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"La Constante Lambda" es la continuación de "La Puerta" (2021), y narra la intrigante aventura de Solingen, el Capitán Trafalgar y sus compañeros, quienes viven su aventura cósmica y se ven envueltos en un enigmático juego de poder que cruza las fronteras del tiempo y el espacio. Entre oscuros secretos y peligrosas manipulaciones, los personajes buscan desentrañar misterios que podrían cambiar el curso de la humanidad.
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2024
FERNANDO RAFAEL NUEVO VILLARAVID
Nuevo Villaravid, Fernando Rafael La constante lambda / Fernando Rafael Nuevo Villaravid. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5128-3
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com
aerofernan@hotmail.com
“Dedicado a Inés, gracias por el amor al arte”.
WACHUMA
2020
TACO POZO
CUANTO
DUEÑO DE TODO
EL DÍA DESPUÉS
ETLY
A LA QUE TE CRIASTE
PAMPA DEL INFIERNO
ATENCIÓN
CÁNONES
NO HAY LUZ SIN OSCURIDAD II
LA CARA DE DIOS
HOTEL DE LAS CUATRO ESTACIONES
LAS LLAVES
EL CHINO
EL FAVOR
EL PLAN
LA GESTIÓN
DAS HÜBSCHE MÄDCHEN
EL FONDO INFINITO
LA MISIÓN
LA GRAN ACTUACIÓN
POLARIZAR
EL TERCER OJO
Trafalgar durmió. Después de bajarse del avión, anduvo un tanto inquieto por aquí y por allá, aunque parecía no haber un aquí y un allá, puesto que la superficie donde se hallaba era idéntica en su extensión. Caminó dando vueltas alrededor del pájaro metálico. Por fin se detuvo, mirándolo. Pensaba muy profundamente, meditaba, era como una recapitulación lo que estaba haciendo.
Escenas de su vida pasaban por su juicio, escenas significativas o decisivas desfilaban frente a su sentir, mientras contemplaba cada detalle del aeroplano, cada curva, cada recta y cada remache. Era que en las distintas partes de la aeronave con sus curvas y contracurvas, su largo fuselaje y sus planos proyectados hacia distintas direcciones, estaban reflejadas otras tantas de ésta, su última existencia.
Al cabo de un rato, se volvió y dio unos cuantos pasos en dirección al agua de la mar que viera desde el aire. Se acercó, pero no llegó hasta la orilla. Se quedó largamente mirando el horizonte, como ensoñando, sin pensar. Y finalmente se dirigió hacia el lado opuesto, la gran cordillera que se divisa lejana. Aunque lo no habitual del lugar en el que se encontraba era que la luz que venía del cielo no se distinguía desde dónde lo hacía, parecía que venía de todas partes y de ninguna; había algo en el ambiente que hacía que no transpirara, que no sintiera el calor ni el frío en su larga caminata hacia las montañas, como así tampoco la sed ni el hambre, ni el agotamiento ni el hastío.
Llegó un momento en el que sintió, de pronto, una gran fatiga. Una extenuación que le ganó su físico casi de súbito. Y allí donde estaba, allí donde lo encontró el sueño, allí, que era lo mismo que allá, o que cualquier otro lugar en kilómetros a la redonda, con ese suelo extrañamente parejo, sin una brizna de pasto, sin ser modificado por el inexistente viento, y sin que le corriera agua, allí mismo se dejó caer y casi instantáneamente se volvió a quedar dormido.
“La sensación que los seres humanos experimentan de estar hartos de sí mismos, se debe al predominio del cuerpo derecho… para los chamanes de su linaje, lo que a nosotros nos parece el predominio natural del lado derecho sobre el izquierdo es una aberración, hecho que se esforzaban por corregir.”
intento
Y Antonio durmió plácidamente, largamente, mas no supo al despertar determinar el tiempo que estuvo en el sopor, no tenía cómo. En un momento dado, su conciencia se hizo nuevamente presente, bajó a su cuerpo, y se hizo necesario abrir los ojos, ya que aquélla descendió con su necesidad de aprehender el mundo que lo rodea. Volvió a cerrarlos y comenzó a percibir su físico, que se pone nuevamente en acción. Una de las primeras cosas que sintió, fue el entumecimiento de las articulaciones, y una especie de picor interno en los tobillos y aún en las muñecas, lo que le hizo doblar los pies con fuerza, como exprimiéndolos a un lado y otro, para luego comenzar a estirarse y comprobar que los músculos le dolían como si hubiera hecho un gran esfuerzo físico días antes. Sintió sus tendones y ligamentos sufrir un poquito, un cierto choquecillo eléctrico por aquí y por allá, y su cabeza giraba a un lado y otro, mientras mantenía los ojos entreabiertos. Este reconocimiento de su complexión duró cierto tiempo, hasta que abrió los ojos nuevamente, para ver alrededor.
