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Kristi Gold

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Beschreibung

Él la había amado, después la había abandonado… y ahora volvía a su vida La marcha del director de cine Pete Traynor le había costado el trabajo en aquella película a la productora Renee Marchand. Ahora él acababa de alojarse en el hotel de su familia y a Renee le estaba costando mucho mantener la compostura. Su aparición había despertado en ella muchos recuerdos y muchas preguntas. ¿Por qué había desaparecido sin darle ninguna explicación? ¿Y por qué ella no había conseguido olvidar la única noche que habían pasado juntos? Renee no tardó mucho en obtener al menos una respuesta. Pete Traynor seguía siendo el hombre más atractivo que había conocido...

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Seitenzahl: 222

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2006 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

ÍNTIMA RENDICIÓN, Nº 143 - Agosto 2013

Título original: Damage Control

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3504-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

1

Justo cuando Renee Marchand pensaba que había dejado Hollywood para siempre, Hollywood volvía a ella. Después de tres años de ausencia, Pete Traynor acababa de aparecer junto a la ventana de su oficina; estaba con la mirada fija en el jardín mientras su hermana Charlotte ensalzaba las virtudes del hotel Marchand.

Renee permanecía discretamente junto a la puerta, esperando alguna interrupción en la conversación, aunque lo que realmente deseaba era irrumpir en el despacho y exigir una respuesta a varias preguntas. Entre todos los hoteles de cuatro estrellas de Nueva Orleans, ¿por qué había tenido que elegir Pete el hotel de su familia? ¿Y cuáles eran las verdaderas razones por las que había renunciado a dirigir la película que ella estaba encargada de producir después de haber declarado que aquel proyecto significaba mucho para él? ¿Y por qué no había tenido la decencia de ponerse en contacto con ella para anunciarle su marcha?

Haciendo un esfuerzo para recobrar la compostura, Renee le dirigió una larga mirada, esperando que todos los rasgos que en otra época había considerado tan atractivos hubieran desaparecido con el tiempo. Al principio, le habían fascinado su creatividad y su intuición, que lo capacitaban para generar un derroche de imágenes a partir de las simples palabras de un guión. Pero su aspecto, parejo a lo extraordinario de su mente, le había resultado difícil de ignorar. Y allí estaba. Su pelo castaño y ligeramente largo en el que se enhebraban algunas mechas plateadas, le daba un toque de rebeldía. Y los pantalones tostados y el polo blanco realzaban su físico, poniendo de manifiesto su interés por mantenerse en forma.

A los cuarenta y dos años, no había perdido un ápice de su atractivo. Y Renee dudaba que hubiera perdido su encanto. Toneladas y toneladas de encanto.

Un encanto que había conducido a Renee al fracaso, tanto profesional como personal. Y jamás volvería a permitir que le ocurriera nada parecido, ni con él ni con ningún hombre. Pretendía permanecer firmemente arraigada a la realidad, y la realidad era que Pete había arruinado su carrera.

Renee se alisó el traje de lino con mano temblorosa, tomó aire y asumió su aire más profesional, preparándose para aquel encuentro. Se sabía capaz de sonreír, de mostrarse alegre incluso, aunque el corazón estuviera amenazándole con desgarrarse otra vez. Pero se negaba a revelar que la falta de consideración de Pete la había herido profundamente, o que todavía podía afectarla a pesar del tiempo pasado.

De modo que entró en el despacho con premeditada calma y le sonrió a su hermana.

—¿Necesitas algo, Charlotte?

La compostura de Renee se esfumó en cuanto Pete la miró con sus ojos castaños, unos ojos tan oscuros que parecían casi negros. Si le sorprendió su repentina aparición, no lo demostró. Pero Pete siempre había sabido enmascarar sus sentimientos, había sido tan hábil en el control de las emociones como Renee, excepto durante una noche...

—Tenemos un huésped especial —dijo Charlotte, forzando a su hermana a volver al presente—. Señor Traynor, me gustaría presentarle a mi hermana.

