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"Julio César" es una tragedia en cinco actos, en verso y prosa, de William Shakespeare que fue escrita probablemente en 1599, estrenada el mismo año y publicada "in folio" en 1623. Esta pieza es la segunda del grupo de las cuatro tragedias romanas: "Tito Andrónico" (1593), "Julio César" (1599), "Antonio y Cleopatra" (1606-1607) y "Coriolano" (1607-1608).
"Julio César" es una obra trágica que recrea la conspiración en contra del dictador romano del mismo nombre, su homicidio y sus secuelas. Constituye uno de las tantos trabajos shakespearianos basados en hechos históricos.
A diferencia de muchos personajes principales en otras obras del género (ej.
Hamlet, Enrique V), César no es el centro de la acción, apareciendo tan solo en tres escenas, y muriendo al comienzo del tercer acto. La figura más relevante de la historia es Bruto, y la trama gira en torno a la lucha psicológica entre las demandas en conflicto sobre el honor, el patriotismo y la amistad.
"Julio César" se destaca por ser la primera de las cinco mejores tragedias escritas por el dramaturgo (las otras siendo "Hamlet", "Otelo", "Rey Lear" y "Macbeth").
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JULIO CÉSAR
Dramatis personae
ACTUS PRIMUS - Scena prima
Scena secunda
Scena tertia
ACTUS SECUNDUS - Scena prima
Scena secunda
Scena tertia
Scena quarta
ACTUS TERTIUS - Scena prima
Scena secunda
Scena tertia
ACTUS QUARTUS - Scena prima
Scena secunda
Scena tertia
ACTUS QUINTUS - Scena prima
Scena secunda
Scena tertia
Scena quarta
Scena quinta
• J ULIOC ÉSAR
Triunviros después de la muerte de Julio César:
• O CTAVIOC ÉSAR
• M ARCOA NTONIO
• M. E MILIOL ÉPIDO
Senadores:
• C ICERÓN
• P UBLIO
• P OPILIOL ENA
Conspiradores contra Julio César:
• M ARCO
• B RUTO
• C ASIO
• C ASCA
• T REBONIO
• L IGARIO
• D ECIOB RUTO
• M ETELOC ÍMBER
• C INA
Tribunos:
• F LAVIO
• M ARULO
Amigos de Bruto y Casio:
• L UCILIO
• T ITINIO
• M ESALA
• C ATÓN el joven
• V OLUMNIO
Criados de Bruto:
• V ARRÓN
• C LITO
• C LAUDIO
• E STRATÓN
• L UCIO
• D ARDANIO
• P ÍNDARO criado de Casio
• C ALPURNIA, esposa de César
• P ORCIA, esposa de Bruto
• A RTEMIDORO, sofista de Guido
• Un A DIVINO
• C INA, un poeta
• S ENADORES, C IUDADANOS, G UARDIAS, S ERVIDORES, etc.
Escena: Roma; después en Sardis y cerca de Filipos.
Roma. Una calle.
(Entran Flavio, Marulo y una turba de ciudadanos.)
F LAVIO.—¡Largo de aquí! ¡A vuestras casas! ¡Gente ociosa, marchad a vuestras casas! ¿Es hoy día festivo? ¡Qué! ¿Ignoráis, siendo artesanos, que no debéis salir en día de trabajo sin los distintivos de vuestra profesión? Habla, ¿qué oficio tienes?
C IUDADANO 1º.—Carpintero, señor.
M ARULO.—¿Dónde están tu mandil de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces con tu mejor vestido? Y vos, señor mío, ¿de qué oficio sois?
C IUDADANO 2º.—Francamente, señor; comparado con un obrero fino, no soy más que, como si dijéramos, un remendón.
M ARULO.—Pero ¿qué oficio es el tuyo? ¡Contéstame sin rodeos!
C IUDADANO 2º.—Un oficio, señor, que espero podré ejercer con la conciencia tranquila, pues, en verdad, es el de reparador de malas suelas.
M ARULO.—¿Qué oficio, bribón? Bribonazo, ¿qué oficio?
C IUDADANO 2º.—Os lo ruego, señor, no os descompongáis; sin embargo, si os descomponéis, podré componeros.
M ARULO.—¿Qué quieres decir con eso? ¡Componerme tú a mí, bergante!
C IUDADANO 2º.—¡Claro, señor, remendaros!
