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Un grupo de amigos que viaja en busca de una playa prohibida, adolescentes que compiten por el mejor conjuro, brujas que hablan con los difuntos, pesadillas que siempre ocurren a la hora del diablo, forman parte de esta antología compuesta por quince historias que invitan al lector a sumergirse en el lado B del ser humano. Allí, habitan criaturas innombrables, secretos indecibles, sentimientos reprimidos y deseos voraces.
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Seitenzahl: 129
Veröffentlichungsjahr: 2019
Marañón Rodríguez, Victoria
No vayas a Playa Muerte / Victoria Marañón Rodríguez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0186-8
1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Novelas de Terror. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Pagina web del autor: www.victoriamaranonrodriguez.com
Para los amantes del terror.
Departamento compartido
Después de meses de búsqueda, Nina encontró departamento de dos ambientes con dueño directo. Las inmobiliarias eran muy burocráticas y necesitabas tener en mano más dinero del que ella tenía para pagar los sellos y trámites correspondientes. El alquiler era más barato de lo habitual y las expensas no hacían la gran diferencia. El lugar estaba bien, no era la gran cosa pero para ser la primera vez que vivía sola, era más que suficiente. Su única preocupación era la cocina que tenia mucho sarro y las cañerías del lavado se veían estropeadas por la humedad; tendría que hacerlas revisar por un plomero, a la lista mental de todo lo que iba a tener que gastar en las próximas semanas hasta instalarse definitivamente.
La idea inicial, un año atrás era mudarse con su novio Pablo, con quien estuvo en pareja por más de cuatro años hasta que él la dejó por otra así que chau plan “de a dos”, y ya no quería seguir viviendo con su madre, se llevaban bien pero había cumplido una etapa así que este era el momento: recibida de la facultad de la carrera Administración de empresas, trabajaba en una financiera hace más de dos años, había posibilidades de ascenso, estaba lista para dar el siguiente paso.
La mamá le había regalado algunas de sus ollas, herencia de su abuela, eran de muy buena calidad y sabía que su hija disfrutaba cocinando así que le iba a dar mejor uso. Por otra parte se llevó su cama de plaza y media, su librero, un escritorio y unas sillas de jardín. De a poco le daría forma a su lugar. Placard no necesitaba porque la habitación tenia uno hecho con material y puertas corredizas, en lo único que había invertido era en una escoba, un balde y otros instrumentos de limpieza. La heladera se la compró a un vecino que quería cambiarla por un modelo nuevo. Ya podía instalarse.
Se mudó un viernes por la mañana, la financiera le dio los dos días que le corresponden por mudanza pero arregló para que la dejen tomarse el lunes también aunque no eran días corridos. El sol de Septiembre le sonreía desde lo alto, el departamento estaba en un cuarto piso de un edificio de seis. Respiró profundo el aire de su independencia, bueno, al menos eso esperaba. Un nudo en la garganta la tomó por sorpresa al encontrarse rememorando toda su vida. Hace mucho que no sentía este tipo de emoción, quizás seguía sensible por la vida que no fue al lado de Pablo. Era tiempo pasado, y el pasado, pisado, o eso decían. Tomó una libreta y una lapicera para anotar los pasos siguientes, quería poner una estantería para sus libros; adoraba los policiales y quería tenerlos a la vista. Que las visitas supiesen que en esa casa de se leía ¡Ja!
Encendió su notebook y puso algo de música pop para inspirarse, quería bailar, sacudirse el estrés, la angustia y los miedos que pululaban por ahí dentro. Los cambios siempre daban miedo. Mientras daba giros al son de “Like a virgin” de Madonna, se dispuso a cocinar una pechuga de pollo a la crema con unos fetuccini, era su celebración privada. Su mamá le regaló un vino blanco espumante para brindar, vendría esa misma tarde junto a su hermana Carmín, quien le obsequiara una limpieza energética del lugar. Camila no creía mucho en esas cosas o no le daba importancia pero para su tía sí lo era y eso le bastaba. Que quemara un poco de mirra y recitara algunas plegarias no le harían ningún daño. Se sintió tentada de abrir el vino y usarlo para cocinar, que rico sabría esa crema si se la mezclaba con un poco de vino blanco. Intentó concentrarse en poner el aceite en la olla para cocinar el pollo. Con el aroma se le hacía agua la boca. Kathy Perry cantaba de fondo “Roar” pero calló de repente.
Nina miró hacía la notebook, se limpió las manos con un repasador para dirigirse hacia ella. La pantalla estaba en negro, esperaba que no se hubiera arruinado el primer día, tenía celular pero siempre prefería navegar con la notebook desde la cama. Pulsó el botón del encendido y nada, cuando se agachó a mirar se dio cuenta de que estaba desenchufada y no le había puesto la batería. Optó por lo más fácil, puso música desde el celular y siguió cocinando.
