Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
¿Unas vacaciones familiares perfectas… o la ocasión perfecta para vengarse? Respiro hondo al detenerme frente a la lujosa cabaña que mi exsuegra, Angela, ha reservado para celebrar su cumpleaños. Yo, en realidad, no quería irme de vacaciones con mi exmarido y su nueva mujer, pero Angela insistió en que mis hijos y yo fuésemos. Intento ignorar las oscuras nubes que se acumulan sobre las montañas. Lo último que quiero es quedarme atrapada aquí por la nieve. En cuanto Scott y Danni atraviesan la puerta, el ambiente cambia por completo. Ella se esfuerza al máximo por demostrar lo perfecto que es su matrimonio, pero, cuando se sirve otra copa de vino, la sonrisa forzada de Scott se quiebra… y veo en su rostro esa expresión de disgusto que conozco demasiado bien. Angela solía decir que yo era la nuera perfecta, y no puedo evitar sentir cierta satisfacción al ver lo fría que se muestra con Danni. Si Danni desapareciera…, quizá este sería el cumpleaños con el que Angela siempre ha soñado. De repente, dos coches de policía se detienen frente a la cabaña. Ha habido un atropello con fuga en las inmediaciones. Pero estamos en una zona aislada, y no hay muchas personas que circulen por estas carreteras. ¿Cree la policía que alguno de nosotros está implicado? El corazón me late con fuerza. Todos en esta casa parecen ocultar secretos. Solo espero que nadie descubra los míos. --- «¡Dios mío! ¡Guau, simplemente guau!… No podía leer lo bastante rápido… Fue como subirme a una atracción de feria que no paraba de girar… ¡Me lo leí del tirón!… Impresionante». @nickisbookblog ⭐⭐⭐⭐⭐ «Cada revelación te deja más boquiabierta que la anterior… Fantástico». B for Bookreview ⭐⭐⭐⭐⭐ «Cancelé todos mis planes y no me acosté hasta muy tarde (o mejor dicho, hasta la mañana) porque no podía soltar el libro… Lleno de giros y sorpresas… Trepidante, vertiginoso… Estuve haciendo conjeturas hasta la última página». Reseña en Goodreads ⭐⭐⭐⭐⭐ «Una lectura increíblemente adictiva». Reseña en Goodreads ⭐⭐⭐⭐⭐ «Un thriller extraordinario… Me tuvo en vilo de principio a fin… Una novela que no quería dejar». Reseña en Goodreads ⭐⭐⭐⭐⭐
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 457
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Sue Watson
La cabaña
Título original: The Lodge
Copyright © Sue Watson, 2023. Reservados todos los derechos.
© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
Traducción: Jorge Liñán Monroy © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.
ePub: Jentas A/S.
ISBN 978-87-428-1412-3
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.
First published in Great Britain in 2023 by Storyfire Ltd. trading as Bookouture.
Para Kim Nash.
Gracias por esas encantadoras noches en la cabaña de invierno, donde bebimos ginebra, compartimos historias y empezamos esta...
La oscuridad inminente me envolvió mientras permanecía de pie bajo el viento helado, mirando el cuerpo que tenía ante mí. La sangre se filtraba en la nieve blanca y fría. La chaqueta rasgada dejaba al descubierto la carne desnuda sobre el suelo helado. Y el silencio, ese silencio mortal y tortuoso.
De repente, un brazo se extendió, con los dedos estirados por la conmoción y el dolor. Un movimiento inútil, una última sacudida de vida, y luego nada. Tuve que apartar la mirada. Resultó difícil ver lo que había hecho, el desastre que había provocado, pero era la única forma de seguir adelante con mi vida. Era mi venganza.
De pie en el blanco país de las maravillas invernal, con solo árboles esqueléticos y retorcidos como testigos, alcé la voz para ver si había alguien. Esperé, pero solo el viento y el mar me respondieron. Después me fui.
FIONA
Viernes por la tarde
Echando la vista atrás, fue una estupidez por mi parte pensar que esto podría haber funcionado. Mi exmarido, su nueva mujer, su madre, nuestros hijos y yo, todos bajo el mismo techo durante un largo fin de semana. ¿Qué podría salir bien? Pero, cuando la que fuera mi suegra, Angela, me llamó para rogarme que acudiera a celebrar su setenta y cinco cumpleaños, me resultó difícil negarme.
—He alquilado una cabaña de lujo en una preciosa cala de Cornualles —comenzó—. Me encantaría que tú y los chicos vinierais. Todos los gastos están pagados.
No pude hablar, ya que estaba trabajando. Trabajo en Recursos Humanos y estaba a punto de entrar en una reunión importante, así que, sin conocer los detalles, le di las gracias y le dije que me encantaría celebrar su cumpleaños en Cornualles. A partir de ese momento, me bombardeó con fotos de deslumbrantes paisajes invernales bajo cielos nevados y de la cabaña en cuestión con el interior iluminado, como si estuviera ardiendo.
Fue como cualquier otra estrategia de venta de Angela: empezó con la elección de mi vestido de novia y terminó con la casa que me ayudó a escoger tras el divorcio. No me importaba; le tenía cariño y le agradecía su apoyo. Iba justa de dinero y Angela se ofrecía a pagarnos a mí y a los chicos unas pequeñas vacaciones en un lugar encantador. Pero, como suele ocurrir con ese tipo de ofertas, tenía letra pequeña.
—Solo quiero que estemos todos bajo el mismo techo, que olvidemos los problemas y que volvamos a ser una familia —me dijo aquella noche cuando la llamé para hablar de los planes.
—Cuando dices «todos», ¿a quién te refieres? —pregunté, sabiendo ya la respuesta, sintiéndola en cada terminación nerviosa.
—A Scott y Danni. Y a la bebé, claro.
Sentí un vuelco en el estómago. Ni siquiera todo aquel encanto invernal y la comida gratis harían que mereciese la pena pasar una noche bajo el mismo techo que mi exmarido y su nueva esposa. Estaba a punto de rechazar educadamente la oferta de Angela, pero, mientras trataba de encontrar una excusa, ella intervino antes de que pudiera pensar en cómo decir que no. Y Angela no era de las que aceptaban un no por respuesta.
—Fiona, sé que no es lo ideal. Estar cerca de Scott y Danni puede ser un poco... —Hizo una pausa, buscando la forma de llamar a esa horrible y retorcida mezcolanza de pasado y presente.
—¿Infernal? ¿Tortuoso? ¿Insoportable? —ofrecí.
Silencio. Luego añadió:
—Puede ser un poco incómodo —respondió, restándole importancia a la palabra.
—¿Incómodo? Eso es quedarse corto —respondí—. Es una oferta muy amable, y te lo agradezco, pero no, gracias.
Odiaba decirle que no, pero Angela debía comprender lo difícil que sería para mí. Adoraba a su único hijo y había sido una suegra estupenda; incluso durante el divorcio se preocupó tanto por mi bienestar como por el de Scott y los chicos. Pero no podía aceptar.
—No me malinterpretes, ya lo he superado —mentí—. De eso hace ya tres años y he pasado página, pero no creo que ninguno de los dos esté nunca preparado para que nos vayamos de vacaciones juntos.