F LAVIO.—¿Eres un zapatero remendón, no?
C IUDADANO 2º.—En efecto, señor; todo lo que poseo es por la lezna. No me inmiscuyo en los asuntos de los negociantes ni en los de las negociantas sino con la lezna. Soy propiamente un cirujano de calzas viejas; cuando están en gran peligro, les devuelvo la salud. De modo que personas tan calificadas como las que más, han ido en cueros limpios con la obra de mis manos.
F LAVIO.—Pero ¿por qué no estás hoy en tu taller? ¿A qué llevas a estas gentes por las calles?
C IUDADANO 2º.—Francamente, señor, a que gasten sus zapatos, para así procurarme yo más trabajo. Pero, a decir verdad, señor, holgamos hoy por ver a César y regocijarnos en su triunfo.
M ARULO.—¡Regocijaros! ¿De qué? ¿Qué conquista trae a la patria? ¿Qué tributarios le acompañan a Roma adornando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carroza? ¡Estúpidos pedazos de pedernal, peores que cosas insensibles! ¡Oh corazones encallecidos, ingratos hijos de Roma! ¿No conocisteis a Pompeyo? ¡Cuántas y cuántas veces habéis escalado muros y almenas, torres y ventanas, sí, y hasta la punta de las chimeneas, con vuestros niños en brazos, y habéis esperado allí todo el largo día, en paciente expectación, para ver desfilar al gran Pompeyo por las calles de Roma! Y apenas veíais aparecer su carro, ¿no prorrumpíais en una aclamación tan estruendosa que temblaba el Tíber bajo sus bordes al escuchar el eco de vuestro clamoreo en sus cóncavas márgenes? ¿Y ahora os engalanáis con vuestros mejores vestidos? ¿Y ahora elegís este día como de fiesta? ¿Y ahora sembráis de flores el paso del que viene en triunfo sobre la sangre de Pompeyo? ¡Idos! ¡Corred a vuestras casas, doblad vuestras rodillas y suplicad a los dioses que suspendan el castigo que forzosamente ha de acarrear esta ingratitud!
F LAVIO.—¡Idos, idos, queridos compatriotas! Y por esta falta, reunid a todas las sencillas gentes de vuestra condición, conducidlas al Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce hasta que su afluente más humilde llegue a besar la mayor altura de sus riberas. (Salen los Ciudadanos.) ¡Ved cómo se conmovió su rudo temple! Se alejan amordazados por su culpa. Bajad por esa vía hacia el Capitolio; yo iré por ésta. Despojad las estatuas si las halláis engalanadas con trofeos.
M ARULO.—¿Podemos hacerlo? Ya sabéis que es la fiesta de las Lupercales.
F LAVIO.—¡No importa! No dejemos estatua alguna adornada con trofeos de César. Yo bulliré por aquí y arrojaré de las calles a la plebe. Haced igual donde notéis que se forman grupos. Estas plumas en crecimiento, arrancadas a las alas de César, no le dejarán mantenerse en un vuelo ordinario, ¿quién, de otro modo, se remontaría sobre la vista de los hombres y nos sumiría a todos en un sobrecogimiento servil?
(Salen.)
El mismo lugar. Una plaza pública.
(Entran en procesión, con música, César, Antonio, ataviados para las carreras; Calpurnia, Porcia, Decio, Cicerón, Bruto, Casio y Casca; una gran muchedumbre los sigue, entre los que se halla un Adivino.)
C ÉSAR.—¡Calpurnia!
C ASCA.—¡Silencio, eh! César habla.
(Cesa la música.)
C ÉSAR.—¡Calpurnia!
C ALPURNIA.—Aquí me tenéis, señor.
C ÉSAR.—Colocaos en la dirección del paso de Antonio cuando emprenda su carrera. ¡Antonio!
A NTONIO.—¡César, señor!
C ÉSAR.—No olvidéis en la rapidez de vuestra carrera, Antonio, de tocar a Calpurnia, pues, al decir de nuestros antepasados, la infecunda, tocada en esta santa carrera, se libra de la maldición de su esterilidad.
A NTONIO.—Lo tendré presente. Cuando César dice: «Haz esto», se hace.
C ÉSAR.—Proseguid, y no olvidéis ninguna ceremonia.
(Trompetería.)
A DIVINO.—¡César!