La fantasmal aventura del niño semihuérfano - Esteban Cabezas - E-Book

La fantasmal aventura del niño semihuérfano E-Book

Esteban Cabezas

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Beschreibung

Este libro mezcla humor y horror, y una pizca de amor. Sus ingredientes son: un niño semihuérfano, una ninja cocinera, dos abuelos caza espíritus, una tropa de novivos y unos cuantos personajes más.

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1

Era una noche negra como el calzoncillo de un troll.

Aunque, como todos saben, los trolls no se limpian muy bien después de ir al baño, por lo que sus calzoncillos no son completamente negros.

En verdad, son un asco completamente irregular, un verdadero mapa oscuro de sus costumbres alimentarias.

Ojalá capten la idea, de todos modos.

Era una noche “negra” y una bandada de cuervos volaba en círculos sobre la Mansión Almonacid.

Y no es que hubiera un cadáver sabroso y putrefacto servido en bandeja y al aire libre, sino que acostumbraban a sobrevolar esta gran casa porque a veces les tiraban algunos restos al patio para que comieran, sobre todo cuando los experimentos no resultaban o, más bien, cuando nadie probaba los platos exóticos de la cena (y con mucha razón, uf).

Dentro de la mansión imperaba el único silencio que podía reinar allí, algo imperfecto. En el hall de entrada se oían los engranajes del autómata gitano que recibía a quien traspasara sus puertas. Y aunque este permanecía inmóvil, todo dentro de él estaba en constante movimiento. En los pasillos se escuchaban las minúsculas pisadas de aquellas ratas que aún no habían sido eliminadas por Deimos y Phobos, los dos gatos guardianes.

(Prestando más atención, se podían escuchar conversaciones del tipo:

—Hoy la comida estuvo pésima —dijo una rata.

—Es cierto —asintió otra—, la cocinera ha perdido su buena mano).

Además, dentro de los once cuartos misteriosos y absolutamente cerrados del edificio se oían algunos sonidos poco humanos, como una agudísima ópera cantada en latín o una rutina de zapateo ejecutada por algún ser con una anatomía más generosa y menos humana que la que regala solo dos pies a cada uno de sus socios.

Continuando el recorrido sonoro hacia las torres, el silencio seguía siendo incompleto. Y no era el viento en las rendijas el que silbaba, sino alguno de los fantasmas que vivían allí sin pagar pensión, lo que podría considerarse reprobable, ya que, por lo mismo, no cancelaban impuestos ni cumplían con sus mínimas obligaciones como ciudadanos de Burgolalandia, donde obviamente estamos. Es que por todos es sabido que los fantasmas son unos zánganos sin peso alguno.

¿Más ruidos en medio del supuesto silencio? De los abundantes sótanos de la mansión brotaban algunos minúsculos quejidos, pero gracias a las pesadas puertas cerradas con candados y hechizos sobre cada una de sus entradas, solo lograban salir unos pocos y apagados lamentos. Lo único que podemos comentar es que en una de sus mazmorras pasa sus días el dios menor Nialtotpeh, señor y patrono de los nabinásperos, unas verduras que se extinguieron desde que Nialtotpeh está encerrado en su celda. Sobre su delito, podemos comentar que es un enigma tan grande como el sabor de los nabinásperos.

En resumen, era una noche casi negra (por lo que ya comentamos de los trolls) y también casi en silencio. Hasta que llegó el amanecer y, con los primeros rayos del sol, se escucharon unos golpes en la puerta principal.

Toc, toc (golpes en la puerta principal).

A continuación, y de ser posible, se hubieran escuchado los pasos de Sue Wang, el ama de llaves de la mansión, hacia la entrada. Pero las pisadas de esta experta en artes marciales orientales, maestra de la lanza de bambú, reina de la espada doble, experta en estrellas voladoras, líder en explosiones imprevistas y venenos sin remedio, contadora de chistes incomprensibles (aburridos) y autora del mejor chop suey de la ciudad (según ella), eran realmente imposibles de percibir.

Entonces, abrió la puerta.

Y así fue como ella se encontró con una pequeña caja de madera sobre el felpudo de la entrada. Este tenía escrita en lengua arcaica y legendaria la frase “Nub zigurath ob katán”, lo que traducido libremente significa “Sé bienvenido extranjero y no olvides limpiar tus pies, sean estos cuantos sean, si no quieres recibir una patada en tu trasero”.

(En verdad no dice “trasero”, como podrán imaginar. Sería un poco ñoño escribir “trasero” en un felpudo de una ciudad como Burgolalandia. Ya se darán cuenta cuando llegue el momento).