Tras un largo silencio, dijo:
—Significaría mucho para mí. Desde que Jack murió, sois todo lo que tengo: tú y los chicos, Scott... y Danni —dijo rápidamente su nombre en lo que, supuse, era un vano intento de hacerla pasar desapercibida en la conversación.
Pero el nombre de la amante de mi marido, ahora su esposa, nuncapodría ocultarse ni borrarse. Se me había grabado a fuego en la carne, y cada vez que oíael nombre«Danni»,las cicatrices volvían a supurar. Nunca podría perdonar a ninguno de los dos, pero mis sentimientos hacia Scott eran más comedidos. Era el padre de mis hijos, compartíamos una historia y aquellos recuerdos de nuestro pasado seguían uniéndonos y siempre serían preciosos. No quería borrar el pasado con mi amargura. Scott seguía viniendo a pasear con los chicos o a recogerlos los fines de semana, y seguía estando en mi vida de una forma en la que Danni nunca lo había estado. Así que habíamos seguido siendo civilizados y, desde hacía poco, había vuelto a reinar la calidez entre mi exmarido y yo. Pero, después de todo el dolor y la humillación que pasé, le pedí que mantuviera a Danni fuera de mi mundo, para poder hacer como que no existía. A veces me funcionaba fingir que seguía casada, que Scott solo trabajaba hasta tarde o estaba de viaje. Pero todas las mañanas me despertaba con una sacudida al recordar que el hombre al que había amado vivía ahora con una nueva esposa en un nidito de amor pagado con la venta de nuestra casa familiar.
Angela parecía entenderlo. Sabía que no debía mencionar a la otra mujer ni lo que estaba ocurriendo en la nueva vida de mi marido. Estaba tan atenta a mis sentimientos que ni siquiera mencionó el nacimiento de la bebé, cosa que le agradecí. Los primeros días tuve que protegerme, encontrar la manera de vivir con el nuevo statu quo.
Scott estaba viviendo el sueño de la crisis de los cuarenta. Al principio, creyó que formar una nueva familia borraría todos los errores del pasado. Yo lo envidiaba. Para mí, una madre de cuarenta y dos años con dos hijos adolescentes, el barco de los nuevos comienzos y los bebés recién nacidos ya había zarpado para siempre.
—No puedo hacerlo, Angela —le dije—. ¿Por qué mejor no vamos a cenar por tu cumpleaños con Sam y Georgia?
—Pero ya he reservado la cabaña en una preciosa cala de Cornualles. Jack y yo estuvimos allí hace unos años —dijo, jugando una vez más la carta del marido muerto. Me sorprendió que hubiera reservado para todos sin consultarme. ¿De verdad creía que había perdonado a Scott y a Danni? Si era así, debía haberme confundido con otra persona—. Te lo ruego, Fiona. —Otra vez la voz quebrada, una ligera pausa antes de pronunciar mi nombre—. Por favor. Necesito que vengáis todos.
—Los chicos pueden ir sin mí. Ya lo celebraremos por nuestra cuenta.
Silencio.
—¿Por qué es tan importante que vaya yo? —le pregunté.
—Porque podría ser mi último cumpleaños.
—No seas tonta —forcé las palabras—. Solo tienes setenta y cinco años, todavía te queda mucho y... ¿Estás... enferma o algo así? —Sentí una repentina presión en el pecho.
—No hablemos de eso ahora —respondió misteriosamente—. Solo dime que vendrás.
Así que acepté ir de vacaciones, ¿cómo no iba a hacerlo? Colgué el teléfono, con la preocupación revoloteando por mi mente. ¿Le pasaba algo?
Angela había sido más que una suegra para mí: había sido mi amiga. No debió ser fácil para ella cuando Scott nos abandonó y tuvo que escucharme despotricar y llorar. Hice toda clase de comentarios viles sobre su traicionero hijo y la nueva mujer de su vida, pero Angela lo soportó y me acompañó en algunos de mis momentos más oscuros... Quizá ahora me tocase a mí acompañarla en los suyos.
Por eso, una fría tarde de principios de diciembre, me vi conduciendo cuatro horas desde mi casa, ubicada en el interior del país, hasta la hermosa y rocosa costa de Cornualles. Allí pasaría un largo fin de semana con la mujer que me había robado a mi marido y había arruinado mi vida. Me sentía enferma ante esta idea.
Mientras conducía por la oscura e invernal tarde, la radio aumentó mi temor:
—La Oficina Meteorológica ha emitido un aviso de mal tiempo... —Otro duro recordatorio de la nevada que se avecinaba y que amenazaba con provocar retrasos, cortes de carreteras, apagones y caos.
Conducía un coche viejo, no era el más fiable, y me preocupaba seriamente que se estropeara en mitad de la gran helada. Las carreteras estaban vacías; todos los demás parecían haber hecho caso de las advertencias y se habían quedado a salvo en sus casas. Pensé en los chicos, que tendrían que ir solos hasta Cornualles. Georgia, la menor, había pasado un par de días en la Universidad de Bristol, donde Sam, el mayor, cursaba su primer año de Derecho. Ahora, Sam conducía en dirección a la cabaña junto con su hermana, pero me preocupaba que fuera demasiado deprisa o que cediera ante las exigencias de Georgia, que acababa de aprobar el examen de conducir, desesperada por ponerse al volante. Le había hecho prometer a Sam que conduciría despacio y que no dejaría que su hermana se acercara al volante, sobre todo con este tiempo, pero, sin duda, ella iba a presionarlo.
El ocaso caía rápidamente, y hacía tiempo que la carretera costera había dejado atrás cualquier tipo de iluminación. La visibilidad era escasa y, por si la oscuridad no fuera suficiente, caía aguanieve sobre la luna de mi coche. Pequeñas salpicaduras heladas que se entrelazaban como una manta y hacían casi imposible ver unos metros más allá. Los limpiaparabrisas apenas ayudaban a despejar el espeso velo, pero aceleraban el ritmo de mi nervioso corazón mientras barrían de un lado a otro. Tun, tun, tun. Volví a pensar en los chicos y deseé que hubieran cogido un tren, pero la cabaña estaba tan alejada que no había ninguna estación cerca.
Tenía que dejar de preocuparme por ellos, pues eso solo ayudaba a aumentar mi ansiedad. Pero, mientras mi mente revoloteaba intentando encontrar algo más fácil en lo que centrarme, mi teléfono volvió a sonar. Estaba segura de que era Nick; ¿por qué no podía dejarme en paz?
Conocí a Nick unos meses antes a través de una aplicación de citas y parecía la respuesta a mis plegarias. Durante esas emocionantes primeras semanas, fue atento, amable, cariñoso y me hizo sentir atractiva de nuevo. Pronto empezaron a florecer sentimientos olvidados hacía mucho tiempo e incluso creí que podría superar a Scott, que me había destrozado con su egoísta búsqueda de una mujer diez años más joven. Scott nos había abandonado justo antes del confinamiento y, para cuando salimos de él, yo no había avanzado en absoluto; para mí, la vida se había detenido. No me había adaptado y continuaba suspendida en la tierra de nadie en la que él me había dejado antes del COVID, el Zoom, el pan de plátano y la muerte. Me aferraba a la necia idea de que, cuando terminara el confinamiento, emergeríamos de nuestra oscuridad, parpadearíamos ante la luz del sol y reanudaríamos nuestras vidas y nuestro matrimonio. Me obsesioné con reparar la ruptura, recuperarlo y reconstruir nuestra familia, pero para entonces ya era demasiado tarde. Danni estaba embarazada.