Olvidó subrepticiamente todas las sensaciones corporales, para ver su realidad aparte que era la del desierto monótono, y que era un enigma por resolver en su mente, y del que trató de escapar pues caminando, dirigiendo su mirada aproximadamente hacia los cero treinta grados, pudo contemplar a su gusto, a sus anchas, una elevación que automáticamente le recordó a una especie de ruina, no recordaba bien dónde la hubo visto, si en alguna realidad que le tocó transitar en su tierra natal, donde existen muchísimos vestigios de éste tipo, aunque en su mayoría sin investigar, hacia el noroeste o hacia el sur de su país; o fue en algún viaje, en alguna parte del mundo, o si en realidad era un recuerdo remoto de fotografías o videos que miró años antes, cuando era estudiante de arte.
Apoyándose en el suelo con su mano derecha, comenzaba a incorporarse, cuando toda su atención fue atraída por la novedad que captaban sus ojos, pero en aquél instante, de igual modo, se hizo sentir una necesidad, y un deseo, que era la sed y el ansia de saciarla. A pesar del poco tiempo transcurrido, había perdido la costumbre de tener esos sentimientos y necesidades básicas, a lo que claramente se había acostumbrado en breve. Y ahora súbitamente lo acosaba la sed. Todo su mundo se volvió sed. Se puso de pie, y ya no percibió ningún resquemor en el cuerpo, todo era saciar esa necesidad de beber. Al principio un poco dificultosamente, fue dando pasos hacia la elevación. Se fue acercando, para ver que la misma tenía una escalinata construida en piedra, ya un poco desarreglada, con algunos bloques por aquí y por allá fuera de lugar, y lo que rodea a dicha escalera es una especie de cerro, una pirámide, una elevación del terreno, y como recordando algo, justamente antes de resolverse a avanzar un poco más y subir, observó alrededor suyo.
Hizo un barrido con la mirada de trescientos sesenta grados, hacia la izquierda, girando sobre sí mismo, hasta quedar enfrentado a la pirámide otra vez. Todo estaba igual, el paisaje era el mismo, aunque Antonio Trafalgar no prestó demasiada atención a lo que veía, fue como algo tangencial, hasta algo que no enfocó demasiado con su vista física, su giro tuvo más bien el intento de un acecho sobre sí mismo. Pero en su inconsciente, vio, o corroboró que toda la extensión seguía siendo la inmensa llanura estéril, que no había nada de su interés, que en el momento era, básicamente, saciar la tremenda sed que sentía. De esta manera, decidió, ya que no había otra cosa que hacer, y a pesar de significar un cierto esfuerzo, un consiguiente aumento de su sed, subir al misterioso montículo que tenía frente a sí.
Adelantó el pie izquierdo, luego el derecho, con una lentitud que era como tomar impulso, dio otro paso con el izquierdo, otro con el derecho, se sucedieron otros con un poco más de convencimiento, y luego algunos con más ganas y rapidez, hasta que estuvo justo frente a la escalinata. Miró hacia abajo, al primer escalón de piedra, una roca labrada en forma de prisma rectangular, una pieza única que abarca el ancho de la hilera de peldaños que suben. Acto seguido alzó la cabeza, y con ella sus ojos miraron y lograron distinguir el último escalón. A un lado, como asomando para mirar hacia abajo, llegó a ver un árbol, una planta, no supo bien qué, pero alguna cosa se asomaba y destacaba su impronta desde la cima, esto fue tomado por Tony como una señal, lo que lo llevó a subir la escalera a paso vivo.
Sin interrupción llegó, mas con el paso no tan vivo, y el aliento que se le escapaba, ya que el montículo tendría unos cincuenta metros de altura. Pero a medida que subía, conseguía ver mejor aquello que le llamó la atención desde abajo. Iba subiendo escalón por escalón, echando miradas hacia arriba cada tanto, digamos cada diez o doce pasos, para ver la evolución de la vista que tenía de aquél ser u objeto que lo tenía intrigado. Y cuando puso ambos pies sobre lo que parecía ser la plataforma superior de aquélla pirámide, pudo ver claramente, con sus brazos algo curvados, pero extendidos hacia el cielo, el grueso tronco central alzándose y tratando de tocar los invisibles rayos solares, a un gran cactus que crecía un poco a la izquierda de la desembocadura de la escalera, y casi en el medio de la irregular terraza del montículo.
