello rubio le sale de la parte inferior de un gorro de lana rojo. Solo es la primera semana de noviembre. No hay nieve en el suelo, el aire apenas es frío y no hay nada que justifique abrigarse así. A menos que estés chalado. Y estoy empezando a sospechar que Allie Hayes podría estarlo, porque la tía entra descaradamente en el salón y se deja caer en el sillón frente al sofá.

Mientras baja la cremallera de su cazadora, lanza una mirada a mis invitadas y después se vuelve hacia mí.

—¿Por qué no trasladáis esta fiesta vuestra al piso de arriba? Yo me puedo quedar aquí y ver una peli o algo así.

—O puedes irte tú a la habitación de Garrett y ver la peli ahí arriba —le digo con chulería, pero, la verdad, ya da igual. Nos ha cortado todo el rollo y no me siento cómodo liándome con dos tías cuando en casa solo estamos la mejor amiga de Hannah y yo. Entre suspiros, me dirijo a las chicas.

—¿Lo dejamos para otro día?

Ninguna de las dos se opone demasiado. Al parecer, la señorita Allie no se ha limitado a cortarnos todo el rollo. Ha quemado la tierra y la ha cubierto con sal para que el deseo no vuelva a nacer nunca más.

Allie apenas presta atención a las chicas mientras se visten. Está demasiado ocupada quitándose mil capas de ropa de invierno y dejándolas sobre un lado del sillón. Cuando ha terminado, parece considerablemente más pequeña que antes, en mallas negras y una camiseta de rayas holgada. No tarda ni un segundo en acomodarse en el sillón de terciopelo.

Acompaño a Kelly y a Michelle a la puerta, donde prácticamente devoran mi boca y mi cara antes de prometerme que lo dejamos para otro día. Se van y mis labios vuelven a estar hinchados y mi polla se ha puesto dura de nuevo.

Regreso al salón con un ceño fruncido que se niega a relajarse.

—¿Has disfrutado? —pregunto.

—¿Disfrutado con qué?

—Cortándome el rollo.

Allie se ríe.

—¿Hay alguna razón por la que no te has llevado a Rubia y Rubita arriba? No tenías que echarlas por mí.

—¿De verdad crees que puedo follar sabiendo que estás aquí abajo?

Eso me hace recibir otra carcajada.

—¡Te lías con tías en público cada dos por tres! ¿Qué más te da que yo esté aquí? —Parece pensativa—. A menos que ir a tu habitación sea el quid de la cuestión. Hannah me ha dicho que siempre te estás enrollando con tías en el salón. ¿Cuál es el problema con hacerlo en tu cuarto? ¿Tiene chinches o algo así?

Aprieto los dientes.

—No.

—Entonces, ¿por qué no quieres hacer tus cosas en bolas ahí arriba?

—Porque… —Me detengo, el ceño fruncido regresa a mi frente—. No es de tu incumbencia. ¿Por qué estás aquí? ¿Se ha incendiado la Residencia Bristol?

—Me estoy ocultando —dice, como si tuviera que entenderla. Y entonces echa un vistazo por el salón—. ¿Dónde está Tucker? Garrett ha dicho que estaría aquí.

—Ha salido.

Frunce el labio inferior de su boca.

—Oh, qué mierda. Sin duda, habría visto una peli conmigo. Pero supongo que me tendré que conformar con verla contigo.

—¿Primero me cortas todo el rollo y ahora esperas que pasemos el rato juntos?

—Créeme, eres la última persona con la que quiero pasar la noche, pero estoy viviendo un momento de crisis y tú eres la única persona que hay aquí. Tienes que hacerme compañía, Dean. De lo contrario, haré algo totalmente estúpido y toda mi vida se irá al garete.

Me parece recordar que Hannah me dijo que Allie estudiaba Arte Dramático. Sí. Le pega eso del drama.

—Por favor…

Su expresión de súplica no se relaja. Y yo nunca me he podido resistir a unos ojos azules grandes. Sobre todo cuando pertenecen a rubias guapas con buenas tetas.

—Tú ganas —cedo—. Te haré compañía ¿vale?

Su cara se ilumina.

—¿Qué película vemos?

Un gruñido se instala en mi garganta. En mi noche del viernes he pasado de hacer un trío supersexy y morboso a ser la niñera de la mejor amiga de la novia de mi mejor amigo.

Ah, y todavía estoy duro como una piedra por los besos de despedida de Kelly y Michelle. De puta madre.

Capítulo 2

Allie

Mi autocontrol está en manos de Dean Hayward-Di Laurentis, un tío conocido por su nulo autocontrol, ergo, tengo un problema. Un problema de los gordos.

