Kevin el vampiro, 2. Una bruja muy granuja - Matt Brown - E-Book

Kevin el vampiro, 2. Una bruja muy granuja E-Book

Matt Brown

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¿Conoces a Kevin? Es un vampiro. Pero no te preocupes, no muerde. ¡Híncale el diente a sus aventuras! Kevin, su familia vampírica y el resto de componentes del Circo Monstromo (incluida Susi, la amiga humana de Kevin) van de camino a Monstros City, donde se celebra el famoso Festival del Terror, y deciden coger un atajo a través del Bosque Salvaje, aunque conocen los riesgos de importunar a la malvada hechicera que vive en él. Pero cuando creen que ya están a salvo... ¡Perro (la mascota de Kevin que en realidad no es un perro) desaparece misteriosamente! Una nueva aventura llena de emoción donde los protagonistas se enfrentarán a Magna Furia, una bruja con malísimas intenciones.

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Seitenzahl: 95

Veröffentlichungsjahr: 2024

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¡Socorro! ¡Auxilio! Me he quedado encerrado en el baño. ¡Enviad ayuda y más papel higiénico inmediatamente!M. B.

A todas las estrellas que alumbraron mi camino, y en especial a mis padres, Stefania y Maurizio.F. S.

UN VAMPIRO LLAMADO KEVIN

La silenciosa oscuridad de la noche se iluminó con un fogonazo que brotó de la boca de una dragona al galope.

Aquella criatura extraordinaria, del color de los rubíes de la sierra de Muymuy Alnorte, entró velozmente por un estrecho desfiladero.

Corriendo a su lado, un hermoso drafo morado, mitad dragón mitad grifo, aulló y rugió de alegría.

Y montado sobre ellos, con un pie en cada una de aquellas criaturas, había un chico de casi once años.

Un chico de casi once años que era un vampiro.

Un vampiro llamado Kevin.

—¡YUJUUUUUUUUUUUU! —gritó Kevin bajo el cielo de la noche, con el viento en el pelo, la cara resplandeciente y las cejas chamuscadas por el fuego de la dragona y el drafo.

Se giró para mirar la enorme caravana de carromatos de la que tiraban la dragona Branwen y el drafo Jerry. Los carromatos pertenecían al circo de monstruos ambulante que era el hogar de Kevin: el Circo Monstromo.

Se dirigían a Monstros City para participar en el Desfile de Dragones del mundialmente conocido FESTIVAL DEL TERROR. Aquella era la cita más importante del año para los monstruos, y circos de todo Gran Zanate se reunían para bailar, reír, comer platos alucinantes y ver el Desfile de Dragones.

Este año, a Kevin le permitirían montar a Brannie en el desfile. Quería contribuir a ganar el premio al Circo del Año porque, en toda la historia del FESTIVAL DEL TERROR, el Circo Monstromo no lo había conseguido jamás de los jamases.

Esa era la razón por la que Kevin había salido de su carromato aquella noche: para ensayar un número para el desfile. Algo extraordinario, emocionante y peligroso.

Kevin desmontó a Brannie para ponerse en pie sobre el lomo de Jerry, y luego inspiró profundamente. Su plan era saltar desde el drafo, girar en pleno salto y dar una voltereta lateral antes de caer sobre el lomo de Brannie. Era una pirueta increíblemente difícil, conocida como EL PELIGROSO SALTO DE LA MUERTE.

«Venga, allá vamos», se dijo. «Un dos, tres, y…».

—¡¡¡UAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!

Desgraciadamente, al impulsarse, a Kevin se le quedó un pie enganchado en las riendas de Jerry. Así que, en vez de saltar majestuosamente, acabó colgando boca abajo de las cuerdas que rodeaban el cuello del drafo.

—¡KEVIN AURELIUS! ¿QUÉ TE HE DICHO ANTES SOBRE ENSAYAR EL PELIGROSO SALTO DE LA MUERTE A ESTAS HORAS DE LA NOCHE?

Suspendido de las riendas, Kevin vio a su madre subida a lo alto de un carromato.

—¡VEN AQUÍ INMEDIATAMENTE!

—Vale, mamá —murmuró él con los colmillos apretados.

Con un estallido de humo (¡pufff!), Kevin se convirtió en murciélago y regresó volando a los carromatos, refunfuñando por el camino. Aunque, como estaba transformado en murciélago, a su madre le sonó más bien como una serie de grititos y chasquidos, y seguramente fue mejor así.

EL DESFILE DE DRAGONES

Dentro del carromato de la familia Aurelius, Susi Calabaza, la mejor amiga de Kevin, estaba sentada acariciando a Perro, que dormía plácidamente en su regazo.

