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Kevin es como cualquier otro chico. Bueno, aparte de que es un vampiro inmortal con sus correspondientes colmillos, claro. Ha oído espeluznantes rumores sobre los humanos, aunque nunca ha conocido a ninguno. Un día sale de viaje con su familia vampírica y con el resto de componentes del Circo Monstromo (ogros, dragones, hombres lobo...), pero en vez de en la ciudad de monstruos a la que se dirigían, acaban en un extraño lugar lleno de humanos que esconde un antiguo, terrible y hambriento secreto que acaba de despertar... Neutralizar ese peligro dependerá de Kevin y de Susi, la nueva y valiente amiga humana con la que el joven vampiro compartirá la aventura más emocionante de toda su vida. Una nueva colección que invita a no juzgar a nadie hasta que lo conozcas bien, especialmente si se trata de un monstruo.
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Seitenzahl: 116
Veröffentlichungsjahr: 2024
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A Liz, gracias por la brillante idea. xM.B.
A todas las estrellas que alumbraron mi camino, y en especial a mis padres, Stefania y Maurizio.F.S.
Era casi imposible darse cuenta de que Kevin Aurelius era un vampiro. Era igual que cualquier otro chico de diez años.
Bueno, salvo por los colmillos, claro.
Y por el hecho de que no tenía sombra.
Y de que era inmortal.
Pero, aparte de eso, era casi imposible darse cuenta.
Kevin meneó el trasero y se ajustó el pantalón. Las piernas se le habían quedado pegadas al asiento, algo que siempre solía pasarle en los viajes largos. Las levantó, una a una, y las separó de la pegajosa funda de plástico.
Frente a él estaban sentados su madre y su padre, y en la parte más oscura del carromato pudo distinguir a sus hermanos, Silus y Silvia, colgados cabeza abajo, susurrando y riéndose. Kevin sabía que tramaban algo.
Suspiró y miró por la ventana del carromato de la familia Aurelius. Vio los demás vagones del Circo Monstromo traqueteando al doblar una curva en un estrecho puerto entre montañas.
Kevin notó que algo le frotaba la pierna. Sonrió y vio a Perro sentado a su lado, con las orejas erguidas y la lengua colgándole a un lado de la boca.
Perro no era un perro. Nadie sabía muy bien lo que era, pero Kevin lo adoraba con todos sus corazones (los vampiros tienen dos, un poco como las vacas. ¿O eran dos estómagos?).
En cualquier caso, Kevin quería mucho a Perro. Le contaba todos sus secretos. Por ejemplo, que quería ser jinete de dragones, y que una vez se comió sin querer la cera de los oídos de alguien, o el mayor secreto de todos: que era un chico solitario, porque en realidad no tenía amigos. El Circo Monstromo solo paraba en los pueblos para montar su espectáculo, nunca el tiempo suficiente como para poder conocer a nadie.
Kevin buscó en el bolsillo del pantalón y sacó una chuche para su mascota. La cola de Perro se agitó con fuerza al verla.
—Espera —dijo Kevin, sonriendo—. Espera.
Entonces lanzó la chuche al aire, y Perro desplegó sus alas peludas y levantó el vuelo. Abrió de par en par la boca, que tenía siete colmillos afilados como navajas, y agarró la golosina en el aire. Después, masticando feliz, bajó volando y se posó en el regazo de Kevin.
—¿Quién es un buen chico? —susurró Kevin, acariciando las escamas de la barriga de Perro.
Perro levantó la vista hacia él, eructó y escupió una bola de pelo. De repente, a la bola de pelo le crecieron quince patitas y salió corriendo hasta un rincón del carromato.
Fuera se estaba haciendo de noche. Sobre la cabeza de Kevin, unas velas que emitían una luz titilante se encendieron solas.
Kevin abrió su libro, DATOS ABOMINABLES Y SECRETOS REPULSIVOS SOBRE MONSTRUOS, BESTIAS Y FIERAS, y empezó a leer.
