LA ESPOSA DEL JEQUE - Trish Morey - E-Book
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LA ESPOSA DEL JEQUE E-Book

Trish Morey

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Beschreibung

¿La había convertido en su reina sólo porque era virgen? El jeque Tajik al Zayed bin Aman necesitaba una esposa y la tradición exigía que fuera una mujer pura. Por eso nada más ver a Morgan Fielding, con su aspecto recatado, en su mente surgió un plan… Morgan Fielding no comprendía qué podía ver en ella un hombre como Tajik, que sin duda podría tener a cualquier mujer que desease. Pero en cuanto llegó a su país, él anunció que iba a convertirla en su esposa… y acostarse con ella sería sólo el principio.

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Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Capítulo 1

QUIÉN es ella? –con tres palabras, el jeque Tajik al Zayed bin Aman cortó en seco las tediosas explicaciones de su secretario. El vuelo había sido largo y la extraña que había visto fugazmente sentada junto a la piscina resultaba mucho más interesante que las cifras sobre las fluctuaciones en el cambio de la moneda de su emirato–. ¿Qué hace aquí?

Kamil dejó un momento de recitar números y siguió la mirada de su jefe a través de la ventana.

–Es la que contratamos como acompañante de su madre cuando Fatima enfermó. Le informé de ello cuando estaba en París en la cumbre del petróleo... –el secretario dudó, temeroso de haberse sobrepasado al contratar a una occidental como acompañante de Nobilah.

–Es verdad –dijo Tajik al recordar la apendicitis que había enviado a Fatima al hospital–. Es que no esperaba que la nueva acompañante de Nobilah fuera tan joven –«ni tan atractiva», pensó. Incluso desde lejos se veía que los rasgos de la mujer no eran comunes. Aunque iba tapada de pies a cabeza, era digna de ver–. Pero ¿por qué está sola y no cuidando de mi madre?

Como si fuera una señal, Nobilah salió del vestidor con la oscura abaya, que llevaba desde la muerte de su marido, revoloteando al viento. La joven se puso en pie y ajustó la sombrilla para proteger a la mujer del sol de Queensland, antes de ayudarla a sentarse. Después, se sentó ella misma, tomó un periódico y empezó a mover los labios mientras leía en voz alta.

El jeque no pudo evitar sonreír al ver cómo su madre reía. Había sido un año duro... para todos, y era agradable verla reír. No tardaría en oír su propia risa. Se lo merecía tras las tensas y, en ocasiones, acaloradas negociaciones de la semana anterior, y mientras disfrutaban de la última semana de vacaciones de verano juntos.

–Voy a saludar a Nobilah para que sepa que he vuelto de París –dijo por encima del hombro–. ¿Hay algo más, Kamil?

–Pues, en realidad, excelencia –Kamil carraspeó–, hay un asunto...

–¿No puede esperar? Tengo ganas de ver a mi madre.

–Creo que querrá oír esto, excelencia.

–Y bien, ¿de qué se trata? –Tajik miró sorprendido a su secretario. El hombre lo conocía lo suficientemente bien como para saber que no debía molestarle con un asunto banal.

–Han llegado rumores desde casa... Al parecer, Qasim ha llevado ante el consejo de los jefes tribales su preocupación por la sucesión...

–¿Y te pareció más importante informarme sobre el cambio de la moneda de Jamalbad que sobre las maquinaciones a mis espaldas de mi primo? –la sangre de Tajik se heló ante la noticia y dirigió su ira contra Kamil.

–La noticia acaba de llegar –el secretario tuvo el buen juicio de mostrarse nervioso mientras inclinaba la cabeza con deferencia–. Todavía no ha sido confirmada...

–¡Pues que te la confirmen! –espetó Tajik mientras empezaba a pasear por la sala–. Y explícame por qué iba mi primo a llevar ese asunto al consejo. Si me sucediera algo a mí, él sabe que es el siguiente en la línea de sucesión. Su puesto está asegurado.

–Al parecer ha comunicado a los miembros del consejo su temor de que el futuro de Jamalbad no esté asegurado hasta que haya un heredero.

–Mi padre falleció hace apenas un año –Tajik se paró en seco–, ¡junto a Joharah! ¿Pretende Qasim que vierta mi semilla dentro de la primera mujer que se cruce en mi camino? Además, todo el mundo sabe que mi primo es un instigador de inestabilidad más que de paz, de lo contrario, ¿estaría causando problemas a mis espaldas?

