La excepción de la regla - Andrea Laurence - E-Book

La excepción de la regla E-Book

Andrea Laurence

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ardía en deseos de volver a probar sus encantos A Alex Stanton le gustaban las relaciones breves y sin complicaciones, pero su apasionada aventura con Gwen Wright lo había dejado con ganas de más. Así que, cuando se le presentó la oportunidad de pasar una semana con unos amigos y en compañía de Gwen, la aprovechó. Las cosas habían cambiado desde su último encuentro. Además de estar embarazada, Gwen juraba que no quería saber nada de los hombres. Sin embargo, sus nuevas y excitantes formas la hacían más apetecible que nunca. ¿Cómo podría salvar Alex su corazón de soltero cuando ansiaba constantemente a la futura mamá?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 170

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Andrea Laurence. Todos los derechos reservados.

LA EXCEPCIÓN A LA REGLA, N.º 1896 - Enero 2013

Título original: More Than He Expected

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2606-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Sábado, 20 de octubre.

Boda de Will y Adrienne Taylor

Que un padrino sedujera a una madrina era todo un cliché, pero se trataba de una madrina extraordinariamente sexy.

Alex no tenía intención de aprovechar la boda de su mejor amigo para ligar con nadie; normalmente, las bodas estaban llenas de mujeres de ojos románticos que buscaban más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer. Solo pretendía ponerse el esmoquin y decir adiós a otro amigo que se pasaba al lado oscuro.

Pero Gwen Wright desgarró sus planes cuando, a primera hora de la mañana, llegó a la sala donde se celebraba la recepción anterior a la boda. Llevaba una falda marrón muy ajustada y una blusa beis que enfatizaba el efecto de sus grandes ojos castaños en su piel clara. Al entrar, le dedicó una sonrisa sensual y una mirada tan cargada de picardía que despertó su interés.

Will los presentó al cabo de un rato y Alex se alegró al saber que Gwen era la madrina. Le estrechó educadamente la mano y se quedó maravillado con su suavidad. De haber podido, habría pasado más tiempo con ella; pero se vio arrastrado al caos de la recepción y se le pasó la oportunidad.

A lo largo del día, no se le volvió a presentar la ocasión de hablar con Gwen, ni mucho menos de tocarla. Alex intentó concentrarse en Will y en las obligaciones propias de un padrino.

Las cosas cambiaron al llegar la noche.

Estaba esperando con Will junto al arco cubierto de rosas bajo el que se iba a celebrar la ceremonia, cuando Gwen caminó hacia ellos. Al verla con su estrecho vestido de madrina, de color rosa, se dio cuenta de que no podría esperar demasiado. Terminada la ceremonia, la tomó de un brazo, la llevó a un aparte y le susurró al oído: «Más tarde». Por el rubor de sus mejillas, supo que el mensaje le había llegado alto y claro.

Y fue más tarde; a decir verdad, mucho más de lo que Alex había planeado. Gwen interpretaba su papel de madrina como una profesional y, cuando le tocó bailar con él, se comportó como si estuviera a varios miles de kilómetros de distancia. Era una mujer con una misión. Que no le hizo el menor caso.

Cuando los recién casados se marcharon y el gentío disminuyó, Alex pensó que era entonces o nunca. Al otro lado de la sala, Gwen estaba hablando con unos empleados para que llevaran los regalos de bodas al piso de Will y Adrienne. Mientras la miraba, Alex se preguntó por qué le gustaba tanto.

No podía negar que era preciosa. Le encantaban su cabello de color rubio ceniza y la forma en que enmarcaba su cara con forma de corazón y sus ojos con pestañas enormes. Le encantaban las curvas que se adivinaban bajo su vestido y sus pantorrillas perfectamente definidas. Pero había algo más en ella. Algo que lo atraía como un imán.

Y estaba decidido a descubrir qué era.

–Ya es más tarde.

Gwen llevaba cuarenta y cinco segundos sentada cuando oyó la voz de un hombre.

Era la madrina. Su trabajo consistía en hablar con los invitados y encargarse de que todo saliera a pedir de boca. Pero estaba absoluta y totalmente agotada. Quisiera lo que quisiera aquel hombre, tendría que buscarse a otra persona; en ese momento, la idea de quitarse los zapatos y tumbarse en una cama le resultaba mucho más atractiva que la de bailar con el mismísimo príncipe Harry.