Pero no voy a hacerlo. No voy a llamar a Sean. No importa que hace veinte minutos me haya enviado una foto del viaje a México del año pasado. Una foto en la que salimos los dos y en la que, con una aplicación, ha dibujado un gran corazón rojo alrededor de nuestras caras.

Fue un viaje tan guay…

Aparto a un lado el recuerdo y cojo el mando a distancia de la mesa de centro.

—¿Tienes Netflix conectado a la tele? —Vuelvo a mirar a Dean, que todavía parece molesto por mi presencia.

Y…, o bien me lo estoy imaginando, o tiene una erección. Pero soy lo suficientemente maja como para no provocarlo con el tema, ya que, en su defensa, estaba a cinco segundos de mantener relaciones sexuales con dos chicas antes de mi llegada.

Mis ojos se desplazan sobre su pecho desnudo. No puedo negarlo: su pecho es absolutamente espectacular. El tío está cuadrado. Alto, delgado y con músculos perfectamente esculpidos. Y tiene un poco de barba: pelos rubios y sexys que ensombrecen su mandíbula perfectamente cincelada. Realmente es una lástima. Alguien tan imbécil no debería poder estar tan bueno.

—Sí. Elige lo que quieras ver —responde—. Voy un momento arriba a sacudírmela y después te acompaño.

—Vale, creo que me apetece algo… Espera, ¿qué has dicho?

Pero ya se ha ido, dejándome boquiabierta ante la puerta vacía. Va un momento a arriba a ¿hacer qué? Estaba de coña, ¿verdad?

Ignoro mi buen juicio y me lo imagino. Dean en su habitación. Una mano alrededor de su polla, la otra mano… ¿sosteniéndose los huevos?, ¿agarrando las sábanas? O tal vez esté de pie, apoyado en la esquina de su escritorio, sus rasgos marcados mientras se muerde el labio inferior… Pero ¡¿por qué intento resolver el misterio de cómo se masturba este tío?!

Salgo de ese pensamiento, pulso el botón del mando hasta que encuentro Netflix y me pongo a mirar las últimas películas que han subido a la plataforma.

Menos de cinco minutos después, Dean entra de nuevo en el salón. Afortunadamente, se ha puesto unos pantalones. Pero se ha quitado los calzoncillos en el proceso. Lo sé porque sus pantalones de chándal están sujetos en sus caderas tan abajo que casi veo… lugares que no tengo ningún interés en ver. Su pecho sigue desnudo y hay un ligero rubor en sus mejillas.

—¿De verdad te acabas de masturbar justo ahora? —pregunto.

Él asiente con la cabeza como si no tuviera ninguna importancia.

—¿Crees que me puedo sentar a ver una película hasta el final con los huevos morados?

Lo miro boquiabierta.

—¿Así que no puedes tener relaciones sexuales con nadie mientras esté yo en esta casa, pero sí que puedes ir arriba y hacer eso?

Una sonrisa pícara se extiende por su boca.

—Podría haberlo hecho aquí abajo, pero habría sido demasiado tentador para ti y habrías acabado de hacerlo tú. Lo he hecho con buena intención.

Es difícil no resoplar, así que no me molesto en luchar contra el impulso.

—Créeme, habría dejado mis manos quietecitas donde están.

—¿Con mi polla ahí fuera? Ni de coña. No podrías aguantarte las ganas. —Él arquea una ceja—. Tengo una polla maravillosa.

—Ajá. Sí, claro. Estoy segura de que lo es.

—¿No me crees? Te puedo enseñar una foto. —Va a coger el móvil de la mesa de centro, pero se detiene y se agarra la goma de los pantalones de chándal en su lugar—. Lo cierto es que, si quieres, te puedo enseñar la de verdad.

—No quiero. Ni lo más mínimo. —Señalo al televisor con un gesto—. He elegido esta. ¿La has visto?

Dean hace una mueca a la foto de la película en la pantalla.

—Por el amor de Dios, ¿eso has elegido? Hay como unas tres películas nuevas de terror que podríamos ver. O toda la filmografía de Jason Statham.

—Nada de películas de terror —digo con firmeza—. No me gusta pasar miedo.

—Vale. Veamos entonces una de acción.

—No me gusta la violencia.

Sus mejillas se hunden de frustración.

—Muñequita, no pienso ver una película sobre… —Entorna los ojos hacia la pantalla—… «el viaje que cambia la vida de una mujer tras ser diagnosticada con una enfermedad terminal». Ni de coña, tronca.

—Se supone que es muy buena —protesto—. ¡Ha ganado un Óscar!

—¿Sabes qué otras películas ganaron un Óscar? El silencio de los corderos. Tiburón. El exorcista. —Su tono es arrogante—. Todas son de terror.