Fue mi amiga Cindy quien se dio cuenta de que me estaba obsesionando un poco con la absurda idea de salvar mi matrimonio y me sugirió que, al menos, intentara seguir adelante.
—Tienes que volver a salir —me dijo, enseñándome las aplicaciones, los swipes y las reglas básicas para las citas online.
Al principio no estaba convencida, pero Nick fue el primer hombre que me mandó un guiño, y después de intercambiar mensajes durante un par de semanas, me invitó a salir. Quedamos en un restaurante de la zona. Era tan guapo como en su foto, encantador y divertido. Me enamoré de inmediato.
Al cabo de un mes les mencioné a mis hijos que estaba saliendo con alguien y, aunque parecieron sorprendidos, me animaron. Una noche, cuando Nick vino a recogerme, Sam estaba en casa y se lo presenté. Ahora me doy cuenta de que, inconscientemente, esperaba que se lo contara a Scott, y que este se pusiera celoso, se diera cuenta de lo que había perdido y volviera corriendo a casa. Pero Sam debió ser discreto, porque Scott nunca lo mencionó.
Mi viejo coche siguió subiendo con dificultad hasta que vi una señal de Kynance Cove, donde la página web prometía «una bahía de aguas turquesas que abraza espectaculares acantilados rocosos y extensas playas de arenas blancas». Sonreí mientras me desviaba de la carretera principal, donde el paisaje se abría bajo un cielo cada vez más oscuro. Ni rastro de esas aguas turquesas en diciembre; todo lo que tenía delante era gris, un viento silbante y pálida aguanieve que aterrizaba ingrávida en el suelo.
A medida que la carretera serpenteaba por un terreno montañoso sobre un mar rugiente, los pocos árboles que había en los alrededores se veían negros contra el cielo, obligados por el viento a retorcerse como esqueletos torturados. Observé el paisaje y, por un momento, pensé que uno de los árboles era humano. Parecía un hombre alto, observando, retorciéndose con el viento, y eso provocó que mi corazón fuera más rápido que los limpiaparabrisas.
Pisé el acelerador, intentando estabilizar el coche y mi corazón, mientras los neumáticos patinaban sobre la carretera resbaladiza. Miraba a través del parabrisas, borroso por la nieve que caía, desesperada por mantener el coche en la carretera mientras la voz de la radio volvía a hablar de la amenaza de la nieve, instando a los oyentes a no hacer desplazamientos innecesarios y advirtiendo del riesgo para la vida.
Pero seguí adelante por la carretera helada. El viento aullaba, la nieve se arremolinaba y los limpiaparabrisas chirriaban sobre el cristal, y yo no era consciente del horror que me esperaba.
Como un viento invisible y furioso, ya se precipitaba desde el mar, acechando en los bordes de las carreteras y trepando por las oscuras colinas invernales, consumiendo todo y a todos a su paso. Y, mientras me dirigía por aquella carretera vacía hacia las tinieblas, ya era demasiado tarde.
DANNI
Estas supuestas «vacaciones de invierno» no podrían haber llegado en un peor momento. A la bebé le están saliendo los dientes, y Scott y yo estamos pasando por un momento muy difícil. No sé por qué, pero últimamente ha cambiado. No es él mismo: está irritable y nervioso, y parece que le cuesta mirarme. Anoche le pregunté si le pasaba algo, pero se limitó a decir «la vida», lo cual me dolió, porque ahora yo soy su vida. ¿Soy yo quien le hace sentirse así?
Conduzco por las estrechas carreteras de Cornualles, consciente de que un largo fin de semana con su exmujer y sus hijos es lo último que necesitamos ahora mismo. Se me revuelven las tripas, tengo un mal presentimiento y, cuando el cielo empieza a cerrarse sobre mí, siento la tentación de dar media vuelta y volver a casa. Pero no puedo, porque Angela insinuó que podría ser su último cumpleaños, así que ¿cómo podría negarme?
Scott dice que el alojamiento que ha reservado es increíble, y muy caro. Suena encantador, pero, aunque de verdad sea su último cumpleaños, ¿por qué siente la necesidad de hacer un experimento social metiendo a la antigua esposa y a la nueva bajo el mismo techo? Es raro, y seguro que le resulta estresante; incluso podría tener un efecto negativo en su salud, además de en la de todos los demás. Si no fuera Angela la que hubiera organizado esto, pensaría que se trata de algún tipo de juego retorcido. ¿Qué sentido tiene? Pero supongo que tan solo se preocupa por el tiempo que le queda. Su idea es reunir a su familia y tratar de aprovechar el tiempo tanto como pueda. Así que, a pesar de lo terrible que suena, creo que debemos esforzarnos para que funcione, al menos en la medida de lo posible.
Angela siempre ha sido amable conmigo, aunque a veces me sigo sintiendo como «la otra mujer» de la familia. Se las arregla para encontrar un equilibrio, manteniendo su relación con Fiona, la primera esposa, y conmigo, la nueva. Scott dice que le gusto tanto como Fiona, pero a veces me pregunto si simplemente no quiere posicionarse. ¿Es posible tener sentimientos puros de lealtad hacia dos personas en bandos opuestos? ¿De verdad nos quiere tanto como dice o solo finge que yo le gusto para complacer a Scott?
Suspiro y miro hacia delante, a la larga y estrecha carretera, con el parabrisas empañado por la aguanieve. Si está fingiendo, Angela no es la única que va a tener que ocultar sus verdaderos sentimientos este fin de semana. Solo he visto a Fiona una vez, cuando dejó a uno de los chicos en el instituto; entonces solo era la mujer del señor Wilson y no le dediqué demasiado tiempo. Recuerdo que pensé que tenía suerte de estar casada con un hombre así. Qué vueltas da la vida: ahora, yo soy su mujer y la madre de su hija menor. A veces me cuesta creer que me eligiera a mí antes que a Fiona. A pesar de estar casada con Scott y tener una hija juntos, todavía la veo como una amenaza. Para empezar, es elegante y sofisticada, siempre va impecable y, aparentemente, superó una maternidad temprana, algo que a mí me está costando. La sola idea de intimar con ella de verdad me aterra, en parte porque no la conozco y no tengo ni idea de cómo es. Fiona ha dejado claro que no quiere tener nada que ver conmigo. No puedo culparla por ello, pero todos tenemos que pasar página, y mientras ella no me acepte, nadie podrá seguir adelante. Su negativa a reconocer mi existencia me hace sentir como el cuco en el nido, como si necesitara desesperadamente su aprobación. Tengo que recordarme a mí misma que mi relación con Scott es tan válida como la suya, tan solo ocurrió más tarde, y a pesar de no conocernos, nuestras vidas están entrelazadas de una forma tan profunda que me hace sentirme expuesta. Nuestra relación con Scott es lo que nos une, pero también lo que nos separa, y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Nunca podremos ser amigas.