Almorzó tranquila, disfrutando de cada bocado, sentada en la silla blanca de jardín desgastada por el paso del tiempo, mientras miraba por la ventana. Ese era su nuevo barrio. Observaba cada detalle del actual paisaje; la panadería de la esquina que contaba con un sector de confitería, el almacén junto a la lavandería, el kiosco, los árboles verdes que se mecían con el viento de la reciente primavera, los transeúntes que caminaban, se saludaban, iban y venían. Iba a disfrutar largas horas allí, seguro se convertiría en su rincón favorito. Ya podía visualizar como quería decorarlo: compraría un sillón cómodo con una butaca para estirar las piernas, pondría un velador de pie y compraría una manta para taparse si sentía frío, hasta se echaría una siesta ¿Por qué no?
La puerta del baño se abrió de golpe con un estruendoso ruido. Nina se puso de pie, tirando los cubiertos, con nerviosismo, se dirigió al lugar. La vieja puerta de madera era pesada para que una corriente de aire la abriera con tal fuerza pero eso no importaba ahora, porque este era su lugar en el mundo, nada ni nadie lo arruinaría. Cuando entró en el baño vio pelos negros en el lavabo, como si alguien hubiera tomado unas tijeras y se hubiera cortado el flequillo. Eran pocos y finos desparramados por la cerámica blanca. Miró a su alrededor, husmeando en la bañera y observando la pequeña ventana circular: estaba entreabierta, tal como la había dejado ella. Pensó que quizás se metió un gato, pero le costaba trabajo creerlo. Tragó saliva mientras abrió el grifo para que el agua se llevara los pelos, y también su miedo. Para sacarse el sinsabor, abrió el botiquín y se peinó mirándose en el espejo. Tenía el pelo largo lacio, rubio oscuro. Sus ojos claros le devolvía una mirada cautelosa. Nadie arruinaría su lugar en el mundo.
A las cinco de la tarde, su madre Estela y su tía Carmín tocaron el timbre. Nina había estado limpiando y ordenando, intentando que se viera prolijo dentro de su austeridad. Ambas mujeres elogiaron el trabajo, haciendo hincapié en que se tomará las cosas con calma y fuera de a poco, era cuestión de disfrutar del proceso.
Estela trajo budín de limón, lo cortaba en rodajas mientras Nina ponía el agua el fuego para preparar unos cafés. Su tía estaba quemando unos carbones para iniciar la limpieza energética y bautizar el departamento, se los había comprado a una tal Hera, que tenía una tienda llena de cosas de brujas. La joven se rió para sus adentros, desde su punto de vista eran solo chantas aprovechándose del dinero de la gente. Había sido educada bajo la religión católica, incluso había tomado la comunión aunque nunca sintió nada, ningún llamado, ni fe, ni nada parecido. Creía en Dios porque la educaron para eso.
Vertió el agua con el saquito dentro de la taza para su madre, que había entrado al baño así que se lo ofreció a su tía quien aceptó de inmediato. Las dos se sentaron frente a la ventana para criticar a las personas que caminaban por las calles; la ropa de aquel, el vestido de aquella, ese perrito tan mono. Estela salió del baño quejándose de los pelos sobre el lavabo. La dueña de casa enmudeció, los había limpiado, no podía ser otra vez. Le contó que creía que era un gato, que se metió por la ventana queriendo beber agua del grifo, quizás. El tema no se volvió a tocar. Transcurrieron las horas hasta que se marcharon cerca de las ocho de la noche, Nina que había comido mucho budín decidió no cenar e irse a dormir temprano.
El reloj marcaba las tres en punto de la madrugada cuando el golpe de la puerta de baño despertó abruptamente a Nina, quien dio un salto en la cama, encendió la luz y se acercó a investigar con el corazón acelerado. Cuando pulsó el interruptor del baño, abrió la boca por la sorpresa: el piso, el inodoro, la bañera, los azulejos de las paredes estaban cubiertos de pelos negros, pegados como si fueran una alfombra. Definitivamente eso no era un gato. La ventana estaba cerrada totalmente, como ella misma la había dejado antes de irse a la cama. Desconcertada tocó el cabello del suelo para comprobar que eso estaba ahí, que sus ojos no la engañaban. Al tacto los sentía pegajosos, como si estuvieran cubiertos de una mucosidad. Los soltó de inmediato y se lavó en la cocina con el detergente para lavar los platos. Ante el desconcierto, buscó su teléfono móvil para sacarle una foto al estado del baño, iba a buscar en Internet que podría llegar a ser, seguro a otras personas les había ocurrido algo similar. Todo tenía una explicación. Puso la opción cámara en el celular, se fijó para que el encuadre incluyera el ambiente completo y apretó el disparador. Se oyó el click de la foto. Apagó la luz y se volvió al dormitorio, no iba a limpiar a esa hora.
Se metió bajo las sábanas mientras escribió en el buscador: pelos en el baño. Nada. Salían productos para el cuero cabelludo, recetas para no perder pelo, publicidad de shampoo. Borró la oración y volvió escribir: aparición de pelos en el baño. Los resultados de la búsqueda dieron un giro, coincidiendo en varios sitios web con el encabezado: Actividad poltergeist.