—Podemos discutir sobre esto toda la noche, pero no pienso ver nada con sangre, tiburones o explosiones. Asúmelo.

Los dientes de Dean están apretados de forma visible. A continuación, su mandíbula se relaja y suelta una respiración profunda.

—Vale. Si tengo que sufrir esta película de mierda, primero voy a fumarme un porro.

—Lo que necesites, cielo.

Camina hacia la puerta refunfuñando algo entre dientes.

—¡Espera! —exclamo detrás de él. Saco rápidamente mi teléfono del bolsillo de la cazadora—. ¿Puedes llevarte esto? Podría caer en la tentación de mandar mensajes si me quedo a solas con el móvil.

Me lanza una mirada extrañada.

—¿A quién intentas no escribir?

—A mi ex. Rompimos anoche y no deja de enviarme mensajes.

Hay una pausa.

—¿Sabes qué? Vas a venir conmigo.

Apenas tengo tiempo de parpadear antes de que Dean cruce la habitación y tire de mí para levantarme de mi asiento. Cuando mis pies tocan el suelo de madera, pierdo el equilibrio y tropiezo para caer justo sobre su enorme pecho. Mi nariz choca contra un pectoral definido. Rápidamente recupero el equilibrio, armada con una mirada asesina.

—Estaba muy a gusto sentada, idiota.

Me ignora y medio me conduce, medio me arrastra a la cocina. Dado que ni siquiera me deja coger la cazadora, comienzo a temblar nada más salir por la puerta de atrás.

El pecho desnudo de Dean brilla bajo la luz del patio. No parece estar preocupado por el frío, pero sus pezones se endurecen ligeramente con el aire frío de la noche.

—Uf, incluso tienes unos pezones perfectos —me quejo.

Sus labios se contraen.

—¿Quieres tocarlos?

—Puaj. Jamás. Solo estoy comentando que son increíblemente perfectos. Es decir, totalmente proporcionados con tu pecho.

Mira hacia abajo, a sus pectorales, y reflexiona por un momento.

—Sí. Soy perfecto. Necesitaría recordármelo a mí mismo más a menudo.

Resoplo.

—Claro. Porque no eres ya lo suficientemente vanidoso.

—Seguro de mí mismo —me corrige.

—Vanidoso.

—Seguro de mí mismo. —Abre la pequeña caja de hojalata que ha cogido de la cocina y frunzo el ceño cuando saca un porro perfectamente enrollado y un Zippo.

—¿Por qué estoy aquí fuera? —me quejo—. No quiero fumar maría.

—Claro que sí. —Lo enciende y le da una calada profunda, después habla a través de la nube de humo que se escapa de su boca—. Estás actuando de forma nerviosa y extraña. Confía en mí, necesitas esto.

—Esto es presión de grupo, lo sabes, ¿no?

Extiende el brazo con el porro mientras levanta una ceja.

—Vamos, nena —me engatusa con una voz cantarina—. Solo una calada. Toda la gente guay lo hace.

No puedo evitar reír.

—Vete a la mierda.

—Como quieras. —Él exhala de nuevo y el olor a marihuana me rodea.

No recuerdo la última vez que me pillé un pedo de porros. No lo hago a menudo, pero si he de ser sincera, si hay una noche que merece algo de serenidad provocada por la maría, es esta.

—Joder, venga, vale. Pásame eso. —Extiendo la mano antes de que pueda pensármelo dos veces.

Dean está radiante cuando me lo pasa.

—Esa es mi chica. Pero no se lo digas a Wellsy. Me patearía el culo si creyera que estoy corrompiendo a su mejor amiga.

Envuelvo mis labios alrededor del porro y aspiro el humo a mis pulmones, tratando de no reír ante el temor de la cara de Dean. Probablemente haga bien en tener miedo de Hannah. Mi amiga tiene una lengua afilada y no le da ningún miedo usarla. Por eso la quiero tanto.

Los siguientes minutos transcurren pasándonos el porro el uno al otro, en silencio, como una pareja de delincuentes merodeando detrás de una gasolinera. Es la primera vez que pasamos un rato a solas juntos. Siento algo raro al estar en el patio trasero con un descamisado Dean Di Laurentis. La verdad es que nunca he sabido qué pensar de él. Es arrogante, presumido… ¡Superficial!

Me siento una capulla por pensarlo, pero no puedo negar que es lo primero que me viene a la cabeza cada vez que veo a Dean. Hannah me contó que es inmensamente rico. Y resulta superevidente. No en un sentido pomposo de «mira la pasta que tengo», pero sí en cómo se pavonea, como si el mundo fuera suyo.

