La casa está viva - Victoria Marañón Rodríguez - E-Book

La casa está viva E-Book

Victoria Marañón Rodríguez

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Beschreibung

DE LAS ENTRAÑAS DE LA ARGENTINA SURGEN NUEVAS HISTORIAS DE TERROR. Una familia de brujas resiste los ataques de una entidad masculina violenta. Un niño poseído despierta la ferocidad de una mansión marcada por la tragedia. Un hombre hereda el departamento de su tía. Una niña curiosa explora las instalaciones de un complejo termal. Una criatura voraz habita las aguas del río. Las once historias que forman parte de está antología tienen en común la casa como cuna de lo siniestro. Entonces surgen las preguntas: ¿Es la casa la que asusta a sus habitantes? Con sus crujidos, con sus silencios... O ¿son sus habitantes los que, con actos crueles y atroces, embrujan a la casa? Su autora, Victoria Marañón Rodríguez, empezó su camino literario con el libro de cuentos No vayas a Playa Muerte, que fue recibido con entusiasmo por la comunidad lectora. Sólo el tiempo dirá si La casa está viva está a la altura de su predecesor y si el terror que habita entre sus páginas cala profundo en cada lector.

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Seitenzahl: 318

Veröffentlichungsjahr: 2025

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VICTORIA MARAÑÓN RODRÍGUEZ

La casa está viva

Marañón Rodríguez, VictoriaLa casa está viva / Victoria Marañón Rodríguez. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5945-6

1. Cuentos. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Página web del autor: www.victoriamaranonrodriguez.com

Tabla de contenido

Cosas de brujas

Mabon

El ingrediente secreto

Halloween

La herencia

Solo los sábados

Club de lectura

Ellas

Sangre y vino

Exploración urbana

La casa está viva

Agradecimientos

Para Iris, mi mejor amiga canina.

Cosas de brujas

Con la física cuántica, se ha demostrado que todos somos vibración, energía. Nuestro cuerpo físico, si lo miramos a nivel subatómico, no es más que electrones, neutrones, etc. Nosotros estamos en el mundo de tres dimensiones y por lo tanto sólo vemos lo que hay en esta dimensión, pero somos como una emisora de radio, que captamos la frecuencia alineada con nuestras vibraciones, y con nuestros sentidos, todo lo que sale de estos rangos no lo podemos captar; pero hay personas (los médiums) que tenemos un dial, con capacidad de captar otras frecuencias…

Diana Dahan, médium

I

Catalina fue el nombre que le puso su madre, Vesta,para que no se pareciera ni a ella, ni a ninguna de sus tres tías. Las cuatro hermanas habían sido bautizadas con nombres de diosas griegas: Hera, la mayor, Vesta, Artemisa y Venus, en ese orden. Su abuela, una bruja chapada a la antigua, tenía mucho respeto por los astros y la sabiduría que ellos encierran. Para aprender astrología se emplean los arquetipos, ya que cada planeta y luminaria del sistema solar cumple una determinada función. Incluso se emplean los mitos griegos para explicar comportamientos o características de los tránsitos. Las hermanas solían utilizar un dicho de Carl Rogers: «un mito es algo que nunca sucedió, pero que siempre está sucediendo». Así que Madame Petite, como la conocían todos, intentó brindarles a sus hijas dotes de diosas. Y hay que decirlo, como si fuera obra del destino, cada una adoptó, a su manera, las características de esas diosas. No se podía negar el don de mando de Hera ni su compromiso, así como tampoco se podía refutar lo seductora y coqueta que era la pequeña Venus. Artemisa era valiente y decidida, mientras que Vesta, la más introvertida, era hogareña y dedicaba gran parte de su tiempo a la meditación y las artes culinarias.

Poco y nada se sabía del papá de Catalina, su madre apenas lo nombraba. Había sido un romance fugaz y no llegó a conocerlo; desapareció en cuanto le confesó que estaba embarazada. Vesta sufrió mucho entonces y, de alguna manera, su beba absorbió gran parte de su pena, lo que la hizo delicada y sensible, con dotes naturales de médium. Pero la tragedia golpeó la puerta de la familia cuando Vesta fue diagnosticada con un cáncer muy avanzado en un pulmón y sin nada que hacer. Falleció una madrugada, a los 11 años de su hija. Sus hermanas se ocuparon de ella desdeentonces y, aunque una madre es irreemplazable, Catalina las veía de diferentes maneras: a Hera como la autoridad; Artemisa, la más compinche y cálida, y a la pícara Venus, como la que la apañaba y la consentía en todo lo que estuviera a su alcance.