Se quedó mirándolo, mientras recuperaba un poco su aliento y volvía a sentir con intensidad la sed que llegara a olvidar en el entusiasmo por alcanzar la cima y verificar de qué se trata el ser que allí se encuentra. Y el cacto lo miraba a él, a Antonio, porque es evidente que de aquél vegetal emana una energía que el piloto puede captar, tal vez la planta le diga algo así como: tengo algo para vos, o soy tu salvación en medio de este desierto y en medio de esta situación, soy tu vehículo.
Trafalgar pensó que los cactus tienen una gran reserva de agua, y que eso era lo que él necesitaba. Pero para llegar hasta la misma debería tener paciencia, pues el wachuma tiene largas espinas que lo recubren. Después de un período de observación del que la verde manifestación vegetal fuera objeto por parte del comandante, éste comenzó a apreciar el paisaje que lo rodeaba, la vista desde la antigua pirámide es excepcional en todos sus ángulos posibles, él mira el mar ya bastante lejano con un arrobamiento que le provoca el agua, aún desde lejos; y ve el avión estacionado en la lejanía, diminuto, como un juguetito que su mano extendida puede alcanzar y tomar.
La necesidad de beber ha pasado nuevamente a un segundo plano, como cuando venía subiendo la escalera; hacia el lado opuesto puede percibir la majestuosidad inmensa de la cadena montañosa desde una perspectiva muy favorable, y sus picos, que se elevan hasta alturas impensadas, le dan una nueva energía, la de la tierra y las rocas; y la sed es un pensamiento, y el hambre, y el cansancio son pensamientos, como el que se le ocurre, de que antes de quedarse dormido, no vio ninguna pirámide, ningún montículo, y por más que atisbó en rededor, en el infinito, no vio nada, pero aquí y ahora está parado sobre el túmulo.
La elevación que se alza en la llanura, está compuesta de rocas principalmente, y él tendrá que utilizar tal elemento para cortar el cactáceo y poder acceder a su conocimiento y a su agua. Anduvo inspeccionando con la vista para encontrar una piedra que se adecúe a sus propósitos, de las muchas que por allí abundaban de todas formas y tamaños, hasta que halló una a un costado de la escalera, muy próxima a donde ésta desemboca en la plataforma de altura. Más bien chica, de un lado presenta algo así como un borde filoso, lo suficientemente como para hacer mella en la planta, conservando las manos lo bastante lejos como para no pincharse; del lado opuesto, una sección larga y un poco ancha como para que una de sus manos lo mantenga firme mientras efectúa el corte. Estudió para ver cuál es la parte a la vez más accesible, y la que menos lastimara al cacto, es decir, la que le quitara la parte más pequeña posible desde donde él está, ya que el wachuma es relativamente alto, unos siete metros aproximadamente desde su base, hasta la cima del tronco central, y luego consta éste ejemplar, de varios brazos que se alzan, arrancando desde una altura de un metro y alcanzando hasta casi seis en sus partes más altas.
Después de evaluar varias posibilidades, decidió perforar el tronco principal circularmente, calando con un diámetro de unos veinte centímetros, ya que el tronco tiene una anchura que lo permite con holgura. Pero antes, debía eliminar las espinas todo alrededor. Otra piedra, más chica que la que Trafalgar tomó inicialmente, ésta en forma bastante puntiaguda, le sirvió para, con paciencia, ir sacando las púas que crecen en grupitos distribuidos con mucha equidistancia, pinchándose cada tanto inevitablemente. Despejó de espinas una superficie de unos cuarenta centímetros cuadrados más o menos, y por fin hundió el filo de la piedra inicial. Al hacer el movimiento de sacar la piedra, después de herir la carne de nuestro amigo Pedrito, éste hizo un sonido muy particular, que impresionó un poco a Antonio, como una queja, un hondo suspiro, un algo que de pronto se libera. El piloto se detuvo. Observó. Tal vez vio. Entonces le habló, le dijo al cactus, que sentía hacerle esto, lastimarlo, que lo perdonara, ya que era una necesidad la que lo llevaba a hacerlo, de lo contrario moriría deshidratado, y le agradeciendo profundamente el hecho de estar ahí, y de permitirle tomar un trozo de su ser, agregó que estaban en la misma, ya que al morir, él mismo iría a alimentar seguramente a alguna planta con su cuerpo yaciente.