Quería aprenderlo todo sobre antiguos monstruos marinos, y acababa de descubrir uno especialmente interesante: un ser conocido como Evil Lynn, que atraía a las personas hasta las orillas con sus misteriosas canciones y luego les lanzaba agua a la cara y les robaba los calcetines.
Kevin estaba leyendo sobre sus extraños hábitos alimenticios subacuáticos (espaguetis con albóndigas bañados en salsa de manzana) cuando recibió una patada en la cabeza.
—¡AY!
Su madre levantó la vista del folleto que estaba leyendo. Decía FESTIVAL DEL TERROR, y había una imagen de un esqueleto con una capa a lomos de un dragón que escupía fuego.
—Perdona, Kevin, ¿has dicho algo?
—Alguien me ha golpeado —respondió él frotándose la cabeza y mirando a sus hermanos, que estaban saltando cabeza abajo sobre los asientos del carromato.
Su madre suspiró y dijo:
—¡Silus! ¡Silvia! Tened cuidado con vuestro hermano.
—Pero mamá… —protestó Silus mientras daba volteretas por el suelo del carromato.
—Solo estamos ensayando —añadió Silvia, cruzándose con Silus al dar unas volteretas hacia atrás—. Y la cabeza de Kevin siempre está por medio porque es gigantesca.
—No es tan gigantesca —dijo Kevin, un poco a la defensiva—. Es completamente normal para un vampiro de mi edad.
Se giró para ver su reflejo en la ventana (y comprobar lo grande que era su cabeza), pero entonces recordó que los vampiros no tienen reflejo.
Su madre rechinó los colmillos y el gran rubí que colgaba de su cuello se puso a brillar, como solía suceder siempre que se enfadaba.
—Pues id a ensayar al carromato del equipaje —dijo.
—No podemos —replicó Silvia—. Allí está el ataúd del tío Drax.
—Y está durmiendo —añadió Silus.
La madre de Kevin levantó la ceja izquierda.
—Humm, mal asunto —dijo.
—Sí —terció el padre de Kevin, mesándose la puntiaguda barba negra con sus largos dedos acabados en puntiagudas uñas—, no conviene molestar al tío Drax. ¿Os acordáis de lo que pasó la última vez que alguien lo despertó?
La madre se estremeció solo de pensarlo. El mechón blanco que lucía en su enorme moño alto también tembló.
—Tardamos casi dos días en arreglar aquel estropicio —añadió el padre—. Qué espanto.
La madre se volvió hacia Silus y Silvia y les dijo:
—¿Y el carromato comedor?
—Allí están los hombres lobo —respondió Silus, haciendo el pino sobre el brazo de una silla.
—Yo pensaba que los hombres lobo estaban en el carromato almacén —dijo el padre.
—No, papá —contestó Silvia, dando un salto mortal atrás desde una mesita—. En el carromato almacén ahora están la doctora Frankie e Ígor. Decían que necesitaban sitio para un nuevo experimento ultrasecreto.
—Pues tendréis que ensayar en el tejado —dijo su madre.
—¿El tejado? —repitió Silus, volviéndose hacia Kevin—. ¿Y por qué no se va él al tejado?
—Eso, él no tiene que ensayar nada —remató Silvia.
La madre de Kevin lo miró. Él ya veía venir lo que iba a pasar. Sus hermanos siempre se salían con la suya porque eran las estrellas del circo. Y él aún no destacaba en nada.
—¿No te importa, Kevin? —dijo su madre, sonriendo—. Tus hermanos tienen que ensayar, y seguro que a Perro le viene genial un poco de aire fresco.
Kevin miró a Silvia y a Silus.
—Está bien —refunfuñó, aunque no le pareció nada bien.
—Puedes volar fácilmente hasta el tejado, solo tienes que convertirte en murciélago —se rio Silus.
—No seas cruel con tu hermano —le regañó su madre antes de retomar la lectura del folleto.