Perro abrió los ojos, bostezó y luego tosió algo vivo, verde y pegajoso que se puso a mirar a su alrededor, chasqueó la lengua y se escabulló bajo los asientos.

Perro no era un perro. De hecho, nadie sabía muy bien qué tipo de criatura era. El padre de Kevin creía que tenía algo de sabueso baboso del infierno, debido a sus enormes y afilados dientes y a las babas. Aunque eso NO explicaba lo de las alas.

El murciélago Kevin entró volando por la ventana abierta y aleteó en el interior del carromato antes de aterrizar suavemente en un asiento.

Tras otro estallido de humo (¡pufff!) apareció el Kevin vampiro, con su pelo negro alborotado y la cara salpicada de manchas de hollín.

—¿Dónde te habías metido? —le preguntó Susi.

—Estaba probando una cosa para el Desfile de Dragones —respondió Kevin. Sacó del bolsillo unos caramelos de limón y le ofreció uno a Susi antes de meterse otro en la boca—. Una cosa que podríamos hacer los dos, yo montando a Brannie y tú montando a Jerry. Sería alucinante.

Kevin suspiró y miró el cartel que había en el carromato, donde un esqueleto con unos ojos como bolas de fuego mantenía el equilibrio sobre un dragón dorado. En una mano sostenía una esfera flotante de intensa luz blanca, y en la otra una bandera en llamas que ponía: FESTIVAL DEL TERROR. Debajo de la imagen decía: ¿QUIÉN GANARÁ EL PREMIO AL CIRCO DEL AÑO?

—Estoy deseando llegar a Monstros City —dijo Kevin—. ¡Qué ilusión que tú también vengas, Susi! Es el sitio más emocionante del mundo. Te va a encantar.

Susi sonrió. Ella también estaba deseando llegar.

—¿Y qué has pensado para el Desfile de Dragones? —le preguntó a Kevin, aún sonriendo.

—Un truco llamado el Peligroso Salto de la Muerte.

—El peligroso… ¿qué? —replicó Susi, de pronto muy seria.

Kevin la miró sorprendido.

—¿No conoces el Peligroso Salto de la Muerte? Pensé que todo el mundo sabía lo que era.

—Bueno, puede que todos los monstruos lo sepan —dijo Susi—. Pero yo no soy un monstruo, ¿verdad?

Efectivamente, Susi no era un monstruo. Era una humana que, hasta la semana anterior, había vivido en un pueblo aburrido donde nunca pasaba nada interesante.

Digamos que había sido un finde de lo más movidito para Susi.

Kevin cogió de una mesa junto a la ventana un gran volumen titulado COLMILLOS PARA EL RECUERDO: VAMPIROS CÉLEBRES DE LA HISTORIA. Era uno de sus libros favoritos porque estaba lleno de historias increíbles sobre vampiros alucinantes.

Pasó las páginas hasta que encontró la información sobre una vampiresa llamada Camila la Tranquila.

—Camila fue una de las mejores vampiresas de circo de la historia —le comentó a Susi—. Ella inventó el Peligroso Salto de la Muerte.

—Suena bastante chungo. Y sobre todo mortal —se preocupó Susi.

—Qué va —sonrió Kevin—. En realidad no tiene peligro porque los vampiros somos inmortales. Imagínate que tú y yo lo realizásemos en el Desfile de Dragones… ¡Fijo que ganaríamos el premio al Circo del Año!

Susi se arregló las incomodísimas mangas de farol de su vestido.

—Una cosa, Kevin… —dijo—. Eso del Peligroso Salto de la Muerte suena megasuperemocionante, aunque no sé si te acuerdas de que yo soy humana… y no muy inmortal. —Luego se quedó pensativa y añadió—: Bueno, en realidad no soy nada inmortal.

Pero Kevin ni la oyó. Se estaba imaginando a sí mismo levantando el premio al Circo del Año mientras todo el mundo coreaba su nombre en el Festival del Terror.

—Tienes razón —murmuró—. El Peligroso Salto de la Muerte es megasuperemocionante total.

Susi frunció el ceño.

«Los vampiros serán inmortales y todo lo que tú quieras, pero desde luego, escuchar no es lo suyo», pensó.

LA LEYENDA DE MAGNA FURIA

Los territorios de Gran Zanate iban pasando a toda velocidad por las ventanas de la caravana del Circo Monstromo mientras aceleraban hacia Monstros City.

La luna llena bañaba con su hermosa luz plateada las Viejas Tierras, el hogar de los vampiros. Podían escucharse las llamadas nocturnas de los mochuelos espectrales mientras las siluetas de las lechuzas fantasma planeaban sobre los árboles.