—Ya nos conocemos —contestó Pete—. Me alegro de volver a verte, Renee.

Renee fijó la mirada en la mano que le tendía temiendo tocarla, pero siendo consciente de que, si no lo hacía, Charlotte adivinaría que había algún problema entre ellos.

—Yo también me alegro de volver a verte, Pete —le dijo mientras le estrechaba la mano brevemente, tratándolo como si fuera cualquier otro huésped.

—No sabía que os conocierais —comentó Charlotte—. Pero supongo que es lógico, teniendo en cuenta que los dos habéis trabajado en Hollywood —se produjo un tenso silencio antes de que añadiera—: Al señor Traynor le preocupa mantener su intimidad mientras esté en el hotel. Yo le he dicho que tú podrías ayudarlo en ese sentido.

Renee apartó la mirada de Pete y la posó en Charlotte.

—Si ya le has asegurado que nos orgullecemos de ser capaces de mantener la intimidad de nuestros clientes, no creo que pueda ofrecerle nada más.

Charlotte le dirigió a su hermana una mirada con la que parecía querer preguntarle qué demonios le pasaba.

—Puesto que estás a cargo de las relaciones públicas del hotel, he pensado que sería preferible que tú se lo repitieras —señaló con la mano hacia la puerta—. Y puesto que Luc le está mostrando al grupo del señor Traynor sus habitaciones mientras hablamos, me gustaría asegurarme de que todo esté en orden —y, sin más, Charlotte salió sin despedirse siquiera.

Renee comprendió que su hermana se había dado cuenta de que allí había algo raro, aunque ningún miembro de su familia estuviera al tanto de su breve aventura con Pete Traynor. Nadie conocía las verdaderas razones por las que había dejado California y había vuelto a Nueva Orleans. Y ella pensaba mantener ese capítulo en el pasado. Lamentablemente, tendría que enfrentarse a las preguntas de Charlotte más adelante, pero antes tenía que tratar con aquel importante director que continuaba mirándola como si estuviera haciéndole una prueba para una película.

—¿Qué estás haciendo aquí, Pete? —Renee lamentó en silencio la dureza de su tono.

Pete contestó con una de aquellas sonrisas a las que tanto provecho les sacaba, particularmente con las mujeres.

—He venido a buscar exteriores para una película.

Por supuesto. Sería una estupidez pensar que había ido a Nueva Orleans por algún motivo que no tuviera que ver con el trabajo.

—¿Has venido con tu equipo?

—He venido con Pryar, el director artístico. Y con una actriz, pero ella no tiene nada que ver con la producción.

Lo que indujo a pensar a Renee que tenía algo que ver con Pete.

—¿La conozco?

—Es Ella Emerson.

Aunque Renee no la conocía personalmente, había oído hablar de aquella joven procedente de Australia bendecida con tanta belleza como inteligencia.

—Tengo entendido que es una mujer con un gran talento —y se preguntaba si Pete conocería íntimamente aquellos talentos.

—Ahora mismo se está tomando unas vacaciones antes de su próximo rodaje. Por eso queremos asegurarnos de que nadie la moleste.

Renee odiaba el desagradable sentimiento que experimentaba al pensar que Pete estaba con otra mujer.

—Puedo asegurarte que tanto tú como la señorita Emerson disfrutaréis de una intimidad absoluta y que...

—Estás magnífica, Renee.

Aunque Renee no quería sus cumplidos, la buena educación le obligó a contestar:

—Gracias.

Pete inclinó la cabeza y la recorrió lentamente con la mirada.

—Casi tan bien como la última vez que te vi. Aunque lo que llevabas entonces me gustaba un poco más.

Renee se cruzó de brazos, como si aquel gesto pudiera protegerla de los recuerdos.

—Han pasado... ¿Cuántos? ¿Tres años? No sé cómo puedes acordarte todavía de lo que llevaba puesto.

—No llevabas nada.

Renee se aferró a sus últimas defensas.

—Sí, en realidad yo también me acuerdo de ciertos aspectos de nuestra relación anterior, particularmente los que tenían que ver con un contrato.