Cuando alzó la cabeza, no esperaba encontrarse ante el padrino, Alex Stanton. Rubio y con ojos de color avellana, llevaba un esmoquin de Armani que le quedaba magníficamente bien. Gwen se estremeció al recordar lo que le había susurrado al oído al final de la ceremonia: «Más tarde»; dos palabras de apariencia inocente que, no obstante, le parecieron una promesa de aventura y de pasión.

–¿Bailas conmigo?

Gwen no estaba segura de tener fuerzas para volver a bailar con él. La vez anterior había sido tan intensa que se había dedicado a pensar en chistes malos para refrenar el deseo que sentía. No quería que Alex pensara que se le estaba insinuando. A pesar de lo que había querido interpretar de sus palabras, estaba convencida de que solo la había invitado a bailar porque era su obligación como padrino y como primo suyo.

Ese convencimiento se debilitó durante la noche. De vez en cuando, a Gwen se le erizaba el vello de la nuca y, al girarse, descubría que Alex la estaba mirando. Eran miradas cálidas, de admiración, que llevaban una sombra de rubor a sus mejillas. Pero en lugar de acercarse a ella, se limitaba a dedicarle una sonrisa encantadora y desaparecía entre la multitud, como un tiburón acechante.

Con la fiesta a punto de terminar, Gwen ya había renunciado a la posibilidad de que se le acercara.

Gwen se entusiasmó al instante. No reaccionaba así con la mayoría de los hombres, pero él no era como la mayoría de los hombres. De hecho, el millonario Alex Stanton pertenecía a una liga muy superior a la suya, aunque no pareciera notarlo.

Cuando él le tendió una mano, a Gwen le desaparecieron las dudas. No había malinterpretado sus palabras. Alex estaba interesado en algo más que un baile; y aceptar su mano implicaba aceptar lo que le estaba ofreciendo.

Gwen miró a su pretendiente. Un hombre atractivo, encantador y rico; una oportunidad que no se presentaba con frecuencia. Naturalmente, ella había tenido muchos amantes a lo largo de lo años, pero ninguno a su altura. Además, conocía su fama de seductor y quería disfrutar de sus supuestas habilidades. Después de tantos meses de duro trabajo en el hospital, merecía divertirse y disfrutar un poco de la vida.

Quizás fuera lo que necesitaba. Una aventura amorosa y sin complicaciones con un conocido mujeriego.

Por fin, aceptó su mano. Él sonrió y la llevó a la pista de baile, donde se apretó contra ella y le puso una mano en la parte baja de la espalda. Al sentir el contacto, Gwen se quedó atónita. Su cuerpo reaccionaba como si alguien hubiera abierto una compuerta en alguna parte y una inundación anegara sus sentidos. El olor especiado de la colonia de Alex se mezcló con la suave fragancia de las rosas y de las velas y la mareó.

Gwen no pudo hacer nada salvo aferrarse a sus hombros. La música estaba sonando, pero ellos permanecían inmóviles, mirándose.

De repente, Alex se inclinó y la besó. Al principio, con dulzura; después, cuando sus lenguas se encontraron, con más intensidad. Ella se arqueó contra sus duros contornos y se entregó sin reservas. Alex soltó un gemido ronco que vibró en su caja torácica y le causó un cosquilleo en los endurecidos pezones a Gwen.

Cuando las últimas notas de la canción se apagaron, también se rompió el hechizo que los unía. Pero Alex no se apartó, como ella esperaba. En lugar de eso, la miró a los ojos con más intensidad que antes.

Gwen se dijo que había llegado el momento de irse. Aún no habían decidido ni cuándo iban a hacer el amor ni dónde lo iban a hacer, pero no se podían quedar eternamente en la pista de baile.

–Tengo que recoger mis cosas. Están en una de las habitaciones –acertó a decir.

Alex asintió y ella se alejó por el corredor, hacia la parte trasera del edificio.

