Libro I
De los morales de Aristóteles,
escritos a Nicomaco, su hijo, y por esta causa llamados
nicomaquios
En el primer libro inquiere Aristóteles
cuál es el fin de las humanas acciones, porque entendido el fin,
fácil cosa es
buscar los medios para lo alcanzar; y el mayor peligro que hay en
las
deliberaciones y consultas, es el errar el fin, pues, errado éste,
no pueden ir
los medios acertados. Prueba el fin de las humanas acciones ser la
felicidad, y
que la verdadera felicidad consiste en hacer las cosas conforme a
recta razón,
en que consiste la virtud. De donde toma ocasión para tratar de las
virtudes.
En el primer capítulo propone la
difinición del bien, y muestra cómo todas las humanas acciones y
elecciones van
dirigidas al bien, ora que en realidad de verdad lo sea, ora que
sea tenido por
tal. Pone asimismo dos diferencias de fines: unos, que son
acciones, como es el
fin del que aprende a tañer o cantar, y otros, que son obras fuera
de las
acciones, como es el fin del que aprende a curar o edificar.
Demuestra asimismo
cómo unas cosas se apetecen y desean por sí mismas, como la salud,
y otras por
causa de otras, como la nave por la navegación, la navegación por
las riquezas,
las riquezas por la felicidad que se cree o espera hallar en las
riquezas.
Capítulo I
Cualquier arte y cualquier doctrina, y
asimismo toda acción y elección, parece que a algún bien es
enderezada. Por
tanto, discretamente difinieron el bien los que dijeron ser aquello
a lo cual
todas las cosas se enderezan. Pero parece que hay en los fines
alguna
diferencia, porque unos de ellos son acciones y otros, fuera de las
acciones,
son algunas obras; y donde los fines son algunas cosas fuera de las
acciones,
allí mejores son las obras que las mismas acciones. Pero como sean
muchas las
acciones y las artes y las sciencias, de necesidad han de ser los
fines también
muchos. Porque el fin de la medicina es la salud, el de la arte de
fabricar
naves la nave, el del arte militar la victoria, el de la disciplina
familiar la
hacienda. En todas cuantas hay desta suerte, que debajo de una
virtud se
comprenden, como debajo del arte del caballerizo el arte del
frenero, y todas
las demás que tratan los aparejos del
caballo; y la misma arte de caballerizo, con
todos los
hechos de la guerra, debajo del arte de emperador o capitán, y de
la misma
manera otras debajo de otras; en todas, los fines de las más
principales, y que
contienen a las otras, más perfectos y más dignos son de desear que
no los de
las que están debajo de ellas, pues éstos por respecto de aquéllos
se
pretenden, y cuanto a esto no importa nada que los fines sean
acciones, o
alguna otra cosa fuera dellas, como en las sciencias que están
dichas.
Presupuesta esta verdad en el capítulo
pasado, que todas las acciones se encaminan a algún bien, en el
capítulo II
disputa cuál es el bien humano, donde los hombres deben enderezar
como a un
blanco sus acciones para no errarlas, y cómo éste es la felicidad.
Demuestra
asimismo cómo el considerar este fin pertenece a la disciplina y
sciencia de la
república, como a la que más principal es de todas, pues ésta
contiene debajo
de sí todas las demás y es la señora de mandar cuáles ha de haber y
cuáles se
han de despedir del gobierno y trato de los hombres.
Capítulo II
Pero si el fin de los hechos es aquel
que por sí mismo es deseado, y todas las demás cosas por razón de
aquél, y si
no todas las cosas por razón de otras se desean (porque desta
manera no ternía
fin nuestro deseo, y así sería vano y miserable), cosa clara es que
este fin
será el mismo bien y lo más perfeto, cuyo conocimiento podrá ser
que importe
mucho para la vida, pues teniendo, a manera de ballesteros, puesto
blanco,
alcanzaremos mejor lo que conviene. Y si esto así es, habemos de
probar, como
por cifra, entender esto qué cosa es, y a qué sciencia o facultad
toca tratar
dello. Parece, pues, que toca a la más propria y más principal de
todas, cual
parece ser la disciplina de república,
pues ésta ordena qué sciencias conviene que haya en las ciudades, y
cuáles, y hasta
dónde
conviene
que
las
aprendan
cada
uno.
Vemos
asimismo
que
las
más honrosas de todas las facultades debajo de
ésta se
contienen, como el arte militar, la sciencia que pertenece al
regimiento de la
familia, y la retórica. Y pues ésta de todas las demás activas
sciencias usa y
se sirve, y les pone regla para lo que deben hacer y de qué se han
de guardar,
síguese que el fin désta comprenderá debajo de sí los fines de las
otras, y así
será éste el bien humano. Porque aunque lo que es bien para un
particular es
asimismo bien para una república, mayor, con todo, y más perfeto
parece ser
para procurarlo y conservarlo el bien de una república. Porque bien
es de amar
el bien de uno, pero más ilustre y más divina cosa es hacer bien a
una nación y
a muchos pueblos. Esta doctrina, pues, que es sciencia de
república, propone
tratar de todas estas
cosas.
En el capítulo III nos desengaña que en
esta materia no se han de buscar demonstraciones ni razones
infalibles como en
las artes que llaman matemáticas, porque esta materia moral no es
capaz dellas,
pues consiste en diversidad de pareceres y opiniones, sino que se
han de
satisfacer con razones probables los lectores. Avísanos asimismo
cómo esta
doctrina requiere ánimos libres de pasión y sosegados, ajenos de
toda codicia y
aptos para deliberaciones, cuales suelen ser los de los que han
llegado a la
madura edad. Y así los mozos en edad o costumbres no son
convenientes lectores
ni oyentes para esta doctrina, porque se dejan mucho regir por sus
proprios
afectos, y no tienen, por su poca edad, experiencia de las obras
humanas.
Capítulo III
Pero harto suficientemente se tratará
desta materia, si conforme a la subjeta materia se declara. Porque
la claridad
no se ha de buscar de una misma suerte en todas las razones, así
como ni en
todas las obras que se hacen. Porque las cosas honestas y justas de
que trata
la disciplina de república, tienen tanta diversidad y escuridad,
que parece que
son por sola ley y no por naturaleza, y
el mismo mal tienen en sí las cosas buenas, pues
acontece
muchos por causa dellas ser perjudicados. Pues se ha visto perderse
muchos por
el dinero y riquezas, y otros por su valentía. Habémonos, pues, de
contentar
con tratar destas cosas y de otras semejantes, de tal suerte, que
sumariamente
y casi como por cifra, demostremos la verdad; y pues tratamos de
cosas y
entendemos en cosas que por la mayor parte son así, habémonos de
contentar con
colegir de allí cosas semejantes; y desta misma manera conviene que
recibamos
cada una de las cosas que en esta materia se trataren. Porque de
ingenio bien
instruido es, en cada materia, hasta tanto inquirir la verdad y
certidumbre de
las cosas, cuanto la naturaleza de la cosa lo sufre y lo permite.