–Qasim encubre sus aspiraciones al trono con una aparente preocupación por Jamalbad. Y algunos miembros del consejo le toman la palabra.

–Y algunos miembros del consejo se dejarían arrastrar por la danza de la cobra –Tajik golpeó un puño cerrado contra el mueble más cercano, con tanta fuerza que su secretario dio un salto–. ¡Hay que pararlo! Si los rumores son ciertos, debemos volver a Jamalbad de inmediato. Encárgate de los preparativos.

–Pero antes –Kamil dudó–, hay algo más que debería saber. Se dice que ha anunciado al consejo que le ha encontrado la novia perfecta.

–¿Que ha hecho, qué? ¿Y quién es la encantadora criatura con la que la víbora de mi primo quiere unirme?

–Su hija, Abir.

–En nombre de Alá –Tajik soltó una carcajada–. ¡Si no es más que una niña! No puede tener más de diez años. ¿Tanto ansía el trono que está dispuesto a sacrificar a su propia hija?

–Abir va a cumplir catorce años. Edad más que suficiente para desposarse si el consejo lo estima adecuado.

–¡Conmigo no! No me dejaré manipular por un chiflado para casarme con una niña a la que le doblo la edad, sobre todo siendo su hija, para que él pueda acercarse más al trono.

–Cuidado, excelencia –Kamil frunció el ceño–. Por lo que se dice, algunos miembros del consejo están a favor de la unión. Piensan que el duelo ya ha durado bastante tiempo y que es hora de que deje la vida de playboy para encontrar una novia apropiada que proporcione un heredero para Jamalbad. Qasim asegura que actúa por su bien y que lo mejor, también para Jamalbad, es que anuncie su inminente compromiso.

–¿Y desde cuándo la vida de soltero se considera una vida de playboy? –suspiró él. Dada su edad y situación, podía disponer de cuanta mujer deseara, pero la pérdida de Joharah le había hecho perder interés y cada vez eran menos y más espaciadas las mujeres en su vida.

Tajik miró por la ventana mientras la sangre le martilleaba en las sienes. Qasim pretendía empujarle a traición a un compromiso. Eso explicaba la condescendencia mostrada por él cuando le había informado de su intención de alejar a su madre del horrible calor de Jamalbad y llevársela al frescor del trópico de Australia.

Pero, de ninguna manera iba a dejarse manipular de ese modo. Ni iba a casarse con la hija adolescente de su primo. ¡Ni hablar!

Tajik se pasó la mano por los cabellos y comenzó a pasear nuevamente por la sala mientras pensaba en la mejor estrategia para ganarle la partida a su primo. Podría limitarse a decir que no. A fin de cuentas era el soberano de Jamalbad. El consejo era una organización poderosa por derecho propio, pero sólo podía aconsejar, nunca decretar y, aunque no les gustara su negativa a casarse con Abir, no podían obligarle a hacerlo.

En su mente se abrió paso otra estrategia para cortar de raíz las maquinaciones de Qasim a la vez que contentaba al consejo.

–No, Kamil –aseguró–. No me casaré con Abir, ni con ninguna que mi primo pueda buscarme.

–Muy bien, excelencia. En cuanto reciba la confirmación de que los rumores son ciertos, prepararé un mensaje para enviarlo al consejo.

–No hay necesidad de ello. Si el consejo quiere una novia, quedará satisfecho.

–¿Y cómo pretende hacerlo si no se casa con Abir?

–Muy sencillo, Kamil, me buscaré mi propia novia.

–¿Está seguro, excelencia?

La mirada que recibió de su señor, bastó para que el secretario balbuceara una disculpa, que fue interrumpida en seco por la mano alzada del jeque.

–De lo que estoy seguro es de no querer dejarme manipular como una marioneta por mi primo. Haré lo que sea para frustrar sus planes de hacerse con el trono de Jamalbad.

–Pero, una novia... no puede casarse con cualquiera. La esposa del soberano de Jamalbad debe ser pura de cuerpo y mente –el secretario hizo un gesto de desesperación–. ¿Cómo espera encontrar esa joya aquí? –el rostro de Kamil se oscureció a causa del rubor mientras balbuceaba una protesta–. ¿Acaso no ha visto a las mujeres en la playa? No creo que el consejo las aceptara como reina.