Pete desvió momentáneamente la mirada.

—En ese asunto, no me quedó otra elección. Y siento que tuvieras que sufrir las consecuencias de mi decisión.

Lo que sentía Renee era haber tenido que volver a verlo.

—Afortunadamente, eso ya está superado.

—¿Estás segura?

Si se refería a su relación personal, aquello había quedado zanjado desde el momento en el que Pete había salido de su cama.

—Sí, Pete, todo eso pertenece al pasado.

—Estoy de acuerdo. Pero creo que podríamos intentar empezar de nuevo.

Antes de que Renee hubiera podido replicar, el sonido de unos pasos en la escalera y la apertura de la puerta distrajeron su atención. Un niño de pelo oscuro entró en el despacho y abrazó a Pete por la cintura.

—¡Te he encontrado! —exclamó.

Pete lo levantó en brazos y lo tiró al aire antes de dejarlo de nuevo en el suelo. Cuando el niño se volvió, Renee advirtió inmediatamente el parecido entre los dos. ¿Sería su hijo? Si así era, jamás había oído que lo tuviera, y mantener esa clase de secreto era algo extremadamente complicado para un importante icono de Hollywood. Pero cosas más extrañas habían sucedido y aquello conjuró algunos escenarios que Renee ni siquiera había pensado en explorar.

Pete posó las manos en los hombros del niño.

—Adam, ésta es la señorita Marchand. Renee, te presento a Adam, mi sobrino.

Su sobrino, no su hijo. Bueno, por lo menos eso contestaba a algunas preguntas. Renee dio un paso adelante y le tendió la mano al niño.

—Encantada de conocerte, Adam. Puedes llamarme Renee.

El niño le estrechó la mano y esbozó una sonrisa notablemente parecida a la de su tío.

—Encantado de conocerte —miró a su tío—. ¿Podemos ir de compras?

—Es un poco tarde —contestó Pete—. A lo mejor, mañana.

El sonido de unos pasos volvió a desviar la atención de Renee hacia la puerta, donde en ese momento apareció una mujer de rostro fresco y pelo castaño con un sombrero de paja en una mano y unas gafas de sol en la otra.

—Estás aquí, Adam. Me has dado un buen susto.

Se detectaba un ligero acento australiano en su voz, pero a Renee no le hizo falta oírlo para saber que era Ella Emerson, presumiblemente, el nuevo objeto de las atenciones de Pete.

Adam puso los brazos en jarras y la miró con la firmeza de un minidirector.

—Eres muy lenta, Ella. Corro mucho más rápido que tú.

—Y tú eres demasiado listo —añadió Ella mientras entraba en el despacho.

Miró inmediatamente hacia Renee.

—¿Interrumpo algo?

—En absoluto —Renee dio un paso adelante y le tendió la mano—. Soy Renee Marchand. Es un placer conocerte.

La sonrisa de Ella brillaba en sus ojos verdes.

—Lo mismo digo. Pete me ha hablado mucho de ti.

Renee le dirigió una rápida mirada a Pete, que parecía decididamente incómodo.

—¿Ah, sí?

Pete se aclaró la garganta.

—¿Qué tal están las habitaciones, Ella?

La mujer se llevó la mano al cuello.

—Son fabulosas. Es una suite fantástica y los dormitorios están conectados por una sala preciosa. Los muebles son magníficos y la vista del jardín desde la terraza, inmejorable. Estaremos más que cómodos en esa maravillosa cama... —desvió la mirada al tiempo que se interrumpía.

—No te preocupes —le dijo Pete—. Puedes confiar en Renee.

Pero Renee se preguntaba si Ella podía confiar realmente en Pete. Al fin y al cabo, sólo unos minutos antes parecía más que dispuesto a reemprender un viaje al pasado.

—Comprendo que necesitéis cierta confidencialidad en vuestra situación —aunque no entendía por qué se sentía tan desalentada.