Porque casi
un mismo error es admitir al matemático con dar razones probables,
y pedirle al
retórico que haga demostraciones. Y cada uno, de aquello que
entiende juzga
bien, y es buen juez en cosas tales y, en fin, en cada cosa el que
está bien
instruido, y generalmente el que en toda cosa está ejercitado. Por
esta causa
el hombre mozo no es oyente acomodado para la disciplina de
república, porque
no está experimentado en las obras de la vida, de quien han de
tratar y en
quien se han de emplear las razones de esta sciencia. A más desto,
como se deja
mucho regir por las pasiones de su ánimo, es vano e inútil su oír,
pues el fin
de esta sciencia no es oír, sino obrar. Ni hay diferencia si el
hombre es mozo
en la edad, o si lo es en las costumbres, porque no está la falta
en el tiempo,
sino en el vivir a su apetito y querer salir con su intención en
toda cosa.
Porque a los tales esles inútil cita sciencia, así como a los que
en su vivir
no guardan templanza. Pero para los que conforme a razón hacen y
ejecutan sus
deseos, muy importante cosa les es entender esta materia. Pues
cuanto a los
oyentes, y al modo que se ha de tener en el demostrar, y qué es lo
que
proponemos de tratar, basta lo que se ha
dicho.
En el capítulo IV vuelve a su propósito,
que es a buscar el fin de las obras de la vida, y muestra cómo en
cuanto al
nombre de todos convenimos, pues todos decimos ser el fin universal
de nuestra
humana vida la felicidad, pero en cuanto a la cosa discrepamos
mucho. Porque en
qué consiste, esta felicidad, no todos concordamos, y así recita
varias
opiniones acerca de en qué consiste la
verdadera
felicidad;
después
propone
el
modo
que
ha
de
tener
en
proceder,
que es de las cosas más entendidas y
experimentadas por
nosotros, a las cosas más escuras y menos entendidas, porque ésta
es la mejor
manera de proceder para que el oyente más fácilmente perciba la
doctrina.
Capítulo IV
Digamos, pues, resumiendo, pues toda
noticia y toda elección a bien alguno se dirige, qué es aquello a
lo cual se
endereza la sciencia de república y cuál es el último bien de todos
nuestros
hechos. En cuanto al nombre, cierto casi todos lo confiesan, porque
así el
vulgo, como los más principales, dicen ser la felicidad el sumo
bien, y el
vivir bien y el obrar bien juzgan ser lo mismo que el vivir
prósperamente; pero
en cuanto al entender qué cosa es la felicidad, hay diversos
pareceres, y el
vulgo y los sabios no lo determinan de una misma manera. Porque el
vulgo juzga
consistir la felicidad en alguna destas cosas manifiestas y
palpables, como en
el regalo, o en las riquezas, o en la honra, y otros en otras
cosas. Y aun
muchas veces a un mismo hombre le parece que consiste en varias
cosas, como al
enfermo en la salud, al pobre en las riquezas; y los que su propria
ignorancia
conocen, a los que alguna cosa grande dicen y que excede la
capacidad dellos,
tienen en gran precio. A otros algunos les ha parecido que fuera
destos muchos
bienes hay algún bien que es bueno por sí mismo, por cuya causa los
demás
bienes son buenos. Relatar, pues, todas las opiniones es trabajo
inútil por
ventura, y basta proponer las más ilustres, y las que parece que en
alguna
manera consisten en
razón.
Pero habemos de entender que difieren
mucho las razones que proceden de los principios, de las que van a
parar a los
principios. Y así Platón, con razón, dudaba y inquiría esto, si es
el camino de
la doctrina desde los principios, o si ha de ir a parar a los
principios; así
como en la corrida, dende el puesto al paradero, o al contrario.
Porque se ha
de comenzar de las cosas más claras
y
entendidas,
y
éstas
son
de
dos
maneras:
porque
unas
nos
son
más
claras a nosotros, y otras, ellas en sí mismas,
son más
claras. Habremos, pues, por ventura, de comenzar por las cosas más
entendidas y
claras a nosotros. Por tanto, conviene que el que conveniente
oyente ha de ser
en la materia de cosas buenas y justas, y, en fin, en la disciplina
de
república, en cuanto a sus costumbres sea bien acostumbrado. Porque
el
principio es el ser, lo cual si bastantemente se muestra, no hay
necesidad de
demostrar el por qué es; y el que desta suerte está dispuesto, o
tiene, o recibe
fácilmente los principios; y el que ninguna destas cosas tiene,
oiga lo que
Hesíodo dice en estos
versos:
Aquel que en
toda cosa
está instruido,
varón será
perfecto y acabado;
siempre
aconsejará
lo más valido.
Bueno también
será el que, no enseñado,
en el tratar
sus
cosas se rigiere
por parecer del
docto y buen letrado.
Mas el que ni
el desvío lo entendiere,
ni tomare del
docto el buen consejo,
turbado terná
el
seso y mientras fuere,
será inútil
en todo, mozo y viejo.
En el capítulo V refuta las opiniones de
los que ponen la felicidad en el regalo mostrando ser esta opinión
más de gente
servil y afeminada que de generosos corazones. Ítem de los que
piensan que
consiste en ser muy honrados y tenidos en estima. Porque ponen el
fin de su
felicidad fuera de sí mismos y de su potestad, pues la honra más
está en mano
del que la hace que del que la recibe. Asimismo la de los que
pretenden que
consiste en la virtud, porque con la virtud se compadece sufrir
trabajos y
fatigas, lo cual es ajeno de la felicidad. Al fin reprehende a los
que ponen la
felicidad en las riquezas, pues la felicidad por sí misma es de
desear, y las
riquezas por causa de otro siempre se desean.
Capítulo V
Pero nosotros volvamos al propósito.
Porque el bien y la felicidad paréceme que con razón la juzgan,
según el modo
de vivir de cada uno. Porque el vulgo y gente común por la suma
felicidad
tienen el regalo, y por esto aman la vida de regalo y pasatiempo.
Porque tres
son las vidas más insignes: la ya dicha, y la civil, y la tercera
la
contemplativa. El vulgo, pues, a manera de gente servil, parece que
del todo
eligen vida más de bestias que de hombres, y parece que tienen
alguna excusa,
pues muchos de los que están puestos en dignidad, viven vida cual
la de
Sardanápalo. Pero los ilustres y para el tratar las cosas aptos, la
honra
tienen por su felicidad; porque éste casi es el fin de la vida del
gobierno de
república. Pero parece que este fin más sumario es que no aquel que
inquirimos,
porque más parece que está en mano de los que hacen la honra, que
no en la del
que la recibe, y el sumo bien paréceme que ha de ser proprio y que
no pueda así
quitarse fácilmente. A más de esto, que parece que procuran la
honra para
persuadir que son gente virtuosa, y así procuran de ser honrados de
varones
prudentes, y de quien los conoce, y por cosas de virtud. Conforme,
pues, al
parecer déstos, se colige ser la virtud más digna de ser tenida en
precio que
la honra, por donde alguno por ventura juzgará ser ésta con razón
el fin de la
vida civil. Pero parece que la virtud es más imperfeta que la
felicidad, porque
parece que puede acontecer que el que tiene virtud duerma o que
esté ajeno de
las obras de la vida, y allende desto, que se vea en trabajos
y
muy
grandes
desventuras,
y
al
que
desta
suerte
viviere,
nenguno
lo
terná,
creo,
por
bienaventurado,
sino
el
que
esté
arrimado
a
su
opinión.