Silus y Silvia soltaron una risita mientras Kevin cogía a Perro y salía por la ventana para trepar hasta el tejado. Sus hermanos sabían que no podía convertirse en murciélago, y siempre se burlaban de eso.
Pero no era culpa de Kevin.
La mutación a murciélago era mucho más complicada de lo que parecía.
La última vez que lo intentó se convirtió en una caja de dónuts, razón por la que Silus y Silvia estuvieron varios días riéndose de él.
—¿Cuánto falta, Gog? —preguntó Kevin, sentándose junto al jinete en el tejado.
El ogro Gogmagog era el cuidador de bestias del Circo Monstromo y también el chófer de la caravana.
Bajo la brillante luz de la luna, su piel gris verdosa adquiría un tono más parecido a las algas fangosas de los estanques que a su habitual color moco de elefante.
Gogmagog sacudió las riendas con sus gigantescas manos.
Branwen, la dragona que tiraba de la caravana, escupió unos enormes chorros de fuego y saltó sobre un seto, arrastrando los carromatos tras de sí por el aire.
—UNA HORA —atronó Gog, haciendo virar a la dragona mientras sobrevolaban unos campos—. PARADA EN PRÓXIMA ESTAFIÓN DE SERVIFIO. BRANNIE NEFESITA BEBER, Y GOG TIENE QUE HAFER PIS.
Los carromatos del Circo Monstromo se detuvieron rechinando entre una nube de polvo.
Kevin se despertó de un respingo (se había quedado dormido junto a Gogmagog). Bostezando, se frotó los ojos. Brannie, la dragona de los valles, resopló y pateó el suelo con las zarpas. El ogro Gogmagog golpeó el tejado con los nudillos.
—¡LLEGADO! —bramó.
Kevin miró a su alrededor. Se suponía que iban a Monstros City, una ciudad enorme y ajetreada, pero aquello no era una ciudad.
Un murciélago salió aleteando del fondo del carromato y voló hasta al tejado. Acto seguido, el padre de Kevin apareció entre un estallido de humo (¡pufff!) y se sentó entre Kevin y Gog. Perro abrió los ojos y escupió sobre el regazo de Kevin una cosa que parecía una rata verde.
—Hmmm, creo que esto no es Monstros City —dijo el padre de Kevin cuando un gran mapa (manchado de tinta) de la región de Gran Zanate apareció en el aire frente a él.
La rata verde del regazo de Kevin parpadeó un par de veces, meneó la nariz y explotó.
El padre de Kevin continuó:
—Este sitio se llama…
Miró un pequeño letrero que había a un lado de la carretera y que estaba cubierto casi por completo de zarzas y arbustos.
—… Villabajo —dijo—. Gog, el sitio al que nos has traído está en mitad de la Nada.
El padre de Kevin señaló una parte del mapa que decía LA NADA.
Los confines de la Nada estaban delimitados por una serpenteante línea azul.
—Hemos debido de cruzar el Río de Lágrimas en algún momento —añadió—. Estamos más lejos que nunca de Monstros City.
Gogmagog abrió una cajita de madera y metió la mano. Colgando de su gigantesco dedo apareció un pequeño animalito alado de color marrón, dando ronquiditos.
—MURFIRRADAR NO FUNFIONA —dijo, encogiéndose de hombros y volviendo a dejar al murciélago en la cajita.
La madre de Kevin apareció en el techo en mitad de otro estallido de humo (¡pufff!).
—¿Algún problema? —preguntó.
—Estamos en el sitio equivocado —dijo el padre.
Silus y Silvia aparecieron con otros dos estallidos de humo (¡pufff, pufff!).
—¿Qué pasa? —preguntó Silvia frotándose los ojos mientras Silus bostezaba—. ¿Dónde estamos?
Su padre señaló el cartel.
—Nos hemos perdido —dijo—. Estamos en un sitio que se llama Villabajo, en mitad de la Nada. Nunca habíamos llegado tan al este.