Está oscureciendo. Me habría gustado esperar a Scott y viajar juntos, pero tuvo una emergencia en el trabajo. ¡Otra vez! No podía esperarlo. Tengo que pensar en Olivia, nuestra hija, que a sus doce meses necesita una rutina. Dios, odio esa palabra. Evoca un mundo rígido de fechas y horarios, calendarios y obligaciones. Pero todas estas cosas vienen con la maternidad, y en lugar de apuntar fechas para tomar algo con las chicas o las vacaciones, todo se limita a guarderías, quedadas para jugar y citas con el médico. Adoro a mi hija, aunque no tanto los gritos desgarradores de la dentición y la dermatitis ocasionada por el pañal. Estoy deseando que llegue el día en que Olivia se convierta en una personita y podamos contarnos nuestra vida y divertirnos juntas. Pero estos primeros días parecen un bucle interminable de despertarla, darle de comer, cambiarla y agitar juguetes de colores llamativos frente a ella, en un intento de que deje de llorar. Y a pesar de todo esto, cuando está dormida me preocupa que esté demasiado callada, así que compruebo constantemente que siga respirando. Tener un bebé fue un trauma monumental para mi sistema, y la necesidad biológica de dormir y de tener paz mental me produce todo tipo de problemas. Ahora soy la orgullosa propietaria de un conjunto de pensamientos intrusivos y de una entrega bimensual de ataques de pánico, algo a lo que nunca me suscribí. Probablemente se deba a la falta de sueño y a las hormonas, pero desde que nació Olivia he tenido momentos muy oscuros. Incluso me he preguntado si, tal vez, no sería mejor para ella si yo no estuviera. Pero hay algo primitivo que se activa en tu interior y que te impide escapar, porque ese vínculo físico y visceral se aferra a ti y te absorbe para siempre. Al menos este fin de semana me dará un descanso. Scott podrá estrechar lazos con ella mientras yo duermo y me relajo. Incluso me he comprado una crema facial para aplicármela mientras desconecto, como un lejano recuerdo del pasado.
Aparto los ojos de la carretera durante un milisegundo para mirar hacia atrás y ver a Olivia durmiendo a pierna suelta en su sillita, y luego vuelvo a la carretera. Quizá no esté tan mal que llegue sola: no quiero que Fiona piense que soy una criaturita indefensa que no sabe ni conducir. Tampoco quiero que piense que estoy avergonzada o que me siento como una simple acompañante de Scott. Tengo tanto derecho como ella a estar allí. Admito que me siento culpable por la forma en que Scott y yo comenzamos nuestra relación. Yo no elegíenamorarme de un hombre casado y con hijos, pero el amor no siempre es una elección, ¿verdad?
Noto que las ruedas patinan un poco; la superficie de la carretera tiene la consistencia de un granizado y, cuando se congele, será aún más peligrosa. La radio del coche me dice que la temperatura bajará de los cero grados en las próximas horas. Tengo que llegar a la cabaña lo antes posible, pero no me atrevo a pisar a fondo el acelerador por miedo a derrapar. Sigo deslizándome lentamente por la carretera embarrada y, al cabo de un par de kilómetros, los faros captan la señal de Kynance Cove. Se me revuelve el estómago: llevaba semanas temiendo este momento y ahora es una realidad. No existen reglas para situaciones como esta, y estoy hecha un lío. Mis sentimientos contradictorios no se limitan a Fiona y a mí, porque ella ha creado un extraño triángulo que me inquieta. Seguro que Fiona piensa que todavía tiene una oportunidad con Scott, cosa que me pone histérica. Lo llama a altas horas de la noche solo para hablar, y el mensaje que le escribió en su tarjeta de cumpleaños hablaba de recuerdos preciosos y momentos que compartieron juntos. Me hizo sentir como si ella siguiera siendo su esposa y yo fuera una extraña, pero Scott dice que Fiona necesita más tiempo para aceptar la ruptura.
Sé que Fiona tiene sus recuerdos, pero yo también los tengo, y el hecho de que no se remonten tanto en el tiempo como los suyos no los hace menos valiosos. Ahora pienso en el día en que Scott entró en el aula por primera vez y se presentó. Yo me estaba preparando para impartir mi primera clase, sentada sola en mi escritorio. Él se paró junto a la puerta.
—¿Señorita Watkins?
Levanté la vista y vi a un tipo guapo, con una sonrisa arrolladora, y al darme cuenta de que era mi nuevo jefe, me levanté, tirando un montón de clips al suelo. De inmediato se arrodilló para ayudarme a recogerlos y alivió la tensión del momento bromeando.
—No suelo arrodillarme cuando conozco a nuevos profesores —dijo.
—Ni yo suelo tirar clips a los pies de los directores —devolví la broma. Y en ese momento, nuestras manos se tocaron accidentalmente, haciendo que el aire crepitara con electricidad.
Me vuelvo a derretir al revivir el momento y desearía poder volver allí, a ser solo nosotros, un secreto en nuestra pequeña burbuja antes de que el mundo irrumpiera en ella. Una vez que nos «descubrieron», todo cambió, y todavía me entristece que esos primeros días en los que nos estábamos conociendo fueran tan breves, antes de vernos envueltos en algo vergonzoso.
Nunca olvidaré lo maravillosa que fue la primera vez que nos acostamos. Estábamos trabajando juntos en un informe, y él hacía que fuera divertido. Sabía que estábamos flirteando y nuestras miradas se cruzaban continuamente. Yo estaba al otro lado de la mesa, la proximidad era insoportable. Su aftershave, su sonrisa, su forma amable de hablar. Lo deseaba, y cuando se levantó de la silla y caminó alrededor de la mesa hacia mí, supe lo que iba a pasar y me sentí indefensa. Me tendió la mano, y yo me levanté para ir a su encuentro. De repente, nuestros brazos nos rodearon, nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas buscaron ansiosamente lo que ambos habíamos estado imaginando durante semanas. Y fue maravilloso. Hicimos el amor como adolescentes, como si él estuviera soltero y no hubiera esposa ni hijos, porque todo lo que nos había estado deteniendo se había quedado fuera de aquel despacho.
Estuve en las nubes durante varios días después de aquello, y me pareció un juego, un juego inocente en el que todo lo que teníamos que hacer para ganar era evitar que se descubriera nuestro delicioso secreto. Mientras siguiera siendo un secreto, nadie saldría herido; no teníamos nada por lo que sentirnos culpables, porque podíamos parar en cualquier momento, ¿no? Así que intercambiamos pequeños guiños en el pasillo, conversaciones delante de los alumnos en las que él se dirigía a mí como «señorita Watkins» y yo respondía con un movimiento de cabeza y un «señor Wilson». Más tarde, disfrutábamos de las noches en vela haciendo el amor en su escritorio, en el coche, sobre una colchoneta en los vestuarios del instituto cuando todos se habían ido a casa. Era salvaje y maravilloso, y mientras quedara entre Scott y yo, no hacíamos daño a nadie, y nadie podía hacernos daño.