Madame Petite vivía en otra casa, sola y apartada, con sus veinte gatos, a quienes llamó con números (sí, del 1 al 20). No tenía muchas ganas de usar nombres de diosas, ni dioses, ni astros después de la muerte de su hija. Las tres tías y la sobrina se quedaron con el caserón familiar, que tenía todos los problemas de un lugar viejo, pero con suficiente espacio para que cada una tuviera su habitación. El estudio que era de Madame Petite, en la planta baja, con ventana a la vereda, pasó a ser el aposento de Hera. Venus tenía su dormitorio en el sótano, donde podía llevar a sus jóvenes amantes sin que nadie oyera nada, ya que su vieja cama solía chirriar demasiado. Artemisa y Catalina tenían sus habitaciones en la planta alta. El dormitorio en suite, ocupado antes por sus padres, había sido clausurado después de que un hechizo saliera mal y un espíritu vengativo quedara atrapado entre esas cuatro paredes. Sí, así es, todas eran brujas. Y cuando escribo brujas me refiero a las clásicas, las que parecen salidas de un cuento, con sus túnicas largas y sombrero negro en punta. Las que hacen todo tipo de hechizos, manejan un herbario y venden pociones para el amor y la caída del pelo que nunca fallan. Su familia viene de un linaje que se remonta a, por lo menos, cinco siglos atrás, y todos los conocimientos y poderes se pasan de generación en generación.

Sabían que Catalina había tenido suerte de nacer a finales del siglo XX, ya que las leyes que prohibían la práctica de brujería habían quedado obsoletas a mediados de los sesenta en Inglaterra. Desde entonces, religiones como la Wiccan, el chamanismo o el paganismo han vuelto a resurgir de las cenizas para contarle al mundo que nunca se fueron y que cualquiera puede conocer su cosmovisión. Con la New age, el Tarot, la astrología y otras ciencias ocultas se han popularizado en Occidente, y en el nuevo milenio, gracias al uso masivo de Internet, su popularidad está en alza, ya que las personas consumen con avidez todo tipo de textos y productos con la intención de mejorar su calidad de vida. Así fue como las hermanas pudieron mantenerse económicamente en la última década: Hera empezó a vender pociones entre sus conocidos cuando todavía trabajaba como administrativa en una funeraria, y tal era la demanda, que optó por renunciar y emprender su propio negocio online. En tres años, las visitas se habían multiplicado y también los ingresos, logrando ampliar su línea de productos que incluían piedras, varitas, hierbas, cartas, agendas y demás. Todo lo relacionado con la brujería y sus elementos para cualquier ritual.

El negocio prosperó y terminó alquilando un local en la ciudad, contrató a una vendedora y a una administrativa para que la ayudaran a preparar todos los pedidos, así ella podría emplear el tiempo en conseguir buena materia prima. Artemisa y Venus preparaban las pociones, daban clases de Tarot y astrología y, por supuesto, cuando eran solicitadas, hacían lecturas personalizadas. Vesta, al principio, hacía limpiezas del hogar a domicilio y fabricaba velas de todo tipo y formas, hasta que comenzó a enfermar y sus tareas fueron absorbidas entre sus tres hermanas.

Catalina, de 16 años, iba a la escuela y aprendía poco a poco de la tradición familiar, aunque no parecía muy interesada en continuar la dinastía. Todavía no presentaba señales de gustarle mucho nada de ese mundo. No tenía vocación ni metas. Esto no preocupó a sus tías, que la consideraban muy joven. Ya habría tiempo para crecer y descubrirse a sí misma en el camino.

La rutina de la semana consistía en Venus despertando primera y subiendo a la cocina, donde prendía la cafetera y ponía el pan lactal en la tostadora que uno de sus exnovios le había regalado. Cortaba naranjas y las exprimía, sacaba el queso crema y la mermelada artesanal de durazno, cortesía de Artemisa. Ponía la mesa con la vajilla de porcelana pintada a mano por su tía abuela. Salía al jardín, cortaba un par de flores y decoraba la mesa junto al delicado mantel bordado. Una vez que ponía el florero, subía a la primera planta con la campanilla en mano, caminaba por el pasillo y bajaba otra vez a la cocina. Casi siempre era Hera la que abría las puertas del despacho ahora convertido en habitación, la mitad de su cuerpo estaba en pijama y el resto vestido con uno de sus famosos trajes que usaba en su vida laboral ejecutiva. Catalina bajaba a desayunar con el uniforme del colegio privado al que asistía y, como todas conocían a Artemisa (siempre se quedaba dormida o llegaba tarde), Venus servía el desayuno para ellas tres. Cuando terminaban, Hera se cambiaba y salía a trabajar, Catalina tomaba su mochila y caminaba las diez cuadras hasta el colegio. Venus retiraba la mesa, lavaba los platos y se ponía a preparar las pociones en el herbario ubicado al fondo de la casa. Había que atravesar el jardín siguiendo el caminito de piedra. Todo esto ocurría entre las seis y media y siete y media de la mañana.