Momentos después, entró en la habitación que la novia y ella habían usado para vestirse. Tenía un tocador con espejo, un pequeño sofá, un vestidor y un cuarto de baño. Adrienne se había llevado sus pertenencias, pero Gwen había dejado las suyas.

Rápidamente, se arregló el pelo y se retocó el maquillaje. Las manos le temblaron cuando guardó el neceser en el bolso, aunque no supo si era por los nervios o por la excitación.

–Sé fuerte –se dijo en voz alta.

Ya se disponía a alcanzar el cepillo cuando oyó que la puerta se abría y se cerraba suavemente a su espalda. Gwen no se dio la vuelta. No fue necesario. Solo tuvo que alzar la cabeza para ver el reflejo de Alex en el espejo del tocador. Sus ojos estaban llenos de deseo.

Por lo visto, el cuándo y el dónde ya estaban decididos.

Y Gwen se alegró.

Capítulo Uno

Ocho meses después

–Llegaré enseguida –dijo Alex–. Razonablemente tarde, como siempre.

La voz de su mejor amigo, Will Taylor, sonó en el sistema de sonido del deportivo de Alex, que lo había conectado a su teléfono móvil:

–No me importa que te retrases. Solo me quería asegurar de que recordabas el camino.

–Estoy tomando la última curva...

Alex mintió; faltaban al menos quince minutos para que llegara a la casa de Sag Harbor, pero quería tranquilizar a Will. Además, era un día de fiesta, el 4 de Julio. Un día sin obligaciones ni compromisos, ajeno a las prisas.

–¿Ya han llegado todos? –continuó.

–Sí.

Alex dudó antes de formular otra pregunta.

–¿Gwen ha aparecido con alguien?

Era una pregunta peligrosa, pero necesitaba saberlo; había cambiado sus planes para poder estar allí, porque sabía que Gwen se encontraba entre los invitados.

–No, ha venido sola. Llegó esta mañana.

Alex se alegró enormemente, pero no dijo nada. Nadie, ni siquiera Will y Adrienne, sabía lo que había pasado entre ellos el otoño anterior. Y en consecuencia, nadie podía imaginar que tenía intención de acostarse con ella todas las noches durante los cinco días siguientes.

–¿Cuántos vamos a ser al final? ¿Diez? –Alex intentó no parecer demasiado interesado–. Es un número redondo... Me alegra que Gwen haya podido venir. No la he vuelto a ver desde el día de la boda.

–Bueno, te veré dentro de un rato.

–Hasta ahora.

Alex cortó la comunicación, agarró el volante con más fuerza y pisó el pedal del acelerador, entusiasmado.

Gwen iba a pasar una semana en la casa sus amigos. Sola.

Se había hecho muchas ilusiones al respecto, pero hasta entonces no se había atrevido a preguntar. Los quince días que habían pasado juntos, tras la boda de Will y Adrienne, habían sido increíbles. Gwen era la mujer más inteligente, divertida y sexy con la que había estado. De hecho, le sorprendió que en aquel cuerpo tan pequeño se escondiera una persona tan fascinante; aunque eso solo demostraba que el tamaño carecía de importancia.

Gwen era dinamita pura en la cama y fuera de ella.

Lamentablemente, los quince días pasaron en un suspiro y Alex se tuvo que ir a Nueva Orleans. Como todas sus relaciones, fue corta y sin compromisos; una simple aventura amorosa. Pero a diferencia de la mayoría de las mujeres con las que había salido, Gwen no buscaba nada más; no perseguía su cuenta bancaria ni encajarle una alianza en el dedo; no pretendía otra cosa que pasárselo bien.

Alex suponía que estaba tan ocupada como él y que no quería las complicaciones de una relación más estable. Era una situación perfecta; tanto, que ardía en deseos de averiguar si le apetecía tomar otra ronda.

Además, su corta aventura distaba de haberlo dejado satisfecho. Normalmente, Alex se aburría de sus amantes al cabo de unos días y, si lo presionaban demasiado, se las quitaba de encima sin contemplaciones. Por algún motivo, casi todas estaban convencidas de poder domarlo. Se equivocaban.

Pero Gwen era distinta. Había permanecido en su mente durante los siete meses anteriores, a pesar de que Alex estaba trabajando en un proyecto inmobiliario que no le dejaba tiempo ni para pensar. A veces, su imagen lo asaltaba en mitad de una reunión aburrida; a veces, cuando estaba solo en la cama y, a veces, mientras caminaba por Bourbon Street.