Pero resultó que sí había alguien que podía hacernos daño, y ese alguien había estado observando y esperando. A día de hoy no sabemos quién fue, pero algún malnacido retorcido había tomado fotos borrosas de los dos juntos en el despacho de Scott. No solo las colgó en el tablón de anuncios en línea del instituto, sino que también las publicó en una página anónima de Facebook, etiquetando a todas las partes implicadas. Ocultó nuestras caras en las fotos, pero, aparte de etiquetarme a mí, a Scott y a su mujer, dejó pistas en los pies de foto que, para quien no lo hubiera adivinado ya, revelaban exactamente quiénes éramos. Me sentí mortificada, y también asustada, porque quienquiera que hubiera tomado y publicado esas fotos quería destruirnos y estaba claro que no tenía límites.
Después de eso, todo se descontroló. El instituto se vio inundado de quejas por parte de padres que habían visto las fotos, y los que no las habían visto pronto fueron informados por sus hijos o en la puerta del instituto. Se convocó a la junta directiva del instituto, y Scott y yo tuvimos que someternos a entrevistas y enfrentarnos a varias asambleas y comités de educación, lo cual fue humillante. Él era el director y yo, jefa de departamento, pero nos trataron como criminales, y yo lloré antes, durante y después de todas las reuniones. Habíamos sido estúpidos, desconsiderados e imprudentes, ambos lo reconocimos. Pero no podíamos permitirnos perder nuestras carreras, así que nos vimos obligados a negarlo todo. Nuestra estrategia, ideada por Scott, consistía en alegar que se trataba de una «imagen falsa», defendiendo que, obviamente, estaba retocada.
—La calidad es pésima —dijo Scott mientras miraba la foto en la que aparecíamos los dos tumbados sobre la mesa de su despacho—. No es más que una elaborada broma de algún estudiante, o una venganza por un castigo que uno de nosotros haya impuesto.
Fue difícil demostrarlo, aunque Scott interpretó tan bien el papel de director tranquilo, inteligente e indignado que mantuvimos nuestros puestos de trabajo por los pelos. Sé que nos equivocamos y que es difícil justificarlo, pero, al fin y al cabo, los dos somos buenos profesores, nos preocupamos por nuestros alumnos y no pusimos en peligro la vida de ningún niño ni les causamos daño alguno. Claro que, con el tiempo, nuestra inocencia quedó en tela de juicio, pero llegó el COVID, y con el confinamiento, la situación entre nosotros se volvió tan borrosa como las fotos. Cuando este terminó, los padres estaban tan agradecidos de que sus hijos volvieran al instituto que no les importó quiénes fueran los profesores o qué hacían después de clase en el despacho del director. Pero nunca perdonaré a quienquiera que publicara esas fotos por lo que nos hizo pasar. Y a Fiona también. No puedo ni imaginarme lo doloroso y humillante que debe ser que te etiqueten en la traición de tu marido. Por otra parte, a veces me pregunto si ella ya habría visto las imágenes. ¿Fue Fiona quien tomó y publicó esas fotos? Cuesta pensar que alguien esté tan desequilibrado como para exponer su matrimonio y arriesgarse a que sus hijos vean algo así, pero ¿quién sabe? Supongo que lo que más me asusta es... ¿y si no fue Fiona? ¿Quién más podría odiarnos tanto como para estar merodeando en la noche, con la cara pegada a la ventana y listo para hacer esas fotos? Incluso ahora, me estremezco solo de pensarlo.
Tres años después, seguimos sin saber quién fue. Una vez le pregunté a Scott si creía que podría haber sido Fiona, pero me dijo que ella nunca haría algo así.
—Ella no tenía ni idea de lo nuestro —dijo con seguridad.
Yo no estaba tan segura. Las esposas perciben estas cosas de alguna manera..., igual que yo siento ahora que algo no va bien con Scott. ¿Me está haciendo a mí lo mismo que le hizo a Fiona?
Pero quienquiera que publicara las fotos, si su intención fue separarnos, no lo consiguió, porque el lado positivo de todo esto fue que Fiona por fin supo la verdad. Scott le rogó que no se lo contara a los chicos —ni a la junta directiva del instituto, de paso— y hay que reconocer que fue discreta. De todas formas, a ella no le interesaba que Scott perdiera su trabajo. Tenían dos hijos que mantener, a los que les faltaban pocos años para ir a la universidad, y necesitaban el dinero. Scott me dijo que le había explicado que me amaba y, justo antes del confinamiento, se marchó y se vino a vivir conmigo. Pero al principio no todo fue de color de rosa; por fin estábamos juntos, pero Fiona lo llamaba constantemente al móvil y a nuestro teléfono fijo y, cuando él contestaba, se limitaba a lloriquear, diciendo cosas terribles sobre mí, sobre nosotros. Esa situación continuó un tiempo, hasta que por fin pareció darse cuenta de que su matrimonio se había acabado. Se divorciaron y, después de unos dos años juntos, descubrí que estaba embarazada. Scott me dijo que Fiona todavía parecía estar conmocionada y enfadada cuando se enteró de la noticia del bebé, y yo creo que, si tuviera la oportunidad, volvería con Scott mañana mismo. Entiendo que debe haber sido duro dejarlo marchar después de tantos años juntos, pero, aun así, me gustaría que siguiera con su vida.
Sam, el mayor, tenía quince años cuando Scott se fue, y empezó a juntarse con un grupo de chicos que se sabía que estaban metidos en asuntos de drogas. Mientras tanto, Georgia empezaba a comer de forma irregular, lo cual era preocupante. Tenía catorce años y, al igual que su hermano, recibía burlas y vejaciones por culpa de las fotos de su padre y mías que corrían por las redes sociales, aunque les asegurábamos que no eran reales. No me cabe duda de que sabían la verdad: si noeran reales, ¿por qué se divorciaban sus padres? Recuerdo que un miembro de la junta directiva del instituto le hizo la misma pregunta a Scott, pero él lo encandiló como a todos los demás, insistiendo en que ahora éramos pareja, pero no en aquel entonces. Creo que la razón por la que salimos indemnes es que Scott es muy bueno en su trabajo; se ha labrado una reputación haciendo que los institutos en horas bajas remonten el vuelo y se le considera un genio en lo suyo. Pero, ahora que soy madre, aún me siento culpable por el daño que un escándalo así pudo haber hecho a sus hijos.
Con el tiempo, Sam y Georgia aceptaron la situación y, cuando nació Olivia hace casi un año, se enamoraron de su hermanita. Para alegría de Scott, empezaron a venir más a casa de visita, y a menudo se quedaban a dormir o incluso cuidaban a Olivia para que Scott y yo pudiéramos salir.
Scott dice que me ven como una hermana mayor en la que pueden confiar, y así es. Lo sé todo sobre los amoríos adolescentes de Georgia y los problemas de Sam en el instituto, que por suerte terminaron cuando se fue a la universidad hace un par de meses.
Así que últimamente he empezado a darle las gracias a la vida. Hemos pasado por momentos difíciles, pero ahora me siento más positiva sobre el futuro. Tengo que hacerlo, por Olivia.