Tajik asintió mientras volvía a dirigir su mirada al otro lado de la ventana. En Jamalbad, las tradiciones eran importantes y, aunque su educación occidental le había hecho comprender que la idea de que una mujer debía llegar virgen al matrimonio mientras que el hombre podía esparcir su semilla dónde y con quién quisiera no era más que un hipócrita doble rasero, el consejo esperaría que su esposa fuera pura. Aun así, estaba seguro de que encontraría a alguien que podría pasar por una «virgen apropiada», en algún lugar. Siempre que a él le gustara, no tendría problema para convencer al consejo de su virtud.

El movimiento en la piscina hizo que se fijara más atentamente. Desde luego era muy atractiva, en sentido occidental, con una bonita figura a pesar de la ropa conservadora y los rubios cabellos, demasiado tirantes, recogidos en la nuca. Estaría mucho mejor vestida con una ropa más femenina que marcara sus curvas. Sin embargo, su aspecto conservador era un punto a favor en aquel momento.

El jeque se acarició la barbilla mientras sopesaba la posibilidad. Piel clara, cabellos rubios y unos labios carnosos. No se parecía en nada a Joharah. Y ése era otro punto a favor.

Sintió una punzada de culpabilidad ante la idea de considerar nuevamente el matrimonio. Pero no sería un matrimonio como lo habría sido el de Joharah. Sería simplemente una manera de impedir los planes de Qasim para hacerse con el trono, y traería estabilidad a Jamalbad.

Eso bastó para soñar con la dicha que sentiría al presentar a esa mujer como su esposa. Su belleza era un punto a favor. Y acostarse con ella no supondría ningúnesfuerzo. Él era un hombre. No podía haber modo más agradable de fastidiar los planes de su primo.

–Quizás, Kamil –murmuró–, no haga falta llegar hasta la playa. Cuéntame –prosiguió mientras señalaba a la joven que había dejado de leer el periódico para pintarle las uñas a su madre–, ¿has hecho las suficientes comprobaciones sobre esa mujer?

No era una pregunta. Sabía que la respuesta sería afirmativa, de lo contrario no habría sido contratada, pero consiguió confundir al secretario.

–Por supuesto. Está limpia. Sus referencias son impecables y no hemos encontrado ninguna relación sospechosa.

–¿Y su vida privada?

–No está comprometida. Tiene una hermana gemela que se casó hace poco y que tiene un hijo.

–Perfecto –anunció Tajik con frialdad–. Entonces no hay que dejarla escapar.

–¿A qué se refiere? –preguntó Kamil, sin querer saber realmente la respuesta.

–Es muy sencillo, amigo mío –contestó el jeque mientras apoyaba una mano en el hombro de su secretario–. Al encontrar a la acompañante perfecta para mi madre, le has hecho un gran servicio a tu país. Y puede que también hayas encontrado la reina perfecta para Jamalbad.

Capítulo 2

ES UNA locura, excelencia. Tomar una esposa, darle una reina a su país. Es algo muy serio. –Tienes razón, Kamil –contestó él con una fraternal palmada en la espalda–. Demasiado serio para que decida mi primo por mí. –Pero, ¿qué necesidad hay, si sabe que el consejo no puede obligarle a casarse con Abir?

–Escucha, amigo mío. ¿Crees que si me niego a casarme con Abir, Qasim desistirá en sus propósitos? Por supuesto que no. Seguirá intentándolo y echará mano de todas sus influencias sobre el consejo para lograrlo –Tajik se encogió de hombros–. Y en una cosa Qasim y el consejo tienen razón: Jamalbad necesita un heredero y, desgraciadamente, no puedo proporcionárselo sin una esposa que no tengo ningún interés en buscar –señaló con una mano hacia la ventana–. Sobre todo si a pocos metros hay un ejemplar aparentemente tan adecuado, que no se parece en nada a tus mujeres de la playa. Estoy seguro de que puedo convencer al consejo de que posee todas las virtudes necesarias. Y ahora, dime, la acompañante de mi madre, ¿tiene nombre?

–Morgan Fielding, excelencia –Kamil negó con la cabeza, pero antes dejaría de respirar que desobedecer a su soberano–. Pero, ¿qué le hace pensar que accederá a casarse con usted?

–Venga ya, Kamil –Tajik rió ante la ridícula idea–, es una mujer, y si crees todo lo que dice mi primo sobre mi vida de playboy. Con esa fama, ¿qué mujer se me iba a resistir?

Aquel día era un típico día en la Costa Dorada. El cielo era de un azul infinito, interrumpido únicamente por las estelas blancas de los aviones y acompañado de una ligera brisa. Las palmeras ondeaban perezosamente en los jardines que rodeaban la piscina y la luz brillaba como diamantes sobre el agua.