Artemisa, en cambio, podía dormir hasta las diez sin preocupaciones, pero cuando se levantaba, sus pies y manos volaban, corría llevando pedidos, ayudando con la limpieza de la casa (todas estaban de acuerdo en que no querían dejar entrar a desconocidos, por lo cual eran ellas mismas las encargadas de mantener semejante caserón), armando pedidos y haciendo diligencias de aquí para allá. Los domingos, los días más tranquilos, iba al club de caza y practicaba arco y flecha junto con sus amigos. Pero nunca iba a cazar nada, dado que amaba a los animales y colaboraba activamente con el refugio de perros de la zona. Solo era un hobby.

Esa mañana Catalina llegó con el tiempo justo, entró corriendo al colegio mientras sonaba la campana indicando que las clases comenzarían en breve. A punto de entrar al salón, se chocó de frente con su compañera Estela. Era la única con quien hablaba de vez en cuando. Catalina no tenía amigos, aunque siempre les mentía a sus tías diciéndoles que iba a la casa de tal o que se juntaba con tal otro cuando en realidad paseaba por las plazas escuchando música o leyendo algún libro de poesía.

Con Estela se sentaban una al lado de la otra en un costado de la clase; así, pasase lo que pasase, podían mirarse con complicidad. El resto de sus compañeros veían a Catalina como una persona muy misteriosa y distante, le tenían un poco de miedo. Los rumores decían que pertenecía a una familia de brujas malvadas y poderosas. Nadie quería meterse con ella, tampoco nadie quería conocerla. Estela oscilaba entre estar con ella o con un grupo de chicas que no le prestaban mucha atención, ya que también era de carácter introvertido. Admiraba mucho a Nadia porque era lo que hubiera querido ser: osada, carismática, no tenía miedo de contestarle mal a los varones y caminaba muy segura de sí. Hubiera dado cualquier cosa por ser o estar más cerca de Nadia... y ese día, su oportunidad llegó. El profesor de literatura dio como proyecto representar una novela en el aula a través de objetos, afiches y vestuario. Una de las condiciones era que sería él quien armaría los grupos de trabajo en parejas. No hubo nadie que no protestara, no querían ser forzados a socializar con otros que no fueran los que ellos hubieran elegido. A Estela le tocó hacer equipo con Nadia; por un lado, estaba contenta, pero, por el otro, muy insegura, pues sabía que a la otra no le gustaba nada. Para su sorpresa, Nadia se dio vuelta y le guiñó el ojo. Estela estallaba de alegría, ¿podría ser verdad?, ¿podrían llegar a ser amigas? La felicidad le salía por los poros.

A Catalina le tocó hacer el proyecto con Octavio, un joven que venía de una familia muy católica y conservadora. Sabía que, definitivamente, no se reunirían en la casa de sus tías, ni podría confiarle nada de su vida personal.

Estela y Nadia se juntaron en un café de la zona para organizar la tarea. Allí iban mayoría de adolescentes y jóvenes adultos que usaban el wifi del lugar para conectarse desde sus dispositivos. La decoración del lugar era jovial, con sillones y mesas amplias, ideales para los grupos de estudio. Estela estaba muy tímida pero sonreía todo el tiempo, sabía que Nadia llevaría la delantera como siempre.

Comenzaron hablando un poco de la novela que elegirían y con qué elementos contaban... hasta que Nadia le preguntó por su amistad con Catalina, la bruja del salón. Quería saber si conocía su casa y si era verdad lo que se oía, que tenían un fantasma escondido en el ático. La otra no supo qué contestar, pero no quería desperdiciar la oportunidad de sentirse importante ante ella, así que mintió: le dijo que había entrado a la casa y que conocía a la excéntrica familia, que parecían buenas personas pero muy raras en su forma de vestir y hablar. Siguió inventando, basándose en lo poco que contaba Catalina y en los rumores del vecindario. En un momento, se sorprendió de sí misma y su capacidad de divagar, pero había logrado su cometido: tenía la atención de Nadia sobre ella y sabía que no terminaría allí, aunque tampoco imaginó lo que vendría después.

Realmente poco importa cómo Estela robó las llaves de la casa de las brujas, con toda astucia. Se las ingenió para engatusar a Catalina y que la invitara a pasar. Solo estuvo poco más de una hora en la cocina, merendando café con leche mientras le explicaban los ejercicios matemáticos del día, pero fue suficiente para pispiar de arriba abajo todas las aberturas del lugar y averiguar los horarios de la familia.

La capacidad de persuasión que tienen algunas personas es fascinante. Lamentablemente, no siempre lo usan de manera altruista, pero es digno de admiración que no sean necesarios los hechizos y conjuros cuando el uso del verbo es un talento natural. Esto era lo que había aprendido Estela sobre sí misma esa semana: pasó de ser una chica tímida e introvertida, con poco que decir, a meterse en el bolsillo y a manipular a todos los que la rodeaban.