Pero
desta materia basta; pues en las Circulares Cuestiones
bastante ya tratamos dello. La tercera vida es la
contemplativa, la
cual consideraremos en lo que trataremos adelante. Porque el que se
da a
adquirir dineros, es persona perjudicial; y es cosa clara que el
dinero no es
aquel sumo bien que aquí buscamos, porque es cosa útil y que por
respecto de
otra se desea. Por tanto, quien quiera con más razón juzgará por
fin cualquiera
de las cosas arriba ya propuestas,
pues
por
sí
mismas
se
aman
y
desean.
Pero
parece
que
ni
aquéllas
son el sumo bien, aunque en favor dellas muchas razones se han
propuesto. Pero
esta materia quede ya a una parte.
Lo que en el capítulo VI trata, más es
cuestión curiosa y metafísica, que activa ni moral [cuestión activa
se llama la
que trata de lo que se debe o no debe hacer, porque consiste en
actos
exteriores, y por esto se llama activa, como si es bien casarse o
edificar], y
para aquel tiempo en que aquellas opiniones había, por ventura
necesaria, pero
para el de agora del todo inútil. Y así el lector pasará por ella
ligeramente,
y si del todo no la entendiere, ninguna cosa pierde por ello de la
materia que
se trata. Disputa, pues, si hay una Idea o especie o retrato común
de todos los
bienes en las cosas. Para entender esto así palpablemente, se
presupone, que
por no haber cierto número en las cosas singulares, y porque de día
en día se
van mudando y sucediendo otras en lugar dellas, como en el río una
agua sucede
a otra, y así el río perpetuamente se conserva, nuestro
entendimiento, como
aquel que tiene la fuerza del conocimiento limitada, no puede tener
dellas
certidumbre, que esto a solo Dios, que es el hacedor de ellas,
pertenece; y así
consideralas en una común consideración, en cuanto son de
naturaleza semejante;
y a las que vee que tienen tanta semejanza en su ser, que en cuanto
a él no hay
ninguna diferencia entre ellas, hácelas de una misma especie o
muestra; pero a
las que vee que en algo se parecen y en algo difieren, como el
hombre y el
caballo, hácelas de un mismo género y de diversa especie, y cuanto
mayor es la
semejanza, tanto más cercano tienen el género común, y cuanto mayor
la
diferencia, más apartado; como agora digamos que entre el hombre y
el caballo
mayor semejanza de naturaleza hay, que no entre el hombre y el
ciprés, y mayor
entre el hombre y el ciprés, que entre el hombre y los metales,
pues el hombre
y el caballo se parecen en el sentido, de que el ciprés carece, y
el hombre y
el ciprés en el vivir, nacer y morir, lo que no tienen los metales.
Y así más
cercano parentesco o género o linaje habrá entre el ser del hombre
y del
caballo, que no entre ellos y el ciprés; y más entre ellos y el
ciprés, que
entre ellos y los metales, y esto es lo que llaman categoría o
predicamento de
las cosas. Pero si vee que no convienen en nada, hácelos de género
diverso,
como el hombre y la
blancura,
entre
cuyo
ser
no
hay
ninguna
semejanza.
Y
de
las
cosas
debajo
destas comunes consideraciones entendidas, tiene sciencia
nuestro entendimiento; que de las cosas así por menudo tomadas
(como arriba
dijimos), no puede tener noticia cierta ni segura, por ser ellas
tantas y tan
subjetas a mudanza. Esta filosofía los que no entendieron cayeron
en uno de dos
errores, porque unos dijeron que no se podía tener sciencia ni
certidumbre de
las cosas, como fueron los filósofos scépticos, cuyos capitanes
fueron Pirrón y
Herilo, y los nuevos Académicos dieron también en este error;
otros, como
Parménides y Zenón, por no negar las sciencias, dijeron que las
muestras o
especies de las cosas realmente estaban apartadas de las cosas
singulares, por
cuya participación se hacen las cosas singulares, como con un
sello se sellan
muchas ceras, y que éstas ni nacían ni morían, sino que estaban
perpetuamente,
y que dellas se tenía sciencia. Pero esta opinión o error ya está
por muchos
refutado, y también nosotros, en los comentarios que tenernos
sobre laLógica
de
Aristóteles, lo refutamos largamente. Viniendo, pues, agora al
propósito de las
palabras de Aristóteles: presupuesto que hobiese ideas o especies
de cada cosa,
como decía Parménides, prueba que no puede haber una común idea de
todos los
bienes, pues no tienen todos una común naturaleza, ni todos se
llaman bienes
por una misma razón, lo cual había de
ser así en las cosas que tuviesen una común idea. Y también que
donde
una cosa se dice primeramente de otra y después por aquélla se
atribuye a otra,
no pueden las dos tener una común natura. Como los pies se dicen
primero en el
animal, y después por semejanza se dicen en la mesa y en la cama;
los pies de
la mesa y de la cama no ternán una común idea con los del animal; y
lo mismo
acontece en los bienes, que unos se dicen bienes por respectos de
otros, y así
no pueden tener una común idea. Pero ya, en fin, dije al principio,
que esta
disputa era fuera del propósito, y que no se debe tener con ella
mucha
cuenta.
Capítulo VI
Mejor será, por ventura, en general,
considerarlo y dudar cómo se dice esto. Aunque esta, cuestión será
dificultosa,
por ser amigos nuestros los que ponen las Ideas. Aunque parece que,
por
conservación de la verdad, es más conveniente y cumple refutar las
cosas
proprias, especialmente a los que son filósofos; porque siendo
ambas cosas
amadas, como a más divina cosa es bien hacer más honra a la verdad.
Pues los
que esta opinión introdujeron, no ponían Ideas en las cosas en que
dijeron
haber primero y postrero, y por esto de los números no hicieron
Ideas; lo bueno,
pues, dícese en la sustancia y ser de la cosa, y en la calidad, y
en la
comparación o correlación. Y, pues, lo que por sí mismo es y
sustancia,
naturalmente es primero que lo que con otro se confiere, porque
esto parece
adición y accidente de la cosa. De suerte que éstos no ternán una
común Idea. A
más desto, pues, lo bueno de tantas maneras se dice como hay
géneros de cosas
(pues se dice en la sustancia como Dios y el entendimiento, y en la
cualidad
como las virtudes, y en la cantidad como la medianía, y en los que
se confieren
como lo útil, y en el tiempo como la ocasión, y en el lugar como el
cenador, y
otros semejantes), cosa clara es que no ternán una cosa común, y
universalmente
una; porque no se diría de todas las categorías, sino de una sola.
Asimismo,
que pues los que debajo de una misma Idea se comprehenden, todos
pertenecen a
una misma sciencia, una misma sciencia trataría de todas las cosas
buenas. Pero
vemos que hay muchas aun de aquellos bienes que pertenecen a una
misma
categoría, como de la ocasión, la cual en la guerra la considera el
arte
militar, en la enfermedad la medicina. Y de la medianía en el
manjar, trata la
medicina, y en los ejercicios, la gimnástica. Pero dudaría alguno,
por ventura,
qué quieren decir, cuando dicen «ello por sí mismo», si es que en
el mismo
hombre y en el hombre hay una misma definición, que es la del
hombre, porque en
cuanto al ser del hombre, no difieren en nada. Porque si esto es
así, ni un
bien diferiría de otro en cuanto bien, ni aun por ser bien perpetuo
será por
eso más bien, pues
lo
blanco
de
largo
tiempo
no
es
por
eso
más
blanco,
que
lo
blanco
de
un
día.