Da la sensación de que nunca ha tenido un minuto complicado en su vida. Con solo mirarlo, uno sabe que el tío consigue lo que quiere, cuando lo quiere. Uy. Al parecer, la marihuana me pone tan filosófica como prejuiciosa.

—¿Así que te han dejado? —pregunta por fin, mirando cómo le doy otra calada al porro.

Le echo el humo en la cara.

—No me ha dejado nadie. He sido yo quien ha decidido poner fin a la relación.

—¿El mismo tipo con el que has estado siempre? ¿El de la fraternidad? ¿Stan?

—Sean. Y sí, hemos salido de forma intermitente desde primero.

—Dios. Eso es más que demasiado tiempo para estar follando con la misma persona. ¿El sexo era muy aburrido?

—¿Por qué para ti todo siempre tiene que ver con el sexo? —Le devuelvo el porro—. Y para tu información, el sexo iba bien.

—¿Iba bien? —Se ríe con sarcasmo—. Uau, suena a que te divertías mucho.

Ya siento los efectos de la marihuana, el cuerpo relajado y la cabeza ligera, probablemente la única razón por la que sigo hablando. Normalmente, no se me ocurriría confiar en este tío.

—Supongo que el sexo no era increíble al final de la relación —admito—. Pero tal vez fuese porque prácticamente lo único que hemos hecho desde el verano es pelearnos.

—Pero esta no es la primera vez que lo dejáis, ¿verdad? ¿Por qué sigues volviendo con él?

—Porque le quiero —respondo, pero inmediatamente corrijo mis palabras—: Le quería. —Puf, ya ni sé lo que siento—. Las primeras veces que lo dejamos no fue porque ninguno de los dos hiciera nada, ya sabes. Pensé que la relación iba demasiado en serio, demasiado rápido. Era el primer año de uni y me daba la sensación de que debíamos experimentar con otras personas y todo eso. Lo típico.

—Experimentar con otras personas es divertido —dice con solemnidad—. Una vez experimenté con una tía buenísima que me echó sirope de arce por toda la polla y me la chupó después.

—Puaj. —Frunzo el ceño—. Bueno, resultó que esos experimentos salieron fatal. Salí con unos cuantos tíos y todos resultaron ser unos gilipollas integrales. Así que valoré más los aspectos positivos de salir con Sean.

Dean exhala otra nube de humo.

—Vale. Pero después os volvisteis a separar.

—Sí. —El recuerdo evoca una oleada de enfado—. Esa vez fue porque se puso en plan supercontrolador. Uno de sus hermanos de fraternidad me tiró los tejos en una fiesta y Sean decidió que nadie tenía permiso para mirarme nunca más. Empezó a decirme cómo tenía que vestir, me enviaba mensajes todo el tiempo para preguntarme dónde estaba y con quién. Era muy agobiante.

Ahora es el turno de Dean para fruncir el ceño.

—Dice la chica que volvió a juntarse con él después…

—Me prometió que a partir de entonces sería diferente. Y así fue. Dejó de estar tan encima y se portó superbién conmigo después de eso.

Dean no parece muy convencido, pero no me importa. No me arrepiento de haber vuelto con Sean. Después de dos años y medio con él, sabía que teníamos algo por lo que valía la pena luchar.

—Lo que nos lleva a la ruptura número cuatro. —Dean inclina la cabeza con curiosidad—. ¿Qué pasó?

Una sensación de incomodidad me agarra el pecho.

—Ya te lo he dicho. Nos peleábamos mucho.

—¿Sobre qué?

Las palabras se me escapan antes de que pueda detenerlas. Mierda. ¿Ha mezclado esta hierba con suero de la verdad o algo?

—Sobre todo por la graduación y lo que haremos después de la universidad. Mi plan ha sido desde siempre irme a vivir a Los Ángeles para centrarme en mi carrera como actriz.

O a Nueva York…, pero eso no se lo cuento a Dean. Todavía no he tomado ninguna decisión, y Dean es la última persona con la que quiero discutir opciones vitales profundas.

—A Sean le parecía bien cuando empezamos a salir, pero este verano decidió repentinamente que no quería que me dedicara a la interpretación. En realidad, no quería que me dedicara a ninguna profesión en absoluto. —Frunzo el ceño—. Se le ha metido en la cabeza que quiere trabajar en la compañía de seguros de su padre en Vermont y que yo seré la feliz ama de casa que tiene la cena lista para él cuando llegue del trabajo por la noche.

Dean se encoge de hombros.

—No hay nada malo en ser ama o amo de casa, ¿no?