Poco dada a la reflexión, Estela le informó a su nueva mejor amiga, Nadia, que ya tenía el plan armado: debían esperar al jueves a las seis de la tarde, a que todas salieran a hacer sus actividades y así podrían entrar a la casa sin dificultad.

Cuando el día llegó, caminaron distraídamente por la vereda hasta llegar a la casa de las brujas. Miraron con disimulo y, como no había moros en la costa, entraron. Una vez en el vestíbulo, Estela se acercó al interruptor de la luz. Nadia se le adelantó e impidió el encendido, tenían que ser cautas. Había traído dos linternas para poder explorar sin ser descubiertas. Si bien no era de noche, el sol ya se ponía y el lugar se encontraba en penumbras.

El dormitorio del misterio estaba en la primera planta, así que subieron rápidamente las escaleras y como se dieron cuenta de que en el pasillo no había ventanales que delataran la luz, esta vez sí encendieron los faroles. La puerta del cuarto estaba cubierta de símbolos ajenos a su conocimiento, escritos con tiza. Sobre el piso, tierra roja que no permitía que nada entrara o saliera por debajo de la puerta.

Nadia le hizo una seña a Estela para que abriera la puerta con la llave robada. Cuando la introdujo en la cerradura, ambas contuvieron la respiración esperando oír algo. No pasó nada. Abrió despacio y entraron en la habitación desierta: ni un mueble, ni un cuadro, nada. Las dos recorrieron el espacio observando con detenimiento cada pared. Las ventanas estaban cubiertas con mucho papel de diario y maderas del lado de adentro. Se miraron aburridas, tenían demasiadas expectativas. Entonces la puerta se cerró de golpe con un ruido estruendoso. Sucedió muy rápido; un ente invisible se abalanzó sobre Estela y comenzó a arañarle el abdomen. La joven no paraba de gritar desesperadamente. Su compañera quedó petrificada, con la boca abierta, sin poder articular un solo movimiento ni decir una palabra. Ella solo veía a la chica sobre el suelo, aullando de dolor mientras su ropa se hacía jirones y la sangre brotaba, salpicando las paredes.

La puerta se abrió violentamente y Hera entró gritando unas palabras en una lengua desconocida. Artemisa y Venus tironearon a Estela y la sacaron del cuarto, mientras el Ente, ahora visible como una sombra oscura, luchaba contra la magia de la bruja que lo condenaba a detenerse. Artemisa y Venus volvieron a entrar y sacaron a Nadia.

El espíritu volvió a instalarse en la pared como si estuviera pegado a ella, y Hera salió del dormitorio cerrando con llave. Venus hizo varios símbolos con las manos sobre la puerta y derramó tierra roja en el piso. Catalina abrazó a Nadia y fue llevándola a la planta baja con suma delicadeza. Sus tías bajaron a Estela y la recostaron sobre la cama de Hera mientras Artemisa abría el botiquín de primeros auxilios. Tras desinfectar las heridas, frotó pócimas sobre la piel recitando oraciones. En la cocina, Venus preparaba dos infusiones: una para tranquilizar a Nadia y que pudiera recobrar la compostura (o al menos intentarlo), y la otra para el dolor y la angustia.

Todas terminaron tomando el primer té. Venus había dejado horneando unas galletas caseras con pedacitos de almendra afrodisíacos, que estaban realmente deliciosas y apaciguaron los ánimos enseguida.

Pasada una hora, reían como si fueran amigas del alma. Cuando Artemisa finalizó las curaciones, Estela no tenía ninguna herida. Allí, en donde estuvieron los surcos, había franjas de piel rosada nueva. La bruja le entregó un frasquito y le explicó cómo aplicarlo para que todo quedara del mismo color en pocos días.

Cuando Estela estuvo en condiciones de caminar, Hera y Catalina tomaron un taxi y dejaron a las adolescentes, cada una en su casa, mintiéndoles a sus padres, inventando algún trabajo práctico de la escuela.

Esa noche, tía y sobrina tuvieron una plática sobre no dejarse apabullar por las decepciones en las relaciones afectivas. No todas las amigas actúan de una manera tan egoísta. Catalina rompió a llorar, no consideraba a Estela su amiga, no compartían lo suficiente, pero confiaba en ella. Creyó que con el tiempo su amistad podría consolidarse. Después de lo ocurrido, sabía que no.

Hera le dijo:

—Los amigos también nos rompen el corazón. Poco se habla sobre el vacío que nos queda cuando perdemos a un amigo. Lamentablemente casi todo está orientado al vínculo de pareja.

La conversación terminó con un abrazo estrecho, de esos que levantan y renuevan la vitalidad. Hera conocía a su sobrina, sabía lo sensible que era y cómo le costaba conocer gente. Esperaba que con los años esto cambiara un poco y que pudiese encontrar a alguien en quien confiar. Catalina, por su lado, no sentía más pena, depositó su amor y lealtad en su familia: sus tías y su mamá, a quien tenía presente todos los días. Cuando el vínculo afectivo es fuerte, la muerte no puede separar a las personas, y las brujas lo saben.