Más
probablemente
parece
que
hablan
los
pitagóricos
del
bien,
los
cuales
ponen el uno en la conjugación que hacen de los
bienes, a
los cuales parece que quiere seguir Espeusippo. Pero, en fin,
tratar desto toca
a otra materia. Pero en lo que está dicho parece que se ofrece una
duda, por
razón que no
de
todos los bienes tratan las propuestas razones,
sino que
los bienes que por si mismos se pretenden y codician, por sí mismos
hacen una
especie, y los que a éstos los acarrean o conservan, o prohíben los
contrarios,
por razón déstos se dicen bienes en otra manera. Por donde parece
cosa
manifiesta, que los bienes se dirán en dos maneras: unos por sí
mismos, y otros
por razón de aquéllos. Dividiendo, pues, los bienes que son por sí
buenos de
los útiles, consideremos si se dicen conforme a una común Idea.
Pero ¿cuáles dirá
uno que son bienes por sí mismos, sino aquellos que, aunque solos
estuviesen,
los procuraríamos haber, como la discreción, la vista, y algunos
contentamientos y honras? Porque estas cosas, aunque por respecto
de otras las
buscamos, con todo alguno las contaría entre los bienes que por sí
mismos son
de desear, o dirá que no hay otro bien sino la Idea, de manera que
quedará
inútil esta especie. Y, pues, si éstos son bienes por sí mismos, de
necesidad
la difinición del bien ha de parecerse una misma en todos ellos, de
la misma
manera que en la nieve y en el albayalde se muestra una difinición
misma de
blancura. Pues la honra, y la discreción, y el regalo, en cuanto
son bienes,
tienen definiciones diferentes. De manera que lo bueno no es una
cosa común
según una misma Idea. Pues ¿de qué manera se dicen bienes? Porque
no parece que
se digan como las cosas que acaso tuvieron un mismo nombre, sino
que se llamen
así, por ventura, por causa que, o proceden de una misma cosa, o
van a parar a
una misma cosa, o por mejor decir, que se digan así por analogía o
proporción.
Porque como sea la vista en el cuerpo, así sea el entendimiento en
el alma, y
en otra cosa otra. Pero esta disputa, por ventura, será mejor
dejarla por
agora, porque tratar della de propósito y asimismo de la Idea, a
otra filosofía
y no a ésta pertenece. Porque si el bien que a muchos comúnmente se
atribuye,
una cosa es en sí y está apartado por sí mismo, cosa clara es que
ni el hombre
lo podrá hacer, ni poseer, y aquí buscamos el bien que pueda ser
capaz de lo
uno y de lo otro. Por ventura, le parecerá a alguno ser más
conveniente
entender el mismo bien conferiéndolo
con los bienes
que se hacen
y poseen.
Porque
teniéndolo
a
éste
como
por
muestra,
mejor
entenderemos
las
cosas
que
a
nosotros fueren buenas, y, entendiéndolas, las
alcanzaremos. Tiene, pues, esta disputa alguna probabilidad, aunque
parece que
difiere de las sciencias. Porque
aunque
todas
ellas
a
bien
alguno
se
refieren,
y
suplir
procuran
lo
que
falta, con todo se les pasa por alto la noticia
dél, lo
cual no es conforme a razón que todos los artífices ignoren un tan
gran socorro
y no procuren de entenderlo. Porque dirá alguno ¿qué le aprovechará
al tejedor
o al albañir para su arte el entender el mismo sumo bien, o cómo
será mejor
médico o capitán el que la misma Idea ha considerado? Porque ni aun
la salud en
común no parece que considera el médico, sino la salud del hombre,
o por mejor
decir la de este particular hombre, pues en particular cura a cada
uno. Pero,
en fin, cuanto a la presente materia, basta lo tratado.
Concluida ya la disputa, si hay una
común Idea de todos los bienes, la cual, como el mismo Aristóteles
lo dice, es
ajena de la moral filosofía, y por esto se ha de tener con ella
poca cuenta,
vuelve agora a su propósito y prueba cómo la felicidad no puede
consistir en
cosa alguna de las que por causa de otras se desean, porque las
tales no son
del todo perletas, y la felicidad parece, conforme a razón, que ha
de ser tal,
que no le falte nada.
Capítulo VII
Volvamos, pues, otra vez a este bien que
inquirimos qué cosa es: porque en diferentes hechos y diferentes
artes parece
ser diverso, pues es uno en la medicina
y
otro
en
el
arte
militar,
y
en
las
demás
artes
de
la
misma
suerte,
¿cuál será, pues, el bien de cada una, sino aquel
por cuya
causa se trata todo lo demás? Lo cual en la medicina es la salud,
en el arte
militar la victoria, en el edificar la casa, y en otras cosas,
otro, y, en fin,
en cualquier elección el fin; pues todos, por causa déste, hacen
todo lo demás.
De manera que si algo hay que sea fin de todo lo que se hace, esto
mismo será
el bien de todos nuestros hechos, y si muchas cosas lo son, estas
mismas lo
serán. Pero pasando adelante, nuestra disputa ha vuelto a lo mismo;
pero
habemos de procurar de más rnanifiestamente declararlo. Pues por
cuanto los
fines, según parece, son diversos,
y
déstos
los
unos
por
causa
de
los
otros
deseamos,
como
la
hacienda, las flautas y, finalmente, todos los
instrumentos,
claramente se vee que no todas las cosas son perfetas; pero el sumo
bien cosa
perfeta parece que ha de ser; de suerte que si alguna cosa hay que
ella sola
sea perfeta, ésta será sin duda lo que buscamos, y si muchas, la
que más
perfeta dellas. Más perfeto decimos ser aquello que por su proprio
respecto es
procurado, que no aquello que por causa de otro, y aquello que
nunca por
respecto de otro se procura, más perfeto que aquello que por sí
mismo y por
respecto de otro se procura, y hablando en suma, aquello es perfeto
que siempre
por su proprio respecto es escogido y nunca por razón y causa de
otra cosa. Tal
cosa como ésta señaladamente parece que haya de ser la felicidad,
porque ésta
siempre por su proprio respecto la escogemos, y por respecto de
otra cosa
nunca. Pero la honra, y el pasatiempo, y el entendimiento, y todos
géneros de
virtudes, escogémoslos cierto por su proprio respecto, porque
aunque de allí
ninguna cosa nos hobiese de redundar, los escogeríamos por cierto,
pero también
los escogemos por causa de la felicidad, teniendo por cierto que
con el favor y
ayuda déstos habemos de vivir dichosamente. Pero la felicidad nadie
por causa
destas cosas la elige, ni, generalmente hablando, por razón de otra
cosa
alguna. Pero parece que lo mismo procede de la suficiencia, porque
el bien
perfeto parece que es bastante. Llamamos bastante, no lo que basta
para uno que
vive vida solitaria, pero también para los padres, hijos y mujer, y
generalmente para sus amigos y vecinos de su pueblo, pues el
hombre,
naturalmente, es amigo de vivir en comunidad. Pero hase de poner en
esto tasa,
porque si lo queremos extender hasta los padres y agüelos, y hasta
los amigos
de los amigos, será nunca llegar al cabo dello. Pero desto
trataremos adelante.
Aquello, pues, decimos ser bastante, que sólo ello hace la vida
digna de
escoger, y de ninguna cosa falta, cual nos parece ser la felicidad.