Sue miró en todas direcciones, levantó su pequeña nariz para olfatear algún rastro y se colocó en pose de alerta ninja durante cerca de media hora. Pero no había nadie cerca y no pasó nada ni de casualidad (aparte de que le quedó un pequeño dolor en el cogote).

Finalmente, tomó la caja, dio media vuelta y se dirigió hacia el gitano autómata. Se sacó tres pelos y los puso sobre la pesa de plata que yace en la falda de la figura.

(Porque, como debieran saber, los gitanos autómatas solo funcionan con alguna ofrenda orgánica de quien los consulta: pelos, uñas o dientes es lo más común, aunque hay quienes han experimentado con algunos efluvios corporales menos dignos, los que sí resultan, pero con el consiguiente mal humor del autómata. Y la idea es que responda con gentileza).

—Dime, Rahid, ¿qué debería hacer con esta caja?

Entonces comenzaron a funcionar todos los engranajes de este antiguo robot, mientras se sentía el resoplar de algunos fuelles de cuero en su interior. Rahid abrió sus párpados dejando ver sus ojos de vidrio, movió su cabeza hacia la caja y por una rendija salió una pequeña cartulina color rosa pálido con la respuesta solicitada escrita en ella: “Ábrela, mujer idiota”.

(Bueno, esa es otra de las características de estos autómatas que todo usuario debe conocer. No se caracterizan por su gentileza ni por su tacto. Y, además, son rematadamente machistas).

Sue levantó la caja y comenzó a mirarla por todas sus partes. La movió con gentileza, luego la dejó en su falda y comenzó a meditar sobre qué hacer, hasta que salió otra cartulina desde Rahid: “¡¿Qué estás esperando?!” Y luego vino una más: “Quiero saber qué tiene dentro, inepta”.

En ese minuto, Sue pensó en qué tarea era más urgente: abrir la caja o sacarle de cuajo la cabeza al gitano mecánico.

Entonces, optó por lo primero (no le apetecía mucho tener que reconstruir al robot esa mañana).

Abrió la caja y lo que había dentro era un pastel parlante.

¿Qué distingue un pastel común de un pastel parlante? se preguntarán.

Es que el pastel parlante tiene encima las iniciales PP, o sea, pastel parlante.

“Qué esperas, ¡cómetelo!”.

Esto no era una voz interior en Sue, sino otra de las cartulinas del amoroso de Rahid.

El ama de llaves mordió el pastel y comenzó a hablar (ella, no el pastel):

“Primero que nada, Sue, si ahora estás junto a Rodrigo, cierra la boca y cómete luego otro bocado en privado”.

Como el único niño de la Mansión Almonacid dormía como piedra, la celadora siguió con su boca abierta, como si fuera el parlante humano de una radio.

“Esta es una invitación para el pequeño Rodrigo. Queremos que celebre sus trece años junto a nosotros. Pero no es solo eso. Hemos recibido noticias intranquilizadoras sobre el destino de la última exploración de sus padres, por lo que queremos que esté junto a nosotros lo antes posible. Luego les contaremos más a ambos”.

Sue cerró su boca, con un molesto dolor en su quijada, tapó la caja y se dispuso a despertar al hijo de los dueños de casa: el pequeño Rodrigo.

“Y yo tengo que quedarme aquí, ¿cierto, torpe?” se leía en la tarjeta que emitió el gitano autómata.

—… —fue la respuesta de Sue.

Antes de ir al dormitorio, la maestra del chop suey puso lenta y pausadamente una pesada tela negra sobre el autómata.

“Te odio, ¿lo sabías? Y tu chop suey huele a cloaca y a pichí de elfo” decía la tarjeta que Sue no se molestó en mirar.

2

Hay tantas, pero tantas historias sobre la Mansión Almonacid que un resumen de ellas ocuparía cerca de diez tomos escritos con letra pequeña. Pero no es el momento ni el lugar para ponerse detallistas, por lo que tendrán que conformarse con unas pocas líneas. Y el que quiera saber más, que se las arregle por su cuenta. A ver cómo les va…

En esta gigantesca y mítica mansión viven actualmente Oliver y Úrsula, dos investigadores de todo aquello sobrenatural que merezca la pena ser investigado. Ellos tienen un hijo llamado Rodrigo, quien está a punto de cumplir 13 años.

Y este trío, junto a Sue, a quien ya conocimos un poco, son los inesperados habitantes de esta amplia y aún ignota mansión.

¿Por qué?