—Te lo agradezco mucho —respondió Ella ligeramente sonrojada—. Y si no es mucha molestia, me gustaría tener varias almohadas más. Estoy teniendo problemas en la espalda últimamente, aunque Evan, mi prometido, se queja cuando meto más de dos almohadones en la cama.

¿Evan era su prometido? Renee se sintió terriblemente estúpida por haber llegado a conclusiones que no debía pero, ¿quién podía culparla por hacerlo teniendo en cuenta la fama de Pete?

—No será un problema en absoluto. Haré que te lleven los almohadones inmediatamente.

—¿Podrías sugerirnos un lugar para cenar? —preguntó Ella—. Me muero de hambre.

Adam comenzó a saltar hasta que Pete posó la mano en su hombro.

—Yo también tengo hambre, tío Pete.

—En el hotel tenemos un gran restaurante, Chez Remy. Puedo pedir que os preparen una mesa en el comedor privado, para que nadie os moleste.

—Sería maravilloso. El viaje me ha dejado agotada.

Renee miró el reloj.

—Ahora son las cinco. ¿Os parece bien a las seis y media?

—Sí, muy bien —contestó Pete—. ¿Dónde está el comedor?

—Os lo enseñaré cuando salgamos.

—¿Quieres cenar con nosotros? —le preguntó Ella—. Pete me ha contado que una ocasión produjiste una película magnífica. Me gustaría que nos hablaras sobre ello.

—Bueno, la verdad...

—Me parece una gran idea —intervino Pete—. Así nos pondremos al tanto de lo que hemos hecho durante este tiempo.

Renee se debatía entre hacer el papel de perfecta relaciones públicas y la necesidad de evitar pasar más tiempo con Pete. Pero sabía que podía hacer las dos cosas: disfrutar de una cena agradable y después marcharse. Al fin y al cabo, se había pasado toda la semana intentando arreglar el desastre posterior al apagón e intentando aclarar la misteriosa muerte sucedida durante la noche de Reyes. Después de aquello, ¿qué podía pasar en una cena que no fuera capaz de manejar?

La respuesta era muy sencilla: su atracción hacia Pete, que continuaba amenazando con escapar a su control, podía llegar a hacerse muy evidente. Pero no si ella no lo permitía.

—Me encantará cenar con vosotros —contestó, sorprendida y complacida por la facilidad con la que fluyeron las palabras.

Pero cuando rozó involuntariamente el brazo de Pete al pasar por delante de él, comprendió que estar a su lado no iba a ser fácil en absoluto.

Luc Carter se alejó dos manzanas del hotel y sacó el teléfono móvil. Con una llamada, pondría su siguiente plan en movimiento. Se trataba de notificar a la prensa que acababa de llegar al hotel un equipo cinematográfico. Y, lo más importante, que el director artístico y una famosa actriz compartían habitación sin estar casados.

Tras ver el frasco de vitaminas para el embarazo en el bolso de la actriz, sospechaba que pronto aparecería un bebé en el horizonte, y eso era material de primera para alimentar el escándalo.

Aunque probablemente la información terminaría filtrándose, no veía nada de malo en acelerar un poco las cosas. Además, aquel importante director parecía conocer muy bien a Renee. Sí, allí había potencial para toda clase de conjeturas pero, de momento, se guardaría aquella información por si la necesitaba más adelante.

En lo que a Luc concernía, la idea era perfecta. Nadie sufriría físicamente. Lo único que saldría dañado sería la reputación del hotel y la supuesta capacidad de la familia Marchand para mantener la intimidad de sus clientes. Pero por muchas ganas que tuviera Luc de llevar a cabo su venganza, estaba comenzando a odiar todo aquel asunto. La verdad era que le gustaban las hermanas Marchand, que eran sus propias primas, y también su madre. Por supuesto, ellas todavía no tenían la menor idea de quién era él ni de por qué había aceptado aquel puesto en el hotel. No sabían que pretendía destruir su buen nombre y obligarlas a vender el hotel para reclamar después el dinero al que tenía derecho y para vengar a su padre, que había sido maltratado por la familia.