Demás
desto, la vida que más de escoger ha de ser, no ha de poder ser
contada, porque
si contar se puede, claro está que con el menor de los bienes será
más de
desear,
porque,
lo
que
se
le
añade,
aumento
de
bienes
es,
y
de
los
bienes
el mayor
siempre es más
de desear. Cosa
perfeta pues, y por sí
misma
bastante, parece ser la felicidad, pues es el fin
de todos
nuestros hechos; pero por ventura parece cosa clara y sin disputa
decir que lo
mejor es la felicidad, y se desea que con más claridad se diga qué
cosa es, lo
cual por ventura se
hará
si presuponemos primero cuál es el proprio oficio
y obra
del hombre. Porque así como el tañedor de flautas, y el entallador,
y cualquier
otro artífice, y generalmente todos aquellos que en alguna obra y
hecho se
ejercitan, su felicidad y bien parece que en la obra lo tienen
puesto y
asentado, de la misma manera parece que habemos de juzgar del
hombre, si alguna
obra hay que propria sea del hombre. Pues, ¿será verdad que el
albañir y el
zapatero tengan sus proprias obras y oficios, y que el hombre no lo
tenga, sino
que haya nacido como cosa ociosa y por demás? No es así, por
cierto, sino que
así como el ojo, y la mano, y el pie, y generalmente cada una de
las partes del
cuerpo parece que tiene algún oficio, así al hombre, fuera destas
cosas, algún
oficio y obra le habemos de asignar. ¿Cuál será, pues, ésta? Porque
el vivir,
común lo tiene con las plantas, y aquí no buscamos sino el proprio.
Habémoslo,
pues, de quitar de la vida del mantenimiento y del aumento. Síguese
tras désta
la vida del sentido; pero también ésta parece que le es común con
el caballo y
con el buey y con cualquiera manera otra de animales. Resta, pues,
la vida
activa del que tiene uso de razón, la cual tiene dos partes: la una
que se rige
por razón, y la otra que tiene y entiende la razón. Siendo, pues,
ésta en dos
partes dividida, habemos de presuponer que es aquella que consiste
en el obrar,
porque ésta más propriamente parece que se dice. Pues si la obra o
oficio del
hombre es el usar del alma conforme a razón, o a lo menos no sin
ella, y si la
misma obra y oficio decimos en general que es de tal, que del
perfeto en
aquello, corno el oficio del tañedor de citara entendemos del bueno
y perfeto
tañedor, y generalmente es esto en todos, añadiendo el aumento de
la virtud a
la obra (porque el oficio del tañedor de cítara es tañerla y el del
buen
tañedor tañerla bien), y si desta misma manera presuponemos que el
proprio
oficio del hombre es vivir alguna manera de vida, y que ésta es el
ejercicio y
obras del alma hechas conforme a razón, el oficio del buen varón
será, por
cierto, hacer estas cosas bien y honestamente. Vemos, pues, que
cada cosa
conforme a su propria
virtud
alcanza
su
remate
y
perfeción,
lo
cual
si
así
es,
el
bien
del
hombre
consiste,
por
cierto,
en
ejercitar
el
alma
en
hechos
de
virtud,
y
si
hay
muchos géneros de virtud, en el mejor y más
perfeto, y esto
hasta el fin de la vida. Porque una golondrina no hace verano, ni
un día sólo,
y de la misma manera un solo día ni un poquillo de tiempo no hace
dichosos a
los hombres
ni
les da verdadera prosperidad. Hase, pues, de
describir o
difinir el bien conforme a ésta. Porque conviene, por ventura, al
principio
darlo así a entender, como por cifras o figuras, y después tratar
dello más al
largo. Pero parecerá que quien quiera será bastante para sacar a
luz y disponer
las cosas que bien estuvieren definidas, y que el tiempo es el
inventor y
valedor en estas cosas, de donde han nacido las perficiones en las
artes,
porque quien quiera es bastante para añadir en las cosas lo que
falta. Habémonos
sí, pues, de acordar de lo que se dijo en lo pasado, y que la
claridad no se ha
de pidir de una misma manera en todas las cosas, sino en cada una
según lo
sufre la materia que se trata, y no más de cuanto baste para lo que
propriamente a la tal sciencia pertenece. Porque de diferente
manera considera
el ángulo recto el arquitecto que el geómetra, porque aquél
considéralo en
cuanto es útil para la obra que edifica, pero estotro considera qué
es y qué
tal es, porque no pretende más de inquirir en esto la verdad; y de
la misma
manera se ha de hacer en las demás, de manera que no sea mis lo que
fuera del
propósito se trate, que lo que a la materia que se trata pertenece.
Ni aun la
causa por que se ha de pedir en todas las cosas de una misma
suerte, porque en
algunas cosas basta que claramente se demuestre ser así, como en
los principios
el primer fundamento es ser así aquello verdad. Y los principios
unos se
prueban por inducción y otros por el sentido, y otros por alguna
costumbre, y
otros de otras maneras diferentes. Y hase de procurar que los
principios se
declaren lo más llanamente que ser pueda, y hacer que se difinan
bien, porque
importan mucho para entender lo que se sigue, pues parece que el
principio es
más de la mitad del todo, y que mediante él se entienden muchas
cosas de las
que se
disputan.
En el capítulo VIII hace distinción
entre los bienes de alma y los del cuerpo y los exteriores, que
llamamos bienes
de fortuna, para ver en cuáles déstos consiste la felicidad. Relata
asimismo
las opiniones de los antigos acerca de la felicidad, y muestra en
qué
concordaron y en qué fueron
diferentes.
Capítulo VIII
Habemos, pues, de tratar de la
felicidad, no sólo por conclusiones ni por proposiciones de quien
consta el
argumento, pero aun por las cosas que della hablamos dichas. Porque
con la
verdad todas las cosas que son cuadran, y la verdad presto
descompadra con la
mentira. Habiendo, pues, tres diferencias de bienes, unos que se
dicen
externos, otros que consisten en el alma, y otros en el cuerpo, los
bienes del
alma más propriamente y con más razón se llaman bienes, y los
hechos y
ejercicios espirituales, en el alma los ponemos. De manera que
conforme a esta
opinión, que es antigua y aprobada por todos los filósofos, bien y
rectamente
se dirá que el fin del hombre son ciertos hechos y ejercicios,
porque desta
manera consiste en los bienes del alma y no en los de defuera.
Conforma con
nuestra razón esto: que el dichoso se entiende que ha de vivir bien
y obrar
bien, porque en esto casi está propuesto un bien vivir y un bien
obrar. Veese
asimismo a la clara que todas las cosas que de la felicidad se
disputan
consisten en lo que está dicho. Porque a unos les parece que la
suma felicidad
es la virtud, a otros que la prudencia, a otros que cierta
sabiduría, a otros
todas estas cosas o alguna dellas con el contento, o no sin él;
otros comprehenden también juntamente los
bienes de fortuna. Destas dos cosas, la postrera afirma el vulgo y
la gente de
menos nombre, y la primera los pocos y más esclarecidos en
doctrina. Pero
ningunos déstos es conforme a razón creer que del todo yerran, sino
en algo, y
aciertan casi en todo lo demás. Pues con los que dicen que el sumo
bien es toda
virtud o alguna dellas, concorda la razón, porque el ejercicio que
conforme a
virtud se hace, proprio es de la virtud. Pero hay, por ventura, muy
grande
diferencia de poner el sumo bien en la posesión y hábito, a ponerlo
en el uso y
ejercicio; porque bien puede acaecer que el hábito no se ejercite
en cosa
alguna buena, aunque en el alma tenga hecho asiento, como en el que
duerme o de
cualquier otra manera está ocioso. Pero el ejercicio no es posible,
porque en
el efecto y buen efecto consiste de necesidad. Y así como en las
fiestas del
Olimpo no los más hermosos
ni
los
más
valientes
ganan
la
corona,
sino
los
que
pelean
(pues
algunos
destos
vencen),
desta
misma
manera
aquellos
que
se
ejercitan
bien,
alcanzan
las
cosas
buenas
y
honestas
de
la
vida.