—Por supuesto que no, pero yo no quiero serlo —digo con frustración—. He pasado casi cuatro años trabajando como una bestia para sacar adelante la carrera de Arte Dramático. Quiero usarla. Quiero ser actriz y no puedo estar con alguien que no me apoya. Él… —Me detengo, mordiéndome los labios.

—¿Él, qué?

—Nada. Olvídalo. —Le arranco el porro de la mano e inhalo profundamente. Demasiado profundamente, porque empiezo a toser como una loca cuando exhalo. Me lloran los ojos por un momento y, cuando mi visión vuelve a ser nítida, me encuentro con unos ojos verdes muy serios que me miran con atención.

—¿Qué ha hecho? —pregunta Dean en voz baja—. ¿Y cómo de tocha es la paliza que le tenemos que dar? Garrett y yo nos manejamos bien en una pelea, pero si quieres algo más gordo, metemos a Logan en el lío.

—Nadie va a darle una paliza a nadie, idiota. Sean no ha hecho nada malo y no es necesario darle una paliza. Lo único que quiero que hagas es que cojas este estúpido móvil… —Pongo mi teléfono en la mano de Dean—… y lo mantengas alejado de mí este fin de semana, ¿vale? Solo me lo puedes dar si llama mi padre. O Hannah, o Stella. O Meg, o… ¿sabes qué? Le echaré un vistazo un par de veces al día bajo tu supervisión. Así me podrás dar una colleja si intento mandarle un mensaje a Sean.

Dean parece intrigado.

—Así que soy… ¿qué?, ¿tu padrino en el desenganche de una relación? ¿Soy el que se asegura de que no recaes?

—Sí. Felicidades, finalmente vas a poder hacer algo útil con tu tiempo —digo con sarcasmo.

Ladea la cabeza.

—¿Qué consigo yo a cambio?

—¿La satisfacción de saber que estás ayudando a alguien que no eres tú mismo?

—Naah. ¿Qué tal una mamada? Lo haré a cambio de una mamada.

Le hago un corte de mangas.

—Ya te gustaría.

—Está bien, una paja.

—No te comportes como un imbécil, por favor. No tengo ninguna fuerza de voluntad cuando se trata de Sean.

En ese preciso momento, el teléfono vibra en la mano de Dean. Mi primera reacción es tratar de cogerlo. Él da un paso atrás rápidamente y, a continuación, echa un vistazo a la pantalla.

—Es Sean. —Su boca tiembla de diversión—. Echa de menos el sabor de tus labios.

Mi corazón da un vuelco doloroso.

—Otra regla: no está permitido que me leas lo que dice.

—Me estás dando mucha responsabilidad en esta historia, muñequita. No me gusta la responsabilidad.

Qué sorpresa.

—Tú puedes con esto, muñequito. Tengo fe en ti.

Dean le da una última calada al porro, apaga la chusta en el cenicero y se dirige a la puerta corredera de cristal. Dios, incluso su modo de caminar es arrogante. Y está muy bueno. Mi mirada, sin darme cuenta, se centra a su firme culo y en la forma en la que sus pantalones de chándal se ciñen a él. Sí, estoy mirándole el culo.

Bueno, es que es un culo espectacular y yo soy una mujer… ¿Cómo no iba a hacerlo?

—Sabes que estás gestionando esto de la forma equivocada, ¿verdad? La mejor manera de superarlo es liarse con otra persona. Cuanto antes.

Sus palabras me sacan de golpe de mi pensamiento lujurioso hacia su culo.

—Todavía no estoy preparada para estar con nadie más.

—Seguro que sí. En serio, un clavo quita otro clavo. —Dean levanta la mano—. Yo me ofrezco voluntario.

Una risa sale de mi garganta.

—Sigue soñando, guapo.

Pero, en lo más profundo de mi cabeza, estoy considerando su sugerencia. La verdad es que liarme con alguien no es una idea tan terrible. Es como cuando te caes de un caballo… La gente siempre aconseja que te subas otra vez en él de inmediato, ¿no? Tal vez eso es lo que debería hacer, saltar corriendo a la silla de montar. En todo caso, sería una buena distracción para el dolor que hay en mi corazón.

Pero tengo claro que Dean no sería el elegido. No, prefiero encontrar una silla de montar que no haya sido montada por todas las chicas de Briar.

—Lo dejamos para más adelante —decide.

—Si con eso te refieres a dejarlo para cuando haya paz en el mundo y el ser humano deje de ser violento, entonces sí, claro, lo dejamos para entonces.

Dean se detiene en la puerta y se gira, sus ojos verdes hacen un barrido seductor por mi cuerpo desde la cabeza hasta los dedos de los pies.