Si existía el trabajo perfecto, aquél debía parecerse bastante: días de descanso en un precioso entorno, y nada que hacer salvo acompañar a una mujer fascinante de un país no menos fascinante. Le encantaban las historias que Nobilah le había relatado sobre Jamalbad. Lograba hacerle ver las puestas de sol en el desierto, y sus colores, aromas y sonidos.

Era un trabajo de ensueño. Y era una lástima que se fuera a acabar en dos semanas. La dulce Nobilah volvería a Jamalbad y ella a la agencia de empleo temporal. Jamás volvería a tener semejante golpe de suerte. Lo más probable era que terminara trabajando diez horas diarias para algún chiflado, en alguna oficina de mala muerte.

Menos de dos semanas... de manera que lo mejor sería disfrutar de la experiencia.

Morgan cerró los ojos y respiró hondo. El aroma del frangipán le añadía dulzura al aire. Si se esforzaba, casi podía imaginarse en casa de Nobilah, en Jamalbad, con el cálido aire del desierto besándole la piel, y el dulce aroma de los naranjos despertando sus sentidos.

Una sombra surgió y el sol desapareció tras una nube. Pero entonces recordó que no había ninguna nube en el cielo.

Abrió los ojos y se sobresaltó al encontrarse con un hombre, de pie, frente a ella. Un hombre alto, fuerte y moreno cuyos rasgos eran indistinguibles a causa de la luz que la cegaba. Aun sin ver sus ojos, ella supo que ese hombre era un extraño. Aun sin ver sus ojos, sintió el impacto de los mismos que la quemaba como elácido. Él la miraba. Fijamente. La estudiaba.

Ella se puso en pie para reducir, al menos en parte, la ventaja que le daba su estatura. Pero eso no bastó, ya que él aún le sacaba una cabeza, aunque al menos pudo contemplar sus ojos.

E inmediatamente lo lamentó.

Eran unos ojos dorados con destellos de brasas ardientes que brillaban aún más por el contraste con las oscuras pestañas y las cejas arqueadas, junto con los sombreados ángulos de las mejillas y la mandíbula.

Ella jamás se había visto frente a alguien tan completa y descaradamente masculino. Y nunca había tenido esa sensación tan fuerte de ser un insecto bajo un microscopio. Pero, al mismo tiempo, había algo fascinante en esos ojos dorados que le impedía desviar la mirada.

Ella tragó con dificultad e intentó ahogar el insano torrente de sensaciones que la inundaba.

Atracción.

Deseo.

Miedo.

–¿Puedo ayudarlo? –preguntó ella al fin cuando el silencio se hubo alargado mucho más de lo correcto, y estaba claro que él no iba a romperlo.

–Ésa es mi intención –él sonrió atrayendo la mirada de ella sobre sus carnosos labios. Unos labios que parecían capaces de proporcionar tanto placer como dolor.

Antes de que ella pudiera reaccionar, Nobilah se volvió en la hamaca.

–Tajik, ¡has vuelto! ¿Por qué no me has avisado?

Él desvió su atención hacia la mujer mayor, interrumpiendo el contacto visual con la joven.

–Las negociaciones terminaron pronto –dijo él mientras se abrazaban fuertemente y él la levantaba en vilo–. Quería darte una sorpresa.

–¡Y lo has hecho! –dijo ella–. ¡Qué alegría!

Morgan observaba el encuentro mientras esperaba el momento adecuado para retirarse. De modo que aquél era el hijo de Nobilah, el jeque. Ella había esperado a alguien mayor, quizás en la cuarentena, dado que Nobilah pasaba de los sesenta, pero ese hombre no estaba lejos de los treinta. Nobilah siempre había hablado de él como de un niño de pelo oscuro que había crecido salvaje en el desierto de Jamalbad, y convertido en príncipe cuando su padre fue proclamado inesperadamente jeque. Un niño arrancado de su vida y arrojado a otra mucho más exigente y opresiva.

Al contemplarlo, no vio rastro de ese chico salvaje. La realeza lo envolvía. Su compostura, su porte, su presencia. Podría haber nacido para reinar.

–¿De modo que ésta es tu nueva acompañante? –él se volvió y la miró a los ojos, pero sin soltar la mano de su madre–. Y cuéntame, ¿qué tal es?

–Compruébalo tú mismo –le reprendió la mujer–. Te la presentaré.