Y
la
vida
destos
tales
es
ella
por sí misma muy suave, porque la suavidad uno de
los
bienes es del alma, y a cada uno le es suave aquello a que es
aficionado, como
al aficionado a caballos el caballo, al que es amigo de veer las
cosas que son
de veer, y de la misma manera al que es aficionado a la justicia le
son
apacibles las cosas justas, y generalmente todas las obras de
virtud al que es
a ella aficionado. Las cosas, Pues, que de veras son suaves, no
agradan al
vulgo, porque, naturalmente, no son tales; pero a los que son
aficionados a lo
bueno, esles apacible lo que naturalmente lo es, cuales son los
hechos
virtuosos. De manera que a éstos les son apacibles, y por sí mismos
lo son, ni
la vida dellos tiene necesidad de que se le añada contento como
cosa apegadiza,
sino que ella misma en sí misma se lo tiene. Porque conforme a lo
que está
dicho, tampoco será hombre de bien el que con los buenos hechos no
se huelga,
pues que tampoco llamará ninguno justo al que el hacer justicia no
le da
contento, ni menos libre al que en los libres hechos no halla
gusto, y lo mismo
es en todas las demás virtudes. Y si esto es así, por sí mismos
serán
aplacibles los hechos virtuosos, y asimismo los buenos y honestos,
y cada uno
dellos muy de veras, si bien juzga dellos el hombre virtuoso, y
pues juzga bien,
según habemos dicho, síguese que la felicidad es la cosa mejor y la
más hermosa
y la más suave, ni están estas tres cosas apartadas como parece que
las aparta
el epigrama que en Delos está
escrito:
De todo es lo
muy justo
más honesto,
lo más útil,
tener
salud entera,
lo más gustoso
es
el haber manera
como goces lo
que amas, y de presto.
Porque todas estas cosas concurren en
los muy buenos ejercicios, y decimos que o éstos, o el mejor de
todos ellos, es
la felicidad. Aunque con todo eso parece que tiene necesidad de los
bienes
exteriores, como ya dijimos. Porque es imposible, a lo menos no
fácil, que haga
cosas bien hechas el que es falto de riquezas, porque ha de hacer
muchas cosas
con favor, o de
amigos,
o de dineros, o de civil poder, como con
instrumentos, y
los que de algo carecen, como de nobleza, de linaje, de hijos, de
hermosura,
parece que manchan la felicidad. Porque no se puede llamar del todo
dichoso el
que en el rostro es del todo feo, ni el que es de vil y bajo
linaje, ni el que
está sólo y sin hijos, y aun, por ventura, menos el que los tiene
malos y
perversos, o el que teniendo buenos amigos se le mueren. Parece,
pues, según
habemos dicho, que tiene necesidad de prosperidad y fortuna
semejante. De aquí
sucede que tinos dicen que la felicidad es lo mismo que la
buenaventura, y
otros que lo mismo que la virtud.
Levantado a resolución en el capítulo
pasado, Aristóteles, cómo la prosperidad consiste principalmente en
el vivir
conforme a razón y virtud, aunque para mejor hacerlo esto se
requiere también
la prosperidad en las cosas humanas, disputa agora cómo se alcanza
la
prosperidad, si por sciencia, o por costumbre, o por voluntad de
Dios, y
concluye, que, pues, en la prosperidad tantas cosas contienen,
dellas vienen
por fortuna, como la hermosura, dellas por divina disposición, como
las
inclinaciones, y dellas por hábito y costumbres de los hombres,
como las
virtudes.
Capítulo IX
De donde se duda si la prosperidad es
cosa que se alcance por doctrina, o por costumbre y uso, o por
algún otro
ejercicio, o por algún divino hado, o por fortuna. Y si algún otro
don de parte
de Dios a los hombres les proviene, es conforme a razón creer que
la felicidad
es don de Dios, y tanto más de veras, cuanto ella es el mejor de
los dones que
darse pueden a los hombres. Pero esto a otra disputa por ventura
más
propriamente pertenece. Pero está claro que aunque no sea don de
Dios, sino que
o por alguna virtud y por alguna sciencia, o por algún ejercicio se
alcance, es
una cosa de las más divinas. Porque
el
premio
y
fin
de
la
virtud
está
claro
que
ha
de
ser
lo
mejor
de
todo,
y
una cosa divina y bienaventurada. Es asimismo
común a
muchos, pues la pueden alcanzar todos cuantos en los ejercicios de
la virtud no
se mostraren flojos ni cobardes, con deuda de alguna doctrina y
diligencia. Y
si mejor es desta manera alcanzar la felicidad que no por la
fortuna, es
conforme a razón ser así como decimos, pues aun las cosas naturales
es posible
ser desta manera muy perfetas, y también por algún arte y por todo
género de
causas, y señaladamente por la mejor dellas. Y atribuir la cosa
mejor y más
perfeta a la fortuna, es falta de consideración y muy gran yerro.A
más de que
la razón nos lo muestra claramente esto que inquirimos. Porque ya
está dicho
qué tal es el ejercicio del alma conforme a la virtud. Pues de los
demás
bienes, unos de necesidad han de acompañarlo, y otros como
instrumentos le han
de dar favor y ayuda. Todo esto es conforme a lo que está dicho al
principio.
Porque el fin de la disciplina de la república dijimos ser el
mejor, y ésta
pone mucha diligencia en que los ciudadanos sean tales y tan
buenos, que se
ejerciten en todos hechos de virtud. Con razón, pues, no llamamos
dichoso ni al
buey, ni al caballo, ni a otro animal ninguno, pues ninguno dellos
puede
emplearse en semejantes ejercicios. Y por la misma razón ni un
mochacho tampoco
es dichoso, porque por la edad no es aún apto para emplearse en
obras
semejantes, y si algunos se dicen, es por la esperanza que se tiene
dellos,
porque, como ya está dicho, requiérese perfeta virtud y perfeta
vida. Porque
succeden mudanzas y diversas fortunas en la vida, y acontece que el
que muy a
su placel esta, venga a la vejez a caer en muy grandes infortunios,
como de
Príamo cuentan los poetas. Y al que en semejantes desgracias cae y
rniserablemente fenece, ninguno lo tiene por
dichoso.
En el décimo capítulo, tomando ocasión
de un dicho que Solón Ateniense dijo a Creso, Rey de Lidia, que
ninguno se
había de decir dichoso mientras viviese, por las mudanzas que
succeden tan
varias en la vida, disputa cuándo se ha de llamar un hombre
dichoso. Demuestra
que si la felicidad depende de las cosas de fortuna, ni aun después
de muerto
no se puede decir uno dichoso, por las varias fortunas que a las
prendas que
acá deja: hijos, mujer, padres, hermanos, amigos, les pueden
succeder, y que
por esto es mejor colocar la felicidad en el uso de la recta razón,
donde pueda
poco o nada la fortuna.