—La verdad es que cuanto más lo pienso, más me gusta la idea de ser ese clavo. —Su mirada se detiene en mi pecho—. Me gusta muuucho la idea.

Reprimo un gruñido.

—Garrett me prometió que no me tirarías los tejos este fin de semana.

—G sabe que no debe hacer promesas en mi nombre —responde Dean con una sonrisa. Después me llama con un gesto—. ¿Vemos esa peli o qué?

Lo sigo al interior de la casa. La maría me ha dejado la cabeza un poco aturdida, pero en el buen sentido, y cuando Dean se detiene en el pasillo para subirse los pantalones de chándal que están a punto de caerse de sus caderas, me empiezo a reír a carcajadas como si eso fuera la cosa más divertida que he visto jamás.

Mi humor se desvanece cuando nos instalamos en el sofá, porque Dean se deja caer directamente a mi lado, me pasa un musculoso brazo por los hombros y me acerca a él. Lo hace como si fuera totalmente normal.

Yo frunzo el ceño y lo miro.

—¿Por qué tu brazo está alrededor de mi hombro?

Su expresión es de pura inocencia.

—Así es como veo yo las películas.

—¿En serio? ¿Así que le pasas el brazo por encima a Garrett cuando ves pelis con él?

—Por supuestísimo. Y si se porta bien conmigo, a veces deslizo mi mano dentro de sus pantalones. —La otra mano de Dean baja y me roza hasta la cintura de mis mallas—. Pórtate bien conmigo y te prometo que a cambio yo me portaré incluso mejor.

—Ja. Olvídate. —Aparto su mano, pero no antes de que una chispa de calor se encienda entre mis piernas. Su pecho desnudo es increíble y me está provocando: pide que mis dedos acaricien todos esos músculos marcados. Y huele muy bien. A mar. No, a coco. Estoy demasiado aturdida por el porro como para identificar el olor, pero no lo suficiente como para no darme cuenta de que el hormigueo ahí abajo sigue superactivo.

Por el amor de Dios. Mi vida sexual ha tenido que irse realmente a la mierda si me estoy poniendo cachonda por ver a Dean Di Laurentis.

—¿Qué más tenemos que hacer? —suelta.

Señalo al televisor.

—Ver una película.

—Preferiría estar mirándote. —Sube y baja las cejas—. Ya sabes, cuando grites mi nombre mientras hago que te corras.

Esta vez no hay hormigueo. Solo un montón de carcajadas que brotan de mi boca a ráfagas incontrolables.

—Dios, eres lo peor para el ego de un hombre. —Parece insultado.

Cojo una bocanada de aire entre risa y risa. Sí, estoy pedo y relajada, y he perdido absolutamente todos los filtros, lo que significa que puedo burlarme de Dean todo lo que quiera y culpar a la marihuana más tarde.

—Lo siento, pero a veces eres demasiado. —No puedo dejar de reír—. ¿De verdad las chicas caen en tus redes con ese tipo de frases?

Hace un ruido nada sexy con la boca.

—Pon la puta peli de una vez.

—Con mucho gusto. —Le doy al botón del mando y me muevo a la esquina opuesta del sofá, dejando un metro de distancia entre nosotros.

He de decir a favor de Dean que no dice ni una palabra durante casi treinta minutos. Su mirada se mantiene centrada en la pantalla, pero por el rabillo del ojo veo lo inquieto que está. No para de repiquetear sus largos dedos en los muslos, se pasa una mano por el pelo, suspira mientras vemos a la protagonista preparar una tortilla en tiempo real.

Cuando la prota se sienta en la barra de su cocina y comienza a comerse la tortilla, también en tiempo real, Dean estalla como un volcán inactivo.

—¡Esta película es una mierda! —gruñe a bastante volumen—. Ya está. Lo he dicho. Esta película es una puta mierda, en serio.

—Yo pienso que es buena —miento. Soportar esta película es el equivalente a mirar cómo se seca la pintura en una pared.

Ni siquiera la maría que nos acabamos de fumar puede hacer que esta experiencia sea agradable en lo más mínimo, pero no quiero admitir haber tomado la decisión equivocada. A alguien como Dean no se le puede conceder una victoria. Nunca. Se chulearía de mí hasta el fin de mis días.

—Es imposible que te mole esta peli —me desafía.

—Sí que me gusta —insisto.

Él me mira fijamente durante varios segundos, pero mis conocimientos de interpretación me son útiles y lo que transmito es pura inocencia.

—Bueno, pues a mí no. A un nivel completamente brutal.

Le ofrezco una sugerencia.

—¿Por qué no vas arriba y te pajeas otra vez?

Mierda. Palabras totalmente inadecuadas.