Nina no quiso mirar, era el momento ideal para tener miedo, las historias de fantasmas a esa hora son más efectivas que a pleno rayo de sol del mediodía. Cerró el buscador y abrió la carpeta con las imágenes del móvil, pulsó para ver la foto del baño. El corazón le volvió a latir aceleradamente; en el medio de los pelos, sobre la bañadera, había una figura femenina oscura, sin rostro, sin manos, solo la forma, como si se tratara de un vector hecho de pelos. Nina había tomado clases gratis de Illustrator hace unos meses cuando ganó un concurso en redes sociales, no sabía bien cómo emplearlo en su vida y nunca lo usó pero en ese instante recordó como con la pluma del programa se podían dibujar figuras, que se usaban en todo tipo de gráficas. ¿Por qué estaba pensando en Illustrator? Su mente divagaba con tal de no enfrentar el presente. No iba a tener miedo, ese departamento era ahora su lugar en el mundo.
Volvió a abrir el buscador y entró en el sitio web de actividad poltergeist, solo para arrepentirse de inmediato: Indicaba que la presencia de pelos en ciertos lugares de la casa eran una clara señal de advertencia por parte de algún difunto. También lo eran las puertas que se abrían solas, los aparatos eléctricos que dejaban de funcionar o las luces que se prenden y apagan...
La luz del baño se encendió. Nina gritó y se tapó con la ropa de cama. Recitó de memoria el Padre nuestro y el Ave María varias veces. Muchos ruidos provenían de la cocina: platos, cacerolas, cubiertos.
La joven llamó al 911 desde su teléfono, cuando la atendió el operador le explicó la situación: había alguien en el departamento y no tenía cómo defenderse de un ataque. El hombre le indicó que se esconda debajo de la cama y espere a la policía, había un patrullero a pocas cuadras. Al darle la dirección, el operador tardó en responder. Le pidió que no se preocupara que la ayuda iba en camino y que todo estaría bien.
Los ruidos se habían trasladado a la sala; las cajas y su contenido se esparcieron por el lugar. Nina realmente creyó que había un ladrón, hasta que el encargado del edificio llamó a la puerta. La mujer estaba acurrucada en el suelo frío y no quería salir. Al no responder el hombre abrió con la llaves de repuesto y dos policías entraron al lugar anunciándose a los gritos. Cuando ingresaron al dormitorio, Nina salió levantando las manos y avisando que era la dueña de casa. Los oficiales revisaron íntegramente el departamento, encontraron los pelos en el baño, el contenido de las cajas desparramadas, las ventanas y las puertas estaban cerradas, sin forzar.
El encargado del edificio, un hombre menudo que se estaba quedando pelado, estaba callado y nervioso, como si no le gustara ese lugar. Miraba las paredes con desconfianza y no quiso entrar al baño pese a que los policías insistieron. Le preguntaron a Nina si había recibido amenazas, si algún novio celoso tenía copia de la llave, sí sabía de enemigos. Nada. Solo atinó a hablarle de los pelos. Luego se arrepintió, fue en busca del celular y les mostró la foto que tomó un rato antes de que comenzaran los ruidos. Los policías la miraron incrédulos. Ella les dijo que no era ninguna broma y que estaba asustada. Jugar con la ley traía consecuencias le explicaron y se fueron disgustados.
Antes de cruzar el umbral de la puerta, el encargado se acercó a Nina y le dijo que él le creía. “Esas cosas” pasaban. Los oficiales se volvieron y uno le dijo que intente hablar con un sacerdote para ver si podían bautizar el lugar, quizás había algo pero no era asunto de la policía. El encargado los miró y les preguntó si no recordaban el caso del año pasado. El de la chica asesinada a manos de su novio. La había enganchado bailando en una fiesta de trabajo, con su mejor amigo y, loco de celos le asestó un golpe seco en el cráneo, cuando ella volvió al departamento. Cuando un vecino llamó al 911 y la policía llegó, algunos oficiales vomitaron por el espectáculo nauseabundo que había en el lugar. Las paredes pintadas con sangre y restos de cerebro, los pelos negros en el baño. Todavía recordaba el pelo largo lacio que llevaba la mujer por debajo de la cintura. Era una obra de arte hasta que el maldito se los arrancó uno por uno. Nunca lo encontraron. No tenía muchos amigos, ni familia así que debía estar suelto por ahí. ¿Quién sabe? Probablemente seduciendo a una nueva víctima de pelo largo.
A Nina se le aflojaron las piernas y cayó desmayada, en brazos del oficial más joven, quien pidió a su compañero asistencia médica. Sería mejor que no durmiera allí esa noche.
Nina miraba hipnotizada la foto del baño con la figura femenina en el centro. Cuando bajó el celular, el rostro de una mujer enojada de pelo lacio largo negro, con ojos inyectados en sangre y el cráneo aplastado, la miraba fijo. Pudo sentir el aliento caliente con olor a podrido:
—Él me mató. Él me mató.– le dijo con dificultad.
—Yo no tengo nada que ver– le suplicó Nina – No fue mi culpa.
Despertó de la pesadilla encontrándose en la sala de un hospital, acostada sobre una camilla. La enfermera de turno la saludó con dulzura y le ofreció un poco de jugo de naranja, le indicó que su mamá estaba en camino y que ella estaba bien, solo le faltaba un poco de azúcar a causa del disgusto.