Una sección de forma cónica fue saliendo del cuerpo verde, dejando ver su resplandeciente y esponjoso interior, de color blanco, y compuesto evidentemente por un gran porcentaje de agua. Así lo cortó Antonio, para poder quitar el trozo, y un poco encantado con la blancura resplandeciente del interior ahora sacado a la luz, lo mordió en el extremo. Absorbía con avidez el agua, que le chorreaba por las comisuras de su boca, y a medida que veía calmar su sed, parecióle que aumentaba un olvidado apetito, por lo que no vino mal comerse también la suave carne del noble vegetal, y continuó hasta masticar también la cobertura gruesa, transparente, la que el capitán sacaba de entre sus dientes, esta parte no le pareció comestible, pero la corteza, de un verde muy vivo en su interior, se la fue deglutiendo. Al terminar, habiendo saciado su sed principalmente, y un poco de apetito que le vino por añadidura, sintió tranquilidad, un poco de abandono de sí mismo o de la situación, una falta de preocupación que lo llevó a sentarse con las piernas cruzadas mirando en dirección este. Por pura intuición entendió que la pirámide estaba construida con orientaciones cardinales.
Los pensamientos que acosaban a su mente se fueron alejando. Dejó de hablarse a sí mismo, su mente se paró. Así, el mundo que lo rodea pierde solidez. Pueden captarse otros mundos de esta manera. Antonio empieza a distinguir, los Ve. La experiencia personal no requiere pruebas empíricas. Está en cada uno, creer en lo que cada uno Ve, en lo que a cada uno le dice su conciencia, su intuición. Percibir y sentir, físicamente su cuerpo manifiesta sus percepciones, cosquilleos que suben, ganas de reírse; en lo que enfoque su atención las sensaciones son cada vez más intensas, los latidos de su corazón, un pulso que viene de la contracción y dilatación universal, instantes en los que el abandono de su cuerpo es muy grande, y se acuesta en el suelo elevado, y se revuelca, y otros en los que siente una gran energía y camina, da vueltas por la plataforma ahí arriba. Alguna vez, como su inquietud fuera mucha, bajó la escalera para caminar bien a sus anchas por la superficie de la muy grande llanura, mas luego tornó a subir, pues se le antojó mucho mejor contemplarla desde arriba de la pirámide y a veces ésta parecía flotar por el espacio, y es cierto que va notando otras realidades por sobre la que estamos acostumbrados, las observa simultáneamente, no interfieren una con otra, están ahí para Verlas, para advertirlas sin buscar explicación.
Sin los prejuicios, los preconceptos formulados por la mente, que nos fueron inculcados desde que nacimos, la enseñanza de un mundo pre formateado, con infinidad de condicionantes que forman distintos acuerdos y que nos impiden ver cuántas posibilidades hay de captar la vida, diferentes tonales de épocas; sin estas cuestiones, se puede mirar con mayor claridad, y se llega a Ver realmente que de igual manera es en mundos más allá del que nos toca vivir, y que todos los anteriores asuntos y diferencias son casi sutiles si las comparamos con los universos que están a nuestra disposición, nos impedían ver justamente esto, mundos sobre mundos, mundos debajo de mundos, realidades que son reales una sobre otra, una más allá de la otra, podemos recorrerlas desapegadamente o quedar atrapados en cada una de ellas, como estamos hoy atrapados por esta realidad que se nos presenta tan compleja porque estamos demasiado sumergidos en ella, con cosas cotidianas que parecen muy grandes y muy importantes porque nos lo enseñaron así, y abarcan nuestra mente sin dejarnos Ver, así transcurren nuestras vidas, ahogados en un vasito con agua. Creyendo en una única realidad. Y se entiende que si uno decide no formar parte de los acuerdos del mundo, no digo que de golpe, pero de a poco se puede ver con más y más claridad, que uno puede dejar de involucrarse en ciertos convenios en los que no participó.
Ahora está acostado en el suelo, con su ojo izquierdo mira muy de cerca la tierra, arenilla en la que va penetrando a través de sus granos, los que adquieren una categoría de átomos, y la dualidad le muestra que se pueden Ver dos mundos a la vez, y que hay más de dos, muchos más.
Y cuando toca un trozo húmedo del wachumita, siente una electricidad que le va recorriendo los brazos desde las manos, desde los dedos, desde las mismas yemas muy intensamente y se expande por todo el cuerpo, se perciben las energías en sus formas más puras, se las ve al mismo tiempo que la materia, y se sienten con todos los sentidos, más alguno que otro que se agrega a los cinco conocidos; el aire, el viento, son sensaciones que hacen poner los pelitos de punta, advierte un cosquilleo desde adentro, desde el pecho, o desde más allá, que lo hace tener espasmos muy agradables, se ríe aparentemente sin sentido, escucha voces, entremezcladas al principio, luego consigue identificar algunas de ellas, seres desencarnados que le hablan, hay otros estados de la consciencia donde los sentidos físicos se amplían increíblemente, y son sus correspondientes etéricos los que actúan, los que se despiertan, por eso puede oír sonidos muy distantes y escuchar voces que vienen del más allá, donde quiera que esto sea.