Al instante, sus ojos verdes adquieren un brillo seductor.

Con una sonrisa relajada, se inclina hacia mí y dice, arrastrando las palabras:

—¿Qué tal si lo haces tú por mí?

Este tío es incorregible.

—¿Otra vez con eso? ¿Alguna vez aceptas un no por respuesta?

—No estoy familiarizado con esa palabra. Nunca nadie me la ha dicho antes. —Él se mueve y se acerca más a mí, apoyando la palma de la mano sobre el cojín que hay entre nosotros y tocando la tela con un movimiento lento—. Venga, vamos a hacer que esta fiesta sea más interesante. Estamos solos en casa…, los dos somos atractivos…

Yo suelto una risita.

—Será divertido. Follar siempre es divertido.

—Paso.

—Está bien, nada de follar. ¿Qué tal sexo oral?

Finjo que estoy reflexionando.

—¿Doy o recibo?

—Recibes. Y luego das. Porque así es como funciona la historia. —Muestra una amplia sonrisa—. Ya sabes, el círculo de la vida y todo eso.

Soy incapaz de contener una sonrisa. Pueden decir lo que quieran sobre este tío, pero la verdad es que es muy gracioso.

—Paso —digo de nuevo.

—¿Quieres que nos besemos? —pregunta con esperanza.

—No.

—Beso muy muy bien… —Deja sus palabras en el aire como para tentarme.

—Ja. Eso solo significa que no es así. Cada vez que un chico dice que besa muy bien, lo hace fatal.

—¿Sí? ¿Tienes alguna prueba empírica que apoye esa teoría?

—Por supuesto. —Realmente no la tengo. ¿Y Dean conoce la palabra «empírica»? Vaya, tal vez haya más que aire en el interior de su bonita cabeza.

Parece dispuesto a discutir conmigo, pero un fuerte estallido musical proveniente de su teléfono nos interrumpe. Frunzo el ceño cuando reconozco la melodía.

Hombres. No invierten un segundo en bajar la tapa del inodoro, pero tienen tiempo para programar el tema musical del canal de deportes ESPN como tono de llamada. En fin.

La expresión de Dean se ilumina cuando ve quién llama. Responde al instante.

—¡Maxwell! ¿Qué pasa, tron? —Escucha, y a continuación me lanza una mirada de esperanza—. ¿Quieres ir a una fiesta?

Niego con la cabeza.

La persona en el otro extremo de la línea se ve obligada a soportar el suspiro demasiado dramático de Dean.

—Lo siento. No puedo. Estoy haciendo de niñera…

Le golpeo en el brazo.

—… Y a la nena no le apetece ir —termina mientras me mira. Se detiene de nuevo—. No, «la nena» es una adulta.

¿Qué?

—Estoy haciendo de niñera de una adulta, tron. La amiga de la novia de G. —Dean sigue como si yo no estuviera en la habitación—. Estamos viendo una peli sobre una mujer con cáncer y es una puta mierda… Bueno sí, el cáncer es una puta mierda. A ver, que todo mi apoyo a las personas que lo padecen, por supuesto, pero esta película es un coñazo. Sí… no, el partido es el martes… totalmente… sí, sin duda. Podemos ir al Malone’s. Hasta luego, hermano.

Cuelga y vuelve a fruncir el ceño hacia mí.

—Podría estar en una fiesta en este momento.

—Nadie te obliga a quedarte aquí —señalo.

—Estoy tratando de ser amable contigo por lo de tu pobre corazón roto y todo eso, pero ¿veo alguna muestra de agradecimiento por tu parte? No. Nothing. Ni siquiera quieres besarme.

Me inclino y le doy palmaditas en el hombro.

—Oh, precioso. Estoy segura de que cualquier chica de tu lista de contactos estaría feliz de venir a meterte la lengua en la boca. Yo, en cambio, tengo mis mínimos.

—¿Cómo? ¿No soy lo suficientemente bueno para ti? —Levanta las cejas—. He de decirte que a tu amiga Wellsy le encantó besarme.

Resoplo.

—¿Hablas de ese beso que te dio para que Garrett no supiera lo mucho que le gustó besarle a él? Sí, lo sé todo sobre ese episodio, cielo. Fue un beso de desesperación. —Y, por cierto, todavía perturba mi mente que Hannah le diera un beso a Dean. No es para nada su tipo de tío.

Pero, por otra parte, nunca pensé que la superestrella del hockey Garrett Graham fuese su tipo y míralos ahora. Almas gemelas.

—No fue un beso de desesperación —insiste Dean.

—Ya. Sigue diciéndote eso a ti mismo.