El teléfono suena y, pensando que podría ser Scott, decido parar. Saco el móvil. Me ha enviado un mensaje diciendo que está a punto de salir. «Nos vemos pronto», me dice, y siento un cosquilleo de emoción. Hacía tiempo que no sentía algo así, y me anima, me hace darme cuenta de que hay luz al final del túnel y de que Scott y yo podemos alcanzarla. Tenemos una niña preciosa, una buena vida, así que quizá, si tengo cuidado, también podamos tener un buen futuro juntos.
Estoy a punto de guardar el móvil y continuar la marcha cuando veo una notificación de Facebook. Alguien que no conozco me ha etiquetado en una publicación. El miedo y el pánico me invaden; vuelvo a pensar en la terrible fotografía, la humillación, la sensación de que todo el mundo hable de mí. Guardo el móvil y arranco el motor. Seguro que quien trató de destruirnos la última vez ya ha pasado página, ¿no? No puede saber nada... ¿verdad? Pero soy consciente de que no dejaré de darle vueltas hasta que lo lea. Además, puede que no sea nada: un viejo amigo del que no me acuerdo, una página que seguí hace mucho tiempo... Sí, solo es eso, algo sin importancia. Me obligo a entrar en la página web y a deslizar hacia abajo. A pesar de decirme a mí misma que no es nada, mis ojos se posan en la publicación y sé que no llevo razón. Es horrible. Me dan ganas de vomitar, se me revuelve el estómago y tengo que respirar hondo para evitar un ataque de pánico. También han etiquetado a Scott y a la mayoría del personal docente.
Una integrante del equipo docente tiene un GRAN secreto, y se lo está ocultando a su marido, que también es miembro del equipo docente. ¡ME MEO!
FIONA
Cuando llegué a la cabaña, ya había anochecido. Tenía frío y los nervios a flor de piel, pero, sobre todo, me sentía abotargada. Me quedé un rato en el coche, recuperando la compostura, y por fin me tranquilicé lo suficiente como para salir, a pesar de que me temblaban las manos al sacar las llaves del contacto. Cuando bajé del coche, me preocupaba que las piernas me flaquearan, así que me apoyé en él para recomponerme.
Fue entonces cuando pude ver la cabaña de cerca. Era aún más impresionante que en las fotos que Angela me había enviado. Un moderno edificio de madera y cristal emergía como una nave espacial entre el crepúsculo invernal. Parecía de otro mundo, resplandeciente, como una aparición fantasmal en medio de un mar y un cielo sucios. Por fin estaba aquí, en los confines de Inglaterra, aliviada por haber llegado a mi destino, pero invadida por un pánico creciente que me oprimía el pecho al pensar en lo que me esperaba.
Todo era muy silencioso y yermo; los esqueléticos árboles sin hojas merodeaban por las colinas circundantes como cuervos a la espera de carroña. Se respiraba una sensación de terror en el aire, ¿o acaso era yo, proyectando mi propio miedo?
Contemplé durante largo rato la cabaña. Era extraña y, a la vez, espectacular, e ignorando el frío cortante, el vago silbido del viento y el clima que se avecinaba en la distancia, hice una foto. Todavía me temblaban las manos cuando saqué el móvil, que no había dejado de sonar durante todo el viaje. Toqué la pantalla y enseguida vi el nombre de Nick. Me entraron ganas de vomitar. Los mensajes de Nick se habían extendido como una mano en la oscuridad y mi miedo se estaba convirtiendo en auténtico pánico. Me había enviado treinta y seis mensajes en las cuatro horas que había tardado en llegar. Los borré sin leer ni uno solo de ellos. Ojalá fuera igual de fácil deshacerse de Nick. Por fin hice lo que debería haber hecho hacía semanas: bloqueé su número y lo borré del teléfono. No iba a ser fácil, pero tenía que olvidarme de él y prepararme para lo que me esperaba: ver a Scott y encontrarme cara a cara con ella y su bebé. En un intento por evadirme de lo que me aguardaba, comencé a hacer fotos con desgana.
Hice unas cuantas fotos más y volví a meter el teléfono en el bolso, junto con los pensamientos sobre Nick. Instintivamente, miré al crepúsculo que me rodeaba. Tenía esa sensación, demasiado familiar, de que alguien me observaba. Reinaba la calma, salvo por el viento distante. Miré a mi alrededor con la esperanza de que no hubiera nadie al acecho detrás de un árbol o en la brumosa lejanía, pero no podía estar segura. Permanecí bastante tiempo de pie a la intemperie, acompañada solo por kilómetros y kilómetros de blanco, bajo un cielo frío y oscuro y con la vana esperanza de que el miedo me diese un respiro. Abrí el maletero del coche, saqué las maletas, puse mi mejor cara y me encaminé por el suelo quebradizo hacia la luz de la cabaña.
La enorme puerta de roble de la cabaña se abrió de repente, antes incluso de que hubiera llamado, y Angela asomó la cabeza. Miró de un lado a otro, preocupada, como si estuviera buscando algo a lo lejos.
—¿Angela?
—Anda, ¿eres tú? —Se sobresaltó un poco, obviamente no me había visto.
—¿Va todo bien? —pregunté.
—Sí, lo siento, estaba mirando por si... había llegado alguien.
Parecía un poco alterada y se me revolvió un poco el estómago al recordar que había dicho que podría ser su último cumpleaños. No gozaba de su característica calma, y eso me hizo preguntarme si tendría algo que ver con su «enfermedad», si es que acaso padecía alguna.
—¿Soy la primera en llegar? —pregunté mientras me hacía pasar.
—Sí, así es. Me preocupa que tengáis que conducir hasta aquí. No había pensado en el tiempo, lo cual ha sido una estupidez por mi parte. Estamos en diciembre, así que lo más normal es encontrarse mal tiempo y hielo en las carreteras.
Le puse una mano en el brazo.
—Nunca dejas de preocuparte por nosotros, ¿verdad? —dije con una sonrisa.
—Soy madre, no puedo evitarlo —respondió, cogiéndome la mano—. Tú eres igual.
Asentí y, respirando aliviada, la abracé. Angela siempre me comprendía. Me sentí afortunada de tenerla en mi vida y agradecida de que ella me incluyera en la suya. Otra suegra podría haberme dado la espalda tras el divorcio, pero Angela no.
Dejé las maletas en el vestíbulo y la seguí hasta el salón. Parecía haber recuperado la calma y volvía a ser la Angela de siempre: habladora y enérgica, con unos pendientes extravagantes y unas botas de agua rosa chillón.
—Acabamos de llegar —anunció, mientras yo contemplaba el salón, mucho más grande que el de mi casa. Era enorme, con techos altos y una estructura interior de madera que lo hacía cálido y acogedor.
—Es precioso —murmuré, dándome cuenta de repente de lo desastroso que sería que de verdad fuera su último cumpleaños. Instintivamente estiré la mano y entrelacé un brazo con el suyo—. Feliz cumpleaños —susurré, apoyándome en su cuello.
—No es hasta mañana. Me estoy aferrando hasta el último minuto, así que no me pongas setenta y cinco todavía. —Se rio entre dientes—. Dios, odio envejecer.
—Sé cómo te sientes. Tengo cuarenta y cinco años y me siento como si ya me hubieran mandado a la trinchera de los viejos, sobre todo cuando los chicos se meten conmigo. —Puse los ojos en blanco—. Mis referencias anticuadas y mi incapacidad para entender las redes sociales les divierten muchísimo. Ser madre de adolescentes es una alegría, pero también un recordatorio constante de mi deterioro mental y físico.
