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La caída de la Casa Usher es la quintaesencia del cuento gótico: una casa embrujada, un paisaje lúgubre, dos hermanos gemelos, una enfermedad misteriosa Todos los elementos del género son fácilmente identificables y, sin embargo, parte del terror que inspira esta historia se debe a su vaguedad; no podemos decir a ciencia cierta en qué parte del mundo o exactamente cuándo tiene lugar la historia. Estamos solos con el narrador en este espacio embrujado, y ni nosotros ni el narrador sabemos por qué. Publicado por primera vez en la revista Burtons Gentlemans Magazine en 1839, es una de las obras de Poe preferidas por la crítica, y la que el propio autor consideraba la más lograda que había escrito.
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Seitenzahl: 38
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edgar Allan Poe
Ilustraciones de
Agustín Comotto
Traducción de
Son cœur est un luth suspendu;
sitôt qu’on le touche il résonne.
DE BÉRANGER
Durante todo un día cerrado, oscuro y silencioso de otoño en que las nubes se cernían opresivamente bajas en el cielo, había viajado solo, a caballo, por un camino monótono de la comarca, y por fin, cuando ya el atardecer se poblaba de sombras, llegué a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé por qué, nada más ver el edificio me invadió una insoportable tristeza. Digo insoportable porque no la aliviaba ese sentimiento poético semiplacentero, con que el espíritu recibe incluso las más severas imágenes de lo desolado y lo terrible de la naturaleza. Miré el escenario que tenía delante —la casa en sí y los simples rasgos paisajísticos de la propiedad: los muros fríos, las ventanas de mirada vacía, algunas matas de vulgar juncia y unos cuantos árboles blancuzcos de tronco podrido— con una depresión de alma tan total que no puedo compararla a ninguna sensación terrena con más propiedad que a la del que sale del sueño del opio, al retorno amargo a la monotonía diaria, a la caída espantosa del velo. Era una frialdad, un abatimiento, una congoja…, una inconsolable tristeza de pensamiento que ningún acicate de la imaginación era capaz de impulsar hacia nada sublime. ¿Qué era —me detuve a pensar— lo que me oprimía de este modo en la contemplación de la Casa Usher? Era un misterio insoluble; tampoco encontraba sentido a las brumosas fantasías que se me agolpaban mientras meditaba. Me vi obligado a recurrir a la poco satisfactoria conclusión de que, así como hay incuestionablemente combinaciones de objetos naturales muy simples capaces de afectarnos de esta manera, sin embargo el análisis de tal capacidad depende de factores que están fuera de nuestro alcance. Es posible, pensé, que la mera disposición diferente de los elementos de un paisaje, de los detalles de un cuadro, baste para modificar, o quizá anular, su poder de causar una sensación penosa. Y llevado de esta idea, detuve mi caballo en el borde abrupto del pequeño lago, negro y sombrío, que extendía su terso lustre junto a la morada, y me quedé contemplando en él —pero más afectado que antes— la imagen remodelada e invertida de las juncias grises, troncos desmedrados y ventanas de mirada vacía.
No obstante, en esta mansión de melancolía me proponía residir ahora unas semanas. Roderick Usher —su dueño— y yo habíamos sido buenos compañeros en la infancia, aunque habían pasado muchos años desde la última vez que nos habíamos visto. Pero hacía poco me había llegado a un rincón apartado de la región una carta —una carta suya— que, dada su perentoriedad, no admitía más respuesta que ir. La letra evidenciaba unos nervios alterados. Su autor hablaba de una postración física aguda, de un desarreglo mental que le agobiaba, y de un enorme deseo de verme, como al mejor y único amigo que tenía en realidad, a fin de encontrar, en el solaz de mi compañía, algún alivio a su mal. Era la manera de exponer todo esto, y mucho más —el alma que ponía en su solicitud—, lo que no dejaba lugar a vacilaciones; así que acudí sin dilación a esa llamada que, no obstante, me parecía de lo más singular.