Mira la pantalla. La prota está preparando la comida de nuevo. La cena, esta vez, y hay demasiados primeros planos innecesarios de las patatas que está pelando. El personaje principal come mucho en esta película.

—Venga, remátame de una vez. —Se echa hacia atrás y se pasa ambas manos por el pelo hasta que está superdespeinado—. No puedo ver ni un segundo más de esto.

Yo tampoco, pero mi orgullo no me deja echarme atrás.

—¿Sabes qué? —anuncia—. Olvídate de los porros. Solo una cosa conseguirá hacer que esta mierda de película sea tolerable.

—Sí, ¿el qué?

En lugar de responder, salta del sofá y desaparece en la cocina. Escucho los sonidos de los armarios abriéndose y cerrándose, y el tintineo de unos vasos. Cuando vuelve, sostiene una botella en una mano y dos vasos de chupito en la otra. Dean esboza una sonrisa y dice:

—Tequila.

Capítulo 3

Allie

Alguien me está golpeando la cabeza con un mazo. Es como uno de esos enormes mazos con los que los personajes de dibujos animados se dan entre sí. Es horrible. Me molesta cada ruido.

Ay, Dios. Vaya resacón que llevo encima.

Incluso el gemido apenas audible que se escapa de mis labios es suficiente para provocar un golpe de agonía en mis sienes. Y el simple gesto de moverme en la cama me hace sentir una náusea que se aferra a mi garganta y que hace que mis ojos se llenen de lágrimas. Respiro hondo… Inhalo. Exhalo. Solo necesito controlar las náuseas el tiempo suficiente para llegar al baño y no vomitar en las sábanas limpias de Garrett Graham… No estoy en la cama de Garrett.

De repente caigo en eso a la vez que oigo una respiración. No es la respiración superficial que sale de mi garganta con demasiado tequila. Son respiraciones suaves y regulares, y vienen del chico tumbado a mi lado.

Esta vez, cuando gruño, sale desde lo más profundo de mi alma.

Los recuerdos empiezan a regresar a mi cabeza en tecnicolor brillante. La horrorosa película. Los chupitos de tequila. El… resto.

Anoche me tiré a Dean.

Dos veces.

Mi corazón late más rápido cuando miro hacia el techo. Estoy en la habitación de Dean. Hay un envoltorio de condones vacío en la mesilla. Y… sí, estoy desnuda.

«Igual ha sido una pesadilla», me intenta asegurar una voz en mi cabeza.

Hago otra respiración profunda y busco el valor para girar la cabeza. Lo que veo me agarra los pulmones de nuevo.

Un Dean muy en bolas está tumbado boca abajo. Su culo desnudo me «mira» burlón; no solo admiro su absoluta perfección, sino también los arañazos rojos que hay en sus nalgas prietas.

Mis uñas son las causantes de los arañazos. Alzo una mano débil y veo que la uña de mi dedo índice está rota. ¡Me he roto una uña mientras le arañaba el culo a Dean! Eso debe de haber sucedido en la planta baja… Recuerdo que la primera vez, en el sofá, él estaba encima. El chupetón morado en su hombro izquierdo sucedió aquí arriba, durante nuestra segunda ronda, cuando la que estaba encima era yo.

«Quiero ver esa misteriosa habitación tuya. Quiero ser la primera en bautizarla».

Mis propias palabras zumban en mi cerebro confuso. Al final, resultó que yo no era la primera chica que había subido a su habitación. Me lo contó él mismo. Y eso no fue todo lo que me reveló. Sí, ahora estoy en posesión de la joya del conocimiento que Hannah ha intentado poseer durante más de un año: por qué Dean prefiere enrollarse con tías en todas partes menos en su dormitorio.

Desafortunadamente, el conocimiento no termina ahí. Ahora sé cómo es Dean desnudo. Sé lo que se siente al tenerlo empujando dentro de mí. Sé los sonidos que emite cuando está a punto de correrse.

Sé demasiado.

Mis sienes palpitan con más fuerza.

Joder.

Joder, joder, joder. ¡Joder!

¿Qué narices he hecho? Nunca había tenido relaciones sexuales de una noche. Mi lista sexual cuenta con un total de tres chicos: dos en el instituto y uno en la universidad. Y todos ellos eran mis novios formales.

Mi mirada se desvía de nuevo al cuerpo largo y musculoso de Dean. ¿Por qué he dejado que esto ocurra? Yo controlo fenomenal el alcohol. Anoche no estaba superpedo. No arrastraba las palabras, ni me tropezaba al andar, ni actuaba como una idiota. Sabía exactamente lo que estaba haciendo al dar el primer paso, cuando besé a Dean.

Sí, fui yo la que dio el primer paso.

¿Qué me pasa?