La chica del tren - Agatha Christie - E-Book

La chica del tren E-Book

Agatha Christie

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Beschreibung

George Rowland, un joven a quien su tío acaba de despedir del negocio familiar, viaja en tren para alejarse de Londres. Cuando una hermosa chica irrumpe en su compartimento, suplicando frenéticamente que la esconda, termina envuelto en un inesperado misterio relacionado con la gran Duquesa de Catonia.

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Seitenzahl: 30

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Capítulo 1

—¡Y así es! —observó George Rowland resentido mientras contemplaba la imponente fachada oscurecida por el humo del edificio que acababa de abandonar.

Simbolizaba adecuadamente el poder del dinero... y el dinero, representado por William Rowland, tío de George, había expresado su opinión con total libertad. En solo diez minutos había pasado de ser el preferido de su tío y heredero de su fortuna, un joven con una prometedora carrera laboral, a formar parte de las filas del vasto ejército de los desempleados.

“Para colmo, con esta ropa ni siquiera me darán limosna”, reflexionó George tristemente, “y en cuanto a escribir versos y venderlos en la calle por dos peniques (o lo que usted quiera darme, señora), simplemente no tengo el temperamento necesario”.

Realmente George era un verdadero éxito en el arte del buen vestir. Llevaba un traje exquisitamente cortado. Poco tenía que envidiar al rey Salomón o a los lirios del campo, pero el hombre no vive sólo de trajes. Salvo que sea un sastre experto, claro. Rowland lo sabía perfectamente. “Y todo por culpa del lamentable espectáculo de anoche”, reflexionó abatido.

El lamentable espectáculo fue un baile en el Covent Garden. Rowland había regresado un poco tarde, o quizás demasiado temprano... aunque a decir verdad ni siquiera recordaba exactamente cómo ni cuándo había regresado. Rogers, el mayordomo de su tío, era un individuo útil, que, sin duda, podría dar más detalles al respecto. Un dolor de cabeza agudo, una taza de café muy cargado y la llegada a la oficina a las doce menos cinco —en lugar de a las nueve y media—, había precipitado la catástrofe.

El señor Rowland, su tío, que durante veinticuatro años se había comportado como un pariente comprensivo y benefactor en sus desembolsos, abandonó de pronto aquella actitud y se reveló bajo un aspecto completamente nuevo. La incongruencia de las respuestas de George (la cabeza del joven se abría y se cerraba como un instrumento de tortura de la Inquisición) lo encolerizaron aún más. William Rowland estaba harto, y en pocas palabras puso a su sobrino de patitas en la calle. Luego se dedicó nuevamente a la inspección interrumpida de unos yacimientos petrolíferos en Perú.

George Rowland sacudió el polvo de la oficina de su tío de sus zapatos y salió a recorrer la ciudad de Londres. Era un individuo práctico y consideró que una buena comida sería fundamental para examinar la situación. Y la tuvo. Luego dirigió sus pasos hacia la mansión familiar. Rogers le abrió la puerta, su rostro bien entrenado no demostró la menor sorpresa al ver a George a aquella hora desacostumbrada.

—Buenas tardes, Rogers. Empaca mis cosas, ¿quieres? Me marcho.

—Sí, señor. ¿Será por pocos días?

—Para siempre, Rogers. Esta tarde salgo para las colonias.

—¿De veras, señor?

—Sí. Es decir, si hay un barco adecuado. ¿Sabes qué barcos hay?

—¿Qué colonia querría visitar?

—No soy exigente. Cualquiera servirá; por ejemplo Australia. ¿Qué te parece la idea, Rogers?

Rogers carraspeó discretamente.

—Pues, señor, estoy seguro de haber oído decir que allí siempre hay sitio para cualquiera de desee trabajar con empeño.

Rowland lo contempló con interés y admiración.

—Muy bien dicho, Rogers. Precisamente lo que estaba pensando. No iré a Australia... por lo menos hoy. Búscame la guía A. B. C., ¿quieres? Escogeremos algo más cerca.

Rogers trajo la guía de ferrocarriles, y George la abrió al azar saltando las páginas con mano rápida.

—Perth... demasiado lejos... Putney Bridge... demasiado cerca. ¿Ramsgate? Creo que no. Reigate también me deja frío. Pero, ¡mira qué extraordinario! Existe un sitio llamado Castillo de Rowland. ¿Lo habías oído nombrar?

—Creo, señor, que puede llegar con Waterloo.

—Eres un hombre extraordinario, Rogers. Lo sabes todo. ¡Bien, bien, Castillo de Rowland! Quisiera saber de qué clase de lugar se trata.

—Yo diría que no es muy grande, señor.