Hasta que en un instante, una voz muy poderosa, muy particular, le pregunta si quiere seguir en la dimensión en la que circunstancialmente está, en lo que digamos se llama su vida, o si ya quiere dejar este valle para siempre. Y él dice y contesta, sin abrir la boca, ya que esto transcurre en otro plano, que se queda, que aún tiene cosas por hacer, por aprender, por conocer. Casi instantáneamente, siente una especie de pesadez, se vuelve a poner su cuerpo, vuelve a la tierra, es casi como en sus vuelos, luego de andar por las alturas regresa al suelo, lo siente intensamente, la materialidad pesa y después de haber pasado por esta experiencia de viajar a través de distintas realidades, el pisar la superficie densa es un poco duro.
Cae en una ensoñación en la que vuelve a caminar por un desierto, una llanura interminable, no ve nada en la lejanía más que el horizonte llano y monótono, y en el piso, charcos de agua estancada por aquí y por allá, mientras ráfagas de viento lo sacuden por entero haciendo volar granos de arena que le pegan en el rostro, cuando advierte que el sol, ahora visible, y desde lo alto, casi desde el cenit, le hace llegar un calor excesivo, y el sudor sale de todos sus poros, y le chorrea de su cabeza, desde su cabello, le cae en los ojos, éstos le arden, no puede ver con claridad, se los frota y el ardor aumenta, y la oscuridad que se le pone delante como un velo, termina de cerrarse sobre él.
Entiende que hay alguien ahí afuera de su ser, llamándolo. Se encuentra flotando y viajando por cosmos inauditos, pero hay algo que lo llama a seguir con su diálogo interno, a reafirmar, como viene sucediendo desde que nació a esta última existencia, un mundo determinado. Insisten, Antonio abre los ojos dificultosamente, no sabe bien lo que mira, hasta que logra enfocar.
—¿Qué está haciendo acá?
Es cuando el capitán del Boeing 737 que se cayera en el oeste del Chaco, consigue ver a un hombre de uniforme celeste y morado, que insiste:
—Oiga, si sabe que no se puede estar acá, les dicen que no salgan, ¡y salen!
Una vez que pudo discernir quién le hablaba, y comprendiendo lo inaudito de su situación, aun parpadeando trabajosamente y tratando de poner en orden su mente -ahora sí la necesita-, mira a su alrededor, césped, un arbusto muy cerca, la gramilla continúa más allá, algunos focos de luz, se percata de que es de noche Tony. Tuvo que girar rápidamente la cabeza, pues el uniformado le hablaba.
—Oiga, entrégueme sus documentos.
Desde atrás llegaba otro oficial diciendo:
—¿Y a éste, qué le pasa, está en pedo?
Trafalgar reaccionó, incorporándose un poco.
—No, no estoy borracho, me venció el sueño… disculpe, ya me voy…
—Su documento, por favor, señor.
Antonio comenzó a ponerse en pie, tratando de ignorar el cansancio, y el dolor que le ganaba las articulaciones y los entumecidos músculos. Tanteó y encontró su porta documentos en el bolsillo trasero izquierdo del pantalón, donde siempre se halló, y respiró más tranquilo. Aunque no tenía idea de dónde estaba ni de cómo había llegado hasta allí, el uniforme del policía le pareció tenerlo visto de una forma bastante seguida con anterioridad. Sacó, y extendiendo la mano, le acercó su documento de identidad al uniformado, el cual se lo manoteó y agarrándolo de un brazo le decía:
—Me va a tener que acompañar, señor…
El policía ya comenzaba a caminar, Antonio se mantuvo firme.
—Pero ¿por qué? ¿Por estar durmiendo en una plaza?
—Usted sabe que no puede estar acá y menos a esta hora…
—Perdón, ¿por qué no puedo estar acá? ¿Y qué tiene que ver la hora?
—Se lo están diciendo todo el día: quédense en su casa, pero no, salen igual.
—Llegué de viaje del extranjero, ¿qué está pasando?
—Ah, ¿usted es uno de los repatriados?
—¿Qué? Ahh, siii, sí…
—¿Y ése uniforme? ¿Usted es piloto? Pero está todo sucio, ¿Ingirió alcohol?
—No, ¡le pido que me diga qué está pasando!
—Lo de la pandemia… bueno, vamos para la comisaría, tengo orden de llevar a todo el que ande por la calle.
—No, espere…
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