Se rio.
—Espera a tener setenta y cuatro, entonces entenderás de verdad lo que es sentirse vieja.
Me di cuenta de que ese tipo de conversación no era la más adecuada, teniendo en cuenta que ese podría ser su último cumpleaños, así que cambié de tema.
—Bueno, ¿has traído a la perra? —pregunté.
—No —respondió ella, desconcertada.
—Ah, es que como dijiste que acababais de llegar, supuse que habías traído a Poppy.
—No, está en la perrera. Pensé que sería demasiado para ella.
Asentí. Era demasiado para mí, y yo era una mujer adulta. Esperar que una pequeña shih tzu sobreviviera a ese fin de semana infernal sería demasiado pedir.
—Cuando dije «acabamos», me refería a otra persona —dijo—. He contratado a una chef gourmet. Ha venido conmigo.
—Qué bien. Entonces, ¿no tenemos que cocinar?
—No, Jenna se encarga de todo. Estudió en Le Cordon Bleu, nada más y nada menos.
—¡Vaya! —Estaba impresionada. Al menos habría buena comida ese fin de semana.
—Se encarga de cocinar, fregar los platos y de toda la limpieza. También ha hecho toda la compra —continuó Angela.
—Qué maravilla. ¿Dónde está?
—Ahora mismo no está. Como hay una alerta meteorológica, acaba de salir a comprar algunas cosas de última hora. La señora de la empresa propietaria de las cabañas me llamó para decirme que va a nevar y que deberíamos asegurarnos de tener todo lo que necesitamos.
—¿Así que hay más cabañas por aquí?
—Sí, hay cuatro o cinco más salpicadas por aquí, pero no están lo bastante cerca como para molestarnos. No queremos despedidas de soltero armando jaleo después de medianoche.
—Me cuesta imaginar que sea ese tipo de lugar.
—Te sorprendería. Tenemos un jacuzzi en la terraza con luces intermitentes —dijo guiñando un ojo.
—Angela Wilson, has planeado un finde de cumpleaños salvaje, ¿verdad? —bromeé. En vista de lo que había dicho sobre la posibilidad de que fuera su último cumpleaños, le seguí la corriente y continué fingiendo que era divertido, que no había nada triste en todo aquello.
Soltó una risita.
—Bueno, he oído que a los jóvenes les gustan los hidromasajes. Yo no me voy a meter, eso seguro.
Sonreí.
—Ni yo. —La sola idea de meterme en un jacuzzi con mi ex y su nueva mujer me horrorizaba. Sería de lo más incómodo. Pero a los chicos les gustaría.
Me alivió que Angela hubiera contratado a alguien para que cocinara. No me apetecía nada tener que encerrarme con Danni en la cocina jugando a las esposas felices. Aún me resultaba difícil pensar en ella, y mucho más, preguntarme cuáles serían sus dotes culinarias. Pero por suerte teníamos cocinera, y la cocina no se convertiría en el campo de batalla entre dos mujeres.
—Vamos, te enseño la casa —dijo Angela, guiándome por la sala principal hacia los dormitorios. Todos estaban a lo largo de un pasillo corto, excepto la que ella había elegido, que estaba al final de un pequeño tramo de escaleras—. La mía está ahí arriba, tiene baño privado y vistas al mar. Estoy deseando contemplar las vistas por la mañana, cuando haya más luz. —Pasó de un tono distraído a otro repentinamente infantil debido a su entusiasmo.
Abrió la puerta de otro dormitorio y ambas echamos un vistazo.
—Preciosa, ¿no te parece? —Por fortuna para mí, la espaciosa habitación doble tenía una enorme cama king-size y ventanas de cristal del suelo al techo.
—Sí, es preciosa, gracias, me encanta. —Entré, y ella me agarró del brazo.
—Ay... Esta no es tu habitación. He pensado que sería más adecuada como habitación familiar... —añadió con torpeza.
Su comentario me oprimió el pecho, como un golpe físico al darme cuenta de que me habían degradado.
—Pero, si te gusta, seguro que podríamos... —Era obvio que a ella le dolía tanto decirlo como a mí escucharlo.
—Qué va, está bien, que Scott y... se la queden —respondí, incapaz de pronunciar su nombre. Me avergonzaba mi estúpida suposición de que una mujer soltera se quedara el dormitorio principal. A pesar de la buena acogida de Angela, yo ya no era la esposa; mi lugar había sido usurpado y tenía que ceder mi puesto, en todos los sentidos. Sonriendo, Angela me condujo a través del pasillo para que eligiera una de las tres habitaciones más pequeñas.
Todas eran encantadoras, pero quien se alojara en esas habitaciones sin duda estaba más abajo en la cadena trófica y tendría que compartir el baño. De todas las cosas horribles que había pensado y para las que había intentado prepararme para aquel fin de semana, la jerarquía de las habitaciones no era una de ellas.
—He pensado que esta estaría bien para ti —sugirió Angela, abriendo la puerta de una habitación extremadamente rosa que estaba a un unicornio de ser el escondite soñado de una niña de ocho años.
—Es perfecta —dije, sintiéndome vacía por dentro, mientras ella me dejaba con el edredón de estrellas rosas, rodeada de lucecitas y preguntándome cómo demonios había acabado allí. Aquello no formaba parte de mi plan. Ya me había organizado el futuro y, como trabajaba en Recursos Humanos, conocía el funcionamiento de las pensiones y tenía intención de jubilarme de forma anticipada. Scott y yo íbamos a dejar de trabajar a los cincuenta y a viajar por el mundo. Qué estúpida fui al pensar que, solo porque lo había planeado, todo eso iba a suceder. Creemos que tenemos el control de nuestras vidas, pero no es así, porque siempre hay algo fortuito que puede lanzarlo todo por la borda y, de repente, nos encontramos en una situación en la que nunca pensamos que estaríamos. Sin comerlo ni beberlo, la lujuria cuarentona de mi exmarido me había llevado a aquella habitación fantasiosa con estampados de ponis anatómicamente incorrectos con los colores del arcoíris. No estaba en mi lista de deseos, pero tenía que soportar la humillación para que mi marido y su nueva mujer pudieran disfrutar de la «habitación familiar» con su bebé.
Me sorprendió que Angela no hubiera tenido en cuenta la injusticia que suponía esta mezcla de pasado y presente familiar. Normalmente era muy considerada y sensible con los sentimientos de los demás, pero aquello era un recordatorio crudo e hiriente de mi lugar en el orden jerárquico. Estaba segura de que la falta de tacto de mi exsuegra se debía más a la edad o a una enfermedad que a una voluntad de recordarme cuál era mi sitio. Sin embargo, la expresión «habitación familiar» fue una bofetada en la cara, y me hizo preguntarme si era tan amable y atenta como siempre había pensado.
Pero, en realidad, me estaba costando ser racional. Angela no me haría daño deliberadamente ni nos enfrentaría. No obstante, a medida que pasaban los minutos, la semilla del resentimiento hacia Danni y Scott crecía en mí como un cáncer.