No se la podía quitar de la cabeza. Recordaba las suaves caricias de sus manos, el aroma a lavanda de su champú y la agudeza de sus comentarios.

Solo necesitaba otra semana de amor para olvidarla. Entonces, podría volver al mercado y recuperar su fama de mujeriego.

En cuanto al trabajo, las cosas iban tan bien que se podía permitir el lujo de dar un paso atrás y dejar el proyecto en manos de Tabitha y de su equipo. Al principio, cuando su amigo Wade y él fundaron la empresa, estaban completamente solos; pero ahora tenían el dinero necesario para contratar a profesionales con talento y ya no se tenían que encargar de todos los detalles engorrosos.

Por fin, tomó el camino que llevaba a la casa de campo de Will y Adrienne, situada en la costa. En realidad, era la casa de campo de la familia de Adrienne, quien había pensado que diez mil metros cuadrados resultaban excesivos para su marido y para ella y había tomado la decisión de sacarle partido.

Alex no habría aceptado su invitación de no haber sabido que Gwen estaría presente. Aunque habían acordado que no se volverían a ver, echaba de menos su cuerpo y el sonido de su risa.

Al llegar a la casa, detuvo el deportivo entre un todoterreno y un descapotable. A continuación, pulsó el claxon para avisar de su llegada y salió del vehículo.

–¡Alex! –gritó Adrienne desde la entrada–. Will, Alex acaba de llegar...

Adrienne salió a recibirlo y Alex pensó que la esposa de su mejor amigo estaba tan guapa como siempre. Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta verde sin mangas. Por el tono rojizo de su piel, era evidente que había estado tomando el sol. Al verla, nadie habría dicho que aquella mujer había sobrevivido a un accidente de aviación y a varias operaciones reconstructivas de cirugía estética.

Alex la abrazó con fuerza. Últimamente estaba tan ocupado que se veían muy poco. En su negocio no había término medio; a las temporadas de trabajo sin descanso les sucedían otras tan tranquilas que se dedicaba a holgazanear en casa mientras su gerente, Tabitha, se quedaba al timón.

–¿Necesitas que alguien te ayude con el equipaje? Me temo que Will está en la parte de atrás, peleándose con la barbacoa nueva.

Alex sonrió al imaginar a Will en una barbacoa. Como dependieran de sus habilidades culinarias, se morirían de hambre.

–No, no... solo llevo una bolsa de viaje.

–Entonces, te enseñaré tu habitación.

Alex siguió a Adrienne al interior de la mansión. Cruzaron el vestíbulo, subieron por una escalera circular y avanzaron por un corredor largo y pintado de blanco.

–Es aquí.

Ella abrió la puerta y lo invitó a entrar.

Alex dejó su bolsa en la enorme cama que dominaba la habitación y le echó un vistazo. Tenía una televisión, un sillón, una otomana y un ventilador de techo, cuyas aspas giraban lentamente. Le pareció mucho más bonita que la habitación del hotel de Nueva Orleans donde había estado viviendo durante los meses anteriores.

–Tiene su propio cuarto de baño... –dijo Adrienne.

–Excelente. ¿Dónde se alojan los demás?

Alex no lo preguntó por simple curiosidad. Quería saber dónde se encontraba el dormitorio de Gwen.

–Emma, Peter y Helena están al final del pasillo. A Sabine, Jack y Wade los tienes enfrente de tu habitación... Will y yo dormimos en la suite del piso de abajo, y Gwen, junto a la cocina –respondió.

Alex maldijo su suerte para sus adentros e hizo un esfuerzo para no fruncir el ceño. No quería que Adrienne sospecha y empezara a hacer preguntas.

–Bueno, parece que tengo todo lo que necesito.

–Me alegro. Te dejaré a solas para que te pongas cómodo. Nos vemos dentro de un rato...

–Por supuesto.