Capítulo X
Por ventura, pues, es verdad, que ni aun
a otro hombre ninguno no lo hemos de llamar dichoso mientras viva,
sino que
conviene, conforme al dicho de Solón, mirar el fin. Y si así lo
hemos de
afirmar, será dichoso el hombre después que fuere muerto. Lo cual
es cosa muy
fuera de razón, especialmente poniendo nosotros la felicidad en el
uso y
ejercicio. Y si al muerto no llamamos dichoso, tampoco quiso decir
esto Solón,
sino que entonces habemos de tener a un hombre por dichoso
seguramente, cuando
de males y desventuras estuviere libre. Pero esto también tiene
alguna duda,
porque el muerto también parece que tiene sus males y sus bienes
como el vivo,
que no siente cómo son honras y afrentas, prosperidades y
adversidades de hijos
o de nietos, y esto parece que causa alguna duda. Porque bien puede
acaecer que
uno viva hasta la vejez prósperamente y que acabe el curso de su
vida conforme
a razón y con todo esto haya muchas mudanzas en sus descendientes,
y que unos
dellos sean buenos y alcancen la vida cual ellos la merecen, y
otros al
contrario. Cosa es, pues, cierta, que es posible quellos caminen en
la vida muy
fuera del camino de sus padres. Cosa, pues, cierto sería muy fuera
de razón,
que el muerto mudase juntamente de fortuna, y que unas veces fuese
dichoso y
otras desdichado; pero también es cosa fuera de razón decir que
ninguna cosa de
las de los hijos por algún tiempo no toque a los padres. Pero
volvamos a la
primera duda nuestra, porque por ventura della se entenderá lo que
agora
disputábamos. Pues si conviene considerar el fin y entonces tener a
uno por
dichoso, no como a hombre que lo sea entonces, sino como a quien lo
ha sido
primero, ¿cómo no, será esto disparate, que cuando uno es dichoso
no se diga con
verdad que lo es siéndolo, por no querer llamar dichosos a los que
viven, por
las mudanzas de las cosas y por entender que la felicidad es una
cosa firme y
que no se puede fácilmente trastrocar, y que las cosas de fortuna
se mudan a la
redonda en los mismos muchas veces?; porque cosa cierta es
que,
si seguimos las cosas de fortuna, a un mismo unas
veces le
diremos dichoso y otras desdichado, y esto muchas veces, haciendo
al dichoso un
camaleón sin seguridad ni firmeza ninguna, puesto no es bien decir
que se han
de seguir las cosas de fortuna. Porque no está en ellas el bien o
el mal, sino
que tiene dellas necesidad la vida humana, como habemos dicho. Pero
lo que es
proprio de la felicidad son los actos y ejercicios virtuosos, y de
lo contrario
los contrarios. Conforma con nuestra razón lo que agora
disputábamos. Porque en
ninguna cosa humana tanta seguridad y firmeza hay como en los
ejercicios de
virtud, los cuales aun parecen más
durables que las sciencias, y de estos mismos los más honrosos y
más durables,
porque en éstos viven y se emplean más a la continua los dichosos;
y esta es la
causa por donde no pueden olvidarse dellos. Todo esto que habemos
inquirido se
hallará en el dichoso, y él será tal en su vivir, porque siempre y
muy continuamente
hará y contemplará las obras de virtud, y las cosas de la fortuna
pasarlas ha
muy bien y con muy gran discreción, como aquel que es de veras
bueno y de
cuadrado asiento, sin haber en él que
vituperar. Siendo, pues, muchas las cosas de la fortuna, y en la
grandeza o
pequeñez diversas, las pequeñas prosperidades, y de la misma manera
sus
contrarias, cosa cierta es que no hacen mucho al caso para la vida;
pero las
grandes y que succeden bien en abundancia, harán más próspera la
vida y más
dichosa, porque éstas puédenla esclarecer mucho y el uso de ellas
es bueno y
honesto; y las que, por el contrario, succeden, afligen y estragan
la
felicidad, porque acarrean tristezas y impiden muchos ejercicios.
Aunque, con
todo esto, en éstas resplandece la bondad, cuando uno sufre
fácilmente muchos y
graves infortunios, no porque no los sienta, sino por ser generoso
y de grande
ánimo. Pues si los ejercicios son proprios de la vida, como habemos
dicho,
ningún dichoso será en tiempo alguno desdichado, porque jamás hará
cosas malas
ni dignas de ser aborrecidas. Porque aquel que de veras fuere bueno
y prudente,
entendemos que con mucha modestia y buen semblante sufrirá
todas
las
fortunas,
y
conforme
a
su
posibilidad
hará
siempre
lo
mejor;
porque
así
como
un
prudente
capitan
usa
lo
mejor
que
puede
del
ejército
que
tiene en perjuicio de sus enemigos, y un zapatero
del cuero
que alcanza procura hacer bien un zapato, de la misma manera los
demás
artífices procuran de hacerlo. De
manera que el de veras dichoso nunca volverá a
ser
desdichado; pero tampoco será dichoso si en las
desdichas
de Príamo cayere, pero no será variable ni caerá de su firmeza
fácilmente,
porque de su prosperidad no le derribarán fácilmente y de ligero ni
con
cualesquiera desventuras, sino con muy muchas y muy grandes. Y de
la misma
manera, por el contrario, no se hará dichoso en poco tiempo, sino
si por algún
largo tiempo viniere a alcanzar en sí mismo cosas grandes y
ilustres. ¿Por qué
no podrá, pues, llamarse dichoso el que conforme a perfeta virtud
obra, y de
los exteriores bienes es bastantemente dotado, no por cualquier
espacio de
tiempo, sino por todo el discurso de su vida? O ¿habrase de añadir
que ha de
vivir desta manera, y acabar su vida conforme a razón, pues lo
porvenir no lo
sabemos, y la prosperidad ponemos que es el fin y total perfición
del todo y
donde quiera? Y si esto es así, aquéllos diremos que entre los que
viven son
dichosos, los cuales tienen y ternán todo lo que habemos dicho.
Digo dichosos,
conforme a la felicidad y dicha de los hombres. Y, cuanto a esto,
basta lo
tratado.
En el XI capítulo, disputa si las
prosperidades de los amigos, hijos o nietos, o las adversidades,
hacen o
deshacen la felicidad. Y concluye ser lo mismo en esto, que en los
bienes de
fortuna, y que, por sí solos, ni la hacen ni deshacen, sino que
valen para más
o menos
adornarla.