Cuando marcó el número de teléfono de aquel periódico sensacionalista, sintió el amargor de la traición en la boca. La venganza no le parecía tan dulce como cuando había puesto su plan en funcionamiento, pero ya estaba metido hasta al cuello en aquel asunto y se había asociado con dos hombres que no se detendrían hasta que hubieran conseguido lo que querían.

Se preguntó brevemente hasta dónde sería capaz de llegar antes de verse obligado a detenerse. Antes de haber perdido por completo el honor.

2

Renee no quería estar allí. Pete lo supo desde el mismo instante en el que se sentó frente a él en aquel pequeño comedor privado. Lo veía en su rostro, en la rigidez de su postura. Se negaba a mirarlo directamente a los ojos, algo que jamás había hecho antes. No sólo con él, sino con nadie. Aparentemente, era una mujer elegante, refinada, pero bajo aquel delicado exterior se escondía una mujer dura y una gran crítica cinematográfica.

Después de sentarse a la mesa y de que Pete ocupara su propio asiento, Renee se volvió hacia él:

—¿Dónde está todo el mundo?

—Vendrán dentro de un momento. Adam estaba viendo los dibujos animados y Evan esperando a que Ella terminara de arreglarse.

—Estupendo. Así dispondremos de unos minutos para saber lo que vamos a pedir.

Y eso le proporcionaba a Pete un poco de tiempo para dedicarle toda su atención. Pero cuando Renee comenzó a leer la carta como si se mereciera poco menos que un Pulitzer, comprendió que no era su atención lo que Renee quería. Probablemente, a esas alturas, ya se sabía el menú de memoria y fingir estar concentrada en su contenido sólo le servía para evitar mirarlo. Aunque, por otra parte, eso le permitía contemplarla a placer. Y descubrir, una vez más, que podía pasarse una noche entera mirándola.

Nada en Renee había cambiado, advirtió, excepto su actitud hacia él. Y no podía menos que reconocer que se merecía hasta la última gota de su desprecio.

Quizá, si se disculpara, Renee podría relajarse. ¿Pero después, qué? No estaba seguro de que pudiera confesarle las razones por las que había actuado como lo había hecho tres años atrás. Razones que involucraban directamente a un niño que había llegado a significar para él mucho más de lo que habría creído nunca posible. No podía siquiera explicarle el constante arrepentimiento con el que todavía vivía después de tanto tiempo, sabiendo que si las cosas hubieran sido diferentes, su relación con Renee podría haber ido mucho más allá. Más allá de la única noche que habían pasado haciendo el amor hasta bien entrada la mañana siguiente.

—¿Qué te apetece esta noche? —preguntó Renee, sin apartar la mirada de la carta.

—¿Te refieres a la cena?

Renee lo miró de soslayo.

—Tenemos un buen surtido de pescados y mariscos.

Una buena pulla, decidió Pete. Renee sabía perfectamente que él aborrecía la mayor parte de los mariscos.

—¿Tú que me recomiendas?

—Cualquier cosa. El chef es extraordinario. Se llama Robert LeSoeur y si...

—Ya lo he conocido —dijo Pete—. Él mismo se ha presentado justo antes de que vinieras y me ha puesto al tanto de las especialidades del restaurante —era un hombre de unos treinta y pocos años que tenía más aspecto de albañil que de chef.

—Si prefieres que te preparen algo diferente a lo que aparece en el menú, lo único que tienes que hacer es pedirlo. Robert es muy complaciente.

Pete se preguntó si aquel chef habría complacido a Renee en cuestiones que no tuvieran nada que ver con las artes culinarias.

—Así que lo conoces muy bien.

Aquello le valió una mirada envenenada.

—Es uno de los empleados del hotel y nuestra relación no va más allá de eso, si es eso lo que me estás preguntando.