—¡¿La Nada?! —exclamó la madre—. ¿Ahí no es donde viven los humanos?
—Así es —confirmó el padre—, aunque yo nunca he visto uno. ¿Y tú?
La madre se quedó pensando un instante y dijo:
—No. No conozco a ningún monstruo que los haya visto.
—El tío Drax siempre nos contaba historias sobre los humanos —dijo Silus—. Decía que se hacen la ropa con las pelusas del ombligo.
—Y que se comen las uñas de los pies en tostadas, y que para asustar a la gente expulsan el cerebro por la nariz de un estornudo —añadió Silvia.
—Bueno, Silvia —replicó su madre—, esas son cosas que se inventa el tío Drax. Estoy segura de que los humanos son muy amables.
—Además —dijo el padre—, ahora tenemos otros problemas.
Dicho esto, chasqueó los dedos y el mapa se evaporó. En su lugar apareció un hermoso cofre de madera.
—Nos hemos quedado sin oro, y hace falta para continuar el viaje —anunció—. Queda poca comida de dragón y los carromatos necesitan ruedas nuevas.
Kevin miró el cofre vacío.
—Qué pena que no puedas hacer aparecer oro de la nada —comentó.
—Ahora no hay tiempo para ideas sin sentido —dijo su padre, chasqueando los dedos para que el cofre desapareciera—. Esto es grave.
—¡Pero tenemos que llegar a Monstros City! —exclamó Silus—. No podemos perdernos el FESTIVAL DEL TERROR.
Kevin sacó del bolsillo un flyer que decía:
El Festival del Terror era el mayor acontecimiento del calendario de los monstruos, y Kevin tampoco quería perdérselo por nada del mundo. Llevaba muchos meses soñando con empaparse de las imágenes, los sonidos y los olores del festival.
Iban a acudir circos y monstruos de todas las partes del mundo para compartir historias, mostrar sus nuevos e increíbles números y participar en competiciones, galas y fiestas.
Kevin estaba muy ilusionado con el Desfile de Dragones porque, por primera vez, Brannie era lo suficientemente mayor como para participar en él. Además, sus padres le habían dicho que podría sentarse junto a Gog a lomos de Brannie durante el desfile. La sola idea de perdérselo hacía que se le encogieran los corazones.
Al ver el cofre de madera vacío y el cartel de Villabajo, a Kevin se le ocurrió una idea brillante.
—¿Por qué no montamos un espectáculo aquí? Igual a los humanos les gusta, nunca se sabe —dijo, aunque, como estaba acostumbrado a que nadie lo escuchara, lo dijo bajito.
Su madre levantó la vista.
—¿Qué he oído? —preguntó.
—Una idea bastante estúpida sobre montar un espectáculo aquí —se burló Silvia.
El padre miró a su alrededor y dijo:
—¿Montar un espectáculo aquí? Eso no es ninguna idea estúpida.
—Es verdad, Silvia —dijo la madre—. En realidad es una idea magnífica. A todo el mundo le gustan los desfiles, incluso a los humanos, y podríamos ganar el oro que necesitamos para llegar a Monstros City.
El padre sonrió:
—Muy bien, Silvia, nos has salvado. Gog, llévanos al pueblo para buscar un lugar donde montar el Circo Monstromo. Vamos a ofrecer a los habitantes de Villabajo un espectáculo que nunca olvidarán.
Silvia le sacó la lengua a Kevin y sonrió.
—Típico —le murmuró Kevin a Perro—. Nadie me escucha.
Perro meneó la cola y le soltó un eructo ronco y apestoso en plena cara.
Gogmagog sacudió las riendas y la dragona Brannie tiró del carromato en dirección al pueblo.
Al pasar por el cartel que decía VILLABAJO, una ráfaga de viento movió por un instante las zarzas y los arbustos que no dejaban ver todo su contenido.
Susi Calabaza abrió los ojos y miró el reloj de la mesita de noche.
Su única manecilla seguía en la sección marcada con la palabra DORMIR.