Capítulo XI
Pero decir que las fortunas de los hijos
o nietos, y las de todos los amigos, no hacen nada al caso, cosa,
cierto,
parece muy ajena de amistad y contra las comunes opiniones de las
gentes. Pero
como son muchas cosas las que acaecen, y de muchas maneras, y unas
hacen más al
caso y otras, menos, tratar en particular de cada una, sería cosa
prolija y que
nunca ternía fin. Pero tratandolo así en común y por ejemplos, por
ventura se
tratará bastantemente. Porque de la misma manera que en las
proprias
desgracias, unas hay que
tienen algún peso y fuerza para la vida, y otras
que
parecen de poca importancia, de la misma manera es en las cosas de
todos los
amigos. Pero hay mucha diferencia en cada una de las desgracias, si
acaecen a
los vivos, o a los que ya son muertos, harto mayor que hay de
representarse en
las tragedias las cosas ajenas de razón y ley, y fuertes, al
hacerlas. Pero de
esta manera habemos de sacar por razón la diferencia, o, por mejor
decir,
habemos de disputar de los muertos, si participan de algún bien, o
de mal
alguno. Porque parece que se colige de lo que está dicho, que,
aunque les toque
cualquier bien, o su contrario, será cosa de poca importancia y
tomo, o en sí,
o, a lo menos, cuanto a lo que toque a ellos, o si no, a lo menos
tal y tan
grande, que no baste a hacer dichosos a los que no lo eran, ni, a
los que lo
eran, quitarles su felicidad. Parece, pues, que las prosperidades
de los amigos
importan a los muertos algo, y asimismo las desdichas; pero hasta
tanto y de
tal suerte, que ni a los dichosos hagan desdichados, ni a los
desdichados les
acarreen felicidad, ni cosa otra alguna desta
manera.
En el capítulo XII disputa si la
felicidad es cosa de alabar, o despreciable, y prueba que no se ha
de alabar,
sino preciar, porque lo que se alaba es por razón que importa para
algún bien,
y así tiene manera de oficio menor; pero la felicidad, como sea
último fin, no
importa para nada, antes las otras cosas importan para ella.
Cuestión es del
vocablo, y no muy útil, y aun ajena del común modo de hablar,
porque bien puedo
yo alabar una cosa de todas las grandezas que en sí tiene, sin
dirigirla a fin
alguno, y nuestra religión cristiana está llena de alabanzas de
Dios, que es
nuestra verdadera felicidad, la cual nunca acabó de conocer la
gentil
Filosofía.
Capítulo XII
Declaradas ya estas cosas, disputemos de
la misma felicidad, si es una de las cosas que se han de alabar, o
de las que
se han de tener en precio y
estima. Porque manifiesta cosa es que no es de
las cosas
que consisten en facultad; y parece que todo lo que es de alabar,
se alaba por
razón de ser tal o tal, y porque en alguna manera a otra cosa
alguna se
refiere. Porque al varón justo y al valeroso, y generalmente al
buen varón y a
la virtud misma, por razón de las obras y de los efectos la
alabamos; y al
robusto y al ligero, y a cada uno de los demás, por ser de tal
calidad y valer
algo para alguna cosa buena y virtuosa. Veese esto claramente en
las alabanzas
de los dioses, las cuales parecen dignas de risa atribuidas a
nosotros. Lo cual
succede porque
las alabanzas se dan,
como habemos dicho, conforme al respecto de lo que se alaba. Pues
si la
alabanza es deste jaez, manifiesta cosa es que de las cosas mejores
no hay
alabanza, sino alguna cosa mayor y mejor que la alabanza, como se
vee a la
clara. Porque a los dioses juzgamos los por bienaventurados y
dichosos, y
asimismo entre los hombres, a los más divinos juzgamos por
bienaventurados; y
esto mismo es en las cosas buenas, porque ninguno alaba la
felicidad como quien
alaba lo justo, sino que como a cosa mejor y, más divina la
bendice. Y así
parece que Eudoxo favorece muy bien al regalo en cuanto a los
premios. Porque
en decir que siendo una de las cosas buenas no se ha de alabar,
parecíale que
daba a entender ser cosa de más ser que las que se alaban, y que
tal era Dios y
el sumo bien, porque a estas todas las demás cosas se refieren.
Porque la
alabanza es de la virtud, pues della salen pláticos los hombres en
el hacer
cosas ilustres, y las alabanzas por las obras se dan, y de la misma
manera en
las cosas del cuerpo y del espíritu. Pero tratar particularmente
destas cosas,
por ventura les toca mis propriamente a los que se ejercitan en
escribir
oraciones de alabanzas, que a nosotros; cónstanos de lo que está
dicho que la
felicidad es una de las cosas dignas de ser en precio tenidas y
perfetas.
Parece asimismo ser esto así por razón de ser ella el principio,
pues por causa
désta todos hacemos todo lo demás, y el principio y causa de todos
los bienes
presuponemos que es cosa digna de preciar y muy divina.
Mostrado ha Aristóteles cómo la
verdadera felicida, consiste en vivir conforme a perfeta razón,
aunque para
mejor poder poner las cosas buenas en ejecución,
es
bien
que
juntamente
con
ello
haya
prosperidad
en
las
cosas
exteriores que llamamos de fortuna, muestra agora
por qué
parte toca a la disciplina de la república tratar de las virtudes,
y es porque
no es otra cosa virtud, sino hecho conforme a recta y perfecta
razón; de manera
que vivir felice y prósperamente y vivir conforme a recta y
perfecta razón, y
vivir conforme a virtud, todo es una cosa. Y como la virtud sea la
perfección
del alma, y el alma, según Platón y según todos los graves
filósofos, tenga dos
pares: una racional, en que consiste el entendimiento y uso de,
razón, y otra
apetitiva, en que se ponen todos los afectos, hace dos maneras de
virtudes:
unas del entendimiento, y otras tocantes al reprimir los afectos,
que se llaman
virtudes morales, y así de las unas como de las otras pretende
tratar en los
libros siguientes, de manera que queda ya trazada obra para
ellos.
Capítulo XIII
Y pues la felicidad es un ejercicio del
alma conforme a perfecta virtud, habremos de tratar de la virtud,
porque por
ventura desta manera consideraremos mejor lo de la felicidad. Y el
que de veras
trata la disciplina y materia de la república, parece que se ha de
ejercitar en
esta consideración y disputa muy de veras, porque pretende hacer
buenos los
ciudadanos y obedientes a las leyes, en lo cual tenemos por ejemplo
y muestra a
los legisladores de los Candiotas o Cretenses y a los de los
Lacedemonios, y si
otros ha habido de la misma suerte. Y si esta consideración es
aneja a
disciplina de república, manifiesta cosa es que esta disputa es
conforme al
propósito que tomamos al principio. Y entiéndese, que habemos de
tratar de la
virtud humana, pues inquirimos el sumo bien humano y la felicidad
humana. Y
llamamos virtud humana, no a la del cuerpo, sino a la del alma, y
la felicidad
decimos que es ejercicio del alma. Y si esto es desta manera,
claramente se vee
que le cumple al que tratare esta materia las cosas del alma
tenerlas
entendidas de la misma manera que el que ha de curar los ojos y
todo el cuerpo,
y tanto más de veras, cuanto de mayor estima y mejor es la
disciplina
de la república que no la medicina. Y los más insignes
médicos de la noticia del cuerpo tratan largamente. De manera
que, el que trata
esta materia, está obligado a considerar las cosas del alma, pero
por razón de
las virtudes y no más de lo que sea menester para lo que se
disputa. Porque
quererlo declarar por el cabo, más aparato por ventura requiere
que lo que está
propuesto, y ya dellas
se
trata
bastantemente
en
nuestras
Disputas
vulgares
Ya, pues, queda tratado qué
cosa es la continencia y qué la incontinencia, qué la perseverancia
y qué la afeminación, y cómo se han éstos los unos con los otros.