En cuanto al Ente encerrado, iban a tener que tomar una decisión, reunirse con el Coven y ver qué podían hacer, si pasarlo a algún frasco u objeto más pequeño. No podían esperar a que sucediese una tragedia. Era peligroso y, sin dudas, este incidente lo había fortalecido, pues los entes pueden absorber la energía vital de un ser vivo, en especial si es humano...

II

—Hablemos de la manipulación —dijo Hera, que intentaba darle una lección sobre la condición humana a Catalina—. La manipulación no se trata de forzar a otros a que hagan lo que uno quiera, no. Manipular implica, con gracia, mostrarles a los demás tu punto de vista; que hay otra manera de hacer lo que uno hace.

Catalina no estaba convencida y su expresión lo confirmaba. Para ella, la manipulación era sinónimo de traición; era lo mismo que engañar, era buscar controlar a los otros a través de mentiras.

—Bueno, se puede usar con varias intenciones, pero ¿quién puede afirmar que uno manipula para engañar? ¿O, por el contrario, para abrir mentes? Eso no lo sabemos, a menos que nos lo confíen, que nos confíen sus intenciones y que sean sinceros —le explicaba Hera.

—A veces nos engañamos a nosotros mismos, entonces, ¿realmente estamos queriendo engañar a los demás, o solo repetimos afuera lo mismo que nos decimos para dentro?

La adolescente se cruzó de brazos, no le gustaba nada lo que decía su tía, estaba enojada. Hera dejó la habitación, tenía que reunirse con la contadora por cuestiones del local.

Catalina se puso los auriculares, y oyendo la música mientras observaba la lluvia a través de su ventana, empezó a repasar los hechos desde el principio. En primer lugar, no había querido ir a ese retiro. Sus tías, en especial Hera y Artemisa, le habían insistido en que conocer a otras brujas de su edad podría ayudarle a sacarse el trago amargo que le había dejado la experiencia con sus compañeras de clase y el ente encerrado. Catalina tenía 16 años y pasaba mucho tiempo sola encerrada en su habitación. No se sentía mal por no socializar, no le interesaba ni lo sufría, pero sus tutoras no pensaban lo mismo y veían a la adolescente con ojos preocupados. Así que insistieron de una y mil maneras posibles para que asistiera al campo Bernardette, un lugar alejado de la ciudad por más de 700 kilómetros, donde había una casa y varias hectáreas para recrearse y practicar magia sin miradas curiosas ni dedos acusadores.

Así había partido Catalina una mañana de otoño nublada. Cuando el micro la dejó en la terminal del pueblo más cercano, un auto Fiat 1 rojo la esperaba con la puerta trasera abierta. Subió y puso el bolso a su lado, la señora regordeta y canosa que manejaba la saludó con la mano y un «hola» ahogado: estaba afónica. El traslado no duró más de treinta minutos, que se le hicieron eternos. Al pasar por la entrada de madera, muy precaria, por cierto, siguieron varios metros más por un camino de tierra, rodeado de hierba salvaje, luego doblaron a la izquierda para retomar un camino asfaltado con flores y plantas bien cuidadas, hasta llegar a la mansión Bernardette. Su puerta principal, al igual que las rejas art nouveau que había en cada ventanal, era de hierro, realizada por un verdadero artesano. El edificio era imponente, con parte de las paredes cubiertas por las enredaderas. Jamás había estado en un lugar así y Catalina sintió miedo.

Ya en la que iba a ser su habitación durante el retiro, Catalina se cambió la ropa por un pantalón babucha negro y una musculosa del mismo color. Se calzó su chaqueta de jean y sus zapatillas para poder sentirse cómoda y salir a explorar el lugar. Sabía que el miedo se vencía con valentía. Nadie es valiente si no siente miedo primero.

La mansión estaba dividida en dos plantas; todos los dormitorios y sus respectivos baños se encontraban en el primer piso, mientras que la cocina, la biblioteca, el gran salón, el quincho y dos baños menores, en la planta baja. En el exterior había un jardín con piso de adoquines formando un círculo, en donde se reunían alrededor del fuego. Aparte, una hectárea entera era dedicada a la agricultura. Las brujas del lugar intentaban cocinar con ingredientes manipulados por ellas mismas. Al supermercado iban muy poco y a regañadientes, cuando no les quedaba otra opción. Todas eran veganas, por lo que no tenían animales, a excepción, por supuesto, de dos perros sin raza: Cajún, parecido a un labrador marrón, y Febo, un flaquito tricolor; había, además, tres gatos negros (tan típico): Osiris, Anubis y Thot. ¿Quién les había puesto los nombres? Una de las sobrinas de la Alta Sacerdotisa, hacía varios años, cuando los rescató de la calle. Catalina simpatizaba con los animales en seguida, así que su cariño y atención se centraron en ellos, ignorando completamente al resto.