Contemplé las estrellas rosa fluorescente entrelazadas con el arcoíris pastel del techo y me dije que estaba siendo egoísta. Nada de aquello iba sobre mí; era el cumpleaños de Angela y había tenido la amabilidad de incluirme. Así que dejé de compadecerme de mí misma, cogí las maletas del vestíbulo y empecé a deshacer el equipaje.
Le había hecho una tarta de cumpleaños a Angela. Siempre me había gustado hacer las tartas para las ocasiones especiales y había seguido preparando la de Angela durante tres años después de que Scott se marchara. Le encantaba mi tarta de chocolate. Siempre le añadía un poco de su licor de café favorito al bizcocho y al glaseado.
—Fiona, no sería un cumpleaños sin tu tarta —decía siempre.
Tras deshacer la maleta, guardé la tarta en su caja dentro de un armario de la cocina junto a las setenta y cinco velas de cumpleaños, con la esperanza de darle una sorpresa a Angela. Al volver al salón, la encontré descansando. No parecía haberse dado cuenta de mi presencia. Me acerqué a ella y permaneció inmóvil, con una extraña expresión entre el miedo y la melancolía. Aunque puede que solo estuviera proyectando, esos eran los mismos sentimientos que me invadían a mí también. Temía ver a Scott con ella, e intentaba no pensar en la alternativa: sin Danni, esas serían unas simples vacaciones familiares. Como en los viejos tiempos. Scott, los chicos, Angela y yo, nada habría cambiado. Anhelaba volver a vivir aquello y deseaba poder retroceder en el tiempo hasta el momento en que Danni todavía no había irrumpido en nuestras vidas.
Me acerqué a la enorme cristalera y miré hacia fuera. A la izquierda había una enorme zona cubierta con el jacuzzi. Parecía iluminado desde dentro y desprendía vapor.
—¿Siempre está encendido? —pregunté, volviéndome hacia Angela, que me miraba con aire ausente—. El jacuzzi... está encendido y desprende vapor.
De repente, Angela pareció darse cuenta de que yo estaba allí. Cogió una gran taza de café y señaló otra que me esperaba en la mesita.
—Sí, sí. Tienen un mantenimiento constante, lo limpian todos los días y siempre está caliente y listo para la acción —bromeó, volviendo a ser la de siempre.
—Mira, igual que yo —dije con una risita. Ella se echó a reír, se levantó y se fue a la cocina mientras yo seguía mirando por la ventana. La aguanieve se había convertido en nieve y costaba ver con claridad, pero, mientras observaba el vapor que salía del jacuzzi, me pareció ver algo. Agucé la vista, tratando de entender lo que había advertido; había algo o alguien allí afuera. Entonces lo vi: un rostro entre las sombras, iluminado por el agua burbujeante. Sentí un escalofrío en las yemas de los dedos cuando la aparición me devolvió la mirada y se agachó hasta casi tocar el agua. Me oí gemir mientras jadeaba horrorizada y me agarré a una silla para estabilizarme. Entonces se levantó despacio y dio un paso atrás; su rostro se sumió en la oscuridad y luego desapareció.
—Estás pálida —dijo Angela al volver al salón, blandiendo una botella de brandi que sirvió en los cafés.
Le di las gracias e intenté sonreír mientras levantaba la taza, diciéndome a mí misma que solo eran imaginaciones mías. Pero no pude disipar la sensación de que estaba ahí afuera observándome, esperando.
—Cuéntame qué es de tu vida —me interpeló, alegre, mientras yo sorbía mi café caliente e impregnado de brandi, agradeciendo el calor y esperando que me hiciera olvidar.
Intenté relajarme y me senté sobre las piernas, con ambas manos alrededor de la taza, pero me sentía incómoda y deseaba tener algo con lo que defenderme.
—Estoy bien, un poco nerviosa por ver a Scott... y a Danni —confesé.
—Estoy segura de que todo irá bien.
Yo no estaba tan convencida. Esperaba desesperadamente que no llegaran hasta dentro de un buen rato. Necesitaba tiempo para calmarme, para parecer serena y relajada y dar la impresión de encontrarme cómoda. Por diferentes razones, también quería que ambos vieran que seguía manteniendo una relación íntima con Angela a pesar de todo. Me arrebataban a mis hijos cada dos fines de semana, y también había perdido un poco a mi suegra durante el proceso. Cuando un matrimonio se acaba, se les rompe el corazón a más de dos personas.
Pedirme que viera a Danni era como pedirle a un aracnofóbico que tocara a una araña. Había intentado trabajar en mí misma, convertirme en mi mejor versión. Incluso había intentado perdonar, pero eso nunca iba a suceder. Así que probé un enfoque diferente: recuperar la confianza en mí misma, reparar mi autoestima destruida y cobrarme una fría venganza. Después del divorcio me quedé sin dinero, ya que dividimos todo y ambos nos quedamos con la mitad de lo que teníamos. Pero, a sabiendas de que debía enfrentarme cara a cara con mi némesis, busqué refuerzos. Siempre había intentado vestir bien, aunque ahora tenía muy poco dinero. No quería que Danni me viera con mi viejo camisón raído y mi bata centenaria. Así que, antes del viaje, me pasé varias noches en internet intentando encontrar algo bonito —y barato— que ponerme durante el viaje. No me apetecía que Danni me dejara en evidencia con su cuerpo más joven y delgado y su vestuario superior, así que me las arreglé para encontrar una imitación de la ropa de estar por casa de la lujosa y elegante marca The White Company. Necesitaba un empujón, llevaba demasiado tiempo vistiendo el velo de la esposa amargada y agraviada, y estaba lista para algo más positivo. Así que ese fin de semana decidí envolver mi dolor y mi rabia en tonos grises apagados. Exudando amor, luz y aceptación con unos pantalones de invierno de lana blancos combinados con una sudadera con capucha gris tórtola, estaba dispuesta a servir, como diría Georgia.
—¿A qué hora llegarán Sam y Georgia? —me preguntó Angela, y su voz me devolvió a la habitación.
Puse los ojos en blanco.
—Quién sabe, pero me alegro de que viajen juntos. Estoy segura de que van a tener un trayecto movidito, y no necesariamente en el buen sentido.
—¿Conduce Sam?
—Hombre, por supuesto. Georgia se moría por conducir, pero de ninguna manera iba a permitirlo.
Angela dejó escapar una risita.
—Recuerdo cuando Scott se sacó el carnet. Solo tenía diecisiete años y quería conducir a todas partes. De repente, se convirtió en el chico más servicial —dijo con una sonrisa— y se ofrecía a llevarme a todas partes. «Yo te recojo, mamá», me decía, aunque solo hubiera ido a la tienda de la esquina.
Nos reímos. El brandi nos sentó de maravilla y parecía habernos tranquilizado a las dos.
—Espero que los chicos estén bien —murmuró, y luego miró el reloj.
—Estarán bien —dije, arrepintiéndome de inmediato de mi comentario un tanto frívolo sobre lo accidentado de su viaje.
—Espero que Scott y Danni estén bien, no han llamado. —Se giró para mirarme—. Tú siempre llamabas si Scott y tú os retrasabais.