Adrienne salió de la habitación. Él oyó sus pasos en la escalera, abrió las cortinas de la ventana y se asomó a tiempo de verla salir al patio. Will estaba abajo, peleándose con la rejilla de acero de la barbacoa que acababan de instalar. Adrienne le dio un beso en la mejilla y se dispuso a ayudarlo con los misterios de su nueva adquisición.

Tras asegurarse de que no había moros en la costa, Alex abrió la bolsa de viaje y sacó la botella de vino y el ramo de rosas rojas que le había comprado a Gwen.

Salió al corredor y se dirigió al dormitorio de Gwen, que en otra época había sido el dormitorio de la criada. No tuvo problemas para encontrarlo. Sabía dónde estaba porque se había alojado en él en una de sus anteriores estancias.

La puerta estaba entreabierta. Alex se asomó y vio una maleta encima de la cama. Gwen se encontraba junto al tocador, guardando su ropa.

Como estaba de espaldas a él, se dedicó a admirarla durante unos segundos. Iba descalza y llevaba un vestido de algodón, sin mangas y de colores vivos. Algunos mechones de su larga y rizada cabellera rubia caían por su cuello desnudo. Alex sintió la súbita necesidad de besarla.

Entró silenciosamente, le pasó los brazos alrededor del cuerpo, enseñándole el vino y las rosas, y le dio un beso en el cuello y en el hombro.

–Hola preciosa. Esto es para ti...

Ella no se giró ni recogió los regalos.

–Hola, Alex.

Alex frunció el ceño. No era el recibimiento entusiasta que esperaba.

Se preguntó si estaría enfadada con él. Habían acordado que no se pondrían en contacto, pero quizás esperaba que la llamara por teléfono. No habría sido la primera vez que una mujer le ofrecía una aventura pasajera y luego la quería permanente.

Por fin, Gwen alcanzó la botella y las rosas y las dejó encima del tocador. Pero curiosamente, no se giró.

–¿Qué tal te ha ido?

–Bien, aunque he estado ocupado.

Él le puso las manos en la cintura y apretó su erección contra la espalda de Gwen. Así sabría lo mucho que la había extrañado.

–¿Y tú? –continuó.

Alex llevó las manos a su estómago y se llevó una sorpresa. No era el estómago liso y firme que recordaba.

Cuando comprendió lo que sucedía, su sorpresa se transformó en perplejidad. No podía respirar, no se podía mover; ni siquiera era capaz de bajar la mirada para que sus ojos confirmaran lo que sus manos ya sabían.

–También he estado ocupada –contestó, repitiendo las palabras de Alex–. Y como puedes ver, espero un hijo.

Las manos de Alex se habían quedado tan petrificadas que Gwen tuvo que hacer un esfuerzo para quitárselas de encima y poder girarse y mirarlo a la cara.

Hasta ese momento, estaba segura de que no se volverían a encontrar. Y su corazón se aceleró inesperadamente ante la visión de su atractiva cara. Deseó acariciar su cabello rubio y dejar un rastro de besos por su mandíbula. De repente, se sentía como si los últimos meses no hubieran existido.

Pero al mismo tiempo, se preguntó si no habría cometido un error al aceptar la invitación de pasar una semana en la casa de Will y Adrienne.

Los ojos de color avellana que en otro tiempo la habían mirado con pasión, miraban ahora su estómago con desconcierto. Y era comprensible. En solo un mes, casi de la noche a la mañana, había pasado de un estómago perfectamente liso al típico estómago hinchado del segundo semestre de un embarazo.

Pero la sorpresa de Alex no le pareció tan preocupante como su expresión de ira. Aquel hombre de ceño fruncido y dientes apretados se parecía poco al que ella había conocido, un hombre libre y despreocupado que no se enfadaba nunca; quizás, porque era rico y el dinero solventaba casi todos los problemas.

–Respira, cariño –le dijo con sarcasmo–. Si no respiras, te vas a desmayar.

Él dejó de mirar el estómago de Gwen y clavó la vista en sus ojos.

–¿Que respire? ¿Estás embarazada y lo único que me dices es que respire? ¿Cuándo pensabas informarme? ¿El día de mi cumpleaños?

–¿Informarte? Tú y yo no somos pareja, Alex –le recordó–. ¿Por qué tendría que haberte informado de... ?

Gwen se detuvo en seco al comprender lo que pasaba.