En el jardín se topó con una compañera. Aún no las había visto, estaban recolectando limones al otro lado. La joven la saludó con una sonrisa, dejó la canasta con la fruta y le dio la mano:

—Soy Anastasia.

Catalina le dio su nombre muy seria y bastante seca, como para cortar todo tipo de vínculo, pero a la otra no le afectó y quiso conversar. Le preguntó de dónde venía, si era su primera vez, quiénes eran sus familiares, le narró que venía desde los doce años (tenía dieciséis), que su mamá y su tía eran brujas y querían que continuara el legado, etc.

Catalina captó con claridad que Anastasia era una de esas chicas que gustan de conversar con todo el mundo, siempre sonrientes y sociables, dispuestas a hacer nuevas amistades. Lo opuesto a ella, en realidad. Los minutos corrieron y llegaron el resto de las compañeras, todas entre los quince y los diecisiete años de edad. Ninguna era nueva, por lo menos dos veces habían visitado Bernardette.

Al contrario de lo que Catalina pensaba, las chicas la hicieron sentir bienvenida, cada una con su modo particular. No quería confiar, le costaba abrirse, pero quizá las brujas, al ser marginadas desde hace siglos, comprenden lo mismo que ella había sentido siempre: que no pertenecía a la sociedad humana.

A la tarde tuvieron clase de cocina con Madame Dolly; combinaba conocimientos con la clase de hierbas que dictaba Isabel, por lo que Catalina estaba un poco perdida. En algunas cosas se acordaba de cuando su tía Artemisa quería enseñarle algo nuevo, pero siempre le prestaba muy poca atención, así que entendió la mitad de lo que estaba escuchando. Sus compañeras la ayudaron con los apuntes y le indicaron dónde buscar.

A las siete estaban libres para asistir a la biblioteca y estudiar lo que habían aprendido. Como se distraían hablando de cualquier tema, tenía que entrar Isabel cada tanto para pedirles que utilizaran el tiempo con sabiduría.

Los días pasaron y Catalina se sentía un poco más cómoda con el lugar, con las sacerdotisas y sobre todo con sus compañeras. Su lado desconfiado estaba cediendo de manera gradual, abrigaba esperanzas de que pronto podría abrirse y contarles algunos de sus secretos. Su silencio no parecía molestar a las demás. Compartían chistes y anécdotas graciosas pero nunca se burlaban de otros, mucho menos del aspecto físico, eran personas genuinas, sin rastro de malicia o rencor. Eran tan diferentes a sus compañeros de escuela, tan diferentes, ¿sería porque eran brujas?

Ese día en particular no hacía ni frío ni calor, estaba templado y, a medida que iba bajando el sol, se respiraba cierta paz en el ambiente. Anastasia se acercó a Catalina a eso de las siete de la tarde; estaban en la biblioteca repasando temas de alquimia.

—Esta noche vamos a iniciarte en nuestra pequeña sociedad secreta. Nos vamos a ir a dormir como todos los días, y una de las chicas va a ir a despertarte cuando llegue el momento. Vas a formar parte de algo especial.

La adolescente retraída no entendía bien de qué hablaba, pero imaginó algo así como un pijama party de solo chicas en las que se contarían sobre su primer beso y esos temas. Catalina nunca había besado a nadie, así que no iba a tener mucho que contar... aunque podría compartir lo que había pasado con sus compañeras de clase, cómo se habían metido en su casa, engañándola, para ver si era cierto que en el dormitorio en suite vivía un Ente encerrado por causa de los hechizos de su tía.

Eran las diez y media de la noche, Catalina no se puso su camisón sino que se vistió con un pantalón deportivo y una remera, y dejó las zapatillas al lado de la cama, preparada para cuando la fuerana buscar.

A las once llegó Stefy y la llamó susurrando. La adolescente se levantó, se calzó y siguió a su compañera a través de la casa, y luego a través del campo. Cruzaron toda la huerta, la luna estaba en fase creciente e iluminaba parte del camino. El corazón de Catalina golpeaba salvajemente en su pecho, estaba muy nerviosa, producto de su timidez, quizá.

Cuando llegaron al campo abierto, el resto, sus seis compañeras, las esperaban en un semicírculo. Todas vestían capas de un rojo estridente, y Anastasia tenía una corona hecha con flores frescas del lugar que colocó en la cabeza de Catalina. Le pareció un poco excéntrico y teatral el despliegue de sus ahora nuevas amigas, pero sabía por su propia familia que las brujas tenían gustos estrafalarios.