Morgan se tensó al acercarse la anciana con el hombre. Como si fuera necesario. Ya había visto bastante mientras la había observado de pie. Y si hablar de ella en tercera persona había tenido el propósito de incomodarla, había acertado de pleno. Ella le dedicó una mirada llameante.

–Morgan Fielding –dijo él lentamente sin evidenciar si había percibido la desaprobación de ella. El sonido de su propio nombre la envolvió como algo ajeno a ella misma.

Su acento era como una mezcla de café intenso y chocolate negro, e hizo que el nombre de ella resultara apetecible al paladar. No, se corrigió ella mientras contemplaba unos dientes que brillaban tras unos labios demasiado confiados y depredadores, hacía que su nombre sonara como algo lo bastante bueno para ser devorado. Ella tembló ante la mirada que confirmaba su impresión. Esos ojos dorados la miraron hambrientos, como si intentaran llegar a algún lugar de su interior, un lugar que ella ni siquiera sabía que existía. Instintivamente, supo que aquel hombre no hacía nada a medias.

De repente, él extendió una mano y ella no tuvo elección, a pesar de las advertencias de su instinto, salvo hacer lo mismo.

Unos fuertes y largos dedos se cerraron sobre la muñeca de ella en una sensual danza de piel contra piel mientras él la acercaba hacia sí. Con la mirada fija en sus ojos, ella no tuvo fuerzas para resistirse. Y cuando pensaba que la iba a atraer hacia él lo bastante como para besarla, se paró en seco y sonrió.

–En efecto es... un placer.

–Jeque Tajik –el corazón de ella martilleaba en el pecho–. He oído hablar mucho de usted.

–Pues juega con ventaja –la sonrisa se hizo más amplia–, porque yo no sé nada de usted... algo que pretendo solucionar en cuanto pueda, se lo aseguro.

Los ojos dorados dejaban claro que cada palabra era cierta y el ligero roce del pulgar contra la muñeca la inundó de calor.

–Taj –Nobilah lo reprendió con una risa–, deja de coquetear con mi acompañante. Acércate y cuéntame todo sobre París. Pediré té.

–Yo... yo lo traeré –se ofreció Morgan mientras sonreía a Nobilah con gratitud. Liberó su mano y se dirigió a la casa, incapaz de ignorar el cosquilleo sobre la piel, como si un par de dorados ojos estuvieran fijos en su espalda.

¿Nobilah pensaba que flirteaba con ella? Entonces, ¿por qué las palabras le habían resultado tan amenazadoras? ¿Y por qué el roce de sus dedos parecía encerrar una promesa?

Morgan tembló de nuevo mientras intentaba librarse de las extrañas sensaciones que la invadían y entraba en el salón de la casa para dirigirse a la cocina. Casi había llegado cuando oyó las voces, uniforme y baja de Kalim y elevada de Anton, el chef de uno de los mejores hoteles de Brisbane.

–Tengo contrato –protestaba el chef–. ¡No permitiré que me despidan!

Morgan se paró en seco. No era buen momento. Pero, ¿por qué despedían a Anton? No tenía sentido. Su cocina tenía tres estrellas Michelin y sus menús eran extraordinarios. Nobilah no ocultaba el hecho de que le gustaría llevárselo con ella de vuelta a Jamalbad.

–Despedido no –contestó Kamil en tono conciliador, aunque insistente–. Se le abonará en un pago único lo que le faltaba por percibir, junto con una generosa gratificación por las molestias.

Anton mostró su desagrado y Morgan estaba a punto de marcharse cuando oyó de nuevo la voz de Kamil.

–Salimos hacia Jamalbad mañana por la mañana. Sólo tendrá que prepararnos un desayuno ligero y después podrá marcharse. Dispondrá de todo el día para recoger sus cosas antes de que se cierre la casa.

¿Se marchaban? ¿Al día siguiente? Por eso despedían al chef. Y si no necesitaban un chef...

Ella se quedó parada mientras asimilaba la certeza de que sus propios servicios estaban a punto de terminar prematuramente.

Había pensado que aún le quedaban dos semanas como acompañante de Nobilah. Pero, al parecer, le quedaban menos de veinticuatro horas. ¡Maldición! Un trabajo de nueve a cinco en algún apestoso agujero iba a resultarle muy vulgar después de ese puesto.

–¿Señorita Fielding?

Morgan pestañeó y se volvió para encontrarse a Kamil que la observaba desde la puerta de la cocina, y se preparó mentalmente para recibir el golpe de gracia. Kamil era quien la había contratado. Si sus servicios llegaban a su fin, lo mejor sería acabar con ello lo antes posible.

