La caída de la Casa Usher - Edgar Allan Poe - E-Book

La caída de la Casa Usher E-Book

Edgar Allan Poe

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Beschreibung

Sumérgete en la atmósfera oscura y misteriosa de uno de los cuentos más icónicos de Poe, y descubre la terrorífica historia de la Casa Usher. La caída de la Casa Usher es uno de los cuentos de terror más famosos de Edgar Allan Poe. En él, el narrador visita a su amigo Roderick Usher, quien vive recluido en su mansión ancestral debido a una extraña enfermedad. La mansión Usher es un lugar oscuro y decadente, que parece reflejar el propio estado mental de Roderick. A medida que el narrador pasa más tiempo en la mansión, comienza a experimentar fenómenos extraños y perturbadores. Roderick le confiesa que cree que su hermana Madeline, que está enterrada en una cripta debajo de la casa, está viva. Poco después, Madeline se levanta de su tumba y acecha por la mansión, provocando el terror de todos los presentes. La caída de la Casa Usher es un cuento atmosférico y escalofriante, que explora temas como la locura, la muerte y la decadencia. Es una lectura perfecta para los amantes del terror clásico y de la obra de Edgar Allan Poe. ¡Compra tu copia de La caída de la Casa Usher hoy mismo y vive una experiencia terrorífica! "La caída de la Casa Usher es uno de los mejores cuentos de terror jamás escritos." - Stephen King "Una obra maestra de la literatura de terror." - The New York Times "Un cuento que te pondrá los pelos de punta." - Amazon.com

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Índice de contenido
La caída de la Casa Usher
Edgar Allan Poe
capítulo

La caída de la Casa Usher

Edgar Allan Poe

Publicado: 1839

capítulo

No sé cómo fue, pero, a la primera mirada que eché al edificio, un sentimiento de insoportable tristeza invadió mi espíritu. Digo insoportable, porque no lo aliviaba ninguno de esos sentimientos semiagradables, por ser poéticos, con los que recibe el espíritu incluso las más adustas imágenes naturales de lo desolado o lo terrible.

Contemplé el escenario que tenía ante mí la casa, el simple paisaje del dominio, los muros descarnados, las ventanas como ojos vacíos, unas junqueras fétidas y los pocos troncos de árboles agostados con una fuerte depresión de ánimo, que sólo puedo comparar, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, a la amarga caída en el deambular cotidiano, al horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un decaimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia ninguna forma de lo sublime. ¿Qué era me detuve a pensar, qué era lo que me desalentaba tanto al contemplar la Casa Usher?

Misterio insoluble; y yo no podía luchar con los sombríos pensamientos que se agolpaban en mi mente mientras reflexionaba. Me vi obligado a recurrir a la conclusión insatisfactoria de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de simples objetos naturales que tienen el poder de afectarnos de esta forma, el análisis de semejante poder se encuentra entre las consideraciones que están más allá de nuestro alcance. Era posible, pensé, que una simple disposición distinta de los elementos de la escena, de los pormenores del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su poder de impresión dolorosa; y, procediendo en consonancia con esta idea, dirigí mi caballo a la escarpada orilla de un negro y pavoroso lago, que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; vi en sus profundidades con un estremecimiento aun más sobrecogedor las imágenes reflejadas e invertidas de las grises junqueras, los troncos espectrales y las ventanas como ojos vacíos.

En esa mansión de melancolía, sin embargo, me proponía pasar unas semanas. Su propietario, Roderick Usher, había sido uno de mis mejores compañeros de juventud, pero habían transcurrido muchos años desde nuestro último encuentro. Sin embargo, acababa de recibir una carta en otra región remota del país, una carta suya, cuya misiva, por su tono desesperadamente insistente, no admitía otra respuesta que la presencia personal. La escritura denotaba señales de la agitación nerviosa. Hablaba de una enfermedad física grave, de un trastorno mental que le oprimía y de un intenso deseo de verme por ser su mejor y, en realidad, su único amigo íntimo, con el propósito de conseguir, por la animación de mi compañía, algún alivio a su mal. La forma de expresar esto, y sobre todo la aparente sinceridad que acompañaba su petición, no me permitieron vacilar, y, en consecuencia, obedecí inmediatamente a lo que, por otra parte, consideraba un requerimiento muy singular.