Eso era exactamente lo que le estaba preguntando y no debería haberle molestado por muchas razones. Renee no era muy dada a fraternizar con las personas con las que trabajaba. Durante el breve tiempo en el que la había conocido como productora, había sido la viva imagen de la profesionalidad... hasta que él había aparecido en escena. Pero aquella desenfrenada y tórrida sesión se había debido únicamente a una pasión que ninguno de ellos había podido ignorar. Pete jamás habría predicho que bajo aquella sofisticada fachada pudiera esconderse una mujer sexualmente tan creativa y absolutamente desinhibida. Tampoco esperaba el impacto que tendría en él su encuentro, ni su total falta de control. Y, desde luego, no esperaba pasarse años reviviendo mentalmente aquellos momentos, deseando volver a repetirlos. Deseando mucho más de Renee, incluso en aquel mismo instante.

Pero lo primero era lo primero. Tenía que intentar suavizar las cosas entre ellos, y eso significaba no apostar demasiado fuerte y no ir demasiado rápido. Tenía que utilizar su capacidad de persuasión. Probablemente, iba a ser imposible, pero tenía que intentarlo.

Cuando Pete sacó las gafas del bolsillo interior de la chaqueta y se las puso, Renee lo miró sorprendida.

—¿Desde cuándo llevas gafas?

—Desde que cumplí cuarenta años y tuve que empezar a ponerme los guiones a medio metro de la cara para poder leerlos.

Renee disimuló una sonrisa.

—Son bonitas, muy intelectuales. Pero ya sabes lo que se suele decir: la vista es lo primero que se pierde.

Tocado.

—Te aseguro que lo demás continúa funcionando tan bien como siempre.

—Me alegro de ver que no has perdido el contacto con tu ego.

Pete se inclinó hacia delante y bajó un poco la voz:

—Lo que te garantizo es que no he perdido el tacto.

Renee intentó disimular una sonrisa, pero no lo consiguió.

—Estoy convencida. Aunque te esté fallando la vista, seguro que tienes muchas cosas que palpar en la oscuridad.

Otra descarga de imágenes, tan claras como el globo de cristal que había en medio de la mesa, cruzó la mente de Pete. Recordaba cómo había respondido Renee a su contacto, a su boca, a su cuerpo. Y no podía negarlo: la química todavía estaba allí y, si no iba despacio, se arriesgaría a hacer un movimiento equivocado que terminaría alejándola de su lado.

—Adelante, ríete de mí todo lo que quieras. Cuando tengas cuarenta años, a lo mejor tú también necesitas gafas. ¿Y cuánto te falta? ¿Cinco o seis años?

—En realidad tres, pero no los cuento.

—Y seguramente entonces seguirás siendo tan atractiva como ahora. Como lo eras la primera vez que te conocí, con gafas o sin ellas —con ropa o sin ella.

—¿Por qué no le echas un vistazo a la carta? A lo mejor tardas un rato en decidirte.

Quizá. Pete comprendió perfectamente la indirecta. No estaba de humor para cumplidos ni para hablar de lo que había pasado entre ellos. De momento, no le importaba. Pero tenía intención de abordar el tema antes de irse. Quizá incluso antes de que la noche terminara. Cerró la carta y se reclinó en la silla.

—No hace falta que la mire más, ya sé lo que quiero. Tomaré langostinos.

Renee frunció el ceño.

—Creía que no te gustaban los langostinos.

—Desde que me obligaste a comerlos aquella noche que cenamos en la Manhattan Beach comenzaron a gustarme.

Renee posó un codo en la mesa y apoyó la mejilla en la mano.

—Me alegro de que hayas decidido ampliar horizontes.

—Eso es algo que tengo que agradecerte. Cuando estuvimos juntos, probé varias cosas que no he vuelto a intentar.

Aunque Renee intentó ser sutil, Pete reconoció el momento en el que comenzó a retroceder.

—Me pregunto qué estará retrasando a tus amigos.

En aquel momento, Pete se había olvidado de ellos, algo impropio de él, sobre todo cuando andaba Adam de por medio.

—Creo que llamaré a la suite para averiguarlo.

Pero antes de que hubiera podido hacer ningún movimiento, Pete advirtió que Evan se acercaba a grandes zancadas hacia ellos, con un papel enrollado en la mano.