Las siete hicieron un círculo alrededor de la adolescente iniciada, Stefy ya tenía puesta su correspondiente capa y la miraba ahora solemnemente. El semblante de todas era de preocupación. Catalina volvió a sentir el miedo de ese primer día en su llegada a Bernardette.

—No tengas miedo —le dijo Stefy.

—Necesitamos que estés relajada.

A Catalina no le gustó nada lo que dijo y el tono serio que empleó. Estaba asustada. Cuando comenzaron los cánticos, las siete elevaron sus brazos al cielo y, con un gesto violento, los bajaron, metiendo sus manos en la tierra. Algo había pasado.

Algo o alguien se había apoderado de Catalina. No estaba sola, sentía una presencia dentro de sí. ¿Quién era? No podía distinguirla, no la conocía.

El tiempo exterior se detuvo, estaba como dentro de una burbuja. A su cuerpo lo sentía ajeno, como si fuera un medio, ya no lo controlaba, y poco a poco, entre tantas nuevas sensaciones, entendió parte de lo que estaba sucediendo.

Lo que vio y oyó fue como estar viendo una película. Esas que hacen que te involucres tanto emocionalmente que olvidas que el cine es una fantasía.

Anastasia dio un paso al frente y le habló, pero no a ella, sino a la que estaba controlando sus funciones motoras. El ser con el que estaba compartiendo su cuerpo o, mejor dicho, usurpándolo. Estaba siendo poseída, aparentemente, por un difunto. Un ser querido de su compañera. ¿Una hermana, tal vez? No llegaba a comprender del todo la situación, pero sintió una profunda tristeza. Gruesas lágrimas cayeron sobre sus mejillas entumecidas con el frío de la noche.

Anastasia la abrazó y lloró con ella. ¿Una tragedia las había separado? Catalina sintió mucho dolor y, en medio de tanta pérdida, un halo de luz, la esperanza del reencuentro. Recordó haber experimentado todas esas emociones cuando atravesó el duelo por la muerte de su mamá, ¡cómo la extrañaba! Si tan solo estuviera aquí para ayudarla, para platicar sobre sus vivencias como bruja. Cuánta confusión. Se sintió tironeada de un lado y del otro. Entonces, lloró con desesperación y esto, de algún modo, le ayudó a recuperar el mando de su propio cuerpo.

—¿Qué carajos fue eso? —escupió las palabras. Toda la angustia, el afecto, el tormento se disiparon y quedó el enojo, su enojo. Stefy intentó explicarle pero se detuvo en seco al ver la ira en los ojos de Catalina. Estaba al borde del llanto.

Anastasia lloraba y dos chicas la abrazaron y se la llevaron a la casa. Las demás se fueron alejando despacio, muy consternadas, hasta que Catalina quedó sola en el medio de la nada, con la luna creciente como única testigo. Quiso llorar pero no pudo. La bronca ganó la partida y quedó con toda la amargura dentro de sí.

Al día siguiente no bajó a desayunar, y cuando Isabel fue a buscarla, le explicó que se sentía mal y que quería volver a su casa.

Esa misma tarde, Hera fue a buscarla en un auto alquilado.

Su tía intentó hacer que hablara, sabía que no estaba enferma en el sentido estricto de la palabra, pero sí que se sentía mal anímicamente. No lo consiguió.

Catalina tuvo sueños vívidos durante varias noches. Se sentía una idiota por haber confiado, por haber creído que eran así de amables genuinamente, solo porque sí.

Su tía Hera interrumpió sus pensamientos abriendo la puerta de su dormitorio.

—Tenés que tocar antes de entrar —le dijo la adolescente.

—Toqué, te llamé, incluso grité, ¿estabas con auriculares o con la mente en aquello de lo que no querés hablar?

La mujer se sentó sobre la cama y le tomó la mano con ternura. Catalina estaba dura, no quería quebrarse. Tenía tantas ganas de hablar, tantas ganas de sacarse eso que tenía adentro, atragantado. Empezó diciendo:

—Detesto la manipulación.

—Hablemos de la manipulación —le dijo Hera.

Al otro día, Venus invitó a Catalina a tomar el té en su cafetería favorita; estaba decorada como el país de las maravillas de la obra de Lewis Carroll, uno de sus libros predilectos, esos que se leen una y otra vez.

Cuando la moza se fue, después de servirles el té y las galletitas en un juego de vajilla de porcelana pintado a mano, Venus fue directo al grano:

—Sabés que estoy acá porque la conversación que tuviste con Hera no dio frutos. No coincido con mi hermana en la forma de comunicar, para mí al toro se lo toma por las astas. Naciste con el canal abierto. Una médium natural, como tu mamá. Quizás eso fue lo que te asustó. La verdad suele asustarnos. Tus compañeras no actuaron bien, tendrían que habértelo dicho, confundieron tu silencio con aceptación. Creyeron que lo asumías, era muy obvio para todos. Para todos excepto para...