Kevin observó por la ventana las grandes casas de los vampiros.

—Ahí vive el tío Grando —dijo, señalando una residencia especialmente enorme a lo lejos—. Es el Portador Adjunto de la Oscuridad Suprema. Seguramente se convertirá en el Portador Principal de la Oscuridad Suprema en los próximos dos o tres mil años.

Dos murciélagos entraron aleteando por la ventana abierta. Revolotearon por el carromato antes de posarse en el suelo, y con dos estallidos de humo (¡pufff, pufff!) se convirtieron en Silus y Silvia, los hermanos mayores de Kevin, que eran acróbatas en el Circo Monstromo.

Nada más aterrizar, Silvia dio un salto y se agarró a la cortina de la ventana, que usó como liana para catapultarse de una punta a otra del carromato hasta aterrizar de nuevo, con una pose perfecta, sobre una mesita de lectura.

Por su parte, Silus hizo el pino, se dejó caer con una voltereta y rodó por el suelo antes de impulsarse sobre las cabezas de Kevin y Susi para acabar colgando boca abajo de la barra portaequipajes.

—No me puedo creer que mamá y papá te dejen participar en el Desfile de Dragones, Kevin —soltó Silus con desprecio—. Nos vas a dejar en ridículo.

—Eso no va a pasar —replicó Kevin.

—Entonces, ¿qué hacías ahí fuera? —le preguntó Silvia.

Kevin apretó los colmillos e intentó ignorar a su hermana.

—Estaba practicando un truco nuevo para el Desfile de Dragones —intervino Susi intentando apoyar a su amigo, el mejor jinete de dragones que había visto nunca. Aunque, en realidad, también era el único jinete de dragones que había visto nunca—. El Peligroso Salto de la Muerte, ya que lo preguntas.

En cuanto los hermanos de Kevin empezaron a partirse de risa, Susi se dio cuenta de que habría sido mejor quedarse calladita.

—Querrás decir el Penoso Salto de la Memez —se burló Silvia.

—Nunca lo conseguirás —rio Silus revolviéndole el pelo a Kevin.

—¡Déjame! —gritó Kevin antes de sisearle a Susi—: Muchas graciasss.

Mientras el carromato ralentizaba su marcha, Silvia miró a Susi de arriba abajo.

—Oye, ¿ese no es mi viejo vestido de acróbata? —le preguntó—. Llevo años sin verlo. Está pasadísimo de moda.

Susi resopló. No solía llevar vestidos. De hecho, nunca había tenido uno. Aquel se lo había dado la madre de Kevin, y le parecía horroroso. Era rojo, con mangas de farol y volantes, y de un tejido muy tieso e incómodo que además picaba una barbaridad. Pero aquel vestido era lo único que había disponible.

Cuatro días antes, Susi se había unido al circo tan de repente que solo llevaba lo puesto, y en aquel momento su ropa se estaba lavando.

Otros dos murciélagos entraron aleteando por la ventana para posarse en los asientos frente a Kevin y Susi. ¡Pufff, puff!, y aparecieron los padres de Kevin.

—¿Ya llegamos? —les preguntó Kevin.

—Todavía no —respondió su padre—. Si queremos estar en Monstros City a tiempo para el Desfile de Dragones, habrá que tomar un atajo —añadió mirando por la ventana.

Kevin y Susi también miraron afuera y junto a la carretera vieron un gran letrero de madera que decía:

—¿Por qué vamos por el Bosque Salvaje? —se extrañó Silvia.

—Nadie va nunca por aquí —afirmó Silus.

—¿Por qué nadie va nunca por el Bosque Salvaje? —le preguntó Susi a Kevin.

El silencio se extendió por el carromato.

—Porque no —contestó al fin Kevin en un susurro—. Aquí es donde vive Magna Furia.

—Ah, claro, Magna Furia —dijo Susi—. Vale, ¿y quién es Magna Furia?

—Es la bruja más malvada de todo Gran Zanate —respondió el padre de Kevin—. Más malvada aún que la pitonisa Marisa y que Vera la hechicera.

—Y que la bruja Maruja —apuntó la señora Aurelius.

Unas ramas retorcidas arañaron la ventanilla del carromato, como si unos dedos huesudos intentaran colarse dentro, y entre ellas, Kevin distinguió tenues nubes de humo azul.

—Magna Furia usa la magia más oscura que existe —siguió su padre—. Y puede transformarse en cualquier cosa que desee.

—¿Por ejemplo en un triángulo? —saltó Susi.

—Bueno, sí, supongo que sí.

—¿Y en una tostada? —continuó Susi.

El señor Aurelius se quedó mirándola.