—Siento llegar tarde —dijo cuando alcanzó la mesa.

A Pete le resultó extraño que nadie lo siguiera.

—¿Dónde está el resto de la banda?

—Ella está a punto de irse a la cama —contestó—. No se encontraba bien y he pedido que le lleven una sopa. Me ha dicho que la disculpéis y que tiene muchas ganas de hablar contigo, Renee.

—Yo también —contestó Renee—. Dile que espero que mejore pronto.

Pete no pudo evitar sospechar que aquello era una estratagema de sus amigos.

—¿Y Adam? —preguntó.

—Ha decidido comerse una hamburguesa en su habitación. Me ha pedido que te dijera que no le gustan los pantalones que le has hecho ponerse y que prefiere quedarse en la habitación a ver la película que le he comprado.

—¿Qué clase de película?

—Confía en mí, Traynor. Es una película para niños. No hay nada absolutamente cuestionable en ella, salvo que salen algunos pingüinos desnudos —desenrolló el papel y se lo tendió a Pete—. Adam también me ha pedido que te dé esto.

Pete tomó el papel. En él aparecían tres personas: una mujer de pelo castaño, un hombre rubio y un niño entre ellos. No hacía falta ser muy ingenioso para reconocer al trío que el niño había dibujado. Eran Trish, hermana de Pete y madre de Adam, y Craig, el padrastro del pequeño. Una repentina tristeza lo invadió al saberse fuera del dibujo y al comprender que, una vez terminado aquel viaje, tampoco formaría parte de aquella escena en la vida real. Por supuesto, se alegraba de que Trish hubiera decidido reconstruir su vida con un hombre decente, pero a cambio, Adam dejaría de formar parte de la suya, por lo menos con tanta frecuencia. Japón estaba a todo un mundo de distancia y era allí precisamente donde Adam estaría al cabo de unos días.

—¿Puedo verlo, Pete?

Pete alzó la mirada hacia Renee.

—Claro.

Renee tomó el papel y lo estudió un momento.

—Es un dibujo muy bueno, para le edad que tiene.

—Es un niño con mucho talento. Y muy inteligente —dijo Evan—. No hay muchos niños de cuatro años que reconozcan la diferencia entre un electricista y su ayudante, pero él sí. Aunque supongo que lo ha aprendido de la forma más natural.

Adam había accedido a aquellos conocimientos gracias al tiempo que había pasado en los rodajes, casi siempre con una niñera. Sólo un grupo muy selecto estaba al tanto de la identidad del niño, personas en las que Pete confiaba plenamente. La mayor parte del equipo solía creer que Adam era el hijo de un amigo de la familia. Pete lo había hecho para proteger tanto a Adam como a Trish.

—Bueno, será mejor que me vaya y os deje cenar tranquilos, que es lo que me ha pedido Ella —dijo Evan.

Sí, definitivamente, Renee y él estaban siendo víctimas de un complot.

—Creía que Ella no se encontraba bien.

Evan los miró avergonzado.

—La verdad es que ha pensado que os gustaría hablar de los viejos tiempos.

Por lo que a Pete se refería, aquél era un buen plan. Por la expresión de Renee, dudaba que ella compartiera su opinión.

—Dale las gracias a Ella. Y os agradezco que os quedéis cuidando a Adam. Dile que lo veré más tarde y que se porte bien. Si causa problemas, pide que me llamen en recepción.

—No causará ningún problema, Pete, es un niño muy bueno.

Para Pete, el mejor.

—Volveré en cuanto pueda.

—Tómate todo el tiempo que te apetezca —contestó Evan mientras comenzaba a alejarse de la mesa—. Lo acostaré e iré a verlo cada cierto tiempo. Así iré practicando.

La paternidad, advirtió Pete, era algo que Evan pronto tendría que llevar a la práctica. Y otra información que no quería revelar, aunque seguramente Renee ya la había descubierto.

—Gracias, Evan, te debo una.

Tras despedirse con un gesto, Evan salió del comedor, dejando a Pete a solas con Renee otra vez.