–¿Deseaba algo? –el secretario se limitó a mirarla fijamente.

–Nobilah quiere tomar el té –tras dudar unos segundos, y mientras esperaba recibir la noticia de su despido, Morgan contestó.

–Anton, té para Nobilah, por favor –dijo Kamil tras contemplarla con una expresión mezcla de preocupación y algo parecido a la piedad–. ¿Deseaba algo más?

–No –susurró ella, «tú me dirás», pensó–. Sólo té.

–En ese caso, por favor discúlpeme. Tengo mucho que hacer. Anton tendrá el té preparado en unos minutos.

El secretario se dio la vuelta, pero Morgan sintió la repentina necesidad de saber.

–Kamil...

–¿Sí? –contestó él, volviéndose hacia ella.

–Lo... lo siento, pero no pude evitar oír la conversación. ¿Se marchan a Jamalbad mañana?

–En efecto –Kamil inclinó la cabeza.

–¿Todos? ¿Incluyendo a Nobilah?

–Eso es.

–Ah –susurró ella–. Entiendo.

–Si eso es todo... –Kamil dudó un instante y, una vez más, apareció la expresión de piedad en su rostro, pero en un segundo desapareció, sustituida por la habitual máscara de eficacia.

–Sí, claro –dijo ella. La partida de toda la comitiva requería muchos preparativos y Morgan le dejó marchar.

Mientras salía de la cocina con la bandeja del té, Morgan se preguntó por la extraña expresión en el rostro del secretario. A lo mejor Kamil daba por hecho que ella esperaba una generosa gratificación por la terminación de su contrato...

No hacía falta preocuparse por eso. Anton había estado con ellos durante la mayor parte de los dos meses, y era un chef de primera clase, mientras que ella había sido la acompañante de Nobilah durante algo más de una semana. En esas circunstancias, estaría más que satisfecha con que le pagaran lo estipulado en su contrato.

Morgan aflojó el paso mientras el pulso se le aceleraba alocadamente al acercarse a Nobilah y su hijo. Caminaban juntos a lo largo del paseo empedrado que bordeaba la gran piscina de estilo italiano. Junto a Tajik, la madre parecía una enana. Era una mujer menuda de generosas curvas, cuya elegancia no lograba ocultar la abaya que llevaba puesta y cuya tela revoloteaba al viento al andar.

A su lado iba Tajik. Alto y de anchos hombros, parecía esculpido en piedra y haber recibido el aliento de los dioses. Su suéter azul claro marcaba el ancho pecho y abdomen plano. Sus pantalones oscuros resaltaban sus caderas y largas piernas.

Mientras ella miraba, él inclinó la cabeza hacia su madre y Morgan pudo apreciar el firme ángulo de la mandíbula y el recto perfil de la nariz. Todo en ese hombre rezumaba fuerza, incluso los ojos dorados moteados de fuego y el apasionado contorno de sus labios.

¿Tenía su vuelta algo que ver con la repentina marcha de la familia? No podía ser casualidad. Hasta ese momento no había habido la menor mención sobre el regreso a Jamalbad.

No había nada que hacer. Con un suspiro, Morgan se dirigió a la piscina donde la pareja continuaba su paseo. Oculta tras los árboles podría dejar la bandeja sobre la mesa y marcharse para que madre e hijo disfrutaran de su mutua compañía. No sentía ningún deseo de ser nuevamente víctima de las bromas, o las miradas, del jeque Tajik, sobre todo por la desconcertante habilidad que tenía para meterse bajo su piel.

Morgan sonrió amargamente. Al menos la rescisión repentina de su contrato poseía la ventaja de no tener que volver a tener ningún contacto con él. Y eso ya era un consuelo.

Desde el instante en que ella salió de la casa, él lo supo, y percibió su presencia con un suspiro de satisfacción. Había tardado mucho, demasiado, en ir a buscar una simple tetera y él se preguntó si no la habría asustado. En cuanto Nobilah había mencionado la palabra, «té», la joven había salido disparada a refugiarse en la casa.

Mientras le relataba a su madre los planes para volver a casa, el jeque había esperado con expectación la reaparición de Morgan, pero, incluso entonces, la joven había dudado, como una temblorosa virgen camino de su boda, sin saber muy bien qué le esperaba.

Tajik sonrió mientras su madre se encaminaba hacia la casa para supervisar los preparativos.