—Mí —se adelantó su sobrina—. Me sentí traicionada, confundí mis deseos con mi intuición. Sabía lo que estaba pasando, lo sentí en cuanto llegué a Bernardette, pero no quise aceptarlo. Seguía pensando en lo que pasó con Nadia y Estela, en cómo me engañaron por curiosidad. No estaba viviendo en el presente. No estaba viendo.

De a poco, las fichas comenzaron a caer para Catalina. Empezó a ver lo sucedido desde otro lugar. Desde un lugar de aceptación y no de conflicto. Se sintió un poquito mejor y comió las galletitas de avena y chocolate más animada. Venus le mostró su sonrisa más dulce y sincera, y le sirvió otra taza de té.

III

Era un precioso día otoñal de mayo, Venus barría las hojas amarillas del camino de piedra que conducía a la entrada de la casa familiar. Cuando terminó la tarea, se levantó un viento que anticipaba tormenta. Entró a la casa y se dispuso a terminar las mermeladas de membrillo que vendería la semana entrante en la feria. Muchas personas le tenían miedo a su familia por ser abiertamente brujas; otras, por el contrario, las veneraban y compraban todo lo que hacían. Los que soñaban con un amor romántico querían poseer todo aquello que Venus tocaba. La bella treintona despertaba suspiros y admiración. No era muy linda pero sí delicada, además su nombre se asociaba directamente con la diosa grecorromana del amor y la belleza.

Mientras terminaba de armar los frascos, iba limpiando lo que ensuciaba. Sus pensamientos giraban en torno a la conversación que había mantenido con su sobrina tres semanas atrás: fue muy franca con ella en la confitería. Intentó recordar su propia adolescencia, aunque ella nunca había rechazado sus orígenes. Por el contrario, siempre había llevado con orgullo el hecho de ser una bruja.

Amaba a su familia y sólo quería lo mejor para su sobrina. La sentía tan distinta. Con tanto poder y también con mucho miedo. Pensaba y pensaba cómo podía hacer para ayudarla a dar el siguiente paso. A que dejara de temerle a su esencia. Las circunstancias le apremiaban, pero Venus bien sabía que la vida no siempre da tregua. Que es justamente a través del camino que una desarrolla partes de sí. Por otra parte, extrañaba mucho a Vesta, su adorada hermana mayor que la consentía con caramelos y chocolates. Venus sentía que le debía una buena vida a Catalina. Por todo lo sufrido, porque era sangre de su sangre y la familia lo era todo.

Venus recordaba lo que era tener 16 años. Aun estando orgullosa de ello, también había tenido que asimilar sus habilidades de bruja. Era difícil adaptarse. Lo que estaba atravesando Catalina era parte de una etapa de la vida, ni más ni menos, pero por algún motivo se sentía intranquila. Con su experiencia, sabía que cuando la alarma interna sonaba, había que aprender a escuchar, porque algo significaba... solo que todavía no entendía qué.

Catalina estudiaba para el examen de matemáticas que tendría dentro de dos días. Le gustaba usar su cama como escritorio, así que desparramaba las carpetas, la calculadora y los útiles sobre el acolchado, y se arrodillaba en un viejo almohadón en el suelo. Tenía un equipo de música chiquito, así que a veces conectaba su celular usando un cable USB y escuchaba sus canciones preferidas. Cuando terminó de hacer algunos ejercicios, se levantó para enchufar el móvil y despejar la mente con algunos temas tranquilos. Cuando se trataba de estudiar ciencias exactas, le gustaba el jazz, le hacía más sencillo concentrarse. La canción comenzó y a los cuarenta segundos se detuvo. Ella pensó que era un problema en el aparato, así que intentó chequear que estuviera bien conectado cuando un ruido a interferencia se hizo evidente. El celular no estaba puesto para oír radio, así que la joven apagó el equipo directamente. Se quedó meditabunda un momento, y volvió a pegar las narices a los ejercicios matemáticos.

Hacía tres semanas que no paraba de llover. La planta baja de la casa se había convertido en una tienda, con ropa colgada en sogas que atravesaban la cocina y el estudio, ahora convertido en dormitorio de Hera. En el jardín, los cultivos se ahogaban, así que, para evitar su ruina, tuvieron que inventar un sistema con caños y plásticos que desviaban la corriente torrencial de agua. Algunos no se pudieron salvar; eso implicaba que iban a tener menos materia prima para elaborar los productos. Por suerte, Venus y Artemisa habían almacenado varios frascos y con eso la tienda no iba a tener pérdida. Ambas hermanas habían renunciado a las vacaciones de verano para trabajar: sabían que los meses de frío iban a ser duros. Mientras sus tías corrían de un lado al otro en la planta baja, Catalina estudiaba en su cuarto, en el primer piso. Esta vez le tocaba literatura clásica, así que allí estaba, leyendo Orgullo y prejuicio